Cómo se escribe.org.es

La palabra rrecta
Cómo se escribe

Comó se escribe rrecta o recta?

Cual es errónea Recta o Rrecta?

La palabra correcta es Recta. Sin Embargo Rrecta se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra rrecta es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra recta

Más información sobre la palabra Recta en internet

Recta en la RAE.
Recta en Word Reference.
Recta en la wikipedia.
Sinonimos de Recta.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Recta

Cómo se escribe recta o rrecta?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece recta

La palabra recta puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 222
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad, y echó a correr, sin aguardar a oír más explicaciones. ...

En la línea 603
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los vecinos, al ver cómo se reformaba la barraca de Barret, colocándose recta la montera, veían en esto algo de burla y de reto. ...

En la línea 2217
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y apenas se dijo esto, salió de entre las cañas una recta y fugaz lengua de fuego, una flecha roja, que, al disolverse, produjo un estampido, y algo pasó silbando junto a una oreja de Batiste. ...

En la línea 3329
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Dónde vamos primero?-A Calais -dijo D'Artagnan-; es la línea más recta para llegar a Londres. ...

En la línea 4817
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En efecto, considerado incluso al lado del señor de Tréville, el ele gante cortesano Athos, en sus días de buen humor podía sostener con ventaja la comparación; era de talla mediana, pero esa talla estaba tan admirablemente cuajada y tan bien proporcionada que más de una vez, en sus luchas con Porthos, había hecho doblar la rodilla al gigante cu ya fuerza física se había vuelto proverbial entre los mosqueteros; su cabeza, de ojos penetrantes, de nariz recta, de mentón dibujado como el de Bruto, tenía un carácter indefinible de grandeza y de gracia; sus manos, de las que no tenía cuidado alguno, causaban la desespera ción de Aramis, que cultivaba las suyas con gran cantidad de pastas de almendras y de aceite perfumado; el sonido de su voz era pe-netrante y melodioso a la vez, y además, lo que había de indefinible en Athos, que se hacía siempre oscuro y pequeño, era esa ciencia de licada del mundo y de los usos de la más brillante sociedad, esos hábi tos de buena casa que apuntaba como sin querer en sus menores acciones. ...

En la línea 10898
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Volvemos junto a Su Eminencia, señor caballero -dijo Athos adelantándose-y aceptaréis la palabra del señor D'Artagnan, que va a dirigirse en línea recta a La Rochelle. ...

En la línea 33
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Estas amistades de influencia, siempre perjudicial á la recta administracion de justicia, son en Manila un efecto casi necesario de la corta poblacion española [2], de la falta de todo recreo ó distraccion pública, y de que con la laxitud del clíma, y de las costumbres y halagos del pais, se entra en una vida regalona y blanda, y se pierde aquella entereza y enerjía de las costumbres europeas á los pocos años de residencia en las Islas. ...

En la línea 113
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Que se simplifiquen cuanto sea posible esas inveteradas y antiguas ritualidades de los juicios, que mas sirven para obscurecer la verdad, que para hallarla y conocer por ella el derecho de cada uno; y que letrados de suficiencia acreditada, aptitud y honradez conocidas, sean los que ocupen esos destinos; que se estinga todo fuero y previlejio para que desaparezcan del Foro esas competencias de jurisdiccion; y con la mayor sencillez, claridad y brevedad en las fórmulas de enjuiciamiento ó sustanciacion, no podrán menos de tocarse los mas escelentes resultados, y considerables ventajas á la recta y pronta administracion de justicia. ...

En la línea 142
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Como encargada á los jueces letrados la recaudacion del tributo que pagan los indios, deberá arreglarse en disposicion separada qué clase de garantías y en qué forma deberian prestar por este encargo, y simplificar metódicamente el sistema de cuentas que anualmente deben rendir de los fondos que recaudasen; pues el método que se observa de dar cuentas de su administracion los alcaldes mayores y correjidores al concluir y cesar en su encargo, es perjudicial y ruinoso al erario público, á los interesados, y á la recta administracion de justicia: cuentas claras y anuales es el modo mejor de poner á cubierto y en buena administracion los fondos del estado, y si se hallase otro medio mas seguro, ese deberia ser el que se adoptase. ...

En la línea 344
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El comercio hablaria en su ramo segun sus necesidades; los majistrados en el suyo manifestarian los vicios y defectos de que adolece, y remedios que podrian emplearse para la mas pronta y recta administracion de justicia; las autoridades de hacienda harian otro tanto, y los reverendos arzobispos y obispos por el clero dirian sobre la necesidad del pacto espiritual y medios que convendria adoptar para su estabilidad, mejor distribucion y propagacion de nuestra fe, pues en Filipinas hay aun mucho que conquistar en esta parte; los ayuntamientos propondrian sobre sus atribuciones lo mas conveniente, sin olvidar que sobre pesos y medidas es urjentísimo dar una ley que regule tan interesante materia; pues en Filipinas, en unas cosas rijen pesos y medidas de España, en otras las de China, y en otras las particulares adoptadas por el pais, como sucede en la medicion de tierras; y últimamente, por los públicos intereses en los importantes ramos de la agricultura é industria, los propietarios que los representasen, pedirian disposiciones análogas á su estabilidad y fomento. ...

En la línea 2090
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Esta hermosa señora -respondió el cura-, Sancho hermano, es, como quien no dice nada, es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y, a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa. ...

