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La palabra rrisas
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Comó se escribe rrisas o risas?

Cual es errónea Risas o Rrisas?

La palabra correcta es Risas. Sin Embargo Rrisas se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra rrisas es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra risas

Más información sobre la palabra Risas en internet

Risas en la RAE.
Risas en Word Reference.
Risas en la wikipedia.
Sinonimos de Risas.

Algunas Frases de libros en las que aparece risas

La palabra risas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 738
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste, dándose cuenta de su situación, calló asustado por haber incurrido en multa, mientras sonaban al otro lado de la verja las risas y los aullidos de alegría de sus contrarios. ...

En la línea 765
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pasar él junto a ellos, callaban, hacían esfuerzos para conservar su gravedad, aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia; pero según iba alejándose, estallaban a su espalda insolentes risas, y hasta oyó la voz de un mozalbete que, remedando el grave tono del presidente del tribunal, gritaba: -¡Cuatre sous de multa! Vió a lo lejos, en la puerta de la taberna de Copa, a su enemigo Pimentó, con el porrón en la mano, ocupando el centro de un corro de amigos, gesticulante y risueño, como si imitase las protestas y quejas del denunciado. ...

En la línea 937
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rumor de voces, estallidos de risas, guitarreos y coplas a grito pelado salían por aquella puerta roja como una boca de horno. ...

En la línea 2080
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Podían reír sus amigos hasta reventar; pero tales risas serían las últimas. ...

En la línea 321
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Este pariente, que renovaba los escándalos del de San Dionisio, agravados, según doña Elvira, por su origen plebeyo, era una calamidad en una casa que siempre había infundido respeto por su nobleza y santas costumbres. Para mayor desgracia estaban las niñas del marqués, Lola y Mercedes. ¡Las veces que su tía se sofocó de indignación, sorprendiéndolas por la noche en una reja baja de su hotel, hablando con los novios, que se renovaban casi semanalmente! Tan pronto eran tenientes de la remonta, como señoritos del _Caballista_, o ingleses jóvenes, empleados en los escritorios, que se entusiasmaban _pelando la pava_ al estilo del país y hacían reír a las niñas con su andaluz chapurreado británicamente. No había muchacho en Jerez que no tuviese su rato de conversación con las desenvueltas _marquesitas_. Ellas hacían frente a todos: bastaba pararse ante sus rejas para entablar diálogo, y los que pasaban sin detenerse eran perseguidos por las risas y los siseos irónicos que sonaban a sus espaldas. La viuda de Dupont no podía dominar a sus sobrinas, y éstas, por su parte, así como iban creciendo, mostrábanse más insolentes con la devota señora. Era en vano que su primo las prohibiese salir a las rejas. Burlábanse de él y su madre, añadiendo que ellas no habían nacido para monjas. Escuchaban con gesto hipócrita las pláticas del confesor de doña Elvira recomendándolas la sumisión, y hacían uso de toda clase de astucias para comunicarse con los galanes de a pie y de a caballo que rondaban la calle. ...

En la línea 1021
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pasaban corriendo las jornaleras por cerca de la puerta perseguidas por los hombres, riendo con nerviosas carcajadas, como si las cosquillease el aire de los que iban a sus alcances. Se adivinaban sus escondites en la cuadra, en los graneros, en el horno, en todos los departamentos del cortijo que comunicaban con el patio; y en estas piezas oscuras, los encuentros, las risas sofocadas, los gritos de sorpresa. ...

En la línea 1106
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Partió Rafael de Marchamalo, dejando a su novia menos iracunda, pero llevaba en el pensamiento, como una aguda pesadumbre, la aspereza con que le despidió María de la Luz. ¡Cristo, con el señorito! ¡Qué de disgustos le proporcionaban sus diversiones!... Volvía lentamente hacia Matanzuela, pensando en las caras hostiles de los gañanes, en aquella muchacha que se moría rápidamente, mientras allá en la ciudad, los desocupados hablaban de ella y de su susto con grandes risas. ...

