Cual es errónea Pensamiento o Penzamiento?
La palabra correcta es Pensamiento. Sin Embargo Penzamiento se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino penzamiento es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra pensamiento

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece pensamiento
La palabra pensamiento puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1074
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Marchaban por el camino casi desierto, en la penumbra del anochecer, y la misma soledad parecía alejar de su pensamiento todo propósito impuro. ...
En la línea 1393
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pobre Batiste, tan severo y amenazador, lo que más le dolía de todas sus desgracias era el desconsuelo de la muchacha, falta de apetito, amarillenta, ojerosa, haciendo esfuerzos por mostrarse indiferente, sin dormir apenas, lo que no impedía que todas las mañanas marchase puntualmente a la fábrica, con una vaguedad en las pupilas reveladora de que su pensamiento rodaba lejos, de que estaba soñando por dentro a todas horas. ...
En la línea 1411
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Señor, que le engañasen sus presentimientos de madre dolorosa; que fuese sólo este sufrido animal el que se iba; que no se llevase sobre sus lomos al pobre chiquitín camino del Cielo, como en otros tiempos le llevaba por las sendas de la huerta agarrado a sus crines, a paso lento, para no derribarlo! Y el pobre Batiste, con el pensamiento ocupado por tantas desgracias, barajando en su imaginación el niño enfermo, el caballo muerto, el hijo descalabrado y la hija con su reconcentrado pesar, llegó a los arrabales de la ciudad y pasó el puente de Serranos. ...
En la línea 2360
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su embotado pensamiento formulaba esta pregunta, y tras muchos esfuerzos se contestaba a sí mismo que Pimentó había muerto. ...
En la línea 349
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Hablaba con el señor Fermín queriendo averiguar a qué iglesia de Jerez iba los domingos con María de la Luz, para oír misa... Al ver a la hija del capataz abstraerse, poniendo su pensamiento lejos, muy lejos, en el cortijo donde vivía Rafael, la buena señora interpretaba esta tristeza como un anhelo de recogimiento, y la ofrecía su protección. ...
En la línea 372
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Adoraba el vino con el entusiasmo de la gente del campo que no conoce otro alimento que el pan de las teleras, el pan de los gazpachos o el ajo caliente, y obligada a rociar con agua esta comida insípida, sin otra grasa que el hediondo aceite del condimento, sueña con el vino, viendo en él la energía de su existencia, la alegría de su pensamiento. ...
En la línea 379
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pasaban los días sin hablar, sin otra manifestación de pensamiento que los gritos a los animales sometidos a su custodia: «¡Aquí, _Careto_!»... ...
En la línea 385
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael miraba asombrado a los zagales nacidos en la sierra. Eran tímidos y huraños con la gente que llegaba de aquella llanura, a la que volvían los ojos con cierto temor supersticioso, como si en ella residiese el misterio de la vida. Eran pedazos de naturaleza, de una existencia rudimentaria y monótana. Andaban y vivían como podrían hacerlo un árbol o una piedra animados de movimiento. En su cerebro, insensible a todo lo que no fuesen sensaciones animales, apenas si las exigencias de la vida habían hecho florecer un ligero musgo de pensamiento. Miraban como fetiches milagrosos las grandes verrugas de los alcornoques, con las que podían fabricarse los _tornillos_, cazuelas naturales para confeccionar el gazpacho. Buscaban las pieles viejas de culebra, abandonadas entre los guijarros al cambiar de envoltura el reptil y festoneaban los caños de las fuentes con estos pellejos oscuros, atribuyendo a su ofrenda influencias misteriosas. Los largos días de inmovilidad en el monte, vigilando el pastar de las bestias, extinguía lentamente todo lo que en estos muchachos había de humano. ...
En la línea 597
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Además, había pescado dos buenos duelos con dos hombres ca paces de matar, cada uno, tres D'Artagnan; en fin, con dos mosque teros, es decir, con dos de esos seres queél estimaba tanto que los ponía, en su pensamiento y en su corazón, por encima de todos los demás hombres. ...
En la línea 1941
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ay, preferiría no haberos visto jamás! -exclamó D'Artagnan con aquella brutalidad ingenua que las mujeres prefieren con frecuencia a las afectaciones de la cortesía, p orque descubre el fondo del pensamiento y prueba que el sentimiento domina sobre la razón. ...
En la línea 2322
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquel hombre era Armand- Jean Duplessis, cardenal de Richelieu, no tal como nos lorepresentaran cascado como un viejo, sufriendo como un mártir, el cuerpo quebrado, la voz apagada, enterrado en un gran sillón como en unatumba anticipada que no viviera más que por la fuerza de un genio ni sostuviera la lucha con Europa más que con la eterna aplicación de su pensamiento sino tal cual era realmente en esa época, es decir, diestro y galante caballero débil de cuerpo ya, pe ro sostenido por esa potencia moral que hizo de él uno de los hombres más extraordinarios que hayan existido; preparándose, en fin, tras ha ber sostenido al duque de Nevers en su ducado de Mantua, tras haber tomado Nîmes, Castres y Uzes, a expulsar a los ingleses de la isla de Ré y a sitiar La Rochelle. ...
En la línea 2453
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Ah! ¡Con cuánto motivo sois el cardenal, el gran cardenal, el hombre de genio al que todo el mundo reverencia!El cardenal, por mediocre que fuera el triunfo alcanzado sobre un ser tan vulgar como era Bonacieux, no dejó de gozarlo durante un ins tante; luego, casi al punto, como si un nuevo pensamiento se presen tara a su espíritu, una sonrisa frunció sus labios y, tendiendo la mano al mercero, le dijo:-Alzaos, amigo mío, sois un buen hombre. ...
En la línea 122
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. ...
En la línea 127
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. ...
En la línea 129
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. ...
En la línea 165
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero, y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole: -No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. ...
