Cual es errónea Miraban o Miravan?
La palabra correcta es Miraban. Sin Embargo Miravan se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino miravan es que hay un Intercambio de las letras b;v con respecto la palabra correcta la palabra miraban
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Sinonimos de Miraban.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Miraban
Cómo se escribe miraban o mirraban?
Cómo se escribe miraban o miravan?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece miraban
La palabra miraban puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1560
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte. ...
En la línea 1994
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los espectadores más inmediatos miraban los naipes a cada uno por encima del hombro para convencerse de que jugaba bien. ...
En la línea 2038
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sin gran esfuerzo hubiera echado a correr; pero se quedó, creyendo que todos lo miraban a hurtadillas. ...
En la línea 2167
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos lo miraban de reojo, pero jamás oyó desde los campos cercanos al camino una palabra de insulto. ...
En la línea 397
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero el aperador, al pensar en los cortijos del llano no se mostraba tan optimista como el viejo. Los gañanes vivían también en la miseria y sufrían hambre, pero no eran gente tan noble y resignada como la del monte, que se conservaba pura en su aislamiento. Tenían los vicios de la aglomeración, eran desconfiados, veían enemigos en todas partes. A él mismo, que los trataba como hermanos de pobreza y muchas veces se exponía a que el amo le regañase por favorecerles, le miraban con odio, como si fuese un enemigo. Y sobre todo, eran holgazanes y había que azuzarlos como si fuesen esclavos. ...
En la línea 550
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra se fijó en las caras de aquellas gentes que le miraban con curiosidad, suspendiendo por un instante su comida, manteniendo inmóviles las manos con la cuchara en alto. ...
En la línea 850
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los viñadores más jóvenes miraban con desprecio el cirio regalado, y apoyándolo cerca del vientre, lo movían con cinismo, apuntando a lo alto. ...
En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...
En la línea 3774
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y la voz del rey estaba temblorosa de cólera; todos miraban y escu chaban con asombro, sin comprender nada de lo que pasaba. ...
En la línea 6960
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los dos mosqueteros se encontraron en la puerta; Athos y D'Ar tagnan los miraban por la ventana. ...
En la línea 7005
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En aquella sala de espera había cinco o seis guardias del señor car dernal que, al reconocer a D'Artagnan y sabiendo que era él quien ha bía herido a Jussac, lo miraban sonriendo de manera singular. ...
En la línea 10523
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Estos cuyos nombres acababan de ser pronunciados miraban al ex tranjero con asombro, y a lostres les parecía reconocerlo. ...
En la línea 2646
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aunque sabía de sobra quién yo era, tendió una mano amistosa al errante misionero hereje, exponiéndose con tal conducta a los agrios reparos de los curas del país, gente de pocos alcances, que me miraban de reojo cada vez que pasaba junto a los corrillos de la _Plaza_, donde, vestidos con sus largos manteos y tocados con la feísima teja, se reunían para murmurar. ...
En la línea 4757
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Y no era eso todo: donde quiera que iba le miraban como faccioso, y los nacionales le apaleaban. ...
En la línea 6532
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ambos se miraban con indecible desconfianza y rencor. ...
En la línea 775
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. ...
En la línea 1559
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón, con que satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa que no daba espacio de un bocado al otro, pues antes los engullía que tragaba; y, en tanto que comía, ni él ni los que le miraban hablaban palabra. ...
En la línea 1670
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. ...
En la línea 1971
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esto, les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en más admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban. ...
En la línea 1826
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... s decía yo que ¿cómo era que ellos, habitantes del país, no estudiaban las causas de los terremotos y de los volcanes? ¿Por qué ciertos manantiales eran calientes y otros fríos? ¿Por qué había montañas en Chile, y ni una colina en la Plata? Estas sencillas preguntas dejaban con la boca abierta al mayor número, y no faltaban personas (como todavía las hay en Inglaterra, que viven un siglo atrasados) que miraban estos estudios como inútiles e impíos: Dios ha hecho las montañas tales como las vemos, y eso debe bastarnos. ...
