Cual es errónea Llegaba o Yegaba?
La palabra correcta es Llegaba. Sin Embargo Yegaba se trata de un error ortográfico.
La Palabra yegaba es una error ortográfica de la palabra llegaba en la que se ha cambiado la letra u por la ü o viceversa, esto es falta o sobra la diéresis sobre una de sus vocales u de la palabra correcta que es llegaba
Más información sobre la palabra Llegaba en internet
Llegaba en la RAE.
Llegaba en Word Reference.
Llegaba en la wikipedia.
Sinonimos de Llegaba.

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Reglas relacionadas con los errores de ll;y
Las Reglas Ortográficas de la LL y la Y
Se escribe LL:
Se escribe ll en las palabras que terminan en -illo, -illa. Por ejemplo: librillo, ventanilla.
Las Reglas Ortográficas de la Y:
Se escriben con y algunos tiempos y personas de los verbos cuyos infinitivos terminan en -uir:
Presente del Modo Indicativo
Ejemplos: construyo, influyes, huyo.
Excepciones: Nunca se escriben con y la primera y segunda personas del plural: huimos, construís, influimos.
Modo Imperativo
Ejemplo: construye, influye, influyamos, construya
Tercera persona del singular y del plural del pretérito indefinido.
Ejemplos: influyó, influyeron, construyó, construyeron
Modo subjuntivo.
Ejemplos: influya, construyera, influyere
Se escriben con y algunas formas de los verbos caer, leer, oír.
Ejemplos: cayó, leyeras, oyes
Vaya error ortográfico ¡¡¡¡
Algunas Frases de libros en las que aparece llegaba
La palabra llegaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 682
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Un vejete seco, encorvado, cuyas manos rojas y cubiertas de escamas temblaban al apoyarse en el grueso cayado, era Cuart de Faitanar; el otro, grueso y majestuoso, con ojillos que apenas sí se veían bajo los dos puñados de pelo blanco de sus cejas, era Mislata; poco después llegaba Rascaña, un mocetón de planchada blusa y redonda cabeza de lego; y tras ellos iban presentándose los demás, hasta siete: Favar, Robella, Tormos y Mestalla. ...
En la línea 813
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando el uno, cansado de morderle, iba durmiéndose, llegaba el otro a todo correr y le clavaba los dientes. ...
En la línea 855
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aquellas bocas que se abrían para tragarse los escasos ahorros de la familia quedarían sin alimento si lo de fuera llegaba a secarse. ...
En la línea 876
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón a todos ellos. ...
En la línea 4
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era lunes, y el joven empleado llegaba al escritorio con una hora de retraso. Sus compañeros apenas levantaron la vista de los papeles cuando él entró, como si temieran hacerse cómplices con un gesto, con una palabra, de esta falta inaudita de puntualidad. Fermín miró con inquietud el vasto salón del escritorio y se fijó después en un despacho contiguo, donde en medio de la soledad alzábase majestuoso un _bureau_ de lustrosa madera americana. «El amo» no había llegado aún. Y el joven, más tranquilo ya, sentose ante su mesa y comenzó a clasificar los papeles, ordenando el trabajo del día. ...
En la línea 48
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el _técnico_, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador. ...
En la línea 106
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y este don Pablo, que con la fuerza industrial acumulada por sus antecesores y con la impetuosidad de su carácter era la pesadilla de un millar de hombres, hacía gala de humildad y llegaba hasta el servilismo cuando algún sacerdote secular o los frailes de las diversas órdenes establecidas en Jerez le visitaban en su escritorio. Intentaba arrodillarse al besarles la mano, no haciéndolo porque ellos se lo impedían con bondadosa sonrisa; celebraba con un gesto de satisfacción el que los visitantes le tuteasen ante los empleados, llamándole Pablito, como en los tiempos en que era su educando. ...
En la línea 194
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor. Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: --¡Eeeechen tabacooo!... ...
En la línea 249
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Por fin, llegaba a la jaula vacía, a la alcoba del enemigo, porque en adelante ya lo era el difunto. ...
En la línea 978
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La agitación llegaba a su colmo entre los mosqueteros y sus alia dos, y se deliberaba ya si, para castigar la insolencia que habían tenido los criados del señor de La Trémouille de hacer una salida contra los mosqueteros del rey, no se prendería fuego a su palacio. ...
En la línea 1249
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La vida de los cuatro jóvenes se había hecho común; D'Artagnan, que no tenía ningún hábito, puesto que llegaba de su provincia y caía en medio de un mundo totalmente nuevo para él, tomó por eso los hábitos de sus amigos. ...
En la línea 1998
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Cuando llegaba a la altura de la calle Guénégaud, vio desembo car de la calle Dauphine un grupo compuesto por dos personas cuyo aspecto le sorprendió. ...
En la línea 3374
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al cabo de dos h oras, como Porthos no llegaba, ni noticia alguna de él, volvieron a ponerse en ca mino. ...
En la línea 363
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... De este punto salia otro correo el jueves, y reuniendo en el camino la correspondencia de las mismas provincias, llegaba á Manila los jueves por la mañana. ...
