Cual es errónea Siete o Ziete?
La palabra correcta es Siete. Sin Embargo Ziete se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino ziete es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra siete
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Sinonimos de Siete.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Siete
Cómo se escribe siete o ciete?
Cómo se escribe siete o ziete?
Algunas Frases de libros en las que aparece siete
La palabra siete puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 667
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Toda la huerta que tenía agravios que vengar estaba allí, gesticulante y ceñuda, hablando de sus derechos, impaciente por soltar ante los síndicos o jueces de las siete acequias el interminable rosario de sus quejas. ...
En la línea 682
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Un vejete seco, encorvado, cuyas manos rojas y cubiertas de escamas temblaban al apoyarse en el grueso cayado, era Cuart de Faitanar; el otro, grueso y majestuoso, con ojillos que apenas sí se veían bajo los dos puñados de pelo blanco de sus cejas, era Mislata; poco después llegaba Rascaña, un mocetón de planchada blusa y redonda cabeza de lego; y tras ellos iban presentándose los demás, hasta siete: Favar, Robella, Tormos y Mestalla. ...
En la línea 684
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los siete jueces se saludaron como gente que no se ha visto en una semana. ...
En la línea 688
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentáronse los siete jueces en el viejo sofá; corrió de todos los lados de la plaza la gente huertana para aglomerarse en torno de la verja, estrujando sus cuerpos sudorosos, que olían a paja y lana burda, y el alguacil se colocó, rígido y majestuoso, junto al mástil, rematado por un gancho de bronce, símbolo de la acuática justicia. ...
En la línea 1083
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Venid, pues, tan pronto como queráis, a las siete; pero ¡ay de vos si vuestros mosqueteros son culpables!-Si mis mosqueteros son culpables, Sire, los culpables serán pues tos en manos de Vuestra Majestad, que ordenará de ellos lo que le plaz ca. ...
En la línea 1114
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Entre vosotros cuatro, ¡siete guar dias de Su Eminencia puestos fuera de combate en dos días! Es dema siado, señores, es demasiado. ...
En la línea 1116
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Uno por casualidád, no digo que no; pero siete en dos días, lo repito, es demasiado, es muchísimo. ...
En la línea 2320
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aunque aquel hombr e tuviera de treinta y seis a treinta y siete años apenas, pelo, mostacho y perilla iban agrisándose. ...
En la línea 344
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aludo al estupendo acueducto cuyos arcos principales cruzan el valle al Noreste de Lisboa y vierte un arroyuelo de agua fría y deliciosa en una cisterna de piedra dentro del hermoso edificio llamado Madre de las aguas, desde donde se abastece toda Lisboa de linfa cristalina, aunque el manantial está a siete leguas de allí. ...
En la línea 440
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A eso de las siete de la tarde atracamos en Aldea Gallega, tiritando de frío, y en un estado lamentable. ...
En la línea 737
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A la mañana siguiente me levanté a las siete, y hallé que la familia de Estremoz se había puesto en camino unas horas antes. ...
En la línea 977
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Qué memoria queda de las razas druídicas? ¡Hela aquí, en ese rimero de piedra eterna! Llegamos a Arroyolos a cosa de las siete de la noche. ...
En la línea 882
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. ...
En la línea 1051
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y, sin averiguar otra cosa, se fueron. ...
En la línea 1464
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y no me repliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro, especialmente déste, que parece que lleva algún es no es de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo, no solamente a la Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux, y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo. ...
En la línea 1768
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, hablando entre sí mesmo, decía: -Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿qué maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro. ...
En la línea 69
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 8 de abril.- Nuestra caravana se compone de siete personas; hace un calor horrible; la tranquilidad más completa reina en medio de los bosques; apenas vuelan con pereza acá y allá algunas magníficas mariposas. ¡Qué admirable vista al atravesar las colinas situadas detrás de PraiaGrande! ¡Qué espléndidos colores, qué hermosísimo tinte azul oscuro! ¡Cómo parecen disputar entre sí el cielo y las tranquilas aguas de la bahía, acerca de quién eclipsará a quién en magnificencia! Después de haber atravesado un distrito cultivado, penetramos en un bosque cuyas partes todas son admirable, y a mediodía llegamos a lthacaia ...
