Cómo se escribe.org.es

La palabra ladronez
Cómo se escribe

Comó se escribe ladronez o ladrones?

Cual es errónea Ladrones o Ladronez?

La palabra correcta es Ladrones. Sin Embargo Ladronez se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino ladronez es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra ladrones

Más información sobre la palabra Ladrones en internet

Ladrones en la RAE.
Ladrones en Word Reference.
Ladrones en la wikipedia.
Sinonimos de Ladrones.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Ladrones

Cómo se escribe ladrones o ladrrones?
Cómo se escribe ladrones o ladronez?

Algunas Frases de libros en las que aparece ladrones

La palabra ladrones puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1134
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un infeliz, un muerto de hambre; pero muy honrado e incapaz de emparentar con una familia de ladrones. ...

En la línea 2267
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tiros de noche podían ser una señal de incendio, de ladrones, ¡quién sabe de qué!. ...

En la línea 532
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando se fue, el aperador habló a don Fernando de los _Alcaparrones_ y otros gitanos del cortijo. Eran familias que trabajaban años y años en la misma finca, como si formasen parte de ella. Resultaban de más fácil manejo, hombres y mujeres, que la demás gente de la gañanía. Con ellos no había que temer rebeliones, huelgas, ni amenazas. Eran pedigüeños y un tanto ladrones, pero se achicaban ante los gestos amenazadores, con la docilidad de una raza perseguida. ...

En la línea 633
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --El mundo empieza a despertar de su sueño de miles de años; protesta de haber sido robado en su infancia. La tierra es vuestra: nadie la ha creado y pertenece a todos. Si en ella existe algún mejoramiento, obra es de vuestras negras manos, que son vuestros títulos de propiedad. El hombre nace con derecho al aire que respira, al sol que lo calienta, y debe exigir la posesión de la tierra que le sostiene. El suelo que cultiváis para que otro recoja la cosecha, os pertenece, aunque vosotros, infelices, envilecidos por miles de años de servidumbre, dudéis de vuestro derecho, temiendo avanzar la mano para que no os crean ladrones. El que acapara un pedazo de tierra, excluyendo de él a los demás, el que lo entrega a las bestias humanas para que lo hagan producir mientras él permanece ocioso, ese es el que verdaderamente roba a sus semejantes. ...

En la línea 350
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... La mayor parte del año viven aislados en su parroquia, sin ver una persona decente durante semanas, llenos de trabajos, asistiendo a los moribundos de noche, haya nieve, hielo, ladrones y fieras, o no; a leguas y leguas de distancia. ...

En la línea 27
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los burgueses se armaban siempre contra los ladrones, contra los lobos, contra los lacayos, con frecuencia contra los señores y los hugonotes, algunas veces contra el rey, pero nunca contra el cardenal ni contra el Español. ...

En la línea 1659
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero ¿qué querían de mí esos hombres, a los que al principio he tomado por ladrones, y por qué el señor Bonacieux no está aquí?-Señora, esos hombres eran mucho más peligrosos de lo que pudiera serlo los ladrones,porque son agentes del señor cardenal, y en cuánto a vuestro marido, el señor Bónacieux no está aquí porque ayer vinieron a prend erlo para conducirlo a la Bastilla. ...

En la línea 1659
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero ¿qué querían de mí esos hombres, a los que al principio he tomado por ladrones, y por qué el señor Bonacieux no está aquí?-Señora, esos hombres eran mucho más peligrosos de lo que pudiera serlo los ladrones,porque son agentes del señor cardenal, y en cuánto a vuestro marido, el señor Bónacieux no está aquí porque ayer vinieron a prend erlo para conducirlo a la Bastilla. ...

En la línea 1904
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y no tendréis nada que temer a la vuelta?-No tendré que temer más que a los ladrones. ...

En la línea 459
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Respondióme que los caminos estaban muy malos (quería decir que abundaban los ladrones) y que aquellos hombres iban armados así para su defensa; muy poco después torcieron a la izquierda, en dirección de Palmella. ...

En la línea 463
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al parecer, no sabía hablar más que de «los ladrones» y de las atrocidades que tenían por costumbre cometer en los mismos sitios por donde íbamos pasando. ...

En la línea 474
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los ladrones frecuentan todavía esas ruinas, y en ellas comen y beben, en acecho de una presa, porque el sitio domina un buen trozo del camino. ...

