Cómo se escribe.org.es

La palabra alguna
Cómo se escribe

la palabra alguna

La palabra Alguna ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Blancanieves de Jacob y Wilhelm Grimm
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece alguna.

Estadisticas de la palabra alguna

La palabra alguna es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 278 según la RAE.

Alguna es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 265.83 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la alguna en 150 obras del castellano contandose 40406 apariciones en total.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece alguna

La palabra alguna puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 478
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Le habían tirado desde alguna acequia, emboscado el tirador detrás de los cañares. ...

En la línea 687
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A las once y media, terminados los oficios divinos, cuando ya no salía de la basílica más que alguna devota retrasada, comenzó a funcionar el tribunal. ...

En la línea 691
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El ruido de los carruajes, el arrastre de los tranvías, todo el estrépito de la vida moderna pasaba sin rozar ni conmover esta institución antiquísima, que permanecía allí tranquila, como quien se halla en su casa, insensible al paso del tiempo, sin fijarse en el cambio radical de cuanto lo rodeaba, incapaz de reforma alguna. ...

En la línea 887
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era tan fiera su actitud, destacándose erguido en medio de la acequia: se adivinaba en este fantasma negro tal resolución de recibir a tiros al que se presentase, que nadie salió de los inmediatos cañares, y bebieron sus campos durante una hora sin protesta alguna. ...

En la línea 110
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín se asombraba ante la incoherencia de aquel hombre, experto en los negocios, que hacía marchar la gran explotación industrial heredada de sus antecesores, agrandándola con certeras iniciativas, que había viajado y tenía alguna cultura, y, sin embargo, era capaz de las mayores extravagancias milagreras, creyendo en intervenciones sobrenaturales, con la misma simpleza de alma de un lego de convento. ...

En la línea 133
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y con ademanes descompuestos, golpeándose el pecho, hablaba de sus convicciones. Él no tenía simpatía alguna por los gobiernos actuales; al fin, todos eran unos ladrones, y en punto a fe religiosa unos hipócritas que fingían sostener el catolicismo porque lo consideraban una fuerza. ...

En la línea 146
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín púsose el sombrero y la capa y salió sin prisa alguna, disponiendo del día entero para desempeñar su comisión. El amo no era exigente en el trabajo cuando se veía obedecido. En la calle, el sol de Noviembre, tibio y dulce como un sol primaveral, hacía resaltar bajo su lluvia de oro las casas blancas, de verdes balcones, recortando la línea de sus azoteas africanas sobre un cielo de intenso azul. ...

En la línea 169
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Siempre lo mismo. ¡Pero qué rebuenísima sombra tienes, hijo!... Ven a verme alguna vez: ya sabes que te quiero... siempre con buen fin; como hermanitos. ¡Y eso que el bruto de mi marido te tenía celos!... ...

En la línea 81
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Era pobre, muy pobre; no tenía hambre, y tuvo que ingeniarse para encontrar su cubierto alguna vez en el llamado banquete de la vida. ...

En la línea 83
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Después, las relaciones de amistad, que se estrechaban más y más en tan solemnes momentos, le sirvieron para ganar aquel pedazo de pan que le daban en el palacio, y también para tener alguna influencia en todas las clases sociales, y explotarla modestamente. ...

En la línea 196
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Si alguna persona muy allegada al enfermo se empeñaba en velar también, don Ángel, o se marchaba o dividía a la gente en dos secciones, y él se iba con los que se quedaban, por si ocurría algo, a una habitación lejana, que cerraba por dentro. ...

En la línea 198
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Entonces sí que gozaba de veras don Ángel, sin malicia alguna y sin algazara, que sería monstruosa profanación; gozaba sin darse cuenta de ello, saboreando el placer recóndito, que era el alma, la más profunda medula de toda esta pasión invencible de nuestro hombre; un placer de que no podía acusarse, porque lo sentía sin reconocer su naturaleza, y consistía en saborear la vida, la salud, el aguardiente, el tabaco, la buena conversación. ...

En la línea 289
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Su imaginación despierta y vagabunda, que en Gascuña le hacía temible a las criadas a incluso alguna vez a las dueñas, no había soñado nunca, ni siquiera en esos momentos de delirio, la mitad de aquellas maravillas amorosas ni la cuarta parte de a quellas proezas galantes, realzadas por los nombres más conocidos y los detalles menos velados. ...

En la línea 469
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Escribiré hoy mismo una carta al director de la Academia Real y desde mañana os recibirá sin retribución alguna. ...

En la línea 485
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Cómo es, señor, que conocéis a ese hombre? ¡Ah, si alguna vez lo encuentro, y os juro que lo encontraré, aunq ue sea en el infierno. ...

En la línea 498
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Eso no impide -dijo D'Artagnan -que si alguna vez lo en cuentro. ...

En la línea 7
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Como una prueba la mas esplícita de lo dicho, recordaré al Gobierno, á los españoles todos, en nombre de mis amigos de Ultramar, que la constante y acrisolada lealtad de las Islas Filipinas, no desmentida hasta hoy en manera alguna, sin embargo de las diversas y terribles oscilaciones políticas porque ha pasado la Península en lo que llevamos del presente siglo, es acreedora á toda la consideracion del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y á la atencion de los Cuerpos colejisladores, para que cuando sea llegado el caso de entrar en la discusion de las leyes especiales porque deben gobernarse aquellas provincias, prevaleciendo solo los deseos de hacerlas felices, de mejorar su suerte y condicion, se llegue al término deseado, y se las facilite el desarrollo de su prosperidad por los medios mas breves y sencillos. ...

En la línea 10
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Su historia es una prueba y no recusable de esta verdad: la de su conquista, y lo que la tradicion ha transmitido hasta nosotros de lo que eran esas Islas, todo justifica de la necesidad de ocuparse de ellas con alguna mas atencion que hasta de presente, para facilitarles las mejoras que demandan, y de que son susceptibles á muy poco ó ningun coste. ...

En la línea 11
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Conviene sin embargo advertir, que algunos de los medios empleados en su conquista, fomento y conservacion, y alguna de las sucesivas variaciones hechas, podrán siempre ser de utilidad; y que partiendo las reformas de tales principios, y respetando sus usos y costumbres en cuanto no se opongan á aquellas, producirán todos los efectos que se desean. ...