En la línea 3629
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Si no, díganme también que no es verdad que fue caballero andante el valiente lusitano Juan de Merlo, que fue a Borgoña y se combatió en la ciudad de Ras con el famoso señor de Charní, llamado mosén Pierres, y después, en la ciudad de Basilea, con mosén Enrique de Remestán, saliendo de entrambas empresas vencedor y lleno de honrosa fama; y las aventuras y desafíos que también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo deciendo por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Polo. ...

En la línea 5226
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Niño, niño -dijo con voz alta a esta sazón don Quijote-, seguid vuestra historia línea recta, y no os metáis en las curvas o transversales; que, para sacar una verdad en limpio, menester son muchas pruebas y repruebas. ...

En la línea 5879
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Es el caso -respondió la Dolorida -que desde aquí al reino de Candaya, si se va por tierra, hay cinco mil leguas, dos más a menos; pero si se va por el aire y por la línea recta, hay tres mil y docientas y veinte y siete. ...

En la línea 123
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sabido es que cuando un insecto grande queda preso en sus telas, la mayoría de nuestras arañas inglesas tratan de cortar los hilos y poner en libertad a aquél, para salvar sus redes de una destrucción completa. Sin embargo, una vez vi en un invernadero, en 8 Don Félix Azara (tomo I, pág. 175), hablando de un insecto himenóptero perteneciente con toda probabilidad al mismo género, dice que le vio arrastrar el cadáver de una araña a través de altas hierbas, en línea recta hasta su nido, que estaba a una distancia de 163 pasos. Añade que la avispa, con el fin de reconocer el camino, daba de vez en cuando «rodeos de unos tres palmos». ...

En la línea 193
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Beudant, en París, consiguieron hacer tubos11 análogos desde todos los puntos de vista a estas fulguritas, haciendo pasar descargas eléctricas extremadamente intensas a través de vidrio en polvo impalpable; cuando añadían sal al vidrio para aumentar su fusibilidad, los tubos tenían dimensiones mucho mayores. No consiguieron obtener tubos haciendo pasar la chispa a través del feldespato o cuarzo pulverizados. Un tubo obtenido en vidrio pulverizado tenía cerca de una pulgada de longitud (exactamente 982/1.000) y un diámetro interior de 19 milésimas de pulgada. Cuando al mismo tiempo se advierte que se empleó la batería más fuerte existente en París y que se hizo uso de sustancias tan fácilmente fusibles como el vidrio para llegar a formar tubos tan pequeños, ¡qué asombro se experimenta al pensar en la fuerza de una descarga eléctrica que en varios puntos arenosos pudo formar cilindros que en un caso tenían por lo menos 30 pies de longitud y un diámetro interior de 1 1/2 pulgada en los sitios no comprimidos, con una sustancia tan extraordinariamente refractaria como el cuarzo! Los tubos, como ya lo he hecho notar, penetran en la arena en una dirección casi vertical. Sin embargo, uno de ellos, menos regular que los otros, se desviaba de la línea recta; el mayor codo formaba un ángulo de 330. De ese mismo tubo, separadas entre sí un pie, partían dos ramas pequeñas, una con la punta vuelta hacia arriba y la otra hacia abajo. Este hecho es tanto más notable, cuanto que el fluido eléctrico debió de volverse atrás, formando con la línea principal de dirección un ángulo agudo de 260. Aparte de estos cuatro tubos, que conservaban su posición en planos verticales, y que pude seguir por debajo de la superficie, encontré encima del suelo otros varios grupos de fragmentos pertenecientes, con seguridad, a tubos que debían de haberse formado allí cerca. ...

En la línea 217
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... He aquí un pequeño mundo adaptado a esos lagos de salmuera que se encuentran tierra adentro. Dícese que un crustáceo muy pequeño (Cáncer salinas) habita en infinito número en las salinas de Lymington; pero sólo en las hondonadas donde por efecto de la evaporación, el líquido ha adquirido ya una densidad muy grande, como un cuarto de libra inglesa de sal por cada medio litro de agua4. ¡Sí, sin duda, puede afirmarse que todas las partes del mundo son habitables! Lagos de agua salobre, lagos subterráneos ocultos en las laderas de las montañas volcánicas, fuentes minerales de agua caliente, profundidades del océano, regiones superiores de la atmósfera, hasta una superficie de las nieves perpetuas: ¡en todas partes hay seres organizados! Al norte del río Negro, entre este río y el país habitado cerca de Buenos Aires, los españoles no poseen más que un pequeño establecimiento, recién fundado, en Bahía Blanca. En línea recta, hay cerca de 500 millas inglesas (800 kilómetros) del río Negro a Buenos Aires. Las tribus nómadas de indios, que usan caballo y siempre han ocupado la mayor parte de este país, atacan últimamente a cada instante las estancias aisladas; por eso el gobierno de Buenos Aires organizó hace algún tiempo, para exterminarlas, un ejército al mando del general Rosas. ...

En la línea 218
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las tropas estaban entonces acampadas a orillas del Colorado, río que corre a unas 80 millas al norte del río Negro. Al salir de Buenos Aires, el general Rosas avanzó en línea recta en medio de llanuras no exploradas aún; después de desalojar así a los indios, dejó detrás de sí, a grandes intervalos, pequeños destacamentos con caballos (posta), para asegurar sus comunicaciones con la capital. El Beagle tenía que hacer escala en Bahía Blanca; por tanto, resolví marchar allá por tierra, y más adelante me decidí a valerme de las postas para ir de la misma manera a Buenos Aires. ...