En la línea 278
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... hasta siete leones que rondaban en derredor de su vivac; y, como me ha hecho notarlo este sabio naturalista, todos los días debe de haber una terrible carnicería en el África meridional. Confieso que me pregunto a mí mismo, sin poder hallar solución al problema, cómo tan gran número de animales pueden encontrar de qué alimentarse en un país que produce tan pocos alimentos. Sin duda, los grandes cuadrúpedos recorren cada día enormes distancias para buscar comida, y se alimentan, principalmente, de plantas poco elevadas, que en pequeño volumen contienen muchos principios nutritivos. El doctor Smith me advierte también que la vegetación es muy rápida y que en cuanto queda despojado de ella un sitio, inmediatamente se vuelve a cubrir de plantas nuevas. Pero tampoco cabe duda de que nos hemos formado ideas muy exageradas acerca de la cantidad de alimentos necesaria para la nutrición de esos grandes cuadrúpedos; hubiera debido recordarse que el camello, animal también muy grande, ha sido siempre considerado como el emblema del desierto. ...
En la línea 374
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 15 de septiembre.- Partimos temprano. Bien pronto pasamos junto a las ruinas de la posta cuyos cinco soldados fueron muertos por los indios; el jefe recibió 18 heridas de chuzo. A la mitad de la jornada, después de galopar muchísimo tiempo, llegamos a la quinta posta. Lo difícil de proporcionarnos caballos nos obliga a pasar allí la noche. Ese punto es el más expuesto de toda la línea, por lo cual hay en él 21 soldados. A la puesta del sol regresan de cacería, trayendo siete ciervos, tres avestruces, varios armadillos y gran número de perdices. Cuando se recorre la llanura, es costumbre prender fuego a las hierbas: eso han hecho hoy los soldados, por lo cual vemos de noche magníficas conflagraciones y el horizonte se ilumina por todas partes. ...
En la línea 378
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 16 de septiembre.- Llegamos a la séptima posta, situada al pie de la sierra Tapalguen. Hemos atravesado un país absolutamente llano; el suelo, blando y turboso, está cubierto de ásperas hierbas. La choza está muy limpia y es muy habitable; los postes y las vigas consisten en una docena de tallos de cardo silvestre, atados con tiras de cuero; esos pies derechos, que parecen columnas jónicas, sostienen la techumbre y los costados, cubiertos de cañas a manera de bálago. Aquí me refieren un hecho que no hubiera podido creer si no hubiese sido en parte testigo presencial de él. Durante la noche anterior, un granizo tan gordo como manzanitas y en extremo duro, había caído con tal violencia, que causó la muerte a un gran número de animales salvajes. Uno de los soldados encontró trece cadáveres de ciervos (Cervus campestris), y me enseñaron la piel aún fresca de éstos; minutos después de mi llegada, otro soldado trajo siete más. ...
En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...
En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...
En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...
En la línea 29
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. ...
En la línea 545
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... , y pronunció los nombres de seis o siete soberanos con variantes en las vocales, en sentir del lugareño, que siguiendo corrupciones vulgares, decía ue en vez de oi y otros adefesios. ...
En la línea 805
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era grande, construida siglos después que las otras capillas, en el diez y siete. ...
En la línea 1660
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La señorita doña Anunciación Ozores había llegado a los cuarenta y siete años sin salir de la provincia de Vetusta. ...
En la línea 4115
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hay estudiante que se acuesta satisfecho con media docena de miradas recogidas acá y allá, en sus idas y venidas por el Espolón o por la calle del Comercio; y niña casadera que tiene para ocho días con una flor amorosa que fingió desdeñar por impertinente y que saborea a sus solas, mientras borda unas zapatillas durante siete días mortales, detrás del cristal que azota la lluvia incansable. ...
En la línea 180
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Pío II—continuó don Baltasar—, al que tú llamas algunas veces el Papa novelista, cuando hizo su entrada en Ferrara en mil cuatrocientos cincuenta y nueve, fue recibido por siete príncipes reinantes en Italia, y ni uno solo de ellos era hijo legitimo. Nadie se indignaba ante las irregularidades de los señores laicos y- eclesiásticos. La gente reía de las concupiscencias de los grandes personajes de la Iglesia, pero sin considerar un crimen su lubricidad, ya que de un extremo a otro de Italia reinaba un libertinaje tranquilo que nos es imposible concebir en los tiempos actuales. ...