En la línea 18
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Animado yo, y deseoso porque fines tan interesantes se realicen, me he determinado á formar esta pequeña memoria, con el doble objeto de dar alguna noticia del estado que tenian las Filipinas á mi salida de ellas, y presentando algunos de los muchos obstáculos que se oponen al desarrollo de su prosperidad y riqueza, y los medios que pudieran emplearse para destruirlos, escitar los mayores talentos de otros, que con mas tiempo para ocuparse de esta importante materia, puedan mas minuciosamente y con mas precision, estender sus observaciones sobre el asunto, para influir en el ánimo del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y proporcionar por este medio las útiles reformas que el estado de las provincias de Filipinas reclama, para avanzar en su prosperidad y engrandecimiento. ...

En la línea 376
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al preguntarle si era costumbre poner las Escrituras en manos de los chicos, me respondió que mucho antes de adquirir capacidad suficiente para entenderlas, los padres retiraban de la escuela a sus hijos para que los ayudasen en las labores del campo; en general, los padres no tenían el menor deseo de que sus hijos aprendieran cosa alguna, por considerar tiempo perdido el empleado en aprender. ...

En la línea 407
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pregunté al muchacho si él o sus padres conocían la Escritura y si la leían alguna vez; no pareció haberme entendido. ...

En la línea 534
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Traté entonces de averiguar si tenía alguna idea de Dios o de Jesucristo, y mirándome fijamente al rostro por un momento, se volvió luego hacia el sol, ya próximo al ocaso, hízole una reverencia, y de nuevo clavó en mí su mirada. ...

En la línea 670
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Colocados los equipajes, preguntaron por el cochero, que no parecía por parte alguna. ...

En la línea 18
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. ...

En la línea 63
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Más, aunque sobre el cuerno de la luna siempre se vio encumbrada mi ventura, tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote! LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO Soneto ¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, por más comodidad y más reposo, a Miraflores puesto en el Toboso, y trocara sus Londres con tu aldea! ¡Oh, quién de tus deseos y librea alma y cuerpo adornara, y del famoso caballero que hiciste venturoso mirara alguna desigual pelea! ¡Oh, quién tan castamente se escapara del señor Amadís como tú hiciste del comedido hidalgo don Quijote! Que así envidiada fuera, y no envidiara, y fuera alegre el tiempo que fue triste, y gozara los gustos sin escote. ...

En la línea 64
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE Soneto Salve, varón famoso, a quien Fortuna, cuando en el trato escuderil te puso, tan blanda y cuerdamente lo dispuso, que lo pasaste sin desgracia alguna. ...

En la línea 98
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. ...

En la línea 64
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En la costa del Brasil he tenido ocasión de ver un grandísimo espacio del océano así recubierto, lo cual atribuían los marinos al cadáver de una ballena en putrefacción que probablemente flotaba a alguna distancia. No hablo aquí de los corpúsculos gelatinosos que se encuentran a menudo en el agua, pues nunca se reunen en suficiente cantidad para producir una coloración; más adelante procuraré explicarme acerca de este asunto. ...

En la línea 87
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante el resto de mi estancia en Río, viví en una caseta de campo situada en la Bahía de Botafogo. Imposible soñar nada más delicioso que esa residencia de algunas semanas en un país tan admirable. En Inglaterra, todo el que gusta de la Historia Natural tiene una gran ventaja en el sentido de que siempre descubre alguna cosa que le llama la atención; pero en estos climas fértiles que rebosan, digámoslo así, en seres animados, los descubrimientos nuevos que hace a cada instante son tan numerosos que apenas puede avanzar. ...

En la línea 153
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hay pocos árboles en la banda oriental; hasta pudiera decirse que no hay ninguno, y este es un hecho muy notable. Encuéntranse matorrales achaparrados en una parte de las colinas peñascosas; a orillas de las mayores corrientes de agua, sobre todo el norte de Las Minas, hay sauces en bastante gran número. Me han dicho que hubo un bosque de palmeras junto al «Arroyo Tapes»; por otra parte, cerca del «Pan de Azúcar», a 350 de latitud, he visto una palmera de muchísima altura. Excepto estos pocos árboles, y los plantados por los españoles, falta por completo la leña. En el número de las especies introducidas por los europeos pueden contarse el álamo blanco, el olivo, el melocotonero y algunos otros frutales; el melocotonero se ha propagado tan bien, que es la única leña para quemar que puede hallarse en la ciudad de Buenos Aires. Los países absolutamente llanos, tales como las Pampas, parecen poco favorables al crecimiento de los árboles. ¿A qué debe atribuirse este hecho? Acaso a la fuerza de los vientos, acaso también al modo del desecamiento del suelo. Pero no puede explicarse por estas causas la falta de árboles en las cercanías de Maldonado: las colinas peñascosas que entrecortan esta región presentan abrigos y hay allí diferentes clases de terrenos; por lo común corre un arroyo por el fondo de cada valle, y la naturaleza arcillosa del suelo parece hacerlo muy apto para conservar una humedad suficiente. Se ha pensado, y ésta es una deducción muy probable en sí, que la cantidad anual de humedad determina la presencia de los bosques2; pues bien, en esta provincia caen lluvias abundantes y frecuentes en invierno, y aunque el verano es seco, no lo es en un grado excesivo3. Inmensos árboles cubren la casi totalidad de la Australia; sin embargo, el clima de este país es mucho más árido. Esta carencia de árboles en la banda oriental debe, pues, depender de alguna otra causa desconocida. ...

En la línea 176
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... en los nidos de otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost9 han dado alguna luz respecto a este problema. La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos; según la mayor parte de los observadores; y, según M. Prévost, tiene que ayuntarse con el macho cada vez que ha puesto uno o dos huevos. Pues bien, si la hembra se viese obligada a incubar sus propios huevos, tendría que incubarlos todos juntos, y por consiguiente, los de las primeras puestas quedarían abandonados tanto tiempo que se pudrirían, o tendría que ir incubando cada huevo por separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en nuestro país mucho menos tiempo que ninguna otra ave emigrante, la hembra no dispondría del necesario para ir incubando uno tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación, cuanto que, como pronto se verá, he llegado de una manera independiente a adoptar las mismas conclusiones respecto a los avestruces de la América meridional, cuyas hembras son parásitas unas de otras, si así puede decirse; en efecto, cada hembra deposita varios huevos en los nidos de otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación, como los padres postizos respecto al cuco. ...

En la línea 112
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo. ...

En la línea 388
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cuanto llegaba un forastero de alguna importancia a Vetusta, se buscaba por un lado o por otro una recomendación para que Bermúdez fuese tan amable que le acompañara a ver las antigüedades de la catedral y otras de la Encimada. ...

