Cual es errónea Nariz o Naris?
La palabra correcta es Nariz. Sin Embargo Naris se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino naris es que hay un Intercambio de las letras z;s con respecto la palabra correcta la palabra nariz
Errores Ortográficos típicos con la palabra Nariz
Cómo se escribe nariz o narriz?
Cómo se escribe nariz o naris?
Algunas Frases de libros en las que aparece nariz
La palabra nariz puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1989
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Algunos espectadores estaban sentados en el suelo, con la mandíbula apoyada en ambas manos, la nariz sobre el borde de la mesilla y la vista fija en los jugadores, para no perder detalle del famoso suceso. ...
En la línea 1062
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Por la noche, _Alcaparrón_, en cuclillas detrás de ella, huyendo de su mirada para llorar libremente, veía clarear a la luz del candil sus orejas y las alillas de la nariz, con una transparencia de hostia. ...
En la línea 1136
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La vieja, no encontrando a mano otro remedio, la daba de beber y el agua caía en el estómago ruidosamente, como en el fondo de una vasija: chocaba en las paredes del esófago paralizado, haciéndolas sonar como si fuesen de pergamino. El rostro perdía sus rasgos generales; se ennegrecían las mejillas; aplastábanse las sienes; se adelgazaba la nariz con frío afilamiento; la boca torcíase a un lado con una mueca horrible. ...
En la línea 74
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Clavó su mirada altiva sobre el extraño y reconoció un hombre de cuarenta a cuarenta y cinco años, de ojos negros y penetrantes, de tez pálida, nariz fuertemente pronunciada, mostacho negro y perfectamente recortado; iba vestido con un jubón y calzas violetas con agujetas de igual color, sin más adorno que las cuchilladas habituales por las que pasaba la camisa. ...
En la línea 573
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Temía sobre to do haber perjudicado el lustre del magnífico tahalí que conocemos; pero, al abrir tímidamente los ojos, se encontró con la nariz pegada entre los dos hombros de Porthos, es decir, encima precisamente del tahalí. ...
En la línea 1040
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Acaso no ha recibido placer hoy de la caza?-¡Vaya placer, señor! Todo d egenera, a fe mía, y no sé si es la caza la que no tiene ya rastro o son los perros los que no tienen nariz. ...
En la línea 1645
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Era una encantadora mujer de veinticinco a veintiséis años, more na con ojos az ules, con una nariz ligeramente respingona, dientes ad mirables, un tinte marmóreo de rosa y de ópalo. ...
En la línea 735
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Su rostro era bastante desagradable; tenía la nariz larga y ganchuda; los ojos, pequeños, penetrantes y vivos, y lo que menos me gustó en él fué su perpetua sonrisa burlona, signo seguro, a mi entender, de un corazón perverso y desleal. ...
En la línea 1747
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Era un hombre corpulento, atlético, un poco más alto que yo, que mido descalzo seis pies y dos pulgadas; de tez sonrosada, facciones finas y correctas, nariz aguileña y dientes de espléndida blancura; aunque apenas frisaba en los cincuenta años, tenía el pelo muy canoso. ...
En la línea 2550
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Su nariz era correcta; pero la boca, de inmensa anchura, y la mandíbula inferior, muy saliente. ...
En la línea 2888
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La verdad: este caballo es magnífico; voy a mirarle el diente.» Miré al cabo; tenía la nariz y los ojos dentro de la boca del caballo. ...
En la línea 3957
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinte y cuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas, como lo mostró en viendo a don Quijote, poniéndose delante dél de rodillas, diciéndole: -Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que, por el hábito de San Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra. ...
En la línea 4508
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Por el cielo que nos cubre, que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos. ...
En la línea 4536
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, apenas dio lugar la claridad del día para ver y diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció a los ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. ...
En la línea 5051
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado. ...
En la línea 304
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aquí se encuentra en crecido número un avecilla muy extraña, el Tinochorus rumicivorus. Por sus costumbres y su aspecto general se parece a la codorniz y a la becada, por diferentes que sean entre sí estas dos aves. Al Tinochorus se le encuentra en toda la extensión al sur de la América meridional, donde hay llanuras estériles o pastos muy secos. Frecuentan por parejas o a bandadas pequeñas los lugares más desolados, donde apenas podría existir cualquier otra criatura. Al aproximarse a ellos se agachan en el suelo, del cual entonces difícilmente se les puede distinguir. Para buscar el alimento andan muy despacio y muy patiabiertos. Se cubren de polvo en los caminos y en los lugares arenosos, y frecuentan sitios determinados donde se les puede encontrar a diario con regularidd. Lo mismo que las perdices, levantan el vuelo a bandadas. Por todos estos conceptos, así como por su musculosa molleja, adaptada a una alimentación animal, por su pico arqueado, por lo carnoso de los orificios de su nariz, por sus cortas patas y la forma de sus pies, el Tinochorus se parece mucho a la codorniz. Pero en cuanto este ave se echa a volar cambia todo su aspecto: sus largas alas puntiagudas, tan diferentes de las de las gallináceas, su vuelo irregular, el grito quejumbroso que deja oír en el momento de echarse a volar, todo recuerda a la becada; tanto y tan bien, que los cazadores tripulantes del Beagle no le llamaban nunca sino «la becada de pico corto». ...