En la línea 1075
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los chicos de la calle la miraban como el hombre que besaba a doña Camila; la cogían por un brazo y querían llevársela no sabía a dónde. ...
En la línea 2398
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los socios antiguos miraban la biblioteca como si estuviera pintada en la pared. ...
En la línea 2455
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los socios antiguos no hacían caso, ni levantaban los ojos; los nuevos, espantados, miraban al techo y a las paredes esperando ver desmoronarse el edificio. ...
En la línea 2659
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hablar con Ronzal, verle a él animado, decidor, disparatando con gran energía y entusiasmo, y notar que sus ojos no se movían, ni expresaban nada de aquello, sino que miraban fijos con el pasmo y la desconfianza de los animales del monte, daba escalofríos. ...
En la línea 241
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ahora le miraban fijos, a él, sólo a él. ...
En la línea 737
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Era el único que parecía acordarse de la existencia de Rosaura, sin duda porque ésta también tenía novela. Con una discreción sonriente procuraba mencionar a la argentina, valiéndose de los más diversos pretextos, y a 1 , mismo tiempo sus ojos de pupilas claras, con las córneas un poco purpúreas, miraban al joven como diciéndole: «Lo sé todo y envidio su buena suerte.» ...
En la línea 1039
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Quedó Claudio indeciso ante las insinuaciones de su antiguo tutor. En realidad, no había hablado jamás de casamiento con Estela. Como se tuteaban desde niños y existía entre ellos una confianza de camaradas, podían conversar de todo, cual si sus destinos tuvieran una finalidad común, pero sin concretar nunca el carácter de tales destinos. Se miraban sonrientes se estrechaban las manos, tenían en sus palabras y movimientos una confianza igual a la de los muchachos que se entregan juntos a sus juegos; mas nunca habían hablado concretamente de amor. ¡Notaba él tal distancia entre sus conversaciones con Estela y otras desarrolladas en un hermoso jardín frente al Mediterráneo!… ...
En la línea 1048
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Acompañando a Estela se dejó tomar Borja poco a poco por el engranaje de esta -doble existencia vana y representativa. Comió todas las noches ' en una Embajada o asistió a un baile, viéndose rodeado de gentes frívolas y solemnes, respetuosas de las jerarquías hasta la superstición, las cuales lo miraban con nuevos ojos al saber que era futuro yerno de su excelencia Bustamante. ...
En la línea 1073
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La presencia del príncipe de la Iglesia estorbaba esta noche la confraternidad con los diplomáticos acreditados en el Quirinal y ciertas gentes extremadamente mundanales que otros días Invitaba Enciso. El único a quien no conocía su eminencia era Borja, y el dueño de la casa lo presentó a este sacerdote delgado, pálido de pómulos salientes, frente alta y ojos de cuencas profundas que miraban con una expresión alternativamente grave o maliciosa. ...
En la línea 263
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los periodistas de la capital iban detrás de él pidiéndole interviús, y hasta lo adulaban, hablando con entusiasmo de varios libros profesionales que llevaba publicados y nadie había leído. Personas que le miraban siempre con menosprecio hacían detener en la calle su automóvil universitario en figura de lechuza. ...
En la línea 291
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se fue tranquilizando al notar que las damas solo se fijaban en el fondo del patio, ocupado únicamente por las mujeres. Los guerreros de la Guardia, siempre con una mano en la empuñadura de la espada y acariciándose con la otra sus rizosas melenas, miraban a lo alto, sonriendo a las señoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y sus velos. Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban a estas miradas con guiños, que equivalían a frases amorosas, evitando el ser vistas por las ceñudas matronas sentadas a su lado. Este espectáculo frívolo, que un día antes habría sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora con honda sensación de ternura. ...
