Cual es errónea Preguntas o Preguntaz?
La palabra correcta es Preguntas. Sin Embargo Preguntaz se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino preguntaz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra preguntas
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Preguntas en la wikipedia.
Sinonimos de Preguntas.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Preguntas
Cómo se escribe preguntas o prreguntas?
Cómo se escribe preguntas o preguntaz?
Cómo se escribe preguntas o prejuntas?
Algunas Frases de libros en las que aparece preguntas
La palabra preguntas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2148
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como toda la huerta pensaba así, en vano al día siguiente de la riña pasaron y repasaron por las sendas dos charolados tricornios, yendo de casa de Copa a la barraca de Pimentó para hacer preguntas insidiosas a la gente que estaba en los campos. ...
En la línea 595
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Juanón, impulsado por la cólera, poníase de pie. _¡La Mano Negra!_ ¿Qué era aquello? Él había sufrido persecuciones por creerle afiliado a ella, y aún no sabía ciertamente en qué consistía. Meses enteros había estado en la cárcel con otros desgraciados. Le sacaban por la noche del encierro, para golpearle, en la oscura soledad del campo. Las preguntas de los hombres con uniforme iban acompañadas de culatazos que hacían crujir sus huesos, de palizas locas que se exacerbaban ante sus negativas. Aún guardaba en el cuerpo las cicatrices de estos obsequios de los ricos de Jerez. Podían haberle muerto sin que él contestase a gusto de sus atormentadores. Sabía de sociedades para defender la vida de los jornaleros y resistirse a los abusos de los amos; él formaba parte de ellas; pero de _La Mano Negra_, de la terrorífica asociación con sus puñales y sus venganzas, no sabía una palabra. ...
En la línea 681
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y fue ella la que olvidando su enfado se expresó con más calor aún que su novio. Le quería tanto como a su padre. Era otro modo de querer, pero estaba segura de que puestos en una balanza los dos afectos, no se diferenciarían en nada. Su hermano conocía mejor que ella la vehemencia con que amaba a Rafael. ¡Así se burlaba Fermín, cuando venía a la viña y le hacía preguntas sobre su noviazgo!... ...
En la línea 734
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El jesuita contemplaba las viñas con el éxtasis de un hombre acostumbrado a vivir dentro de vulgares edificios, sin ver más que de tarde en tarde la grandiosidad de la naturaleza. Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. ...
En la línea 770
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿A qué me vienes con preguntas? Ya sabes que callo y dejo rodar las cosas. No tengo derecho a más. La casa Dupont es mi refugio: si saliese de ella, tendría que volver con toda mi prole a la miseria desesperada de Madrid. Estoy aquí como un vagabundo que encuentra posada y toma buenamente lo que le dan, sin permitirse criticar a sus bienhechores. ...
En la línea 2923
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Por cierto, que yo también tengo que haceros algunas preguntas bastante serias. ...
En la línea 3235
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquella noche, Aramis velaba, sombrío y soñador; D'Artagnan le hizo algunas preguntas sobre aquella melancolía profunda; Aramis se excusó alegando un comentario del capítulo dieciocho de San Agustín que tenía que escribir en latín para la semana siguiente, y que le preo cupaba mucho. ...
En la línea 4838
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquel tinte misteriosoesparcido por toda su persona volvía aún más interesante al hombre cuyos ojos y cuya boca, en la embriaguez más completa, jamás habían revelado nada, sea cual fuere la astucia de las preguntas dirigidas a él. ...
En la línea 6307
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Milady parecía ebria de alegría, se hacía repetir por Ketty los me nores detalles de la pretendida entrevista de la doncella con de Warder, cómo había recibido él su carta, cómo había respondido, cuál era la expresión de su rostro, si parecía muy enamorado; y a todas estas preguntas la pobre Ketty, obligada a poner buena cara,respondía con una voz ahogada cuyo acento doloroso su ama ni siquiera notaba, ¡así de egoísta es la felicidad!Por fin, como la hora de su entrevista con el conde se acercaba, Milady hizo apagar todo en su cuarto, y ordenó a Ketty volver a su habitación a introducir a de Wardes tan pronto como se presentara. ...
