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La palabra muerrte
Cómo se escribe

Comó se escribe muerrte o muerte?

Cual es errónea Muerte o Muerrte?

La palabra correcta es Muerte. Sin Embargo Muerrte se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra muerrte es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra muerte


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece muerte

La palabra muerte puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 252
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los perros ladraban al verle de lejos, como si se aproximase la muerte, los niños le miraban enfurruñados; los hombres se escondían para evitar penosas excusas, y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tuviese paciencia, contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas. ...

En la línea 455
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Habéis visto el gesto hipócrita, el regocijado silencio con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime?. ...

En la línea 462
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llegó la vista del proceso y lo sentenciaron a muerte. ...

En la línea 1136
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Enrojeció, como si estas palabras, rasgándole el corazón, hubieran hecho subir toda la sangre a su cara, y después quedóse blanca, con palidez de muerte. ...

En la línea 31
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Quería ir a Cádiz para contemplar su tumba: la capa de tierra que le ocultaba a mamá para siempre. Y había en su voz y en su mirada algo de desesperación; la tristeza de no poder aceptar el engaño consolador de otra vida; la certidumbre de que más allá de la muerte se abría la eterna noche de la nada. ...

En la línea 104
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún era joven, no había llegado a los cuarenta años, pero la obesidad desfiguraba su cuerpo a pesar de la vida activa a que le impulsaban sus entusiasmos de jinete. Los brazos parecían cortos al descansar algo encorvados sobre el abultado contorno de su cuerpo. Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa. Era, por lo común, bondadoso y pacífico, pero bastaba que se creyese desobedecido o contrariado para que se le enrojeciera la cara, atiplándose su voz con el tono aflautado de la cólera. El concepto que tenía de la autoridad, el hábito de mandar desde su primera juventud viéndose al frente de las bodegas por la muerte de su padre, le hacían ser despótico con los subordinados y su propia familia. ...

En la línea 139
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Figúrate que decía que las religiones son hijas del miedo y la ignorancia: que el hombre, en sus primeros tiempos, no creyó en nada sobrenatural, pero que ante el rayo y el trueno, ante el incendio y la muerte, no pudiendo explicarse tales misterios, había inventado a Dios. ...

En la línea 247
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había muerto como quien era: como un caballero cristiano, como una persona decente. La enfermedad mortal le había sorprendido en una de sus _juergas_ rodeado de mujeres y mozos de valor. La sangre del primer vómito se la habían limpiado las amigas con sus pañolones bordados de chinos y rosas fantásticas. Pero al ver próxima la muerte y oír los consejos de su hermana, que después de muchos años de ausencia se decidía a entrar en su casa, quiso «dar buen ejemplo», irse del mundo con la discreción que convenía a su rango. Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores. Las innumerables cofradías y hermandades de Jerez, en las cuales tenía el alegre noble un cargo hereditario, acompañaron al Viático; y al morir, su cadáver fue vestido de fraile, amontonándose sobre su pecho todas las medallas que la señora de Dupont juzgó de más eficacia para que aquel vividor no sufriese retraso ni entorpecimiento en su ascensión a la gloria eterna. ...

En la línea 78
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Aludiendo a Cuervo en un artículo, le había llamado Resma «el parásito de la muerte, el bufón de la funeraria». ...

En la línea 80
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Era verdad que Cuervo había comenzado por ser un cortesano de la desgracia, es decir, por vivir como podía de la muerte. ...

En la línea 82
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y para esto acudía al banquete de la muerte; acudía a las casas donde se moría alguien, y comía allí con motivo de «no tener ánimo para otra cosa». ...

En la línea 85
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Así es que cuando don Torcuato Resma se atrevió a llamarle en Juan Claridades«parásito de la muerte, bufón de la funeraria», ya era nuestro hombre muy otra cosa. ...

En la línea 661
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Quiero mataros, estad tranquilo, pero mataros dulcemente, en un lugar cerrado y cubierto, allí donde no podáis jactaros de vuestra muerte ante nadie. ...

En la línea 674
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por eso, aunrepitiéndose a sí mismo que su muerte era inevitable, no se resignó a morir suavemente, como cualquier otro menos valiente y menos moderado que él hubiera he cho en su lugar. ...

En la línea 1017
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Colocado entre la vida y la muerte como Bernajoux estaba, no tuvo siquiera la idea de callar un instante la verdad; contó a los dos señores las cosas exac tamente tal como habían ocurrido. ...

En la línea 1934
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Corréis peligro en la cárcel, corréis peligro de muerte por el hecho de conocerme. ...

En la línea 166
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El mas estricto ó moderado cumplimiento que han dado sus subdelegados los alcaldes ó correjidores es el segundo estremo, y todo ello no pasa de un cargo formado mal y por rutina sobre lo que deben cobrar, tomándoseles luego sus cuentas por lo que han realizado y debido realizar, exijiéndose lo primero estrictamente, y obrándose en lo segundo segun las circunstancias particulares de cada caso; viéndose frecuentemente que á unos alcaldes se les absuelven cargos por lo no cobrado, y que á otros se les condena á su pago porque no fueron tan diestros en justificar alguna causa de porque no se cobró, cuando en mi concepto ninguno puede autorizar la absolucion de lo no cobrado, escepto la muerte del tributante, ó el pase de este de una provincia á otra; únicas que pueden apoyar el que se les absuelva: todo lo demas es intriga, dolo y falsedad. ...

En la línea 283
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Respecto de la reina regente Cristina, cuanto menos se hable, mejor; tomó en sus manos las riendas del gobierno a la muerte de su marido, y con ellas el mando del ejército. ...

En la línea 403
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cuando le dije, empero, que, en mi opinión, la causa de don Carlos declinaba (hacía poco de la muerte de Zumalacárregui), se enfurruñó, exclamando que eso era imposible, porque Dios, en su justicia, no lo toleraría. ...

En la línea 613
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estaba escrito con garrapatos casi ilegibles, y tan manchado de sudor, que me costó mucho trabajo descifrar su contenido; al cabo conseguí hacer la siguiente transcripción literal del conjuro, escrito en mal portugués, pero que me impresionó en aquella ocasión, por tratarse de la composición más extraordinaria que había visto: EL CONJURO.—«Justo juez y divino Hijo de la Virgen María, que naciste en Belén, Nazareno, y fuiste crucificado entre la muchedumbre de los judíos, te suplico, Señor, por tu sexto día, que mi cuerpo no sea preso por la justicia ni reciba de sus manos la muerte, la paz sea con nosotros, la paz de Cristo, venga a mí la paz, la paz sea con nosotros, dijo Dios a sus discípulos. ...

En la línea 647
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Casi todos aquellos hombres hablaban del clericalismo y del régimen frailuno con odio profundo, hasta preferir la muerte a someterse de nuevo al yugo que había oprimido sus cuellos. ...

En la línea 293
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. ...

En la línea 340
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. ...

En la línea 459
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: -Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. ...

En la línea 532
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Es un bálsamo -respondió don Quijote- de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. ...

En la línea 93
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... La costumbre de llevar cuchillo es universal; por otra parte, las plantas trepadoras hacen indispensable su empleo en cuanto se quiere atravesar un bosque algo espeso; pero también puede atribuirse a este hábito los frecuentes homicidios que se cometen en el Brasil. Los brasileños se valen del cuchillo con habilidad consumada; pueden arrojarlo a uña distancia bastante grande, con tanta fuerza y precisión, que casi siempre causan una herida mortal. He visto a un gran número de chicuelos ensayarse por juego en tirar el cuchillo; la facilidad con que los clavaban en un poste fijo en tierra, prometía para el porvenir. Mi compañero había matado la víspera a dos grandes monos portadores de barbas; estos animales tienen cola que les permite coger los objetos, cola cuyo extremo puede soportar aun el peso entero del cuerpo del animal después de su muerte. Uno de ellos quedó así fijo a una rama y hubo que cortar un árbol grueso para alcanzarle; lo cual se consiguió muy pronto.. Aparte de estos monos, sólo matamos algunos loritos verdes y algunos tucanes. Sin embargo, el conocimiento con el sacerdote portugués me fue de provecho, pues otra vez me regaló un hermoso ejemplar del gato Yaguarundi. ...