En la línea 375
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Entre ellos se hallará que en Agosto de 1797 se espidió un decreto en Manila previniendo no se hiciese novedad alguna en el particular; y posteriormente en distintas épocas se repitió lo propio; pero mas principalmente en 1819 se acordó por aquel gobierno, despues de oidos los señores fiscal y asesor, y el voto consultivo de la junta superior de hacienda, cesase desde luego la innovacion que se habia hecho de conducir al correo la correspondencia que de paises estranjeros y en buques de la misma clase y nacionales llegaba á las Islas, observándose la práctica hasta alli seguida, como se previno en el superior decreto de 16 de Agosto de 1797: todo conforme lo solicitado por varios vecinos de Manila y vocales del consulado. ...
En la línea 770
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No opuso inconveniente alguno a mis deseos, pero me declaró que no llegaba en muy buena ocasión, por ser la hora de la comida. ...
En la línea 939
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Bosquecillos de alcornoques cubrían el lado opuesto del valle y las pendientes lejanas, formando deliciosas perspectivas, donde pacían los rebaños; las aguas del arroyo se estrellaban en los pedruscos del cauce y hacían un suave murmullo que llegaba hasta mi oído, bañándome el alma en delicias. ...
En la línea 1611
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Corrían hacia el Este, formando una cordillera al parecer interminable, paralela al camino; las cumbres y vertientes estaban cubiertas de nieve deslumbradora, barrida por el viento que llegaba hasta mí, a través de la vasta y melancólica planicie, en ráfagas cruelmente frías. ...
En la línea 2528
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Hubiera deseado comprar una mula; pero aunque llegué a ofrecer treinta libras por una bastante ruin, no quisieron dármela; mientras que el precio de ambos caballos—magníficos animales por su talla y su fuerza—apenas llegaba a esa suma. ...
En la línea 101
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. ...
En la línea 106
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. ...
En la línea 143
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. ...
En la línea 1147
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. ...
En la línea 689
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Estaban horriblemente flacos y sufrían mucho: una larga serie de tempestades había impedido que las mujeres recogieran conchas en las rocas; no habían podido echar las canoas al mar para pescar focas; unos cuantos de ellos salieron una mañana «para hacer un viaje de cuatro días, le dijeron los otros a Mr. Dow, para buscar víveres». A su vuelta les salió el capitán al encuentro y estaban sumamente fatigados y cada hombre llevaba un pedazo de carne de ballena podrida; para llevar con menos trabajo aquel peso, habían hecho un agujero en el centro de cada trozo y metido por él la cabeza, lo mismo que los gauchos llevan sus ponchos o abrigos. Tan pronto como llegaba aquella carne podrida a una choza, un viejo cortaba en pedazos pequeños, los freía un instante, murmurando algunas palabras, y los distribuía entre la hambrienta familia, que durante todos estos preparativos guardaba profundo silencio. Cree Mr. Dow que siempre que una ballena perece junto a la costa entierran los indígenas grandes trozos en la arena, como recurso contra las hambres. Un joven indígena que teníamos a bordo descubrió un día una de estas reservas. ...
En la línea 731
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Entrábamos en una bahía retirada, donde esperábamos pasar una noche tranquila, y de repente resonaba en nuestros oídos esta palabra odiosa, saliendo de cualquier rincón oscuro que no habíamos advertido; después una señal de fuego avisaba la noticia de nuestro paso. Al abandonar cada punto nos felicitábamos mutuamente y nos decíamos: «¡Gracias a Dios que al fin hemos dejado a estos salvajes atrás!» Un grito penetrante, lanzado desde enorme distancia, llegaba de improviso hasta nosotros, grito en el cual podíamos distinguir sin esfuerzo el odiado yammerschooner. Hoy, por el contrario, mientras más fueguenses había, más nos divertíamos. Hombres civilizados y salvajes, todos reíamos, nos mirábamos y nos admirábamos. Les mirábamos con piedad, porque nos daban buenos peces y excelentes langostas, a cambio de guiñapos de cualquier clase; ellos aprovechaban la ocasión rarísima que les proporcionaban gentes tan locas que cambiaban ornamentos tan espléndidos por una comida. La sonrisa de satisfacción con que una joven de cara pintada de negro ataba con juncos varios pedazos de tela encarnada alrededor de su cabeza nos divertía extraordinariamente. Su marido, que gozaba del privilegio universal en este país de tener dos mujeres, llegó a estar celoso de las atenciones que teníamos con la más joven, por lo cual, después de una breve consulta con sus desnudas beldades les ordenó forzar los remos para alejarse. ...
En la línea 1900
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ando yo estuve allí había agua en el río, que llegaba hasta el mar; tenían, pues, los habitantes la ventaja de contar con agua dulce a milla y media de sus casas. ven en la playa grandes montones de mercancías y reina cierta actividad en esta aldea miserable ...
En la línea 185
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquel don Fermín que allá abajo en la calle de la Rúa parecía un escarabajo ¡qué grande se mostraba ahora a los ojos humillados del monaguillo y a los aterrados ojos de su compañero! Celedonio apenas le llegaba a la cintura al canónigo. ...
En la línea 383
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La luz entraba por ventanas estrechas abiertas en la bóveda y a las pinturas llegaba muy torcida y menguada. ...
En la línea 388
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cuanto llegaba un forastero de alguna importancia a Vetusta, se buscaba por un lado o por otro una recomendación para que Bermúdez fuese tan amable que le acompañara a ver las antigüedades de la catedral y otras de la Encimada. ...
