La palabra Mostraban ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mostraban.
Estadisticas de la palabra mostraban
Mostraban es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 10767 según la RAE.
Mostraban aparece de media 7.05 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la mostraban en las obras de referencia de la RAE contandose 1072 apariciones .
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Sinonimos de Mostraban.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece mostraban
La palabra mostraban puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 232
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Hacía muchos años, muchos -en los tiempos que el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra franceses-, y estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, los recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales. ...
En la línea 633
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Quedaba la chica, una mocetona, que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias a la protección de los hijos de don Salvador, que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario, acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas. ...
En la línea 1858
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los árboles mostraban sus ramas cargadas de frutos. ...
En la línea 1863
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Chirriaban las carretas en los caminos; bandas de muchachos correteaban por los campos o daban cabriolas en las eras, pensando en las tortas de trigo nuevo, en la vida de abundancia y satisfacción que empezaba en las barracas al llenarse el granero, y hasta los viejos rocines mostraban los ojos más alegres, marchando con mayor desembarazo, como fortalecidos por el olor de los montes de paja que, lentamente, como un río de oro, iban a deslizarse por sus pesebres en el curso del año. ...
En la línea 194
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor. Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: --¡Eeeechen tabacooo!... ...
En la línea 248
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Doña Elvira no podía quejarse de su hermano, que al fin había demostrado su buena sangre en los últimos instantes; no podía quejarse de sus sobrinas, pájaros inquietos que agitaban sus plumajes con cierta insolencia, pero la acompañaban sin réplica a misas y novenas con una graciosa gravedad, que daba ganas de comérselas a besos. Pero la atormentaban el recuerdo del pasado del marqués y el atolondramiento que mostraban sus hijas al hallarse en presencia de los jóvenes; sus voces y gestos desgarrados, que eran como un eco de lo que habían oído en la casa paterna. ...
En la línea 551
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Bajo los sombreros deformes sólo se veían carátulas de miseria, máscaras de sufrimiento y de hambre. Los jóvenes tenían la frescura vigorosa de los pocos años. Reían reflejando en sus ojos el espíritu burlón de la raza, la alegría de vivir, sin el peso de una familia; el regocijo del hombre aislado, que por miserable que se considere, puede siempre seguir adelante. Pero los hombres mostraban un envejecimiento prematuro, arruinados en plena madurez, con el temblor de los valetudinarios; revelando unos su acometividad en los ojos animados por resplandores fosforescentes de fiera, encogidos otros con la resignación del que sólo aguarda la muerte como única libertad. ...
En la línea 552
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran cuerpos enjutos, apergaminados, recocidos por el sol, con la piel agrietada. La alimentación, pobre y escasa, no llegaba a formar el más leve almohadillado entre el esqueleto y su envoltura. Hombres que aún no tenían cuarenta años, mostraban sus cuellos descarnados, de piel flácida y abullonada, con los tirantes tendones de la ancianidad. Los ojos, en lo más hondo de sus cuencas, circundados de una aureola de arrugas, brillaban como estrellas mortecinas en el fondo de un pozo. Su miseria física era el resultado de una fatiga prolongada años y más años, de una alimentación insípida de pan, sólo de pan. Los cuerpos rudos y angulosos parecían labrados a hachazos: otros eran deformes y grotescos como fabricados por un alfarero: muchos recordaban, por lo retorcidos y nudosos, los troncos de los acebuches de las dehesas. Los brazos negros, con las agudas protuberancias de una gimnasia forzada, parecían de sarmientos trenzados. Y el amontonamiento de estos infelices exhalaba un olor agrio, de sudor de hambriento, de ropa adherida al cuerpo durante meses, de alientos fétidos: toda la respiración apestante de la miseria. ...
En la línea 1893
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »En fin, yo me partí triste y pensativo, llena el alma de imaginaciones y sospechas, sin saber lo que sospechaba ni imaginaba: claros indicios que me mostraban el triste suceso y desventura que me estaba guardada. ...
En la línea 4875
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Hacíales el son una gaita zamorana, y ellas, llevando en los rostros y en los ojos a la honestidad y en los pies a la ligereza, se mostraban las mejores bailadoras del mundo. ...
En la línea 5051
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado. ...
En la línea 6326
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cada ventana había acumulado la Marquesa flores en tiestos, jardineras, jarrones japoneses, más o menos auténticos y contrastaban los colores vivos y metálicos de esta exposición de flores con los severos tonos del nogal mate que asombraban el artesonado del techo y se mostraban en molduras y tableros de los grandes armarios corridos, de cristales, que rodeaban el comedor en todo el espacio que dejaban libres los huecos y un gran sofá arrimado a un testero. ...
