Cual es errónea Seis o Zeiz?
La palabra correcta es Seis. Sin Embargo Zeiz se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino zeiz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra seis
Errores Ortográficos típicos con la palabra Seis
Cómo se escribe seis o zeiz?

la Ortografía es divertida
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece seis
La palabra seis puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 460
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Durante seis meses sólo se habló en la huerta del tío Barret. ...
En la línea 670
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el tímpano aparecía la Virgen con seis ángeles de rígidas albas y alas de menudo plumaje, mofletudos, con llameante tupé y pesados tirabuzones, tocando violas y flautas, caramillos y tambores. ...
En la línea 1100
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Descendíase al fondo por seis escalones, siempre resbaladizos y verdosos por la humedad. ...
En la línea 1671
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La familia, consternada, apenas si mostró extrañeza por la presentación de estas dos mujeres en aquella casa, donde nadie había entrado durante seis meses. ...
En la línea 518
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero lejos de indignarse, rompía en elogios del tío _Alcaparrón_, un hombre de iniciativas que, cansado de pasar hambre en Jerez y verse en peligro de ir a la cárcel siempre que se extraviaba un asno o una mula, se había echado al hombro la guitarra, no parando con todo su «ganao», como él llamaba a las hijas, hasta el mismo París. Y _Alcaparrón_ reía irónicamente de la simpleza de los _gachés_, de toda la gente que domina el mundo y oprime a los pobres gitanos, recordando ciertos prospectos y periódicos que había visto con el retrato de su respetable tío, luciendo sus patillas de _boca de jacha_, y su cara de ladrón, bajo un sombrero de catite como un campanario y rodeado de columnas impresas en lengua extraña, en las que se hablaba de _mademoiselles_ las _Alcaparronas_ y se celebraba su gracia y hermosura, repitiendo, cada seis renglones _¡ollé! ¡ollé!_... ¡Y su tío, para mayor solemnidad, se titulaba el capitán _Alcaparrón_! ¿Capitán de qué?... Y sus primas, las _mademoiselles_, se hacían robar por señorones que le tenían miedo al padre, _le terrible hidalgo_, que tantas veces había rasgueado filosóficamente la guitarra en los colmados, mientras las niñas se ocultaban con los señoritos en los cuartos más lejanos. ¡_Josú_, qué guasa!... ...
En la línea 549
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el presidio cada uno tenía su petate, y en la gañanía sólo muy contados podían permitirse este lujo. Los más, dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura. El pan, la cruel divinidad que obligaba a aceptar esta existencia miserable, rodaba en pedazos por el suelo, o se exhibía en las escarpias, entre los harapos, en enormes teleras de seis libras, como un ídolo al que sólo se podía llegar después de un día de encorvamiento abrumador. ...
En la línea 847
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los viñadores caminaban apresuradamente. Algunos corrían para adelantarse a sus compañeros, llegando cuanto antes a la ciudad. Desde la noche anterior que les esperaban en Jerez. Habían pasado la semana pensando en el sábado, en la vuelta a casa, para sentir el calor de la familia, después de seis días de amontonamiento. ...
En la línea 402
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Ay, seis guardias de Su Eminencia arrestan a seis mosque teros de Su Majestad! ¡Por todos los diablos! Yo he tomado mi deci sión. ...
En la línea 402
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Ay, seis guardias de Su Eminencia arrestan a seis mosque teros de Su Majestad! ¡Por todos los diablos! Yo he tomado mi deci sión. ...
En la línea 406
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Bueno, mi capitán - dijo Porthos, fuera de sí-, la verdad es que éramos seis contra seis, pero fuimos cogidos traicioneramente, y antes de que hubiéramos tenido tiempo de sacar nuestras espadas, dos de nosotros habían caído muertos, y Athos, herido gravemente, no valía mucho más. ...
En la línea 406
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Bueno, mi capitán - dijo Porthos, fuera de sí-, la verdad es que éramos seis contra seis, pero fuimos cogidos traicioneramente, y antes de que hubiéramos tenido tiempo de sacar nuestras espadas, dos de nosotros habían caído muertos, y Athos, herido gravemente, no valía mucho más. ...
En la línea 93
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o Que estos cargos se confieran por seis años, pudiendo prorogarse á tres mas, cuando los que los han ejercido no hayan dado motivo de queja, hayan cumplido á satisfaccion de las autoridades superiores, y despues puedan ser conservados en ellos hasta la oportunidad de trasladarlos segun convenga y corresponda, ascendiéndolos en las vacantes segun su mérito, aptitud y comportamiento; teniendo presente que la antigüedad no dará ventaja alguna, sino únicamente en igualdad de circunstancias. ...
En la línea 94
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o Que deberán ser residenciados al fin de los seis años, ó antes si dieren justo motivo de queja, á peticion de parte ó del ministerio fiscal, ó de oficio, si á ello dieren lugar, bajo reglas dadas en oportuno reglamento. ...
En la línea 170
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Autorizados para el comercio por instruccion pagando al estado una módica retribucion por este privilejio, titulado indulto para poder comerciar, es claro y consiguiente que lo hacen con los fondos del tesoro público que recaudan y administran, valiéndose de su autoridad, que algunas ó las mas de las veces, emplean á causar vejaciones y tropelías; pues si asi no fuese, imposible seria sacase un alcalde ó correjidor las sumas que dicen algunos sacan en el corto periodo de tres ó seis años para que son provistos. ...
