La palabra Adivinar ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras. 
				 La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
 La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
 Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
 La Biblia en España de Tomás Borrow y  Manuel Azaña
 El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
 La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
 A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
 El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
 Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
 Grandes Esperanzas de Charles Dickens
 Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
 El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
				Por tanto puede ser considerada correcta en Español. 
				Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece adivinar.
				
					 Estadisticas de la palabra  adivinar
				 Adivinar es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el  puesto 9910 según la RAE. 
			 Adivinar aparece de media 7.86 veces  en cada libro en castellano. 
 
			Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la adivinar en las obras de referencia de la RAE  contandose 1195 apariciones .
					 Más información sobre la palabra Adivinar en internet
								 Adivinar en la RAE. 
								 Adivinar en Word Reference. 
								
								 Adivinar en la wikipedia.  
								
								 Sinonimos de Adivinar. 
  
								
								
								 
  la Ortografía es divertida  
 
								 							  
							    
  El Español es una gran familia 
  							  
							                                     
				Algunas Frases de libros en las que aparece adivinar
				La palabra adivinar puede ser considerada correcta por su aparición en estas  obras maestras de la literatura. 
							  En la línea 1611
   del libro  La Barraca
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Creyó Batiste oír gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo a Pimentó, el cual quería salir para dar respuesta a sus insultos. ... 
 
 
							  En la línea 981
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Las muchachas, repentinamente ariscas, como si les amagase algún peligro, se hacían atrás, negándose a aceptar el convite. Ya habían cenado, ¡muchas gracias! Pero poco después reían, cuchicheando satisfechas, al ver el mal gesto que ponían ciertas compañeras al no ser designadas por el amo o sus acompañantes. La tía _Alcaparrona_ las reñía por su timidez:  --¿Por qué no queréis dir? Andad, payas, y si no tenéis gana de jartaros de cosas buenas, tomad algo de lo que el señó os dé. ¡Pues, poquitas veces que me orsequió a mí el señó marqués, el papá de este sol resplandesiente que aquí está!  Y decía esto señalando a la _Marquesita_, que examinaba a algunas de aquellas jóvenes, como si quisiera adivinar su hermosura debajo de las ropas astrosas. ... 
 
 
							  En la línea 1424
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... --Está bien--dijo Fermín bromeando, al adivinar que se trataba de penas de enamorado.--Pero como yo he de comer, ¡criatura triste! nos iremos a casa del _Montañés_ y allí desembucharás todas esas penillas que te ahogan, mientras yo hago por la vida. ... 
 
 
							  En la línea 1498
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Fermín miraba a todos lados, buscando con los ojos a su hermana. Por fin salió de la casa María de la Luz, sonriendo a su Fermín, acogiendo su visita con exclamaciones de alegre sorpresa. El muchacho la miró con atención. ¡Nada! De no hablarle Rafael, no hubiera podido adivinar aquellas tristezas que habían cortado sus amores. ... 
 
 
							  En la línea 1499
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Transcurrió más de una hora sin que pudiese hablar a solas con su hermana. En las miradas fijas de Fermín parecía adivinar la moza algo de sus pensamientos. Procuraba mostrarse impasible, pero su rostro, tan pronto palidecía con la transparencia de la cera, como se arrebolaba con una oleada de sangre. ... 
 
 
							  En la línea 2323
   del libro  Los tres mosqueteros
 del afamado autor Alejandro Dumas
  ... A primera vista, nada denotaba, pues, al cardenal y era imposible a quienes no conocían su rostro adivinar ante quién se encontraban. ... 
 
 
							  En la línea 2816
   del libro  Los tres mosqueteros
 del afamado autor Alejandro Dumas
  ... -¿Habéis oído, señora? - dijo el rey, que gozaba con aquel em barazo en toda su extensión, pero sin adivinar la causa-. ... 
 