En la línea 100
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... se le irrita; en los intervalos, se oscurecen los anillos abdominales. La luz se produce casi instantáneamente en los dos anillos; sin embargo, se percibe primero en el anillo anterior. La materia brillante es fluida y muy adhesiva; ciertos puntos donde se había desgarrado la piel del animal seguían brillando y emitiendo un ligero centelleo, mientras que las partes sanas volvíanse oscuras. Cuando se decapita al insecto, los anillos continúan brillando, pero la luz no es tan intensa como antes; una irritación local, hecha con la punta de la aguja, aumenta siempre la intensidad de la luz. En un caso que pude observar, los anillos conservaron su propiedad luminosa durante cerca de veinticuatro horas después de la muerte del insecto. Estos hechos parecen probar que el animal sólo posee la facultad de extinguir durante breves intervalos la luz que emite; pero que, en todos los demás instantes, la emisión luminosa es involuntaria. En pedregales húmedos he hallado gran número de larvas de estos lampíridos, que por su forma general se parecen a los gusanos de luz de Inglaterra. Estas larvas no poseen más que un débil poder luminoso: al contrario que sus padres, simulan la muerte y cesan de brillar; la irritación ya no excita en ellas otra nueva emisión luminosa. Conservé algunas vivas durante cierto tiempo. Su cola constituye un órgano muy singular, pues por medio de una disposición muy ingeniosa puede representar el papel de chupador y de depósito para la saliva o un líquido análogo. Les daba muy a menudo carne cruda: invariablemente advertí que la punta de la cola iba a colocarse en la boca para verter una gota de fluido sobre la carne que el insecto se disponía a tragar. A pesar de una práctica tan constante, la cola no parece poder hallar fácilmente la boca; por lo menos, la cola toca primero el cuello y éste parece servirle de guía. ...

En la línea 100
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... se le irrita; en los intervalos, se oscurecen los anillos abdominales. La luz se produce casi instantáneamente en los dos anillos; sin embargo, se percibe primero en el anillo anterior. La materia brillante es fluida y muy adhesiva; ciertos puntos donde se había desgarrado la piel del animal seguían brillando y emitiendo un ligero centelleo, mientras que las partes sanas volvíanse oscuras. Cuando se decapita al insecto, los anillos continúan brillando, pero la luz no es tan intensa como antes; una irritación local, hecha con la punta de la aguja, aumenta siempre la intensidad de la luz. En un caso que pude observar, los anillos conservaron su propiedad luminosa durante cerca de veinticuatro horas después de la muerte del insecto. Estos hechos parecen probar que el animal sólo posee la facultad de extinguir durante breves intervalos la luz que emite; pero que, en todos los demás instantes, la emisión luminosa es involuntaria. En pedregales húmedos he hallado gran número de larvas de estos lampíridos, que por su forma general se parecen a los gusanos de luz de Inglaterra. Estas larvas no poseen más que un débil poder luminoso: al contrario que sus padres, simulan la muerte y cesan de brillar; la irritación ya no excita en ellas otra nueva emisión luminosa. Conservé algunas vivas durante cierto tiempo. Su cola constituye un órgano muy singular, pues por medio de una disposición muy ingeniosa puede representar el papel de chupador y de depósito para la saliva o un líquido análogo. Les daba muy a menudo carne cruda: invariablemente advertí que la punta de la cola iba a colocarse en la boca para verter una gota de fluido sobre la carne que el insecto se disponía a tragar. A pesar de una práctica tan constante, la cola no parece poder hallar fácilmente la boca; por lo menos, la cola toca primero el cuello y éste parece servirle de guía. ...

En la línea 115
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una pequeña hormiga negra viaja con frecuencia en cantidades infinitas. Cierto día, estando en Bahía, me chocó muchísimo ver a gran número de arañas, cucarachas y otros insectos—así como de lagartijas, atravesar un terreno desnudo dando señales de la mayor agitación. Detrás, a corta distancia, vi enteramente negros de hormigas los árboles y las hojas. Aquella tropa, después de haber atravesado el terreno desnudo, dividióse y descendió a lo largo de un vetusto paredón; así consiguió envolver a algunos insectos, que hicieron pasmosos esfuerzos para librarse de una terrible muerte. ...

En la línea 143
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte. ...

En la línea 1337
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Después de llorar mucho la muerte de su esposa, don Carlos volvió a pensar en asuntos que a él se le antojaban serios, como v. ...

En la línea 1376
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La niña fantaseaba primero milagros que la salvaban de sus prisiones que eran una muerte, figurábase vuelos imposibles. ...

En la línea 1442
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Al padre no; sería un golpe de muerte. ...

En la línea 1669
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ante aquella muerte concluían las diferencias de familia. ...

En la línea 250
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... He aquí la carne que yo adoraba, que yo adoro, pensó sin miedo, contento de sí mismo en medio del dolor de aquella muerte. ...

En la línea 255
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En aquella casa no asustaban como síntomas de muerte estos santas cuidados de la religión solícita. ...

En la línea 256
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan de Dios comprendió que se trataba de cristianas verdaderas, y se puso a administrar el último sacramento sin preparativos contra la aprensión y el miedo; nada tenía que ver aquello con la muerte, sino con la vida eterna. ...

En la línea 198
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Nadie tuvo interés en defenderlos luego de su muerte, cuando sus enemigos pudieron ejercer contra ellos una larguísima venganza. Los historiadores imparciales encontraron más cómodo llegar hasta, nuestros días copiándose unos a otros de un modo automático, sin examinar antes la autenticidad y veracidad de los relatos antiguos. Aún tenían los autores de la época de los Borgias la precaución o el escrúpulo de poner al frente de sus más injuriosas afirmaciones un se dice o un según cuentan. Los que llegaron después suprimieron este dubitativo, dando como indiscutibles todas las murmuraciones y calumnias de antesalas y plazuelas. ...

En la línea 251
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una galera llena de soldados estaba próxima a naufragar, y como notó Alfonso V que sus órdenes para salvarla eran obedecidas con timidez, se arrojó el primero en una chalupa, gritando a los vacilantes: «Quiero mejor ser el compañero que el testigo de su muerte.» Y esta resolución enardecía a sus gentes, haciéndolas salvar el buque. ...

En la línea 260
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tres papas se habían sucedido en Roma después del Concilio de Constanza: Martín V, Eugenio IV y Nicolás V, todos italianos. A la muerte de Nicolás, el Papa bibliotecario, preocupado especialmente de proteger a los humanistas y adquirir libros valiosos, mientras los turcos, dueños de Constantinopla, recién conquistada ésta, amenazaban al centro de Europa, la elección del nuevo Pontífice se presentó como un problema pavoroso. ...

En la línea 268
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Toda la población de Roma quedó absorta al ver elegido a un español. La tradicional resistencia a los papas extranjeros, origen del Gran Cisma, resultaba de pronto ineficaz. Pedro de Luna, último Papa de Aviñón triunfaba póstumamente treinta y dos años después de su muerte. El mundo católico no le había querido, a pesar de sus virtudes, porque era español, y un segundo español venía ahora, a sentarse en el trono de aquella Roma donde no pudo entrar nunca el otro. ...