En la línea 174
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Para mas convencer de lo urjente de esta necesidad, baste saber que con solo el ser nombrado un sugeto alcalde ó correjidor, ya se cree rico; y que aun en España, principalmente en la Córte, ha cundido la voz que basta ser alcalde de una provincia de Filipinas para enriquecerse: mucho tiene esto de exajeracion, y cabalmente en la práctica hay muchísimos tristes desengaños; pero tambien es cierto que algunos, no muchos, que nada tenian, con haber administrado una provincia tres ó seis años, han levantado gruesas fortunas; de ello podrá deducirse como llenan los deberes de su empleo, y como administran justicia á los pueblos que les están confiados, y como han manejado los fondos públicos. ...
En la línea 64
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los señores de la Sociedad Bíblica, después de examinarle de lenguas orientales durante una semana, le preguntaron si estaba dispuesto a aprender en seis meses la lengua manchú. ...
En la línea 65
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aceptó Jorge, y con un buen viático se volvió a Norwich, ya en diligencia; estudió con ahinco y a los seis meses triunfaba en las pruebas a que sus futuros jefes le sometieron. ...
En la línea 144
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el primer año se agotaron seis ediciones de a mil ejemplares en tres volúmenes, y una edición de diez mil ejemplares en dos tomos. ...
En la línea 456
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cinco o seis hombres a caballo, que marchaban a buen paso, nos dieron rápidamente alcance. ...
En la línea 242
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. ...
En la línea 406
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A lo cual le respondió don Quijote: -Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes, pienso aventajarme en ella: porque ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos; y, ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o, por lo mucho, de marqués, de algún valle o provincia de poco más a menos; pero, si tú vives y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino que tuviese otros a él adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. ...
En la línea 499
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que, si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. ...
En la línea 563
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. ...
En la línea 60
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cerca de Keeling-Atoll, en el Océano Indico, vi numerosas masas pequeñas de confervas de algunas pulgadas cuadradas, consistentes en largos hilos cilíndricos muy tenues, tanto que apenas podrían distinguirse a simple vista, mezclados con otros cuerpos un poco mayores y admirablemente cónicos en sus dos extremos. Su longitud varía entre cuatro o seis centésimas de pulgada; su diámetro entre seis y ocho milésimas de pulgada. Ordinariamente se puede distinguir junto a uno de los extremos de la parte cilíndrica un tabique verde compuesto de materia granulosa más espesa en la parte media. A mi parecer, constituye el fondo de un saco incoloro muy delicado y compuesto de una sustancia pulposa, saco que ocupa el interior de la vaina, pero que no llega hasta las puntas cónicas de los extremos. En algunos ejemplares, pequeñas esferas admirablemente regulares de sustancia granulosa pardusca reemplazan a los tabiques y he podido observar la naturaleza de las transformaciones que las producen. La materia pulposa del revestimiento interior se agrupa de pronto en líneas que parecen irradiar de un centro común; esta materia sigue contrayéndose con un movimiento rápido y regular, de suerte que, al cabo de un segundo, se convierte toda ella en una esferita perfecta que ocupa la posición del tabique en uno de los extremos de la vaina, absolutamente vacía en todas las demás partes. Toda lesión accidental acelera la formación de la esfera granulosa. Debo añadir que estos cuerpos se encuentran con frecuencia a pares, unidos uno a otro cono con cono por el extremo donde está el tabique. ...
En la línea 97
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A menudo caían fuertes aguaceros; pero los cálidos vientos del sur secaban con rapidez el suelo y podía pasearse con gusto. Una mañana llovió seis horas seguidas y cayó una pulgada y seis décimas de lluvia. Cuando esa tempestad pasó por los bosques que rodean al Corcovado, las gotas de agua que chocaban contra la multitud innumera de hojas producían un ruido extraño: Podía oírse a un ...
En la línea 97
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A menudo caían fuertes aguaceros; pero los cálidos vientos del sur secaban con rapidez el suelo y podía pasearse con gusto. Una mañana llovió seis horas seguidas y cayó una pulgada y seis décimas de lluvia. Cuando esa tempestad pasó por los bosques que rodean al Corcovado, las gotas de agua que chocaban contra la multitud innumera de hojas producían un ruido extraño: Podía oírse a un ...
En la línea 167
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Estos animales minan tan completamente espacios grandísimos, que al pasar por encima de sus galerías los caballos, se hunden a menudo hasta los corvejones. Hasta cierto punto, los tucutucos parecen vivir en sociedad; el hombre que me dio mis ejemplares había cogido seis de un golpe, y me dijo que era cosa harto común el coger a muchos juntos. ...
En la línea 545
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... , y pronunció los nombres de seis o siete soberanos con variantes en las vocales, en sentir del lugareño, que siguiendo corrupciones vulgares, decía ue en vez de oi y otros adefesios. ...
En la línea 581
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qué, la silueta de un buitre de tamaño natural; aunque, según otros, más se parecía a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado. ...
En la línea 590
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había venido a Vetusta de beneficiado a los cuarenta años; treinta y seis había asistido al coro de aquella iglesia y podía tenerse por tan vetustense como el primero. ...
En la línea 1384
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A los seis años había hecho un poema en su cabecita rizada de un rubio obscuro. ...
En la línea 101
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De los diez y seis a los diez y ocho la enfermedad que de años atrás ayudaba tanto a la hermosura de la rubia, que tanto había sufrido, desapareció para dejar paso a la juventud. ...
En la línea 388
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ni un solo caballerizo se quedó con él, por miedo a sufrir su misma suerte. Obligado a marchar solo, Pedro Luis llegó a Ostia sin ningún accidente; pero la galera que había fletado con anticipación no le aguardaba. Había huido con su equipaje y su dinero. Tuvo que tomar una simple barca para ganar Civitavecchia, refugiándose en la fortaleza de dicho puerto, donde murió seis meses después a causa, sin duda, de tantas emociones. ...