En la línea 495
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Híceles algunas preguntas indiferentes, a las que contestaron con desembarazo y cortesía, y uno de ellos, que dijo saber de letra, aceptó un folleto que le ofrecí. ...
En la línea 570
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La posadera y su hija me trataban con amabilidad extremada, y por adularme me hicieron algunas preguntas respecto de Inglaterra. ...
En la línea 648
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Híceles muchas preguntas acerca de la opinión de sus parientes y amigos sobre ese punto, y me aseguraron que en la parte de la frontera española frecuentada por ellos, todos eran de la misma opinión, importándoles tan poco el Papa y sus frailes como don Carlos, porque éste era un _chicotito_ y un tirano, y los otros, ladrones y salteadores. ...
En la línea 923
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A los ladridos del perro, surgió de una especie de paseo un viejo, su amo, a mi parecer, a quien hice varias preguntas acerca del lugar. ...
En la línea 2598
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado cuanto la esperanza está más cerca de poseello; pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir lo que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no me hacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. ...
En la línea 3057
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase. ...
En la línea 3359
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habían intentado a irse sin pagar lo que debían; mas el ventero, que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al salir de la puerta y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales palabras, que les movió a que le respondiesen con los puños; y así, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. ...
En la línea 4022
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse Volvió Sancho a casa de don Quijote, y, volviendo al pasado razonamiento, dijo: -A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo que la noche misma que, huyendo de la Santa Hermandad, nos entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura de los galeotes y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señor arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese. ...
En la línea 404
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Mientras cambiábamos de caballos en Guardia, varias personas se acercaron a dirigirme una multitud de preguntas acerca del ejército. Nunca he visto una popularidad más grande que la de Rosas, ni mayor entusiasmo por «la guerra más justa de las guerras, puesto que va dirigida contra los salvajes». Preciso es confesar que se comprende algún tanto ese arranque, si se tiene en cuenta que aún hace poco tiempo estaban expuestos a los ultrajes de los indios los hombres, las mujeres, los niños, los caballos. Durante todo el día recorremos una hermosa llanura verde, cubierta de rebaños; acá y allá una estancia solitaria, sin más sombra que un sólo árbol. Por la tarde se pone a llover; llegamos a un destacamento, pero el jefe nos dice que, si no tenemos pasaportes muy en regla, no podemos seguir nuestro camino, pues hay tantos ladrones que no quiere fiarse de nadie. Le presento mi pasaporte, y en cuanto lee en él las primeras palabras El naturalista D. Carlos, se vuelve tan respetuoso y cortés como desconfiado estaba antes. ¡Naturalista! Seguro estoy de que ni él ni sus compatriotas comprenden bien qué podrá querer decir eso; pero es probable que mi título misterioso no haga sino inspirarle una idea más alta de mi persona. ...
En la línea 493
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sin embargo, ¡han oído hablar de un país donde el día y la noche duran cada uno seis meses seguidos, país poblado de habitantes altos y flacos! Me hacen muchas preguntas acerca de ganadería y precio de los ganados en Inglaterra. Cuando le digo que nosotros no cogemos con lazo a nuestros animales, exclaman: «¡Cómo! Entonces, ¿no emplean ustedes más que las bolas?» No tenían ni la menor idea de que pudiese cercarse un terreno. El capitán me dice que tiene que hacerme una pregunta, pero importantísima, a la cual me apremia para que responda con toda la verdad. Casi temblé ante la idea de la profundidad científica que iba a tener esa pregunta. Hela aquí: - «Las mujeres de Buenos Aires ¿no son las más hermosas del mundo?» Le contesté como un verdadero renegado: - «Ciertamente que sí». Añadió él: - «Otra pregunta tengo que hacerle a usted: ¿hay en alguna otra parte del mundo mujeres que gasten unas peinetas como las que éstas llevan?» Le afirmé solemnemente que nunca había encontrado otras mayores. ...