En la línea 491
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No hay en todo Portugal un sitio de peor fama que éste, y la posada lleva el apodo de _Estalagem de Ladrões_ o sea, hostería de ladrones; porque los bandidos que campan por los despoblados que se extienden a varias leguas a la redonda, tienen la costumbre de venir a esta posada a gastar el dinero y demás productos de su criminal oficio; allí cantan y bailan, comen conejo guisado y aceitunas, y beben el vino espeso y fuerte del Alemtejo. ...

En la línea 322
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza. ...

En la línea 809
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. ...

En la línea 1383
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. ...

En la línea 1478
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -No puede ser eso -respondió Sancho-, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí este dinero. ...

En la línea 404
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Mientras cambiábamos de caballos en Guardia, varias personas se acercaron a dirigirme una multitud de preguntas acerca del ejército. Nunca he visto una popularidad más grande que la de Rosas, ni mayor entusiasmo por «la guerra más justa de las guerras, puesto que va dirigida contra los salvajes». Preciso es confesar que se comprende algún tanto ese arranque, si se tiene en cuenta que aún hace poco tiempo estaban expuestos a los ultrajes de los indios los hombres, las mujeres, los niños, los caballos. Durante todo el día recorremos una hermosa llanura verde, cubierta de rebaños; acá y allá una estancia solitaria, sin más sombra que un sólo árbol. Por la tarde se pone a llover; llegamos a un destacamento, pero el jefe nos dice que, si no tenemos pasaportes muy en regla, no podemos seguir nuestro camino, pues hay tantos ladrones que no quiere fiarse de nadie. Le presento mi pasaporte, y en cuanto lee en él las primeras palabras El naturalista D. Carlos, se vuelve tan respetuoso y cortés como desconfiado estaba antes. ¡Naturalista! Seguro estoy de que ni él ni sus compatriotas comprenden bien qué podrá querer decir eso; pero es probable que mi título misterioso no haga sino inspirarle una idea más alta de mi persona. ...

En la línea 413
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las estancias distan mucho unas de otras; en efecto, hay muy pocos pastos buenos, estando el suelo cubierto en casi todas partes por una especie de trébol acre o por cardo gigante. Esta última planta, tan bien conocida desde la admirable descripción que de ella hizo Sir F. Head, en esa estación del año no había llegado sino a los dos tercios de su altura; en algunas partes los cardos se elevan hasta la grupa de mi caballo; en otras no han brotado aún de la tierra, y entonces el suelo está tan desnudo y polvoriento como pueda estarlo en nuestras grandes carreteras. Los tallos, de un color verde brillante, dan al paisaje el aspecto de un bosque en miniatura. En cuanto los cardos crecen todo lo que han de crecer, los llanos que recubren se vuelven impenetrables en absoluto, excepto en algunos senderos, verdadero laberinto sólo conocido por los ladrones que se guarecen allí en esa estación y salen para robar y asesinar a los viajeros. Un día preguntaba yo en una casa «si había por allá muchos ladrones» y me respondieron, sin comprender yo al pronto el alcance de la contestación: «todavía no han brotado los cardos». Casi nada de interés hay que observar en los parajes invadidos por los cardos, pues pocos mamíferos o aves habitan en ellos, a no ser el viscache y su amigo el búho pequeño. ...

En la línea 413
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las estancias distan mucho unas de otras; en efecto, hay muy pocos pastos buenos, estando el suelo cubierto en casi todas partes por una especie de trébol acre o por cardo gigante. Esta última planta, tan bien conocida desde la admirable descripción que de ella hizo Sir F. Head, en esa estación del año no había llegado sino a los dos tercios de su altura; en algunas partes los cardos se elevan hasta la grupa de mi caballo; en otras no han brotado aún de la tierra, y entonces el suelo está tan desnudo y polvoriento como pueda estarlo en nuestras grandes carreteras. Los tallos, de un color verde brillante, dan al paisaje el aspecto de un bosque en miniatura. En cuanto los cardos crecen todo lo que han de crecer, los llanos que recubren se vuelven impenetrables en absoluto, excepto en algunos senderos, verdadero laberinto sólo conocido por los ladrones que se guarecen allí en esa estación y salen para robar y asesinar a los viajeros. Un día preguntaba yo en una casa «si había por allá muchos ladrones» y me respondieron, sin comprender yo al pronto el alcance de la contestación: «todavía no han brotado los cardos». Casi nada de interés hay que observar en los parajes invadidos por los cardos, pues pocos mamíferos o aves habitan en ellos, a no ser el viscache y su amigo el búho pequeño. ...