En la línea 639
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El único príncipe de la Iglesia respetado de todos era el anciano Carvajal. Vivía en una casa modestísima, repartiendo su dinero entre los pobres de Roma, avejentado y enfermo prematuramente por los seis años pasados en Hungría oponiéndose al avance de los turcos. Los demás cardenales eran grandes señores procedentes de familias ilustres o parientes de papas, que habían obtenido los más ricos obispados de la Cristiandad, derrochando alegremente sus rentas enormes. ...
En la línea 653
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A una princesa de la dinastía Aragón de Nápoles la obsequiaba con un banquete que duró seis horas, sirviéndose en el transcurso cuarenta y cuatro platos: ciervos enteros asados con su piel, cabras, liebres, terneros, grullas, pavos y faisanes conservar do su plumaje. El plato más enorme, llevado en hombros por una docena de servidores vestidos de seda, tenía la apariencia de un oso de tamaño natural, con un palo en la boca. El pan había sido dorado, y los peces, así como otros manjares, llegaban a la mesa cubiertos de plata. En las obras de confitería intervenían los mejores escultores de Roma. Los doce trabajos de Hércules, todos ellos con personajes de dimensiones ordinarias, estaban esculpidos en materias azucaradas. Otro plato era una montaña con una sierpe gigantesca que se movía lo mismo que un reptil viviente. ...
En la línea 680
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al día siguiente aparecían en la playa más de doscientos cadáveres, entre ellos los de tres obispos italianos y otros personajes eme habían seguido al legado en su viaje a España. Setenta y cinco familiares de la servidumbre del cardenal se ahogaron Igualmente, y con ellos doce jurisconsultos, seis caballeros y gran número de jóvenes valencianos que iban a Roma por el gusto de vivir en ella o para estudiar en la universidad de Bolonia. ...
En la línea 218
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Cuantas palabras -dijo al extinguirse su risa-, cuantas palabras para describirme un revolver! ¡Pero si yo conozco eso tan bien como usted!… Las gentes que hoy han visto el suyo (los cargadores y los marineros) seguramente que no saben lo que es; pero para nosotros, las personas estudiosas, esa máquina del tubo grande y de los seis tubos con sus cápsulas explosivas resulta una verdadera antigualla. Además, la consideramos repugnante e indigna de todo recuerdo. No intente, gentleman, deslumbrarnos con sus descubrimientos. Aquí sabemos más que usted. Prescinda de nuevas observaciones y acuéstese prontito a tomar su leche. ...
En la línea 323
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Varios hombres de fuerza, con la inconsciencia propia, de su brutalidad, tiraron de una de las fajas de goma que estaba casi desprendida de la pared de plata. Inmediatamente seis de los cilindros de papel vinieron al suelo, partiéndose sobre las espaldas de los atrevidos que habían provocado el accidente, y al partirse esparcieron densas nubes de polvo rojo y picante. ...
En la línea 662
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En vista de la conformidad del gigante, el catedrático fue hasta el borde de la mesa dando órdenes a gritos, y los atletas que maniobraban la grúa para subir los alimentos pusieron en actividad otra vez el plato que servía de ascensor. Una vez llegado este arriba, seis de los hombres forzudos cargaron con un libro del mismo tamaño que el cuaderno empleado por Gillespie para sus notas. ...
En la línea 1337
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Mis amigos -contestó Ra-Ra- han podido adivinar, gracias a algunas palabras de estos hombres, como se proponen matarle durante su sueño. Treparán cautelosamente hasta lo alto de su pecho, pues han observado que usted duerme de espaldas; pegarán su oído a la curva de su tronco, para guiarse por las palpitaciones del corazón, y cuando sientan bajo sus pies estos latidos, cinco o seis de ellos empuñarán una barra enorme de acero terriblemente aguzada, clavándola todos a un tiempo en su carne, hasta que le traspasen el corazón y salten en torno de su arma caños de sangre. Momaren y Golbasto deben haberles proporcionado la barra, dándoles, además, lecciones para que asesten el golpe en el lugar preciso. ...
En la línea 149
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Sí, señora; una de estas platerías de puntapié, que todo lo que tienen no vale seis duros. ...
En la línea 427
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El abono que tomaron en el Real a un turno de palco principal fue idea de D. Baldomero quien no tenía malditas ganas de oír óperas, pero quería que Barbarita fuera a ellas para que le contase, al acostarse o después de acostados, todo lo que había visto en el Regio coliseo. Resultó que a Barbarita no la llamaba mucho el Real; mas aceptó con gozo para que fuera Jacinta. Esta, a su vez, no tenía verdaderamente muchas ganas de teatro; pero alegrose mucho de poder llevar al Real a sus hermanitas solteras, porque las pobrecillas, si no fuera así, no lo catarían nunca. Juan, que era muy aficionado a la música, estaba abonado a diario, con seis amigos, a un palco alto de proscenio. ...