 
							  En la línea 5635
   del libro  Los tres mosqueteros
 del afamado autor Alejandro Dumas
  ... La conversación transcurría en inglés, lengua que D'Artagnan no comprendía; pero por el acento el joven creyó adivinar que la bella in glesa estaba encolerizada; terminó con un gesto que no dejó lugar a dudas sobre la naturaleza de aquella conversación: un golpe de abani co aplicado con tal fuerza que el pequeño adorno femenino voló en mil pedazos. ... 
 
 
							  En la línea 5752
   del libro  Los tres mosqueteros
 del afamado autor Alejandro Dumas
  ... -¡Diantre, el papel que juega! No es difícil de adivinar después de todo cuanto me habéis dicho. ... 
 
 
							  En la línea 1503
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... ANTONIO.—Hermano, no puedo adivinar asuntos que te traen a esta tierra. ... 
 
 
							  En la línea 1576
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Mi amo no podía adivinar el motivo, hasta que oyó unos gruñidos entre las matas; disparó la escopeta y espantó a los lobos, que salieron huyendo; pero me ha dicho que al caballo aún no se le ha pasado el susto. ... 
 
 
							  En la línea 2103
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... No dejé, con todo, de sentir profunda sorpresa, pues como las dos veces que había cruzado por allí en barco de vapor, había visto el cuidado con que los capitanes se mantenían lejos de la costa, no pude adivinar la razón de aproximarnos tanto a una zona peligrosísima. ... 
 
 
							  En la línea 2143
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Contesté que no podía aventurarme a adivinar los planes de aquellos Gobiernos en tales circunstancias; pero que, en mi opinión, no sería malo que los españoles se esforzasen algo más por su parte y llamasen menos a Júpiter en su ayuda. ... 
 
 
							  En la línea 5328
   del libro  El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
 del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
  ... -¡Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me ha sacado de una gran duda, y que me la ha declarado por lindos términos! ¡Cuerpo de mí! ¿Tan encubierta estaba la causa de mi dolor que ha sido menester decirme que me duele todo todo aquello que alcanzó el palo? Si me dolieran los tobillos, aún pudiera ser que se anduviera adivinando el porqué me dolían, pero dolerme lo que me molieron no es mucho adivinar. ... 
 
 
							  En la línea 1137
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... Don Víctor observó que la muchacha no había reparado el desorden de su traje, que no era traje, pues se componía de la camisa, un pañuelo de lana, corto, echado sobre los hombros y una falda que, mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la doncella, dado que fueran encantos, que don Víctor no entraba en tales averiguaciones, por más que sin querer aventuró, para sus adentros, la hipótesis de que las carnes debían de ser muy blancas, toda vez que la chica era rubia azafranada. ... 
 
 
							  En la línea 1278
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... Aquel mismo don Álvaro que tenía fama de atreverse a todo y conseguirlo todo, la quería, la adoraba sin duda alguna, estaba segura; más de dos años hacía que ella lo había conocido, pero él no había hablado más que con los ojos, donde Ana fingía no adivinar una pasión que era un crimen. ... 
 
 
							  En la línea 5730
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... Visitación se complacía en adivinar la cólera del Provisor y le abrumaba a chistes, y le mareaba con aquel atolondramiento que a él se le ponía en la boca del estómago. ... 
 
 
							  En la línea 8596
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... Más trabajo le costó adivinar cómo podía haber llegado Ana a pensar en Dios, a sentir tierna y profunda piedad con motivo de don Juan Tenorio. ... 
 
 
							  En la línea 66
   del libro  A los pies de Vénus
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Así se explicaba Borja las ojeadas invitadoras, las frases de doble sentido de algunas amigas íntimas de Rosaura al hablar a solas con él. Le tenían, sin duda, por el gígolo de la viuda de Pineda. Tal vez presentían en su persona una misteriosa y tentadora potencialidad de amor, ya que una dama tan elegante y buscada le permanecía fiel, después de un año de relaciones… Y esta sospecha, que dejaba adivinar los menos prudentes, le indignó al principio, acabando por hacerle sonreír con amarga conformidad. ... 
 