En la línea 421
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Alguna vez desde el fondo del susodicho abismo le llamaba la tentación; entonces retrocedía el sabio más pronto, ganaba el terreno perdido, volvía a las calles anchas y respiraba con delicia el aire puro; puro como su cuerpo; y para llegar antes a las regiones del ideal que eran su propio ambiente, cantaba la Casta diva o el Spirto gentil o el Santo Fuerte, y pensaba en sus amores de niño o en alguna heroína de sus novelas. ...

En la línea 467
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se creía el señor Infanzón en el caso de comprender el entusiasmo artístico del sabio mejor que las señoras, quien por su natural ignorancia tenían alguna disculpa si no se pasmaban ante un cuadro que no se veía. ...

En la línea 468
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Buscó alguna frase oportuna y por de pronto halló esto: —¡Oh! ¡mucho! ¡evidentemente! ¡conforme! Después inclinó la cabeza hacia el pecho, como para meditar, pero en realidad de verdad —estilo de Bermúdez —para descansar, con una reacción proporcionada, de la postura incómoda en que el sabio le había tenido un cuarto de hora. ...

En la línea 373
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Muchos creían en Roma que el anciano Borgia tenía en realidad el designio de hacer rey de Nápoles a su sobrino Pedro Luis. Entre éste y un bastardo como don Fernando no podía admitir Calixto comparación alguna. Aparte de la diferencia en la legitimidad del linaje, conside r aba a su gallardo sobrino como un segundo Julio César, y hasta, según afirmaciones de sus enemigos, soñaba con verlo emperador de Constantinopla, si conseguía arrebatar esta ciudad a los turcos, o, cuando menos, monarca de Chipre. ...

En la línea 398
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Extrañó inmediatamente el aislamiento verbal en que le hizo caer la desaparición de Figueras. Otra vez volvieron a transcurrir días y días sin que pudiese hablar en su idioma, fuera de las conversaciones sostenidas con su amante, y aun éstas eran muchas veces en francés si se presentaba alguna amiga. Nadie de la servidumbre hablaba español. Hasta aquella parienta pobre, encargada antes del cuidado de sus hijas, la mantenía Rosaura lejos de la casa, para que no conociese las Intimidades de su caprichosa existencia. ...

En la línea 430
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A1 fin le resultaron intolerables los largos mutismos de Claudio, su, celos sin causa, seguidos de apartamientos que le dolían como menosprecios. Dejaba de acompañarla a las fiestas, no venía en busca suya a Montecarlo, y luego sus amigas lo encontraban paseando a solas por la orilla del mar. Otras veces lo veía volver cansado y polvoriento de excursiones a pie por los Alpes, emprendidas sin razón alguna. Era necesaria una explicación entre los dos. ...

En la línea 457
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Tal vez ya no te gusto y te parece preferible alguna amiga mía. Te has entusiasmado, ¡pobre hombre!, por cualquiera de estas señoras pintadas como un cuadro y de historia larga que coquetean en la Costa Azul. ¡Hacerme eso a mí!… ...

En la línea 78
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No pudo comprender la desaparición de sus compañeros. Es más: presintió que este misterio no lo aclararía nunca. Tal vez se habían precipitado sin quererlo en el mar, al hacer una maniobra de la que el no se dio cuenta durante su sueño. Luego pensó que, al encontrarse en el curso de la noche con alguna de las grandes balleneras procedentes del paquebote, el oficial y el marinero habían querido pasar a ella por considerarla más segura, abandonando a Edwin a su suerte para no cargar a la repleta embarcación con un pasajero más. ...

En la línea 161
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se detuvo el profesor un instante para agregar con alguna malicia: ...

En la línea 187
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin vio que de un automóvil en forma de clavel que acababa de llegar descendían unas figuras con largas túnicas blancas y velos en la cabeza. Eran las primeras hembras que encontraba semejantes a las de su país. Debían pertenecer a alguna familia importante de la capital; tal vez era la esposa de un alto personaje acompañada de sus tres hijas. Concentró su mirada en el grupo para examinarlas bien, y notó que las tres señoritas, todas de apuesta estatura, asomaban bajo los blancos velos unas caras de facciones correctas pero enérgicas. Sus mejillas tenían el mismo tono azulado que la de los hombres que se rasuran diariamente. La madre, algo cuadrada a causa de la obesidad propia de los años, prescindía de esta precaución, y por debajo de la corona de flores que circundaba sus tocas dejaba asomar una barba abundante y dura. ...

En la línea 228
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Y ahora, perdóneme lo que voy a añadir. Yo no figuro en el gobierno; no soy más que un modesto profesor de Universidad. Si de mi dependiese, le llevaría hasta la capital sin precaución alguna, como un amigo. Pero el gobierno no le conoce a usted y guarda un mal recuerdo de la grosería de los Hombres-Montañas que nos visitaron en otros tiempos. Teme que se le ocurra durante el camino derribar alguna casa de un puntapié o aplastar a las muchas personas que acudirán a verle. Puede usted perder la paciencia; la curiosidad del público es siempre molesta; hay hombres que ríen con la ligereza y la verbosidad propias de su sexo frívolo; hay niños que arrojan piedras, a pesar de la buena educación que se les da en las escuelas. El sexo masculino es así. Por más que se pretenda afinarle, conserva siempre un fondo originario de grosería y de inconsciencia. En fin, gentleman, tenemos orden de llevarle atado hasta nuestra capital, pero marchando por sus propios pies. ...

En la línea 16
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya te he contado mil veces la saliva amarga que tragaba ¡ay, Dios mío!, cuando mi madre me mandaba ponerme la levita de paño negro para llevarme a tu casa. Bien te acuerdas de mi famosa levita, de lo mal que me estaba y de lo desmañado que era en tu presencia, pues no me arrancaba a decir una palabra sino cuando alguien me ayudaba. Los primeros días me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando cómo había de entrar y qué cosas había de decir, y discurriendo alguna triquiñuela para hacer menos ridícula mi cortedad… Dígase lo que se quiera, hija, aquella educación no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo ¡qué quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos. Es de casta honrada, tiene la formalidad en la masa de la sangre. Por eso estoy tranquilo, y no veo con malos ojos que se despabile, que conozca el mundo, que adquiera soltura de modales… ». ...