En la línea 494
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... »Bueno… pues verán ustedes. La costumbre de pedir me ha ido dando esta bendita cara de vaqueta que tengo ahora. Conmigo no valen desaires ni sé ya lo que son sonrojos. He perdido la vergüenza. Mi piel no sabe ya lo que es ruborizarse, ni mis oídos se escandalizan por una palabra más o menos fina. Ya me pueden llamar perra judía; lo mismo que si me llamaran la perla de Oriente; todo me suena igual… No veo más que mi objeto, y me voy derechita a él sin hacer caso de nada. Esto me da tantos ánimos que me atrevo con todo. Lo mismo le pido al Rey que al último de los obreros. Oigan ustedes este golpe: Un día dije: 'Voy a ver a D. Amadeo'. Pido mi audiencia, llego, entro, me recibe muy serio. Yo imperturbable, le hablé de mi asilo y le dije que esperaba algún auxilio de su real munificencia. '¿Un asilo de ancianos?'—me preguntó. 'No señor, de niños'. —'¿Son muchos?'. Y no dijo más. Me miraba con afabilidad. ¡Qué hombre!, ¡qué bocaza! Mandó que me dieran seis mil guealés… Luego vi a doña María Victoria, ¡qué excelente señora! Hízome sentar a su lado; tratábame como su igual; tuve que darle mil noticias del asilo, explicarle todo… Quería saber lo que comen los pequeños, qué ropa les pongo… En fin, que nos hicimos amigas… Empeñada en que fuera yo allá todos los días… A la semana siguiente me mandó montones de ropa, piezas de tela y suscribió a sus niños por una cantidad mensual. ...
En la línea 771
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Tampoco la quiero ver. Me va a aburrir con su edificio. ¡Valiente chifladura! Esa mujer está loca. Anoche me dio la gran jaqueca, con que si sacó las maderas de seis a treinta y ocho reales, y las carreras de pie y cuarto a diez y seis reales pie. Me armó un triquitraque de pies que me dejó la cabeza pateada. No me la entren aquí. No me importa saber a cómo valen el ladrillo pintón y las alfargías… Mamá, ponte de centinela y aquí no me entra más que Estupiñá. Que venga Placidito, para que me cuente sus glorias, cuando iba al portillo de Gilimón a meter contrabando, y a la bóveda de San Ginés a abrirse las carnes con el zurriago… Que venga para decirle: «lorito, daca la pata». ...
En la línea 557
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Otro secretario de atado empezó a leer un preámbulo concerniente a los gastos de la casa del difunto rey, que habían ascendido a veintiocho mil libras durante los seis meses anteriores; cantidad tan grande que dejó a Tom estupefacto; y aún más cuando se enteró de que veinte mil libras estaban aún pendientes de pago, y lo mismo fue cuando apareció que las arcas del rey estaban a punto de quedarse vacías y sus mil doscientos criados en apuros por la falta de pago de los salarios que les debían. Tom dijo con vivo temor: ...
En la línea 1049
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Tres chelines y seis peniques, señor –contestó la mujer haciendo una cortesía–. No podría rebajar su valor un penique para decirlo honradamente. ...
En la línea 1137
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Una que vino de más allá de los mares, hace seis o siete años. Decía que mi hermano murió en un combate. ...
En la línea 1233
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Así, poco a poco, supo Hendon la historia de su familia. Hacia unos seis años que Arturo había muerto. Esta pérdida, unida a la falta de noticias de Hendon, empeoró la salud del padre, el cual creyó que iba a entregar el alma y quiso ver a Hugo y Edith casados antes de su tránsito; pero Edith suplicó con todas sus fuerzas una demora, para esperar el regreso de Miles. De pronto llegó la carta con la noticia de la muerte del soldado. El golpe postró en cama a sir Ricardo, quien creyó que se acercaba su fin, y él y Hugo insistieron en el matrimonio. Edith suplicó y obtuvo un mes de respiro, y luego otro, y finalmente un tercero; mas por fin el matrimonio se celebró junto al lecho de muerte de sir Ricardo. No fue feliz. Decíase en la comarca que poco después de celebradas las nupcias la esposa halló entre los papeles de su marido varios bosquejos burdos é incompletos de la carta fatal, y le acusó de haber precipitado el matrimonio y al mismo tiempo la muerte de sir Ricardo con una villana falsificación. Todo el mundo decía de los pormenores de la crueldad del esposo para con Edith y las criados, pues desde la muerte de su padre, sir Hugo arrojó de sí todo disfraz de blandura, y se convirtió en un amo implacable para todos aquellos cuya vida, en cualquier modo, dependía de él y de sus dominios. ...
En la línea 828
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Víctor, aunque el más íntimo amigo de Augusto, le llevaba cinco o seis años de edad y hacía más de doce que estaba casado, pues contrajo matrimonio siendo muy joven, por deber de conciencia, según decían. No tenía hijos. ...
En la línea 952
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues verá usted; fue cuando la epidemia aquella, ya sabe usted. Todo el mundo estaba alarmadísimo, a mí no me dejaron ustedes salir de casa en una porción de días y hasta tomaba el agua hervida. Todos huían los unos de los otros, y si se veía a alguien de luto reciente era como si estuviese apestado. Pues bien; a los cinco o seis días de haber enviudado el pobre don Emeterio tuvo que salir de casa, de luto por supuesto, y se encontró de manos a boca con ese bárbaro de Martín. Este, al verle de luto, se mantuvo a cierta prudente distancia de él, como temiendo el contagio, y le dijo: «Pero, hombre, ¿qué es eso?, ¿alguna desgracia en tu casa?» «Sí –le contestó el pobre don Emeterio–, acabo de perder a mi pobre mujer. ...
En la línea 212
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Son las seis —dijo—; dentro de dos horas se pondrá el sol y las tinieblas caerán sobre el océano. Todo el mundo debe ponerse a trabajar para que a medianoche esté listo el parao y podamos hacernos a la mar. ...
