Cual es errónea Propia o Prropia?
La palabra correcta es Propia. Sin Embargo Prropia se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra prropia es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra propia
Algunas Frases de libros en las que aparece propia
La palabra propia puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 234
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El pobre labrador ocultaba sus penas a su propia familia. ...
En la línea 245
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fué este empeño una lucha sorda, desesperada, tenaz, contra las necesidades de la vida y contra su propia debilidad. ...
En la línea 622
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero el tal sujeto no salía sus campos, y no era cosa de ir a amenazarle en su propia casa. ...
En la línea 1579
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Recristo! Un animal tan necesario para él como la propia vida y que le había costado empeñarse con el amo. ...
En la línea 104
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún era joven, no había llegado a los cuarenta años, pero la obesidad desfiguraba su cuerpo a pesar de la vida activa a que le impulsaban sus entusiasmos de jinete. Los brazos parecían cortos al descansar algo encorvados sobre el abultado contorno de su cuerpo. Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa. Era, por lo común, bondadoso y pacífico, pero bastaba que se creyese desobedecido o contrariado para que se le enrojeciera la cara, atiplándose su voz con el tono aflautado de la cólera. El concepto que tenía de la autoridad, el hábito de mandar desde su primera juventud viéndose al frente de las bodegas por la muerte de su padre, le hacían ser despótico con los subordinados y su propia familia. ...
En la línea 191
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Malo, no. Fermín recordaba la largueza caprichosa y desordenada con que algunas veces socorría a las gentes en desgracia. Pero su bondad era estrechísima: dividía en castas la pobreza; y a cambio del dinero exigía una supeditación absoluta a todo lo que él pensase y amase. Era capaz de aborrecer a su propia familia, de sitiarla por hambre, si creía con ello servir a su Dios; a aquel Dios a quien profesaba inmensa gratitud porque hacía prosperar los negocios de la casa y era el sostén del orden social. ...
En la línea 263
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín no supo si fue por consejo de don Fernando o por propia iniciativa del amo; pero lo cierto era que éste, con el acento imperioso que empleaba para hacer el bien, manifestó su deseo de que Ferminillo fuese a Londres a expensas de la casa, para pasar una larga temporada en la sucursal que tenía en Collins-Street. ...
En la línea 654
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los dos novios, puestos ya en la pendiente del apasionamiento, arrullábanse con la música de sus palabras, con la exuberancia verbosa propia de la tierra. ...
En la línea 285
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... La muerte no era nada; pero la vida, al atribuirle una forma, la poetizaba, y esta poesía de la estética de la muerte, que él no llamaba así, por supuesto, era lo que mejor comprendía y sentía Cuervo, el cual, si al manejar con esmero los cuerpos moribundos, y al asistir a la visita de duelo y consolar a los que quedaban, trabajaba por los demás y cumplía con las hipocresías sociales, lo que es al seguir al cadáver al cementerio, al presenciar los funerales, vivía para sí, satisfacía, ya tranquila la conciencia, los propios apetitos, su pasión inconsciente del contraste de la muerte ajena y de la salud propia. ...
En la línea 723
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Es esa una frase que me agrada -dijo Athos haciendo un gracioso gesto de cabeza a D'Artagnan-, no es propia de un hombre sin cabeza, y a todas luces lo es de un hombre valiente. ...
En la línea 1010
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Le tomo por juez de su propia causa, señor, y lo que diga lo creeré. ...
En la línea 1331
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Com prendéis?-Lo sé por mi mujer, señor por mi propia mujer. ...
En la línea 2719
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cuand o el canciller hubo abierto y cerrado veinte veces los cajones del secreter, tuvo, pese a los titubeos que experimentaba, tuvo, digo, que llegar a la conclusión del asunto, es decir, a registrar a la propia reina. ...
En la línea 83
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Tambien es preciso advertir que hay provincias con quienes por remotas y de poca utilidad para el comercio en jeneral, apenas habia otro medio de comunicacion que los barcos del alcalde; pero generalizado ya el comercio de cabotaje, es de necesidad destruir en un todo en las provincias de las Islas ese sistema absurdo y perjudicial (que lo es ya y mucho) de alcaldes y correjidores comerciantes, y variarlo, como se dirá; porque solo personas instruidas en lejislacion, en máximas de buen gobierno, en principios de justicia, y en los de una buena educacion y prudencia, son las que pueden administrar bien y pronta justicia en sus distritos; dedicarse á la estadistica de unos paises, que despues de tres siglos que los poseemos, están poco menos que incógnitos; promover los medios de regularizar las poblaciones y hermosearlas; formar planes de útil reforma y fomento en la agricultura, industria y navegacion, y procurar la paz y sosiego de las Islas, para la conservacion y propia prosperidad, por medios mas sólidos y estables que los hasta aqui conocidos, pues las luces é ilustracion de aquellas provincias asi lo demandan, y la justicia lo aconseja. ...