En la línea 670
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aunque los tres comprendían y hablaban el inglés, era muy difícil saber por ellos las costumbres de sus compatriotas. Provenía esto en parte, creo, de que les era muy difícil comprender la menor alternativa. Todo el que tenga costumbre de tratar a niños sabe cuán difícil es obtener de ellos una respuesta a las más sencillas preguntas, por ejemplo: ¿es blanca o negra una cosa? La idea de negro y la idea de blanco llena alternativamente su espíritu. Lo mismo sucedió con los fueguenses; por lo que la mayor parte de las veces era imposible saber, al interrogarles de nuevo, si habían comprendido bien lo que se les dijo al principio. Tenían la vista muy penetrante; sabido es que los marinos, por su larga costumbre, distinguen un objeto mucho antes que un hombre habituado a vivir en tierra; pero York y Jemmy eran bajo este punto de vista muy superiores a todos los marinos de a bordo. Muchas veces habían anunciado que veían una cosa, nombrando lo que percibían; todo el mundo dudaba, y, sin embargo, el anteojo probaba que tenían razón. Tenían plena confianza de esta facultad, y así, cuando Jemmy tenía alguna pequeña reyerta con el oficial de guardia no dejaba de decirle: «Yo ver barco, yo no decir». Nada más curioso de observar que la conducta de los salvajes con Jemmy Button cuando desembarcamos. Inmediatamente notaron la diferencia entre él y nosotros, lo que dio lugar a una muy animada conversación entre ellos. Después el viejo re dirigió un largo discurso; parece que le excitaba a quedarse con ellos; pero Jemmy comprendía muy poco su lenguaje y además parecía avergonzarse de sus compatriotas. Cuando York Minster vino a tierra también le conocieron enseguida y le dijeron que debía afeitarse, y eso que apenas tenía veinte pelos microscópicos en la cara, mientras que todos nosotros llevábamos barba corrida. ...
En la línea 919
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... tre otras preguntas me dirige esta: «Ahora que Jorge Rex ha muerto, ¿podría usted decirme qué número de miembros de la familia Rex quedan todavía?» Este Rex es, con seguridad, pariente del gran autor Finis, que ha firmado todos los libros. ...
En la línea 905
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después se sentó en una mecedora junto a su tocador, en el gabinete, lejos del lecho por no caer en la tentación de acostarse, y leyó un cuarto de hora un libro devoto en que se trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas. ...
En la línea 1702
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El médico habló de fiebre, de grandes cuidados necesarios; le hizo preguntas a que ella no sabía ni quería contestar. ...
En la línea 1757
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las miradas de doña Águeda, algo más gruesa, más joven y más bondadosa que su hermana, iban cargadas de estas preguntas cuando se clavaban en Anita al darle un caldo. ...
En la línea 4623
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pronto descansaban todos en la casa, menos Petra, que en medio de un pasillo, con una palmatoria en la mano, espiaba el silencio del hogar honrado con miradas cargadas de preguntas. ...
En la línea 86
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Pero ¿no ves, grandísimo sonso, que me estoy burlando de ti?… Todo, cuentos disparatados, ya que esto te gusta. De poco le valía tal estratagema, pues el celoso tornaba a acosarla con sus preguntas. Detrás de dichos embustes debían de ocultarse, según él, terribles verdades. Hasta parecía menospreciarla, considerando rebajados sus méritos por no haber tenido muchos amantes. A! fin, Rosaura apelaba al llanto, diciendo con amargura: ...
En la línea 126
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La encontró idéntica a las amantes de ciertos reyes de vida romancesca y a las señoras romanas que hacían pecar a los pontífices. Luego se arrepintió de tan irrespetuosas comparaciones, impresionado por la sonrisa falsamente pueril de Rosaura, por la sencillez de sus maneras, por el aire de niña que tomaba al hacerle preguntas. ...