En la línea 404
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No creí encontrarlo tan dispuesto, querido príncipe —dijo el inglés—. ¿Cómo se siente? -Tan fuerte que sería capaz de arrancar un árbol. -Entonces, vamos a reunirnos con los seis valientes cazadores que nos esperan en el parque, impacientes por encontrar el tigre que mis ojeadores han correteado hacia un bosque. ...
En la línea 1295
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Así lo espero —decía el otro—. Somos treinta y seis y podemos vigilar todo el recinto. ...
En la línea 1343
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán abrió con precaución la portezuela para mirar afuera. Contó seis soldados, a quienes precedían dos negros. ...
En la línea 13
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante seis meses la guerra prosiguió con lances diversos. A los artículos de fondo del Instituto Geográfico del Brasil, de la Academia Real de Ciencias de Berlín, de la Asociación Británica, del Instituto Smithsoniano de Washington, a los debates del The Indian Archipelago, del Cosmos del abate Moigno y del Mittheilungen de Petermann, y a las crónicas científicas de las grandes publicaciones de Francia y otros países replicaba la prensa vulgar con alardes de un ingenio inagotable. Sus inspirados redactores, parodiando una frase de Linneo que citaban los adversarios del monstruo, mantuvieron, en efecto, que «la naturaleza no engendra tontos», y conjuraron a sus contemporáneos a no infligir un mentís a la naturaleza y, consecuentemente, a rechazar la existencia de los Kraken, de las serpientes de mar, de las «Moby Dick» y otras lucubraciones de marineros delirantes. Por último, en un artículo de un temido periódico satírico, el más popular de sus redactores, haciendo acopio de todos los elementos, se precipitó, como Hipólito, contra el monstruo, le asestó un golpe definitivo y acabó con él en medio de una carcajada universal. El ingenio había vencido a la ciencia. ...
En la línea 20
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El 13 de abril de 1867, el Scotia se hallaba a 15º 12' de longitud y 45º 37' de latitud, navegando con mar bonancible y brisa favorable. Su velocidad era de trece nudos y cuarenta y tres centésimas, impulsado por sus mil caballos de vapor. Sus ruedas batían el agua con una perfecta regularidad. Su calado era de seis metros y sesenta centímetros, y su desplazamiento de seis mil seiscientos veinticuatro metros cúbicos. ...
En la línea 20
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El 13 de abril de 1867, el Scotia se hallaba a 15º 12' de longitud y 45º 37' de latitud, navegando con mar bonancible y brisa favorable. Su velocidad era de trece nudos y cuarenta y tres centésimas, impulsado por sus mil caballos de vapor. Sus ruedas batían el agua con una perfecta regularidad. Su calado era de seis metros y sesenta centímetros, y su desplazamiento de seis mil seiscientos veinticuatro metros cúbicos. ...
En la línea 31
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En la época en que se produjeron estos acontecimientos me hallaba yo de regreso de una exploración científica emprendida en las malas tierras de Nebraska, en los Estados Unidos. En mi calidad de profesor suplente del Museo de Historia Natural de París, el gobierno francés me había delegado a esa expedición. Tras haber pasado seis meses en Nebraska, llegué a Nueva York, cargado de preciosas colecciones, hacia finales de marzo. Mi regreso a Francia estaba fijado para los primeros días de mayo. En espera del momento de partir, me ocupaba en clasificar mis riquezas mineralógicas, botánicas y zoológicas. Fue entonces cuando se produjo el incidente del Scotia. ...
En la línea 448
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿Siete y cuatro? ¿Y ocho? ¿Y seis? ¿Y dos? ¿Y diez? ...
En la línea 548
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¡Calla, calla! Nada sé ni quiero saber de los días de la semana, ni de las semanas del año. Vuelve dentro de seis días. ¿Entiendes? ...
En la línea 584
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pumblechook movió la cabeza, muy enojado también, y luego me preguntó: — ¿No te parece que cuarenta y tres peniques equivalen a siete chelines, seis peniques y tres cuartos de penique? ...
En la línea 1092
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras andaba distraídamente por la calle Alta, mirando desconsolado a los escaparates y pensando en lo que compraría si yo fuese un caballero, de pronto salió el señor Wopsle de una librería. Llevaba en la mano una triste tragedia de Jorge Barnwell, en la que acababa de emplear seis peniques con la idea de arrojar cada una de sus palabras a la cabeza de Pumblechook, con quien iba a tomar el té. Pero al verme creyó sin duda que la Providencia le había puesto en su camino a un aprendiz para que fuese la víctima de su lectura. Por eso se apoderó de mí e insistió en acompañarme hasta la sala de Pumblechook, y como yo sabía que me sentiría muy desgraciado en mi casa y, además, las noches eran oscuras y el camino solitario, pensé que mejor sería ir acompañado que solo, y por eso no opuse gran resistencia. Por consiguiente, nos dirigimos a casa de Pumblechook, precisamente cuando la calle y las tiendas encendían sus luces. Como nunca asistía a ninguna otra representación de los dramas de Jorge Barnwell, no sé, en realidad, cuánto tiempo se invierte en cada una; pero sé perfectamente que la lectura de aquella obra duró hasta las nueve y media de la noche, y cuando el señor Wopsle entró en Newgate creí que no llegaría a ir al cadalso, pues empezó a recitar mucho más despacio que en otro período cualquiera de su deshonrosa vida. Me pareció que el héroe del drama debería de haberse quejado de que no se le permitiera recoger los frutos de lo que había sembrado desde que empezó su vida. Esto, sin embargo, era una simple cuestión de cansancio y de extensión. Lo que me impresionó fue la identificación del drama con mi inofensiva persona. Cuando Barnwell empezó a hacer granujadas, yo me sentí benévolo, pero la indignada mirada de Pumblechook me recriminó con dureza. También Wopsle se esforzo en presentarme en el aspecto más desagradable. A la vez feroz e hipócrita, me vi obligado a asesinar a mi tío sin circunstancias atenuantes. Milwood destruía a cada momento todos mis argumentos. La hija de mi amo me manifestaba el mayor desdén, y todo lo que puedo decir en defensa de mi conducta, en la mañana fatal, es que fue la consecuencia lógica de la debilidad de mi carácter. Y aun después de haber sido felizmente ahorcado, y en cuanto Wopsle hubo cerrado el libro, Pumblechook se quedó mirándome y meneó la cabeza diciendo al mismo tiempo: ...