En la línea 71
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Acabó Gillespie por dormirse con ese sueño pesado y profundo, de una densidad animal, que solo conocen los hombres cuando están en vísperas de un peligro de muerte. ...

En la línea 202
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - He tenido que improvisar un ligero desayuno con lo que encontré más a mano. Perdone usted su frugalidad y su monotonía. Cuando estemos en la capital (si es que los altos señores del Consejo Ejecutivo quieren concederle la vida a perpetuidad, o sea hasta que perezca usted de muerte ordinaria), estoy seguro de que comerá mejor. ...

En la línea 270
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Además, en su afecto sincero por el recién llegado había algo de egoísmo. Gracias al Gentleman-Montaña, acababa de conocer instantáneamente todas las dulzuras de la celebridad, siendo el personaje más popular de la República en los presentes momentos. Después de la fama de Gillespie venía la suya. ¡Qué derrumbamiento tan doloroso en la sombra si el gobierno acordaba la muerte de su gigante!… ...

En la línea 276
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Oh, Padre de los Maestros! -dijo-. Mañana tendré el honor de entregarle una traducción hecha en nuestro idioma de los versos que he encontrado en el cuaderno de bolsillo del Gentleman-Montaña. Sería deplorable que los altos señores del Consejo decidiesen su muerte. Mi gusto sería traducir al inglés algunas de las inmortales obras de nuestro admirable Padre de los Maestros, para que ese pobre gigante se entere de que nuestra poesía ha llegado a una altura que jamás conocerá el, no obstante la grandeza material de su organismo. ...

En la línea 10
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿Y por qué le llamaba todo el mundo y le llama todavía casi unánimemente Juanito Santa Cruz? Esto sí que no lo sé. Hay en Madrid muchos casos de esta aplicación del diminutivo o de la fórmula familiar del nombre, aun tratándose de personas que han entrado en la madurez de la vida. Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Juanito Valera. En la sociedad madrileña, la más amena del mundo porque ha sabido combinar la cortesía con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitos y Pacos que, aun después de haber conquistado la celebridad por diferentes conceptos, continúan nombrados con esta familiaridad democrática que demuestra la llaneza castiza del carácter español. El origen de esto habrá que buscarlo quizá en ternuras domésticas o en hábitos de servidumbre que trascienden sin saber cómo a la vida social. En algunas personas, puede relacionarse el diminutivo con el sino. Hay efectivamente Manueles que nacieron predestinados para ser Manolos toda su vida. Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnaiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando poco a poco la campechana costumbre. ...

En la línea 14
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Presentose en aquellos días al simpático joven la coyuntura de hacer su primer viaje a París, adonde iban Villalonga y Federico Ruiz comisionados por el Gobierno, el uno a comprar máquinas de agricultura, el otro a adquirir aparatos de astronomía. A D. Baldomero le pareció muy bien el viaje del chico, para que viese mundo; y Barbarita no se opuso, aunque le mortificaba mucho la idea de que su hijo correría en la capital de Francia temporales más recios que los de Madrid. A la pena de no verle uníase el temor de que le sorbieran aquellos gabachos y gabachas, tan diestros en desplumar al forastero y en maleficiar a los jóvenes más juiciosos. Bien se sabía ella que allá hilaban muy fino en esto de explotar las debilidades humanas, y que Madrid era, comparado en esta materia con París de Francia, un lugar de abstinencia y mortificación. Tan triste se puso un día pensando en estas cosas y tan al vivo se le representaban la próxima perdición de su querido hijo y las redes en que inexperto caía, que salió de su casa resuelta a implorar la misericordia divina del modo más solemne, conforme a sus grandes medios de fortuna. Primero se le ocurrió encargar muchas misas al cura de San Ginés, y no pareciéndole esto bastante, discurrió mandar poner de Manifiesto la Divina Majestad todo el tiempo que el niño estuviese en París. Ya dentro de la Iglesia, pensó que lo del Manifiesto era un lujo desmedido y por lo mismo quizá irreverente. No, guardaría el recurso gordo para los casos graves de enfermedad o peligro de muerte. Pero en lo de las misas sí que no se volvió atrás, y encargó la mar de ellas, repartiendo además aquella semana más limosnas que de costumbre. ...

En la línea 48
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En esto apareció en el extremo Oriente un nuevo artista, un genio que acabó de perturbar a D. Bonifacio. Este innovador fue Senquá, del cual puede decirse que representaba con respecto a Ayún, en aquel arte budista, lo que en la música representaba Beethoven con respecto a Mozart. Senquá modificó el estilo de Ayún, dándole más amplitud, variando más los tonos, haciendo, en fin, de aquellas sonatas graciosas, poéticas y elegantes, sinfonías poderosas con derroche de vida, combinaciones nuevas y atrevimientos admirables. Ver D. Bonifacio las primeras muestras del estilo de Senquá y chiflarse por completo, fue todo uno. «¡Barástolis!, ¡esto es la gloria divina—decía—; es mucho chino este… !». Y de tal entusiasmo nacieron pedidos imprudentes y el grave error mercantil, cuyas consecuencias no pudo apreciar aquel excelente hombre, porque le cogió la muerte. ...

En la línea 80
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al ver la estrecha casa, se daba uno a pensar que la ley de impenetrabilidad de los cuerpos fue el pretexto que tomó la muerte para mermar aquel bíblico rebaño. Si los diez y siete chiquillos hubieran vivido, habría sido preciso ponerlos en los balcones como los tiestos, o colgados en jaulas de machos de perdiz. El garrotillo y la escarlatina fueron entresacando aquella mies apretada, y en 1870 no quedaban ya más que nueve. Los dos primeros volaron a poco de nacidos. De tiempo en tiempo se moría uno, ya crecidito, y se aclaraban las filas. En no sé qué año, se murieron tres con intervalo de cuatro meses. Los que rebasaron de los diez años, se iban criando regularmente. ...

En la línea 190
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¿Pero no soy yo el que precipita su muerte, señor? ¡Cuanto tiempo no podría vivir si no fuera por mí! ...

En la línea 192
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom, con el corazón pesaroso, fue retirado; la última frase fue un golpe de muerte para la esperanza que había acariciado de verse libre. Una vez más oyó el zumbido de las voces que exclamaban: '¡El príncipe! ¡El príncipe viene!' ...

En la línea 321
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¿El rey tu padre? ¡Oh, hijo mío! No digas esas palabras, que pueden traerte la muerte, y la ruina para todos los que están cerca de ti. Sacude ese horrible sueño. Recobra tu pobre memoria errante. Mírame. ¿No soy yo tu madre, la que te ha dado el ser y tanto te ha amado? ...

En la línea 421
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Te prevengo que he tomado bajo mi protección a este muchacho cuando una chusma de tu calaña quería maltratarlo y acaso lo habría matado. ¿Imaginas que lo voy a entregar ahora a un destino peor? Porque tanto si eres su padre como si no –y a fe mía creo que mientes–, una muerte con decoro y rápida sería mucho mejor para él que la vida en unas manos tan rudas como las tuyas. Sigue, pues, tu camino, y largo, porque no me gusta decir palabras de balde, ya que no me es natural ser paciente con exceso. ...