En la línea 416
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Y si las gentes supieran! ¿Quién era un embozado que de noche, a la hora de las criadas, como dicen en Vetusta, salía muy recatadamente por la calle del Rosario, torcía entre las sombras por la de Quintana y de una en otra llegaba a los porches de la plaza del Pan y dejaba la Encimada aventurándose por la Colonia, solitaria a tales horas? Pues era don Saturnino Bermúdez, doctor en teología, en ambos derechos, civil y canónico, licenciado en filosofía y letras y bachiller en ciencias: el autor ni más ni menos, de Vetusta Romana, Vetusta Goda, Vetusta Feudal, Vetusta Cristiana, y Vetusta Transformada, a tomo por Vetusta. ...
En la línea 906
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A la vez que ocurría esto, llegaba a Roma un enviado de Carlos VIII para solicitar del Pontífice—que aún creía amigo—la investidura del reino de Nápoles, antes de conquistarlo. Y Alejandro, que estaba ya comprometido con el monarca napolitano, sólo dio al embajador vagas palabras. ...
En la línea 981
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Iba a empezar para. él—dijo Enciso—un verdadero calvario, que duró un mes; pero tan larga prueba: hizo palpable hasta dónde llegaba su habilidad y su firmeza, consiguiendo finalmente salir victorioso de tantos peligros. ...
En la línea 1002
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En el mismo Velletri sufrió Carlos otra molestia. Al día siguiente de la huida de César se le presentaron unos embajadores españoles, enviados por Fernando el Católico, para protestar contra su expedición a Nápoles y la ocupación de las fortalezas del Papa. Al fin llegaba para Alejandro el apoyo de su amigo el rey español, aunque sólo fuese en forma» de protesta diplomática. ...
En la línea 1342
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un correo expedido por el duque de Valence llegaba al otro día de su boda a la Ciudad Eterna a mata caballo para entregar un pliego al Pontífice. ...
En la línea 115
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todo el lado de la pradera que llegaba a abarcar con su ojo abierto, así como la linde de la masa de matorrales y la tierra que quedaba entre sus troncos, estaban ocupados por una muchedumbre de seres humanos, idénticos en sus formas a los componentes de todas las muchedumbres. Pero lo que el creía matorrales eran árboles iguales a todos los árboles y formando un bosque que se perdía de vista. Lo verdaderamente extraordinario era la falta de proporción, la absurda diferencia entre su propia persona y cuanto le rodeaba. Estos hombres, estos árboles, así como los caballos en que iban montados algunos de aquellos, hacían recordar las personas y los paisajes cuando se examinan con unos gemelos puestos al revés, o sea colocando los ojos en las lentes gruesas, para ver la realidad a través de las lentes pequeñas. ...
En la línea 260
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo los amigos del gobierno y los personajes oficiales tenían permiso para entrar en el palacio y ver de cerca tales maravillas. El enorme patio central, donde podían formarse a la vez varios regimientos y en el que se desarrollaban las más solemnes ceremonias patrióticas, fue el lugar destinado para tal exhibición. Mientras llegaba el momento, los invitados entraban a saludar a los altos y poderosos señores del Consejo Ejecutivo y a los dos presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, que vivían igualmente en el inmenso edificio. ...
En la línea 420
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La riqueza pública ahorrada durante muchos años se derrochaba en unos meses, convirtiéndose en humo de pólvora, en acero hecho fragmentos, en escombros de poblaciones y de fábricas. Cuando, al fin, llegaba la paz, era para que empezase una nueva miseria… . ...
En la línea 806
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Camino el gigante unas tres horas en pos del automóvil donde iba su traductor, rodando detrás de el los otros vehículos llenos de soldados. Al entrar en la selva se hundió en una arboleda que tenía siglos y sólo le llegaba a los hombros, pasando muy contadas veces sus ramas por encima de su cabeza. Los vehículos marchaban por caminos abiertos entre las filas de troncos, pero el gigante, al seguirlos, tropezaba con el ramaje en forma de bóveda, acompañando su avance con un continuo crujido de maderas tronchadas y lluvias de hojas. ...
En la línea 65
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Mientras estudió la segunda enseñanza en el colegio de Masarnau, donde estaba a media pensión, su mamá le repasaba las lecciones todas las noches, se las metía en el cerebro a puñados y a empujones, como se mete la lana en un cojín. Ved por dónde aquella señora se convirtió en sibila, intérprete de toda la ciencia humana, pues le descifraba al niño los puntos oscuros que en los libros había, y aclaraba todas sus dudas, allá como Dios le daba a entender. Para manifestar hasta dónde llegaba la sabiduría enciclopédica de doña Bárbara, estimulada por el amor materno, baste decir que también le traducía los temas de latín, aunque en su vida había ella sabido palotada de esta lengua. Verdad que era traducción libre, mejor dicho, liberal, casi demagógica. Pero Fedro y Cicerón no se hubieran incomodado si estuvieran oyendo por encima del hombro de la maestra, la cual sacaba inmenso partido de lo poco que el discípulo sabía. También le cultivaba la memoria, descargándosela de fárrago inútil, y le hacía ver claros los problemas de aritmética elemental, valiéndose de garbanzos o judías, pues de otro modo no andaba ella muy a gusto por aquellos derroteros. Para la Historia Natural, solía la maestra llamar en su auxilio al león del Retiro, y únicamente en la Química se quedaban los dos parados, mirándose el uno al otro, concluyendo ella por meterle en la memoria las fórmulas, después de observar que estas cosas no las entienden más que los boticarios, y que todo se reduce a si se pone más o menos cantidad de agua del pozo. Total: que cuando Juan se hizo bachiller en Artes, Barbarita declaraba riendo que con estos teje-manejes se había vuelto, sin saberlo, una doña Beatriz Galindo para latines y una catedrática universal. ...