En la línea 29
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La casa del gordo Arnaiz era relativamente moderna. Se había hecho pañero porque tuvo que quedarse con las existencias de Albert, para indemnizarse de un préstamo que le hiciera en 1843. Trabajaba exclusivamente en género extranjero; pero cuando Santa Cruz hizo su traspaso a los Chicos, también Arnaiz se inclinaba a hacer lo mismo, porque estaba ya muy rico, muy obeso, bastante viejo y no quería trabajar. Daba y tomaba letras sobre Londres y representaba a dos Compañías de seguros. Con esto tenía lo bastante para no aburrirse. Era hombre que cuando se ponía a toser hacía temblar el edificio donde estaba; excelente persona, librecambista rabioso, anglómano y solterón. Entre las casas de Santa Cruz y Arnaiz no hubo nunca rivalidades; antes bien, se ayudaban cuanto podían. El gordo y D. Baldomero tratáronse siempre como hermanos en la vida social y como compañeros queridísimos en la comercial, salvo alguna discusión demasiado agria sobre temas arancelarios, porque Arnaiz había hecho la gracia de leer a Bastiat y concurría a los meetings de la Bolsa, no precisamente para oír y callar, sino para echar discursos que casi siempre acababan en sofocante tos. Trinaba contra todo arancel que no significara un simple recurso fiscal, mientras que D. Baldomero, que en todo era templado, pretendía que se conciliasen los intereses del comercio con los de la industria española. «Si esos catalanes no fabrican más que adefesios —decía Arnaiz entre tos y tos—, y reparten dividendos de sesenta por ciento a los accionistas… ». ...

En la línea 31
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Solía no probar nada, ni el otro tampoco, quedándose cada cual con su opinión; pero con estas sabrosas peloteras pasaban el tiempo. También había entre estos dos respetables sujetos parentesco de afinidad, porque doña Bárbara, esposa de Santa Cruz, era prima del gordo, hija de Bonifacio Arnaiz, comerciante en pañolería de la China. Y escudriñando los troncos de estos linajes matritenses, sería fácil encontrar que los Arnaiz y los Santa Cruz tenían en sus diferentes ramas una savia común, la savia de los Trujillos. «Todos somos unos—dijo alguna vez el gordo en las expansiones de su humor festivo, inclinado a las sinceridades democráticas—, tú por tu madre y yo por mi abuela, somos Trujillos netos, de patente; descendemos de aquel Matías Trujillo que tuvo albardería en la calle de Toledo allá por los tiempos del motín de capas y sombreros. No lo invento yo; lo canta una escritura de juros que tengo en mi casa. Por eso le he dicho ayer a nuestro pariente Ramón Trujillo… ya sabéis que me le han hecho conde… le he dicho que adopte por escudo un frontil y una jáquima con un letrero que diga: Pertenecí a Babieca… ». ...

En la línea 52
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaba por la honestidad misma, iba a misa todos los días que lo mandaba la Iglesia, rezaba el rosario con la familia, trabajaba diez horas diarias o más en el escritorio sin levantar cabeza, y no gastaba el dinero que le daban sus papás. A pesar de estas raras dotes, Barbarita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que acontecía muy pocas veces, le miraba con el mismo interés con que se puede mirar una saca de carbón o un fardo de tejidos. Así es que se quedó como quien ve visiones cuando su madre, cierto día de precepto, al volver de la iglesia de Santa Cruz, donde ambas confesaron y comulgaron, le propuso el casamiento con Baldomerito. Y no empleó para esto circunloquios ni diplomacias de palabra, sino que se fue al asunto con estilo llano y decidido. ¡Ah, la línea recta de los Trujillos… ! ...

En la línea 456
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –No es muy larga, señor, pero acaso a falta de cosa mejor pueda divertir a Vuestra Majestad. Mi padre, sir Ricardo, es muy rico y de natural en extremo generoso. Murió mi madre siendo yo niño; tengo dos hermanos: Arturo, el mayor, cuya alma es como la de su padre, y Hugo, menor que yo, que es un espíritu mezquino, codicioso, traidor, vicioso, artero… , un reptil. Así fue desde su cuna; así era diez años ha, cuando lo vi por última vez: un bribón de diecinueve años. Entonces yo tenía veinte y Arturo veintidós. No queda nadie más de mi familia, salvo lady Edith, mi prima, que entonces tenía diecisés años. Era hermosa, gentil y buena. Es hija de un conde, la última de su familia, y heredera de una gran fortuna y de un título caducado. Mi padre era su tutor. Yo la amaba y ella me amaba a mí, pera contrajo nupcias con Arturo desde la cuna, y sir Ricardo no quiso consentir que se rompiera el contrato. Arturo quería a otra doncella y nos dijo que tuviéramos ánimo y no perdiéramos la esperanza de que el tiempo y la suerte, de consumo, traerían algún día un feliz suceso a nuestra causa. Hugo codiciaba la hacienda de lady Edith, aunque fingía amarla; pero siempre fue su hábito decir una cosa y pensar otra. Mas todas sus artes se perdieron con la doncella. Hugo pudo engañar a mi padre, pero a nadie más. Mi padre le quería más que a los otros y confiaba en él y en él creía, porque era el hijo menor y los demás lo odiaban, cualidad esta que siempre ha sido parte a granjear el amor de un padre. Hugo tenía un hablar suave y persuasivo y un admirable don para la mentira, y éstas son prendas que ayudan mucho a despertar un afecto ciego. Yo estaba furioso.,., podría ir más allá, y decir que furiosísnno, aunque era una furia demasiada inocente, puesto que a nadie dañaba sino a mí, ni trajo vergüenza a nadie ni pérdida alguna, ni llevaba en sí ningún germen de crimen ni de bajeza, ni de nada que no correspondiera a mi noble condición. ...

En la línea 463
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Esta fantástica declaración sacó a Hendon de sus meditaciones. Se disponía a dar las gracias al rey y dejar a un lado el asunto, diciendo que no había hecho sino cumplir con su deber y que no deseaba recompensa alguna, cuando acudiendo una idea más sensata a su mente, le pidió la venia de callarse unos instantes y meditar en la graciosa oferta, lo cual el rey aprobó gravemente, diciendo que era mejor no precipitarse en asunto de tanta importancia. ...