En la línea 148
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El hijo menor, una niña de seis años, dormía sentada en el suelo, con el cuerpo torcido y la cabeza apoyada en el sofá. Su hermanito, que tenía un año más que ella, lloraba en un rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo. Seguramente su madre le acababa de pegar. La mayor, una niña de nueve años, alta y delgada como una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y, sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le venía bien dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al mismo tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecían aún mayores en su pequeña y enjuta carita. ...
En la línea 167
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. ...
En la línea 208
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Pero ahora, gracias a Dios, creo que te podré mandar algo. Por otra parte, en estos momentos no podemos quejarnos de nuestra suerte, por el motivo que me apresuro a participarte. Ante todo, querido Rodia, tú no sabes que hace ya seis semanas que tu hermana vive conmigo y que ya no tendremos que volver a separarnos. Gracias a Dios, han terminado sus sufrimientos. Pero vayamos por orden: así sabrás todo lo ocurrido, todo lo que hasta ahora te hemos ocultado. ...
En la línea 214
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Aún había otras razones para que Dunia no pudiera dejar la casa hasta seis semanas después. Ya conoces a Dunia, ya sabes que es una mujer inteligente y de carácter firme. Puede soportar las peores situaciones y encontrar en su ánimo la entereza necesaria para conservar la serenidad. Aunque nos escribíamos con frecuencia, ella no me había dicho nada de todo esto para no apenarme. El desenlace sobrevino inesperadamente. Marfa Petrovna sorprendió un día en el jardín, por pura casualidad, a su marido en el momento en que acosaba a Dunia, y lo interpretó todo al revés, achacando la culpa a tu hermana. A esto siguió una violenta escena en el mismo jardín. Marfa Petrovna llegó incluso a golpear a Dunia: no quiso escucharla y estuvo vociferando durante más de una hora. Al fin la envió a mi casa en una simple carreta, a la que fueron arrojados en desorden sus vestidos, su ropa blanca y todas sus cosas: ni siquiera le permitió hacer el equipaje. Para colmo de desdichas, en aquel momento empezó a diluviar, y Dunia, después de haber sufrido las más crueles afrentas, tuvo que recorrer diecisiete verstas en una carreta sin toldo y en compañía de un mujik. Dime ahora qué podía yo contestar a tu carta, qué podía contarte de esta historia. ...
En la línea 190
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El general no salía de su asombro. ¿De dónde había sacado yo aquella suma? Le expliqué que había empezado con diez federicos y que al doblar mi postura seis o siete veces había llegado a ganar cinco o seis mil florines, y que luego en dos jugadas me quedé sin un céntimo. ...
En la línea 190
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El general no salía de su asombro. ¿De dónde había sacado yo aquella suma? Le expliqué que había empezado con diez federicos y que al doblar mi postura seis o siete veces había llegado a ganar cinco o seis mil florines, y que luego en dos jugadas me quedé sin un céntimo. ...
En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...
En la línea 719
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Eh, que sí? ¡He ganado doce mil florines! ¡Qué digo doce mil! ¡Con el oro casi hacen trece! ¿Cuánto es eso en rublos? Unos seis mil, ¿no es verdad? ...
En la línea 87
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Menester es confesar, sin embargo, que le quedaban de lo que en otro tiempo había poseído seis cubiertos de plata y un cucharón, que la señora Magloire miraba con cierta satisfacción todos los días relucir espléndidamente sobre el blanco mantel de gruesa tela. Y como procuramos pintar aquí al obispo de D. tal cual era, debemos añadir que más de una vez había dicho: 'Renunciaría difícilmente a comer con cubiertos que no fuesen de plata'. ...
En la línea 89
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... A la cabecera de la cama del obispo, había pequeña alacena, donde la señora Magloire guardaba todas las noches los seis cubiertos de plata y el cucharón. Debemos añadir que nunca quitaba la llave de la cerradura. ...
En la línea 101
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Difícil sería hallar un transeúnte de aspecto más miserable. Era un hombre de mediana estatura, robusto, de unos cuarenta y seis a cuarenta y ocho años. Una gorra de cuero con visera calada hasta los ojos ocultaba en parte su rostro tostado por el sol y todo cubierto de sudor. Su camisa, de una tela gruesa y amarillenta, dejaba ver su velludo pecho; llevaba una corbata retorcida como una cuerda; un pantalón azul usado y roto; una vieja chaqueta gris hecha jirones; un morral de soldado a la espalda, bien repleto, bien cerrado y nuevo; en la mano un enorme palo nudoso, los pies sin medias, calzados con gruesos zapatos claveteados. Sus cabellos estaban cortados al rape y, sin embargo, erizados, porque comenzaban a crecer un poco y parecía que no habían sido cortados hacía algún tiempo. ...