En la línea 95
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El llamado Estupiñá debía de ser indispensable en todas las tertulias de tiendas, porque cuando no iba a la de Arnaiz, todo se volvía preguntar: «Y Plácido, ¿qué es de él?». Cuando entraba le recibían con exclamaciones de alegría, pues con su sola presencia animaba la conversación. En 1871 conocí a este hombre, que fundaba su vanidad en haber visto toda la historia de España en el presente siglo. Había venido al mundo en 1803 y se llamaba hermano de fecha de Mesonero Romanos, por haber nacido, como este, el 19 de Julio del citado año. Una sola frase suya probará su inmenso saber en esa historia viva que se aprende con los ojos: «Vi a José I como le estoy viendo a usted ahora». Y parecía que se relamía de gusto cuando le preguntaban: «¿Vio usted al duque de Angulema, a lord Wellington?… ». «Pues ya lo creo». Su contestación era siempre la misma: «Como le estoy viendo a usted». Hasta llegaba a incomodarse cuando se le interrogaba en tono dubitativo. «¡Que si vi entrar a María Cristina!… Hombre, si eso es de ayer… ». Para completar su erudición ocular, hablaba del aspecto que presentaba Madrid el 1.º de Septiembre de 1840, como si fuera cosa de la semana pasada. Había visto morir a Canterac; ajusticiar a Merino, «nada menos que sobre el propio patíbulo», por ser él hermano de la Paz y Caridad; había visto matar a Chico… , precisamente ver no, pero oyó los tiritos, hallándose en la calle de las Velas; había visto a Fernando VII el 7 de Julio cuando salió al balcón a decir a los milicianos que sacudieran a los de la Guardia; había visto a Rodil y al sargento García arengando desde otro balcón, el año 36; había visto a O'Donnell y Espartero abrazándose, a Espartero solo saludando al pueblo, a O'Donnell solo, todo esto en un balcón, y por fin, en un balcón había visto también en fecha cercana a otro personaje diciendo a gritos que se habían acabado los Reyes. La historia que Estupiñá sabía estaba escrita en los balcones. ...
En la línea 426
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los primeros de mes recibía Barbarita de su esposo mil duretes. D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén. Daba además a su hijo dos mil duros cada semestre para sus gastos particulares, y en diferentes ocasiones le ofreció un pequeño capital para que emprendiera negocios por sí; pero al chico le iba bien con su dorada indolencia y no quería quebraderos de cabeza. El resto de su renta lo capitalizaba D. Baldomero, bien adquiriendo más acciones cada año, bien amasando para hacerse con una casa más. De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, pero más particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias al despotismo ilustrado. La nuera tenía el delicado talento de respetar esto, y cuando veía que alguna disposición suya era derogada por la autócrata, mostrábase conforme. Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante. Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera. Y por dicha suya, no tenía que calentarse la cabeza para discurrir el empleo de sus sobrantes, pues allí estaba su hermana Candelaria, que era pobre y se iba cargando de familia. Sus hermanitas solteras también recibían de ella frecuentes dádivas; ya los sombreritos de moda, ya el fichú o la manteleta, y hasta vestidos completos acabados de venir de París. ...
En la línea 452
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo mismo en los mercados que en las tiendas tenía un auxiliar inestimable, un ojeador que tomaba aquellas cosas cual si en ello le fuera la salvación del alma. Este era Plácido Estupiñá. Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones. Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia. Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios. Plácido tenía que decirle muchas cosas, y entrecortaba su rezo para irlas desembuchando. ...
En la línea 1193
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Acercóse angustiosamente a la puerta, que se abrió en aquel momento para dar paso a lady Edith. Ésta llegaba muy pálida, pero con paso firme, gracioso continente y con gentil dignidad. Su semblante se veía tan triste como antes. ...
En la línea 1342
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El cronista dice: 'En el extremo superior de la calle Gracechurch, ante el emblema del Águila, la ciudad había erigido un monumental arco, bajo el cual estaba una tarima que se extendía de un lado al otro de la calle. Era un espectáculo histórico que representaba a los inmediatos progenitores del rey. Allí estaba Isabel de York, sentada en. medio de una inmensa rosa blanca, cuyos pétalos formaban elaborados volantes alrededor de ella; a su lado estaba Enrique VII, saliendo de una enorme rosa roja, dispuesta de la misma manera; las manos de la pareja real estaban entrelazadas, y ostentosamente exhibido el anillo de boda. De las rosas rojas y blancas salía un tallo que llegaba hasta una segunda tarima, ocupada por Enrique VIII, saliendo de una rosa roja y blanca, con la efigie de la madre del nuevo rey, Juana Seymour, representada a su lado. Salía una rama de aquella pareja, que ascendía hasta una tercera tarima, donde se veía la efigie del mismo Eduardo VI, sentado en su trono con regia majestad, y todo el espectáculo estaba enmarcado con guirnaldas 'de rosas, rojas y blancas.' ...
