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La palabra pazaba
Cómo se escribe

Comó se escribe pazaba o pasaba?

Cual es errónea Pasaba o Pazaba?

La palabra correcta es Pasaba. Sin Embargo Pazaba se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino pazaba es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra pasaba

Más información sobre la palabra Pasaba en internet

Pasaba en la RAE.
Pasaba en Word Reference.
Pasaba en la wikipedia.
Sinonimos de Pasaba.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Pasaba

Cómo se escribe pasaba o pazaba?
Cómo se escribe pasaba o pasava?


la Ortografía es divertida

Reglas relacionadas con los errores de s;z

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

Las Reglas Ortográficas de la Z

Se escribe z y no c delante de a, o y u.

Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.

Ejemplos: pedazo, terraza

Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.

Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez

La X y la S


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece pasaba

La palabra pasaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 253
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó, que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta, prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia; pero las mismas víctimas del avaro lo disuadían, hablando de la importancia de don Salvador, hombre que se pasaba las mañanas en los juzgados y tenía amigos de muchas campanillas. ...

En la línea 315
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡A ver quién era el guapo que le hacía salir de su barraca! Y siguió trabajando, aunque con recelo, mirando ansiosamente siempre que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos, como quien aguarda de un momento a otro ser atacado por una gavilla de bandidos. ...

En la línea 538
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Batiste sentíase poseído de un dulce éxtasis al verse cultivador de la huerta feraz que tantas veces había envidiado cuando pasaba por la carretera de Valencia a Sagunto. ...

En la línea 617
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una fila de pucheros desportillados, pintados de azul, servían de macetas sobre el banco de rojos ladrillos, y por la puerta entreabierta veíase la cantarera nueva, con sus chapas de blancos azulejos y sus cántaros verdes de charolada panza: un conjunto de reflejos insolentes que quitaban la vista al que pasaba por el inmediato camino. ...

En la línea 163
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A los pocos pasos, Montenegro vio venir hacia él una mujer que, con su paso vivo, su gesto arrogante y el incitador meneo de su cuerpo, parecía alborotar la calle. Los hombres detenían el paso para verla y la seguían con los ojos; las mujeres volvían la cabeza con un desdén afectado, y después que pasaba cuchicheaban señalándola con un dedo. En los balcones, las jóvenes gritaban hacia el interior de la casa, y salían otras apresuradamente, interesadas por el llamamiento. ...

En la línea 241
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El carácter bromista del marqués gozaba de tanta fama como su fuerza. El señor Fermín reía en la viña, repitiendo a los trabajadores las ocurrencias graciosas del de San Dionisio. Eran bromas de acción, en las que siempre había una víctima; genialidades crueles, para regocijar a un pueblo rudo. Un día, al pasar el marqués por el mercado, dos mendigos ciegos le reconocían por la voz y le saludaban con frases pomposas esperando que los socorriese como de costumbre. «Toma, para los dos». Y pasaba adelante, sin dar nada, mientras los dos pordioseros se insultaban, creyendo cada uno que su camarada había recibido la limosna y le negaba la mitad, hasta que, cansados de injuriarse, enarbolaban sus palos. ...

En la línea 259
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Para continuar su fúnebre monólogo bebía con la calma del campesino andaluz, que mira el vino como la mayor de las riquezas y lo huele y examina, hasta que, a la media hora de este copeo solemne y refinado, su pensamiento, saltando de un afecto a otro, abandonaba a Dupont para fijarse en Salvatierra, comentando sus correrías y aventuras, siempre propagando sus ideales de tal modo, que la mayor parte del tiempo la pasaba en la cárcel. ...

En la línea 312
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las mujeres y los valientes eran las dos pasiones del señorito. Con ellas no se mostraba muy generoso; deseaba ser adorado por sus méritos de jinete arrogante, creyendo de buena fe que todos los balcones de Jerez se estremecían con la palpitación de corazones ocultos cuando pasaba él montando el último caballo que acababa de adquirir. Con la corte que le acompañaba de parásitos y matones era más espléndido. No había en todo el término de Jerez un valentón de fama triste que no acudiese a él atraído por su liberalidad. Los que salían de presidio no tenían que preocuparse de su suerte; don Luis era un buen amigo y además de darles dinero, les admiraba. Cuando a altas horas de la noche, al final de las francachelas en los colmados, sentíase borracho, despreciaba a sus queridas para fijar toda su admiración en los hombres de bronce que le acompañaban. Hacía que le mostrasen las cicatrices de sus heridas, que le relatasen sus heroicas peleas. Muchas veces, en el _Círculo Caballista_ señalaba a los amigos algún hombre malcarado que le aguardaba en la puerta. ...

En la línea 194
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Con el ojo certero que todos le reconocían anunciaba siempre cuál sería la última noche, y aquélla la pasaba él en vela en casa del paciente. ...

En la línea 200
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y, sin embargo, Cuervo conocía por mil señales que todos sentían cosa semejante a lo que pasaba por él. ...