En la línea 312
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Si se quiere coger a ese animal, es preciso no bajarse, sino tirarse del caballo, pues cuando el suelo no es demasiado duro cava con tanta rapidez que el cuarto trasero desaparece antes de haber tenido tiempo de echar pie a tierra. Ciertamente se experimenta algún remordimiento al matar a un animal tan bonito, pues como me decía un gaucho al descuartizar a uno de ellos: ¡Son tan mansos! Hay muchas especies de reptiles. Una serpiente (un Trigonocephalus o Cophias) debe de ser muy peligrosa, a juzgar por el tamaño del conducto venenoso que tiene en los colmillos. En contra de la opinión de algunos otros naturalistas, Cuvier clasifica esta serpiente como un subgénero de la culebra de cascabel y la coloca entre esta última y la víbora. He observado un hecho que confirma esta opinión y que me parece muy curioso y muy instructivo, por cuanto prueba cómo tiende a variar lentamente cada carácter, aun cuando ese carácter pueda dentro de ciertos límites ser independiente de la conformación. El extremo de la cola de esta serpiente acaba en una punta que se ensancha muy ligeramente. Pues bien, cuando el animal se arrastra por el suelo, hace vibrar de continuo la punta de la cola; la cual, chocando contra las hierbas secas y las malezas, produce un ruido que se oye claro a seis pies de distancia. En cuanto el animal se asusta o se encoleriza, menea la cola con vibraciones muy rápidas; y aun todo el tiempo que el cuerpo conserva su irritabilidad después de muerto el animal, puede observarse una tendencia a este movimiento. Por tanto, dicho trigo nocéfalo, desde algunos puntos de vista, tiene la figura de una víbora y las costumbres de una culebra de cascabel, sólo que produce el ruido por un procedimiento más sencillo. La cara de esta serpiente tiene una expresión feroz y horrible hasta más no poder. La pupila consiste en una hendidura vertical hecha en un iris jaspeado y de color cobrizo; las mandíbulas son anchas por la base, y la nariz termina en un proyeccieii triangular. No creo haber visto nunca nada más feo, a no ser quizá algunos vampiros. Paréceme que ese aspecto tan repulsivo proviene de que los rasgos fisionómicos están uno con respecto a otro casi en la misma posición que los de la cara humana, lo cual produce el colmo de lo espantoso16. ...
En la línea 485
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Dos veces encontré en esta provincia bueyes pertenecientes a una raza muy curiosa, que llaman nata o niata. Tienen con los demás bueyes casi las mismas relaciones que los buldogs o los gozquecillos tienen con los otros perros. Su frente es muy deprimida y muy ancha, el extremo de las narices está levantado, el labio superior se retira hacia atrás; la mandíbula inferior avanza más que la superior y se encorva también de abajo a arriba, de modo que siempre están enseñando los dientes. Las ventanas de la nariz, colocadas muy altas, están muy abiertas; los ojos se proyectan hacia adelante. Cuando andan, llevan muy baja la cabeza; el cuello es corto; las patas de atrás son un poco más largas de lo habitual, si se comparan con las de delante. Sus dientes al descubierto, su corta cabeza y sus narices respingadas les dan un aire batallador lo más cómico posible. ...
En la línea 522
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante los seis meses últimos he tenido ocasión de estudiar el carácter de los habitantes de estas provincias. Los gauchos o campesinos son muy superiores a los habitantes de la ciudad. Invariablemente, el gaucho es muy servicial, muy cortés, muy hospitalario; nunca he visto un ejemplo de grosería o de inhospitalidad Lleno de modestia cuando habla de sí mismo o de su país, al mismo tiempo es atrevido y valiente. Por otra parte, siempre se oye hablar de robos y homicidios; la costumbre de llevar cuchillo es la principal causa de estos últimos. Es deplorable pensar en el número de muertes causadas por insignificantes disputas. Cada uno de los combatientes trata de tocar a su adversario en la cara, de cortarle la nariz o de arrancarle los ojos; prueba de ello, las horribles cicatrices que casi todos llevan. Los robos provienen naturalmente de las arraigadas costumbres de jugar y beber de los gauchos y de su indolencia suma. Una vez pregunté en Mercedes a dos hombres, con quienes me encontré, por qué no trabajaban. «Los días son demasiado largos», me respondió el uno; «soy demasiado pobre», me contestó el otro. Hay siempre un número de caballos tan grande y tal profusión de alimentos, que no se siente la necesidad de industria. Además, es incalculable el número de los días feriados; por último, una empresa no tiene algunas probabilidades de buen éxito sino comenzándola en luna creciente; de suerte que estas dos causas hacen perder la mitad del mes. Nada hay menos eficaz que la policía y la justicia. Si un hombre pobre comete un homicidio, se le encarcela y hasta quizá se le fusila; pero si es rico y tiene amigos, puede contar con que el asunto no tendrá ninguna mala consecuencia para él. Es de advertir que la mayoría de los habitantes respetables del país ayudan invariablemente a los homicidas a escaparse; parecen pensar que el asesino ha cometido un delito contra el gobierno y no un crimen contra la sociedad. Un viajero no tiene otra protección sino sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo único que impide mayor frecuencia en los robos. ...