En la línea 229
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Todo esto, practicado en la forma dicha, sobre garantir el buen empleo de los intereses de la renta, destruiria cualquier oculto manejo que los pudiese perjudicar, y las formalidades prescritas darian cierta importancia al acto, muy necesaria y propia para que se respeten cual corresponde los fondos públicos. ...
En la línea 438
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Si por la propia y paladina confesion del empleado en el ramo de correos resulta que la renta del mismo en Filipinas consiguió ventajas en los años de 1832 á 1836, tendremos justificado el réjimen antiguo y el acierto de la medida de encargar la comision á un oficial de la secretaría de gobierno, elejido con todas las formalidades de la ley, y mantenido despues en ella prévia la censura del señor fiscal de S. ...
En la línea 124
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Clarke y su hija, a quienes instaló en su propia casa de la _Plazuela de la Pila Seca_; hizo, solo, un viaje a Tánger, donde le alcanzó la orden del Comité de la Sociedad Bíblica dando por terminada su misión en España, y en Tánger se acaba bruscamente la narración de sus aventuras. ...
En la línea 251
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sí; a pesar del desgobierno de los Austrias, brutales y sensuales, de la estupidez de los Borbones, y, sobre todo, de la tiranía espiritual de la corte de Roma, España todavía se mantiene independiente, combate en causa propia, y los españoles no son aún esclavos fanáticos ni mendigos rastreros. ...
En la línea 259
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El amor a Roma tenía muy poca influencia en su política; pero halagada por el título de _Gonfalonera del Vicario de Cristo_, y ansiosa de probar que era digna de él, cerró los ojos y corrió a su propia destrucción al grito de: «¡Cierra, España!» Cuando sus armas fueron impotentes en el exterior, España se recogió dentro de sí misma. ...
En la línea 537
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Siempre he encontrado en el ánimo de campesinos más determinada inclinación a la religión y a la piedad que en los habitantes de las ciudades y villas; la razón es obvia: aquéllos están menos familiarizados con las obras de los hombres que con las de Dios; sus ocupaciones, además, son sencillas, no requieren tanta habilidad o destreza como las que atraen la atención del otro grupo de sus semejantes, y son, por tanto, menos favorables para engendrar la presunción y la suficiencia propia, tan radicalmente distintas de la humildad de espíritu, fundamento verdadero de la piedad. ...
En la línea 2948
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde se prosigue la historia del cautivo Soneto Almas dichosas que del mortal velo libres y esentas, por el bien que obrastes, desde la baja tierra os levantastes a lo más alto y lo mejor del cielo, y, ardiendo en ira y en honroso celo, de los cuerpos la fuerza ejercitastes, que en propia y sangre ajena colorastes el mar vecino y arenoso suelo; primero que el valor faltó la vida en los cansados brazos, que, muriendo, con ser vencidos, llevan la vitoria. ...
En la línea 3924
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero dejemos esto aparte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto, y dime, Sancho amigo: ¿qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿Qué se platica del asumpto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca? Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado a tus oídos; y esto me has de decir sin añadir al bien ni quitar al mal cosa alguna, que de los vasallos leales es decir la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la adulación la acreciente o otro vano respeto la disminuya; y quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que, de las que ahora se usan, es la dorada. ...
En la línea 4505
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Admirado quedó don Quijote de oír al Caballero del Bosque, y estuvo mil veces por decirle que mentía, y ya tuvo el mentís en el pico de la lengua; pero reportóse lo mejor que pudo, por hacerle confesar por su propia boca su mentira; y así, sosegadamente le dijo: -De que vuesa merced, señor caballero, haya vencido a los más caballeros andantes de España, y aun de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a don Quijote de la Mancha, póngolo en duda. ...
En la línea 4800
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues, ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle. ...
En la línea 503
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... poderío, como si le acompañasen otros individuos de su especie. Cuvier ha hecho observar que todos los animales fáciles de domesticar consideran al hombre como uno de los miembros de su propia sociedad, y que obedecen así a su instinto de asociación. ...
En la línea 651
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Tan dura es la cabeza, que me ha costado romper una con el martillo de geólogo, y todos nuestros cazadores aprendieron a costa propia cuán dura tienen la vida estas aves. ...
En la línea 1092
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... s habitantes se quejan aquí mucho de la falta de tierras; lo que en parte se debe a su propia negligencia, porque no quieren tomarse el trabajo de desmontar, y en parte también a las restricciones impuestas por el gobierno. necesita, en efecto, antes de comprar un pedazo de tierra, por pequeño que sea, pagar al agrimensor dos y medio francos (150 metros cuadrados) que mide y además el precio que estima conveniente fijar para valor de la tierra ...