En la línea 988
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Las señoras se asustaron al ver aquellos dos ojos enormes que las miraban con agresiva fijeza. Pero Golbasto y Momaren, que tenían la cólera larga e implacable de los débiles cuando sienten herida su vanidad, continuaban manejando en colaboración su arma y tiraron un furioso lanzazo a uno de los ojos que llenaban las ventanas. ...
En la línea 1187
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tuvo que retroceder Flimnap a la capital, paseando por sus principales avenidas mientras esperaba con impaciencia la hora de la sesión del Senado. El despego que le mostraban las gentes había ido en aumento, convirtiéndose en franca impopularidad. Los que el día anterior fingían no verle le miraban ahora con una fijeza hostil. Su decadencia iba unida a la del pobre Hombre-Montaña. ...
En la línea 266
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El tiempo se les puso muy malo, y en todo el trayecto hasta Barcelona no cesó de llover. Arrimados marido y mujer a la ventanilla, miraban la lluvia, aquella cortina de menudas líneas oblicuas que descendían del Cielo sin acabar de descender. Cuando el tren paraba, se sentía el gotear del agua que los techos de los coches arrojaban sobre los estribos. Hacía frío, y aunque no lo hiciera, los viajeros lo tendrían sólo de ver las estaciones encharcadas, los empleados calados y los campesinos que venían a tomar el tren con un saco por la cabeza. Las locomotoras chorreaban agua y fuego juntamente, y en los hules de las plataformas del tren de mercancías se formaban bolsas llenas de agua, pequeños lagos donde habrían podido beber los pájaros, si los pájaros tuvieran sed aquel día. ...
En la línea 279
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Nada… no era nada. Él la miraba y se ponía serio. Parecía que le adivinaba el pensamiento, y ella tenía tal expresión en sus ojos y en su sonrisilla picaresca, que casi casi se podía leer en su cara la palabra que andaba por dentro. Se miraban, se reían, y nada más. Para sí dijo la esposa: «a su tiempo maduran las uvas. Vendrán días de mayor confianza, y hablaremos… y sabré si hay o no algún hueverito por ahí». ...
En la línea 486
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guillermina entraba en aquella casa como en la suya, sin etiqueta ni cumplimiento alguno. Ya tenía su lugar fijo en el gabinete de Barbarita, una silla baja; y lo mismo era sentarse que empezar a hacer media o a coser. Llevaba siempre consigo un gran lío o cesto de labor, calábase los anteojos, cogía las herramientas, y ya no paraba en toda la noche. Hubiera o no en las otras habitaciones gente de cumplido, ella no se movía de allí ni tenía que ver con nadie. Los amigos asiduos de la casa, como el marqués de Casa-Muñoz, Aparisi o Federico Ruiz, la miraban ya como se mira lo que está siempre en un mismo sitio y no puede estar en otro. Los de fuera y los de dentro trataban con respeto, casi con veneración, a la ilustre señora, que era como una figurita de nacimiento, menuda y agraciada, la cabellera con bastantes canas, aunque no tantas como la de Barbarita, las mejillas sonrosadas, la boca risueña, el habla tranquila y graciosa, y el vestido humildísimo. ...
En la línea 541
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Oye—le dijo en secreto Guillermina, deteniéndola, y ambas se miraban con picardía;—con veinte duros que le sonsaques hay bastante». ...
En la línea 738
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo Tom una buena comida, aunque se daba cuenta de que centenares de ojos seguían cada bocado hasta sus labios y le miraban mientras lo comía, con un interés que no habría sido mas intenso si se hubiera tratado de un mortífero explosivo y hubieran esperado que volara el rey lanzando sus miembros por el recinto. Cuidaba Tom de no apresurarse y también cuidaba de no hacer nada por sí mismo, sino de esperar a que el funcionario competente se arrodillara ante él y lo hiciera. Salió del paso sin un error: ¡impecable y preciado triunfo! ...