En la línea 207
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Tal vez se había comenzado por cuentos de miedo, por chascos de fantasmas; pero pronto se pasaba a los sustos reales, a los que daban ladrones de carne y hueso; del ladrón se iba al héroe o al vencedor; la fuerza, el peligro frente a la fuerza, está triunfando, y la reposada narración y descripción plasmante de los buenos bocados tras los momentos de apuro, recuerdos suculentos, que hacían deglutir imaginarios manjares, abrían el apetito, poniendo en movimiento otra vez el queso, el pan, el aguardiente. ...

En la línea 246
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... De la cocina, don Ángel pasaba al comedor; preparaba, o retocaba, al menos, la mesa, y hasta no tenía inconveniente en aclarar un vaso o pasarle el rodillo a un plato, porque él quería el servicio como los caños del agua, como la plata; y si bien no tenía nada de particular que los criados, con la pena. ...

En la línea 97
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El desconocido vio en tonces que la cosa pasaba de broma, sacó su espada, saludó a su adversario y se puso gravemente en guardia. ...

En la línea 247
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En fin, en el caso de Tréville, había fal tado hasta aquel entonces la ocasión; pero la acechaba y se pr ometía cogerla por los pelos si alguna vez pasaba al alcance de su mano. ...

En la línea 828
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Jussac era, como se decía entonces, un enamorado de la espa da, y la había practicado mucho; sin embargo, pasaba todos los apu ros del mundo defendiéndose contra un adversario que, ágil y saltarín, se alejaba a cada momento de las reglas recibidas, atacando por todos los lados a la vez, y precaviéndose además como hombre que tiene el mayor respeto por su epidermis. ...

En la línea 1197
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cadavez que pasaba con un amigo por delante de sus ventanas, en una de las cuales Mosquetón estaba siem pre vestido con gran librea, Porthos alzaba la cabeza y la mano y decía: ¡He ahí mi mansión! Pero jamás se le encontraba en casa, jamás invita ba a nadie asubir, y nadie podía hacerse una idea de lo que aquella suntuosa apariencia encerraba de riquezas reales. ...

En la línea 1069
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin embargo, me aseguraron que, positivamente, tenía más de ciento diez años, y pasaba por ser la persona más vieja de Portugal. ...

En la línea 1928
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El asturiano era un individuo muy zumbón, y aunque apenas sabía leer ni escribir, nada ignorante de las cosas del mundo; tenía muchas y exactas noticias de infinito número de personas, y poca gente pasaba junto a su puesto de quien él no conociese los nombres, el carácter y la historia. ...

En la línea 2646
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aunque sabía de sobra quién yo era, tendió una mano amistosa al errante misionero hereje, exponiéndose con tal conducta a los agrios reparos de los curas del país, gente de pocos alcances, que me miraban de reojo cada vez que pasaba junto a los corrillos de la _Plaza_, donde, vestidos con sus largos manteos y tocados con la feísima teja, se reunían para murmurar. ...

En la línea 3177
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El camino empezó a descender en rápida y tortuosa cuesta, que terminaba en un valle, en cuyo fondo había un puente angosto y largo; por debajo pasaba un río, que por una ancha garganta se abría paso entre dos montañas. ...

En la línea 212
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: -Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo. ...

En la línea 453
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. ...

En la línea 774
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. ...

En la línea 1086
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos -Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caballería, no habiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo bien. ...

En la línea 240
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero estos sueños según pasaba el tiempo se iban haciendo más y más vaporosos, como si se alejaran. ...

En la línea 270
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Horas y horas, hasta el crepúsculo, pasaba soñando despierto, en una cumbre, oyendo las esquilas del ganado esparcido por el cueto ¿y qué soñaba? que allá, allá abajo, en el ancho mundo, muy lejos, había una ciudad inmensa, como cien veces el lugar de Tarsa, y más; aquella ciudad se llamaba Vetusta, era mucho mayor que San Gil de la Llana, la cabeza del partido, que él tampoco había visto. ...

En la línea 527
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero su prudente esposo, considerando que Bermúdez pasaba con afectado desdén delante de aquellos vivos y flamantes colores, dio un codazo a su mujer para que entendiera que por allí se pasaba sin hacer aspavientos. ...

En la línea 527
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero su prudente esposo, considerando que Bermúdez pasaba con afectado desdén delante de aquellos vivos y flamantes colores, dio un codazo a su mujer para que entendiera que por allí se pasaba sin hacer aspavientos. ...

En la línea 131
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Todo esto, y más, acabó por notarlo Juan de Dios, que para ir a muchas partes pasaba desde entonces por la plazoleta en que vivía Rosario. ...

En la línea 158
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Al fin Juan acabó por callar en el confesionario todo lo referente a esta situación de su alma; y pues él solo en rigor podía comprender lo que le pasaba, porque lo sentía, él solo vino a ser juez y espía y director de sí mismo en tal aventura. ...