En la línea 52
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaba por la honestidad misma, iba a misa todos los días que lo mandaba la Iglesia, rezaba el rosario con la familia, trabajaba diez horas diarias o más en el escritorio sin levantar cabeza, y no gastaba el dinero que le daban sus papás. A pesar de estas raras dotes, Barbarita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que acontecía muy pocas veces, le miraba con el mismo interés con que se puede mirar una saca de carbón o un fardo de tejidos. Así es que se quedó como quien ve visiones cuando su madre, cierto día de precepto, al volver de la iglesia de Santa Cruz, donde ambas confesaron y comulgaron, le propuso el casamiento con Baldomerito. Y no empleó para esto circunloquios ni diplomacias de palabra, sino que se fue al asunto con estilo llano y decidido. ¡Ah, la línea recta de los Trujillos… ! ...

En la línea 2434
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y llegaba a creerse la muy tonta que la forma, la idea blanca, le decía con familiar lenguaje semejante al suyo: «No mires tanto este cerco de oro y piedras que me rodea, y mírame a mí que soy la verdad. Yo te he dado el único bien que puedes esperar. Con ser poco, es más de lo que te mereces. Acéptalo y no me pidas imposibles. ¿Crees que estamos aquí para mandar, verbi gracia, que se altere la ley de la sociedad sólo porque a una marmotona como tú se le antoja? El hombre que me pides es un señor de muchas campanillas y tú una pobre muchacha. ¿Te parece fácil que Yo haga casar a los señoritos con las criadas o que a las muchachas del pueblo las convierta en señoras? ¡Qué cosas se os ocurren, hijas! Y además, tonta, ¿no ves que es casado, casado por mi religión y en mis altares?, ¡y con quién!, con uno de mis ángeles hembras. ¿Te parece que no hay más que enviudar a un hombre para satisfacer el antojito de una corrida como tú? Cierto que lo que a mí me conviene, como tú has dicho, es traerme acá a Jacinta. Pero eso no es cuenta tuya. Y supón que la traigo, supón que se queda viudo. ¡Bah! ¿Crees que se va a casar contigo? Sí, para ti estaba. ¡Pues no se casaría si te hubieras conservado honrada, cuanti más, sosona, habiéndote echado tan a perder! Si es lo que Yo digo: parece que estáis locas rematadas, y que el vicio os ha secado la mollera. Me pedís unos disparates que no sé cómo los oigo. Lo que importa es dirigirse a Mí con el corazón limpio y la intención recta, como os ha dicho ayer vuestro capellán, que no habrá inventado la pólvora; pero, en fin, es buen hombre y sabe su obligación. A ti, Fortunata, te miré con indilugencia entre las descarriadas, porque volvías a Mí tus ojos alguna vez, y Yo vi en ti deseos de enmienda; pero ahora, hija, me sales con que sí, serás honrada, todo lo honrada que Yo quiera, siempre y cuando que te dé el hombre de tu gusto… ¡Vaya una gracia!… Pero en fin, no me quiero enfadar. Lo dicho, dicho: soy infinitamente misericordioso contigo, dándote un bien que no mereces, deparándote un marido honrado y que te adora, y todavía refunfuñas y pides más, más, más… Ved aquí por qué se cansa Uno de decir que sí a todo… No calculan, no se hacen cargo estas desgraciadas. Dispone Uno que a tal o cual hombre se le meta en la cabeza la idea de regenerarlas, y luego vienen ellas poniendo peros. Ya salen con que ha de ser bonito, ya con que ha de ser Fulano y si no, no. Hijas de mi alma, Yo no puedo alterar mis obras ni hacer mangas y capirotes de mis propias leyes. ¡Para hombres bonitos está el tiempo! Con que resignarse, hijas mías, que por ser cabras no ha de abandonaros vuestro pastor; tomad ejemplo de las ovejas con quien vivís; y tú, Fortunata, agradéceme sinceramente el bien inmenso que te doy y que no te mereces, y déjate de hacer melindres y de pedir gollerías, porque entonces no te doy nada y tirarás otra vez al monte. Con que, cuidadito… ». ...

En la línea 2612
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Después le miró la cara. Estaba muy pálida; los ojos parecían más grandes y traicioneros, acechando en sus profundos huecos violados bajo la ceja recta y negra. La nariz parecía de marfil, la boca más acentuada y los dos pliegues que la limitaban más enérgicos. Todo el semblante revelaba melancolía y profundidad de pensamiento, al menos así lo consideró Fortunata sin poder expresar por qué. Traía Mauricia un mantón nuevo y a la cabeza un pañuelo de seda de fajas azul-turquí y rojo vivo, delantal de cuadritos y falda de tartán, y en la mano un bulto atado con un pañuelo por las cuatro puntas. ...

En la línea 3428
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En el resto de aquel aciago día, dicho se está que la pobre señora de Rubín se entregó a las mayores extravagancias, pues tal nombre merecen sin duda actos como no querer comer, estar llorando a moco y baba tres horas seguidas, encender la luz cuando aún era día claro, apagarla después que fue noche por gusto de la oscuridad, y decir mil disparates en alta voz, lo mismo que si delirara. La criada intentó tranquilizarla; pero los consuelos verbales la irritaban más. A eso de las nueve, la dolorida se levantó con resolución del sofá en que se había echado, y a tientas, porque el gabinete estaba oscurísimo, buscó su mantón. «Ya verán, ya verán» murmuraba en su agitación epiléptica; y a tientas buscó también las botas y se las puso. Pañuelo a la cabeza, mantón bien recogido sobre los hombros, y a la calle… Salió con rapidez y determinación, como quien sabe a dónde va y obedece a uno de esos formidables impulsos en línea recta que conducen a toda acción terminante. Ni tiempo dio a que Dorotea pudiera detenerla, porque cuando esta la vio, ya estaba abriendo la puerta y salía como una saeta. ...