 
							  En la línea 850
   del libro  A los pies de Vénus
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Boccaccio, embajador de Ferrara, el único que supo adivinar la elección de Alejandro, se hizo gran amigo de César, describiéndolo como un príncipe laico, elegante y mundano, a pesar de su nombramiento de arzobispo de Valencia y su próxima elevación al cardenalato. Lo veía unas veces vestido de seda; otras, luciendo rico traje de caza, siempre con la espada al costado, y apenas si un pequeño redondel abierto en su cabellera recordaba la tonsura eclesiástica. Elogió su humor sereno, su alegría continua, así como cierta modestia en la conversación, que le hacía muy preferible a su hermano Juan, el duque de Gandía. ... 
 
 
							  En la línea 1129
   del libro  A los pies de Vénus
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Acompañó silenciosamente a Borja hasta la meseta final de su majestuosa escalinata, oprimiéndole siempre una mano y sin decir palabra. Creyó el joven adivinar sus pensamientos. El diplomático abominaba de su franqueza escandalosa; el escritor la creía admirable. ... 
 
 
							  En la línea 1476
   del libro  A los pies de Vénus
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Figuraba en su corte ambulante un ciudadano de Florencia llamado Nicolás Maquiavelo. La República florentina, justamente alarmada por los progresos de César, había encargado al más sutil de sus diplomáticos que le siguiese de cerca a fin de adivinar sus! intenciones. El duque, tan diplomático como él, adivinaba esta hipócrita vigilancia, comunicándole únicamente aquello que le convenía decir. De todos modos, Maquiavelo se mostraba cada vez más convencido de que este conquistador de veinticuatro años acabaría por adueñarse de Florencia y demás estados inmediatos, creando una Italia única y compacta bajo el protectorado de los pontífices. ... 
 
 
							  En la línea 160
   del libro  El paraíso de las mujeres
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... También he registrado hasta hace unos momentos el enorme navío que le trajo a nuestras costas. He examinado todo lo que hay en el; he traducido los rótulos de las grandes torres de hoja de lata cerradas por todos lados, que, según revela su etiqueta, guardan conservas animales y vegetales. Los encargados de hacer el inventario han podido adivinar que era usted un gentleman porque tiene la piel fina y limpia, aunque para nosotros siempre resulta horrible por sus manchas de diversos colores y los profundos agujeros de sus poros. Pero este detalle, para un sabio, carece de importancia. También han conocido que es usted un gentleman porque no tiene las manos callosas y porque su olor a humanidad es menos fuerte que el de los otros Hombres-Montañas que nos visitaron, los cuales hacían irrespirable el aire por allí donde pasaban. Usted debe bañarse todos los días, ¿no es cierto, gentleman?… Además, el pedazo de tela blanca, grande como una alfombra de salón, que lleva usted sobre el pecho, junto con el reloj, ha impregnado el ambiente de un olor de jardín. ... 
 
 
							  En la línea 238
   del libro  El paraíso de las mujeres
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Ahora pudo ver bien a sus tripulantes: cuatro jóvenes rubias, esbeltas y de aire amuchachado. Gillespie hasta les encontró cierta semejanza con miss Margaret Haynes cuando jugaba al tenis. Estas amazonas del espacio le saludaron con palabras ininteligibles, enviándole besos. El sonrió, y al oír las carcajadas de ellas pudo adivinar que su sonrisa debía parecerles horriblemente grotesca. Estos seres pequeños veían todo lo suyo ridículamente agrandado. ... 
 
 
							  En la línea 290
   del libro  El paraíso de las mujeres
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Su galantería de mujer bien educada le obligó a permanecer de pie, para no privar de asiento a los seres débiles y masculinos de larga túnica y amplio manto que habían venido a presenciar la fiesta. La gloria del profesor iba acompañada de una nueva visión de la existencia. Nunca le había parecido la vida tan hermosa y atrayente. Todas aquellas matronas de barba canosa y brazos algo velludos, graves y señoriles, con la majestad de la madre de familia, no podían conocerle por la razón de que él había rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida social. Nadie podía adivinar en su persona al célebre profesor Flimnap, tan alabado por todos los periódicos. Después hizo memoria de que en la misma mañana los diarios más importantes habían publicado su retrato, y procuro ocultar el rostro cada vez que un hombre se echaba atrás el velo para mirarle con vaga curiosidad. ... 
 