En la línea 198
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por la noche, cuando nadie podía sorprenderle, Juan pasaba dos, tres, más veces por la rinconada; la torre poética, misteriosa, o sumida en la niebla, o destacándose en el cielo como con un limbo de luz estelar, le ofrecía en su silencio místico un discreto confidente; no diría nada del misterioso amor que presenciaba, ella, canción de piedra elevada por la fe de las muertas generaciones al culto de otro amor misterioso. ...

En la línea 110
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Otra modificación que Borja notó en su persona fue el abultamiento del abdomen. Manteníase enjuto de carnes, sin aditamentos grasosos en los miembros, pero su vientre se había desarrollado aparte, con independencia algo grotesca. Era el resultado de un sedentarismo de hombre estudioso, que pasaba largas horas en el archivo de la catedral o en la biblioteca de su casa, inmóvil en un sillón, la cabeza apoyada en ambas manos, los ojos puestos en un documento de intrincada escritura. Se acordó Borja, además, de los siete arroces distintos que figuran en la cocina valenciana y de otros platos no menos suculentos a los que se mostraba aficionado este santo hombre, por no conocer vicio mayor que el de una gula tranquila y jocunda, capaz de hacer alto en los linderos del exceso, ...

En la línea 128
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creía haber visto con sus ojos dicho edificio, donde llevaba viviendo cerca de cuarenta años el canónigo. Los salones olían a humedad. No quedaba techo ni pared que no estuviese rayado por las serpentinas rendijas del agrietamiento. Los pisos temblaban con un eco inquietante bajo los pasos. De los techos llovía yeso cada vez que pasaba un vehículo cargado por la inmediata calle. ...

En la línea 149
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Iba enseñando don Baltasar al pequeño todos los tesoros de este apartado y silencioso dominio, en el que pasaba semanas y meses sin que nadie viniese a turbar la paz de sus estudios. Podía descifrar documentos y escribir notas escuchando al mismo tiempo, por la tarde, con una lejanía que él llamaba poética, los armónicos trompeteos del órgano y los cánticos de sus compañeros de canonicato reunidos en el coro para el cumplimiento del oficio diario. Le parecía vivir en un mundo aparte, por encima del tiempo y del espacio, en comunicación sobrenatural con siglos remotos que sólo habían dejado como huellas de existencia varias losas sepulcrales abajo en el templo y unos legajos color de hoja marchita en los estantes de pino que rodeaban su mesa. ...

En la línea 328
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una vez enfrascado en lo que él mismo llamaba su tema favorito, don Baltasar era incapaz de poner voluntariamente punto a sus relatos. Además, el presente día era el último que pasaba con su sobrino. ...

En la línea 886
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Entre las masas de edificios vio el gigante abrirse floridos jardines, que a el le parecían no más grandes que un pañuelo, y en cuyos senderos se detenían las mujeres para levantar la vista, admirando la enorme cabeza que pasaba sobre los tejados. A pesar de que los trompeteros iban al galope y soplando en sus largos tubos de metal por las calles que seguía Gillespie, los ojos de este tropezaban a cada momento con agradables sorpresas que le hacían sonreír. Los diarios habían anunciado su visita a la ciudad; nadie la ignoraba, pero la fuerza de la costumbre hacía que muchos olvidasen toda precaución y siguieran viviendo en las habitaciones altas sin miedo a los curiosos. ...

En la línea 889
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ra-Ra creyó estar gozando anticipadamente una parte del triunfo con que sonaba a todas horas. Asomado al bolsillo del gigante, se consideraba tan enorme como este, viendo empequeñecidos a todos sus adversarios. Siempre que el Hombre-Montaña pasaba junto a un edificio público, el escupía desde la altura, como si pretendiese con esto consumar su destrucción. Varias veces rió viendo moverse abajo, como despreciables insectos, a los que estaban encargados de perseguirle. Como su voz sólo podía oírla el gigante, se expresaba con una insolencia revolucionaria. ...

En la línea 913
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Siguiendo el contorno del edificio llegó a una plaza sobre la que avanzaba un palacete anexo a la Universidad. Era una construcción de tres pisos, cuya altura no pasaba de la mitad de sus muslos, y en cuya techumbre, libre de emblemas y de barandas, podía sentarse cómodamente. ...

En la línea 1412
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los buques de guerra que navegaban siguiendo la costa para impedir que el gigante se lanzase mar adentro se metieron en el puerto o se alejaron a toda máquina, perdiéndose en la línea del horizonte, como si se les acabase de ordenar un rápido viaje. Los aparatos aéreos emprendieron el vuelo, desapareciendo igualmente, y sólo quedó uno flotando en el espacio, con el pico vuelto hacia la ciudad, pues a sus tripulantes parecía interesarles más lo que pasaba en ella que la vigilancia del Hombre-Montaña. ...

En la línea 19
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Estas razones no convencían a Barbarita, que seguía con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque había oído contar horrores de lo que allí pasaba. Como que estaba infestada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parecían duquesas, vestidas con los más bonitos y los más nuevos arreos de la moda. Mas cuando se las veía y oía de cerca, resultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas, borrachas y ávidas de dinero, que desplumaban y resecaban al pobrecito que en sus garras caía. Contábale estas cosas el marqués de Casa-Muñoz que casi todos los veranos iba al extranjero. ...