En la línea 15357
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella escalera disimulada, la comparaba don Álvaro con esas cajas de cerillas que ostentan la popular leyenda, ¿dónde está la pastora? ¿dónde estaba la escala? Después de verla una vez no se veía otra cosa; pero al que no se la mostraban no se le aparecía ella. ...
En la línea 15633
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tenía mucho frío y mucho sueño; sin querer, pensaba en esto con claridad, mientras las ideas que se referían a su desgracia, a su deshonra, a su vergüenza, se mostraban reacias, huían, se confundían y se negaban a ordenarse en forma de raciocinio. ...
En la línea 15763
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sobre los castañares que semejaban ruinas y mostraban descubiertos los que eran en verano misterios de su follaje, sobre los bosques de robles y sobre los campos desnudos y las pomaradas tristes pasaban de cuando en cuando en triángulo macedónico bandadas de cuervos, que iban hacia el mar, como náufragos de la niebla, silenciosos a ratos, y a ratos lamentándose con graznar lúgubre que llegaba a la tierra apagado, como una queja subterránea. ...
En la línea 665
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todo esto no fue obstáculo para que el fastuoso cardenal—obispo de Valencia—diese grandes banquetes en su palacio. La ciudad había adornado sus calles en relación con la especialidad de los comerciantes o menestrales establecidos en ella. En la Tapinería, donde trabajaban los comerciantes de tapines o chapines, calzado alto. Inventado por los moros, que aumentaba la estatura de las mujeres y cuya moda se extendía hasta Venecia, las casas se mostraban cubiertas de chapines de los más caros, que tenían las suelas con adornos de oro plata y diamantes. En la calle de las Platerías. los orfebres ostentaban sobre tapices de brocado sus obras más suntuosas, y en la Puerta Nueva, cerca del sitio donde se iba a construir poco después la famosa Lonja, aparecían revestidos dos edificios, del tejado al suelo, con piezas de ricas telas. Los señores circulaban entre la muchedumbre montados en mulas y llevando a la grupa a su dama. ...
En la línea 747
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquellos pontífices y cardenales pecadores continuaban siendo, en medio de sus desórdenes, buenos católicos y muchas veces (el caso de Alejandro VI) servían a la grandeza de la Iglesia mejor que los papas virtuosos, gracias a su talento y a su carácter. Ninguno de ellos incurría en herejías: antes bien. se mostraban intolerantes y enérgicos en la defensa de la fe. ...
En la línea 818
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Hay que reconocer su obra de preceptora—siguió diciendo don Manuel—. Los cuatro hijos de la populachera Vannoza, bajo la educación de esta Orsini valenciana, adquirieron todos los conocimientos escogidos que podían obtener en aquella época los primogénitos de los príncipes. Debió de ser hembra enérgica y algo dura en sus lecciones. Lo prueba el hecho de que los hijos del Papa, cuando fueron personajes célebres, aunque no dejaron de tratar a su prima y maestra, mostraban siempre hacia ella cierta frialdad rencorosa. ...
En la línea 1099
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los que no conocían a la rica argentina sentíanse interesados, por haber leído y oído muchas veces su nombre. Otros que se decían amigos suyos mostraban un malsano placer asistiendo impasibles a este despedazamiento verbal de la ausente, y si. la defendían era con una flojedad que exacerbaba más las criticas Su eminencia manteníase aparte con los señores de la casa, el embajador español y unas damas italianas que preferían seguir hablando en su idioma. ...
En la línea 192
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Encontró, sin embargo, algunas excepciones, que sirvieron para desorientarlo en sus juicios. Vio verdaderos hombres, cuyo aspecto vigoroso no se prestaba a equívocos, y que, sin embargo, marchaban sin el embarazo de las faldas. Estos hombres iban casi desnudos, al aire su fuerte musculatura, y sin mas vestimenta que un corto calzoncillo. Todos ellos mostraban la pasividad resignada, la fuerza brutal y sin iniciativa de las bestias de labor. Algunos acababan de desengancharse de pesadas carretas, de las cuales habían venido tirando hasta el lindero del bosque, y se limpiaban el sudoroso cuerpo. Otros lavaban y secaban los grandes aparatos que habían servido para la narcotización y el registro del gigante. ...