En la línea 1071
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No miraban ni a derecha ni a izquierda ni prestaban atención a nuestros personajes, a quienes parecían no ver siquiera. Eduardo VI se preguntó si el espectáculo de un rey camino de la cárcel habría sido contemplado alguna vez con tan sorprendente indiferencia. No tardó el alguacil en llegar a un mercado desierto, que se dispuso a cruzar, mas cuando llegó al centro de él, Hendon le puso la mano en el hombro y le dijo en voz bajá: ...
En la línea 689
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Entró la muchacha llevando el cesto del planchado de Augusto. Quedáronse mirándose, y ella, la pobre, sintió que se le encendía el rostro, pues nunca cosa igual le ocurrió en aquella casa en tantas veces como allí entró. Parecía antes como si el señorito ni la hubiese visto siquiera, lo que a ella, que creía conocerse, habíala tenido inquieta y hasta mohína. ¡No fijarse en ella! ¡No mirarla como la miraban otros hombres! ¡No devorarla con los ojos, o más bien lamerle con ellos los de ella y la boca y la cara toda! ...
En la línea 2770
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En ausencia del capitán Nemo, Conseil y yo embarcamos en el bote y nos dirigimos a tierra. La naturaleza del suelo era la misma, volcánica. Por todas partes, vestigios de lava, de escorias, de basaltos, sin que se hiciera visible el cráter que los había vomitado. Allí, como en el lugar que habíamos recorrido con anterioridad, miríadas de pájaros animaban aquella zona del continente polar. Pero en esa parte los pájaros compartían su imperio con grandes manadas de mamíferos marinos que nos miraban con sus ojos mansos. Eran focas de diversas especies, unas extendidas sobre el suelo, otras echadas sobre bloques de hielo a la deriva, mientras otras salían o entraban en el mar. Por no haber visto jamás al hombre, no huían al acercarnos. A la vista de tan gran número calculé que allí había materia de provisión para varios centenares de barcos. ...
En la línea 3351
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El canadiense, Conseil y yo no podíamos hacer otra cosa que obedecer. Una quincena de marineros del Nautilus rodeaban al capitán y miraban con un implacable sentimiento de odio al navío que avanzaba hacia ellos. Se sentía que el mismo espíritu de venganza animaba a todos aquellos hombres. ...
En la línea 492
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde luego, no lo vi todo en los primeros momentos, aunque sí pude notar mucho más de lo que se creería, y advertí también que todo lo que tenía delante, y que debía de haber sido blanco, lo fue, tal vez, mucho tiempo atrás, porque había perdido su brillo, tomando tonos amarillentos. Además, noté que la novia, vestida con traje de desposada, había perdido el color, como el traje y las flores, y que en ella no brillaba nada más que sus hundidos ojos. Al mismo tiempo, observé que aquel traje cubrió un día la redondeada figura de una mujer joven y que ahora se hallaba sobre un cuerpo reducido a la piel y a los huesos. Una vez me llevaron a ver unas horrorosas figuras de cera en la feria, que representaban no sé a quién, aunque, desde luego, a un personaje, que yacía muerto y vestido con traje de ceremonia. Otra vez, también visité una de las iglesias situadas en nuestros marjales, y allí vi a un esqueleto reducido a cenizas, cubierto por un rico traje y al que desenterraron de una bóveda que había en el pavimento de la iglesia. Pero en aquel momento la figura de cera y el esqueleto parecían haber adquirido unos ojos oscuros que se movían y que me miraban. Y tanto fue mi susto, que, de haber sido posible, me hubiese echado a llorar. ...