En la línea 264
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Luego entró al Instituto y por las noches era su madre quien le tomaba las lecciones. Y estudió para tomárselas. Estudió todos aquellos nombres raros de la historia universal, y solía decirle sonriendo: « Pero ¡cuántas barbaridades han podido hacer los hombres, Dios mío!» Estudió matemáticas, y en esto fue en lo que más sobresalió aqueIla dulce madre. «Si mi madre llega a dedicarse a las matemáticas… » , se decía Augusto. Y recordaba el interés con que seguía el desarrollo de una ecuación de segundo grado. Estudió psicología, y esto era lo que más se le resistía. «Pero ¡qué ganas de complicar las cosas!», solía decir a esto. Estudió física y química a historia natural. De la historia natural lo que no le gustaba era aquellos motajos raros que se les da en ella a los animales y las plantas. La fisiología le causaba horror, y renunció a tomar sus lecciones a su hijo. Sólo con ver aquellas láminas que representaban el corazón o los pulmones al desnudo presentábasele la sanguinosa muerte de su marido. «Todo esto es muy feo, hijo mío –le decía–; no estudies médico. Lo mejor es no saber cómo se tienen las cosas de dentro.» ...

En la línea 271
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y vino la muerte, aquella muerte lenta, grave y dulce, indolorosa, que entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño. Murió con su mano en la mano de su hijo, con sus ojos en los ojos de él. Sintió Augusto que la mano se enfriaba, sintió que los ojos se inmovilizaban. Soltó la mano después de haber dejado en su frialdad un beso cálido, y cerró los ojos. Se arrodilló junto al lecho y pasó sobre él la historia de aquellos años iguales. ...

En la línea 271
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y vino la muerte, aquella muerte lenta, grave y dulce, indolorosa, que entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño. Murió con su mano en la mano de su hijo, con sus ojos en los ojos de él. Sintió Augusto que la mano se enfriaba, sintió que los ojos se inmovilizaban. Soltó la mano después de haber dejado en su frialdad un beso cálido, y cerró los ojos. Se arrodilló junto al lecho y pasó sobre él la historia de aquellos años iguales. ...

En la línea 379
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »Esta es la revelación de la eternidad, Orfeo, de la terrible eternidad. Cuando el hombre se queda a solas y cierra los ojos al porvenir, al ensueño, se le revela el abismo pavoroso de la eternidad. La eternidad no es porvenir. Cuando morimos nos da la muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia atrás, hacia el pasado, hacia lo que fue. Y así, sin término, devanando la madeja de nuestro destino, deshaciendo todo el infinito que en una eternidad nos ha hecho, caminando a la nada, sin llegar nunca a ella, pues que ella nunca fue. ...

En la línea 256
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se puso la faja en la herida para contener la hemorragia, que podía producirle la muerte y, juntando todas sus fuerzas, comenzó a nadar en busca de la costa de la isla. ...

En la línea 266
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Reuniendo sus fuerzas abandonó aquella tabla que lo había salvado de una muerte segura, y se dirigió hacia la costa. Avanzó vacilante a través de los bancos de arena y, después de luchar contra las últimas oleadas de la resaca, llegó a la escollera y se dejó caer pesadamente en el suelo. ...

En la línea 328
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán no había sentido nunca una voz tan dulce en sus oídos acostumbrados al estruendo de los cañones y a los gritos de muerte de los combatientes. ...

En la línea 878
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Perro, cuidado con lo que hablas! Tengo un kriss que corta en mil pedazos el cuerpo; tengo tenazas enrojecidas para arrancar la carne en trozos. Hablarás o te haré sufrir de tal modo que pedirás la muerte como un bien. ...

En la línea 574
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Así, pues, señor -dije-, nos da usted simplemente a elegir entre la vida y la muerte, ¿no? ...

En la línea 1074
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El 26 de noviembre, a las tres de la mañana, el Nautilus franqueó el trópico de Cáncer a 172º de longitud. El 27 pasó ante las costas de las islas Sandwich, donde el ilustre Cook halló la muerte el 14 de febrero de 1779. Habíamos recorrido ya cuatro mil ochocientas sesenta leguas desde nuestro punto de partida. Al ascender aquella mañana a la plataforma, pude ver, a unas dos millas a sotavento, Hawaii, la mayor de las siete islas que forman el archipiélago de este nombre. Distinguí con claridad los linderos de sus cultivos, las diversas cadenas montañosas que corren paralelas a la costa y sus volcanes dominados por el Mauna Kea, que se eleva a cinco mil metros sobre el nivel del mar. ...

En la línea 1159
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Una hermosa muerte para un marino -dijo el capitán Nemo -y una tranquila tumba de coral. ¡Quiera el cielo que tanto yo como mis compañeros no tengamos otra! ...

En la línea 1580
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El pulso del herido era intermitente. Comenzaban a enfriarse las extremidades del cuerpo. Comprendí que la muerte se acercaba sin que fuera posible hacer nada por impedirlo. Tras haber vendado al herido, me dirigí al capitán Nemo. ...

En la línea 842
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Supongo que no se puede hacer otra cosa - observó Camila - más que obedecer y marcharnos. Ya es bastante haber podido contemplar, aunque por tan poco tiempo, a la persona que es objeto del amor y del deber de una. Cuando me despierte, por las noches, podré pensar con melancólica satisfacción en esta visita. Me gustaría que Mateo pudiese tener tal consuelo, pero se burla de eso. Estoy decidida a no hacer gala de mis sentimientos, pero es muy duro oírse decir que una desea festejar la muerte de un pariente… , como si una fuese un gigante… , y luego que le ordenen marcharse. ¡Vaya una idea! ...

En la línea 1606
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando el niño llegó a ser un adolescente, se convirtió en un individuo vicioso, manirroto, rebelde… , en fin, en una mala persona. Por fin su padre le desheredó, pero en la hora de la muerte se arrepintió de ello y le dejó bien dotado, aunque no tanto como a la señorita Havisham. ...