En la línea 1247
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cualquiera podría apoderarse de su casa, si es que le gustaba; y él, a su vez, le robaría la chaqueta al vecino, porque le era necesaria; y el otro echaría la zarpa sobre la mujer del de más allá, porque la consideraría de su gusto. ¡La mar, caballeros!... ¿No merecían cuatro tiros o la camisa de fuerza los que hablaban de la tal igualdad? Y a las risas del orador, uníanse las carcajadas de todos los socios. ...

En la línea 5351
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se produjo entonces un hurra de risas que dejaron al pobre Por thos completamente atónito; pero pronto se le explicó la razón de aque lla hilaridad, que él compartió ruidosamente, según su costumbre. ...

En la línea 8157
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquello eran felicitaciones, apretones de manos, abrazos que no terminaban, risas inextinguibles a propósito de los roche lleses; finalmente, un tumulto tan grande que el señor cardenal creyó que había motín y envió a La Houdinière, su capitán de los guardias, a informarse de o que pasaba. ...

En la línea 6399
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Había una confusa batahola de gritos, chillidos y agudas risas femeninas; oíase también algunas canciones, cuyo asunto es fácil de adivinar, pues estábamos en la soleada Andalucía, ¿y en qué pueden pensar ni de qué hablar o cantar sus ojinegras hijas más que de _amor, amor_, que entonces resonaba en la tierra y en las aguas? Prosiguiendo a lo largo de la playa, vimos también una multitud de hombres bañándose; no pasamos junto a ellos, pues torcimos a la izquierda y remontamos un paseo o avenida que conduce a Sanlúcar, como de un cuarto de milla de longitud. ...

En la línea 1374
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana que jamás encontraba alegría, risas y besos en la vida, se dio a soñar todo eso desde los cuatro años. ...

En la línea 6102
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En aquel momento entró Visitación en el gabinete, echando fuego por ojos y mejillas, habló aparte, y con permiso de aquellos señores a la Marquesa y a Obdulia: las tres rodearon al Magistral y con permiso de los señores —que ya no eran más que el Arcediano y dos pollos vetustenses insignificantes —, tuvieron con él un conciliábulo en que hubo risas, protestas del Magistral, mimosas y elegantes en los gestos que las acompañaban. ...

En la línea 6111
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Glocester, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó, tendió la mano a doña Rufina, y salió diciendo chistes, haciendo venias y prodigando risas falsas. ...

En la línea 6717
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Lo que se puede bien llamar juventud dorada del clero de la capital, tan envidiada por sus colegas de la montaña, que según ellos mismos se embrutecían a ojos vistas, la juventud dorada acudía sin falta todas las tardes de otoño y de invierno que hacía bueno al Espolón; iba lo que se llama reluciente; parecían diamantes negros, y sin que nadie tuviera nada que decir, presenciaban las idas y venidas de las jóvenes elegantes; y los que eran observadores podían notar las señales del amor, de la coquetería, en gestos, movimientos, risas, miradas y rubores. ...

En la línea 134
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una risa aflautada del gordo personaje fue la primera respuesta. Luego pareció arrepentirse de su falta de corrección al contestar con risas a las preguntas, y dijo gravemente: ...

En la línea 235
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tripulantes de las máquinas voladoras se unieron a esta ovación haciendo evolucionar sus quiméricas bestias en torno del rostro de Gillespie. Pasaban tan cerca, que este tuvo que echar atrás su cabeza por dos veces, temiendo que le cortase la nariz una de aquellas alas escamosas con sus puntas agudas como cuchillos. Las muchachas del casquete dorado y larga pluma saludaban con risas los movimientos inquietos del gigante. Pero una orden venida de abajo acabo con estos juegos, restableciendo el silencio. Todavía la traductora rugió su última orden, antes de partir. ...

En la línea 507
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Le parecieron tan disparatadas estas preguntas al profesor, que las acogió con grandes risas. ...