En la línea 422
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... mismo-que la opuesta orilla. El río se asemejaría a un gran lago, a no ser por la forma de las islas que por sí sola basta para producir la idea de agua corriente. Los cantiles forman la parte más pintoresca del paisaje; algunas veces son verticales en absoluto y de un color rojo vivo; otras veces se presentan bajo la forma de inmensas moles rotas cubiertas de cactus y de mimosas. Pero la verdadera grandeza de un río colosal, como éste, proviene del pensamiento de su importancia desde el punto de vista de la facilidad que proporciona para las comunicaciones y el comercio entre diferentes naciones y llena de admiración el pensar de qué enorme distancia viene este caudal de agua dulce que corre a nuestros pies y cuán inmenso territorio riega. ...
En la línea 725
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 6 de febrero.- Hemos llegado a Woollya, y se queja tanto Matthews de la conducta de los fueguenses, que el capitán se decide a volverlo a bordo del Beagle; más tarde lo dejamos en Nueva-Zelanda, donde su hermano era misionero. En cuanto nos separamos comenzaron los indígenas a despojarlo de todo lo que tenía; todos los días llegaban nuevos grupos de fueguenses; York y Jemmy habían perdido muchas cosas y Matthews todo lo que no había tenido la precaución de enterrar. Se creía que los indígenas habían roto o desgarrado todo cuanto habían cogido, distribuyéndose los pedazos. Matthews estaba destrozado de cansancio; de día y de noche le rodeaban los indígenas, haciendo, para que no durmiese, un ruido horrible junto a su cabeza. Un día le mandó a un viejo que se marchase de su choza, pero volvió a poco con una piedra tremenda en la mano. Otro día acudió un pelotón armado de piedras y palos y Matthews tuvo que aplacarlos a fuerza de regalos. Otros quisieron despojarlo de las ropas y pelarlo enteramente. Creo que llegamos a tiempo justo de salvarle la vida. Los parientes de Jemmy habían sido lo bastante vanos y lo bastante locos para enseñarles a sus vecinos de otras tribus todo lo que habían adquirido y para decirles cómo se lo habían proporcionado. Bien triste era tener que dejar a nuestros tres fueguenses en medio de sus salvajes compatriotas, pero como ellos no sentían ningún temor, este pensamiento nos servía de gran consuelo. York, hombre fuerte y resuelto, estaba casi seguro de salir sano y salvo, lo mismo que Fuegía, su mujer, de las emboscadas que pudieran tenderle. ...
En la línea 2413
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sus personas y sus casas son muy sucias y despiden un olor horrible, como si jamás hubiesen tenido ni pensamiento de lavarse o de limpiar sus cosas. visto a un jefe que llevaba la camisa negra y cubierta de porquería, que parecía almidonada. ...
En la línea 910
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después, saliendo de no sabía qué pozo negro su pensamiento, atendió a lo que leía. ...
En la línea 1000
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había estado, mientras pasaba hojas y hojas, pensando, sin saber cómo, en don Álvaro Mesía, presidente del casino de Vetusta y jefe del partido liberal dinástico; pero al leer: Los parajes por donde anduvo, su pensamiento volvió de repente a los tiempos lejanos. ...
En la línea 1215
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si algún pensamiento impuro manchara acaso su conciencia poco antes, la contemplación del reclamo, aquella obra maestra de la naturaleza, le devolvió toda la elevación de miras y grandeza de espíritu que convenía al primer ornitólogo y al cazador sin rival de Vetusta. ...
En la línea 1618
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Verdad era que de algún tiempo a aquella parte su pensamiento, sin que ella quisiese, buscaba y encontraba secretas relaciones entre las cosas, y por todas sentía un cariño melancólico que acababa por ser una jaqueca aguda. ...
En la línea 175
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La filosofía de este humanista evocaba la imagen de una carrera sin freno, entre alaridos jocundos, después de la cautividad de varios siglos en que habla vivido el pensamiento. Era el Evangelio del placer, la satisfacción de todos los apetitos, el salto alegre sobre cuantas barreras habían levantado la disciplina y la honestidad. El adulterio debía admitirse como algo natural, según Valla, siempre que fuese ordenado y discreto; la comunidad de mujeres resultaba de acuerdo con la Naturaleza. Sólo era prudente evitar el adulterio y el desorden en los deleites cuando representasen algún peligro. ...
En la línea 214
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio sonrió distraídamente. Fingía escuchar con atención a su tío, mientras su pensamiento se iba alejando de él. ¿Qué podían importarle los Borgias?… Tal vez le hubiesen interesado un año antes, cuando estudiaba las andanzas novelescas de don Pedro de Luna; pero ahora vivía en otro mundo y eran distintas sus aficiones e Ideas. ...
En la línea 401
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A continuación de aquellos días pasados con don Baltasar hablando horas y horas en español—Idioma que siempre había moldeado su pensamiento—, sintió renacer antiguos fervores que le dieron cierta superioridad sobre las gentes frívolas tratadas a diario. Durante la noche, componía versos mentalmente, como en los entusiásticos y crédulos años de su adolescencia. Figueras era su antigua vida (¡quién lo hubiera sospechado días antes!), y le atormentaba un deseo imperioso de irse tras de él. ...
En la línea 419
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sólo había sido hasta ahora el hombre del deseo, y quería ser el hombre de la acción. Le daba vergüenza que su juventud no conociese el sufrimiento, las lágrimas, el peligro y el combate. ¿Para qué había venido al mundo? ¿De qué podía servir a sus semejantes aquella llamita Inquieta, pero continua, que brillaba en su pensamiento cual una lámpara de luz perpetua?… ¿Qué iba a quedar de su paso por la Tierra, si vivía siempre a los píes de Venus?… ...