En la línea 1713
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pocket se manifestó satisfecho de verme y expresó la esperanza de no haberme sido antipático. 89 - Porque en realidad - añadió mientras su hijo sonreía - no soy un personaje alarmante. Era un hombre de juvenil aspecto, a pesar de sus perplejidades y de su cabello gris, y sus maneras parecían nuy naturales. Uso la palabra «naturales» en el sentido de que carecían de afectación; había algo cómico en su aspecto de aturdimiento, y habría resultado evidentemente ridículo si él no se hubiese dado cuenta de tal cosa. Cuando hubo hablado conmigo un poco, dijo a su esposa, contrayendo con ansiedad las cejas, que eran negras y muy pobladas: - Supongo, Belinda, que ya has saludado al señor Pip. Ella levantó los ojos de su libro y contestó: - Sí. Luego me sonrió distraídamente y me preguntó si me gustaba el sabor del agua de azahar. Como aquella pregunta no tenía relación cercana o remota con nada de lo que se había dicho, creí que me la habria dirigido sin darse cuenta de lo que decía. A las pocas horas observé, y lo mencionaré en seguida, que la señora Pocket era hija única de un hidalgo ya fallecido, que llegó a serlo de un modo accidental, del cual ella pensaba que habría sido nombrado baronet de no oponerse alguien tenazmente por motivos absolutamente personales, los cuales han desaparecido de mi memoria, si es que alguna vez estuvieron en ella - tal vez el soberano, el primer ministro, el lord canciller, el arzobispo de Canterbury o algún otro, - y, en virtud de esa supuesta oposición, se creyó igual a todos los nobles de la tierra. Creo que se armó caballero a sí mismo por haber maltratado la gramática inglesa con la punta de la pluma en una desesperada solicitud, caligrafiada en una hoja de pergamino, con ocasión de ponerse la primera piedra de algún monumento y por haber entregado a algún personaje real la paleta o el mortero. Pero, sea lo que fuere, había ordenado que la señora Pocket fuese criada desde la cuna como quien, de acuerdo con la naturaleza de las cosas, debía casarse con un título y a quien había que guardar de que adquiriese conocimientos plebeyos o domésticos. Tan magnífica guardia se estableció en torno a la señorita, gracias a su juicioso padre, que creció adquiriendo cualidades altamente ornamentales pero, al mismo tiempo, por completo inútiles. Con un carácter tan felizmente formado, al florecer su primera juventud encontró al señor Pocket, el cual también estaba en la flor de la suya y en la indecisión entre alcanzar el puesto de lord canciller en la Cámara de los Lores, o tocarse con una mitra. Como el hacer una u otra cosa era sencillamente una cuestión de tiempo y tanto él como la señora Pocket habían agarrado al tiempo por los cabellos (cuando, a juzgar por su longitud, habría sido oportuno cortárselos), se casaron sin el consentimiento del juicioso padre de ella. Este buen señor, que no tenía nada más que retener o que otorgar que su propia bendición, les entregó cariñosamente esta dote después de corta lucha, e informó al señor Pocket de que su hija era «un tesoro para un príncipe». El señor Pocket empleó aquel tesoro del modo habitual desde que el mundo es mundo, y se supone que no le proporcionó intereses muy crecidos. A pesar de eso, la señora Pocket era, en general, objeto de respetuosa compasión por el hecho de que no se hubiese casado con un título, en tanto que a su marido se le dirigían indulgentes reproches por el hecho de no haber obtenido ninguno. El señor Pocket me llevó al interior de la casa y me mostró la habitación que me estaba destinada, la cual era agradable y estaba amueblada de tal manera que podría usarla cómodamente como saloncito particular. Luego llamó a las puertas de dos habitaciones similares y me presentó a sus ocupantes, llamados Drummle y Startop. El primero, que era un joven de aspecto avejentado y perteneciente a un pesado estilo arquitectónico, estaba silbando. Startop, que en apariencia contaba menos años, estaba ocupado en leer y en sostenerse la cabeza, como si temiera hallarse en peligro de que le estallara por haber recibido excesiva carga de conocimientos. Tanto el señor como la señora Pocket tenían tan evidente aspecto de hallarse en las manos de otra persona, que llegué a preguntarme quién estaría en posesión de la casa y les permitiría vivir en ella, hasta que pude descubrir que tal poder desconocido pertenecía a los criados. El sistema parecía bastante agradable, tal vez en vista de que evitaba preocupaciones; pero parecía deber ser caro, porque los criados consideraban como una obligación para consigo mismos comer y beber bien y recibir a sus amigos en la parte baja de la casa. Servían generosamente la mesa de los señores Pocket, pero, sin embargo, siempre me pareció que habría sido preferible alojarse en la cocina, en el supuesto de que el huésped que tal hiciera fuese capaz de defenderse a sí mismo, porque antes de que hubiese pasado allí una semana, una señora de la vecindad, con quien la familia sostenía relaciones de amistad, escribió que había visto a Millers abofeteando al pequeño. Eso dio un gran disgusto a la señora Pocket, quien, entre lágrimas, dijo que le parecía extraordinario que los vecinos no pudieran contentarse con cuidar de sus asuntos propios. Gradualmente averigüé, y en gran parte por boca de Herbert, que el señor Pocket se había educado en Harrow y en Cambridge, en donde logró distinguirse; pero que cuando hubo logrado la felicidad de casarse 90 con la señora Pocket, en edad muy temprana todavía, había abandonado sus esperanzas para emplearse como profesor particular. Después de haber sacado punta a muchos cerebros obtusos-y es muy curioso observar la coincidencia de que cuando los padres de los alumnos tenían influencia, siempre prometían al profesor ayudarle a conquistar un alto puesto, pero en cuanto había terminado la enseñanza de sus hijos, con rara unanimidad se olvidaban de su promesa -, se cansó de trabajo tan mal pagado y se dirigió a Londres. Allí, después de tener que abandonar esperanzas más elevadas, dio cursos a varias personas a quienes faltó la oportunidad de instruirse antes o que no habían estudiado a su tiempo, y afiló de nuevo a otros muchos para ocasiones especiales, y luego dedicó su atención al trabajo de hacer recopilaciones y correcciones literarias, y gracias a lo que así obtenía, añadidos a algunos modestos recursos que poseía, continuaba manteniendo la casa que pude ver. El señor y la señora Pocket tenía una vecina parecida a un sapo; una señora viuda, de un carácter tan altamente simpático que estaba de acuerdo con todo el mundo, bendecía a todo el mundo y dirigía sonrisas o derramaba lágrimas acerca de todo el mundo, según fueran las circunstancias. Se llamaba señora Coiler, y yo tuve el honor de llevarla del brazo hasta el comedor el día de mi instalación. En la escalera me dio a entender que para la señora Pocket había sido un rudo golpe el hecho de que el pobre señor Pocket se viera reducido a la necesidad de tomar alumnos en su casa. Eso, desde luego, no se refería a mí, según dijo con acento tierno y lleno de confianza (hacía menos de cinco minutos que me la habían presentado) , pues si todos hubiesen sido como yo, la cosa habría cambiado por completo. - Pero la querida señora Pocket - dijo la señora Coiler -, después de su primer desencanto (no porque ese simpatico señor Pocket mereciera el menor reproche acerca del particular), necesita tanto lujo y tanta elegancia… - Sí, señora - me apresuré a contestar, interrumpiéndola, pues temía que se echara a llorar. - Y tiene unos sentimientos tan aristocráticos… - Sí, señora - le dije de nuevo y con la misma intención. - … Y es muy duro - acabó de decir la señora Coiler - que el señor Pocket se vea obligado a ocupar su tiempo y su atención en otros menesteres, en vez de dedicarlos a su esposa. No pude dejar de pensar que habría sido mucho más duro que el tiempo y la atención del carnicero no se hubieran podido dedicar a la señora Pocket; pero no dije nada, pues, en realidad, tenía bastante que hacer observando disimuladamente las maneras de mis compañeros de mesa. Llegó a mi conocimiento, por las palabras que se cruzaron entre la señora Pocket y Drummle, en tanto que prestaba la mayor atención a mi cuchillo y tenedor, a la cuchara, a los vasos y a otros instrumentos suicidas, que Drummle, cuyo nombre de pila era Bentley, era entonces el heredero segundo de un título de baronet. Además, resultó que el libro que viera en mano de la señora Pocket, en el jardín, trataba de títulos de nobleza, y que ella conocía la fecha exacta en que su abuelito habría llegado a ser citado en tal libro, en el caso de haber estado en situación de merecerlo. Drummle hablaba muy poco, pero, en sus taciturnas costumbres (pues me pareció ser un individuo malhumorado), parecía hacerlo como si fuese uno de los elegidos, y reconocía en la señora Pocket su carácter de mujer y de hermana. Nadie, a excepción de ellos mismos y de la señora Coiler, parecida a un sapo, mostraba el menor interés en aquella conversación, y hasta me pareció que era molesta para Herbert; pero prometía durar mucho cuando llegó el criado, para dar cuenta de una desgracia doméstica. En efecto, parecía que la cocinera había perdido la carne de buey. Con el mayor asombro por mi parte, vi entonces que el señor Pocket, sin duda con objeto de desahogarse, hacía una cosa que me pareció extraordinaria, pero que no causó impresión alguna en nadie más y a la que me acostumbré rápidamente, como todos. Dejó a un lado el tenedor y el cuchillo de trinchar, pues estaba ocupado en ello en aquel momento; se llevó las manos al desordenado cabello, y pareció hacer extraordinarios