En la línea 262
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De existir el elocuente y hábil Porcaro en marzo de 1455, la reunión del conclave para elegir nuevo Pontífice habría sido la señal de una gran revolución popular. Las dos facciones aristocráticas, representadas por las familias de los Colonnas y los Orsinis, siempre en pelea por el gobierno de la ciudad, iban a guerrear dentro del conclave para obtener la tiara. Un cardenal Colonna y un cardenal Orsini, deseosos cada uno de ser Papa, buscaron alianzas por medio de la intriga y el dinero. De los quince cardenales electores, siete eran italianos, dos franceses, dos griegos y cuatro españoles: Torquemada. Lacerda, Carvajal y Borja. ...
En la línea 267
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Transcurrió el tiempo, se hicieron muchas votaciones inútiles, el pueblo se impacientaba, y al fin, los dos partidos dieron su lucha para otra elección, acordando proclamar a uno de los cardenales más ancianos amigo del poderoso rey de Nápoles y al que le quedaban pocos meses de vida. De esta suerte fue elegido inesperadamente Alfonso de Borja, a la edad de sesenta y siete años, tomando el nombre de Calixto III. ...
En la línea 295
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sólo un español podía mostrar este ardor antimahometano. Las naciones del centro de Europa ya no se acordaban de las Cruzadas. Además, éstas sólo habían sido un episodio de «ni historia mientras en España la guerra contra los musulmanes se prolongaba siete siglos. Todavía en aquellos momentos poseían los moros el floreciente reino de Granada, representando un peligro nacional. ...
En la línea 79
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquella gran mujer, Isabel Cordero de Arnaiz, dotada de todas las agudezas del traficante y de todas las triquiñuelas económicas del ama de gobierno, fue agraciada además por el Cielo con una fecundidad prodigiosa. En 1845, cuando nació Juanito, ya había tenido ella cinco, y siguió pariendo con la puntualidad de los vegetales que dan fruto cada año. Sobre aquellos cinco hay que apuntar doce más en la cuenta; total, diez y siete partos, que recordaba asociándolos a fechas célebres del reinado de Isabel II. «Mi primer hijo—decía—nació cuando vino la tropa carlista hasta las tapias de Madrid. Mi Jacinta nació cuando se casó la Reina, con pocos días de diferencia. Mi Isabelita vino al mundo el día mismo en que el cura Merino le pegó la puñalada a Su Majestad, y tuve a Rupertito el día de San Juan del 58, el mismo día que se inauguró la traída de aguas». ...
En la línea 80
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al ver la estrecha casa, se daba uno a pensar que la ley de impenetrabilidad de los cuerpos fue el pretexto que tomó la muerte para mermar aquel bíblico rebaño. Si los diez y siete chiquillos hubieran vivido, habría sido preciso ponerlos en los balcones como los tiestos, o colgados en jaulas de machos de perdiz. El garrotillo y la escarlatina fueron entresacando aquella mies apretada, y en 1870 no quedaban ya más que nueve. Los dos primeros volaron a poco de nacidos. De tiempo en tiempo se moría uno, ya crecidito, y se aclaraban las filas. En no sé qué año, se murieron tres con intervalo de cuatro meses. Los que rebasaron de los diez años, se iban criando regularmente. ...
En la línea 81
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... He dicho que eran nueve. Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echábalo a broma, confiando en la buena mano que tenía su mujer para todo. «Verán—decía—, cómo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera». Pero la fecunda esposa no las tenía todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema económico. Cuando hablaba de esto con su cuñada Barbarita, lamentábase de parir hembras como de una responsabilidad. Durante su campaña prolífica, desde el 38 al 60, acontecía que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntárselo, y lo daba por hecho. «Ahora—le decía—, vas a tener un muchacho». Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, respondía: «Varón o hembra, estos regalos debieran ser para ti. A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». ...
En la línea 81
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... He dicho que eran nueve. Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echábalo a broma, confiando en la buena mano que tenía su mujer para todo. «Verán—decía—, cómo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera». Pero la fecunda esposa no las tenía todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema económico. Cuando hablaba de esto con su cuñada Barbarita, lamentábase de parir hembras como de una responsabilidad. Durante su campaña prolífica, desde el 38 al 60, acontecía que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntárselo, y lo daba por hecho. «Ahora—le decía—, vas a tener un muchacho». Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, respondía: «Varón o hembra, estos regalos debieran ser para ti. A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». ...