En la línea 162
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Y yo pude afirmar además, de un modo concluyente, que es usted un verdadero gentleman, porque he ordenado a dos de mis secretarios que volviesen las hojas de un libro más grande que mi persona, con tapas de cuero negro, que nuestra grúa sacó de uno de sus bolsillos. He podido leer rápidamente algunas de dichas hojas. En la primera, nada interesante: nombres y fechas solamente; pero en otras he visto muchas líneas desiguales que representan un alto pensamiento poético. Indudablemente, el Gentleman-Montaña ha pasado por una universidad. En nuestro país, solo un hombre de estudios puede hacer buenos versos. Los de usted, gigantesco gentleman, me permitirá que le diga que son regulares nada más y por ningún concepto extraordinarios. Se resienten de su origen: les falta delicadeza; son, en una palabra, versos de hombre, y bien sabido es que el hombre, condenado eternamente a la grosería y al egoísmo por su propia naturaleza, puede dar muy poco de sí en una materia tan delicada como es la poesía. ...
En la línea 377
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De buena gana hubiese ordenado la instalación de un ascensor; pero el pensamiento de que sus cuentas podían ser examinadas y discutidas en pleno Senado le hizo desistir de tal deseo. ...
En la línea 412
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Nuestra nación, al recobrar sus primitivos límites, creyó oportuno quedarse con dos provincias de Blefuscu, fundándose en confusos derechos históricos. Durante varios años los de Blefuscu solo pensaron en recobrar estas provincias, como si les fuese imposible la vida sin ellas. Las recordaban en sus cantos patrióticos; no había ceremonia pública en que no las llorasen; los muchachos, al entrar en la escuela, lo primero que aprendían era la necesidad de morir algún día para que las provincias cautivas recobrasen su libertad; los hombres organizaban su existencia con el pensamiento fijo de que eran soldados de una guerra futura. Y al fin vino la guerra, y los de Blefuscu nos quitaron las dos provincias. ...
En la línea 452
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mentiría si le dijese que este movimiento feminista fue unánime. Las prudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieron llorosas al Comité para suplicarle que no insistiese en su lucha contra los tiranos masculinos. Debo añadir que estas conservadoras, faltas de carácter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayoría del país. Pero ¿qué revolución no ha sido hecha por una minoría y no se ha visto obligada a imponerse a la debilidad y el pensamiento miope de los más? El gobierno provisional del feminismo no prestó atención a estas tránsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia o temían por la existencia de los que aún se mantenían vivos, prefiriendo su egoísmo particular a los intereses del sexo. ...
En la línea 59
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El idilio se acentuaba cada día, hasta el punto de que la madre de Barbarita, disimulando su satisfacción, decía a esta: «Pero, hija, vais a dejar tamañitos a los Amantes de Teruel». Los esposos salían a paseo juntos todas las tardes. Jamás se ha visto a D. Baldomero II en un teatro sin tener al lado a su mujer. Cada día, cada mes y cada año, eran más tórtolos, y se querían y estimaban más. Muchos años después de casados, parecía que estaban en la luna de miel. El marido ha mirado siempre a su mujer como una criatura sagrada, y Barbarita ha visto siempre en su esposo el hombre más completo y digno de ser amado que en el mundo existe. Cómo se compenetraron ambos caracteres, cómo se formó la conjunción inaudita de aquellas dos almas, sería muy largo de contar. El señor y la señora de Santa Cruz, que aún viven y ojalá vivieran mil años, son el matrimonio más feliz y más admirable del presente siglo. Debieran estos nombres escribirse con letras de oro en los antipáticos salones de la Vicaría, para eterna ejemplaridad de las generaciones futuras, y debiera ordenarse que los sacerdotes, al leer la epístola de San Pablo, incluyeran algún parrafito, en latín o castellano, referente a estos excelsos casados. Doña Asunción Trujillo, que falleció en 1841 en un día triste de Madrid, el día en que fusilaron al general León, salió de este mundo con el atrevido pensamiento de que para alcanzar la bienaventuranza no necesitaba alegar más título que el de autora de aquel cristiano casamiento. Y que no le disputara esta gloria Juana Trujillo, madre de Baldomero, la cual había muerto el año anterior, porque Asunción probaría ante todas las cancillerías celestiales que a ella se le había ocurrido la sublime idea antes que a su prima. ...
En la línea 175
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo. No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito… al pan pan y al vino vino… ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final. Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo. En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido. A Jacinta le causaban miedo aquellas profanaciones; pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor. ...
En la línea 175
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo. No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito… al pan pan y al vino vino… ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final. Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo. En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido. A Jacinta le causaban miedo aquellas profanaciones; pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor. ...
En la línea 279
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Nada… no era nada. Él la miraba y se ponía serio. Parecía que le adivinaba el pensamiento, y ella tenía tal expresión en sus ojos y en su sonrisilla picaresca, que casi casi se podía leer en su cara la palabra que andaba por dentro. Se miraban, se reían, y nada más. Para sí dijo la esposa: «a su tiempo maduran las uvas. Vendrán días de mayor confianza, y hablaremos… y sabré si hay o no algún hueverito por ahí». ...
En la línea 339
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dio vueltas en su cabeza una tras otra a prometedoras pruebas pero se vio obligada a desecharlas todas: ninguna de ellas era completamente segura, absolutamente perfecta; y una imperfecta no podía satisfacerla. Evidentemente, se rompía la cabeza en vano; era casi seguro que tendría que dejar el asunto. Mientras pasaba por su mente este deprimente pensamiento, su oído captó la respiración regular del niño, y supo que se había dormido. Y mientras escuchaba la respiración acompasada, fue interrumpida por un leve grito de sobresalto, como el que se emite en un sueño perturbado. ...
En la línea 519
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Ha sido ese maldito villano que pretendía ser su padre. ¡Te he perdido, pobrecillo! Es un pensamiento muy amargo. ¡Tanto como había llegado ya a quererte! ¡No! ¡Por vida del infierno, no te he perdido! No te he perdido, porque registraré todo el país hasta que vuelva a encontrarte. ¡Pobre niño! Allá queda su desayuno… y el mío, pero ya no tengo hambre: así, que se lo coman los ratones. ¡Aprisa, aprisa, eso es! ...