En la línea 200
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella nariz era la obra muerta en aquel rostro todo expresión, aunque escrito en griego, porque no era fácil leer y traducir lo que el Magistral sentía y pensaba. ...
En la línea 201
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los labios largos y delgados, finos, pálidos, parecían obligados a vivir comprimidos por la barba que tendía a subir, amenazando para la vejez, aún lejana, entablar relaciones con la punta de la nariz claudicante. ...
En la línea 579
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando entraba el Magistral, el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán, aragonés, de Calatayud, apoyaba una mano en el mármol de la mesa, porque los codos no llegaban a tamaña altura, y exclamaba después de haber olfateado varias veces, como perro que sigue un rastro: —Hame dado en la nariz olor de. ...
En la línea 583
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era anguloso y puntiagudo, usaba sombrero de teja de los antiguos, largo y estrecho, de alas muy recogidas, a lo don Basilio, y como lo echaba hacia el cogote, parecía que llevaba en la cabeza un telescopio; era miope y corregía el defecto con gafas de oro montadas en nariz larga y corva. ...
En la línea 1107
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No le produjo menos extrañeza su rostro pálido, con las alillas de la nariz palpitantes v un brillo de agresividad en los ojos. Era una cara de hombre que necesita pelear. Sin duda había bebido. ...
En la línea 1378
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... También en la hueste italiana los, hombres eran de una existencia no menos aventurera. Los había ignorantes y brutales, verdaderas bestias de combate; otros, cultos, de gustos artísticos, llevados a la guerra por violencias de su carácter o aventuras de su historia azarosa. Todos los escritores capaces de manejar una espada, estudiantes de Humanidades aburridos de su vida sedentaria, pintores o escultores que habían descalabrado a un compañero en sus peleas de taller y andaban huyendo de la Justicia, se acogían a las banderas del Valentino. Uno de estos soldados se llamaba el Torriglano, y era el mismo escultor feroz y brutal que, discutiendo con su condiscípulo Miguel Ángel en la iglesia del Carmine de Florencia, lugar de su escuela, le aplastaba la nariz de un tremendo puñetazo, dejando para siempre afeado su rostro con esta desfiguración. ...
En la línea 1453
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El trato con los humoristas educaba y dignificaba a estos genios incultos que vivían como obreros Se hicieron menos brutales en sus costumbres. Ya no admiraron a un Torrigiano que aplastaba de un puñetazo la nariz de su camarada Miguel Ángel. Y como los humanistas imponían la moda en aquel tiempo, señores laicos y eclesiásticos, viéndolos tratar con deferencia a los artistas, se acostumbraron a hacer lo mismo. ...
En la línea 235
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tripulantes de las máquinas voladoras se unieron a esta ovación haciendo evolucionar sus quiméricas bestias en torno del rostro de Gillespie. Pasaban tan cerca, que este tuvo que echar atrás su cabeza por dos veces, temiendo que le cortase la nariz una de aquellas alas escamosas con sus puntas agudas como cuchillos. Las muchachas del casquete dorado y larga pluma saludaban con risas los movimientos inquietos del gigante. Pero una orden venida de abajo acabo con estos juegos, restableciendo el silencio. Todavía la traductora rugió su última orden, antes de partir. ...
En la línea 239
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La consideración de su caricaturesca enormidad le puso triste, pero las guerreras aéreas volvieron a enviarle besos, como un consuelo, y hasta una de ellas dirigió contra su nariz dos rosas que llevaba en el pecho. Querían pedirle, sin duda, perdón por lo que iban a hacer con él cumpliendo ordenes superiores. ...
En la línea 574
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un gran personaje distrajo momentáneamente la atención de los curiosos. Se abrió ancho camino en la muchedumbre para dejar paso hasta el espacio descubierto a un carruajito de dos ruedas, en figura de concha, tirado por tres esclavos melancólicos que llevaban por toda vestidura un trapo en torno a sus vientres. Estas bestias humanas iban guiadas por una mujer, seca de cuerpo, con nariz aquilina, ojos imperiosos y un látigo en la diestra. La corona de laurel que adornaba sus sienes sirvió para que la reconociesen hasta aquellos que habían llegado recientemente a la capital. ...
En la línea 748
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Estas palabras aumentaron las risas en el doctorado joven. Algunos universitarios se encogían y achicaban para lanzar carcajadas con toda libertad al amparo de las espaldas de sus vecinos. Querían aprovechar la ocasión para reírse sin peligro del temible Momaren. Este, con las mejillas enrojecidas y la nariz mas encorvada que nunca, araño los brazos de su sillón, mientras el buen Flimnap, avergonzado por el incidente, balbucía sus explicaciones. ...
En la línea 108
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando conocí personalmente a este insigne hijo de Madrid, andaba ya al ras con los sesenta años; pero los llevaba muy bien. Era de estatura menos que mediana, regordete y algo encorvado hacia adelante. Los que quieran conocer su rostro, miren el de Rossini, ya viejo, como nos le han transmitido las estampas y fotografías del gran músico, y pueden decir que tienen delante el divino Estupiñá. La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela. La edad iba dando al perfil de Estupiñá un cierto parentesco con el de las cotorras. ...