 
							  En la línea 373
   del libro  El paraíso de las mujeres
 del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
  ... Vivía en una aparente libertad. Todos los pigmeos instalados en la Galería para su servicio procuraban evitarle molestias, y hasta pretendían adivinar sus deseos cuando estaba ausente el traductor. Pero le bastaba ir mas allá de la puerta para convencerse de que solo era un prisionero. Día y noche permanecían inmóviles en el espacio, sobre la vivienda del gigante, dos máquinas voladoras, que se relevaban en este servicio de monótona vigilancia. ... 
 
 
							  En la línea 2157
   del libro  Veinte mil leguas de viaje submarino
 del afamado autor Julio Verne
  ... Al día siguiente, 14 de febrero, decidí emplear algunas horas en estudiar los peces del archipiélago, pero por un motivo desconocido las portillas permanecieron herméticamente cerradas. Por la dirección del Nautilus observé que marchaba hacia Candía, la antigua isla de Creta. En el momento en que embarqué abordo del Abraham Lincoln, la población de la isla acababa de sublevarse contra el despotismo turco. Ignoraba absolutamente lo que hubiera acontecido con esa insurrección, y no era el capitán Nemo, privado de toda comunicación con tierra firme, quien hubiera podido informarme. No hice, pues, ninguna alusión a tal acontecimiento cuando, por la tarde, me hallé a solas con él en el salón. Por otra parte, me pareció taciturno y preocupado. Luego, contrariamente a sus costumbres, ordenó abrir las dos portillas del salón y yendo de una a otra observó atentamente el mar. ¿Con qué fin? Era algo que no podía yo adivinar, y por mi parte me puse a observar los peces que pasaban ante mis ojos. ... 
 
 
							  En la línea 2523
   del libro  Veinte mil leguas de viaje submarino
 del afamado autor Julio Verne
  ... Miré fijamente a Ned Land, cuyas intenciones eran fáciles de adivinar. ... 
 
 
							  En la línea 776
   del libro  Grandes Esperanzas
 del afamado autor Charles Dickens
  ... Era un hombre corpulento, muy moreno, dotado de una cabeza enorme y de una mano que correspondía al tamaño de aquélla. Me cogió la barbilla con su manaza y me hizo levantar la cabeza para mirarme a la luz de la bujía. Estaba prematuramente calvo en la parte superior de la cabeza y tenía las cejas negras, muy pobladas, cuyos pelos estaban erizados como los de un cepillo. Los ojos estaban muy hundidos en la cara y su expresión era aguda de un modo desagradable, y recelosa. Llevaba una enorme cadena de reloj, y se advertía que hubiese tenido una espesa barba, en el caso de que se la hubiese dejado crecer. Aquel hombre no representaba nada para mí, y no podía adivinar que jamás pudiera importarme, y, así, aproveché la oportunidad de examinarle a mis anchas. ... 
 