En la línea 330
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tomando asiento en el mismo lugar del jardín donde habían conversado días antes, siguió el canónigo su relato, sólo interrumpido de tarde en tarde por las preguntas curiosas de Claudio. ...
En la línea 530
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Deseó más noticias, e hizo preguntas intencionadas al canónigo para enterarse de cómo había sabido que él vivía ahora en Madrid, enviándole allá su carta. ...
En la línea 134
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una risa aflautada del gordo personaje fue la primera respuesta. Luego pareció arrepentirse de su falta de corrección al contestar con risas a las preguntas, y dijo gravemente: ...
En la línea 138
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Hubo un largo silencio. El ingeniero, absorto por el carácter inverosímil de su aventura, no supo que decir. ¡Eran tan numerosos los pensamientos que bullían en su cabeza y las preguntas que iba amontonando su curiosidad!… ...
En la línea 265
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero el profesor Flimnap tenía demasiado que hacer para detenerse a contestar las preguntas de las ciudadanas curiosas. Apenas había dormido en la noche anterior. Después de su cena con el jefe supremo de la Universidad se trasladó a la Galería de la Industria para convencerse de que el Gentleman-Montaña podía dormir provisionalmente sobre trescientas cuarenta y dos carretadas de paja que la Administración del ejercito había facilitado a última hora. Poco después de amanecer ya estaba en pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compañeros del 'Comité de recibimiento del Hombre-Montaña'. Estos, divididos en varias subcomisiones, iban a dirigir a quinientos carpinteros encargados de fabricar, antes de que llegase la noche, una mesa y una silla apropiadas a las dimensiones del gigante, y a una tropa igualmente numerosa de colchoneros, que en el mismo espacio de tiempo fabricarían una cama digna del recién llegado. ...
En la línea 496
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como todo buque tiene la misma arma agresiva, un combate naval es a modo de una lucha de pulpos en los abismos marítimos, entrelazando la maraña de sus patas metálicas, tirando el uno del otro, hasta que el más hábil o el más forzudo consigue paralizar al adversario. Además, los navíos están armados con unos aparatos que hacen oficio de tijeras para cortar los cables metálicos del enemigo. Adivino sus nuevas preguntas, gentleman. Quiere usted saber para que sirve nuestra flota, y yo le diré que para lo mismo que sirve nuestro ejército. La juventud entusiasta, que no gusta de los uniformes de las tropas terrestres y desea viajes y aventuras, entra a prestar sus servicios en las tres escuadras de nuestra Federación o en la flota aérea. ...
En la línea 134
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y estaba tan agradecido a la visita del Delfín, que no hacía más que mirarle recreándose en su guapeza, en su juventud y elegancia. Si hubiera sido veinte veces hijo suyo, no le habría contemplado con más amor. Dábale palmadas en la rodilla, y le interrogaba prolijamente por todos los de la familia, desde Barbarita, que era el número uno, hasta el gato. El Delfín, después de satisfacer la curiosidad de su amigo, hízole a su vez preguntas acerca de la vecindad de aquella casa en que estaba. «Buena gente—respondió Estupiñá—; sólo hay unos inquilinos que alborotan algo por las noches. La finca pertenece al Sr. de Moreno Isla, y puede que se la administre yo desde el año que viene. Él lo desea; ya me habló de ello tu mamá, y he respondido que estoy a sus órdenes… Buena finca; con un cimiento de pedernal que es una gloria… escalera de piedra, ya habrás visto; sólo que es un poquito larga. Cuando vuelvas, si quieres acortar treinta escalones, entras por el Ramo de azucenas, la zapatería que está en la Plaza. Tú conoces a Dámaso Trujillo. Y si no le conoces, con decir: «voy a ver a Plácido» te dejará pasar. ...