En la línea 742
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Si ya te estoy mirando. Estás muy guapito con tu pañuelo liado en la cabeza, la nariz colorada, los ojos como tomates… ...
En la línea 833
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaron junto a las dos damas figuras andrajosas, ciegos que iban dando palos en el suelo, lisiados con montera de pelo, pantalón de soldado, horribles caras. Jacinta se apretaba contra la pared para dejar paso franco. Encontraban mujeres con pañuelo a la cabeza y mantón pardo, tapándose la boca con la mano envuelta en un pliegue del mismo mantón. Parecían moras; no se les veía más que un ojo y parte de la nariz. Algunas eran agraciadas; pero la mayor parte eran flacas, pálidas, tripudas y envejecidas antes de tiempo. ...
En la línea 1214
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y cuando pasaba un rato largo sin que él se moviera, Jacinta se entregaba a sus reflexiones. Sacaba sus ideas de la mente, como el avaro saca las monedas, cuando nadie le ve, y se ponía a contarlas y a examinarlas y a mirar si entre ellas había alguna falsa. De repente acordábase de la jugarreta que le tenía preparada a su marido, y su alma se estremecía con el placer de su pueril venganza. El Pituso se le metía al instante entre ceja y ceja. ¡Le estaba viendo! La contemplación ideal de lo que aquellas facciones tenían de desconocido, el trasunto de las facciones de la madre, era lo que más trastornaba a Jacinta, enturbiando su piadosa alegría. Entonces sentía las cosquillas, pues no merecen otro nombre, las cosquillas de aquella infantil rabia que solía acometerla, sintiendo además en sus brazos cierto prurito de apretar y apretar fuerte para hacerle sentir al infiel el furor de la paloma que la dominaba. Pero la verdad era que no apretaba ni pizca, por miedo de turbarle el sueño. Si creía notar que se estremecía con escalofríos, apretaba sí dulcemente, liándose a él para comunicarle todo el calor posible. Cuando él gemía o respiraba muy fuerte, le arrullaba dándole suaves palmadas en la espalda, y por no apartar sus manos de aquella obligación, siempre que quería saber si sudaba o no, acercaba su nariz o su mejilla a la frente de él. ...
En la línea 262
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Solicito vuestra indulgencia, pero la nariz me pica mucho. ¿Cuál es el uso y la costumbre en este caso? Contestad pronto, os lo ruego, porque, apenas puedo soportarlo poco más. ...
En la línea 263
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Nadie sonrió; todos se quedaron absolutamente perplejos y se miraron unos a otros con gran aflicción, pidiéndose consejo. ¡Mirad!, esto era un atolladero, y no había nada en la historia inglesa que dijera cómo salir de él. No se hallaba presente el maestro de ceremonias; no había nadie que se sintiera seguro para aventurarse en aquel inexplorado mar ni para arriesgarse a intentar resolver este solemne problema. ¡Cielos! No había rascador hereditario. Entretanto, las lagrimas habían desbordado su dique y empezaron a rodar por las mejillas de Tom. La comezón en su nariz pedía alivio con más urgencia que nunca. Finalmente, la natuealeza derribó las barreras de la etiqueta: Tom elevó en su interior una plegaria de perdón por si obraba mal, y trajo consuelo a los afligidos corazones de sus cortesanos rascándose la nariz por sí mismo. ...
En la línea 263
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Nadie sonrió; todos se quedaron absolutamente perplejos y se miraron unos a otros con gran aflicción, pidiéndose consejo. ¡Mirad!, esto era un atolladero, y no había nada en la historia inglesa que dijera cómo salir de él. No se hallaba presente el maestro de ceremonias; no había nadie que se sintiera seguro para aventurarse en aquel inexplorado mar ni para arriesgarse a intentar resolver este solemne problema. ¡Cielos! No había rascador hereditario. Entretanto, las lagrimas habían desbordado su dique y empezaron a rodar por las mejillas de Tom. La comezón en su nariz pedía alivio con más urgencia que nunca. Finalmente, la natuealeza derribó las barreras de la etiqueta: Tom elevó en su interior una plegaria de perdón por si obraba mal, y trajo consuelo a los afligidos corazones de sus cortesanos rascándose la nariz por sí mismo. ...
En la línea 952
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -El que nos ofrece el aparato Rouquayrol Denayrouze, inventado por dos compatriotas suyos, y que yo he perfeccionado para mi uso particular. Este sistema le permitirá arriesgarse en estas nuevas condiciones fisiológicas sin que sus órganos sufran. Se compone de un depósito de chapa gruesa, en el que almaceno el aire bajo una presión de cincuenta atmósferas. Ese depósito se fija a la espalda por medio de unos tirantes, igual que un macuto de soldado. Su parte superior forma una caja de la que el aire, mantenido por un mecanismo de fuelle, no puede escaparse más que a su tensión normal. En el aparato Rouquayrol, tal como es empleado, dos tubos de caucho salen de la caja para acabar en una especie de pabellón que aprisiona la nariz y la boca del operador; uno sirve para la introducción del aire inspirado y el otro para la salida del aire expirado; es la lengua la que cierra uno u otro según las necesidades de la respiración. Pero yo, que tengo que afrontar presiones considerables en el fondo de los mares, he tenido que modificar ese sistema, con la utilización de una esfera de cobre como escafandra. Es en esta esfera en la que desembocan los tubos de inspiración y expiración. ...