En la línea 1117
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La policía mandada de Londres frecuentó los alrededores de la casa por espacio de una o dos semanas e hizo todo cuanto yo había oído y leído con referencia a casos semejantes. Prendieron a varios inocentes, siguieron pistas falsas y persistieron en hacer concordar las circunstancias con las ideas, en vez de tratar de deducir ideas de las circunstancias. También frecuentaron bastante Los Tres Alegres Barqueros, llenando de admiración a los parroquianos, que los miraban con cierta reserva; y tenían un modo misterioso de beber, que casi valía tanto como si hubiesen prendido al culpable. Pero ello no equivalió a tal éxito, porque no consiguieron descubrir al criminal. ...
En la línea 1314
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Imposible decir el trabajo que le costó a Biddy tratar de dar a mi hermana alguna idea de lo sucedido. Según creo, tales esfuerzos fracasaron por completo. La enferma se echó a reír y meneó la cabeza muchas veces, y hasta, imitando a Biddy, repitió las palabras «Pip» y «riqueza». Pero dudo de que comprendiese siquiera lo que decía, lo cual da a entender que no tenía ninguna confianza en la claridad de su mente. Nunca lo habría creído de no haberme ocurrido, pero el caso es que mientras Joe y Biddy recobraban su habitual alegría, yo me ponía cada vez más triste. Desde luego, no porque estuviera disgustado de mi fortuna; pero es posible que, aun sin saberlo, hubiese estado disgustado conmigo mismo. Sea lo que fuere, estaba sentado con el codo apoyado en la rodilla y la cara sobre la mano, mirando al fuego mientras mis dos compañeros seguían hablando de mi marcha, de lo que harían sin mí y de todo lo referente al cambio. Y cada vez que sorprendía a uno de ellos mirándome, cosa que no hacían con tanto agrado (y me miraban con frecuencia, especialmente Biddy), me sentía ofendido igual que si expresasen alguna desconfianza en mí. Aunque bien sabe Dios que no lo dieron a entender con palabras ni con signos. En tales ocasiones, yo me levantaba y me iba a mirar a la puerta, porque la de nuestra cocina daba al exterior de la casa y permanecía abierta durante las noches de verano para ventilar la habitación. Las estrellas hacia las cuales yo levantaba mis ojos me parecían pobres y humildes por el hecho de que brillasen sobre los rústicos objetos entre los cuales había pasado mi vida. ...
En la línea 1686
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Pocket estaba sentada en una silla de jardín y debajo de un árbol, leyendo, con las piernas apoyadas sobre otra silla; las dos amas de la señora Pocket miraban alrededor mientras los niños jugaban. ...
En la línea 873
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, la ejecución de este plan presentaba grandes dificultades. Durante más de media hora se limitó a errar por el malecón del canal, inspeccionando todas las escaleras que conducían al agua. En ninguna podía llevar a la práctica su propósito. Aquí había un lavadero lleno de lavanderas, allí varias barcas amarradas a la orilla. Además, el malecón estaba repleto de transeúntes. Se le podía ver desde todas partes, y a quien lo viera le extrañaría que un hombre bajara las escaleras expresamente para echar una cosa al agua. Por añadidura, los estuches podían quedar flotando, y entonces todo el mundo los vería. Lo peor era que las personas con que se cruzaba le miraban de un modo singular, como si él fuera lo único que les interesara. «¿Por qué me mirarán así? ‑se decía‑. ¿O todo será obra de mi imaginación?» ...
En la línea 1830
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Tanto la hermana como la madre miraban a Rasumikhine con tierna gratitud, como si tuviesen ante sí a la misma Providencia. Sabían por Nastasia lo que había sido para Rodia, durante toda la enfermedad, aquel «avispado joven», como Pulquería Alejandrovna Raskolnikof le llamó aquella misma noche en una conversación íntima que sostuvo con su hija Dunia. ...
En la línea 2033
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Las dos damas subieron lentamente detrás de Rasumikhine. Cuando llegaron al cuarto piso advirtieron que la puerta del departamento de la patrona estaba entreabierta y que a través de la abertura, desde la sombra, las miraban dos ojos negros. Cuando estos ojos se encontraron con los de ellas, la puerta se cerró tan ruidosamente, que Pulqueria Alejandrovna estuvo a punto de lanzar un grito de terror. ...