En la línea 1448
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... os desgarramientos, esas inyecciones, muy a menudo- repetidos (y sabemos que los terremotos afectan con frecuencia las mismas superficies y de la propia manera), acabarían por producir una cadena de colinas; la isla de Santa María, que ha sido levantada a triple altura que el país circundante, parece sometida a esta causa. creo que el eje sólido de una montaña no difiere, por la formación, de una colina volcánica, más que en que en la primera han sido inyectadas las rocas fundidas, en varias veces, en lugar de ser empujadas como en la segunda; y creó también que no puede explicarse la formación de las grandes cadenas de montañas, tales como la Cordillera, en que las capas que recubren el eje inyectado de rocas plutónicas han sido levantadas en muchas direcciones paralelas, sino suponiendo que la roca que forma el eje inyectado en diferentes veces y con intervalos suficientemente largos para que las partes superiores, que hacen el oficio de cuñas, hayan tenido tiempo de enfriarse y solidificarse. efecto, si las capas hubiesen sido empujadas de una sola vez a su posición actual, es decir, enderezadas casi verticalmente, las entrañas mismas de la tierra hubieran hecho erupción, y en lugar de ejes abruptos de rocas solidificadas bajo enorme presión, se habrían derramado torrentes de lava en todas direcciones, en cuantos lugares se hubiesen producido esos levantamientos2. ...
En la línea 65
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Engañada por la idealidad mística que no acierta a encerrar en sus verdaderos términos, es víctima al fin de su propia imaginación, de su sensibilidad no contenida, y se ve envuelta en horrorosa catástrofe. ...
En la línea 358
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El cuerpo bien torneado se lo ceñía, debajo del manteo ampuloso, un roquete que parecía prenda mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio. ...
En la línea 1178
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y después de depositar otro beso, por propia iniciativa, en la frente de Ana, salió de la alcoba con la palmatoria en la diestra mano; con la izquierda levantó el cortinaje granate; volviose, saludó a su esposa con una sonrisa, y con majestuoso paso, no obstante calzar bordadas zapatillas, se restituyó a su habitación que estaba al otro extremo del caserón de los Ozores. ...
En la línea 1260
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan propia para redondillas y hasta sonetos. ...
En la línea 15
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hincado de rodillas delante de su altar, sentado sobre los talones, Juan, artista y místico a la vez, amaba su obra, el tabernáculo minúsculo con todos sus santos de plomo, sus resplandores de talco, sus misterios de muselina y crespón, restos de antiguas glorias de su madre cuando brillaba en el mundo, digna esposa de un bizarro militar; y amaba a Dios, el Padre de sus padres, del mundo entero, y en este amor de su misticismo infantil también adoraba, sin saberlo, su propia obra, las imágenes de inenarrable inocencia, frescas, lozanas, de la religiosidad naciente, confiada, feliz, soñadora. ...
En la línea 46
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan de Dios siguió adelante con sus preparativos; fue procurándose la situación propia del que puede entrar en el servicio de esas avanzadas de la fe, que tienen casi seguro el martirio. ...
En la línea 48
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan sintió el primer estremecimiento de la religiosidad humana, fue caritativo con la sangre propia, y no pudo menos de ceder, de sucumbir, como él se dijo. ...
En la línea 84
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La misma conciencia, una muy honda, que le había dicho que allá lejos se habría satisfecho brindando con la propia sangre al amor divino, ahora le decía, no más clara: O aquello o esto. ...
En la línea 137
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Era la única amargura, intensa en realidad, que perturbaba su vida optimista. Un año u otro, los propietario del edificio, noble familia residente en Madrid, tendrían que echarlo abajo, no sabiendo él adonde ir con todo su bagaje de manuscritos y libros. Retardaba el trágico instante, con riesgo de su propia existencia. En vano los arquitectos habían declarado el caserón próximo a derrumbarse. Don Baltasar inventaba razones para seguir en él, arrostrando el peligro de perecer sepultado bajo escombros y papeles ...
En la línea 143
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tenía su manía propia, como todos los que concentran la atención en un asunto único. Sus pláticas eran agradables; sabía contar historias amenas sobre la vida íntima en la Edad Media, que interesaban hasta a las personas más frívolas. Pero apenas nombraba a los Borjas, sus oyentes mirábanse entre ellos con cierta inquietud. ...
En la línea 270
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Si al valenciano Borja—continuó Figueras—lo llamaban catalán era porque los catalanes gozaban en Italia de una impopularidad algo menor que la de los franceses, mas no por eso menos odiosa e intolerable para el vulgo. Dominaban a Sicilia y Nápoles y hacían la guerra en el mar a las galeras de varias repúblicas y principados italianos. Temían las gentes de Roma que el nuevo Papa confiase las fortalezas de la Iglesia a guerreros catalanes, o sea españoles, de suerte que luego de su fallecimiento fuese difícil volver a recobrarlas. Pero la Índole apacible y bondadosa de Alfonso de Borja, su fama de hombre justo y puro de costumbres, la severidad para el trato de su propia persona y el tono suave con que acogía a todos, acabaron por acallar estas Inquietudes públicas. ...
En la línea 276
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El español fue a tomar posesión de la Iglesia de Letrán, que es el templo correspondiente a los pontífices, como los cardenales tienen cada uno su iglesia propia. Iban en su cortejo ochenta obispos vestidos de blanco, todos los cardenales vestidos de rojo, muchos barones romanos con armaduras y los magistrados de Roma. ...