En la línea 1350
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Una dádiva, una dádiva!. –el grito llegaba a un oído distraído. –¡Viva Eduardo de Inglaterra! Parecía que la tierra se cimbraba con la explosión, pero no había respuesta del rey. Éste la oía como se oye el ruido del oleaje cuando llega al oído desde una gran distancia, porque era ahogado por otro sonido que estaba aún más próximo, en su propio pecho, en su acusadora conciencia, una voz que seguía repitiendo aquellas vergonzosas palabras: 'No te conozco, mujer.' ...
En la línea 1769
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al cabo de dos horas llegaba a la quinta de lord James. ...
En la línea 413
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La súbita iluminación de la cabina me permitió examinar sus menores detalles. No había más mobiliario que la mesa y cinco banquetas. La puerta invisible debía estar herméticamente cerrada. No llegaba a nosotros el menor ruido. Todo parecía muerto en el interior del barco. ¿Se movía, se mantenía en la superficie o estaba sumergido en las profundidades del océano? No podía saberlo. Pero la iluminación de la cabina debía tener alguna razón, y ello me hizo esperar que no tardarían en manifestarse los hombres de la tripulación. Cuando se olvida a los cautivos no se ilumina su calabozo. ...
En la línea 996
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me asombró la potencia de la luz que, a treinta pies bajo la superficie del océano, llegaba al fondo. Los rayos solares atravesaban fácilmente aquella masa acuosa disipando su coloración. Podía distinguir con nitidez los objetos a una distancia de cien metros. Más allá, los fondos se deshacían en finas degradaciones del azul hasta borrarse en la oscuridad. Verdaderamente, el agua que me rodeaba era casi como el aire, más densa que la atmósfera terrestre, pero casi tan diáfana. Por encima de mí, distinguía la tranquila superficie del mar. ...
En la línea 2426
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Yo no le llamo «tierra» a esto -replicó el canadiense-. Y además no estamos encima, sino debajo. Entre la base de las paredes de la montaña y las aguas del lago se extendía una orilla arenosa, que en algunos lugares llegaba a medir quinientos pies de anchura. Sobre la arena era fácil dar la vuelta al lago. Pero la base de las altas paredes formaba un suelo atormentado sobre el que yacían en un pintoresco amontonamiento bloques volcánicos y enormes piedras pómez. Todas esas masas disgregadas, recubiertas de un esmalte pulimentado por la acción de los fuegos subterráneos, resplandecían bajo la luz eléctrica del fanal. La polvareda micácea que levantaban nuestros pasos sobre la orilla se dispersaba en un revoloteo chispeante. ...
En la línea 2986
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo me condujo a las cocinas, donde funcionaban grandes aparatos destiladores que suministraban agua potable por evaporación. Se les llenó de agua y se descargó sobre ella todo el calor eléctrico de las pilas a través de los serpentines bañados por el líquido. En algunos minutos, el agua alcanzó una temperatura de cien grados y pudo ser enviada hacia las bombas mientras iba siendo continuamente renovada. El calor desarrollado por las pilas era tal que el agua fría extraída del mar llegaba ya hirviendo a los cuerpos de las bombas tras haber atravesado los aparatos. ...
En la línea 489
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso era muy desagradable y yo estaba algo asustado. Pero como no tenía más recurso que llamar a la puerta, lo hice, y entonces oí una voz que me ordenaba entrar. Por consiguiente, obedecí, encontrándome en una habitación bastante grande y muy bien alumbrada con velas de cera. Allí no llegaba el menor rayo de luz diurna. A juzgar por el mobiliario, podía creerse que era un tocador, aunque había muebles y utensilios de formas y usos completamente desconocidos para mí. Pero lo más importante de todo era una mesa cubierta con un paño y coronada por un espejo de marco dorado, en lo cual reconocí que era una mesa propia de un tocador y de una dama refinada. ...
En la línea 707
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Debo observar aquí que cuando el señor Wopsle se refería a mí, consideraba necesario mecerme el cabello y metérmelo en los ojos. No puedo comprender por qué las personas de su posición social que visitaban nuestra casa habían de someterme al mismo proceso irritante, en circunstancias semejantes a las que acabo de describir. Sin embargo, no quiero decir con eso que en mi primera juventud fuese siempre, en el círculo familiar y social de mi casa, objeto de tales observaciones, pero sí afirmo que toda persona de alguna respetabilidad que allí llegaba tomaba tal camino oftálmico con objeto de demostrarme su protección. ...
En la línea 900
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En el rellano, muy grande, que había entre la estancia de la señorita Havisham y la otra en que estaba la gran mesa vi una silla de jardín, provista de ruedas, y que otra persona podía empujar por el respaldo. Había sido colocada allí a partir de mi última visita, y aquel mismo día uno de mis deberes fue el de pasear a la señorita Havisham en aquella silla de ruedas, eso en cuanto se hubo cansado de andar, apoyada en su bastón y en mi hombro, por su propia estancia y por la inmediata en que había la mesa. Hacíamos una y otra vez este recorrido, que a veces llegaba a durar hasta tres horas sin parar. Insensiblemente menciono ya esos paseos como muy numerosos, porque pronto se convino que yo iría a casa de la señorita Havisham todos los días alternados, al mediodía, para dedicarme a dicho menester, y ahora puedo calcular que así transcurrieron de ocho a diez meses. ...