En la línea 2616
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De súbito le pareció que la puerta del dormitorio estaba entreabierta y que alguien se reía allí también. Creyó oír un cuchicheo y se enfureció. Empezó a golpear la cabeza de la vieja con todas sus fuerzas, pero a cada hachazo redoblaban las risas y los cuchicheos en la habitación vecina, y lo mismo podía decirse de la vieja, cuya risa había cobrado una violencia convulsiva. Raskolnikof intentó huir, pero el vestíbulo estaba lleno de gente. La puerta que daba a la escalera estaba abierta de par en par, y por ella pudo ver que también el rellano y los escalones estaban llenos de curiosos. Con las cabezas juntas, todos miraban, tratando de disimular. Todos esperaban en silencio. Se le oprimió el corazón. Las piernas se negaban a obedecerle; le parecía tener los pies clavados en el suelo… Intentó gritar y se despertó. ...
En la línea 716
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se hablaba de la abuela y se la señalaba. Muchos pasaban por su lado para poderla contemplar mejor. Mr. Astley hablaba de ella con dos compatriotas. Algunas majestuosas damas, muy sorprendidas, la miraban como a un fenómeno. Des Grieux prodigaba cumplidos y sonrisas. ...
En la línea 810
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En el casino aguardaban ya a la abuela, y le tenían reservado el mismo sitio de antes, al lado del croupier. No me cabe duda de que aquellos croupiers —aquellas gentes indignas, que tienen el aspecto de funcionarios a los que no interesa si la banca gana o pierde— no son en el fondo tan indiferentes a las pérdidas de la banca como aparentan. Obran así para atraer a los jugadores y defender, del mejor modo posible, los intereses de la administración, lo que les vale primas y gratificaciones. Por lo menos, a la abuela la miraban ya como a su víctima. ...
En la línea 717
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Es imposible aguardar un cuarto de hora -dijo Magdalena a los aldeanos que miraban-. Todavía hay espacio debajo del carro para que se meta allí un hombre y la levante con su espalda. Es sólo medio minuto y alcanza a salir ese pobre. ¿Hay alguien que tenga hombros fuertes y corazón? Ofrezco cinco luises de oro. ...
En la línea 773
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al principio Fantina no se atrevía a salir a la calle. Cuando la veían, la apuntaban con el dedo, todos la miraban y nadie la saludaba. El desprecio áspero y frío penetraba en su carne y en su alma como un hielo. ...
En la línea 198
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando acabaron la carga, aún reducida a la mitad, seguía siendo tremenda. Charles y Hal salieron al anochecer y compraron seis perros más, que, sumados a los seis del equipo original, más Teek y Koona (los huskies comprados en Rink Rapids durante el viaje récord), elevaron el número de animales a catorce. Pero los perros recién adquiridos, aunque dominados prácticamente desde un primer momento, no aportaron gran cosa. Tres de ellos eran pelicortos perros de muestra, otro era un terranova, y los otros dos, mestizos de raza indefinida. Los recién llegados no parecían al tanto de nada. Buck y sus compañeros los miraban con desdén, y aunque él les enseñó enseguida su lugar y lo que no debían hacer, no pudo instruirlos sobre lo que sí debían hacer. No se adaptaron a la dura rutina del camino. Excepto los dos mestizos, estaban aturdidos, y el salvaje y desconocido entorno y el maltrato recibido les habían quebrantado el ánimo. Los dos mestizos carecían de vitalidad; lo único quebrantable en su caso eran los huesos. ...