En la línea 561
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Iba Tom a decir algo referente a la conveniencia de empezar por el pago de las deudas del difunto rey antes de despilfarrar todo aquel dinero, pero un oportuno apretón del previsor Hertford en su brazo le evitó tal locura; y el niño dio su asenso real sin comentario alguno, mas no sin cierto disgusto que mostró su rostro. Mientras reflexionaba sobre la facilidad con que estaba haciendo milagros extraños y sorprendentes, cruzó por su cabeza una idea feliz. Por que no hacer a su madre duquesa de Offal Court y darle Estado. Pero al momento borró esta idea un triste pensamiento. Él no era más que, rey de nombre, pues aquellos graves veteranos grandes nobles eran sus amos. Como para ellos su madre no era sino creación de una mente enferma, no harían más que escuchar su proyecto con incredulidad y en seguida mandarían por el médico. ...
En la línea 715
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Siempre, señor. Por lo menos, si la mujer lo desea y pronuncia las palabras necesarias, bien con la lengua, bien de pensamiento. ...
En la línea 220
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero este pensamiento se le fue diluyendo, derritiéndosele, y al poco rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma de Augusto repercutía notas, no pensaba. ...
En la línea 546
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Soy otro, soy el otro –prosiguió Augusto mientras seguía a la de la cesta–; pero ¿es que no hay otras? ¡Sí, hay otras para el otro! Pero como la una, como ella, como la única, ¡ninguna!, ¡ninguna! Todas estas no son sino remedos de ella, de la una, de la única, ¡de mi dulce Eugenia! ¿Mía? Sí; yo por el pensamiento, por el deseo la hago mía. Él, el otro, es decir, el uno, podrá llegar a poseerla materialmente; pero la misteriosa luz espiritual de aquellos ojos es mía, ¡mía, mía! Y ¿no reflejan también una misteriosa luz espiritual estos cabellos de oro? ¿Hay una sola Eugenia, o son dos, una la mía y otra la de su novio? Pues si es así, si hay dos, que se quede él con la suya, y con la mía me quedaré yo. Cuando la tristeza me visite, sobre todo de noche; cuando me entren ganas de llorar sin saber por qué, ¡oh, qué dulce habrá de ser cubrir mi cara, mi boca, mis ojos, con estos cabellos de oro y respirar el afire que a través de epos se filtre y se perfume! Pero … » ...
En la línea 1400
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Nada! Mi mujer salía sola de casa con bastante frecuencia, a casa de su madre, de unas amigas, y su misma extraña frialdad la defendía ante mí de toda sospecha. ¡Y nada adiviné nunca en aquella esfinge! El hombre con quien huyó era un hombre casado, que no sólo dejó a su mujer y a una pequeña niña para irse con la mía, sino que se llevó la fortuna toda de la suya, que era regular, después de haberla manejado a su antojo. Es decir, que no sólo abandonó a su esposa, sino que la arruinó robándole lo suyo. Y en aquella seca y breve y fría carta que recibí se hacía alusión al estado en que la pobre mujer del raptor de la mía se quedaba. ¡Raptor o raptado… no lo sé! En unos días ni dormí, ni comí, ni descansé; no hacía sino pasear por los más apartados barrios de mi ciudad. Y estuve a punto de dar en los vicios más bajos y más viles. Y cuando empezó a asentárseme el dolor, a convertírseme en pensamiento, me acordé de aquella otra pobre víctima, de aquella mujer que se quedaba sin amparo, robada de su cariño y de su fortuna. Creí un caso de conciencia, pues que mi mujer era la causa de su desgracia, ir a ofrecerla mi ayuda pecuniaria, ya que Dios me dio fortuna. ...
En la línea 1477
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Vese, pues, que no era S. Paparrigópulos uno de esos jóvenes espíritus vagabundos y erráticos que se pasean sin rumbo fijo por los dominios del pensamiento y de la fantasía, lanzando acaso acá y allá tal cual fugitivo chispazo, ¡no! Sus tendencies eran rigurosa y sólidamente itineraries; era de los que van a alguna parte. Si en sus estudios no habría de aparecer nada saliente deberíase a que en ellos todo era cima, siendo a modo de mesetas, trasunto fiel de las vastas y soleadas llanuras castellanas donde ondea la mies dorada y sustanciosa. ...
En la línea 1062
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo interrumpió su frase con un gesto violento. Luego, como para expulsar un pensamiento funesto, se dirigió a mí diciéndome: ...
En la línea 1385
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Subí a la plataforma. Había sobrevenido de golpe la noche, pues a tan baja latitud el sol se pone rápidamente, sin crepúsculo. Se veía ya muy confusamente el perfil de la isla Gueboroar, pero las numerosas fogatas que iluminaban la playa mostraban que los indígenas no pensaban abandonarla. Permanecí así, solo, durante varias horas. Pensaba en aquellos indígenas, ya sin temor, ganado por la imperturbable confianza del capitán. Les olvidé pronto, para admirar los esplendores de la noche tropical. Siguiendo a las estrellas zodiacales, mi pensamiento voló a Francia, que habría de ser iluminada por aquéllas dentro de unas horas. ...
En la línea 1025
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Un domingo, cuando Joe, disfrutando de su pipa, se hubo vanagloriado de tener la mollera muy dura y yo lo hube dejado tranquilo por aquel día, me quedé tendido en el suelo por algún tiempo y con la barbilla en la mano, y parecíame descubrir huellas de la señorita Havisham y de Estella por todos lados, en el cielo y en el agua, hasta que por fin resolví comunicar a Joe un pensamiento que hacía tiempo se albergaba en mi cabeza. ...