En la línea 1390
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los indígenas continuaban allí, más numerosos que en la víspera. Tal vez eran quinientos o seiscientos. Aprovechándose de la marea baja, algunos habían avanzado sobre las crestas de los arrecifes hasta menos de dos cables del Nautilus. Los distinguía fácilmente. Eran verdaderos papúes, de atlética estatura. Hombres de espléndida raza, tenían una frente ancha y alta, la nariz gruesa, pero no achatada, y los dientes muy blancos. El color rojo con que teñían su cabellera lanosa contrastaba con sus cuerpos negros y relucientes como los de los nubios. De los lóbulos de sus orejas, cortadas y dilatadas, pendían huesos ensartados. Iban casi todos desnudos. Entre ellos vi a algunas mujeres, vestidas desde las caderas hasta las rodillas con una verdadera crinolina de hierbas sostenida por un cinturón vegetal. Algunos jefes se adornaban el cuello con collares de cuentas de vidrio rojas y blancas. Casi todos estaban armados de arcos, flechas y escudos, y llevaban a la espalda una especie de red con las piedras redondeadas que con tanta destreza lanzan con sus hondas. ...
En la línea 1699
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, ya que estos pobres pescadores no pueden resistir mucho tiempo bajo el agua. El inglés Perceval, en la descripción de su viaje a Ceilán, habla de un cafre que resistía cinco minutos bajo el agua, pero esto no es digno de crédito. Sé que algunos llegan a resistir hasta cincuenta y siete segundos, e incluso los hay que permanecen ochenta y siete segundos. Pero son muy pocos los que pueden aguantar tanto, y cuando salen echan sangre por la nariz y los oídos. Yo creo que la media de tiempo que los pescadores pueden soportar es de treinta segundos. Durante ese tiempo, se apresuran a meter en una pequeña red todas las ostras perlíferas que pueden arrancar. Pero generalmente estos pescadores no llegan a viejos. Su vista se debilita y sus ojos se ulceran, sus cuerpos se cubren de llagas. Y con frecuencia sufren ataques de apoplejía bajo el agua. ...
En la línea 3387
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Apenas pude ver al paso unos escualos de larga nariz, los escualos martillo; las lijas, que frecuentan esas aguas; las grandes águilas de mar; nubes de hipocampos, que se parecen a los caballos del juego de ajedrez; anguilas agitándose como las culebrillas de un fuego de artificio; ejércitos de cangrejos, que huían oblicuamente cruzando sus pinzas sobre sus caparazones, y manadas de marsopas que competían en rapidez con el Nautilus. Pero no estaban las cosas como para ponerse a observar, estudiar y clasificar. ...
En la línea 176
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe, que se había aventurado a entrar en la cocina tras de mí, cuando el recogedor del polvo se retiró ante nosotros, se pasó el dorso de la mano por la nariz con aire de conciliación, en tanto que la señora Joe le miraba, y en cuanto los ojos de ésta se dirigieron a otro lado, él cruzó secretamente los dos índices y me los enseñó como indicación de que la señora Joe estaba de mal humor. Tal estado era tan normal en ella, que tanto Joe como yo nos pasábamos semanas enteras haciéndonos cruces, señal convenida para dicho objeto, como si fuésemos verdaderos cruzados. ...
En la línea 178
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por eso nos sirvió nuestras rebanadas de pan como si fuésemos dos mil hombres de tropa en una marcha forzada, en vez de un hombre y un chiquillo en la casa; y tomamos algunos tragos de leche y de agua, aunque con muy mala cara, de un jarrito que había en el aparador. Mientras tanto, la señora Joe puso cortinas limpias y blancas, clavó un volante de flores en la chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos que había sobre la chimenea, todos con la nariz negra y una cesta de flores en la boca, formando parejas. La señora Joe era un ama de casa muy limpia, pero tenía el arte exquisito de hacer su limpieza más desagradable y más incómoda que la misma suciedad. La limpieza es lo que está más cerca de la divinidad, y mucha gente hace lo mismo con respecto a su religión. Como mi hermana tenia mucho trabajo, se hacía representar para ir a la iglesia, es decir, que en su lugar íbamos Joe y yo. En su traje de trabajo, Joe tenía completo aspecto de herrero, pero en el traje del día de fiesta parecía más bien un espantajo en traje de ceremonias. Nada de lo que entonces llevaba le caía bien o parecía pertenecerle, y todo le rozaba y le molestaba en gran manera. En aquel día de fiesta salió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo hubiese porfiado para nacer a pesar de los dictados de la razón, de la religión y de la moralidad y contra los argumentos que me hubieran presentado, para disuadirme, mis mejores amigos. E, incluso, cuando me llevaron al sastre para que me hiciese un traje nuevo, sin duda recibió orden de hacerlo de acuerdo con el modelo de algún reformatorio y, desde luego, de manera que no me permitiese el libre uso de mis miembros. ...