En la línea 531
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su enfado por las risas del Gentleman-Montaña no duró mucho. Además, Gillespie, queriendo desenojarla, se colocó bajo una ceja la lente que le había regalado para que la contemplase. El enorme cristal estaba pulido con una perfección digna de los ojos de los pigmeos, los cuales podían distinguir las más leves irregularidades de su concavidad. ...

En la línea 176
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todo era para ellos motivo de felicidad. Contemplar una maravilla del arte les entusiasmaba y de puro entusiasmo se reían, lo mismo que de cualquier contrariedad. Si la comida era mala, risas; si el coche que les llevaba a la Cartuja iba danzando en los baches del camino, risas; si el sacristán de las Huelgas les contaba mil papas, diciendo que la señora abadesa se ponía mitra y gobernaba a los curas, risas. Y a más de esto, todo cuanto Jacinta decía, aunque fuera la cosa más seria del mundo, le hacía a Juanito una gracia extraordinaria. Por cualquier tontería que este dijese, su mujer soltaba la carcajada. Las crudezas de estilo popular y aflamencado que Santa Cruz decía alguna vez, divertíanla más que nada y las repetía tratando de fijarlas en su memoria. Cuando no son muy groseras, estas fórmulas de hablar hacen gracia, como caricaturas que son del lenguaje. ...

En la línea 176
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todo era para ellos motivo de felicidad. Contemplar una maravilla del arte les entusiasmaba y de puro entusiasmo se reían, lo mismo que de cualquier contrariedad. Si la comida era mala, risas; si el coche que les llevaba a la Cartuja iba danzando en los baches del camino, risas; si el sacristán de las Huelgas les contaba mil papas, diciendo que la señora abadesa se ponía mitra y gobernaba a los curas, risas. Y a más de esto, todo cuanto Jacinta decía, aunque fuera la cosa más seria del mundo, le hacía a Juanito una gracia extraordinaria. Por cualquier tontería que este dijese, su mujer soltaba la carcajada. Las crudezas de estilo popular y aflamencado que Santa Cruz decía alguna vez, divertíanla más que nada y las repetía tratando de fijarlas en su memoria. Cuando no son muy groseras, estas fórmulas de hablar hacen gracia, como caricaturas que son del lenguaje. ...

En la línea 176
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todo era para ellos motivo de felicidad. Contemplar una maravilla del arte les entusiasmaba y de puro entusiasmo se reían, lo mismo que de cualquier contrariedad. Si la comida era mala, risas; si el coche que les llevaba a la Cartuja iba danzando en los baches del camino, risas; si el sacristán de las Huelgas les contaba mil papas, diciendo que la señora abadesa se ponía mitra y gobernaba a los curas, risas. Y a más de esto, todo cuanto Jacinta decía, aunque fuera la cosa más seria del mundo, le hacía a Juanito una gracia extraordinaria. Por cualquier tontería que este dijese, su mujer soltaba la carcajada. Las crudezas de estilo popular y aflamencado que Santa Cruz decía alguna vez, divertíanla más que nada y las repetía tratando de fijarlas en su memoria. Cuando no son muy groseras, estas fórmulas de hablar hacen gracia, como caricaturas que son del lenguaje. ...

En la línea 835
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nueva barricada de chiquillos les cortó el paso. Al verles, Jacinta y aun Guillermina, a pesar de su costumbre de ver cosas raras, quedáronse pasmadas, y hubiérales dado espanto lo que miraban, si las risas de ellos no disiparan toda impresión terrorífica. Era una manada de salvajes, compuesta de dos tagarotes como de diez y doce años, una niña más chica, y otros dos chavales, cuya edad y sexo no se podía saber. Tenían todos ellos la cara y las manos llenas de chafarrinones negros, hechos con algo que debía de ser betún o barniz japonés del más fuerte. Uno se había pintado rayas en el rostro, otro anteojos, aquél bigotes, cejas y patillas con tan mala maña, que toda la cara parecía revuelta en heces de tintero. Los pequeñuelos no parecían pertenecer a la raza humana, y con aquel maldito tizne extendido y resobado por la cara y las manos semejaban micos, diablillos o engendros infernales. ...