En la línea 140
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y lo que Barbarita no dudaba en calificar de encanallamiento, empezó a manifestarse en el vestido. El Delfín se encajó una capa de esclavina corta con mucho ribete, mucha trencilla y pasamanería. Poníase por las noches el sombrerito pavero, que, a la verdad, le caía muy bien, y se peinaba con los mechones ahuecados sobre las sienes. Un día se presentó en la casa un sastre con facha de sacristán, que era de los que hacen ropa ajustada para toreros, chulos y matachines; pero doña Bárbara no le dejó sacar la cinta de medir, y poco faltó para que el pobre hombre fuera rodando por las escaleras. «¿Es posible—dijo a su niño, sin disimular la ira—, que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?». Y una vez roto el fuego, rompió la señora en acusaciones contra su hijo por aquellas maneras nuevas de hablar y de vestir. Él se reía, buscando medios de eludir la cuestión; pero la inflexible mamá le cortaba la retirada con preguntas contundentes. ¿A dónde iba por las noches? ¿Quiénes eran sus amigos? Respondía él que los de siempre, lo cual no era verdad, pues salvo Villalonga, que salía con él muy puesto también de capita corta y pavero, los antiguos condiscípulos no aportaban ya por la casa. Y Barbarita citaba a Zalamero, a Pez, al chico de Tellería. ¿Cómo no hacer comparaciones? Zalamero, a los veintisiete años, era ya diputado y subsecretario de Gobernación, y se decía que Rivero quería dar a Joaquinito Pez un Gobierno de provincia. Gustavito hacía cada artículo de crítica y cada estudio sobre los Orígenes de tal o cual cosa, que era una bendición, y en tanto él y Villalonga ¿en qué pasaban el tiempo?, ¿en qué?, en adquirir hábitos ordinarios y en tratarse con zánganos de coleta. A mayor abundamiento, en aquella época del 70 se le desarrolló de tal modo al Delfín la afición a los toros, que no perdía corrida, ni dejaba de ir al apartado ningún día y a veces se plantaba en la dehesa. Doña Bárbara vivía en la mayor intranquilidad, y cuando alguien le contaba que había visto a su ídolo en compañía de un individuo del arte del cuerno, se subía a la parra y… «Mira, Juan, creo que tú y yo vamos a perder las amistades. Como me traigas a casa a uno de esos tagarotes de calzón ajustado, chaqueta corta y botita de caña clara, te pego, sí, hago lo que no he hecho nunca, cojo una escoba y ambos salís de aquí pitando»… Estos furores solían concluir con risas, besos, promesas de enmienda y reconciliaciones cariñosas, porque Juanito se pintaba solo para desenojar a su mamá. ...
En la línea 229
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¿Para qué preguntas tú? Si te digo que no la quería, te enfadas conmigo y tomas partido por ella… ¿Y si te dijera que la quería, que al poco tiempo de sacarla de su casa, se me ocurría la simpleza de cumplir la palabra de casamiento que le di? ...
En la línea 584
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... De vez en cuando estas cavilaciones cesaban, porque Juan sabía arreglarse de modo que su mujer no llegase a cargarse de razón para estar descontenta. Como la herida a que se pone bálsamo fresco, la pena de Jacinta se calmaba. Pero los días y las noches, sin saber cómo, traíanla lentamente otra vez a la misma situación penosa. Y era muy particular; estaba tan tranquila, sin pensar en semejante cosa, y por cualquier incidente, por una palabra sin interés o referencia trivial, le asaltaba la idea como un dardo arrojado de lejos por desconocida mano y que venía a clavársele en el cerebro. Era Jacinta observadora, prudente y sagaz. Los más insignificantes gestos de su esposo, las inflexiones de su voz, todo lo observaba con disimulo, sonriendo cuando más atenta estaba, escondiendo con mil zalamerías su vigilancia, como los naturalistas esconden y disimulan el lente con que examinan el trabajo de las abejas. Sabía hacer preguntas capciosas, verdaderas trampas cubiertas de follaje. ¡Pero bueno era el otro para dejarse coger! ...