En la línea 635
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —A ver —dijo el pirata orientándose con las estrellas—, a mis espaldas tengo a los ingleses; delante, hacia el oeste, está el mar. Si voy directo hacia allá, puedo encontrarme con algún grupo de soldados. Es mejor desviarme en línea recta. Después me dirigiré al mar, a gran distancia de aquí. ...

En la línea 1666
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Cerca de cuatro kilómetros en línea recta. ...

En la línea 2388
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Descendimos rápidamente la montaña. Una vez pasado el bosque mineral, vi el fanal del Nautilus que brillaba como una estrella. El capitán se dirigió en línea recta hacia él, y cuando las primeras luces del alba blanqueaban la superficie del océano nos hallábamos ya de regreso a bordo. ...

En la línea 2013
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pareciéndome que el domingo era el mejor día para escuchar las opiniones del señor Wemmick en Walworth, dediqué el siguiente domingo por la tarde a hacer una peregrinación al castillo. Al llegar ante las murallas almenadas observé que ondeaba la bandera inglesa y que el puente estaba levantado, pero, sin amilanarme por aquella muestra de desconfianza y de resistencia, llamé a la puerta y fui pacíficamente admitido por el anciano. -Mi hijo, caballero-dijo el viejo después de levantar el puente, - ya se figuraba que usted vendría y me dejó el encargo de que volvería pronto de su paseo. Mi hijo pasea con mucha regularidad. Es hombre de hábitos muy ordenados en todo. 140 Yo incliné la cabeza hacia el anciano caballero, de la misma manera que pudiera haber hecho Wemmick, y luego entramos y nos sentamos ante el fuego. - Indudablemente, caballero - dijo el anciano con su voz aguda, mientras se calentaba las manos ante la llama, - conoció usted a mi hijo en su oficina, ¿no es verdad? - Yo moví la cabeza afirmativamente. - ¡Ah! - añadió el viejo-. He oído decir que mi hijo es un hombre notable en los negocios. ¿No es cierto? - Yo afirmé con un enérgico movimiento de cabeza. - Sí, así me lo han dicho. Tengo entendido que se dedica a asuntos jurídicos. - Yo volví a afirmar con más fuerza. - Y lo que más me sorprende en mi hijo - continuó el anciano - es que no recibió educación adecuada para las leyes, sino para la tonelería. Deseoso de saber qué informes había recibido el anciano caballero acerca de la reputación del señor Jaggers, con toda mi fuerza le grité este nombre junto al oído, y me dejó muy confuso al advertir que se echaba a reír de buena gana y me contestaba alegremente: - Sin duda alguna, no; tiene usted razón. Y todavía no tengo la menor idea de lo que quería decirme o qué broma entendió él que le comunicaba. Como no podía permanecer allí indefinidamente moviendo con energía la cabeza y sin tratar de interesarle de algún modo, le grité una pregunta encaminada a saber si también sus ocupaciones se habían dedicado a la tonelería. Y a fuerza de repetir varias veces esta palabra y de golpear el pecho del anciano para dársela a entender, conseguí que por fin me comprendiese. - No - dijo mi interlocutor -. Me dediqué al almacenaje. Primero, allá - añadió señalando hacia la chimenea, aunque creo que quería indicar Liverpool, - y luego, aquí, en la City de Londres. Sin embargo, como tuve una enfermedad… , porque soy de oído muy duro, caballero… Yo, con mi pantomima, expresé el mayor asombro. - Sí, tengo el oído muy duro; y cuando se apoderó de mí esta enfermedad, mi hijo se dedicó a los asuntos jurídicos. Me tomó a su cargo y, poquito a poco, fue construyendo esta posesión tan hermosa y elegante. Pero, volviendo a lo que usted dijo - prosiguió el anciano echándose a reír alegremente otra vez, - le contesto que, sin duda alguna, no. Tiene usted razón. Yo me extrañaba modestamente acerca de lo que él habría podido entender, que tanto le divertía, cuando me sobresaltó un repentino ruidito en la pared, a un lado de la chimenea, y el observar que se abría una puertecita de madera en cuya parte interior estaba pintado el nombre de «John». El anciano, siguiendo la dirección de mi mirada, exclamó triunfante: -Mi hijo acaba de llegar a casa. Y ambos salimos en dirección al puente levadizo. Valía cualquier cosa el ver a Wemmick saludándome desde el otro lado de la zanja, a pesar de que habríamos podido darnos la mano con la mayor facilidad a través de ella. El anciano, muy satisfecho, bajaba el puente levadizo, y me guardé de ofrecerle mi ayuda al advertir el gozo que ello le proporcionaba. Por eso me quedé quieto hasta que Wemmick hubo atravesado la plancha y me presentó a la señorita Skiffins, que entonces le acompañaba. La señorita Skiffins parecía ser de madera, y, como su compañero, pertenecía sin duda alguna al servicio de correos. Tal vez tendría dos o tres años menos que Wemmick, y en seguida observé que también gustaba de llevar objetos de valor, fácilmente transportables. El corte de su blusa desde la cintura para arriba, tanto por delante como por detrás, hacía que su figura fuese muy semejante a la cometa de un muchacho; además, llevaba una falda de color anaranjado y guantes de un tono verde intenso. Pero parecía buena mujer y demostraba tener muchas consideraciones al anciano. No tardé mucho en descubrir que concurría con frecuencia al castillo, porque al entrar en él, mientras yo cumplimentaba a Wemmick por su ingenioso sistema de anunciarse al anciano, me rogó que fijara mi atención por un momento en el otro lado de la chimenea y desapareció. Poco después se oyó otro ruido semejante al que me había sobresaltado y se abrió otra puertecilla en la cual estaba pintado el nombre de la señorita Skiffins. Entonces ésta cerró la puertecilla que acababa de abrirse y apareció de nuevo el nombre de John; luego aparecieron los dos a la vez, y finalmente ambas puertecillas quedaron cerradas. En cuanto regresó Wemmick de hacer funcionar aquellos avisos mecánicos, le expresé la admiración que me había causado, y él contestó: -Ya comprenderá usted que eso es, a la vez, agradable y divertido para el anciano. Y además, caballero, hay un detalle muy importante, y