En la línea 181
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pasó el tiempo sin que trajera ningún consuelo para mis sentimientos, y llegaron los invitados. El señor Wopsle, unido a una nariz romana y a una frente grande y pulimentada, tenía una voz muy profunda, de la que estaba en extremo orgulloso; en realidad, era valor entendido entre sus conocidos que, si hubiese tenido una oportunidad favorable, habría sido capaz de poner al pastor en un brete. Él mismo confesaba que si la Iglesia estuviese «más abierta», refiriéndose a la competencia, no desesperaría de hacer carrera en ella. Pero como la Iglesia no estaba «abierta», era, según ya he dicho, nuestro sacristán. Castigaba de un modo tremendo los «amén», y cuando entonaba el Salmo, pronunciando el versículo entero, miraba primero alrededor de él y a toda la congregación como si quisiera decir: «Ya han oído ustedes a nuestro amigo que está más alto; háganme el favor de darme ahora su opinión acerca de su estilo.» ...
En la línea 219
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Creo que los romanos se debieron de exasperar unos a otros a causa de sus narices. Quizá por esto fueron el pueblo más intranquilo que se ha conocido. Pero sea lo que fuere, la nariz romana del señor Wopsle me irritó de tal manera durante el relato de mis fechorías, que sentí el deseo de tirarle de ella hasta hacerle aullar. Pero lo que había tenido que aguantar hasta entonces no fue nada en comparación con las espantosas sensaciones que se apoderaron de mí cuando se interrumpió la pausa que siguió al relato de mi hermana, y durante la cual todos me miraron, mientras yo me sentía dolorosamente culpable, con la mayor indignación y execración. ...
En la línea 1420
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Parecen damas de la alta sociedad, pero esto no les impide tener la nariz chata ‑dijo de súbito un alegre mujik que pasaba por allí con la blusa desabrochada y el rostro ensanchado por una sonrisa‑. ¡Esto alegra el corazón! ...
En la línea 2215
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mientras hablaba con ella, Raskolnikof la observaba atentamente. Era menuda y delgada, muy delgada, y pálida, de facciones irregulares y un poco angulosas, nariz pequeña y afilada y mentón puntiagudo. No podía decirse que fuera bonita, pero, en compensación, sus azules ojos eran tan límpidos y, al animarse, le daban tal expresión de candor y de bondad, que uno no podía menos de sentirse cautivado. Otro detalle característico de su rostro y de toda ella era que representaba menos edad aún de la que tenía. Parecía una niña, a pesar de sus dieciocho años, infantilidad que se reflejaba, de un modo casi cómico, en algunos de sus gestos. ...
En la línea 4516
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estuvo hasta las diez de la noche recorriendo tabernas y tugurios. Halló a Katia en uno de estos establecimientos. La muchacha cantaba sus habituales y descaradas cancioncillas. Svidrigailof la invitó a beber, así como a un organillero, a los camareros, a los cantantes y a dos empleadillos que atrajeron su simpatía sólo porque tenían torcida la nariz. En uno, este apéndice se ladeaba hacia la derecha y en el otro hacia la izquierda, cosa que le sorprendió sobremanera. Éstos acabaron por llevarle a un jardín de recreo. Svidrigailof pagó las entradas. En el jardín había un abeto escuálido, tres arbolillos más y una construcción que ostentaba el nombre de Vauxhall, pero que no era más que una taberna, donde también podía tomarse té. ...
En la línea 4517
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En el jardín había igualmente varios veladores verdes con sillas. Un coro de malos cantantes y un payaso de nariz roja completamente borracho y extraordinariamente triste se encargaban de distraer al público. ...
En la línea 261
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Usted decía que esta esclavitud le causaba delicia… Yo también así me lo figuraba. —¡Usted también se lo figuraba! —exclamé con una volubilidad extraña—. ¡Extraordinaria candidez la suya! Pues bien, lo confieso, ser su esclavo me produce placer. Hay un deleite en el último grado de la humillación y del rebajamiento —continué de un modo delirante—. Quien sabe, quizá se experimenta bajo el knut, cuando sus correas se abaten y desgarran la espalda… Pero yo deseo tal vez gozar otros placeres. Hace un momento, en la mesa, el general me ha sermoneado delante de usted porque me paga setecientos rublos al año, que quizá nunca logre cobrar. El marqués Des Grieux, con las cejas fruncidas, me contemplaba y al mismo tiempo fingía no verme. Y yo, por mi parte, es muy probable que arda en deseos de agarrar a ese marqués por la nariz, en presencia de usted. ...
En la línea 264
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... He aquí por qué la forma tiene entre ellos tanta importancia. Un francés podrá soportar sin alterarse una grave ofensa moral, pero no tolerará en ningún caso un papirotazo en la nariz, pues esto constituye una infracción a los prejuicios tradicionales en materia de conveniencias sociales. Si los franceses gustan tanto a nuestras muchachas, es precisamente porque tienen unos modales tan señoriales. O más bien no. A mi juicio, la forma, la corrección, no desempeña aquí ningún papel, se trata simplemente del coq gaulois. Por otra parte, no puedo comprender esas cosas… porque no soy una mujer. Quizá los gallos tienen algo bueno… Pero, en resumen, estoy divagando y usted no me interrumpe. No tema interrumpirme cuando le hablo, pues quiero decirlo todo, todo, todo, y olvido los modales. Confieso, desde luego, que estoy desprovisto no sólo de forma sino también de méritos. Sepa que no me preocupan esas cosas. Estoy ahora como paralizado Usted sabe la causa. No tengo ni una idea dentro de la cabeza. Desde hace mucho tiempo ignoro lo que pasa, tanto aquí como en Rusia. He atravesado Dresde sin fijarme en esa ciudad. Usted ya adivina lo que me preocupaba. Como no tengo esperanza alguna y soy un cero a sus ojos, hablo francamente. Usted está, sin embargo, presente en mi espíritu. ...