En la línea 83
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Isabel Cordero era, veinte años ha, una mujer desmejorada, pálida, deforme de talle, como esas personas que parece se están desbaratando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio. Apenas se conocía que había sido bonita. Los que la trataban no podían imaginársela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrigón parecía en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz. En tal situación y en los breves periodos que tenía libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el día de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa. Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartén de migas para la cena o el calderón de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de letras. Cuidaba principalmente de que sus niñas no estuviesen ociosas. Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo. Pero en lo que mayormente sobresalían todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que eran ya mujeres, hasta la última, que era una miniaturita, formaban un rebaño interesantísimo que llamaba la atención por el número y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las veían entrar, decían: «ya está ahí doña Isabel con el muestrario». La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad. ...

En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...

En la línea 111
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ni el pájaro a quien destruyen su nido, ni el hombre a quien arrojan de la morada en que nació, ponen cara más afligida que la que él ponía viendo caer entre nubes de polvo los pedazos de cascote. Por aquello de ser hombre no lloraba. Barbarita, que se había criado a la sombra de la venerable torre, si no lloraba al ver tan sacrílego espectáculo era porque estaba volada, y la ira no le permitía derramar lágrimas. Ni acertaba a explicarse por qué decía su marido que D. Nicolás Rivero era una gran persona. Cuando el templo desapareció; cuando fue arrasado el suelo, y andando los años se edificó una casa en el sagrado solar, Estupiñá no se dio a partido. No era de estos caracteres acomodaticios que reconocen los hechos consumados. Para él la iglesia estaba siempre allí, y toda vez que mi hombre pasaba por el punto exacto que correspondía al lugar de la puerta, se persignaba y se quitaba el sombrero. ...

En la línea 12
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Todo Offal Court era una colmena igual que la casa de Canty. Las borracheras, las riñas y los alborotos eran lo normal cada noche, y casi toda la noche. Los descalabros eran tan comunes como el hambre en aquel lugar. Sin embargo, el pequeño Tom no era infeliz. Lo pasaba bastante mal, pero no lo sabía. Le pasaba enteramente lo mismo que todos los muchachos de Offal Court, y por consiguiente suponía que aquella vida era la verdadera y cómoda. Cuando por las noches volvía a casa con las manos vacías, sabía que su padre lo maldeciría y golpearía primero, y que cuando el hubiera terminado, la detestable abuela lo haría de nuevo, mejorado; y que entrada la noche, su famélica madre se deslizaría furtivamente hasta él con cualquier miserable mendrugo de corteza que hubiera podido guardarle, quedándose ella misma con hambre, a despecho de que frecuentemente era sorprendida en aquella especie de traición y golpeada por su marido. ...

En la línea 339
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dio vueltas en su cabeza una tras otra a prometedoras pruebas pero se vio obligada a desecharlas todas: ninguna de ellas era completamente segura, absolutamente perfecta; y una imperfecta no podía satisfacerla. Evidentemente, se rompía la cabeza en vano; era casi seguro que tendría que dejar el asunto. Mientras pasaba por su mente este deprimente pensamiento, su oído captó la respiración regular del niño, y supo que se había dormido. Y mientras escuchaba la respiración acompasada, fue interrumpida por un leve grito de sobresalto, como el que se emite en un sueño perturbado. ...

En la línea 392
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Instantáneamente, a impulsos de esta feliz idea, una mano cayó sobre el príncipe; tan instantáneamente, la larga espada del desconocido estaba fuera, y el mediador cayó al suelo gracias a un sonoro golpe de, plano. Al momento gritaron docenas de voces: '¡Matad al perro, matadlo, matadla!', y la turba se cerró sobre el guerrero, que arrimó la espalda contra una pared y empezó a golpear a ciegas con su larga arma como un loco. Sus víctimas caían acá y allá, pero la chusma pasaba sobre los derribados y se abalanzaba con indeclinable furia contra el campeón. Los momentos de éste parecían contados, su desgracia cierta, cuando, de pronto, sonó una trompeta, una voz gritó: '¡Paso al mensajero del rey!', y una tropa de jinetes llegó cargando sobre la multitud, que se apartó del peligro tan rápidamente como se lo permitieron las piernas. El valiente desconocido cargó al príncipe en sus brazos y pronto estuvo alejado del peligro y de la multitud. ...

En la línea 617
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El tercer día del reinado de Tom Canty llegó y transcurrió lo mismo que los otros; pera en cierto modo se despejó un algo la nube que envolvía al niño, el cual se sintió menos incómodo que al principio. Iba poco a poco acostumbrándose a las circunstancias y al medio que le rodeaba. Dolíanle aún sus cadenas, pero no constantemente, y se daba cuenta de que la presencia y el homenaje de los grandes le afligían y turbaban menos cada hora que pasaba. ...