En la línea 261
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los guerreros de la Guardia gubernamental, hermosas amazonas de aire desenvuelto y gallardo, defendían el acceso a las habitaciones reservadas o se paseaban en grupos por el patio al quedar libres de servicio. Estos militares privilegiados, que gozaban la categoría de oficiales, pertenecían a las primeras familias de la capital. Iban vestidos de la garganta a los pies con un traje muy ceñido y cubierto de escamas de plata. Su casquete, del mismo metal, estaba rematado por un ave quimérica. Apoyaban la mano izquierda en la empuñadura de su espada, mirando a todas partes con una insolencia de vencedores, o se inclinaban galantemente ante las familias de los altos personajes que iban llegando para la ceremonia. Algunas mamás, severas y malhumoradas, encontraban atrevida la expresión de sus ojos. Otras matronas, cuya barba empezaba a poblarse de canas, quedaban pensativas y melancólicas a la vista de estos hermosos guerreros, que parecían despertar sus recuerdos. Las señoritas que ya estaban en edad de afeitarse fingían rubor ante sus miradas audaces; pero las que no se veían objeto de la belicosa admiración se mostraban nerviosas, envidiando a sus compañeras. ...
En la línea 419
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cada guerra significaba un largo alto en el desenvolvimiento humano, y luego un retroceso. En la capital de cada país había un arco de triunfo para que desfilasen bajo su bóveda unas veces el ejército que volvía victorioso y otras los invasores triunfantes. Después de toda guerra, el suelo abandonado parecía vengarse del olvido y de la bestialidad de los hombres restringiendo su producción. Las grandes empresas militares iban seguidas por el hambre y las epidemias. Los hombres se mostraban peores al volver a sus casas durante una paz momentánea. Habían olvidado el valor de la vida humana. Reñían con el menor pretexto; se encolerizaban fácilmente, matándose entre ellos; pegaban a sus mujeres. Además, todos eran alcohólicos. Durante sus campanas, los gobernantes les facilitaban en abundancia el vino y los licores fuertes, sabiendo que un hombre en la inconsciencia de la embriaguez teme menos a la muerte. ...
En la línea 443
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sus cañones del tamaño de casas, sus fusiles y ametralladoras, que lanzaban plomo con la misma rapidez que una máquina de coser da puntadas, podían suprimir instantáneamente las manifestaciones femeninas, por numerosas que fuesen. Además, la mujer, acobardada por tantos siglos de servidumbre, tenía miedo a los procedimientos de violencia. Solo las jóvenes que habían cultivado sus músculos en los deportes al aire libre se reían de estos temores de las señoras de salón. Todas se mostraban acordes al lamentar los crímenes de los hombres, pero la situación angustiosa parecía sin remedio… . ...
En la línea 1115
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Así continuó hablando y no tardaron en llegar al extremo del pueblo, donde los viajeros se metieron por un camino angosto y tortuoso que se abría entre elevados setos, y anduvieron por él al trote cerca de media hora, para entrar después a un amplio jardín por una verja magnífica, en cuyos grandes pilares de piedra se mostraban emblemas nobiliarios esculpidos. Hallábanse en una noble morada. ...
En la línea 1353
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pronto la alegría en los rastros del populacho cambió un poco, y mostraban algo parecido al afán o a la ansiedad; se observó también un descenso en la intensidad de los aplausos. El Lord Protector de inmediato reparó en estas cosas, tanto como para descubrir la causa. Apretó el paso hacia el rey, se inclinó en la silla, con la cabeza descubierta, y dijo: ...
En la línea 2219
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre las aguas vivamente iluminadas por nuestra luz eléctrica serpenteaban algunas lampreas, de un metro de longitud, comunes a casi todas las zonas dimáticas. Algunas rayas de cinco pies de ancho, de vientre blanco y dorso gris ceniza con manchas, evolucionaban como grandes chales llevados por la corriente. Otras rayas pasaban tan rápidamente que no pude reconocer si merecían ese nombre de águilas que les dieron los griegos, o las calificaciones de rata, de sapo o de murciélago que les dan los pescadores marinos. Escualos milandros, de doce pies de longitud, tan temidos por los buceadores, competían en velocidad entre ellos. Como grandes sombras azuladas vimos zorras marinas, animales dotados de una extremada finura de olfato, de unos ocho pies de longitud. Las doradas, del género esparo, mostraban sus tonos de plata y de azul cruzados por franjas que contrastaban con lo oscuro de sus aletas; peces consagrados a Venus, con el ojo engastado en un anillo de oro; especie preciosa, amiga de todas las aguas, dulces o saladas, que habita ríos, lagos y océanos, bajo todos los climas, soportando todas las temperaturas, y cuya raza, que remonta sus orígenes a las épocas geológicas de la Tierra, ha conservado la belleza de sus primeros días. Magníficos esturiones, de nueve a diez metros de largo, dotados de gran velocidad, golpeaban con su cola poderosa los cristales de nuestro observatorio y nos mostraban su lomo azulado con manchas marrones; se parecen a los escualos, cuya fuerza no igualan, sin embargo; se encuentran en todos los mares, y en la primavera remontan los grandes ríos, en lucha contra las corrientes del Volga, del Danubio, del Po, del Rin, del Loira, del Oder-… y se alimentan de arenques, caballas, salmones y gádidos; aunque pertenezcan a la clase de los cartilaginosos, son delicados; se comen frescos, en salazón, escabechados, y, en otro tiempo, eran llevados en triunfo a las mesas de los Lúculos. ...