En la línea 162
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Y yo pude afirmar además, de un modo concluyente, que es usted un verdadero gentleman, porque he ordenado a dos de mis secretarios que volviesen las hojas de un libro más grande que mi persona, con tapas de cuero negro, que nuestra grúa sacó de uno de sus bolsillos. He podido leer rápidamente algunas de dichas hojas. En la primera, nada interesante: nombres y fechas solamente; pero en otras he visto muchas líneas desiguales que representan un alto pensamiento poético. Indudablemente, el Gentleman-Montaña ha pasado por una universidad. En nuestro país, solo un hombre de estudios puede hacer buenos versos. Los de usted, gigantesco gentleman, me permitirá que le diga que son regulares nada más y por ningún concepto extraordinarios. Se resienten de su origen: les falta delicadeza; son, en una palabra, versos de hombre, y bien sabido es que el hombre, condenado eternamente a la grosería y al egoísmo por su propia naturaleza, puede dar muy poco de sí en una materia tan delicada como es la poesía. ...
En la línea 187
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin vio que de un automóvil en forma de clavel que acababa de llegar descendían unas figuras con largas túnicas blancas y velos en la cabeza. Eran las primeras hembras que encontraba semejantes a las de su país. Debían pertenecer a alguna familia importante de la capital; tal vez era la esposa de un alto personaje acompañada de sus tres hijas. Concentró su mirada en el grupo para examinarlas bien, y notó que las tres señoritas, todas de apuesta estatura, asomaban bajo los blancos velos unas caras de facciones correctas pero enérgicas. Sus mejillas tenían el mismo tono azulado que la de los hombres que se rasuran diariamente. La madre, algo cuadrada a causa de la obesidad propia de los años, prescindía de esta precaución, y por debajo de la corona de flores que circundaba sus tocas dejaba asomar una barba abundante y dura. ...
En la línea 269
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido. Gillespie le inspiraba un interés que jamás había experimentado por ningún hombre de su propia tierra. Dedicado por completo a los trabajos lingüísticos e históricos, solamente había tratado con mujeres, y estas eran todas profesoras malhumoradas y de austeras costumbres. Sentía una temblorosa timidez siempre que el rector le invitaba a alguna de sus tertulias, donde había hombres jóvenes en edad de casamiento, ansiosos de que alguien los sacase a bailar o que entonaban romanzas sentimentales acompañándose con el arpa. ...
En la línea 323
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Varios hombres de fuerza, con la inconsciencia propia, de su brutalidad, tiraron de una de las fajas de goma que estaba casi desprendida de la pared de plata. Inmediatamente seis de los cilindros de papel vinieron al suelo, partiéndose sobre las espaldas de los atrevidos que habían provocado el accidente, y al partirse esparcieron densas nubes de polvo rojo y picante. ...
En la línea 44
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta niña y otras del barrio, bien apañaditas por sus respectivas mamás, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pañuelo de Manila de los que llaman de talle, se reunían en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo. Los dueños de la casa llamada del portal de la Virgen, celebraban aquel día una simpática fiesta y ponían allí, junto al mismo taller de cucharas y molinillos que todavía existe, un altar con la cruz enramada, muchas velas y algunas figuras de nacimiento. A la Virgen, que aún se venera allí, la enramaban también con yerbas olorosas, y el fabricante de cucharas, que era gallego, se ponía la montera y el chaleco encarnado. Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito. Hemos oído contar a la propia Barbarita que para ella no había dicha mayor que pedir para la Cruz de Mayo, y que los caballeros de entonces eran en esto mucho más galantes que los de ahora, pues no desairaban a ninguna niña bien vestidita que se les colgara de los faldones. ...
En la línea 104
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz. Cuando D. Bonifacio Arnaiz enfermó para morirse, Plácido no se separó de él ni enfermo ni difunto hasta que le dejó en la sepultura. En todas las penas y alegrías de la casa era siempre el partícipe más sincero. Su posición junto a tan noble familia era entre amistad y servidumbre, pues si Barbarita le sentaba a su mesa muchos días, los más del año empleábale en recados y comisiones que él sabía desempeñar con exactitud suma. Ya iba a la plaza de la Cebada en busca de alguna hortaliza temprana, ya a la Cava Baja a entenderse con los ordinarios que traían encargos, o bien a Maravillas, donde vivían la planchadora y la encajera de la casa. Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo. ...
En la línea 162
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Porque Jacinta era una chica de prendas excelentes, modestita, delicada, cariñosa y además muy bonita. Sus lindos ojos estaban ya declarando la sazón de su alma o el punto en que tocan a enamorarse y enamorar. Barbarita quería mucho a todas sus sobrinas; pero a Jacinta la adoraba; teníala casi siempre consigo y derramaba sobre ella mil atenciones y miramientos, sin que nadie, ni aun la propia madre de Jacinta, pudiera sospechar que la criaba para nuera. Toda la parentela suponía que los señores de Santa Cruz tenían puestas sus miras en alguna de las chicas de Casa-Muñoz, de Casa-Trujillo o de otra familia rica y titulada. Pero Barbarita no pensaba en tal cosa. Cuando reveló sus planes a D. Baldomero, este sintió regocijo, pues también a él se le había ocurrido lo mismo. ...