En la línea 681
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Cuán cuerdamente ha hecho las preguntas! ...
En la línea 793
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Todos se volvieron y vieron la fantástica figura del rey niño, que se acercaba veloz. Cuando emergió a la luz y se reveló claramente, hubo un estallido general de preguntas. ...
En la línea 893
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El asunto quedó resuelto; la realeza de Su Majestad fue admitida sin más preguntas ni discusiones, y las dos niñas empezaron al instante a preguntar cómo había ido a parar donde estaba, y cómo estaba tan mal vestido, y adónde se dirigía, y una infinidad de preguntas más. Fue un gran consuelo para el reyecito desahogar sus congojas donde no serían objeto de burlas ni de dudas; y así contó su historia con gran calor, olvidando mientras hasta su hambre, su historia fue escuchada con la más profunda y tierna compasión por las dos niñas. Pero cuando les refirió sus últimas aventuras y aquéllas se dieron cuenta del tiempo que llevaba el rey sin comer, no quisieron saber más, y salieron corriendo del granero para buscarle el desayuno. ...
En la línea 893
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El asunto quedó resuelto; la realeza de Su Majestad fue admitida sin más preguntas ni discusiones, y las dos niñas empezaron al instante a preguntar cómo había ido a parar donde estaba, y cómo estaba tan mal vestido, y adónde se dirigía, y una infinidad de preguntas más. Fue un gran consuelo para el reyecito desahogar sus congojas donde no serían objeto de burlas ni de dudas; y así contó su historia con gran calor, olvidando mientras hasta su hambre, su historia fue escuchada con la más profunda y tierna compasión por las dos niñas. Pero cuando les refirió sus últimas aventuras y aquéllas se dieron cuenta del tiempo que llevaba el rey sin comer, no quisieron saber más, y salieron corriendo del granero para buscarle el desayuno. ...
En la línea 1614
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Y tú me lo preguntas, hermano? ¡Como si el Tigre de la Malasia se asustara y doblara la rodilla ante el destino! ¡Continuaremos la lucha! ...
En la línea 722
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Capitán Nemo, compruebo los resultados, sin tratar de explicármelos. He visto al Nautilus maniobrar ante el Abraham Lincoln y sé a qué atenerme acerca de su velocidad. Pero no basta moverse. Hay que saber adónde se va. Hay que poder dirigirse a la derecha o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo. ¿Cómo hace usted para alcanzar las grandes profundidades en las que debe hallar una resistencia creciente, evaluada en centenares de atmósferas? ¿Cómo hace para subir a la superficie del océano? Y, por último, ¿cómo puede mantenerse en el lugar que le convenga? ¿Soy indiscreto al formularle tales preguntas? ...
En la línea 811
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Mientras así murmuraba Conseil, Ned Land, poco conquiliólogo él, me interrogaba acerca de mi entrevista con el capitán Nemo. ¿Había podido descubrir yo quién era, de dónde venía, adónde iba, hacia qué profundidades nos arrastraba? Me hacía así mil preguntas, sin darme tiempo a responderle. Le informé de todo lo que sabía, o más bien de todo lo que no sabía, y le pregunté qué era lo que, por su parte, había oído y visto. ...
En la línea 1556
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La idea de salir del camarote me llevó a preguntarme si me hallaría preso o libre nuevamente. Libre por completo. Abrí la puerta, recorrí los pasillos y subí la escalera central. Las escotillas, cerradas la víspera, estaban abiertas. Llegué a la plataforma, donde ya estaban, esperándome, Ned y Conseil. A mis preguntas respondieron diciendo que no sabían nada. Les había sorprendido hallarse en su camarote, al despertarse de un pesado sueño que no había dejado en ellos recuerdo alguno. ...
En la línea 1570
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ignorando cuáles pudieran ser sus intenciones, esperé que me hiciera nuevas preguntas, reservándome para responderle según las circunstancias. ...