En la línea 516
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los que le perseguían viéronse obligados a pasar delante de él, no pudiendo contener a sus cabalgaduras. Lanzose inmediatamente en persecución de ellos, hundió su cuchillo en la espalda de uno de los ladrones e hirió al otro, recobró su caballo y se volvió a su casa. Para conseguir resultados tan perfectos se necesitan dos cosas: un bocado muy potente (como el de los mamelucos), el cual se usa rara vez, pero cuya fuerza conoce el caballo con exactitud; y unas inmensas espuelas romas, con las que se puede rozar nada más la piel del caballo o causarle violento dolor. Con espuelas inglesas, que hieren la piel en cuanto la tocan, creo que sería imposible amaestrar un caballo a la americana. ...

En la línea 4716
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Santos Barinaga gritó: —No señores, no es un Candelas, porque aquel espejo de ladrones caballerosos era muy generoso, y robaba con exposición de la vida. ...

En la línea 7403
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si te ven entre estos ladrones, creerán que eres uno de ellos. ...

En la línea 7435
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por eso no había prendido ya fuego a la taberna con todos los ladrones dentro. ...

En la línea 7568
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... en esta tierra de ladrones. ...

En la línea 498
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La supresión del armamento moderno ha acabado con las guerras, pero no con la profesión militar. Si no hubiese ejércitos, mucha gente joven se encontraría desorientada, no sabiendo que hacer de sus actividades. Seria difícil viajar entonces por los caminos. Los que nacieron para héroes, cuando no pueden ser héroes acaban dedicándose a ladrones de carretera. ...

En la línea 633
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Comprendo, amigo Ra-Ra, que le busquen con tanto ahínco las señoras del Consejo secreto. Resulta usted más terrible de lo que parece con su túnica y sus velos de mujer. Ya le veo siendo llevado a morir en un peñón, sin agua y sin comida, cerca de la gran barrera de los dioses, si es que yo no le oculto antes en uno de mis bolsillos. Pero ¿por qué se muestran ustedes tan adversarios del gobierno femenil?… según dice el profesor Flimnap, ya no hay guerras ni puede haberlas; las mujeres administran la fortuna pública con economía; no se nota la miseria ni la mortalidad de otros tiempos; tampoco hay gobernantes ladrones. ¿Qué mas pueden desear los hombres?… ...

En la línea 527
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No hagan ustedes caso de esta rata eclesiástica—indicó Moreno, sentándose entre Barbarita y Jacinta—. Me está arruinando. Voy a tener que irme a un pueblo porque no me deja vivir. Es que no me puedo descuidar. Estoy en casa vistiéndome… siento un susurro, algo así como paso de ladrones; miro, veo un bulto, doy un grito… Es ella, la rata que ha entrado y se va escurriendo por entre los muebles. Nada; por pronto que acudo, ya mi querida tía me ha registrado la ropa que está en el perchero y se ha llevado todo lo que había en el bolsillo del chaleco. ...

En la línea 1753
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Quedose parado un largo rato mirando a la luz y viendo en ella a doña Lupe en el acto de coger la hucha falsa y decir: «Pero esta hucha… no sé… me parece… no es la misma». Dando un gran suspiro, envolvió rápidamente en un pañuelo los destrozados restos de la víctima, y los guardó en la cómoda hasta el momento de salir. Puso la nueva hucha en el sitio de costumbre, que era el cajón alto de la cómoda, abrió la puerta, quitando el pañuelo que tapaba el agujero de la llave, y después de llevar a la cocina el instrumento alevoso, volvió a su cuarto con idea de contar el dinero… Pero si era suyo, ¿a qué tanto miedo y zozobra? Él no había robado nada a nadie, y sin embargo, estaba como los ladrones. Más derecho era referir a su tía lo que le pasaba, que no andar con tapujos. ¡Sí, pues buena se pondría doña Lupe si él le contara su aventura y el empleo que daba a sus ahorros! Valía más callar, y adelante. ...