En la línea 163
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya dije que el Delfín prometió pensarlo; mas esto significaba sin duda la necesidad que todos sentimos de no aparecer sin voluntad propia en los casos graves; en otros términos, su amor propio, que le gobernaba más que la conciencia, le exigía, ya que no una elección libre, el simulacro de ella. Por eso Juanito no sólo lo decía, sino que parecía como que pensaba, yéndose a pasear solo por aquellos peñascales, y se engañaba a sí mismo diciéndose: «¡qué pensativo estoy!». Porque estas cosas son muy serias, ¡vaya!, y hay que revolverlas mucho en el magín. Lo que hacía el muy farsante era saborear de antemano lo que se le aproximaba y ver de qué manera decía a su madre con el aire más grave y filosófico del mundo: «Mamá, he meditado profundísimamente sobre este problema, pesando con escrúpulo las ventajas y los inconvenientes, y la verdad, aunque el caso tiene sus más y sus menos, aquí me tiene usted dispuesto a complacerla». ...
En la línea 173
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Mi propia convicción, rey y señor mío, es que has adivinado la verdad. ...
En la línea 249
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Basta, milord. Si no faltas de nuevo, aquí o ante otros, será como si no hubieras hablado. Mas no debes albergar recelos: es el hijo de mi hermana. ¿No me son familiares desde su cuna su voz, su cara, su figura? La locura puede provocar esas cosas tan raras que tú ves en él y más aún. ¿No recuerdas cómo el viejo barón Marley, al volverse loco, olvidó su propia personalidad de sesenta años para creer que era la de otro? ¿No recuerdas que pretendía ser el hijo de María Magdalena y tener la cabeza hecha de vidrio español? A fe mía que no sufría que nadie la tocara, por temor a que una mano atolondrada pudiera romperla. Tranquiliza tus barruntos, mi buen señor. Es el mismo príncipe, lo conozco bien, y pronto será el rey. Te convendrá tener esto en mente y pensar en ello más que en lo otro. ...
En la línea 279
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Levantadme. En persona voy a presentarme ante mi Parlamento, y con mi propia mano sellaré el decreto que me libra de… ...
En la línea 284
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Vuestra Majestad, hace dos días que me lo quitasteis, diciendo que no habría de utilizarse sino hasta que vuestra propia real mano lo usara sobre el decreto del duque de Norfolk. ...
En la línea 1200
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Después me rogó que averiguase si le molestaría a usted el que ella aceptase, sin compromiso alguno, el regalo que usted le ha hecho de su propia casa… ...
En la línea 1405
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Un día supe –prosiguió– que mi mujer había tenido un hijo de su amante y aquel día todas mis entrañas se sublevaron, sufrí como nunca había sufrido y creí volverme loco y quitarme la vida. Los celos, lo más brutal de los celos, no lo sentí hasta entonces. La herida de mi alma, que parecía cicatrizada, se abrió y sangraba… ¡sangraba fuego! Más de dos años había vivido con mi mujer, con mi propia mujer, y ¡anda!, ¡y ahora aquel ladrón… ! Me imaginé que mi mujer habría despertado del todo y que vivía en pura brasa. La otra, la que vivía conmigo, conoció algo y me preguntó: «¿Qué te pasa?» Habíamos convenido en tutearnos, por la niña. «¡Déjame!» , le contesté. Pero acabé confesándoselo todo, y ella al oírmelo temblaba. Y creo que la contagié de mis furiosos celos… ...
En la línea 1434
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Ni su cara. Yo por lo menos sé de mí decirte que una de las cosas que me dan más pavor es quedarme mirándome al espejo, a solas, cuando nadie me ve. Acabo por dudar de mi propia existencia a imaginarme, viéndome como otro, que soy un sueño, un ente de ficción… ...
En la línea 1891
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Iba aterrado de sí mismo y de lo que le pasaba, o mejor aún, de lo que no le pasaba. Aquella frialdad, al menos aparente, con que recibió el golpe de la burla suprema, aquella calma le hacía que hasta dudase de su propia existencia. «Si yo fuese un hombre como los demás –se decía–, con corazón; si fuese siquiera un hombre, si existiese de verdad, ¿cómo podía haber recibido esto con la relativa tranquilidad con que lo recibo?» Y empezó, sin darse de ello cuenta, a palparse, y hasta se pellizcó para ver si lo sentía. ...
En la línea 269
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Sanaré! —murmuró con tanta energía como si fuera el amo de su propia existencia. ...
En la línea 358
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Aunque no tenía gran cariño por su sobrina, decidió embarcarla en su propia nave y llevarla con él a Borneo. ...
En la línea 361
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Lady Mariana había adquirido una fiereza y una energía sin igual. Obligada ahora a vivir en tan extraño lugar, se dedicó a completar su propia educación. Poseía una voluntad muy firme y poco a poco fue modificando la feroz rudeza adquirida en su contacto con la gente de mar. Se convirtió en una apasionada cultivadora de la música, de las flores, de las bellas artes, gracias a las enseñanzas de una antigua amiga de su madre, muerta más tarde bajo la inclemencia del clima tropical. ...