es que a pesar de la mucha gente que atraviesa esta puerta, el secreto de este mecanismo no lo conoce nadie más que mi padre, la señorita Skiffins y yo. - Y todo lo hizo el señor Wemmick - añadió la señorita Skiffins -. Él inventó el aparatito y lo construyó con sus manos. Mientras la señorita Skiffins se quitaba el gorro (aunque conservó los guantes verdes durante toda la noche, como señal exterior de que había visita), Wemmick me invitó a dar una vuelta por la posesión, a fin 141 de contemplar el aspecto de la isla durante el invierno. Figurándome que lo hacía con objeto de darme la oportunidad de conocer sus opiniones de Walworth, aproveché la circunstancia tan pronto como hubimos salido del castillo. Como había reflexionado cuidadosamente acerca del particular, empecé a tratar del asunto como si fuese completamente nuevo para él. Informé a Wemmick de que quería hacer algo en favor de Herbert Pocket, refiriéndole, de paso, nuestro primer encuentro y nuestra pelea. También le di cuenta de la casa de Herbert y de su carácter, y mencioné que no tenía otros medios de subsistencia que los que podía proporcionarle su padre, inciertos y nada puntuales. Aludí a las ventajas que me proporcionó su trato, cuando yo tenía la natural tosquedad y el desconocimiento de la sociedad, propios de la vida que llevé durante mi infancia, y le confesé que hasta entonces se lo había pagado bastante mal y que tal vez mi amigo se habría abierto paso con más facilidad sin mí y sin mis esperanzas. Dejé a la señorita Havisham en segundo término y expresé la posibilidad de que yo hubiera perjudicado a mi amigo en sus proyectos, pero que éste poseía un alma generosa y estaba muy por encima de toda desconfianza baja y de cualquier conducta indigna. Por todas estas razones-dije a Wemmick-, y también por ser mi amigo y compañero, a quien quería mucho, deseaba que mi buena fortuna reflejase algunos rayos sobre él y, por consiguiente, buscaba consejo en la experiencia de Wemmick y en su conocimiento de los hombres y de los negocios, para saber cómo podría ayudar con mis recursos, a Herbert, por ejemplo, con un centenar de libras por año, a fin de cultivar en él el optimismo y el buen ánimo y adquirir en su beneficio, de un modo gradual, una participación en algún negocio. En conclusión, rogué a Wemmick tener en cuenta que mi auxilio debería prestarse sin que Herbert lo supiera ni lo sospechara, y que a nadie más que a él tenía en el mundo para que me aconsejara acerca del particular. Posé mi mano sobre el hombro de mi interlocutor y terminé diciendo: - No puedo remediarlo, pero confío en usted. Comprendo que eso le causará alguna molestia, pero la culpa es suya por haberme invitado a venir a su casa. Wemmick se quedó silencioso unos momentos, y luego, como sobresaltándose, dijo: - Pues bien, señor Pip, he de decirle una cosa, y es que eso prueba que es usted una excelente persona. - En tal caso, espero que me ayudará usted a ser bueno - contesté. - ¡Por Dios! - replicó Wemmick meneando la cabeza -. Ése no es mi oficio. - Ni tampoco aquí es donde trabaja usted - repliqué. - Tiene usted razón - dijo -. Ha dado usted en el clavo. Si no me equivoco, señor Pip, creo que lo que usted pretende puede hacerse de un modo gradual. Skiffins, es decir, el hermano de ella, es agente y perito en contabilidad. Iré a verle y trataré de que haga algo en su obsequio. - No sabe cuánto se lo agradezco. - Por el contrario - dijo -, yo le doy las gracias, porque aun cuando aquí hablamos de un modo confidencial y privado, puede decirse que todavía estoy envuelto por algunas de las telarañas de Newgate y eso me ayuda a quitármelas. Después de hablar un poco más acerca del particular regresamos al castillo, en donde encontramos a la señorita Skiffins ocupada en preparar el té. La misión, llena de responsabilidades, de hacer las tostadas, fue delegada en el anciano, y aquel excelente caballero se dedicaba con tanta atención a ello que no parecía sino que estuviese en peligro de que se le derritieran los ojos. La refacción que íbamos a tomar no era nominal, sino una vigorosa realidad. El anciano preparó un montón tan grande de tostadas con manteca, que apenas pude verle por encima de él mientras la manteca hervía lentamente en el pan, situado en un estante de hierro suspendido sobre el fuego, en tanto que la señorita Skiffins hacía tal cantidad de té, que hasta el cerdo, que se hallaba en la parte posterior de la propiedad, pareció excitarse sobremanera y repetidas veces expresó su deseo de participar en la velada. Habíase arriado la bandera y se disparó el cañón en el preciso momento de costumbre. Y yo me sentí tan alejado del mundo exterior como si la zanja tuviese treinta pies de ancho y otros tantos de profundidad. Nada alteraba la tranquilidad del castillo, a no ser el ruidito producido por las puertecillas que ponían al descubierto los nombres de John y de la señorita Skiffins. Y aquellas puertecillas parecían presa de una enfermedad espasmódica, que llegó a molestarme hasta que me acostumbré a ello. A juzgar por la naturaleza metódica de los movimientos de la señorita Skiffins, sentí la impresión de que iba todos los domingos al castillo para hacer el té; y hasta llegué a sospechar que el broche clásico que llevaba, representando el perfil de una mujer de nariz muy recta y una luna nueva, era un objeto de valor fácilmente transportable y regalado por Wemmick. Nos comimos todas las tostadas y bebimos el té en cantidades proporcionadas, de modo que resultó delicioso el advertir cuán calientes y grasientos nos quedamos al terminar. Especialmente el anciano, podría haber pasado por un jefe viejo de una tribu salvaje, después de untarse de grasa. Tras una corta pausa de 142 descanso, la señorita Skiffins, en ausencia de la criadita, que, al parecer, se retiraba los domingos por la tarde al seno de su familia, lavó las tazas, los platos y las cucharillas como pudiera haberlo hecho una dama aficionada a ello, de modo que no nos causó ninguna sensación repulsiva. Luego volvió a ponerse los guantes mientras los demás nos sentábamos en torno del fuego y Wemmick decía: - Ahora, padre, léanos el