En la línea 250
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Mucho! ¡La chaqueta roja, la cadena al pie, una tarima para dormir, el calor, el frío, el trabajo, los apaleos, la doble cadena por nada, el calabozo por una palabra, y, aun enfermo en la cama, la cadena! ¡Los perros, los perros son más felices! ¡Diecinueve años! Ahora tengo cuarenta y seis, y un pasaporte amarillo. ...
En la línea 198
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando acabaron la carga, aún reducida a la mitad, seguía siendo tremenda. Charles y Hal salieron al anochecer y compraron seis perros más, que, sumados a los seis del equipo original, más Teek y Koona (los huskies comprados en Rink Rapids durante el viaje récord), elevaron el número de animales a catorce. Pero los perros recién adquiridos, aunque dominados prácticamente desde un primer momento, no aportaron gran cosa. Tres de ellos eran pelicortos perros de muestra, otro era un terranova, y los otros dos, mestizos de raza indefinida. Los recién llegados no parecían al tanto de nada. Buck y sus compañeros los miraban con desdén, y aunque él les enseñó enseguida su lugar y lo que no debían hacer, no pudo instruirlos sobre lo que sí debían hacer. No se adaptaron a la dura rutina del camino. Excepto los dos mestizos, estaban aturdidos, y el salvaje y desconocido entorno y el maltrato recibido les habían quebrantado el ánimo. Los dos mestizos carecían de vitalidad; lo único quebrantable en su caso eran los huesos. ...
En la línea 198
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando acabaron la carga, aún reducida a la mitad, seguía siendo tremenda. Charles y Hal salieron al anochecer y compraron seis perros más, que, sumados a los seis del equipo original, más Teek y Koona (los huskies comprados en Rink Rapids durante el viaje récord), elevaron el número de animales a catorce. Pero los perros recién adquiridos, aunque dominados prácticamente desde un primer momento, no aportaron gran cosa. Tres de ellos eran pelicortos perros de muestra, otro era un terranova, y los otros dos, mestizos de raza indefinida. Los recién llegados no parecían al tanto de nada. Buck y sus compañeros los miraban con desdén, y aunque él les enseñó enseguida su lugar y lo que no debían hacer, no pudo instruirlos sobre lo que sí debían hacer. No se adaptaron a la dura rutina del camino. Excepto los dos mestizos, estaban aturdidos, y el salvaje y desconocido entorno y el maltrato recibido les habían quebrantado el ánimo. Los dos mestizos carecían de vitalidad; lo único quebrantable en su caso eran los huesos. ...
En la línea 204
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El primero en caer fue Dub. Pobre ladrón inepto como era, al que siempre pescaban y castigaban, había sido, con todo, un fiel trabajador. La paletilla que tenía dislocada, sin cuidados ni descanso, fue de mal en peor, hasta que finalmente Hal lo liquidó de un disparo con su pesado revólver Colt. Hay un dicho de la región que afirma que, con la ración de un perro esquimal, uno foráneo se muere de hambre, de modo que, con la mitad de la ración de uno, los seis extranjeros al mando de Buck no podían hacer otra cosa que morirse. El terranova fue el primero, seguido por los tres pelicortos de muestra; los dos mestizos se aferraron con más fuerza a la vida, pero al final también cayeron. ...
En la línea 209
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... La excesiva atención que prestaban a la grave situación de sus asuntos los hacía insensibles al sufrimiento de sus animales. La teoría de Hal, que él aplicaba a los demás, era que había que endurecerse. Había empezado por predicársela a su hermana y a su cuñado. Como no encontró eco, se la inculcaba a los perros con el garrote. En Five Fingers se acabó la comida para los perros, y una vieja india desdentada les ofreció unos kilos de pellejo de equino congelado a cambio del revólver Colt que Halt llevaba en la cadera junto con el cuchillo de caza. Pobre substituto del alimento eran aquellas tiras de pellejo, conservadas tal como habían sido arrancadas seis meses antes a los caballos muertos de hambre de unos ganaderos. Congeladas, más parecían de hierro galvanizado, y, cuando un perro conseguía con gran esfuerzo metérselas en el estómago, se descongelaban y se convertían en delgadas e insulsas cintas correosas y en una masa de cerdas caballares irritantes e indigestas. ...
En la línea 762
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A un tiempo comenzaron Pilar y Miranda la temporada termal, si bien con método tan distinto como lo requería la diferencia de sus males. Miranda hubo de beber las aguas hirvientes y enérgicas de la Reja-Grande, sometiéndose a la vez a un complicado sistema de afusiones locales, baños y duchas, mientras la anémica absorbía a pequeñas dosis la picante linfa, gaseosa y ferruginosa del manantial de las Señoras. Estableciose desde entonces una lucha perenne entre Pilar y los que la acompañaban. Eran necesarios esfuerzos heroicos para contenerla e impedir que hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupaban el día entero en lucir trajes y divertirse. Desde este punto de vista, fue funesta a Pilar la presencia en Vichy de seis u ocho españolas conocidas que aún aprovechaban allí el fin de la estación. Era pasado ya lo mejor y más brillante de ésta; las corridas, el tiro de pichón, las grandes excursiones en calesas y ómnibus al Borbonés, comenzadas en Agosto, concluían en los primeros días de Septiembre. Pero quedaban aún los conciertos en el Parque, el gran paseo por la avenida pavimentada de asfalto, las fiestas nocturnas en el Casino, el teatro, que, próximo a cerrarse, se veía más concurrido cada vez. Pilar se moría por reunirse a la docena de compatriotas de distinción que revoloteaban en el efímero torbellino de los placeres termales. El médico de consulta a quien se habían dirigido en Vichy, al par que recomendaba las distracciones a Miranda, prohibía severamente a la anémica todo género de excitación, encargándole mucho que procurase aprovechar el carácter semi rural de la villa para hacer vida de campo en lo posible, acostándose con las gallinas y madrugando con el sol. Exigía este régimen mucha constancia y, sobre todo, una persona que, continuamente al lado de la rebelde enferma, no descuidase ni un segundo el obligarla a seguir las prescripciones del facultativo. Ni Miranda ni Perico servían para el caso. Miranda cubría las formas sociales exhortando a Pilar a «cuidarse» y «no hacer tonterías», todo ello dicho con el calor ficticio que muestran los egoístas cuando se trata de la salud ajena. Perico se enojaba de ver a su hermana echando en saco roto las advertencias del doctor, cosa que podía alargar la cura, y por ende la estancia en Vichy, pero no era capaz de vigilarla y de atender a que cumpliese las órdenes recibidas. Decíale a veces: ...