En la línea 465
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Mi modesto servicio no ha traspasado el límite del más simple deber de un vasallo, y por consiguiente no tiene ningún mérito. Pero ya que Vuestra Majestad se digna considerar que merece alguna recompensa, me atrevo a hacer una petición al efecto. Cerca de cuatrocientos años atrás, como Vuestra Majestad no ignora, estando enemistados Juan, rey de Inglaterra, y el rey de Francia, se decretó que dos campeones combatieran en la palestra para poner término a la disputa con lo que se llama juicio de Dios. Reunidos los dos reyes, y el rey de España para ser testigo de la disputa y juzgarla, apareció el campeón francés; mas era tan temible, que nuestros caballeros ingleses se negaron a medir sus armas con él. Así el asunto, que era muy grave, estuvo a punto de resolverse contra el monarca inglés por falta de campeón. En la Torre se hallaba lord De Courcy, el más poderoso brazo de Inglaterra, despojado de sus honores y posesiones, y consumiendose en largo cautiverio. Apelóse a él, que accedió y compareció armado para el combate; mas no bien divisó el francés su recio cuerpo y oyó su famoso nombre, huyó a escape, y la causa del rey de Francia quedó perdida. El rey Juan devolvió a De Courcy sus títulos y posesiones, y le dijo: 'Manifiéstame tu deseo y lo conseguirás, aunque me cueste la mitad de mi reino.' A lo que De Courcy, de hinojos como yo estoy ahora, contestó: 'Pido, pues, solo una cosa., señor mío, y es que yo y mis descendientes tengamos y conservemos el privilegio de permanecer cubiertos en presencia del rey de Inglaterra mientras su trono perdure.' Concedióse la gracia como Vuestra Majestad sabe; y como en estos cuatrocientos años no ha habido nunca un momento en que la familia haya carecido de herederos, hasta el día de hoy el jefe de la antigua casa tiene aún el sombrero o el yelmo puesto ante la majestad del rey, sin impedimento alguno, y nadie más puede hacerlo. Invocando este precedente en ayuda de mi ruego, suplico al rey que me conceda esta gracia y privilegio –para más que suficiente recompensa mía– y ninguna otra cosa, a saber: que yo y mis herederos para siempre podamos sentarnos en presencia, de Su Majestad el rey de Inglaterra. ...

En la línea 655
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Si alguna vez, lo que Dios no quiera, llegaras a conocer el infortunio, ¡ojalá se recuerde y se recompense tu bondad para conmigo en el día de hoy! ...

En la línea 58
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, señorito –respondió Domingo sin extrañeza alguna por la pregunta que se le hacía. ...

En la línea 270
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Siempre que cruzaba con ellos alguna muchacha hermosa, o siquiera linda, su madre miraba a Augusto con el rabillo del ojo. ...

En la línea 288
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Tengo que tomar alguna determinación –se decía Augusto paseándose frente a la casa número 58 de la avenida de la Alameda–; esto no puede segúir así.» ...

En la línea 376
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... » Muchas veces se me ha ocurrido pensar, Orfeo, que yo no soy, a iba por la calle antojándoseme que los demás no me veían. Y otras veces he fantaseado que no me veían como me veía yo, y que mientras yo me creía ir formalmente, con toda compostura, estaba, sin saberlo, haciendo el payaso, y los demás riéndose y burlándose de mí. ¿No te ha ocurrido alguna vez a ti esto, Orfeo? Aunque no, porque tú eres joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro. ...

En la línea 36
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Es verdad, pero ¿de quién ha sido la culpa? ¿Es que los hombres de raza blanca han sido menos inexorables conmigo? ¿No me destronaron con el pretexto de que me hacía poderoso y temible? ¿No asesinaron a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas? ¿Qué daño les había causado yo? ¡Los blancos no tenían queja alguna contra mí! ¡Ahora los odio, sean españoles, holandeses, ingleses o portugueses, tus compatriotas, y me vengaré de ellos de un modo terrible! Así lo juré sobre los cadáveres de mi familia y mantendré mi juramento. Sí, he sido despiadado con mis enemigos. Sin embargo, alguna voz se levantará para decir que también he sido generoso. ...

En la línea 36
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Es verdad, pero ¿de quién ha sido la culpa? ¿Es que los hombres de raza blanca han sido menos inexorables conmigo? ¿No me destronaron con el pretexto de que me hacía poderoso y temible? ¿No asesinaron a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas? ¿Qué daño les había causado yo? ¡Los blancos no tenían queja alguna contra mí! ¡Ahora los odio, sean españoles, holandeses, ingleses o portugueses, tus compatriotas, y me vengaré de ellos de un modo terrible! Así lo juré sobre los cadáveres de mi familia y mantendré mi juramento. Sí, he sido despiadado con mis enemigos. Sin embargo, alguna voz se levantará para decir que también he sido generoso. ...

En la línea 170
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Creo que no hay mujer alguna que pueda igualarla. ...

En la línea 252
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Mientras el vapor seguía su carrera, el pirata, por medio de un vigoroso empuje de los talones, volvía a la superficie y se alejaba mar adentro para que no lo alcanzara el espolón del barco enemigo o alguna bala de carabina. ...

En la línea 294
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero en el momento en que se disponía al lanzamiento de su arpón, el cetáceo se alejaba, con una rapidez que no puedo por menos de estimar en unas treinta millas por hora. Y en alguna ocasión se permitió incluso ridiculizar a la fragata, impulsada al máximo de velocidad por sus máquinas, dando alguna que otra vuelta en torno suyo, lo que arrancó un grito de furor de todos nosotros. ...

En la línea 294
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero en el momento en que se disponía al lanzamiento de su arpón, el cetáceo se alejaba, con una rapidez que no puedo por menos de estimar en unas treinta millas por hora. Y en alguna ocasión se permitió incluso ridiculizar a la fragata, impulsada al máximo de velocidad por sus máquinas, dando alguna que otra vuelta en torno suyo, lo que arrancó un grito de furor de todos nosotros. ...

En la línea 400
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ese rapto tan brutalmente ejecutado se había realizado con la rapidez del relámpago, sin darnos tiempo ni a mis compañeros ni a mí de poder efectuar observación alguna. Ignoro lo que ellos pudieron sentir al ser introducidos en aquella prisión flotante, pero a mí me recorrió la epidermis un helado escalofrío. ¿Con quién tendríamos que habérnoslas? Sin duda con piratas de una nueva especie que explotaban el mar a su manera. ...

En la línea 401
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nada más cerrarse la estrecha escotilla me envolvió una profunda oscuridad. Mis ojos, aún llenos de la luz exterior, no pudieron distinguir cosa alguna. Sentí el contacto de mis pies descalzos con los peldaños de una escalera de hierro. Ned Land y Conseil, vigorosamente atrapados, me seguían. Al pie de la escalera se abrió una puerta que se cerró inmediatamente tras nosotros con estrépito. ...