En la línea 1053
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe tenía un obrero, al que pagaba semanalmente, llamado Orlick. Pretendía que su nombre de pila era Dolge, cosa imposible de toda imposibilidad, pero era tan testarudo que, según creo, no estaba engañado acerca del particular, sino que, deliberadamente, impuso este nombre a la gente del pueblo como afrenta hacia su comprensión. Era un hombre de anchos hombros, suelto de miembros, moreno, de gran fuerza, que jamás se daba prisa por nada y que siempre andaba inclinado. Parecía que nunca iba de buena gana a trabajar, sino que se inclinaba hacia el trabajo por casualidad; y cuando se dirigía a los Alegres Barqueros para cenar o se alejaba por la noche, salía inclinado como siempre, como Caín o el Judío Errante, cual si no tuviera idea del lugar a que se dirigía ni intención de regresar nunca más. Dormía en casa del guarda de las compuertas de los marjales, y en los días de trabajo salía de su ermitaje, siempre inclinado hacia el suelo, con las manos en los bolsillos y la comida metida en un pañuelo que se colgaba alrededor del cuello y que danzaba constantemente a su espalda. Durante el domingo permanecía casi siempre junto a las compuertas, entre las gavillas o junto a los graneros. Siempre andaba con los ojos fijos en el suelo, y cuando encontraba algo, o algo le obligaba a levantarlos, miraba resentido y extrañado, como si el único pensamiento que tuviera fuese el hecho extraño e injurioso de que jamás debiera pensar en nada. Aquel triste viajero no sentía simpatía alguna por mí. Cuando yo era muy pequeño y tímido me daba a entender que el diablo vivía en un rincón oscuro de la fragua y que él conocía muy bien al mal espíritu. También me decía que era necesario, cada siete años, encender el fuego con un niño vivo y que, por lo tanto, ya podía considerarme como combustible. En cuanto fui el aprendiz de Joe, Orlick tuvo la sospecha de que algún día yo le quitaría el puesto, y, por consiguiente, aún me manifestó mayor antipatía. Desde luego, no dijo ni hizo nada, ni abiertamente dio a entender su hostilidad; sin embargo, observé que siempre procuraba despedir las chispas en mi dirección y que en cuando yo cantaba Old Clem, él trataba de equivocar el compás. ...
En la línea 1200
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y como si mi mente no estuviera ya bastante confusa, tal confusión se complicó cincuenta mil veces más en cuanto pude advertir que Biddy era inconmensurablemente mucho mejor que Estella, y que la vida sencilla y honrada para la cual yo había nacido no debía avergonzar a nadie, sino que me ofrecía suficiente respeto por mí mismo y bastante felicidad. En aquellos tiempos estaba seguro de que mi desafecto hacia Joe y hacia la fragua había desaparecido ya y que me hallaba en muy buen camino de llegar a ser socio de Joe y de vivir en compañía de Biddy. Mas, de pronto, se aparecía en mi mente algún recuerdo maldito de los días de mis visitas a casa de la señorita Havisham y, como destructor proyectil, dispersaba a lo lejos mis sensatas ideas. Cuando éstas se diseminaban, me costaba mucho tiempo reunirlas de nuevo, y a veces, antes de lograrlo, volvían a dispersarse ante el pensamiento extraviado de que tal vez la señorita Havisham haría mi fortuna en cuanto hubiese terminado mi aprendizaje. ...
En la línea 1994
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era evidente que al siguiente día tendría que dirigirme a nuestra ciudad, y, en el primer ímpetu de mi arrepentimiento, me pareció igualmente claro que debería alojarme en casa de Joe. Pero en cuanto hube comprometido mi asiento en la diligencia del día siguiente y después de haber ido y regresado a casa del señor Pocket, no estuve ya tan convencido acerca del último extremo y empecé a inventar razones y excusas para alojarme en el Jabalí Azul. Yo podría resultar molesto en casa de Joe; no me esperaban, y la cama no estaría dispuesta; además, estaría demasiado lejos de casa de la señorita Havisham, y ella desearía recibirme exactamente a la hora fijada. Todos los falsificadores de la tierra no son nada comparados con los que cometen falsificaciones consigo mismos, y con tales falsedades logré engañarme. Es muy curioso que yo pudiera tomar sin darme cuenta 107 media corona falsa que me diese cualquier persona, pero sí resultaba extraordinario que, conociendo la ilegitimidad de las mismas monedas que yo fabricaba, las aceptase, sin embargo, como buenas. Cualquier desconocido amable, con pretexto de doblar mejor mis billetes de banco, podría escamoteármelos y darme, en cambio, papeles en blanco; pero ¿qué era eso comparado conmigo mismo, cuando doblaba mis propios papeles en blanco y me los hacía pasar ante mis propios ojos como si fuesen billetes legítimos? Una vez decidido a alojarme en el Jabalí Azul, me sentí muy indeciso acerca de si llevaría o no conmigo al Vengador. Me resultaba bastante tentador que aquel mercenario exhibiese su costoso traje y sus botas altas en el patio del Jabalí Azul; era también muy agradable imaginar que, como por casualidad, lo llevase a la tienda del sastre para confundir al irrespetuoso aprendiz del señor Trabb. Por otra parte, este aprendiz podía hacerse íntimo amigo de él y contarle varias cosas; o, por el contrario, travieso y pillo como yo sabía que era, habría sido capaz de burlarse de él a gritos en la calle Alta. Además, mi protectora podría enterarse de la existencia de mi criadito y parecerle mal. Por estas últimas razones, resolví no llevar conmigo al Vengador. Había tomado asiento en el coche de la tarde, y como entonces corría el invierno, no llegaría a mi destino sino dos o tres horas después de oscurecer. La hora de salida desde Cross Keys estaba señalada para las dos de la tarde. Llegué con un cuarto de hora de anticipación, asistido por el Vengador-si puedo emplear esta expresión con respecto a alguien que jamás me asistía si podía evitarlo. En aquella época era costumbre utilizar la diligencia para transportar a los presidiarios a los arsenales. Como varias veces había oído hablar de ellos como ocupantes de los asientos exteriores de dichos vehículos, y en más de una ocasión les vi en la carretera, balanceando sus piernas, cargadas de hierro, sobre el techo del coche, no tuve motivo de sorprenderme cuando Herbert, al encontrarse conmigo en el patio, me dijo que dos presidiarios harían el mismo viaje que yo. Pero tenía, en cambio, una razón, que ya era ahora antigua, para sentir cierta impresión cada vez que oía en Londres el nombre de «presidiario». - ¿No tendrás ningún reparo, Haendel?