En la línea 472
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Despidiéronse y Augusto salió a la calle como aligerado de un gran peso y hasta gozoso. Nunca hubiera presupuesto lo que le pasaba por dentro del espíritu. Aquella manera de habérsele presentado Eugenia la primera vez que se vieron de quieto y de cerca y que se hablaron, lejos de dolerle, encendíale más y le animaba. El mundo le parecía más grande, el aire más puro y más azul el cielo. Era como si respirase por vez primera. En lo más íntimo de sus oídos cantaba aquella palabra de su madre: ¡cásate! Casi todas las mujeres con que cruzaba por la calle parecíanle guapas, muchas hermosísimas y ninguna fea. Diríase que para él empezaba a estar el mundo iluminado por una nueva luz misteriosa desde dos grandes estrellas invisibles que refulgían más allá del azul del cielo, detrás de su aparente bóveda. Empezaba a conocer el mundo. Y sin saber cómo se puso a pensar en la profunda fuente de la confusión vulgar entre el pecado de la carne y la caída de nuestros primeros padres por haber probado del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. ...

En la línea 1708
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Empezó entonces para Augusto una nueva vida. Casi todo el día se lo pasaba en casa de su novia y estudiande no psicología, sino estética. ...

En la línea 1891
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Iba aterrado de sí mismo y de lo que le pasaba, o mejor aún, de lo que no le pasaba. Aquella frialdad, al menos aparente, con que recibió el golpe de la burla suprema, aquella calma le hacía que hasta dudase de su propia existencia. «Si yo fuese un hombre como los demás –se decía–, con corazón; si fuese siquiera un hombre, si existiese de verdad, ¿cómo podía haber recibido esto con la relativa tranquilidad con que lo recibo?» Y empezó, sin darse de ello cuenta, a palparse, y hasta se pellizcó para ver si lo sentía. ...

En la línea 1891
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Iba aterrado de sí mismo y de lo que le pasaba, o mejor aún, de lo que no le pasaba. Aquella frialdad, al menos aparente, con que recibió el golpe de la burla suprema, aquella calma le hacía que hasta dudase de su propia existencia. «Si yo fuese un hombre como los demás –se decía–, con corazón; si fuese siquiera un hombre, si existiese de verdad, ¿cómo podía haber recibido esto con la relativa tranquilidad con que lo recibo?» Y empezó, sin darse de ello cuenta, a palparse, y hasta se pellizcó para ver si lo sentía. ...

En la línea 1420
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se ocultó en medio de los plátanos y retrocedió rápidamente hasta reunirse con Sandokán. Este, al ver su rostro descompuesto, supo que algo grave pasaba. ...

En la línea 1982
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El cañoneo siguió con más furia. No obstante aquella peligrosa granizada, Sandokán no se movía. Miraba con frialdad a la nave enemiga y sonreía cada vez que una bala pasaba silbando cerca de él. ...

En la línea 621
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre tantos libros, vi las obras maestras de los más grandes escritores antiguos y modernos, es decir, todo lo que la humanidad ha producido de más bello en la historia, la poesía, la novela y la ciencia, desde Homero hasta Victor Hugo desde Jenofonte hasta Michelet, desde Rabelais hasta la señora Sand. Pero los principales fondos de la biblioteca estaban integrados por obras científicas; los libros de mecánica, de balística, de hidrografía, de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban en ella un lugar no menos amplio que las obras de Historia Natural, y comprendí que constituían el principal estudio del capitán. Vi allí todas las obras de Humboldt, de Arago, los trabajos de Foucault, de Henri Sainte Claire Deville, de Chasles, de Milne Edwards, de Quatrefages, de Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Petermann, del comandante Maury, de Agassiz, etc.; las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de diferentes sociedades de Geografía, etcétera. Y también, y en buen lugar, los dos volúmenes que me habían valido probablemente esa acogida, relativamente caritativa, del capitán Nemo. Entre las obras que allí vi de Joseph Bertrand, la titulada Los fundadores de la Astronomía me dio incluso una fecha de referencia; como yo sabía que dicha obra databa de 1865, pude inferir que la instalación del Nautilus no se remontaba a una época anterior. Así, pues, la existencia submarina del capitán Nemo no pasaba de tres años como máximo. Tal vez -me dije -hallara obras más recientes que me permitieran fijar con exactitud la época, pero tenía mucho tiempo ante mí para proceder a tal investigación, y no quise retrasar más nuestro paseo por las maravillas del Nautilus. ...

En la línea 2251
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Todos estos navíos habían naufragado o por colisiones entre ellos o por choques con escollos de granito. Había allí algunos que se habían ido a pique, y que, con su arboladura enhiesta y sus aparejos intactos, parecían estar fondeados en una inmensa rada, esperando el momento de zarpar. Cuando pasaba entre ellos el Nautilus, iluminándolos con su luz eléctrica, parecía que esos navíos fueran a saludarle con su pabellón y darle su número de orden. Pero sólo el silencio y la muerte reinaban en ese campo de catástrofes. ...

En la línea 2253
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Rápido e indiferente, el Nautilus pasaba a toda máquina en medio de esas ruinas. Hacia las tres de la mañana del 18 de febrero, se presentaba en la entrada del estrecho de Gibraltar. ...