 
							  En la línea 1122
   del libro  Grandes Esperanzas
 del afamado autor Charles Dickens
  ... El primer triunfo de Biddy en su nuevo cargo fue el resolver una dificultad que a mí me había vencido por completo, a pesar de los esfuerzos que hice por evitarlo. Era lo siguiente: 59 Repetidas veces, mi hermana trazó en la pizarra una letra que parecía una «T» muy curiosa, y luego, con la mayor vehemencia, nos llamaba la atención como si, al dibujar aquella letra, deseara una cosa determinada. En vano traté de adivinar qué podría significar aquella letra, y mencioné los nombres de cuantas cosas empezaban por «T». Por fin imaginé que ello podía significar algo semejante a un martillo. Por consiguiente, pronuncié la palabra al oído de mi hermana, y ella empezó a golpear la mesa, como para expresar su asentimiento. En vista de eso, le presenté todos nuestros martillos, uno tras otro, pero sin éxito. Luego pensé en una muleta, puesto que su forma tenía cierta semejanza, y pedí prestada una en el pueblo para mostrársela a mi hermana, lleno de confianza. Pero al verla movió la cabeza negativamente y con tal energía que llegamos a temer, dado su precario estado, que llegase a dislocarse el cuello. En cuanto mi hermana advirtió que Biddy la comprendía rápidamente, apareció otra vez aquel signo en la pizarra. Biddy miró muy pensativa, oyó mis explicaciones, miró a mi hermana y luego a Joe, quien siempre era representado en la pizarra por la inicial de su nombre, y corrió a la fragua seguida por Joe y por mí. - ¡Naturalmente! - exclamó Biddy, triunfante -. ¿No lo han comprendido ustedes? ¡Es é1! Orlick, sin duda alguna. Mi hermana había perdido su nombre y sólo podía representarlo por medio del martillo. Le explicamos nuestro deseo de que fuese a la cocina, y él, lentamente, dejó a un lado el martillo, se secó la frente con la manga, se la secó luego con el delantal y echó a andar encorvado y con las rodillas algo dobladas, cosa que le caracterizaba sobremanera. ... 
 
 
							  En la línea 1457
   del libro  Grandes Esperanzas
 del afamado autor Charles Dickens
  ... Me senté en la silla destinada a los clientes y situada enfrente del sillón del señor Jaggers, y me quedé fascinado por la triste atmósfera del lugar. Me pareció entonces que el pasante tenía, como el señor Jaggers, el aspecto de estar enterado de algo desagradable acerca de cuantas personas veía. Traté de adivinar cuántos empleados habría, además, en el piso superior, y si éstos pretenderían poseer el mismo don en perjuicio de sus semejantes. Habría sido muy curioso conocer la historia de todos los objetos en desorden que había en la estancia y cómo llegaron a ella; también me pregunté si los dos rostros hinchados serían de individuos de la familia del señor Jaggers y si era tan desgraciado como para tener a un par de parientes de tan mal aspecto; por qué los había colgado allí para morada de las moscas y de los escarabajos, en vez de llevárselos a su casa e instalarlos allí. Naturalmente, yo no tenía experiencia alguna acerca de un día de verano en Londres, y tal vez mi ánimo estaba deprimido por el aire cálido y enrarecido y por el polvo y la arena que lo cubrían todo. Pero permanecí pensativo y preguntándome muchas cosas en el despacho del señor Jaggers, hasta que ya me fue imposible soportar por más tiempo las dos mascarillas colgadas encima del sillón y, levantándome, salí. ... 
 
 
							  En la línea 1868
   del libro  Grandes Esperanzas
 del afamado autor Charles Dickens
  ... Y es imposible adivinar lo que podría hacer si quisiera vengarse. ... 
 
 
							  En la línea 4154
   del libro  Crimen y castigo
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... El rostro de Raskolnikof aparecía cada vez más sombrío. Porfirio pareció adivinar los pensamientos que lo agitaban. ... 
 
 
							  En la línea 761
   del libro  El jugador
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... Todas estas consideraciones vinieron a mi mente cuando entré en mi pequeña habitación en el último piso, después de haberme despedido de la abuela. Todo esto me preocupaba mucho, y aunque pudiese adivinar desde aquel momento los principales hilos que tramaban ante mis ojos los actores, no conocía yo, sin embargo, todos los secretos del juego. Paulina no me había testimoniado jamás una confianza completa. Algunas veces, como contra su voluntad, me había abierto su corazón; sin embargo, notaba que, a menudo, y casi siempre después de las confidencias, procuraba ridiculizar todo lo que había dicho o deliberadamente le daba un falso aspecto. ¡Disimulaba tantas cosas! En todo caso, presentía que se aproximaba el final de todo este lío. Otro empujón… y todo quedaría aclarado y resuelto. ... 
 
 							  
							    Errores Ortográficos típicos con la palabra Adivinar  
									
				 
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					 Cómo se escribe adivinar o adivinarr?
  
					 Cómo se escribe adivinar o adibinar?
 
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