En la línea 691
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Muchas veces, cuando el señor Magdalena pasaba por una calle, tranquilo, afectuoso, rodeado de las bendiciones de todos, un hombre de alta estatura, vestido con una levita gris oscuro, armado de un grueso bastón y con un sombrero de copa achatada en la cabeza, se volvía bruscamente a mirarlo y lo seguía con la vista hasta que desaparecía; entonces cruzaba los brazos, sacudiendo lentamente la cabeza y levantando los labios hasta la nariz, especie de gesto significativo que podía traducirse por: '¿Pero quién es ese hombre? Estoy seguro de haberlo visto en alguna parte. Lo que es a mí no me engaña'. ...
En la línea 696
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tenía la nariz chata con dos profundas ventanas, hacia las cuales se extendían unas enormes patillas. Cuando Javert se reía, lo cual era poco frecuente y muy terrible, sus labios delgados se separaban y dejaban ver no tan sólo los dientes sino también las encías, y alrededor de su nariz se formaba un pliegue abultado y feroz como sobre el hocico de una fiera carnívora. Javert serio era un perro de presa; cuando se reía era un tigre. Por lo demás, tenía poco cráneo, mucha mandíbula; los cabellos le ocultaban la frente y le caían sobre las cejas; tenía entre los ojos un ceño central permanente, la mirada oscura, la boca fruncida y temible, y un gesto feroz de mando. ...
En la línea 696
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Tenía la nariz chata con dos profundas ventanas, hacia las cuales se extendían unas enormes patillas. Cuando Javert se reía, lo cual era poco frecuente y muy terrible, sus labios delgados se separaban y dejaban ver no tan sólo los dientes sino también las encías, y alrededor de su nariz se formaba un pliegue abultado y feroz como sobre el hocico de una fiera carnívora. Javert serio era un perro de presa; cuando se reía era un tigre. Por lo demás, tenía poco cráneo, mucha mandíbula; los cabellos le ocultaban la frente y le caían sobre las cejas; tenía entre los ojos un ceño central permanente, la mirada oscura, la boca fruncida y temible, y un gesto feroz de mando. ...
En la línea 308
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al parecer, el rasgo más común de aquel mundo era el miedo. Observando al hombre dormido junto al fuego, con la cabeza entre las rodillas res guardada por las manos entrelazadas, Buck lo veía agitarse y despertar con frecuencia sobresaltado, lanzar una mirada temerosa a la oscuridad y entonces echar más leña a la hoguera. Si iban por la orilla de un mar, donde el hombre recogía moluscos y se los comía al momento, los dos lo hacían con la mirada alerta ante un peligro oculto, listos para correr como el viento al menor atisbo. Por el bosque avanzaban sin ruido, Buck pegado a los talones del hombre velludo, atentos y vigilantes los dos, tensas las orejas y temblorosas las aletas de la nariz, pues el oído y el olfato del hombre eran tan agudos como los de Buck. El hombre era capaz de trepar a los árboles y desplazarse con la misma rapidez que por el suelo, columpiándose de rama en rama, separadas a veces por más de tres metros, soltándose y volviéndose a agarrar, sin caer nunca ni errar jamás el asidero. En realidad parecía estar tan a sus anchas entre los árboles como en tierra, y a Buck le venían a la memoria noches de vigilia al pie de un árbol, donde, encaramado a una rama, dormía el hombre velludo. ...
En la línea 816
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Sí, mujer. Va cada año a Madrid, a veces por todo el invierno, pero generalmente un mes o dos de primavera. De sociedad gusta poco; le convidaron a algunas casas, porque parece que su padre, el cabecilla, era una persona distinguida de las Provincias, y está emparentado con los Puenteancha, y con los Mijares, que son Urbietas de apellido… pero se vendía tan caro, que en todas partes se andaban pereciendo por tenerle… Una vez, porque bailó un rigodón en casa de Puenteancha con Isabelita Novelda, hubo broma toda la noche… le dijeron que ya podía domar osos y tomar a Plewna sin artillería… Isabelita estaba más hueca que… y luego resultó que era que la Puenteancha se lo había pedido por favor, y él le había contestado: bueno, bailaré con la primera que encuentre… encontró a Isabelita, y zas, la invitó… Cuando se supo, ¡figúrate la tontuela de Isabelita qué cara pondría! Ella que estaba persuadida de haber hecho una conquista… se le alargó la nariz más de lo que la tiene, que no es poco… ¡ja, ja!… ...