-preguntó Herbert. - ¡Oh, no! - Me ha parecido que no te gustaba. -Desde luego, como ya comprenderás, no les tengo ninguna simpatía; pero no me preocupan. - Mira, aquí están - dijo Herbert -. Ahora salen de la taberna. ¡Qué espectáculo tan degradante y vil! Supongo que habían invitado a su guardián, pues les acompañaba un carcelero, y los tres salieron limpiándose la boca con las manos. Los dos presidiarios estaban esposados y sujetos uno a otro, y en sus piernas llevaban grilletes, de un modelo que yo conocía muy bien. Vestían el traje que también me era conocido. Su guardián tenía un par de pistolas y debajo del brazo llevaba una porra muy gruesa con varios nudos; pero parecía estar en relaciones de buena amistad con los presos y permanecía a su lado mientras miraba cómo enganchaban los caballos, cual si los presidiarios constituyesen un espectáculo todavía no inaugurado y él fuese su expositor. Uno de los presos era más alto y grueso que el otro y parecía que, de acuerdo con los caminos misteriosos del mundo, tanto de los presidiarios como de las personas libres, le hubiesen asignado el traje más pequeño que pudieran hallar. Sus manos y sus piernas parecían acericos, y aquel traje y aquel aspecto le disfrazaban de un modo absurdo; sin embargo, reconocí en el acto su ojo medio cerrado. Aquél era el mismo hombre a quien vi en el banco de Los Tres Alegres Barqueros un sábado por la noche y que me apuntó con su invisible arma de fuego. Era bastante agradable para mí el convencimiento de que él no me reconoció, como si jamás me hubiese visto en la vida. Me miró, y sus ojos se fijaron en la cadena de mi reloj; luego escupió y dijo algo a su compañero. Ambos se echaron a reír, dieron juntos media vuelta, en tanto que resonaban las esposas que los unían, y miraron a otra parte. Los grandes números que llevaban en la espalda, como si fuesen puertas de una casa; su exterior rudo, como sarnoso y desmañado, que los hacía parecer animales inferiores; sus piernas cargadas de hierros, en los que para disimular llevaban numerosos pañuelos de bolsillo, y el modo con que todos los miraban y se apartaban de ellos, los convertían, según dijera Herbert, en un espectáculo desagradable y degradante. Pero eso no era lo peor. Resultó que una familia que se marchaba de Londres había tomado toda la parte posterior de la diligencia y no había otros asientos para los presos que los delanteros, inmediatamente detrás del cochero. Por esta razón, un colérico caballero que había tomado un cuarto asiento en aquel sitio empezó a gritar diciendo que ello era un quebrantamiento de contrato, pues se veía obligado a mezclarse con tan villana compañía, que era venenosa, perniciosa, infame, vergonzosa y no sé cuántas cosas más. Mientras tanto, el coche estaba ya dispuesto a partir, y el cochero, impaciente, y todos nos preparábamos a subir para ocupar nuestros sitios. También los presos se acercaron con su guardián, difundiendo alrededor 108 de ellos aquel olor peculiar que siempre rodea a los presidiarios y que se parece a la bayeta, a la miga de pan, a las cuerdas y a las piedras del hogar. -No lo tome usted así, caballero-dijo el guardián al colérico pasajero-. Yo me sentaré a su lado. Los pondré en la parte exterior del asiento, y ellos no se meterán con ustedes para nada. Ni siquiera se dará cuenta de que van allí. - Y yo no tengo culpa alguna - gruñó el presidiario a quien yo conocía -. Por mi parte, no tengo ningún deseo de hacer este viaje, y con gusto me quedaré aquí. No tengo ningún inconveniente en que otro ocupe mi lugar. - O el mío - añadió el otro, con mal humor -. Si yo estuviese libre, con seguridad no habría molestado a ninguno de ustedes. Luego los dos se echaron a reír y empezaron a romper nueces, escupiendo las cáscaras alrededor de ellos. Por mi parte, creo que habría hecho lo mismo de hallarme en su lugar y al verme tan despreciado. Por fin se decidió que no se podía complacer en nada al encolerizado caballero, quien tenía que sentarse al lado de aquellos compañeros indeseables o quedarse donde estaba. En vista de ello, ocupó su asiento, quejándose aún, y el guardián se sentó a su lado, en tanto que los presidiarios se izaban lo mejor que podían, y el que yo había reconocido se sentó detrás de mí y tan cerca que sentía en la parte posterior de mi cabeza el soplo de su respiración. - Adiós, Haendel - gritó Herbert cuando empezábamos a marchar. Me pareció entonces una afortunada circunstancia el que me hubiese dado otro nombre que el mío propio de Pip. Es imposible expresar con cuánta agudeza sentía entonces la respiración del presidiario, no tan sólo en la parte posterior de la cabeza, sino también a lo largo de la espalda. La sensación era semejante a la que me habría producido un ácido corrosivo que me tocara la médula, y esto me hacía sentir dentera. Me parecía que aquel hombre respiraba más que otro cualquiera y con mayor ruido, y me di cuenta de que, inadvertidamente, había encogido uno de mis hombros, en mis vanos esfuerzos para resguardarme de él. El tiempo era bastante frío, y los dos presos maldecían la baja temperatura, que, antes de encontrarnos muy lejos, nos había dejado a todos entumecidos. Cuando hubimos dejado atrás la Casa de Medio Camino, estábamos todos adormecidos, temblorosos y callados. Mientras yo dormitaba preguntábame si tenía la obligación de devolver las dos libras esterlinas a aquel desgraciado antes de perderle de vista y cómo podría hacerlo. Pero en el momento de saltar hacia delante, cual si quisiera ir a caer entre los caballos, me levanté asustado y volví a reflexionar acerca