En la línea 2219
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre las aguas vivamente iluminadas por nuestra luz eléctrica serpenteaban algunas lampreas, de un metro de longitud, comunes a casi todas las zonas dimáticas. Algunas rayas de cinco pies de ancho, de vientre blanco y dorso gris ceniza con manchas, evolucionaban como grandes chales llevados por la corriente. Otras rayas pasaban tan rápidamente que no pude reconocer si merecían ese nombre de águilas que les dieron los griegos, o las calificaciones de rata, de sapo o de murciélago que les dan los pescadores marinos. Escualos milandros, de doce pies de longitud, tan temidos por los buceadores, competían en velocidad entre ellos. Como grandes sombras azuladas vimos zorras marinas, animales dotados de una extremada finura de olfato, de unos ocho pies de longitud. Las doradas, del género esparo, mostraban sus tonos de plata y de azul cruzados por franjas que contrastaban con lo oscuro de sus aletas; peces consagrados a Venus, con el ojo engastado en un anillo de oro; especie preciosa, amiga de todas las aguas, dulces o saladas, que habita ríos, lagos y océanos, bajo todos los climas, soportando todas las temperaturas, y cuya raza, que remonta sus orígenes a las épocas geológicas de la Tierra, ha conservado la belleza de sus primeros días. Magníficos esturiones, de nueve a diez metros de largo, dotados de gran velocidad, golpeaban con su cola poderosa los cristales de nuestro observatorio y nos mostraban su lomo azulado con manchas marrones; se parecen a los escualos, cuya fuerza no igualan, sin embargo; se encuentran en todos los mares, y en la primavera remontan los grandes ríos, en lucha contra las corrientes del Volga, del Danubio, del Po, del Rin, del Loira, del Oder-… y se alimentan de arenques, caballas, salmones y gádidos; aunque pertenezcan a la clase de los cartilaginosos, son delicados; se comen frescos, en salazón, escabechados, y, en otro tiempo, eran llevados en triunfo a las mesas de los Lúculos. ...
En la línea 2640
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En efecto, no tardaron en aparecer bloques mucho más considerables, cuyo brillo cambiaba según los caprichos de la bruma. Algunos de esos bloques mostraban vetas verdes, como si sus onduladas líneas hubiesen sido trazadas con sulfato de cobre. Otros, semejantes a enormes amatistas, se dejaban penetrar por la luz y la reverberaban sobre las mil facetas de sus cristales. Aquéllos, matizados con los vivos reflejos del calcáreo, hubieran bastado a la construcción de toda una ciudad de mármol. ...
En la línea 2786
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Bueno, te lo voy a contar todo ‑dijo‑. He pasado por tu casa y he visto que estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego yo he visitado a Porfirio Petrovitch. Zamiotof estaba con él todavía. Intenté empezar en seguida mis explicaciones, pero no lo conseguí. No había medio de entrar en materia como era debido. Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no mostraban la menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y empiezo a hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia un lado, yo hacia otro. Finalmente le acerco el puño a la cara y le digo que le voy a hacer polvo. Él se limita a mirarme en silencio. Yo escupo y me voy. Así termina la escena. Ha sido una estupidez. Con Zamiotof no he cruzado una sola palabra… Yo temía haberte causado algún perjuicio con mi conducta; pero cuando bajaba la escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué tenemos que preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal inquietud se comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no tienes nada que ver con ese dichoso asunto y, por lo tanto, puedes reírte de ellos. Más adelante podremos reírnos en sus propias narices, y si yo estuviera en tu lugar, me divertiría haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más. Ya les diremos lo que se merecen cuando llegue el momento. Ahora limitémonos a burlarnos de ellos. ...
En la línea 3695
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por otra parte, los asistentes se mostraban sumamente excitados por las excesivas libaciones. El de intendencia, aunque era incapaz de forjarse una idea clara de lo sucedido, era el que más gritaba, y proponía las medidas más desagradables para Lujine. ...

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Errores Ortográficos típicos con la palabra Mostraban
Cómo se escribe mostraban o mostrraban?
Cómo se escribe mostraban o moztraban?
Cómo se escribe mostraban o mostravan?
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