En la línea 3051
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El Nautilus pasaba con una extrema rapidez sobre aquellos fondos grasos y lujuriantes. A la caída del día se hallaba cerca de las islas Malvinas, cuyas ásperas cumbres pude ver al día siguiente. La profundidad del mar era allí escasa, lo que me hizo pensar que esas dos islas rodeadas de un gran número de islotes debieron formar parte en otro tiempo de las tierras magallánicas. Las Malvinas fueron probablemente descubiertas por el célebre John Davis, que les impuso el nombre de Davis Southern Islands. Más tarde, Richard Hawkins las llamó Maiden-Islands, islas de la Virgen. Luego recibieron el nombre de Malouines, al comienzo del siglo XVIII, por unos pescadores de Saint Malo, y, por último, el de Falkland por los ingleses, a quienes actualmente pertenecen. ...

En la línea 435
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No, Joe - añadió mi hermana, todavía en tono de reproche, mientras él se pasaba el dorso de la mano por la nariz, con aire de querer excusarse , todavía, aunque creas lo contrario, no conoces el caso. Es posible que te lo figures, pero aún no sabes nada, Joe. Y digo que no lo sabes, porque ignoras que el tío Pumblechook, con mayor amabilidad y mayor bondad de la que puedo expresar, con objeto de que el muchacho haga su fortuna yendo a casa de la señorita Havisham, se ha prestado a llevárselo esta misma noche a la ciudad, en su propio carruaje, para que duerma en su casa y llevarlo mañana por la mañana a casa de la señorita Havisham, dejándolo en sus manos. Pero ¿qué hago? - exclamó mi hermana quitándose el gorro con repentina desesperación -. Aquí estoy hablando sin parar, mientras el tío Pumblechook se espera y la yegua se enfría en la puerta, sin pensar que ese muchacho está lleno de suciedad, de pies a cabeza. ...

En la línea 560
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Necesario fue, para reponerme, el contemplar la brillante luz del alegre cielo, la gente que pasaba por detrás de la reja de la puerta del patio y la influencia vivificadora del pan, de la carne y de la cerveza. Pero ni aun con estos auxiliares habría podido recobrarme de mi susto tan pronto como lo hice si no hubiese visto que Estella se aproximaba a mí, con las llaves, para dejarme salir. Habría tenido muy buena razón, según me dije, para mirarme si me viese asustado, y, por consiguiente, no quise darle tal satisfacción. ...

En la línea 1330
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe y Biddy se mostraron amables y cariñosos cuando les hablé de nuestra próxima separación, pero tan sólo se refirieron a ella cuando yo lo hice. Después de desayunar, Joe sacó mi contrato de aprendizaje del armario del salón y ambos lo echamos al fuego, lo cual me dío la sensación de que ya estaba libre. Con esta novedad de mi emancipación fui a la iglesia con Joe, y pensé que si el sacerdote lo hubiese sabido todo, no habría leído el pasaje referente al hombre rico y al reino de los cielos. Después de comer, temprano, salí solo a dar un paseo, proponiéndome despedirme cuanto antes de los marjales. Cuando pasaba junto a la iglesia, sentí (como me ocurrió durante el servicio religioso por la mañana) una compasión sublime hacia los pobres seres destinados a ir allí un domingo tras otro, durante toda su vida, para acabar por yacer oscuramente entre los verdes terraplenes. Me prometí hacer algo por ellos un día u otro, y formé el plan de ofrecerles una comida de carne asada, plum-pudding, un litro de cerveza y cuatro litros de condescendencia en beneficio de todos los habitantes del pueblo. Antes había pensado muchas veces y con un sentimiento parecido a la vergüenza en las relaciones que sostuve con el fugitivo a quien vi cojear por aquellas tumbas. Éstas eran mis ideas en aquel domingo, pues el lugar me recordaba a aquel pobre desgraciado vestido de harapos y tembloroso, con su grillete de presidiario y su traje de tal. Mi único consuelo era decirme que aquello había ocurrido mucho tiempo atrás, que sin duda habría sido llevado a mucha distancia y que, además, estaba muerto para mí, sin contar con la posibilidad de que realmente hubiese fallecido. ...

En la línea 1405
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... - No, mi querido amigo - dijo en cuanto hubo recobrado bastante el aliento para poder hablar -. No será así, si puedo evitarlo. Esta ocasión no puede pasar sin esta muestra de afecto por su parte. ¿Me será permitido, como viejo amigo y como persona que le desea toda suerte de dichas… ? Nos estrechamos la mano por centésima vez por lo menos, y luego él ordenó, muy indignado, a un joven carretero que pasaba por mi lado que se apartase de mi camino. Me dio su bendición y se quedó agitando la mano hasta que yo hube pasado más allá de la revuelta del camino; entonces me dirigí a un campo, y antes de proseguir mi marcha hacia casa eché un sueñecito bajo unos matorrales. Pocos efectos tenía que llevarme a Londres, pues la mayor parte de los que poseía no estaban de acuerdo con mi nueva posición. Pero aquella misma tarde empecé a arreglar mi equipaje y me llevé muchas cosas, aunque estaba persuadido de que no las necesitaría al día siguiente; sin embargo, todo lo hice para dar a entender que no había un momento que perder. ...