En la línea 458
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dijo mi padre que tres años de destierro de mi casa y de Inglaterra podrían hacer de mí un soldado y un hombre, y enseñarme un algo de prudencia. Hice largas pruebas en las guerras continentales, en que supe en demasía lo que eran golpes, duras privaciones y aventuras, pero en la última batalla me tomaron prisionero, y en los siete años que han transcurrido desde entonces me he visto encerrado en un calabozo en tierra extraña. A fuerza de ingenio y de valor conseguí por fin verme libre, y huí hacia aqui en seguida; y ahora acabo de llegar y me encuentro pobre de dineros y ropa, y más pobre todavía en conocimientos de lo que en estos siete tristísimos años ha acontecido en Hendon Hall y a su gente. Y con esto mi pobre historia queda referida a Vuestra Majestad. ...
En la línea 458
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dijo mi padre que tres años de destierro de mi casa y de Inglaterra podrían hacer de mí un soldado y un hombre, y enseñarme un algo de prudencia. Hice largas pruebas en las guerras continentales, en que supe en demasía lo que eran golpes, duras privaciones y aventuras, pero en la última batalla me tomaron prisionero, y en los siete años que han transcurrido desde entonces me he visto encerrado en un calabozo en tierra extraña. A fuerza de ingenio y de valor conseguí por fin verme libre, y huí hacia aqui en seguida; y ahora acabo de llegar y me encuentro pobre de dineros y ropa, y más pobre todavía en conocimientos de lo que en estos siete tristísimos años ha acontecido en Hendon Hall y a su gente. Y con esto mi pobre historia queda referida a Vuestra Majestad. ...
En la línea 481
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Peor lecho he tenido en estos siete años. Ponerle reparos a esto sería una ingratitud para El de arriba. ...
En la línea 535
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Te conozco. Eres un muchacho bueno y todo lo mereces. Terminaron tus desazones, porque ha llegado la hora de tu recompensa. Cava aquí cada siete días y siempre encontrarás el mismo tesoro: doce peniques nuevos y brillantes. No se lo digas a nadie y guarda el secreto. ...
En la línea 177
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Patán se tumbó a su lado, con la carabina en la mano. Hacia las siete de la tarde resonó un cañonazo. Sandokán se puso de pie de un salto, con el rostro demudado. ...
En la línea 1188
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Caminaron con gran cuidado, ojo avizor y oído atento, para no caer en alguna emboscada. Llegaron a las cercanías del parque hacia las siete de la tarde. Quedaban todavía algunos minutos de crepúsculo, suficientes para poder examinar la quinta. ...
En la línea 1934
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En efecto, en ese instante dos mortales descargas derribaron a cuatro hombres y siete caballos. Luego, treinta tigres de Mompracem salieron de la espesura, lanzando gritos feroces y atacaron con furia a la escolta. ...
En la línea 2305
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Son las siete menos dos minutos. Dentro de seis horas volveremos a la vida en pleno mar. ...
En la línea 24
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los pasajeros se quedaron espantados, pero el capitán Anderson se apresuró a tranquilizarles. En efecto, el peligro no podía ser inminente. Dividido en siete compartimientos por tabiques herméticos, el Scotia podía resistir impunemente una vía de agua. ...
En la línea 109
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El Abraham Lincoln había sido muy acertadamente elegido y equipado para su nuevo cometido. Era una fragata muy rápida, provista de aparatos de caldeamiento que permitían elevar a siete atmósferas la presión del vapor. Con tal presión, el Abraham Lincoln podía alcanzar una velocidad media de dieciocho millas y tres décimas por hora, velocidad considerable, pero insuficiente, sin embargo, para luchar contra el gigantesco cetáceo. ...