periódico. Wemmick me explicó, en tanto que el anciano iba en busca de sus anteojos, que aquello estaba de acuerdo con las costumbres de la casa y que el anciano caballero sentía el mayor placer leyendo en voz alta las noticias del periódico. - Hay que perdonárselo-terminó diciendo Wemmick, - pues el pobre no puede gozar con muchas cosas. ¿No es verdad, padre? - Está bien, John, está bien - replicó el anciano, observando que su hijo le hablaba. - Mientras él lea, hagan de vez en cuando un movimiento de afirmación con la cabeza - recomendó Wemmick -; así le harán tan feliz como un rey. Todos escuchamos, padre. — Está bien, John, está bien - contestó el alegre viejo, en apariencia tan deseoso y tan complacido de leer que ofrecía un espectáculo muy grato. El modo de leer del anciano me recordó las clases de la escuela de la tía abuela del señor Wopsle, pero tenía la agradable particularidad de que la voz parecía pasar a través del agujero de la cerradura. El viejo necesitaba que le acercasen las bujías, y como siempre estaba a punto de poner encima de la llama su propia cabeza o el periódico, era preciso tener tanto cuidado como si se acercase una luz a un depósito de pólvora. Pero Wemmick se mostraba incansable y cariñoso en su vigilancia y así el viejo pudo leer el periódico sin darse cuenta de las infinitas ocasiones en que le salvó de abrasarse. Cada vez que miraba hacia nosotros, todos expresábamos el mayor asombro y extraordinario interés y movíamos enérgicamente la cabeza de arriba abajo hasta que él continuaba la lectura. Wemmick y la señorita Skiffins estaban sentados uno al lado del otro, y como yo permanecía en un rincón lleno de sombra, observé un lento y gradual alargamiento de la boca del señor Wemmick, dándome a entender, con la mayor claridad, que, al mismo tiempo, alargaba despacio y gradualmente su brazo en torno de la cintura de la señorita Skiffins. A su debido tiempo vi que la mano de Wemmick aparecía por el otro lado de su compañera; pero, en aquel momento, la señorita Skiffins le contuvo con el guante verde, le quitó el brazo como si fuese una prenda de vestir y, con la mayor tranquilidad, le obligó a ponerlo sobre la mesa que tenían delante. Las maneras de la señorita Skiffins, mientras hacía todo eso, eran una de las cosas más notables que he visto en la vida, y hasta me pareció que, al obrar de aquel modo, lo hacía abstraída por completo, tal vez maquinalmente. Poquito a poco vi que el brazo de Wemmick volvía a desaparecer y que gradualmente se ocultaba. Después se abría otra vez su boca. Tras un intervalo de ansiedad por mi parte, que me resultaba casi penosa, vi que su mano aparecía en el otro lado de la señorita Skiffins. Inmediatamente, ésta le detenía con la mayor placidez, se quitaba aquel cinturón como antes y lo dejaba sobre la mesa. Considerando que este mueble representase el camino de la virtud, puedo asegurar que, mientras duró la lectura del anciano, el brazo de Wemmick lo abandonaba con bastante frecuencia, pero la señorita Skiffins lo volvía a poner en él. Por fin, el viejo empezó a leer con voz confusa y soñolienta. Había llegado la ocasión de que Wemmick sacara un jarro, una bandeja de vasos y una botella negra con corcho coronado por una pieza de porcelana que representaba una dignidad eclesiástica de aspecto rubicundo y social. Con ayuda de todo eso, todos pudimos beber algo caliente, incluso el anciano, que pronto se despertó. La señorita Skiffins hizo la mezcla del brebaje, y entonces observé que ella y Wemmick bebían en el mismo vaso. Naturalmente, no me atreví a ofrecerme para acompañar a la señorita Skiffins a su casa, como al principio me pareció conveniente hacer. Por eso fui el primero en marcharme, después de despedirme cordialmente del anciano y de pasar una agradable velada. Antes de que transcurriese una semana recibí unas líneas de Wemmick, fechadas en Walworth, diciendo que esperaba haber hecho algún progreso en el asunto que se refería a nuestra conversación particular y privada y que tendría el mejor placer en que yo fuese a verle otra vez. Por eso volví a Walworth y repetí dos o tres veces mis visitas, sin contar con que varias veces nos entrevistamos en la City, pero nunca me habló del asunto en su oficina ni cerca de ella. El hecho es que había encontrado a un joven consignatario, recientemente establecido en los negocios, que necesitaba un auxilio inteligente y también algo de capital; además, al cabo de poco tiempo, tendría necesidad de un socio. Entre él y yo firmamos un contrato secreto que se refería por completo a Herbert, y entregué la mitad de mis quinientas libras, comprometiéndome a realizar otros pagos, algunos de ellos en determinadas épocas, que dependían de la fecha en que cobraría mi renta, y otros cuando me viese en posesión de mis propiedades. El hermano de la señorita Skiffins llevó a 143 su cargo la negociación; Wemmick estuvo enterado de todo en cualquier momento, pero jamás apareció como mediador. Aquel asunto se llevó tan bien, que Herbert no tuvo la menor sospecha de mi intervención. Jamás olvidaré su radiante rostro cuando, una tarde, al llegar a casa, me dijo, cual si fuese una cosa nueva para mí, que se había puesto de acuerdo con un tal Clarriker (así se llamaba el joven comerciante) y que éste le manifestó una extraordinaria simpatía, lo cual le hacía creer que, por fin, había encontrado una buena oportunidad. Día por día,sus esperanzas fueron mayores y su rostro estuvo más alegre. Y tal vez llegó a figurarse que yo le quería de un modo extraordinario porque tuve la mayor dificultad en contener mis lágrimas de triunfo al verle tan feliz. Cuando todo estuvo listo y él hubo entrado en casa de Clarriker, lo cual fue causa de que durante una velada entera no me hablase de otra cosa, yo me eché a llorar al acostarme, diciéndome que mis esperanzas habían sido por fin útiles a alguien. En esta época de mi vida me ocurrió un hecho de la mayor importancia que cambió su curso por completo. Pero antes de proceder a narrarlo y de tratar de los cambios que me trajo, debo dedicar un capítulo a Estella. No es mucho dedicarlo al tema que de tal manera llenaba mi corazón. ...