En la línea 1106
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El asunto era bastante interesante para mí y reflexioné en silencio acerca de él. El señor Wopsle, como el tío que tan mala paga alcanzó por sus bondades en la tragedia, empezó a meditar en voz alta acerca de su jardín en Camberwell. Orlick, con las manos en los bolsillos, andaba encorvado a mi lado. La noche era oscura, húmeda y fangosa, de modo que a cada paso nos hundíamos en el barro. De vez en cuando llegaba hasta nosotros el estampido del cañón que daba la señal de la fuga, y nuevamente retumbaba a lo largo del lecho del río. Yo estaba entregado a mis propios pensamientos. El señor Wopsle murió amablemente en Camberwell, muy valiente en el campo Bosworth y en las mayores agonías en Glastonbury. Orlick, a veces, tarareaba la canción de Old C1em, y yo me figuré que había bebido, aunque no estaba borracho. Así llegamos al pueblo. El camino que seguimos nos llevó más allá de Los Tres Alegres Barqueros y, con gran sorpresa nuestra, pues ya eran las once de la noche, encontramos el establecimiento en estado de gran agitación, con la puerta abierta de par en par y las luces encendidas en todos los departamentos del establecimiento, de un modo no acostumbrado. El señor Wopsle preguntó qué sucedía, aunque convencido de que habían aprehendido a un penado; un momento después salió corriendo con la mayor prisa. Sin detenerse, exclamó al pasar por nuestro lado: ...
En la línea 148
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El hijo menor, una niña de seis años, dormía sentada en el suelo, con el cuerpo torcido y la cabeza apoyada en el sofá. Su hermanito, que tenía un año más que ella, lloraba en un rincón y los sollozos sacudían todo su cuerpo. Seguramente su madre le acababa de pegar. La mayor, una niña de nueve años, alta y delgada como una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y, sobre los desnudos hombros, una capa de paño, que sin duda le venía bien dos años atrás, pero que ahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba el cuello con su descarnado brazo. Al mismo tiempo, seguía a su madre con una mirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecían aún mayores en su pequeña y enjuta carita. ...
En la línea 416
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era una doncella de treinta y cinco años, desgarbada, y tan tímida y bondadosa que rayaba en la idiotez. Temblaba ante su hermana mayor, que la tenía esclavizada; la hacía trabajar noche y día, e incluso llegaba a pegarle. ...
En la línea 499
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero este momento no llegaba nunca, por la sencilla razón de que Raskolnikof no se sentía capaz de tomar una resolución definitiva. Así, cuando sonó la hora de obrar, todo le pareció extraordinario, imprevisto como un producto del azar. ...
En la línea 880
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Miró nuevamente en todas direcciones y se llevó la mano al bolsillo. Pero en ese momento vio cerca del muro exterior, entre la puerta y el pequeño canal, una enorme piedra sin labrar, que debía de pesar treinta kilos largos. Del otro lado del muro, de la calle, llegaba el rumor de la gente, siempre abundante en aquel lugar. Desde fuera nadie podía verle, a menos que se asomara al patio. Sin embargo, esto podía suceder; por lo tanto, había que obrar rápidamente. ...
En la línea 532
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Oh, tiíta! Crea en mis sinceros sentimientos… de satisfacción—replicó el general. Este se había tranquilizado ya hasta cierto punto, y como, cuando llegaba la ocasión sabía hablar con facilidad pasmosa, se puso en seguida a perorar afectadamente. ...
En la línea 1302
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No hubiera podido decir lo que quería, y él mismo no se daba cuenta de su tristeza. Al cabo de una hora o dos —noté esto dos o tres veces, cuando Blanche permanecía ausente todo el día, probablemente en casa de Albert— comenzaba de pronto a agitarse, a mirar a todas partes, buscando algo bajo la influencia de un recuerdo, pero como no veía a nadie ni recordaba lo que quería preguntar caía en somnolencia hasta que llegaba Blanche, que alegre, compuesta y sonriente corría a él y le abrazaba. ...
En la línea 498
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... ¿Cuánto tiempo estuvo llorando así? ¿Qué hizo después de llorar? ¿Adónde fue? No se supo. Solamente se dijo que aquella misma noche, un cochero que llegaba a D. hacia las tres de la mañana, al atravesar la calle donde vivía el obispo vio a un hombre en actitud de orar, de rodillas en el empedrado, delante de la pu ...
En la línea 1012
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fue a ver a Fantina, y prolongó su visita al lado de aquel lecho de dolor. La recomendó a las Hermanas por si llegaba el caso de tener que ausentarse. Sentía vagamente que tal vez tendría que ir a Arras; y sin haber decidido hacer este viaje, se dijo que como estaba al abrigo de toda sospecha, que no habría inconveniente en ser testigo de lo que pasara. ...
En la línea 1052
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Esta voz, débil al principio, se había elevado desde lo más profundo de su conciencia y llegaba a ser ruidosa. Se aterró. ...
En la línea 1189
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El señor Magdalena respondió maquinalmente algunas palabras que nunca pudo recordar. Por fortuna el médico, que llegaba en ese momento y que sabía la situación, vino en su auxilio. ...