del asunto. Pero sin duda estuve dormido más tiempo de lo que me figuraba, porque, a pesar de que no pude reconocer nada en la oscuridad ni por las luces y sombras que producían nuestros faroles, no dejé de observar que atravesábamos los marjales, a juzgar por el viento húmedo y frío que soplaba contra nosotros. Inclinándose hacia delante en busca de calor y para protegerse del viento, los dos presos estaban entonces más cerca de mí que antes, y las primeras palabras que les oí cambiar al despertarme fueron las de mi propio pensamiento: «Dos billetes de una libra esterlina. » - ¿Y cómo se hizo con ellas? - preguntó el presidiario a quien yo no conocía. - ¡Qué sé yo! -replicó el otro -. Las habría escondido en alguna parte. Me parece que se las dieron unos amigos. - ¡Ojalá que yo los tuviese en mi bolsillo! - dijo el otro después de maldecir el frío. - ¿Dos billetes de una libra, o amigos? - Dos billetes de una libra. Por uno solo vendería a todos los amigos que tengo en el mundo, y me parece que haría una buena operación. ¿Y qué? ¿De modo que él dice… ? - Él dice… - repitió el presidiario a quien yo conocía -. En fin, que quedó hecho y dicho en menos de medio minuto, detrás de un montón de maderos en el arsenal. «Vas a ser licenciado.» Y, en realidad, iban a soltarme. ¿Podría ir a encontrar a aquel niño que le dio de comer y le guardó el secreto, para darle dos billetes de una libra esterlina? Sí, le encontraría. Y le encontré. - Fuiste un tonto - murmuró el otro – Yo me las habría gastado en comer y en beber. Él debía de ser un novato. ¿No sabía nada acerca de ti? - Nada en absoluto. Pertenecíamos a distintas cuadrillas de diferentes pontones. Él fue juzgado otra vez por quebrantamiento de condena y le castigaron con cadena perpetua. - ¿Y fue ésta la única vez que recorriste esta comarca? - La única. - ¿Y qué piensas de esta región? - Que es muy mala. No hay en ella más que barro, niebla, aguas encharcadas y trabajo; trabajo, aguas encharcadas, niebla y barro. 109 Ambos maldecían la comarca con su lenguaje violento y grosero. Gradualmente empezaron a gruñir, pero no dijeron nada más. Después de sorprender tal diálogo estuve casi a punto de bajar y quedarme solo en las tinieblas de la carretera, pero luego sentía la certeza de que aquel hombre no sospechaba siquiera mi identidad. En realidad, yo no solamente estaba cambiado por mi propio crecimiento y por las alteraciones naturales, sino también vestido de un modo tan distinto y rodeado de circunstancias tan diferentes, que era muy improbable el ser reconocido de él si no se le presentaba alguna casualidad que le ayudase. Sin embargo, la coincidencia de estar juntos en el mismo coche era bastante extraña para penetrarme del miedo de que otra coincidencia pudiera relacionarme, a los oídos de aquel hombre, con mi nombre verdadero. Por esta razón, resolví alejarme de la diligencia en cuanto llegásemos a la ciudad y separarme por completo de los presos. Con el mayor éxito llevé a cabo mi propósito. Mi maletín estaba debajo del asiento que había a mis pies y sólo tenía que hacer girar una bisagra para sacarlo. Lo tiré al suelo antes de bajar y eché pie a tierra ante el primer farol y los primeros adoquines de la ciudad. En cuanto a los presidiarios, prosiguieron su camino con la diligencia, sin duda para llegar al sitio que yo conocía tan bien, en donde los harían embarcar para cruzar el río. Mentalmente vi otra vez el bote con su tripulación de penados, esperando a aquellos dos, ante el embarcadero lleno de cieno, y de nuevo me pareció oír la orden de «¡Avante!», como si se diera a perros, y otra vez vi aquella Arca de Noé cargada de criminales y fondeada a lo lejos entre las negras aguas. No podría haber explicado lo que temía, porque el miedo era, a la vez, indefinido y vago, pero el hecho es que me hallaba preso de gran inquietud. Mientras me dirigía al hotel sentí que un terror, que excedía a la aprensión de ser objeto de un penoso o desagradable reconocimiento, me hacía temblar. No se llegó a precisar, pues era tan sólo la resurrección, por espacio de algunos minutos, del terror que sintiera durante mi infancia. En el Jabalí Azul, la sala del café estaba desocupada, y no solamente pude encargar la cena, sino que también estuve sentado un rato antes de que me reconociese el camarero. Tan pronto como se hubo excusado por la flaqueza de su memoria, me preguntó si debía mandar aviso al señor Pumblechook. - No – contesté. - De ninguna manera. El camarero, que fue el mismo que wino a quejarse, en nombre de los comerciantes, el día en que se formalizó mi contrato de aprendizaje con Joe, pareció quedar muy sorprendido, y aprovechó la primera oportunidad para dejar ante mí un sucio ejemplar de un periódico local, de modo que lo tomé y leí este párrafo: Recordarán nuestros lectores, y ciertamente no sin interés, con referencia a la reciente y romántica buena fortuna de un joven artífice en hierro de esta vecindad (¡qué espléndido tema, dicho sea de paso, para la pluma mágica de nuestro conciudadano Tooby, el poeta de nuestras columnas, aunque todavía no goce de fama universal!), que el primer jefe, compañero y amigo de aquel joven fue una personalidad que goza del mayor respeto, relacionada con los negocios de granos y semillas, y cuya cómoda e importante oficina está situada dentro de un radio de cien millas de la calle Alta. Obedeciendo a los dictados de nuestros sentimientos personales, siempre le hemos considerado el mentor de nuestro joven Telémaco, porque conviene saber que en nuestra ciudad vio la luz el fundador de la for tuna de este último. ¿Tendrá interés el sabio local, o quizá los maravillosos ojos de nuestras bellezas ciudadanas, en averiguar qué fortuna es ésta? Creemos que Quintín Matsys era el HERRERO de Amberes. Verb. Sap.» Tengo la convicción, basada en mi grande experiencia, de que si, en los días de mi prosperidad, me hubiese dirigido al Polo Norte, hubiese encontrado allí alguien, ya fuera un esquimal errante o un hombre civilizado, que me habría dicho que Pumblechook fue mi primer jefe y el promotor de mi fortuna. ...