esfuerzos para levantarse a sí mismo de aquella manera. Cuando lo hubo intentado, y en vista de que no lo conseguía, reanudó tranquilamente la ocupación a que antes estuviera dedicado. La señora Coiler cambió entonces de conversación y empezó a lisonjearme. Eso me gustó por unos momentos, pero cargó tanto la mano en mis alabanzas que muy pronto dejó de agradarme. Su modo serpentino de acercarse a mí, mientras fingía estar muy interesada por los amigos y los lugares que había dejado, tenía todo lo desagradable de los ofidios; y cuando, como por casualidad, se dirigió a Startop (que le dirigía muy pocas palabras) o a Drummle (que aún le decía menos), yo casi les envidié el sitio que ocupaban al otro lado de la mesa. Después de comer hicieron entrar a los niños, y la señora Coiler empezó a comentar, admirada, la belleza de sus ojos, de sus narices o de sus piernas, sistema excelente para mejorarlos mentalmente. Eran cuatro 91 niñas y dos niños de corta edad, además del pequeño, que podría haber pertenecido a cualquier sexo, y el que estaba a punto de sucederle, que aún no formaba parte de ninguno. Los hicieron entrar Flopson y Millers, como si hubiesen sido dos oficiales comisionados para alistar niños y se hubiesen apoderado de aquéllos; en tanto que la señora Pocket miraba a aquellos niños, que debían de haber sido nobles, como si pensara en que ya había tenido el placer de pasarles revista antes, aunque no supiera exactamente qué podría hacer con ellos. -Mire - dijo Flopson -, déme el tenedor, señora, y tome al pequeño. No lo coja así, porque le pondrá la cabeza debajo de la mesa. Así aconsejada, la señora Pocket cogió al pequeño de otra manera y logró ponerle la cabeza encima de la mesa; lo cual fue anunciado a todos por medio de un fuerte coscorrón. - ¡Dios mío! ¡Devuélvamelo, señora! - dijo Flopson -. Señorita Juana, venga a mecer al pequeño. Una de las niñas, una cosa insignificante que parecía haber tomado a su cargo algo que correspondía a los demás, abandonó su sitio, cerca de mí, y empezó a mecer al pequeño hasta que cesó de llorar y se echó a reír. Luego todos los niños empezaron a reír, y el señor Pocket (quien, mientras tanto, había tratado dos veces de levantarse a sí mismo cogiéndose del pelo) también se rió, en lo que le imitamos los demás, muy contentos. Flopson, doblando con fuerza las articulaciones del pequeño como si fuese una muñeca holandesa, lo dejó sano y salvo en el regazo de la señora Pocket y le dio el cascanueces para jugar, advirtiendo, al mismo tiempo, a la señora Pocket que no convenía el contacto de los extremos de tal instrumento con los ojos del niño, y encargando, además, a la señorita Juana que lo vigilase. Entonces las dos amas salieron del comedor y en la escalera tuvieron un altercado con el disoluto criado que sirvió la comida y que, evidentemente, había perdido la mitad de sus botones en la mesa de juego. Me quedé molesto al ver que la señora Pocket empeñaba una discusión con Drummle acerca de dos baronías, mientras se comía una naranja cortada a rajas y bañada de azúcar y vino, y olvidando, mientras tanto, al pequeño que tenía en el regazo, el cual hacía las cosas más extraordinarias con el cascanueces. Por fin, la señorita Juana, advirtiendo que peligraba la pequeña cabeza, dejó su sitio sin hacer ruido y, valiéndose de pequeños engaños, le quitó la peligrosa arma. La señora Pocket terminaba en aquel momento de comerse la naranja y, pareciéndole mal aquello, dijo a Juana: - ¡Tonta! ¿Por qué vienes a quitarle el cascanueces? ¡Ve a sentarte inmediatamente! - Mamá querida - ceceó la niñita -, el pequeño podía haberse sacado los ojos. - ¿Cómo te atreves a decirme eso? - replicó la señora Pocket-. ¡Ve a sentarte inmediatamente en tu sitio! - Belinda - le dijo su esposo desde el otro extremo de la mesa -. ¿Cómo eres tan poco razonable? Juana ha intervenido tan sólo para proteger al pequeño. - No quiero que se meta nadie en estas cosas - dijo la señora Pocket-. Me sorprende mucho, Mateo, que me expongas a recibir la afrenta de que alguien se inmiscuya en esto. - ¡Dios mío! - exclamó el señor Pocket, en un estallido de terrible desesperación -. ¿Acaso los niños han de matarse con los cascanueces, sin que nadie pueda salvarlos de la muerte? - No quiero que Juana se meta en esto - dijo la señora Pocket, dirigiendo una majestuosa mirada a aquella inocente y pequeña defensora de su hermanito -. Me parece, Juana, que conozco perfectamente la posición de mi pobre abuelito. El señor Pocket se llevó otra vez las manos al cabello, y aquella vez consiguió, realmente, levantarse algunas pulgadas. - ¡Oídme, dioses! - exclamó, desesperado -. ¡Los pobres pequeñuelos se han de matar con los cascanueces a causa de la posición de los pobres abuelitos de la gente! Luego se dejó caer de nuevo y se quedó silencioso. Mientras tenía lugar esta escena, todos mirábamos muy confusos el mantel. Sucedió una pausa, durante la cual el honrado e indomable pequeño dio una serie de saltos y gritos en dirección a Juana, que me pareció el único individuo de la familia (dejando a un lado a los criados) a quien conocía de un modo indudable. - Señor Drummle - dijo la señora Pocket -, ¿quiere hacer el favor de llamar a Flopson? Juana, desobediente niña, ve a sentarte. Ahora, pequeñín, ven con mamá. El pequeño, que era la misma esencia del honor, contestó con toda su alma. Se dobló al revés sobre el brazo de la señora Pocket, exhibió a los circunstantes sus zapatitos de ganchillo y sus muslos llenos de hoyuelos, en vez de mostrarles su rostro, y tuvieron que llevárselo en plena rebelión. Y por fin alcanzó su objeto, porque pocos minutos más tarde lo vi a través de la ventana en brazos de Juana. 92 Sucedió que los cinco niños restantes se quedaron ante la mesa, sin duda porque Flopson tenía un quehacer particular y a nadie más le correspondía cuidar de ellos. Entonces fue cuando pude enterarme de sus relaciones con su padre, gracias a la siguiente escena: E1 señor Pocket, cuya perplejidad normal parecía haber aumentado y con el cabello más desordenado que nunca, los miró por espacio de algunos minutos, como si no pudiese comprender la razón de que todos comiesen y se alojasen en aquel establecimiento y por qué la Naturaleza no los había mandado a otra casa. Luego, con acento propio de misionero, les dirigió algunas preguntas, como, por ejemplo, por qué el pequeño Joe tenía aquel agujero en su babero, a lo que el niño contestó que Flopson iba a remendárselo en cuanto tuviese tiempo; por qué la pequeña Fanny tenía aquel panadizo, y la niña contestó que Millers le pondría un emplasto si no se olvidaba. Luego se derritió en cariño paternal y les dio un chelín a cada uno, diciéndoles que se fuesen a jugar; y en cuanto se hubieron alejado, después de hacer un gran esfuerzo para levantarse agarrándose por el cabello, abandonó el inútil intento. Por la tarde había concurso de remo en el río. Como tanto Drummle como Startop tenían un bote cada uno, resolví tripular uno yo solo y vencerlos. Yo sobresalía en muchos ejercicios propios de los aldeanos, pero como estaba convencido de que carecía de elegancia y de estilo para remar en el Támesis -eso sin hablar de otras aguas, - resolví tomar lecciones del ganador de una regata que pasaba remando ante nuestro embarcadero y a quien me presentaron mis nuevos amigos. Esta autoridad práctica me dejó muy confuso diciéndome que tenía el brazo propio de un herrero. Si hubiese sabido cuán a punto estuvo de perder el discípulo a causa de aquel cumplido, no hay duda de que no me lo habría dirigido. Nos esperaba la cena cuando por la noche llegamos a casa, y creo que lo habríamos pasado bien a no ser por un suceso doméstico algo desagradable. El señor Pocket estaba de buen humor, cuando llegó una criada diciéndole: - Si me hace usted el favor, señor, quisiera hablar con usted. - ¿Hablar con su amo? - exclamó la señora Pocket, cuya dignidad se despertó de nuevo -. ¿Cómo se le ha ocurrido semejante cosa? Vaya usted y hable con Flopson. O hable conmigo… otro rato cualquiera. - Con perdón de usted, señora - replicó la criada -, necesito hablar cuanto antes y al señor. Por consiguiente, el señor Pocket salió de la estancia y nosotros procuramos entretenernos lo mejor que nos fue posible hasta que regresó. - ¡Ocurre algo muy gracioso, Belinda! - dijo el señor Pocket, con cara que demostraba su disgusto y su desesperación -. La cocinera está tendida en el suelo de la cocina, borracha perdida, con un gran paquete de mantequilla fresca que ha cogido de la despensa para venderla como grasa. La señora Pocket demostró inmediatamente una amable emoción y dijo: - Eso es cosa de esa odiosa Sofía. - ¿Qué quieres decir, Belinda? - preguntó el señor Pocket. - Sofía te lo ha dicho - contestó la señora Pocket -. ¿Acaso no la he visto con mis propios ojos y no la he oído por mí misma cuando llegó con la pretensión de hablar contigo? -Pero ¿no te acuerdas de que me ha llevado abajo, Belinda? - replicó el señor Pocket -. ¿No sabes que me ha mostrado a esa borracha y también el paquete de mantequilla? - ¿La defiendes, Mateo, después de su conducta? - le preguntó su esposa. El señor Poocket se limitó a emitir un gemido de dolor - ¿Acaso la nieta de mi abuelo no es nadie en esta casa? - exclamó la señora Pocket. - Además, la cocinera ha sido siempre una mujer seria y respetuosa, y en cuanto me conoció dijo con la mayor sinceridad que estaba segura de que yo había nacido para duquesa. Había un sofá al lado del señor Pocket, y éste se dejó caer en él con la actitud de un gladiador moribundo. Y sin abandonarla, cuando creyó llegada la ocasión de que le dejase para irme a la cama, me dijo con voz cavernosa: - Buenas noches, señor Pip. ...