En la línea 214
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Desde las laderas llegaba el rumor, la música de invisibles fuentes. Todo se deshelaba, se estremecía, se animaba. El Yukón hacía esfuerzos por liberarse del hielo que lo aprisionaba. El río lo derretía por debajo y el sol por arriba. Se formaban bolsas de aire, fisuras que se ampliaban, y los fragmentos de hielo carcomidos acababan por desaparecer en el cauce. Y en medio de los estallidos, las turbulencias y las vibraciones de la vida que despertaba, bajo el sol resplandeciente y con la brisa que susurraba a su alrededor, avanzaban vacilantes los dos hombres, la mujer y los perros, como peregrinando hacia la muerte. ...
En la línea 244
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Tan perentoria era la llamada de aquellas almas que día a día el ser humano y sus reclamos se volvían más distantes. Una llamada resonaba en lo profundo del bosque y, cada vez que la oía, misteriosa, emotiva y atrayente, se sentía empujado a volver la espalda al fuego y a la tierra hollada a su alrededor para sumergirse en la espesura y seguir adelante, sin saber hacia dónde ni por qué, ni preguntárselo siquiera, tan imperativa era la llamada de las profundidades del bosque. Pero en cuanto llegaba a la suave tierra virgen y a la sombra de los árboles, el amor por John Thornton lo atraía de nuevo hacia el fuego. ...
En la línea 255
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck había saltado al agua al instante; y tras cubrir unos doscientos cincuenta kilómetros, dio alcance a Thornton envuelto en un furioso torbellino. Cuando sintió que el hombre se agarraba de su cola, Buck se dirigió a nado a la orilla, desplegando su formidable energía. Pero el avance hacia la margen era lento, y la corriente, increíblemente rápida. Desde un poco más lejos llegaba el ominoso estruendo del lugar donde la corriente cobraba más ímpetu y saltaba convertida en remolinos y espuma por las rocas que la hendían como los dientes de un inmenso peine. La fuerza de arrastre del agua en el último tramo donde comenzaba a precipitarse era tremenda, y Thornton sabía que arrimarse a la orilla era imposible. Rozó una roca manoteando con furia, se magulló al pasar sobre otra y se dio violentamente contra una tercera. Se aferró con ambas manos a la superficie resbaladiza y, soltando a Buck, le gritó, por encima del estruendo de la agitada corriente: ...
En la línea 311
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una noche despertó sobresaltado con la mirada ansiosa, las aletas nasales husmeando temblorosas, la pelambre encrespada en olas sucesivas. De la selva llegaba la llamada (o una nota de las muchas melodías de la llamada), clara y definida como nunca: un prolongado aullido, semejante y sin embargo diferente al producido por cualquier perro esquimal. Y Buck reconoció, en su familiar carácter ancestral, un sonido que ya había oído antes. De un salto atravesó el campamento dormido y en silencio se internó en el bosque. Según se fue acercando aflojó el paso prestando atención a cada movimiento, hasta que llegó al borde de un claro entre los árboles y al mirar vio, erguido sobre las ancas, apuntando al cielo con el hocico, a un largo y escuálido lobo gris. ...
En la línea 212
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Hícela gracia de una explicación de mi docto amigo Wilde, según el cual el hecho de la doble vista anacrónica del mismo objeto en el pasado y en el presente, depende del pasaje al sensorio común, por dos vías diferentes, de una misma percepción, alojándose primero la que llegaba antes, transmitida directamente por el nervio óptico, y después la que hubiera recorrido vías combinadas: de esta suerte la primera sería más antigua con relación a la otra. ...
En la línea 268
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... La música nos llegaba de lejos y sus melodías juntábanse a la cadencia leve de las olas. ...
En la línea 949
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pasaba este diálogo entre el doctor y Lucía, a distancia suficiente del lecho de la enferma, a fin de que no oyese palabra. Lucía se enteró muy al por menor de cuanto concernía a la asistencia, de las horas del alimento, de las precauciones que adoptar importaba. Después de aplicar a Pilar los medicamentos que el doctor dispuso, arregló el cuarto andando en la punta de los pies, puso cada cosa en su sitio, entornó las celosías y se instaló al lado de la cama, en una silleta baja de hacer labor. Pilar estaba muy agitada, y ardía de sed; a cada paso Lucía le llegaba a los labios el pistero de agua de goma, previamente templada en una estufilla. Por la tarde vino Duhamel, y se cercioró de que los revulsivos habían logrado aclarar un poco la voz de la enferma y facilitar su respiración congojosa. No obstante, la calentura era alta, el sudor se había suprimido. Ocho días duró la congestión pulmonar, y cuando Duhamel ordenó a Pilar levantarse, porque la cama acrecentaba el recargo y agotaba sus fuerzas, era aquella criatura un espectro; a los caracteres asaz tristes de la anemia, se unían ahora otros más alarmantes. Al vestirse, sus miembros no sostenían la ropa, que se escapaba del cuerpo como de un maniquí mal relleno. Ella misma se asustó, y en uno de los momentos lúcidos que suelen tener los atacados del terrible mal que ya la oprimía entre sus garras, pidió el espejillo famoso, y Lucía, por no contrariarla, se lo presentó de mala gana. Al fijar sus ojos en él, Pilar recordaba cómo se había visto la noche del baile, con sus claveles, su pelo artísticamente rizado, y la sonrisa de placer que le iluminaba el rostro. Fue tal el contraste entre lo pasado y lo presente, entre la cara de ocho días atrás y la de hoy, que Pilar, con rápido movimiento, arrojó al suelo el espejillo. Quebrose la clara luna, y las cinceladuras finísimas del marco se abollaron al golpe. ...