En la línea 558
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata le ató fuertemente brazos y piernas con su propia faja. En seguida le quitó el sable y se lanzó al corredor. ...
En la línea 1111
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Esta bahía, dragada en varias ocasiones, nos suministró unas ostras excelentes, de las que hicimos un consumo inmoderado, tras haberlas abierto en nuestra propia mesa siguiendo el consejo de Séneca. Aquellos moluscos pertenecían a la especie conocida con el nombre de «ostra lamellosa», muy común en Córcega. El banco de Wailea debía ser considerable, y, ciertamente, si no fuera por las múltiples causas de destrucción, esas aglomeraciones terminarían por colmar las bahías, ya que se cuentan hasta dos millones de huevos en un solo individuo. ...
En la línea 1604
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El coral es una colonia de pequeñísimos animales unidos entre sí por un polípero calcáreo y ramificado de naturaleza quebradiza. Estos pólipos tienen un generador único que los produce por brotes. Su vida comunal no les dispensa de tener una existencia propia. Es, pues, una especie de socialismo natural. ...
En la línea 1668
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Eran argonautas, y en una cantidad de varios centenares, los que acompañaban al Nautilus. Pertenecían a la especie de los argonautas tuberculados, propia de los mares de la India. ...
En la línea 2060
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al día siguiente, 11 de febrero, la despensa del Nautilus se enriqueció con otro delicado manjar, al abatirse sobre él una bandada de golondrinas de mar, palmípedas de la especie Sterna Nilótica, propia de Egipto, que tienen el pico negro, la cabeza gris con manchitas, el ojo rodeado de puntos blancos, el dorso, las alas y la cola grisáceas, el vientre y el cuello blancos y las patas rojas. Cazamos también unas docenas de patos del Nilo, aves salvajes con el cuello y la cabeza blancos moteados de puntos negros, que eran muy sabrosos. ...
En la línea 168
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Indiqué la dirección por donde la niebla había envuelto al otro, y él miró hacia allí por un instante. Pero como un loco se inclinó sobre la hierba húmeda para limar su hierro y sin hacer caso de mí ni tampoco de su propia pierna, en la que había una antigua escoriación que en aquel momento sangraba; sin embargo, él trataba su pierna con tanta rudeza como si no tuviese más sensibilidad que la misma lima. De nuevo volví a sentir miedo de él al ver como trabajaba con aquella apresurada furia, y también temí estar fuera de mi casa por más tiempo. Le dije que tenía que marcharme, pero él pareció no oírme, de manera que creí preferible alejarme silenciosamente. La última vez que le vi tenía la cabeza inclinada sobre la rodilla y trabajaba con el mayor ahínco en romper su hierro, murmurando impacientes imprecaciones dirigidas a éste y a la pierna. Más adelante me detuve a escuchar entre la niebla, y todavía pude oír el roce de la lima que seguía trabajando. ...
En la línea 248
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... —Señora - replicó el galante sargento -, si hablase por mi propia cuenta, contestaría que deseo el honor y el placer de conocer a su distinguida esposa; pero como hablo en nombre del rey, he de decir que le necesito para que haga un pequeño trabajo. ...
En la línea 349
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No había ninguna necesidad de comunicar por carta con Joe, pues hay que tener en cuenta que estaba sentado a mi lado y que, además, nos hallábamos solos. Pero le entregué esta comunicación escrita, con pizarra y todo, por mi propia mano, y Joe la recibió con tanta solemnidad como si fuese un milagro de erudición. ...
En la línea 489
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso era muy desagradable y yo estaba algo asustado. Pero como no tenía más recurso que llamar a la puerta, lo hice, y entonces oí una voz que me ordenaba entrar. Por consiguiente, obedecí, encontrándome en una habitación bastante grande y muy bien alumbrada con velas de cera. Allí no llegaba el menor rayo de luz diurna. A juzgar por el mobiliario, podía creerse que era un tocador, aunque había muebles y utensilios de formas y usos completamente desconocidos para mí. Pero lo más importante de todo era una mesa cubierta con un paño y coronada por un espejo de marco dorado, en lo cual reconocí que era una mesa propia de un tocador y de una dama refinada. ...
En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...
En la línea 221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara. Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato. ...