En la línea 196
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La previsible reacción a tanto entusiasmo baldío se produjo inevitablemente. El desánimo se apoderó de todos y abrió una brecha a la incredulidad. Un nuevo sentimiento nos embargó a todos, un sentimiento que se componía de tres décimas de vergüenza y siete décimas de furor. Había que ser estúpidos para dejarse seducir por una quimera, y esta reflexión aumentaba nuestro furor. Las montañas de argumentos acumulados desde hacía un año se derrumbaban lamentablemente. Cada uno pensaba ya únicamente en desquitarse, en las horas del sueño y de las comidas, del tiempo que había sacrificado tan estúpidamente. ...
En la línea 235
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Sin embargo, hacia medianoche desapareció, o, por emplear una expresión más adecuada, se «apagó» como una luciérnaga. ¿Habría huido? Cabía temer más que esperar que así fuera. Pero, a la una menos siete minutos, pudimos oír un silbido ensordecedor, semejante al producido por una columna de agua exhalada con una extrema violencia. ...
En la línea 344
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Una tía abuela del señor Wopsle daba clases nocturnas en el pueblo; es decir, que era una ridícula anciana, de medios de vida limitados y de mala salud ilimitada, que solía ir a dormir de seis a siete, todas las tardes, en compañía de algunos muchachos que le pagaban dos peniques por semana cada uno, a cambio de tener la agradable oportunidad de verla dormir. Tenía alquilada una casita, y el señor Wopsle disponía de las habitaciones del primer piso, en donde nosotros, los alumnos, le oíamos leer en voz alta con acento solemne y terrible, así como, de vez en cuando, percibíamos los golpes que daba en el techo. Existía la ficción de que el señor Wopsle «examinaba» a los alumnos una vez por trimestre. Lo que realmente hacía en tales ocasiones era arremangarse los puños, peinarse el cabello hacia atrás con los dedos y recitarnos el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César. Inevitablemente seguía la oda de Collins acerca de las pasiones, y, al oírla, yo veneraba especialmente al señor Wopsle en su personificación de la Venganza, cuando arrojaba al suelo con furia su espada llena de sangre y tomaba la trompeta con la que iba a declarar la guerra, mientras nos dirigía una mirada de desesperación. Pero no fue entonces, sino a lo largo de mi vida futura, cuando me puse en contacto con las pasiones y pude compararlas con Collins y Wopsle, con gran desventaja para ambos caballeros. ...
En la línea 584
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pumblechook movió la cabeza, muy enojado también, y luego me preguntó: — ¿No te parece que cuarenta y tres peniques equivalen a siete chelines, seis peniques y tres cuartos de penique? ...
En la línea 1053
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe tenía un obrero, al que pagaba semanalmente, llamado Orlick. Pretendía que su nombre de pila era Dolge, cosa imposible de toda imposibilidad, pero era tan testarudo que, según creo, no estaba engañado acerca del particular, sino que, deliberadamente, impuso este nombre a la gente del pueblo como afrenta hacia su comprensión. Era un hombre de anchos hombros, suelto de miembros, moreno, de gran fuerza, que jamás se daba prisa por nada y que siempre andaba inclinado. Parecía que nunca iba de buena gana a trabajar, sino que se inclinaba hacia el trabajo por casualidad; y cuando se dirigía a los Alegres Barqueros para cenar o se alejaba por la noche, salía inclinado como siempre, como Caín o el Judío Errante, cual si no tuviera idea del lugar a que se dirigía ni intención de regresar nunca más. Dormía en casa del guarda de las compuertas de los marjales, y en los días de trabajo salía de su ermitaje, siempre inclinado hacia el suelo, con las manos en los bolsillos y la comida metida en un pañuelo que se colgaba alrededor del cuello y que danzaba constantemente a su espalda. Durante el domingo permanecía casi siempre junto a las compuertas, entre las gavillas o junto a los graneros. Siempre andaba con los ojos fijos en el suelo, y cuando encontraba algo, o algo le obligaba a levantarlos, miraba resentido y extrañado, como si el único pensamiento que tuviera fuese el hecho extraño e injurioso de que jamás debiera pensar en nada. Aquel triste viajero no sentía simpatía alguna por mí. Cuando yo era muy pequeño y tímido me daba a entender que el diablo vivía en un rincón oscuro de la fragua y que él conocía muy bien al mal espíritu. También me decía que era necesario, cada siete años, encender el fuego con un niño vivo y que, por lo tanto, ya podía considerarme como combustible. En cuanto fui el aprendiz de Joe, Orlick tuvo la sospecha de que algún día yo le quitaría el puesto, y, por consiguiente, aún me manifestó mayor antipatía. Desde luego, no dijo ni hizo nada, ni abiertamente dio a entender su hostilidad; sin embargo, observé que siempre procuraba despedir las chispas en mi dirección y que en cuando yo cantaba Old Clem, él trataba de equivocar el compás. ...