En la línea 1059
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ya sabía el pícaro lo que se hacía. Ni padre, ni tía se mostraban muy dispuestos a venir a encargarse de Pilar, y auguraba el contratiempo de tener que quedarse de enfermero… Su mente, fecunda en tretas, le sugirió mil para embelesar a Miranda, en aquella ciudad mágica que ya de suyo emboba a cuantos la pisan. Aprendió el esposo de Lucía los refinamientos de la cocina francesa en los mejores restauradores (ensordezca todo hablista); y con la golosina experta de su edad madura, llegó a tomarse gran interés en que la salsa holandesa fuese mejor aquí que dos puertas más abajo, y en que las setas rellenas se hallasen o no a la época más propia para ser saboreadas. Amén de estos goces culinarios, aficionose a los teatrillos del género chocarrero que tanto abundan en París: divirtiéronle las canciones picarescas, las muecas del payaso, la música retozona y los trajes ligeros y casi paradisíacos de aquellas bienaventuradas ninfas que se disfrazaban de cacerolas, de violines o de muñecos. Hasta se susurra -pero sin que existan datos para establecerlo como rigurosa verdad histórica- que el insigne ex buen mozo quiso recordar sus pasadas glorias, y verter una regaderita de agua sobre sus secos y mustios lauros, y eligió para cómplice a cierta rata de proscenio, nombrada Zulma en la docta academia teatral, si bien está averiguado que en regiones menos olímpicas pudo llamarse Antonia, Dionisia o cosa así. Tenía ésta tal el salero del mundo para cantar el estribillo (refrain) de ciertas tonadas (chansonnettes); y era para descuajarse y deshacerse de risa cuando, la mano en la cintura, la pierna derecha en el aire, guiñados los ojos y entreabierta la boca, despedía una exclamación canallesca, un grito venido en derechura de las pescaderías y mercados a posarse en sus labios de púrpura, para deleite y contentamiento de los espectadores. Ni eran estas las únicas gracias y donaires de la cantora, antes lo mejor de su repertorio, la quintaesencia de sus monerías, guardábala para la dulce intimidad de los felices mortales que a aquella Dánae de bambalinas lograban aproximarse, bien provistos de polvos de oro. ¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, bibis, y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían! Pues ¿qué diré del chiste y garbo incomparable con que oprimía entre sus dientes de perlas, un pitillo ruso, lanzando al aire volutas de humo azul, mientras la contracción de sus labios destacaba la arremangada nariz y los hoyuelos de los arrebolados carrillos? ¿Qué de aquella su maestría en ocupar dos sillas a un tiempo sin que propiamente estuviera sentada en ninguna de ellas, y puesto que reposaba en la primera el espinazo, en la segunda los tacones? ¿Qué de la agilidad y destreza con que se sorbía diez docenas de ostras verdes en diez minutos, y bebíase dos o tres botellas de Rhin, que no parece sino que le untaban el gaznate con aceite y sebo para que fuese escurridizo y suave? ¿Qué de la risueña facundia con que probaba a sus amigos que tal anillo de piedras les venía estrecho al dedo, mientras a ella le caía como un guante? En suma, si la aventura que se murmuró por entonces en los bastidores de un teatrillo, y en la mesa redonda de la Alavesa, parece indigna de la prosopopeya tradicional en la mirandesca estirpe, cuando menos es justo consignar que la heroína era la más divertida, sandunguera y comprometedora zapaquilda de cuantas mayaban desafinada y gatunamente en los escenarios de París. ...
En la línea 1249
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Ciertamente que el pobre' mozo se sintió muy compungido- triste recuerdo de la juventud-, cuando endosó su traje de la Edad Media, adomado de alas multicolores, y se vio aplicar sobre la cara una nariz de seis pies! Pero, al fin, esa nariz era su pan, y tuvo que resignarse a dejársela poner. ...
En la línea 1249
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Ciertamente que el pobre' mozo se sintió muy compungido- triste recuerdo de la juventud-, cuando endosó su traje de la Edad Media, adomado de alas multicolores, y se vio aplicar sobre la cara una nariz de seis pies! Pero, al fin, esa nariz era su pan, y tuvo que resignarse a dejársela poner. ...
En la línea 1250
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte entró en escena y fue a colocarse con aquellos de sus compañeros que debían figurar la base de la carroza de Jaggernaut. Todos se tendieron por tierra, con la nariz elevada hacia el cielo. Una segunda sección de equilibristas se colocó sobre los largos apéndices, una tercera después, y luego una cuarta, y sobre aquellas narices, que sólo se tocaban por la punta, se levantó un monumento humano hasta la cornisa del teatro. ...
En la línea 1257
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Mister Fogg, mistress Aouida, que le acompañaba, y Picaporte, salieron precipitados por los pasillos, pero tropezaron fuera del barracón con el honorable Batulcar, furioso, que reclamaba indemnización por la 'rotura'. Phileas Fogg apaciguó su furor echándole un puñado de billetes de banco, y a las seis y media, en el momento en que iba a partir, mister Fogg y mistress Aouida ponían el pie en el vapor americano, seguidos de Picaporte, con las alas a la espalda y llevando en el rostro la nariz de seis pies, que todavía no había podido quitarse. ...

El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de z;s
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras z;s

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Más información sobre la palabra Nariz en internet
Nariz en la RAE.
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Nariz en la wikipedia.
Sinonimos de Nariz.
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La palabra rodeaba
La palabra mosto
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La palabra harina
La palabra morena
La palabra mostrando
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