En la línea 246
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «La cosa no puede estar más clara ‑pensaba, sonriendo con aire triunfal y malicioso, como si estuviese seguro de su éxito‑. No, mamá; no, Dunia; no conseguiréis engañarme… Y todavía se disculpan de haber decidido la cosa por su propia cuenta y sin pedirme consejo. ¡Claro que no me lo han pedido! Creen que es demasiado tarde para romper el compromiso. Ya veremos si se puede romper o no. ¡Buen pretexto alegan! Piotr Petrovitch está siempre tan ocupado, que sólo puede casarse a toda velocidad, como un ferrocarril en marcha. No, Dunetchka, lo veo todo claro; sé muy bien qué cosas son esas que me tienes que decir, y también lo que pensabas aquella noche en que ibas y venias por la habitación, y lo que confiaste, arrodillada ante la imagen que siempre ha estado en el dormitorio de mamá: la de la Virgen de Kazán. La subida del Gólgota es dura, muy dura… Decís que el asunto está definitivamente concertado. Tú, Avdotia Romanovna, has decidido casarte con un hombre de negocios, un hombre práctico que posee cierto capital (que ha amasado ya cierta fortuna: esto suena mejor e impone más respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y comparte las ideas de las nuevas generaciones (como dice mamá), y, según Dunetchka, parece un hombre bueno. Este 'parece' es lo mejor: Dunetchka se casa impulsada por esta simple apariencia. ¡Magnifico, verdaderamente magnifico! ...
En la línea 248
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »A mamá le pareció un poco seco, y la pobre mujer, en su ingenuidad, se apresuró a decírselo a Dunia. Y Dunia, naturalmente, se enfadó y respondió con cierta brusquedad. Es lógico. ¿Cómo no perder la calma ante estas ingenuidades cuando la cosa está perfectamente clara y ya no es posible retroceder? ¿Y por qué me dirá: quiere a Dunia, Rodia, porque ella te quiere a ti más que a su propia vida? ¿No será que la tortura secretamente el remordimiento por haber sacrificado su hija a su hijo? 'Tú eres toda nuestra vida, toda nuestra esperanza para el porvenir.' ¡Oh mamá… !» ...
En la línea 123
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me parecía que, por mi propia cuenta, no habría jugado de aquel modo. Sin embargo, puse de nuevo los ochenta federicos sobre el par. ...
En la línea 321
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Que me quitara el sombrero fue por orden de Paulina, pero me mostré insolente por voluntad propia y Dios sabe lo que me impulsaba a ello. Tenía la sensación de una caída. ...
En la línea 440
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Sabe usted —exclamé de pronto, mirando fijamente a Mr. Astley— que tengo la impresión de que ya se había enterado usted de todo eso antes, y sabe usted por quién?… ¡Por la propia miss Paulina! Mr. Astley me miró asombrado. ...
En la línea 1009
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Lacré la misiva y la envié por el camarero, con la orden de entregarla en propia mano. No esperaba yo contestación, pero al cabo de algunos minutos volvía el criado con la noticia de que “le habían encargado de transmitir un saludo”. ...
En la línea 253
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La fisonomía del obispo tomó de repente la expresión de dulzura propia de las personas hospitalarias: ...
En la línea 882
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El señor Magdalena hizo llevar a Fantina a la enfermería que tenía en su propia casa, y la confió a las religiosas que estaban a cargo de los pacientes, dos Hermanas de la Caridad llamadas sor Simplicia y sor Perpetua. ...
En la línea 1120
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¿Tenéis algo que alegar en defensa propia? ...
En la línea 1218
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La probidad, la sinceridad, el candor, la convicción, la idea del deber son cosas que en caso de error pueden ser repugnantes; pero, aún repugnantes, son grandes; su majestad, propia de la conciencia humana, subsiste en el horror; son virtudes que tienen un vicio, el error. La despiadada y honrada dicha de un fanático en medio de la atrocidad conserva algún resplandor lúgubre, pero respetable. Es indudable que Javert, en su felicidad, era digno de lástima, como todo ignorante que triunfa. ...
En la línea 203
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Después vinieron las privaciones. Un día Hal se dio cuenta de que se había consumido la mitad de la comida de los perros cuando se había cubierto únicamente la cuarta parte del trayecto; y, además, de que no había ninguna posibilidad de conseguir más. De modo que redujo la ración programada e intentó aumentar el tramo de recorrido diario. Su hermana y su cuñado lo secundaron; pero sus propósitos resultaron inútiles debido a que el peso de la carga era excesivo y a su propia incompetencia. Era fácil dar menos comida a los perros, pero era imposible hacerlos andar más rápido, cuando la incapacidad de sus amos para salir temprano por las mañanas impedía alargar las jornadas. No sólo no sabían cómo hacer trabajar a los perros, sino que no sabían trabajar ellos mismos. ...
En la línea 300
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al haber ganado en cinco minutos mil seiscientos dólares para John Thornton, Buck hizo posible que su amo pagase deudas y emprendiese con sus socios el viaje hacia el este en busca de una fabulosa mina perdida cuya historia era tan antigua como la de la propia región. Eran muchos los que la habían buscado, pocos los que la habían encontrado y unos cuantos los que nunca habían vuelto. Aquella mina perdida estaba impregnada de tragedia y envuelta en un velo de misterio. Nadie sabía quién la había descubierto. Los más antiguos relatos no daban cuenta de ese momento. Desde el principio había habido allí una vieja cabaña destartalada. Individuos moribundos habían jurado solemnemente que la cabaña existía, lo mismo que la mina cuya ubicación señalaban, y habían confirmado su testimonio con pepitas de oro de una pureza desconocida en la región septentrional. ...