En la línea 102
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No se hacía mucho favor a sí misma, según me dije, al indicar que ella podría contestarme con alguna mentira en caso de que le hiciera una pregunta. Pero ella, a no ser que hubiese alguna visita, jamás se mostraba cortés. ...

En la línea 102
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No se hacía mucho favor a sí misma, según me dije, al indicar que ella podría contestarme con alguna mentira en caso de que le hiciera una pregunta. Pero ella, a no ser que hubiese alguna visita, jamás se mostraba cortés. ...

En la línea 113
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mira, muchacho - dijo -. No te he subido a mano para que molestes de esta manera a la gente. Si así fuese, merecería que me criticasen y no que me alabaran. Se encierra a la gente en los Pontones porque asesinan, porque roban, porque falsifican o porque cometen alguna mala acción. Y todos ellos empezaron haciendo preguntas. Ahora vete a la cama. ...

En la línea 121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Más espesa fue la niebla todavía cuando salí de los marjales, hasta el punto de que, en vez de acercarme corriendo a alguna cosa, parecía que ésta echara a correr hacia mí. Ello era muy desagradable para una mente pecadora. Las puertas, las represas y las orillas se arrojaban violentamente contra mí a través de la niebla, como si quisieran exclamar con la mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamente, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, me miró con tanta obstinación en sus ojos y movió su maciza cabeza de un modo tan acusador cuando yo lo rodeaba, que no pude menos que murmurar: «No he tenido más remedio, señor. No lo he robado para mí.» Entonces él dobló la cabeza, resopló despidiendo una columna de humo por la nariz y se desvaneció dando una coz con las patas traseras y agitando el rabo. ...

En la línea 87
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Señor ‑siguió diciendo en tono solemne‑, la pobreza no es un vicio: esto es una verdad incuestionable. Pero también es cierto que la embriaguez no es una virtud, cosa que lamento. Ahora bien, señor; la miseria sí que es un vicio. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastón, sino la escoba, pues así se le humilla más, para arrojarlo de la sociedad humana. Y esto es justo, porque el indigente se ultraja a sí mismo. He aquí el origen de la embriaguez, señor. El mes pasado, el señor Lebeziatnikof golpeó a mi mujer, y mi mujer, señor, no es como yo en modo alguno. ¿Comprende? Permítame hacerle una pregunta. Simple curiosidad. ¿Ha pasado usted alguna noche en el Neva, en una barca de heno? ...

En la línea 96
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Porque uno no tiene adónde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija única fue por primera vez a la policía para inscribirse, yo la acompañé… (porque mi hija está registrada como… ) ‑añadió entre paréntesis, mirando al joven con expresión un tanto inquieta‑. Eso no me importa, señor ‑se apresuró a decir cuando los dos muchachos se echaron a reír detrás del mostrador, e incluso el tabernero no pudo menos de sonreír‑. Eso no me importa. Los gestos de desaprobación no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no hay misterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio, sino con resignación… ¡Sea, sea, pues! Ecce Homo. Óigame, joven: ¿podría usted… ? No, hay que buscar otra expresión más fuerte, más significativa. ¿Se atrevería usted a afirmar, mirándome a los ojos, que no soy un puerco? ...

En la línea 120
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑De esto hace cinco semanas. Pues sí, cuando Catalina Ivanovna y Sonetchka se enteraron de lo de mi empleo, me sentí como transportado al paraíso. Antes, cuando tenía que permanecer acostado, se me miraba como a una bestia y no oía más que injurias; ahora andaban de puntillas y hacían callar a los niños. «¡Silencio! Simón Zaharevitch ha trabajado mucho y está cansado. Hay que dejarlo descansar.» Me daban café antes de salir para el despacho, e incluso nata. Compraban nata de verdad, ¿sabe usted?, lo que no comprendo es de dónde pudieron sacar los once rublos y medio que se gastaron en aprovisionar mi guardarropa. Botas, soberbios puños, todo un uniforme en perfecto estado, por once rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa al mediodía, ¿qué es lo que vieron mis ojos? Catalina Ivanovna había preparado dos platos: sopa y lechón en salsa, manjar del que ni siquiera teníamos idea. Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se había compuesto como para ir de visita. Aun no teniendo ropa, se había arreglado. Ellas saben arreglarse con nada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puños, y parecía otra; estaba más joven y más bonita. Sonetchka, mi paloma, sólo pensaba en ayudarnos con su dinero, pero nos dijo: «Me parece que ahora no es conveniente que os venga a ver con frecuencia. Vendré alguna vez de noche, cuando nadie pueda verme.» ¿Comprende, comprende usted? Después de comer me fui a acostar, y entonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse. Hacía apenas una semana había tenido una violenta disputa con Amalia Ivanovna, la dueña de la casa; sin embargo, la invitó a tomar café. Estuvieron dos horas charlando en voz baja. ...

En la línea 229
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en el curso de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto casarse con una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las dificultades de la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en ningún caso deudor de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en él un bienhechor. Sin duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las palabras. Además, habló sin premeditación alguna, dejándose llevar del calor de la conversación, tanto, que él mismo trató después de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a mí me parecieron un tanto duras, y así se lo dije a Dunetchka; pero ella me contestó con cierta irritación que una cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es verdad. Dunia no pudo pegar ojo la noche que precedió a su respuesta y, creyendo que yo estaba dormida, se levantó y estuvo varias horas paseando por la habitación. Finalmente se arrodilló delante del icono y oró fervorosamente. Por la mañana me dijo que ya había decidido lo que tenía que hacer. ...

En la línea 142
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamás con entera confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí ponía refinamientos del siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me contaba sólo una parte de los hechos si creía necesario utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamás tranquilizarme con una explicación amable. ...

En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...

En la línea 227
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —También yo creo que le ocurrirá alguna desgracia irreparable—observó Paulina Alexandrovna, pensativa. ...

En la línea 235
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —No se ofenda… Espero que no se enoje conmigo —proseguí—por esa proposición. Hasta tal punto estoy convencido de ser un cero a sus ojos que no puede usted tener reparo en aceptar de mí hasta dinero. Un regalo mío no puede ofenderla, ni tiene importancia alguna. Además, he perdido el suyo… ...