En la línea 764
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La única persona que se consagró a que Pilar observase el régimen saludable, fue, pues, Lucía. Hízolo movida de la necesidad de abnegación que experimentan las naturalezas ricas y jóvenes, a quienes su propia actividad tortura y han menester encaminarla a algún fin, y del instinto que impulsa a dar de comer al animal a quien todos descuidan, o a coger de la mano al niño abandonado en la calle. Al alcance de Lucía sólo estaba Pilar, y en Pilar puso sus afectos. Perico Gonzalvo no simpatizaba con Lucía, encontrándola muy provinciana y muy poco mujer en cuanto a las artes de agradar. Miranda, ya un tanto rejuvenecido por los favorables efectos de la primer semana de aguas, se iba con Perico al Casino, al Parque, enderezando la espina dorsal y retorciéndose otra vez los bigotes. Quedaban pues frente a frente las dos mujeres. Lucía se sujetaba en todo al método de la enferma. A las seis dejaba pasito el lecho conyugal y se iba a despertar a la anémica, a fin de que el prolongado sueño no le causase peligrosos sudores. Sacabala presto al balcón del piso bajo, a respirar el aire puro de la mañanita, y gozaban ambas del amanecer campesino, que parecía sacudir a Vichy, estremeciéndole con una especie de anhelo madrugador. Comenzaba muy temprano la vida cotidiana en la villa termal, porque los habitantes, hosteleros de oficio casi todos durante la estación de aguas, tenían que ir a la compra y apercibirse a dar el almuerzo a sus huéspedes cuando éstos volviesen de beber el primer vaso. Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón. Pasaba algún obrero, larga la barba, mal lavado y huraño el semblante, renqueando, soñoliento, el espinazo arqueado aún por la curvatura del sueño de plomo a que se entregaran la víspera sus miembros exhaustos. Las criadas de servir, con el cesto al brazo, ancho mandil de tela gris o azul, pelo bien alisado -como de mujer que sólo dispone en el día de diez minutos para el tocador y los aprovecha-, iban con paso ligero, temerosas de que se les hiciese tarde. Los quintos salían de un cuartel próximo, derechos, muy abotonados de uniforme, las orejas coloradas con tanto frotárselas en las abluciones matinales, el cogote afeitado al rape, las manos en los bolsillos del pantalón, silbando alguna tonada. Una vejezuela, con su gorra muy blanca y limpia, remangado el traje, barría con esmero las hojas secas esparcidas por la acera de asfalto; seguíala un faldero que olfateaba como desorientado cada montón de hojas reunido por la escoba diligente. Carros se velan muchísimos y de todas formas y dimensiones, y entreteníase Lucía en observarlos y compararlos. Algunos, montados en dos enormes ruedas, iban tirados por un asnillo de impacientes orejas, y guiados por mujeres de rostro duro y curtido, que llevaban el clásico sombrero borbonés, especie de esportilla de paja con dos cintas de terciopelo negro cruzadas por la copa: eran carros de lechera: en la zaga, una fila de cántaros de hojalata encerraba la mercancía. Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera. Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse. ...
En la línea 61
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -A los que se admiraban de que un robo tan considerable hubiera podido realizarse con esa facilidad, el subgobemador Gualterio Ralph se limitaba a responder que en aquel mismo momento el cajero se ocupaba en el asiento de una entrada de tres chelines seis peniques, y que no se puede atender a todo. ...
En la línea 129
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se levantó acta de la apuesta, firmando los seis interesados. Phileas Fogg había permanecido sereno. No había ciertamente apostado para ganar, y no había comprometido las veinte mil libras- mitad de su fortuna- sino porque preveía que tendría que gastar la otra mitad para llevar a buen fin ese difícil, por no decir inejecutable proyecto. En cuanto a sus adversarios, parecían conmovidos, no por el valor de la apuesta, sino porque tenían reparo en luchar con ventaja. ...
En la línea 284
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... 'Llegada por Monte Cenis a Turín, el viernes 4 de octubre a las seis y treinta y cinco minutos de la mañana. ...
En la línea 289
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... 'Total de horas transcurridas, ciento cincuenta y ocho y media, o sea seis días y medio'. ...
Más información sobre la palabra Seis en internet
Seis en la RAE.
Seis en Word Reference.
Seis en la wikipedia.
Sinonimos de Seis.
Palabras parecidas a seis
La palabra huyendo
La palabra loco
La palabra hubiesen
La palabra nadie
La palabra visto
La palabra labriego
La palabra ribazo
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