En la línea 107
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Esta salida trajo más risas El pobre Eduardo se irguió altivamente y dijo: ...

En la línea 109
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Esto lo disfrutaron mucho, según lo testificaron las risas. El joven que había hablado el primero gritó a sus compañeros: ...

En la línea 113
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... ¡Ah, pero esto no era ya una broma, esto iba pasando de diversión! Cesaron al instante las risas, y tomó su lugar la furia. Una docena gritó: ...

En la línea 391
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El que hablaba era una especie de don César de Bazán por su traje, su aspecto y su porte. Era alto, delgado y musculoso. Su jubón y sus calzas eran de rico género, pero marchitos y raídos, y su adorno de encaje estaba tristemente deslucido; su lechuguilla, estaba ajada y estropeada; la pluma de su sombrero alicaído estaba rota y tenía aspecto sucio y poco respetable. Al costado llevaba un largo estoque en una oxidada vaina de hierro; su actitud fanfarrona lo delataba de inmediato como un espadachín en campaña. Las palabras de esta fantástica figura fueron recibidas con una explosión de júbilo y risas. Algunos gritaron: '¡Es otro príncipe disfrazado!' '¡Cuidado con lo que hablas, amigo, parece que es peligroso!' 'En verdad lo parece: mira sus ojos.' 'Separa de él al chico.' 'Al abrevadero de los caballos con él.' ...

En la línea 131
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La sala se llenó de risas mezcladas con insultos. Los primeros en reír e insultar fueron los que escuchaban al funcionario. Los otros, los que no habían prestado atención, les hicieron coro, pues les bastaba ver la cara del charlatán. ...

En la línea 134
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sus palabras habían producido cierta impresión. Hubo unos instantes de silencio. Pero pronto estallaron las risas y las invectivas. ...

En la línea 144
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sobre esta mesa, en una palmatoria de hierro, ardía el cabo de vela. Marmeladof tenía, pues, alquilada una habitación entera y no un simple rincón, pero comunicaba con otras habitaciones y era como un pasillo. La puerta que daba a las habitaciones, mejor dicho, a las jaulas, del piso de Amalia Lipevechsel, estaba entreabierta. Se oían voces y ruidos diversos. Las risas estallaban a cada momento. Sin duda, había allí gente que jugaba a las cartas y tomaba el té. A la habitación de Marmeladof llegaban a veces fragmentos de frases groseras. ...

En la línea 342
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estas palabras provocan exclamaciones y risas. ...

En la línea 1217
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y entonces fue cuando me sucedió una aventura tan extraordinaria como absurda. Me dirigía a toda prisa a las habitaciones del general. Al hallarme cerca de ellas se abrió una puerta y alguien me llamó. Era la señora viuda de Cominges, la cual me llamaba por encargo de la señorita Blanche. Entré en la habitación de esta última. Estas damas ocupaban una habitación reducida, dividida en dos compartimientos. Oíanse las risas y las voces de la señorita Blanche en el dormitorio. Se estaba levantando de la cama. ...

En la línea 1294
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Blanche lo acogió alegremente, con exclamaciones y risas y hasta le echó los brazos al cuello. Finalmente, fue ella quien le retuvo y le obligó a acompañarla a todas partes, al bulevar, al teatro, a casa de sus amigos… Tal empleo convenía aún al general; tenía buen tipo y era elegante, estatura casi alta, patillas y bigotes teñidos —había servido en el cuerpo de coraceros—, rostro lleno de facciones pronunciadas. Sus modales eran perfectos. Llevaba el frac maravillosamente. En París lució sus condecoraciones. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 877
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Un coro de risas sofocadas brotó del círculo. Lola sabía decir las cosas con cierto ceceo y cierto parpadeo, que las mejoraba en tercio y quinto. ...

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r


El Español es una gran familia


la Ortografía es divertida

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