En la línea 177
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Entró en una callejuela a la cual daban muchos jardines. El viento frío de los Alpes comenzaba a soplar. A la luz del expirante día el forastero descubrió una caseta en uno de aquellos jardines que costeaban la calle. Pensó que sería alguna choza de las que levantan los peones camineros a orillas de las carreteras. Sentía frío y hambre. Estaba resignado a sufrir ésta, pero contra el frío quería encontrar un abrigo. Generalmente esta clase de chozas no están habitadas por la noche. Logró penetrar a gatas en su interior. Estaba caliente, y además halló en ella una buena cama de paja. Se quedó por un momento tendido en aquel lecho, agotado. De pronto oyó un gruñido: alzó los ojos y vio que por la abertura de la choza asomaba la cabeza de un mastín enorme. ...

En la línea 179
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se arrastró fuera de la choza como pudo, no sin agrandar los desgarrones de su ropa. Salió de la ciudad, esperando encontrar algún árbol o alguna pila de heno que le diera abrigo. Pero hay momentos en que hasta la naturaleza parece hostil; volvió a la ciudad. Serían como las ocho de la noche. Como no conocía las calles, volvió a comenzar su paseo a la ventura. Cuando pasó por la plaza de la catedral, enseñó el puño a la iglesia en señal de amenaza. Destrozado por el cansancio, y no esperando ya nada se echó sobre un banco de piedra. Una anciana salía de la iglesia en aquel momento, y vio a aquel hombre tendido en la oscuridad. ...

En la línea 199
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena había oído referir ciertas cosas en distintos sitios. Se hablaba de un vagabundo de mala catadura; se decía que había llegado un hombre sospechoso, que debía estar en alguna parte de la ciudad, y que podían tener un mal encuentro los que aquella noche se olvidaran de recogerse temprano y de cerrar bien sus puertas. ...

En la línea 266
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Pero apenas hubo pronunciado estas palabras de paz, súbitamente, sin transición alguna, hizo un movimiento extraño, que hubiera helado de espanto a las dos santas mujeres si hubieran estado presente. Se volvió bruscamente hacia el anciano, cruzó los brazos, y fijando en él una mirada salvaje, exclamó con voz ronca: ...

En la línea 88
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una maldición de Perrault, el rotundo impacto de un garrote contra un cuerpo huesudo y un estridente gruñido de dolor anunciaron la instau ración de la algarabía. De pronto, el campamento fue un hervidero de furtivas siluetas peludas, entre cuarenta y sesenta huskies famélicos que habían olfateado el campamento desde alguna aldea india. Se habían infiltrado durante la pelea entre Buck y Spitz, y, cuando los dos hombres saltaron a la palestra provistos de gruesos garrotes, ellos les hicieron frente mostrando los dientes. El olor a comida los había enloquecido. Perrault descubrió a uno con la cabeza metida en la caja de las provisiones. Su garrote cayó pesadamente sobre el descarnado espinazo del animal y la caja quedó boca arriba en el suelo. Al instante hubo una veintena de bestias hambrientas disputándose el pan y el tocino. Los garrotazos no los disuadían. Aun entre alaridos y rugidos bajo la lluvia de golpes, lucharon como posesos hasta haber devorado la última migaja. ...

En la línea 114
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En la desembocadura del Tahkeena, una noche después de comer, Dub avistó un conejo-raqueta, calculó mal y se le escapó. Un segundo después, el equipo entero corría con ansia tras él. A pocas yardas de distancia había un campamento de la policía territorial, con cincuenta perros, todos ellos huskies que se incorporaron a la cacería. El conejo se alejó por el río a toda velocidad, lo abandonó para internarse en un pequeño afluente sobre cuyo lecho helado continuó corriendo a un ritmo constante. Corría ágilmente sobre la superficie nevada mientras los perros se abrían camino con dificultad empleándose a fondo. Buck iba a la cabeza de la jauría de sesenta canes, cogiendo curva tras curva, pero sin obtener ventaja alguna. Iba casi a ras del suelo, gimiendo de impaciencia, con el espléndido cuerpo adelantando, salto a salto, bajo la tenue y blanca luz de la luna. Y, palmo a palmo, como un blanquecino espectro glacial, el centelleante conejo se mantenía por delante. ...

En la línea 195
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Unos ciudadanos de buen corazón detuvieron a los perros y recogieron los bártulos desperdigados. Les dieron, además, sanos consejos. Reducir la carga a la mitad y duplicar el número de perros era la fórmula, si querían llegar alguna vez a Dawson. Hal, su hermana y su cuñado escucharon de mala gana, montaron la tienda y pasaron revista a sus posesiones. La aparición de alimentos enlatados provocó la risa entre los espectadores, ya que a nadie se le ocurriría llevar latas en la Larga Marcha. ...

En la línea 200
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Avanzada la mañana siguiente, Buck encabezó el largo tiro calle arriba. No había animación alguna en el grupo, ni brío o dinamismo en él y sus compañeros. Partían con un cansancio mortal. Cuatro veces había cubierto Buck el trayecto entre Salt Water y Dawson, y el saber que, harto y cansado, afrontaba una vez más el mismo camino, lo amargaba. Ni él ni ninguno de los demás perros se entregaba de corazón a la tarea. Los perros nuevos eran tímidos y estaban asustados, los veteranos no tenían confianza en sus amos. ...

En la línea 10
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aun pudiera curarme en salud, vindicándome anticipadamente de otro cargo que tal vez me dirija algún malhumorado censor. Hay quien cree que la novela debe probar, demostrar o corregir algo, presentando al final castigado el vicio y galardonada la virtud, ni más ni menos que en los cuentecicos para uso de la infancia. Exigencia es esta a que no están sujetos pintores, arquitectos ni escultores: que yo sepa, nadie puso tacha a Velázquez porque de sus Hilanderas o sus Niños bobos no resulte lección edificante alguna. Sólo al mísero escritor entregan férula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes. Yo de mí sé decir que en arte me enamora la enseñanza indirecta que emana de la hermosura, pero aborrezco las píldoras de moral rebozadas en una capa de oro literario. Entre el impudor frío y afectado de los escritores naturalistas y las homilías sentimentales de los autores que toman un púlpito en cada dedo y se van por esos trigos predicando, no escojo; me quedo sin ninguno. Podrá este mi criterio parecer a unos laxo, a otros en demasía estrecho: a mí me basta saber que, prácticamente, lo profesaron Cervantes, Goethe, Walter Scott, Dickens, los príncipes todos de la romancería. ...