En la línea 258
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sabiendo que el tiempo que un hombre era capaz de aguantar aferrado a una roca resbaladiza en medio de una corriente impetuosa como aquélla era cuestión de minutos, los dos hombres fueron corriendo por la orilla hasta un lugar situado bastante más arriba de donde estaba Thornton. Ataron la cuerda con la que habían estado controlando la canoa al cuello y los hombros de Buck, con cuidado de no estrangularlo ni impedirle nadar, y lo arrimaron al agua. El se lanzó con audacia a la corriente, pero no en línea suficientemente recta. Descubrió el error demasiado tarde, cuando estuvo a la altura de Thornton y a apenas media docena de brazadas de distancia, y fue irremisiblemente arrastrado por la corriente. ...

En la línea 980
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la verdad, infundía tristeza en aquellos días de fin de Octubre, el aspecto de Vichy. No eran sino hojas caídas: el Parque, tan animado siempre, se veía solitario; sólo algunos agüistas tardíos, enfermos de veras, paseaban la acera de asfalto, henchida ayer del roce de ricos trajes y del rumor de alegres conversaciones. Nadie se cuidaba ya de recoger y barrer el amarillo tapiz del follaje, porque Vichy, tan peripuesto y adornado en la estación de aguas, se torna desastrado y desaliñado no bien le vuelven la espalda sus elegantes huéspedes de estío. Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas. Las tiendas de objetos de lujo iban cerrándose unas tras otras, y dueños y surtido tomaban el rumbo de Niza, Cannes o cualquiera estación invernal semejante. Algunas quedaban rezagadas todavía, y sus escaparates servían de entretenimiento a Lucía y Pilar, cuando esta última salía a sus despaciosos paseos. Entre ellas se señalaba un almacén de curiosidades, antigüedades y objetos de arte, situado casi frente a la famosa Ninfa, y, por consiguiente, a espaldas del Casino. Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera. Daba gusto revolver por aquellos rincones escudriñar aquí y acullá, hacer a cada instante descubrimientos nuevos y peregrinos. Los dueños del baratillo, ociosos casi todo el día, se prestaban a ello de buen grado. Erase una pareja; él, bohemio del Rastro, ojos soñolientos, raído levitín, corbata rota, semejante a una curiosidad más, a algún mueble usado y desvencijado; ella, rubia, flaca, ondulante, ágil como una zapaquilda de desván, al deslizarse entre los objetos preciosos amontonados hasta el techo. Miraban Lucía y Pilar muy entretenidas la heteróclita mescolanza. En el centro de la tienda se pavoneaba un soberbio velador de porcelana de Sévres y bronce dorado. El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín. Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección. Había cantidad de muñequitos de Sajonia, de colores suaves, puros y delicados, como las nubes que el alba pinta; rosados cupidillos, atravesando entre haces de flores azul celeste; pastoras blancas como la leche y rubias como unas candelas, apacentando corderillos atados con lazos carmesíes; zagales y zagalas que amorosamente se requestaban entre sotillos verdegay, sembrados de rosas; violinistas que empuñaban el arco remilgadamente, adelantando la pierna derecha para danzar un paso de minueto; ramilleteras que sonreían como papanatas, señalando hacia el canasto de flores que llevaban en el brazo izquierdo. Próximos a estos caprichos galantes y afeminados, los raros productos del arte asiático proyectaban sus siluetas extrañas y deformes, semejantes a ídolos de un bárbaro culto; por los panzudos tibores, cubiertos de una vegetación de hojas amarillas y flores moradas o color de fuego, cruzaban bandadas de pajarracos estrafalarios, o serpenteaban monstruosos reptiles; del fondo obscuro de los vasos tabicados surgían escenas fantásticas, ríos verdes corriendo sobre un lecho de ocre, kioscos de laca purpúrea con campanillas de oro, mandarines de hopalanda recta y charra, bigotes lacios y péndulos, ojos oblicuos y cabeza de calabacín. Las mayólicas y los platos de Palissy parecían trozos de un bajo fondo submarino, jirones de algún hondo arrecife, o del lecho viscoso de un río; allí entre las algas y fucus resbalaba la anguila reluciente y glutinosa, se abría la valva acanalada de la almeja, coleteaba el besugo plateado, enderezaba su cono de ágata el caracol, levantaba la rana sus ojos fríos, y corría de lado el tenazudo cangrejo, parecido a negro arañón. Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina. Amén de las porcelanas, había piezas de argentería antigua y pesada, de esas que se legan de padres a hijos en los honrados hogares de provincia: monumentales salvillas, anchas bandejas, soperones rematados en macizas alcachofas; había cofres de madera embutidos de nácar y marfil, arquillas de hierro labradas como una filigrana, tanques de loza con aro de metal, de formas patriarcales, que recordaban los bebedores de cerveza que inmortalizó el arte flamenco. Pilar se embobaba especialmente con las copas de ágata que servían de joyeros, con las alhajas de distintas épocas, entre las cuales había desde el amuleto de la dama romana hasta el collar, de pedrería contrahecha y finos esmaltes, de la época de María Antonieta; pero Lucía se enamoró sobre todo de los objetos de iglesia, que despertaban el sentimiento religioso, tan hecho para conmover su alma sincera y vehemente. Dos Apóstoles, alzado el dedo al cielo en grave actitud se destacaban, fileteados de latón los contornos, sobre dos cristales de colores, arrancados sin duda de la ojiva de algún desmantelado monasterio. En un tríptico de rancio y acaramelado marfil, aparecía Eva, magra y desnuda, ofreciendo a Adán la manzana funesta, y la Virgen, en los misterios de su Anunciación y Ascensión; todo trabajado incorrectamente, con ese candor divino del primitivo arte hierático, de los siglos de fe. A despecho de la rudeza del diseño, gustaba a Lucía la figura de la Virgen, la modestia de sus ojos bajos, la mística idealidad de su actitud. Si poseyese una cantidad crecida de dinero, a buen seguro que la daría por un Cristo que andaba confundido entre otras curiosidades, en el baratillo. Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie. ...