En la línea 1380
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Después de tan memorable acontecimiento fui a casa del sombrerero, del zapatero y del vendedor de géneros de punto, extrañado de que mi equipo requiriese los servicios de tantas profesiones. También fui a la cochera y tome un asiento para las siete de la mañana del sábado. No era ya necesario explicar por doquier el cambio de mi situación; pero cuando hacía alguna alusión a ello, la consecuencia era que el menestral que estaba conmigo dejaba de fijar su atención a través de la ventana de la calle alta, para concentrar su mente en mí. Cuando hube pedido todo lo que necesitaba, dirigí mis pasos hacia la casa de Pumblechook, y cuando me acercaba al establecimiento de éste, le vi en pie ante la puerta. ...
En la línea 334
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof tuvo un sueño horrible. Volvió a verse en el pueblo donde vivió con su familia cuando era niño. Tiene siete años y pasea con su padre por los alrededores de la pequeña población, ya en pleno campo. Está nublado, el calor es bochornoso, el paisaje es exactamente igual al que él conserva en la memoria. Es más, su sueño le muestra detalles que ya había olvidado. El panorama del pueblo se ofrece enteramente a la vista. Ni un solo árbol, ni siquiera un sauce blanco en los contornos. Únicamente a lo lejos, en el horizonte, en los confines del cielo, por decirlo así, se ve la mancha oscura de un bosque. ...
En la línea 418
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Usted y nadie más que usted, Lisbeth Ivanovna, ha de decidir lo que debe hacer ‑decía el comerciante en voz alta‑. Venga mañana a eso de las siete. Ellos vendrán también. ...
En la línea 423
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑De seis a siete. Los vendedores enviarán a alguien y usted resolverá. ...
En la línea 427
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof había dejado ya tan atrás al matrimonio y su amiga, que no pudo oír ni una palabra más. Había acortado el paso insensiblemente y había procurado no perder una sola sílaba de la conversación. A la sorpresa del primer momento había sucedido gradualmente un horror que le produjo escalofríos. Se había enterado, de súbito y del modo más inesperado, de que al día siguiente, exactamente a las siete, Lisbeth, la hermana de la vieja, la única persona que la acompañaba, habría salido y, por lo tanto, que a las siete del día siguiente la vieja ¡estaría sola en la casa! ...
En la línea 190
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El general no salía de su asombro. ¿De dónde había sacado yo aquella suma? Le expliqué que había empezado con diez federicos y que al doblar mi postura seis o siete veces había llegado a ganar cinco o seis mil florines, y que luego en dos jugadas me quedé sin un céntimo. ...
En la línea 720
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Le expliqué que llegarían a los siete mil, y tal vez, al cambio actual, a los ocho mil rublos. ...
En la línea 904
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Las siete y media. ...
En la línea 1010
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A las siete el general me mandó buscar. ...
En la línea 278
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su carácter era pensativo, aunque no triste, propio de las almas afectuosas. Perdió de muy corta edad a su padre y a su madre. Se encontró sin más familia que una hermana mayor que él, viuda y con siete hijos. El marido murió cuando el mayor de los siete hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Reemplazó al padre, y mantuvo a su hermana y los niños. Lo hizo sencillamente, como un deber, y aun con cierta rudeza. ...
En la línea 281
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquella familia era un triste grupo que la miseria fue oprimiendo poco a poco. Llegó un invierno muy crudo; Jean no tuvo trabajo. La familia careció de pan. ¡Ni un bocado de pan y siete niños! ...