En la línea 988
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sólo a un punto iba Lucía sola: a la iglesia de San Luis. Al pronto, el edificio agradó muy poco a la leonesa, habituada a la majestad de su soberbia basílica. San Luis es mezquina rapsodia ojival, ideada por un arquitecto moderno; por dentro la afea estar pintada de charros colorines; en suma, parece una actriz mundana disfrazada de santa. Pero Lucía halló en el templo una Virgen de Lourdes, que la cautivó sobremanera. Campeaba en una gruta de floridos rosales y crisantemos, y sobre su cabeza decía un rótulo: «Soy la inmaculada Concepción.» Poco sabía Lucía de las apariciones de Bernardita la pastora, ni de los prodigios de la sacra montaña; pero con todo eso la imagen la atraía dulcemente con no sé qué voces misteriosas, que vagaban entre el grato aroma de los tiestos de flores y el titilar de los altos y blancos cirios. La imagen, risueña, sonrosada, candorosa, con ropas flotantes y manto azul, llegaba más al alma de Lucía que las rígidas efigies de la catedral de León, cubiertas de rozagante atavío. Yendo una tarde camino de la iglesia, vio pasar un entierro y lo siguió. Era de una doncella, hija de María. Rompía la marcha el bedel, oficialmente grave, vestido de negro, al cuello una cadena de plata; seguían cuatro niñas, con trajes blancos, tiritando de frío, morados los pómulos, pero muy huecas del importante papel de llevar las cintas. Luego los curas, graves y compuestos en su ademán, alzando de tiempo en tiempo sus voces anchas, que se dilataban en la clara atmósfera. Dentro del carro empenachado de blanco y negro, la caja, cubierta de níveo paño, que constelaban flores de azahar, rosas blancas, piñas de lila a granel, oscilantes a cada vaivén de la carroza. Las hijas de María, compañeras de la difunta, iban casi risueñas, remangando sus faldellines de muselina, por no ensuciarlo en el piso lodoso. El comisario civil, de uniforme, encabezaba el duelo; detrás se extendía una reata de mujeres enlutadas, rodeando a la familia, que mostraba el semblante encendido y abotargados los ojos de llorar. Doblaba tristemente la campana de la iglesia, cuando bajaron la caja y la colocaron sobre el catafalco. Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes. Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras; pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos. Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre sí que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo -que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha- que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar. ...
En la línea 1118
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Subió. Al llegar al segundo peldaño tropezó pisándose el traje por delante, y sólo entonces echó de ver que su bata de merino negro, manchada por la asistencia, arrugada por las vigilias, era muy fea y de corte asaz descuidado. Vio, además, que tenía los puños de la chambra hechos un trapo, remojados de lágrimas, y la falda sembrada de hilitos de hacer labor. Se recorrió maquinalmente con ambas manos, sacudiendo los cabos de hilo, y estirose algo los puños, mientras llegaba a la puerta. En ésta vaciló aún; pero la media obscuridad que ya reinaba le dio ánimos. Empujó las hojas y hallose en una gran pieza lóbrega a la sazón, que no era sino el comedor, y por tener cubiertos los muros de una imitación del antiguo cuero cordobés, parecía harto más sombría, ayudando a ello los altos aparadores de roble esculpido, y sitiales de lo mismo. ...
En la línea 439
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las ocho menos cinco, algunos minutos antes de marchar el tren, sin sombrero, descalzo y habiendo perdido su paquete de compras, Picaporte llegaba al ferrocarril. ...
En la línea 697
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Según su itinerario, debía llegar a la capital de las Indias, el 25 de octubre, veintitrés días después de haber salido de Londes, y llegaba el día fijado. No tenía pues, ni adelanto, ni atraso. Desgraciadamente, los días ganados entre Londres y Bombay, quedaban perdidos, del modo que se sabe, en la travesía de la península indostánica; pero es de suponer que Phileas Fogg no lo sentía. ...
En la línea 783
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A media milla en rada, el 'Rangoon' estaba aparejando con su pabellón de marcha izado sobre el mástil. Daban las once. Mister Fogg llegaba, pues, con una hora de adelanto. Fix lo vio apearse y entrar en un bote con Aouida y su criado. El agente dio con el pie en el suelo. ...
En la línea 797
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En efecto, Hong Kong era todavía tierra inglesa, pero la última. Más allá, la China, el Japón, la América ofrecían un refugio casi seguro a mister Fogg. En Hong Kong, si llegaba por fin el mandamiento de prisión, Fix prendería a Fogg, y lo entregaría a la policía local. No había dificultad; pero más allá de HongKong, no bastaría ya un simple mandamiento de prisión, sino que sería necesaria un acta de extradición. De aquí resultarían tardanzas, lentitudes y obstáculos de toda naturaleza,- que el ladrón aprovecharía para escaparse definitivamente. Si la operación no se podía verificar en Hong Kong, sería, si no imposible, mucho más difícil poderla efectuar con alguna probabilidad de éxito. ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Llegaba
Cómo se escribe llegaba o llegava?
Cómo se escribe llegaba o yegaba?
Cómo se escribe llegaba o llejaba?
Palabras parecidas a llegaba
La palabra cayado
La palabra grueso
La palabra temblaban
La palabra encorvado
La palabra seco
La palabra riego
La palabra cuyas
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