En la línea 1108
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía se irguió recta como una estatua y puso ambas manos sobre el pecho. ...

En la línea 1372
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Había pocos túneles o ninguno, y no existían puentes. El ferrocarril seguía los contornos de las montañas no buscando en la línea recta el camino más corto de uno a otro punto, y no violentando a la naturaleza. ...

En la línea 1674
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... La distancia que separa el fuerte Kearney de Omaba es en línea recta, a vuelo de abeja, como dicen los americanos, de doscientas millas lo más. Manteniendose el viento, esta distancia podía recorrerse en cinco horas, y no ocurriendo ningún incidente, el trineo debía estar en Omaha a la una de la tarde. ...

En la línea 1675
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Qué travesía! Los viajeros, apiñados, no podían hablarse. El frío, acrecentado por la velocidad, les hubiera cortado la palabra. El trineo corría tan ligeramente sobre la superficie de la llanura, como un barco sobre las aguas, pero sin marejada. Cuando la brisa llegaba rasando la tierra, parecía que el trineo iba a ser levantado del suelo por sus espantosas velas cual alas de inmensa envergadura. Mudge se mantenía, por medio del timón, en la línea recta y con un golpe de espadilla rectificaba los borneos que el aparejo tendía a producir. Todo el velamen daba presa al viento. El foque, desviado, no estaba cubierto por la cangreja. Se levantó una cofa y dando al viento un cuchillo, se aumentó la fuerza del impulso de las demás velas. No podía calcularse la velocidad matemáticamente; pero era seguro que no bajaba de las cuarenta millas por hora. ...


El Español es una gran familia


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r

Palabras parecidas a recta

La palabra liga
La palabra pudo
La palabra cansancio
La palabra aquello
La palabra varitas
La palabra jadeante
La palabra pecho

Webs amigas:

Ciclos formativos FP . Ciclos Fp de Administración y Finanzas en Mallorca . Ciclos Fp de Automoción en Burgos . - Hoteles en Corporativa Albayt Corporativa