En la línea 114
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Nunca me dejaban llevar una vela para acostarme, y cuando subía las escaleras a oscuras, con la cabeza vacilante porque el dedal de la señora Joe repiqueteó en ella para acompañar sus últimas palabras, estaba convencido de que acabaría en los Pontones. Con seguridad seguía el camino apropiado para terminar en ellos. Empecé haciendo preguntas y ya me disponía a robar a la señora Joe. ...
En la línea 441
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Hasta entonces, nunca me había separado de él, y, a causa de mis sentimientos y también del jabón que todavía llenaba mis ojos, en los primeros momentos de estar en el coche no pude ver siquiera el resplandor de las estrellas. Éstas parpadeaban una a una, sin derramar ninguna luz sobre las preguntas que yo me dirigía tratando de averiguar por qué tendría que jugar en casa de la señorita Havisham y a qué juegos tendría que dedicarme en aquella casa. ...
En la línea 567
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegué a mi casa encontré a mi hermana llena de curiosidad, deseando conocer detalles acerca de la casa de la señorita Havisham, y me dirigió numerosas preguntas. Pronto recibí fuertes golpes en la nuca y sobre los hombros, y mi rostro fue a chocar ignominiosamente contra la pared de la cocina, a causa de que mis respuestas no fueron suficientemente detalladas. ...
En la línea 569
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Lo peor de todo era que el bravucón del tío Pumblechook, presa de devoradora curiosidad, a fin de informarse de cuanto yo había visto y oído, llegó en su carruaje a la hora de tomar el té, para que le diese toda clase de detalles. Y tan sólo el temor del tormento que me auguraba aquel hombre con sus ojos de pescado, con su boca abierta, con su cabello de color de arena y su cerebro lleno de preguntas aritméticas me hizo decidir a mostrarme más reticente que nunca. ...
En la línea 257
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se torturaba haciéndose estas preguntas y, al mismo tiempo, experimentaba una especie de placer. No podían sorprenderle, porque no eran nuevas para él: eran viejas cuestiones familiares que ya le habían hecho sufrir cruelmente, tanto, que su corazón estaba hecho jirones. Hacía ya tiempo que había germinado en su alma esta angustia que le torturaba. Luego había ido creciendo, amasándose, desarrollándose, y últimamente parecía haberse abierto como una flor y adoptado la forma de una espantosa, fantástica y brutal interrogación que le atormentaba sin descanso y le exigía imperiosamente una respuesta. ...
En la línea 283
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La muchacha levantó sus pesados párpados, miró con una expresión de aturdimiento a los dos hombres e hizo un gesto como para rechazar sus preguntas. ...
En la línea 431
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y aún era menos indudable que el día anterior no le habría sido fácil averiguar, sin hacer preguntas sospechosas y arriesgadas, que al día siguiente, a una hora determinada, la vieja contra la que planeaba un atentado estaría completamente sola en su casa. ...
En la línea 863
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se fue. Apenas hubo salido, la conversación se reanudó entre los policías con gran vivacidad. La voz del comisario se oía más que las de sus compañeros. Parecía hacer preguntas. ...
En la línea 78
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Qué quiere usted! Me encanta hacerle enfadar. Y además, por el hecho de tolerar sus preguntas y suposiciones, me debe usted una compensación. ...
En la línea 79
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Si me concede el derecho de hacerle toda clase de preguntas—repliqué tranquilamente es porque estoy dispuesto a pagar cualquier compensación; con mi vida, si es preciso. ...
En la línea 145
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Naturalmente, la humillación y la esclavitud en que ella me tiene, me darían —se da a menudo el caso— la posibilidad de preguntarle a ella misma derechamente y sin ambages. Puesto que soy para ella un esclavo, que no merece consideración a sus ojos, no tiene que impresionarse por mi atrevida curiosidad. Pero aunque me permita que le dirija preguntas, no por eso me las contesta. Algunas veces ni siquiera me atiende. ¡Así estamos! ...