En la línea 335
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A unos cuantos pasos del último jardín de la población hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al niño, e incluso lo atemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reían, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanías de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el niño los veía, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de allí pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento. ¡Qué negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio. ...

En la línea 335
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A unos cuantos pasos del último jardín de la población hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al niño, e incluso lo atemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reían, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanías de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el niño los veía, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de allí pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento. ¡Qué negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio. ...

En la línea 491
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer. ...

En la línea 1420
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Parecen damas de la alta sociedad, pero esto no les impide tener la nariz chata ‑dijo de súbito un alegre mujik que pasaba por allí con la blusa desabrochada y el rostro ensanchado por una sonrisa‑. ¡Esto alegra el corazón! ...

En la línea 442
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Sea! ¡Basta! ¡No es necesario que responda! —exclamé, extrañamente emocionado, y, sin saber por qué, pensaba: ¿cómo y cuándo Paulina ha podido elegir a Mr. Astley como confidente? En estos últimos tiempos, pasaba largos días sin ver a Mr. Astley. Paulina ha sido siempre para mí un enigma… y en el momento en que me disponía a contar la historia de mi amor a Mr. Astley, quedé estupefacto al ver que no podía decir nada preciso y positivo acerca de mis relaciones con ella. Por el contrario, todo me parecía fantástico, extraño, inverosímil. ...

En la línea 808
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela estaba impaciente y nerviosa; saltaba a la vista que su obsesión era la ruleta. A ninguna otra cosa atendía, y en general estaba sumamente ensimismada. No preguntó por nada, durante el camino, como por la mañana. Viendo un coche lujosísimo que pasaba ante nosotros como un torbellino, inquirió: “¿Qué coche es ése? ¿De quiénes?”, pero creo que no oyó siquiera mi contestación. A pesar de su impaciencia, no salía de su ensimismamiento. Cuando le enseñé de lejos, al aproximarnos al casino, al barón y a la baronesa de Wurmenheim, les lanzó una mirada distraída y un “¡ Ah!” de indiferencia. ...

En la línea 1004
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ciertamente que yo evitaba hablar con ella, y ni una vez le había dirigido la palabra después del incidente con los Wurmenheim. Además, me hacía el ofendido, pero a medida que el tiempo pasaba una verdadera indignación se acentuaba en mí. Aun cuando no me amase, no era ésta una razón para que prescindiera en absoluto de mí y acogiese mis confidencias con tal desdén. Ella sabía que yo la amaba e incluso había permitido que se lo dijese. A decir verdad, nuestras relaciones habían empezado de un modo extraño. Desde hacía tiempo, cosa de dos meses, yo notaba que ella quería hacer de mí su amigo, su confidente, y que en parte trataba de tentarme. En verdad, eran extrañas nuestras relaciones. He aquí por qué yo la había hablado en aquel tono. Pero si mi amor la ofendía, ¿por qué no me prohibía francamente hablarle de él? ...

En la línea 309
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Pero pasaba el relámpago, venía la noche, y ¿dónde estaba él? Ya no lo sabía. ...

En la línea 363
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Nadie hubiera podido decir lo que pasaba en aquel momento por el criminal; ni aun él mismo lo sabía. Para tratar de expresarlo es preciso combinar mentalmente lo más violento con lo más suave. En su fisonomía no se podía distinguir nada con certidumbre; parecía expresar un asombro esquivo. Contemplaba aquel cuadro; pero, ¿qué pensaba? Imposible adivinarlo. Era evidente que estaba conmovido y desconcertado. Pero, ¿de qué naturaleza era esta emoción? ...

En la línea 431
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Cuando ya el sol iba a desaparecer en el horizonte y alargaba en el suelo hasta la sombra de la menor piedrecilla, Jean Valjean se sentó detrás de un matorral en una gran llanura rojiza, enteramente desierta. Estaría a tres leguas de D. Un sendero que cortaba la llanura pasaba a algunos pasos del matorral. ...

En la línea 488
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Cuando Jean Valjean salió de casa del obispo, estaba, por decirlo así, fuera de todo lo que había sido su pensamiento hasta allí. No podía explicarse lo que pasaba en él. Quería resistir la acción angélica, las dulces palabras del anciano: 'Me habéis prometido ser hombre honrado. Yo compro vuestra alma. Yo la libero del espíritu de perversidad, y la consagro a Dios'. Estas frases se presentaban a su memoria sin cesar. ...