En la línea 1770
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... ¡Presumido! ¡Qué embustero eras! ¡Jamás me encontré con otro que lo fuese tanto como tú! -Y antes de dejar a su último amigo en su sitio, el señor Wemmick se llevó la mano a la mayor de sus sortijas negras, añadiendo -: La hizo comprar para mí el día antes de su muerte. ...

En la línea 253
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »¿Qué misterio es éste? ¿Dónde está la clave del enigma? La cosa no puede estar más clara: ella no se vendería jamás por sí misma, por su bienestar, ni siquiera por librarse de la muerte. Pero lo hace por otro; se vende por un ser querido. He aquí explicado el misterio: se dispone a venderse por su madre y por su hermano… Cuando se llega a esto, incluso violentamos nuestras más puras convicciones. La persona pone en venta su libertad, su tranquilidad, su conciencia. 'Perezca yo con tal que mis seres queridos sean felices.' Es más, nos elaboramos una casuística sutil y pronto nos convencemos a nosotros mismos de que nuestra conducta es inmejorable, de que era necesaria, de que la excelencia del fin justifica nuestro proceder. Así somos. La cosa está clara como la luz. ...

En la línea 428
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof estaba cerca de la suya. Entró en ella como un condenado a muerte. No intentó razonar. Además, no habría podido. ...

En la línea 450
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Oye ‑dijo el estudiante, cada vez más acalorado‑, quiero exponerte una cuestión seria. Naturalmente, he hablado en broma, pero escucha. Por un lado tenemos una mujer imbécil, vieja, enferma, mezquina, perversa, que no es útil a nadie, sino que, por el contrario, es toda maldad y ni ella misma sabe por qué vive. Mañana morirá de muerte natural… ¿Me sigues? ¿Comprendes? ...

En la línea 452
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Continúo. Por otro lado tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de sostén, por todas partes, a miles. Cien, mil obras útiles se podrían mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas… , todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca. ...

En la línea 155
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En resumen, el general es presa de la mayor inquietud. ¡Se comprende la importancia que puede tener para él en estos momentos un telegrama anunciando la muerte de la abuela! ...

En la línea 465
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Por esa vieja bruja de Moscú… . por la abuela, que no se decide a morir, a pesar de que se espera el telegrama anunciando su muerte. ...

En la línea 758
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dejé a la abuela, medio atontada. Intentaba imaginar lo que iba a ser ahora de todas nuestras gentes y qué cariz tomarían las cosas. Veía claramente que ellos no habían vuelto aún en sí —el general sobre todo de la primera impresión. La aparición de la abuela en vez del telegrama esperado, de hora en hora, anunciando su muerte y, por consiguiente, la herencia —había trastornado hasta tal punto todos los proyectos, todas las decisiones tomadas, que ahora contemplaban con una verdadera perplejidad y un estupor general sus ulteriores proezas de ruleta. Sin embargo, este segundo hecho tenía casi más importancia que el primero. La abuela había declarado por dos veces que no daría dinero al general, pero ¿quién sabe?… No había que perder todavía la esperanza. Des Grieux, complicado en todos los asuntos del general, no daba por perdida la partida. Seguro estoy de que, aun en un caso desesperado, la señorita Blanche, igualmente muy interesada —tenía por qué ser generala y recoger una herencia importante—, hubiese empleado todas las seducciones de la coquetería con la abuela, en contraste con esa orgullosa Paulina, tontuela que no sabía mimar. ...

En la línea 908
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es verdad que al marcharse salvaba su fortuna. Pero ¿qué iba a ser del general? ¿Quién pagaría a Des Grieux? La señorita Blanche, naturalmente, no esperaría la muerte de la abuela y se marcharía seguramente con el pequeño príncipe o con cualquier pretendiente. Todos se esforzaban en consolar a la inquieta señora. Paulina estaba de nuevo ausente. ...

En la línea 674
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al principiar el año 1821 anunciaron los periódicos la muerte del señor Myriel, obispo de D., llamado monseñor Bienvenido, que había fallecido en olor de santidad a la edad de ochenta y dos años. ...

En la línea 679
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El anuncio de su muerte fue reproducido por el periódico local de M. y el señor Magdalena se vistió a la mañana siguiente todo de negro y con crespón en el sombrero. ...

En la línea 1004
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Algunas veces estas dos ideas disentían; y entonces el hombre conocido como Magdalena no dudaba en sacrificar la primera a la segunda, su seguridad a su virtud. Así, a pesar de toda su prudencia, había conservado los candelabros del obispo, había llevado luto por su muerte, había interrogado a los saboyanos que pasaban, había pedido informes sobre las familias de Faverolles, y había salvado la vida del viejo Fauchelevent, a pesar de las terribles insinuaciones de Javert. ...

En la línea 76
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aquel primer robo demostró que Buck podía sobrevivir en el hostil territorio del norte. Era la prueba de su capacidad de adaptación, de acomodación a las circunstancias cambiantes, cuya ausencia habría significado una muerte rápida y terrible. Indicó, además, el descenso, o mejor aún la quiebra, de sus principios morales, inútiles ahora y una rémora en la despiadada lucha por la existencia. El respeto por la propiedad privada y los sentimientos personales estaban muy bien en las regiones meridionales bajo el imperio de la ley del amor y la fraternidad, pero en el norte, donde prevalecía la ley del garrote y el colmillo, era un necio quien tuviera en cuenta tales cosas, y en la medida en que las acatase no lograría salir adelante. ...