En la línea 1779
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano quería saberlo todo. Era como el buen médico que le pide al enfermo las noticias más insignificantes del mal que padece y de su historia para saber cómo ha de curarle. Fortunata no ocultaba nada, eso bueno tenía, y el doctor amante se encontraba a veces con más quizás de lo necesario para la prodigiosa cura. ¡Y qué horrorizado se quedaba oyendo contar lo mal que se portó el seductor de aquella hermosura! El honradísimo aprendiz de farmacéutico no comprendía que pudieran existir hombres tan malos, y las penas todas del infierno parecíanle pocas para castigarles. Criminal más perverso que los asesinos y ladrones era, según él, el señorito seductor de doncella pobre, que le hacía creer que se iba a casar con ella, y después la dejaba plantada en medio del arroyo con su chiquillo o con las vísperas. ¿Por cuánto haría esto él, Maximiliano Rubín?… El tal Juanito Santa Cruz era, pues, el hombre más infame, más execrable y vil que se podía imaginar. Pero la misma ofendida no extremaba mucho, como parecía natural, los anatemas contra el seductor, por cuya razón tuvo Maximiliano que redoblar su furia contra él, llamándole monstruo y otras cosas muy malas. Fortunata veíase forzada a repetirlo; pero no había medio de que pronunciara la palabra monstruo. Se le atravesaba como otras muchas, y al fin, después de mil tentativas que parecían náuseas, la soltaba entre sus bonitísimos dientes y labios, como si la escupiera. ...

En la línea 2235
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¿Quieres que te diga una cosa?—gritaba el primogénito, descomponiéndose—. Pues don Carlos no ha triunfado ya por vuestra culpa, por culpa de los curas. Hay que ir allá, como he ido yo, para hacerse cargo de las intrigas de la gentualla de sotana, que todo lo quiere para sí, y no va más que a desacreditar con calumnias y chismes a los que verdaderamente trabajan. Yo no podía estar allí; me ahogaba. Le dije a Dorregaray: 'mi general, no sé cómo usted aguanta esto', y él se alzaba de hombros, ¡poniéndome una cara… ! No pasaba día sin que los lechuzos le llevaran un cuento a don Carlos. Que Dorregaray andaba en tratos con Moriones para rendirse, que Moriones le había ofrecido diez millones de reales, en fin, mil indecencias. Cuando llegó a mi noticia que me acusaban de haber ido al Cuartel General de Moriones a llevar recados de mi jefe, me volé, y aquella misma tarde, habiéndome encontrado a la camarilla en el atrio de la iglesia de San Miguel, me lié la manta a la cabeza, y por poco se arma allí un Dos de Mayo. «Aquí no hay más traidores que ustedes. Lo que tienen es envidia del traidor, si le hubiera, por el provecho que saque de su traición. No digo yo por diez millones; pero por diez mil ochavos venderían ustedes al Rey, y toda su descendencia; ladrones infames, tíos de Judas». En fin, que si no acierta a pasar el coronel Goiri, que me quería mucho, y me coge a la fuerza y me arranca de allí y me lleva a mi casa, aquella tarde sale el redaño de un cura a ver la puesta del sol. Estuve tres días en cama con un amago de ataque cerebral. Cuando me levanté, pedí una audiencia a Su Majestad. Su contestación fue ponerme en la mano el canuto y el pasaporte para la frontera. En fin, que los engarza-rosarios dieron conmigo en tierra, porque no me prestaba a ayudarles en sus maquinaciones contra los leales y valientes. Por las sotanas se perdió don Carlos V, y al VII no le aprovechó la lección. Allá se las haya. ¿No querías religión?, pues ahí la tienes; atrácate de curas, indigéstate y revienta. ...

En la línea 356
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En un momento toda la grave pena y la miseria que el sueño había desterrado cayeron de nueva sobre él, y comprendió que ya no era un príncipe mimado en un palacio, con los adoradores ojos de una nación en él, sino un mendigo, un paria, vestido de harapos, prisionero en un antro digno solo de animales y viviendo con mendigos y ladrones. ...

En la línea 1015
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En la mañana que siguió a aquel combate, Hugo se levantó con el corazón lleno de deseos de venganza contra el rey. En especial tenía dos planes. Uno de ellos consistía en infligir una humillación singular al altivo espíritu y a la 'imaginaria' realeza de aquel muchacho y, de no lograrlo, su otro plan era imputar al rey un crimen de cualquier género, y entregarlo a las implacables garras de la justicia. Prosiguiendo su primer plan, pensó poner un 'clima' en la pierna del rey juzgando, con razón, que le mortificaría en alto grado, y en cuanto el 'clima' surtiera su efecto, se proponía conseguir la ayuda de Canty y obligar al rey a exponer la pierna en un camino y pedir limosna. 'Clima' era la palabra usada por los ladrones para designar a una fingida llaga. Para producirla, se hacía una pasta o cataplasma de cal viva, jabón y orín de hierro viejo y se extendía sobre un pedazo de cuero, que después se sujetaba fuertemente a la pierna. Esto desprendía muy pronto la piel y dejaba la carne viva y muy irritada. Luego frotaban sangre sobre el sitio, la cual, al secarse, tomaba un color oscuro y repulsivo, y por último ponían un vendaje de trapos manchados, con mucho ingenio para que asomara la repugnante úlcera, y despertar la compasión de los transeúntes. ...