En la línea 327
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Existe en la naturaleza una paciencia (tenaz, incansable, constante como la vida misma), que mantiene inmóvil durante horas a la araña en su tela, a la serpiente enroscada, a la pantera al acecho. Esa paciencia es propia de los seres cuyo sustento lo constituyen otros seres vivos; y Buck demostró tenerla al no despegarse del costado de la manada, retrasando su marcha, irritando a los machos jóvenes, preocupando a las hembras por sus crías y enloqueciendo de impotente furia al alce herido. Esta situación se prolongó media jornada. Buck se multiplicaba, atacando desde todos los flancos, moviéndose alrededor de la manada como un torbellino amenazador, volviendo a aislar a su víctima en cuanto conseguía reincorporarse al rebaño, desgastando la paciencia de las criaturas acosadas, que siempre es menor que la de las que acosan. ...
En la línea 328
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A medida que fue avanzando el día y el sol se fue poniendo por el noroeste (había vuelto la oscuridad y las noches de otoño duraban seis horas), los machos jóvenes se sintieron cada vez menos dispuestos a volver sobre sus pasos en ayuda de su acosado jefe. El invierno inminente los empujaba hacia lugares más protegidos, y les parecía que nunca podrían dejar atrás a aquella criatura que los retrasaba. Además, no era la existencia de la manada ni la de los machos jóvenes, la amenazada. Se les reclamaba la vida de un único miembro del rebaño, en la cual tenían un interés mucho más remoto que en la propia, y en definitiva accedieron a pagar aquel peaje. ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 293
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Era el viajero un hombre en la fuerza de la edad y en la edad de la fuerza. Veintiocho, treinta o treinta y dos años podían haber corrido sobre él, sin que fuese dable decir si los representaba. El descolorido semblante lo tenía aún más pálido en los pómulos, allí donde suelen estar las que en verso se llaman rosas. Con todo esto no parecía de endeble salud, y era bien proporcionado de cuerpo, la barba negra y hermosa, el cabello rebelde a las artes del peluquero, flexible y libre, ondulante por aquí y por acullá, sin simetría ni compás, mas no sin cierta colocación propia que caracterizaba y embellecía la cabeza. ...
En la línea 295
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Eran todas sus actitudes y ademanes como de hombre rendido y exánime. Algo había descompuesto y roto en aquel noble mecanismo, algún resorte de esos que al saltar interrumpen las funciones de la vida íntima. Hasta en su vestir percibíase la languidez y desaliento que tan a las claras revelaba la fisonomía. No era negligencia, era indiferencia y caimiento de ánimo lo que manifestaba aquel traje obscuro de mezclilla, aquella cadena de oro, impropia para un viaje, aquella corbata atada sin esmero y al caer, aquellos guantes nuevos, de fina piel de Suecia, de color delicado, que no iban a durar limpios ni diez minutos. Faltábale al viajero la elegancia primorosa e inteligente que cuida de los detalles, que hace ciencia del tocador; veíase en él al hombre que es superior a la propia elegancia porque no la ignora, pero la desdeña: grado de cultura por donde se ingresa en una esfera más alta que el buen tono, que al fin y al cabo es categoría social, y quien se eleva por cima del buen tono, eximese también de categorías. Miranda vestía la librea del buen gusto, y por eso, antes de reparar en Miranda, se fijaban las gentes en su ropa, al paso que lo que en Artegui atraía la atención, era Artegui mismo. Ni la irregularidad del vestir encubría, antes bien, patentizaba, la distinción de la persona: cuantas prendas componían su traje eran ricas en su género; inglés el paño, holanda la tela de la camisa, de primera el calzado y guantes. Todo esto lo notó Lucía, más con el instinto que con el entendimiento, porque, inexperta y bisoña, no había llegado aún a dominar la filosofía del traje, en que tan maestras son las mujeres. ...
En la línea 396
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al subir ellos al tren, caía la tarde y el sol descendía con la rapidez propia de los crepúsculos del otoño. Cerraron las ventanillas de un lado, y los rayos del Poniente vinieron a reflejarse un instante en el techo del departamento, retirándose después como niños que acaban de hacer alguna jugarreta. Las montañas se ennegrecían, los celajes más remotos eran de color de brasa; luego se apagaban unos tras otros como una rosa de fuego que fuese soltando sus pétalos encendidos. Languideció la conversación entre Artegui y Lucía, y ambos se quedaron silenciosos y mustios, él con su acostumbrado aspecto de fatiga, ella sumida en profundo recogimiento, dominada por la melancolía del anochecer. Crecía la sombra, y de uno de los vagones, venciendo el ruido de la lenta marcha del tren, brotaba un coro apasionado y triste en lengua extraña, un zortzico, entonado a plena voz, por multitud de jóvenes vacos, que, juntos, iban a Bayona. A veces una cascada de notas irónicas y risueñas cortaba el canto, después la estrofa volvía, tierna, honda, cual un gemido, elevándose hasta los cielos, negros ya como la tinta. Lucía escuchaba, y el convoy, despacioso, hacía el bajo, sosteniendo con su trepidación grave, las voces de los cantores. ...

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