En la línea 261
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De pronto se estremeció. Una idea que había cruzado su mente el día anterior acababa de acudir nuevamente a su cerebro. Pero no era la vuelta de este pensamiento lo que le había sacudido. Sabía que la idea tenía que volver, lo presentía, lo esperaba. No obstante, no era exactamente la misma que la de la víspera. La diferencia consistía en que la del día anterior, idéntica a la de todo el mes último, no era más que un sueño, mientras que ahora… ahora se le presentaba bajo una forma nueva, amenazadora, misteriosa. Se daba perfecta cuenta de ello. Sintió como un golpe en la cabeza; una nube se extendió ante sus ojos. ...
En la línea 556
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corrió con las llaves al dormitorio. Era una pieza de medianas dimensiones. A un lado había una gran vitrina llena de figuras de santos; al otro, un gran lecho, perfectamente limpio y protegido por una cubierta acolchada confeccionada con trozos de seda de tamaño y color diferentes. Adosada a otra pared había una cómoda. Al acercarse a ella le ocurrió algo extraño: apenas empezó a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimentó una sacudida. La tentación de dejarlo todo y marcharse le asaltó de súbito. Pero estas vacilaciones sólo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder. Y cuando sonreía, extrañado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se apoderó de su imaginación. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en sí… Dejó las llaves y la cómoda y corrió hacia el cuerpo yaciente. Cogió el hacha, la levantó… , pero no llegó a dejarla caer: era indudable que la vieja estaba muerta. ...
En la línea 575
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Luego quedó indeciso en medio de la cocina, presa de un pensamiento angustioso: se decía que tal vez se había vuelto loco, que no se hallaba en disposición de razonar ni de defenderse, que sólo podía ocuparse en cosas que le conducían a la perdición. ...
En la línea 765
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sentía un profundo malestar y temía no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguía. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedicó a estudiar su fisonomía. Era un joven de unos veintidós años, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacía parecer menos joven. Iba vestido a la última moda. Una raya que era una obra de arte dividía en dos sus cabellos, brillantes de cosmético. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendían varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambió unas palabras en francés con un extranjero que se hallaba cerca de él. ...
En la línea 1146
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me envolvió en una larga mirada escrutadora, como para penetrar a fondo mi pensamiento. ...
En la línea 488
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Cuando Jean Valjean salió de casa del obispo, estaba, por decirlo así, fuera de todo lo que había sido su pensamiento hasta allí. No podía explicarse lo que pasaba en él. Quería resistir la acción angélica, las dulces palabras del anciano: 'Me habéis prometido ser hombre honrado. Yo compro vuestra alma. Yo la libero del espíritu de perversidad, y la consagro a Dios'. Estas frases se presentaban a su memoria sin cesar. ...
En la línea 1007
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al escuchar a Javert, su primer pensamiento fue ir a Arras, denunciarse, sacar a Champmathieu de la cárcel y reemplazarlo. Esta idea fue dolorosa, punzante como incisión en carne viva; pero pasó, y se dijo: 'Veremos, veremos.' Reprimió este primer movimiento de generosidad y retrocedió ante el heroísmo. ...
En la línea 1029
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Por primera vez en ocho años acababa de sentir aquel desdichado el sabor amargo de un mal pensamiento y de una mala acción. Los rechazó y los escupió asqueado. ...
En la línea 1093
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Estaba solo. Había llegado el momento supremo. Trataba de recogerse en sí mismo y no podía conseguirlo. En las ocasiones en que el hombre tiene más necesidad de pensar en las realidades dolorosas de la vida, es precisamente cuando los hilos del pensamiento se rompen en el cerebro. Se encontraba en el sitio donde los jueces deliberan y condenan. ...
En la línea 334
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Era usted feliz! -repitió, como un eco del pensamiento de la niña. ...
En la línea 688
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aouida dio gracias a sus libertadores con una efusión expresada con las lágrimas más que por sus palabras. Sus hermosos ojos, mejor que sus labios, fueron los intérpretes de su reconocimiento. Y después, llevándola su pensamiento a las escenas del 'sutty', y viendo sus miradas esa tierra indígena donde tantos peligros la amenazaban, fue acometida de un estremecimiento de terror. ...
En la línea 802
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fácil es comprender cuán caviloso debía estar el agente. Ocurriósele la idea de algún rapto criminal. ¡Sí! ¡Eso debía ser! Este pensamiento se incrustó en el cerebro de Fix, reconociendo todo el partido que de esta circunstancia podía sacar. Fuese o no casada la joven, había rapto, y era posible suscitar en Hong Kong tales dificultades al raptor, que no pudiera salir de ellas ni aun a fuerza de dinero. ...
En la línea 1151
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Algunos instantes después que Fix salió del fumadero, dos mozos habían recogido a Picaporte, profundamente dormido, y lo habían acostado sobre la tarima reservada a los fumadores. Pero, tres horas más tarde, Picaporte, perseguido hasta en sus pesadillas por una idea fija, se despertaba y luchaba contra la acción enervante del narcótico. El pensamiento de su deber no cumplido sacudía su entorpecimiento. Bajaba de aquella tarima de ebrios, y apoyándose, vacilante, en las paredes, cayendo y levantándose, pero siempre impelido por una especie de instinto, salía del fumadero gritando como en suefíos: ¡el 'Carnatic', el 'Carnatic'! ...

El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Errores Ortográficos típicos con la palabra Pensamiento
Cómo se escribe pensamiento o penzamiento?
Más información sobre la palabra Pensamiento en internet
Pensamiento en la RAE.
Pensamiento en Word Reference.
Pensamiento en la wikipedia.
Sinonimos de Pensamiento.
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