En la línea 285
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un antiguo carcelero de la prisión recuerda aún perfectamente a este desgraciado, cuya cadena se remachó en la extremidad del patio. Estaba sentado en el suelo como todos los demás. Parecía que no comprendía nada de su posición sino que era horrible. Pero es probable que descubriese, a través de las vagas ideas de un hombre completamente ignorante, que había en su pena algo excesivo. Mientras que a grandes martillazos remachaban detrás de él la bala de su cadena, lloraba; las lágrimas lo ahogaban, le impedían hablar, y solamente de rato en rato exclamaba: 'Yo era podador en Faverolles'. Después sollozando y alzando su mano derecha, y bajándola gradualmente siete veces, como si tocase sucesivamente siete cabezas a desigual altura, quería indicar que lo que había hecho fue para alimentar a siete criaturas. ...
En la línea 285
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un antiguo carcelero de la prisión recuerda aún perfectamente a este desgraciado, cuya cadena se remachó en la extremidad del patio. Estaba sentado en el suelo como todos los demás. Parecía que no comprendía nada de su posición sino que era horrible. Pero es probable que descubriese, a través de las vagas ideas de un hombre completamente ignorante, que había en su pena algo excesivo. Mientras que a grandes martillazos remachaban detrás de él la bala de su cadena, lloraba; las lágrimas lo ahogaban, le impedían hablar, y solamente de rato en rato exclamaba: 'Yo era podador en Faverolles'. Después sollozando y alzando su mano derecha, y bajándola gradualmente siete veces, como si tocase sucesivamente siete cabezas a desigual altura, quería indicar que lo que había hecho fue para alimentar a siete criaturas. ...
En la línea 211
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Lo mismo que con Buck ocurría con sus compañeros. Eran esqueletos ambulantes. Eran siete en total, incluyéndolo a él. La acumulación de sufrimientos los había vuelto insensibles a los latigazos o los golpes del garrote. El dolor de los golpes era tan sordo y remoto como lo que veían sus ojos y percibían sus oídos. Estaban vivos a medias, o quizá menos. No eran más que bolsas de huesos en las que todavía alentaba un débil soplo vital. Cuando había una parada se dejaban caer medio muertos, y el soplo se atenuaba, se debilitaba y parecía extinguirse. Y cuando el látigo o el garrote les caía encima, el soplo se animaba y se levantaban tambaleantes para reanudar la marcha con paso inseguro. ...
En la línea 48
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las doce y cuarenta y siete de la mañana, este gentlenmen se levantó y se dirigió al gran salón, suntuoso aposento, adomado con pinturas colocadas en lujosos marcos. Allí un criado le entregó el 'Times' con las hojas sin cortar, y Phileas Fogg se dedicó a desplegarlo con una seguridad tal, que denotaba desde luego la práctica más extremada en esta difícil operación. La lectura del periódico ocupó a Phileas Fogg hasta las tres y cuarenta y cinco, y la del 'Standard', que sucedió a aquél, duró hasta la hora de la comida, que se llevó a efecto en iguales condiciones que el almuerzo, si bien con la añadidura de 'royal british sauce'. ...
En la línea 62
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero conviene hacer observar aquí- y esto da más fácil explicación al hecho- que el Banco de Inglaterra parece que se desvive por demostrar al público la alta idea que tiene de su dignidad. Ni hay guardianes, ni ordenanzas, ni redes de alambre. El oro, la plata, los billetes, están expuestos libremente, y, por decirlo así, a disposición del primero que llegue. En efecto, sería indigno sospechar en lo mínimo acerca de la caballerosidad de cualquier transeúnte. Tanto es así, que hasta se llega a referir el siguiente hecho por uno de los más notables observadores de las costumbres inglesas: En una de las salas del Banco en que se encontraba un día, tuvo curiosidad por ver de cerca una barra de oro de siete a ocho libras de peso que se encontraba expuesta en la mesa del cajero; para satisfacer aquel deseo, tomó la barra, la examinó, se la dio a su vecino, éste a otro, y así, pasando de mano en mano, la barra llegó hasta el final de un pasillo obscuro, tardando media hora en volver a su sitio primitivo, sin que durante este tiempo el cliero hubiera levantado siquiera la cabeza. ...
En la línea 130
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Daban entonces las siete. Se ofreció a mister Fogg la suspensión del juego para que pudiera hacer sus preparativos de marcha. ...
En la línea 133
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las siete y veinticinco, Phileas Fogg, después de haber ganado unas veinte guineas al whist, se despidió de sus honorables colegas y abandonó el ReformClub. A las siete y cincuenta abría la puerta de su casa y entraba. ...
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S

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