En la línea 167
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A todos les dolían terriblemente las plantas de las pies. No podían saltar. Dejaban caer pesadamente las patas en la tierra trasmitiendo la vibración a su cuerpo, con lo que duplicaban la fatiga de la jornada. No les pasaba nada, excepto que estaban muertos de cansancio. No se trataba del agotamiento que sigue a un determinado y excesivo esfuerzo del que cabe recuperarse en cuestión de horas, sino de la lenta y prolongada extenuación provocada por meses de esfuerzo sostenido. Ya no tenían capacidad de recuperación ni reserva de energías a la que recurrir. Habían utilizado todo lo que tenían. Cada músculo, cada fibra, cada célula, participaba de la extenuación, de la mortal fatiga. Y había motivo. En menos de cinco meses habían recorrido cuatro mil quinientos kilómetros, los últimos tres mil con sólo cinco días de descanso. Cuando llegaron a Skaguay estaban en las últimas. Apenas podían mantener tensas las riendas y, en cuesta abajo, les era dificil mantenerse fuera del alcance del trineo. ...

En la línea 307
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los perros no tenían nada que hacer, excepto cobrar las piezas que Thornton cazaba de vez en cuando, y Buck pasaba largas horas abstraído junto al fuego. Ahora que permanecía inactivo, la visión del hombre velludo de piernas cortas se le aparecía con mayor frecuencia; y a menudo, parpadeando junto a la hoguera, vagaba con él por aquel otro mundo que evocaba. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 182
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Todo este diálogo pasaba en discreto tono, a media voz, inclinados el uno hacia el otro ambos interlocutores, con misterioso y casi amante silabeo. El testigo de vista, silencioso, recostado en un ángulo, imponía a la plática de los esposos, plática llana y corriente, cierta intimidad y secreto que acrecentaban su atractivo, dándole visos de tierno coloquio. Las mismas cosas, dichas en alto, serían indiferentes y sencillas por demás. De ordinario sucede así, que no sean las palabras importantes en sí mismas, sino por el tono con que se pronuncian y el lugar en que se colocan, a la manera de menudas piedrecillas que incrustadas convenientemente en la labor de mosaico, ya dibujan un árbol, ya una casa, ya un rostro. ...

En la línea 231
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje. Ya se discernía la forma de montañas, árboles y chozas; la noche se retiraba barriendo las tembladoras estrellas, como una sultana que recoge su velo salpicado de arabescos argentinos. El estrecho segmento de círculo de la luna menguante se difumaba y desvanecía en el cielo, que pasaba de obscuro a un matiz de azul opaco de porcelana. Glacial sensación corrió por las venas del viajero, que subió el cuello de su americana y llegó los pies instintivamente al calorífero, tibio aún, en cuyo seno de metal danzaba el agua, produciendo un sonido análogo al que se oye en la cala de los buques. De improviso se abrió bruscamente la puerta del departamento, y saltó dentro un hombre ceñudo, calada la gorra de dorado galón, en la mano una especie de tenacilla o sacabocados de acero. ...

En la línea 727
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Las noticias dadas por su hermano acerca de Lucía y Miranda lograron aguzar singularmente la hambrienta curiosidad de la anémica, y su olfato fino percibía no sé qué emanaciones novelescas en los sucesos acaecidos al matrimonio. El hermano y la hermana habían conferenciado largamente acerca del asunto, a medias palabras, atreviéndose a veces a lanzar una expresión más viva y cruda, riéndose entrambos. Era uno de los goces mayores de Lucía las conversaciones que a veces pasaba con Perico cuando él se dignaba tratarla, no como a una chiquilla, sino como a mujer hecha, y le comunicaba detalles, anécdotas y sucesos de lo que por lo regular no llegan a oídos de las doncellitas educadas con cierta severidad y recato. Perico y su hermana, no muy tiernos y afectuosos entre sí, se entendían a maravilla en el terreno de las picardigüelas, y a veces la hermana completaba la frase picante, detenida en labios del hermano por unas miajas de la reserva que inspira la mujer aún al hombre menos capaz de tenerla. Experimentaba Pilar malsana fruición en recorrer aspectos del cosmorama de la vida, donde nunca fijaban sus ojos las hijas de los grandes de España por ella tan envidiadas, y que, por entonces, viviendo en la claustral atmósfera de sus palacios, vigiladas siempre por la institutriz rígida, llevan en la frente, a los veinticinco años, el sello de su altiva inocencia. ...

En la línea 233
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pronto se percibió el gigantesco casco de este buque, que pasaba entre las márgenes del canal, y daban las once cuando vino a atracar en la rada, mientras que el vapor se desprendía con estrepitoso ruido por los tubos de escape de la máquina. ...

En la línea 539
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -No lo sé- respondió el parsi prestando oído a un murmullo que pasaba por la espesa enramada. ...

En la línea 651
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Era Picaporte mismo quien se había deslizado hasta la hoguera en medio del denso humo! ¡Era Picaporte quien, aprovechando la oscuridad que reinaba todavía, había libertado a la joven de la muerte! ¡Era Picaporte quien, haciendo su papel con atrevida audacia, pasaba en medio del espanto general! ...

En la línea 689
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg comprendió lo que pasaba en el ánimo de Aouida, y para tranquilizarla le ofreció con mucha frialdad conducirla a Hong Kong, donde viviría hasta que este asunto se olvidase. ...

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