En la línea 252
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue en Circle City, antes de que acabara el año, donde los hechos dieron razón a los temores de Pete el Negro Burton, un individuo malhumora do y pendenciero, había iniciado una riña con un forastero en un bar, cuando Thornton se interpuso entre ambos. Buck, según su costumbre, estaba echado en un rincón, con la cabeza sobre las patas, atento a cada movimiento de su amo. Burton, sin avisar, le soltó un puñetazo directo. Thornton salió despedido girando sobre sí mismo y sólo se salvó de la caída porque se agarró a la barra del bar. Los que miraban la escena oyeron algo que no fue ladrido ni un gruñido, sino más bien un rugido, y vieron que, desde el suelo, el cuerpo de Buck saltaba por los aires hacia la garganta de Burton. El hombre salvó la vida alzando instintivamente el brazo, pero cayó de espaldas con Buck encima. El perro aflojó la dentellada del brazo para buscar nuevamente la garganta. Esta vez el hombre sólo consiguió bloquear parcialmente el ataque y sufrió un desgarro en el cuello. Entonces la concurrencia se abalanzó sobre Buck, apartándolo; pero mientras un médico controlaba la hemorragia, él permaneció al acecho, gruñendo con furia, intentando atacar y forzado a retroceder ante el despliegue de garrotes. Enseguida se reunió una «asamblea de mineros», que decidió que el perro había sido provocado y lo exculpó. Pero su reputación estaba servida, y desde aquel día su nombre corrió de boca en boca por todos los campamentos de Alaska. ...
En la línea 1081
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda… Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco… Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes… no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos… ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador! Lucía ansiaba llegar… pero la angustia de la caída la despertó, como sucede siempre en las pesadillas. ...
En la línea 830
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Después de haber recorrido la campiña durante dos horas, Aouida y su compañero- que miraban un poco sin ver- volvieron a la ciudad, extensa aglomeración de lindos jardines donde se encuentran mangustos, piñas y las mejores frutas del mundo. ...
En la línea 1375
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Después de haber almorzado, mister Fogg, mistress Aouida y sus compañeros volvieron a sus asientos. Phileas Fogg, la joven Aouida y sus compañeros, confortablemente instalados, miraban el paisaje variado que se presentaba a la vista; vastas praderas, montañas que se perfilaban en el horizonte, torrentes que rodaban sus aguas espumosas. De vez en cuando aparecía, en masa dilatada, un gran rebaño de bisontes, cual dique movedizo. Esos innumerables ejércitos de rumiantes oponen a veces un obstáculo insuperable al paso de los trenes. Se han visto millares de ellos desfilar, durante muchas horas, en apiñadas hileras cruzando los rieles. La locomotora tiene entoces que detenerse y aguardar que la vía esté libre. ...
En la línea 1955
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Los cinco colegas se miraban. Hubiera podido creerse que los latidos de sus corazones experimentaban cierta aceleración, porque al fin la partida era fuerte. Pero lo quisieron disimular, porque, a propuesta de Samuel Fallentin, tomaron asiento en una mesa de juego. ...

El Español es una gran familia
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras b;v
Reglas relacionadas con los errores de b;v
Las Reglas Ortográficas de la B
Regla 1 de la B
Detrás de m se escribe siempre b.
Por ejemplo:
sombrío
temblando
asombroso.
Regla 2 de la B
Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.
Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.
Regla 3 de la B
Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.
Por ejemplo: albanés, albergar.
Excepciones: Álvaro, alvéolo.
Regla 4 de la B
Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.
Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.
Excepciones: movilidad y civilidad.
Regla 5 de la B
Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.
Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.
Regla 6 de la B
Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.
Regla 7 de la B
Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.
Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.
Las Reglas Ortográficas de la V
Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.
Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.
Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.
Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.
Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.
Por ejemplo: divertir, división.
Excepciones: dibujo y sus derivados.
Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.
Palabras parecidas a miraban
La palabra tinte
La palabra tomaban
La palabra continuaba
La palabra chorro
La palabra soltarle
La palabra estremecimiento
La palabra inclinarse
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