En la línea 83
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por su parte, posiblemente porque adivinaba que Buck era un peligroso rival, Spitz nunca perdía la oportunidad de enseñarle los dientes. Incluso hacía lo imposible por bravuconear ante él, esforzándose constantemente por iniciar una pelea que sólo podría acabar con la muerte de uno de los dos. A poco de emprendido el viaje, tal cosa pudo haber ocurrido, de no ser por un inesperado accidente. Al final de aquel día habían instalado un precario campamento a orillas del lago Le Barge. Una violenta nevada, el viento, que cortaba como una cuchilla al rojo vivo, y la oscuridad los habían forzado a buscar a ciegas un lugar de acampada. Dificilmente podrían haber encontrado uno peor. A sus espaldas se levantaba una pared perpendicular de roca, y Perrault y François no tuvieron más remedio que hacer la hoguera y tender los sacos de dormir sobre el mismo hielo del lago. Se habían deshecho de la tienda en Dyea con el fin de viajar ligeros de peso. Unas pocas tablas sobrantes les proporcionaron un fuego que se hundió al derretirse el hielo dejándolos a oscuras para cenar. ...

En la línea 108
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Durante los días que siguieron, a medida que se iban acercando a Dawson, Buck continuó interponiéndose entre Spitz y los transgresores, pero lo hacía con astucia, cuando François no andaba por allí. Con el encubierto amotinamiento de Buck, surgió y fue aumentando una insubordinación general. Dave y Sol-leks permanecieron al margen, pero el resto del tiro iba de mal en peor. Las cosas ya no funcionaban como debían. Se producían peleas y crispaciones continuas. Había siempre un conflicto en gestación, y en su origen estaba Buck. François permanecía atento, pues temía la lucha a muerte que tarde o temprano había de tener lugar entre los dos perros; y más de una noche, el ruido de una riña lo hizo salir de su saco de dormir, temeroso de que fueran Buck y Spitz los que se hubieran enzarzado. ...

En la línea 116
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Hay un momento de éxtasis que marca la culminación de una existencia y más allá del cual ésta ya no puede elevarse. Y la paradoja existencial consiste en que, pese a sobrevenirle cuando más vivo está el sujeto, le llega cuando ha olvidado por completo que lo está. Este éxtasis, esta inconsciencia de estar vivo, le ocurre al artista., absorbido y enajenado por una intensa pasión; al soldado que, poseído de bélico ardor en un campamento sitiado, se niega a rendirse; y le sobrevino a Buck mientras iba al frente de la jauría emitiendo el inmemorial aullido del lobo, esforzándose al límite de sus fuerzas por atrapar aquel alimento que estaba vivo y huía a toda velocidad, iluminado por la luna. Estaba sondeando las profundidades de su naturaleza y de aquellos elementos de su naturaleza que surgían de honduras más profundas, que se remontaban a las entrañas del tiempo. Prevalecía en él la pura irrupción de la vida, la marea de existir, el perfecto goce de cada músculo, de cada articulación y de cada uno de sus tendones, por el hecho de que todo esto era la otra cara de la muerte, delirio y desenfreno expresado en el movimiento, en la carrera exultante bajo las estrellas y sobre aquella superficie de materia inerte. ...

En la línea 189
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Si esta operación se efectuase súbitamente, produciría un trastorno mental tan profundo que podría sobrevenir la ruptura de un vaso y la enajenación irremediable o la muerte; pero si paulatinamente la memoria va atando su disperso haz, sólo produce trastornos relativos… Sin embargo -había añadido-, pues que usted desea toda la verdad, le diré que, aun así, un organismo débil pocas veces sobrevive a la recuperación total de sus recuerdos. En el caso de la esposa de usted, nada quiero vaticinar. Sólo afirmaré que su juventud es la mejor garantía» ...

En la línea 191
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Era más que natural: la salud de «Luisa» significaría algo atroz, algo que cada vez me atrevía menos a considerar; significaría, sencillamente, la muerte de Blanca. ...

En la línea 192
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Mi Blanca idolatrada, el único ser que me había amado en la vida, se desvanecería para siempre, como el más sutil de los fantasmas, como el más inconsistente de los sueños. Su muerte sería más terrible que la muerte fisiológica, pues que en ésta aún nos queda la esperanza, la fe en una supervivencia que nos permita en otros planos de la Eterna Realidad encontrar a los que amamos… ...

En la línea 192
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Mi Blanca idolatrada, el único ser que me había amado en la vida, se desvanecería para siempre, como el más sutil de los fantasmas, como el más inconsistente de los sueños. Su muerte sería más terrible que la muerte fisiológica, pues que en ésta aún nos queda la esperanza, la fe en una supervivencia que nos permita en otros planos de la Eterna Realidad encontrar a los que amamos… ...

En la línea 616
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Quien de lejos divisara aquella pareja, mancebo galán y lozana doncellita, departiendo solos en la vega frondosa, tomáralos, a buen seguro, por enamorados novios; y no creyera que hablaban de dolor y muerte, sino de amor, que es la vida misma. Artegui, de pie, se veía claramente en los garzos ojos que hacia él alzaba Lucía, ojos que, a pesar de la obscuridad del cielo, parecían salpicados de pajuelas luminosas. ...

En la línea 618
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Muriendo. El dolor no concluye sino en la muerte: sólo la muerte burla a la fuerza creedora que goza en engendrar para atormentar después a su infeliz progenitura. ...

En la línea 618
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Muriendo. El dolor no concluye sino en la muerte: sólo la muerte burla a la fuerza creedora que goza en engendrar para atormentar después a su infeliz progenitura. ...

En la línea 803
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Regalada frescura subía del agua. Era la nota característica del paisaje, dulce melancolía, blando adormecimiento, el reposo de la madre Naturaleza cuando, fatigada de la continua gestación del estío, se prepara al sopor invernal. Lucía había dejado de ser niña; los objetos exteriores le hablaban ya elocuentemente, y comenzaba a escucharlos; el parque la sumía en vaga contemplación. Su alma parecía desasirse del cuerpo, como se desase del tronco la hoja, y vagar como ella sin objeto ni dirección, entregada a la delicia del anonadamiento, al dulzor de no sentirse existir. ¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas; la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser! Cuando tales ideas en tropel se le venían a la mente, un pajarillo descendía de un árbol, y oíase el batir de sus alas en el aire. Andaba algún tiempo a brincos por las calles de arena rebotando en las hojas secas; al acercársele Lucía daba de pronto un voleteo yendo a posarse en la cima más alta de las acacias rumorosas. ...

En la línea 549
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -De la muerte, consiento -dijo Picaporte ; pero del amor, nunca. ¡Vaya mujer fea! ...

En la línea 597
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Huérfana, fue casada a pesar suyo con ese viejo rajá de Bundelkund. Tres meses después enviudó, y sabiendo la suerte que le esperaba se escapó, fue alcanzada en su fuga, y los parientes del rajá, que tenían interés en su muerte, la condenaron a este suplicio, del cual era difícil que escapara. ...

En la línea 638
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aquel era el momento preciso. Hubo como una resurrección en la multitud adormecida. Los grupos se animaron. Había llegado para la desdichada víctima la hora de la muerte. ...

En la línea 651
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¡Era Picaporte mismo quien se había deslizado hasta la hoguera en medio del denso humo! ¡Era Picaporte quien, aprovechando la oscuridad que reinaba todavía, había libertado a la joven de la muerte! ¡Era Picaporte quien, haciendo su papel con atrevida audacia, pasaba en medio del espanto general! ...


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Muerte

Cómo se escribe muerte o muerrte?

Más información sobre la palabra Muerte en internet

Muerte en la RAE.
Muerte en Word Reference.
Muerte en la wikipedia.
Sinonimos de Muerte.

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