En la línea 257
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La cólera parecía dominarla y el ardor que ponía en sus preguntas me encantaba. ...
En la línea 290
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El viajero puso dique a una marea de preguntas indiscretas que se asomaban a sus labios, y volviose hacia la ventanilla para no perder la hermosa decoración que le ofrecía la Naturaleza. El sol, apareciendo sobre la cumbre de una montañuela cercana, disipaba la bruma matutina, que descendía al valle en jirones de encaje gris, y, brillando en un espacio azul clarísimo, alumbraba con luz naciente, fresca y suave. Por los flancos de granito de la montaña, sembrados de mica que relucía, bajaba desatado un torrente espumoso; y entre el matiz sombrío de los encinares asomaba un pradillo, de tonos pálidos de hierba temprana, donde pacía un rebaño de ovejas, cuyos blancos cuerpos constelaban la alfombra verde como enormes copos de algodón. Al través del ruido ensordecedor del tren, dijérase que se oían en aquella pintoresca solana remotos gorjeos de aves y argentino repiquetear de esquilas. ...
En la línea 369
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Rompió el tren a andar, y quedose Sardiola de pie en el andén, agitando la servilleta en señal de despedida, sin mudar de actitud hasta que el humo de la chimenea se borró en el horizonte. Lucía miraba a Artegui, y hervíanle las preguntas en los labios. ...
En la línea 686
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Miranda… ¡Ah! ¡Conque es usted la señora, la señora de Aurelio Miranda! -repitió, sin ocurrirsele decir más. Pero, discretamente indicadas, le bullían en los labios las preguntas de tal modo, que Artegui se impuso la penitencia de narrarle todo la acaecido de pe a pa. Escuchaba él, refrenando con su práctica del mundo, la risa maliciosa que le asomaba a las facciones. Era evidente que al mozo calaverilla le divertía infinito el cómico percance conyugal del calaverón rancio. Un rayo de sol vergonzante rompía las pardas nubes, y recortaba sobre el fondo obscuro la cabeza linfática, rubia, la tez pecosa, las facciones delicadas, pero no exentas de rasgos característicos, del mancebo. Sus manos blancas y femeniles atormentaban la cadena de acero del reloj, y en el meñique de una de ellas rojeaba grueso carbunclo, al lado de otro aro inocente, sortija de colegiala, sobrado estrecha para el dedo, una crucecica de perlas sobre un círculo de oro. ...
En la línea 788
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La presencia de las Amézagas, como les llamaba Perico, determinaba siempre en Pilar una especie de fiebrecilla que la dejaba postrada después para dos horas. Al divisarlas a lo lejos, se componía instintivamente el pelo, sacaba el pie calzado con zapatito Luis XV de tafilete, y paseaba su mano nerviosa por los morenos encajes de su pañoleta, haciendo destacar la flechilla de turquesas que la prendía. Trababan conversación, y las de Amézaga hablaban como con pereza y desdén, mirando al cielo o a los transeúntes, e hiriendo la arena con el cuento de las sombrillas. Respuestas cortas e indolentes «hija, qué quieres»; y «estuvo magnífico», «gente, como nunca»; «pues ya se ve que estaba la sueca»; «raso crema y granadina heliotropo combinados»; «como siempre, dedicadísimo a ella»; «sí, sí, calor»; «vaya, me alegro que lo pases bien, hija»; contestaban a las afanosas preguntas de Pilar. Luego se alejaban las cubanas, con carcajadillas discretas, con medias palabras, taconeando firme y moviendo un ruge-ruge de telas frescas y de ropa fina. Un cuarto de hora lo menos quedaba Pilar murmurando de las petimetras y de alguien más también. ...
En la línea 875
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero si Picaporte no se aventuraba a hacer preguntas al piloto, mister Fogg, después de haber consultado su 'Bradshaw' le preguntó con calma si sabía cuándo saldría un buque de Hong Kong para Yokohama. ...

El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z

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