En la línea 59
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Quiso el señor Joaquín, a su modo, educar bien a Lucía; y en efecto, hizo cuanto es posible para estropear la superior naturaleza de su hija, sin conseguirlo, tal era ella de buena. Impulsado, por una parte, por el deseo de dar a Lucía conocimientos que la realzasen, recelando, de otra, que se dijese por el pueblo en son de burla que el tío Joaquín aspiraba a una hija señorita, educola híbridamente, teniéndola como externa en un colegio, bajo la férula de una directora muy remilgada, que afirmaba saberlo todo. Allí enseñaron a Lucía a chapurrear algo el francés y a teclear un poco en el piano; ideas serias, perdone usted por Dios; conocimientos de la sociedad, cero; y como ciencia femenina -ciencia harto más complicada y vasta de lo que piensan los profanos-, alguna laborcica tediosa e inútil, amén de fea; cortes de zapatillas de pésimo gusto, pecheras de camisa bordadas, faltriqueras de abalorio… Felizmente el padre Urtazu sembró entre tanta tierra vana unos cuantos granitos de trigo, y la enseñanza religiosa y moral de Lucía fue, aunque sumaria, recta y sólida, cuanto eran fútiles sus estudios de colegio. Tenía el padre Urtazu más de moralista práctico que de ascético, y la niña tomó de él más documentos provechosos para la conducta, que doctrina para la devoción. De suerte que sin dejar de ser buena cristiana, no pasó a fervorosa. La completa placidez de su temperamento vedaba todo extremo de entusiasmo a su alma: algo había en aquella niña del reposo olímpico de las griegas deidades; ni lo terrenal ni lo divino agitaban la serena superficie del ánimo. Solía decir el padre Urtazu, adelantando el labio con su acostumbrado visaje: ...

En la línea 113
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Vio Lucía sin disgusto al cortés y afable Miranda, y reparó con pueril curiosidad el aseo de su persona, su calzado pulcro, sus níveos cuellos, los caprichosos dijes de su reloj y corbata: que toda mujer, compréndalo o no, se paga de exterioridades y menudencias por este estilo. Además, poseía Miranda -y la desplegó-, una ciencia que llamar pudiéramos la de agradar por diversión. Traía a la niña diariamente alguna baratija, para ella desconocida hasta entonces, ya un cromo, ya una fotografía, ya lindas flores, ya números de periódicos ilustrados, ya novelas de Fernán Caballero o de Alarcón; y las graciosas chucherías que por las puertas de la anticuada casa se entraban, como partículas de la vida moderna, eran otras tantas bocas encomiadoras del dadivoso. Acertó éste a ponerse al nivel de conversación de Lucía, y mostrose muy enterado de cosas femeniles, infantiles dijera mejor; y llegó el caso de que la niña le consultase acerca de su peinado, de sus trajes, y Miranda muy serio le dispusiese bajar o subir dos centímetros el talle o el moño. Tales incidentes variaban un poco los iguales días de la doncellita leonesa, prestando atractivo al trato de su disimulado pretendiente. ...

En la línea 167
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Seguía corriendo el tren, y la desposada no lloraba ya. Apenas se advertían en su rostro huellas de llanto, ni sus párpados estaban enrojecidos. Así acontece con las lágrimas que vertemos por las primeras penillas de la vida: llanto sin amargura, rocío leve, que antes refresca que abrasa. Comenzaban a entretenerla las estaciones y la gente que se asomaba curiosa a la portezuela, escudriñando el interior del departamento. Llovía preguntas sobre Miranda, el cual daba pormenores de todo, esmerándose en divertirla, y entreverando con las explicaciones alguna terneza, que la niña escuchaba sin turbarse, pareciéndole naturalísimo que el esposo mostrase afecto a la esposa, sin que el más leve oscilar de su corpiño delatara la dulce confusión que el amor despierta. Hallábase ya en su centro Miranda, habiendo cesado los lloros y reaparecido el buen humor y el temple normal del ánimo. Satisfecho de tal resultado, hasta bendecía interiormente a una de sus causas, una vejezuela que con enorme banasta al brazo se coló en el departamento algunas estaciones antes de Palencia, y cuya grotesca facha ayudó a llamar la sonrisa a los labios de Lucía. ...

En la línea 532
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Ningún incidente ocurrió aquella noche. Algunos rugidos de lobos, tigres y de panteras perturbaron alguna vez el silencio, mezclados con los agudos chillidos de los monos. Pero los carnívoros se contentaron con gritar y no hicieron ninguna demostración hostil contra los huéspedes del 'bungalow'. ...

En la línea 659
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sir Francis Cromarty, que conocía los efectos de la embriaguez, producida por la inhalación de los vapores del cáñamo, no abrigaba inquietud alguna. ...

En la línea 717
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg se contentó con responder que eso no era posible. ¡Perseguido por ese asunto del 'sutty'! ¡Inadmisible! ¿Cómo se habían de atrever a presentarse los que se querellasen? Había sin duda alguna equivocación. Mister Fogg añadió que, en todo caso, no abandonaría a la joven y la conduciría a Hong Kong. ...

En la línea 797
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En efecto, Hong Kong era todavía tierra inglesa, pero la última. Más allá, la China, el Japón, la América ofrecían un refugio casi seguro a mister Fogg. En Hong Kong, si llegaba por fin el mandamiento de prisión, Fix prendería a Fogg, y lo entregaría a la policía local. No había dificultad; pero más allá de HongKong, no bastaría ya un simple mandamiento de prisión, sino que sería necesaria un acta de extradición. De aquí resultarían tardanzas, lentitudes y obstáculos de toda naturaleza,- que el ladrón aprovecharía para escaparse definitivamente. Si la operación no se podía verificar en Hong Kong, sería, si no imposible, mucho más difícil poderla efectuar con alguna probabilidad de éxito. ...

Más información sobre la palabra Alguna en internet

Alguna en la RAE.
Alguna en Word Reference.
Alguna en la wikipedia.
Sinonimos de Alguna.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Alguna

Cómo se escribe alguna o halguna?
Cómo se escribe alguna o aljuna?

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a alguna

La palabra viese
La palabra nuevos
La palabra terminado
La palabra presintiendo
La palabra hostiles
La palabra miradas
La palabra cerraban

Webs Amigas:

VPO en Palencia . Ciclos Fp de Automoción en Cadiz . Becas de Galicia . - Hotel Ipanema beach en Mallorca