En la línea 1320
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Mientras el verdadero rey vagaba por la región pobremente vestido, pobremente alimentado, maltratado y burlado por vagabundos un rato, y al otro en compañía de ladrones y asesinos en una cárcel, y llamado idiota e impostor por todos, el fingido rey Tom Canty disfrutaba de una experiencia un tanto diferente. ...

En la línea 1325
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Disfrutaba sus espléndidos vestidos y encargó más; consideró que sus cuatrocientos criados eran muy pocos para su conveniente grandeza y los triplicó. La adulación de los zalameros cortesanos vino a ser dulce música para sus oídos. Siguió bondadoso y gentil, y firme y resuelto campeón de todos los oprimidos, declaró una guerra implacable a las leyes injustas; y, sin embargo, en ocasiones, al ser ofendido, se volvía hacia un conde, e incluso un duque, y le lanzaba una mirada que le hacía temblar. Una vez que su regia 'hermana', la inflexible santa lady María, discutió con él la prudencia de su conducta al perdonar a tantas personas que de otra manera serían encarceladas, colgadas o quemadas, y le recordó que las prisiones de su augusto difunto padre habían tenido a veces hasta sesenta mil convictos a un tiempo, y que durante su admirable reinado había entregado setenta y dos mil rateros y ladrones a la muerte por medio del verdugo, el niño se llenó de generosa indignación, y le ordenó que fuera a su gabinete y rogara a Dios que le quitara la piedra que tenía en el pecho y que le diera un corazón humano. ...

En la línea 649
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Vendrán tiempos –exclamó don Fermín– en que se disiparán los convencionalismos sociales todos! Estoy convencido de que las cercas y tapias de las propiedades privadas no son más que un incentivo para los que llamamos ladrones, cuando los ladrones son los otros, los propietarios. No hay propiedad más segura que la que está sin cercas ni tapias, al alcance de todo el mundo. El hombre nace bueno, es naturalmente bueno; la sociedad le malea y pervierte… ...

En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...

En la línea 2058
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito. ...

En la línea 429
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo había oído mencionar a la señorita Havisham, de la ciudad, como mujer de carácter muy triste e inmensamente rica, que vivía en una casa enorme y tétrica, fortificada contra los ladrones, y que en aquel edificio llevaba una vida de encierro absoluto. ...

En la línea 1784
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... exclamaba: «Ya le he cogido». Los magistrados temblaban cada vez que él se mordía el dedo índice. Los ladrones y sus encubridores estaban pendientes de sus labios, embelesados, aunque muertos de miedo, y se estremecían en cuanto un pelo de sus cejas se movía hacia ellos. Ignoro de qué parte estaba mi tutor, porque me pareció que arremetía contra todos; sólo sé que cuando salí de puntillas, él no estaba apostrofando a los del banquillo, pues hacía temblar convulsivamente las piernas del anciano caballero que presidía el tribunal, censurándole su conducta de aquel día y en tanto que ocupaba aquel elevado sitio, como representante de la justicia y de la ley de Inglaterra. ...

En la línea 1874
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tenga en cuenta, señor Pip, que, por lo menos, hay en Londres setecientos ladrones que conocen este reloj; ...

En la línea 2011
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Nos quedamos mirándonos uno a otro, y noté que se apresuraba el ritmo de mi respiración, deseoso como estaba de obtener de él alguna otra cosa. Y cuando vi que respiraba aún más aprisa y que él se daba cuenta de ello, comprendí que disminuían las probabilidades de averiguar algo más. - ¿Cree usted, señor Jaggers, que todavía transcurrirán algunos años? Él movió la cabeza, no para contestar en sentido negativo a mi pregunta, sino para negar la posibilidad de contestar a ella. Y las dos horribles mascarillas parecieron mirar entonces hacia mí, precisamente en el mismo instante en que mis ojos se volvían a ellas, como si hubiesen llegado a una crisis, en su curiosa atención, y se dispusieran a dar un estornudo. - Óigame - dijo el señor Jaggers calentándose la parte trasera de las piernas con el dorso de las manos -. Voy a hablar claramente con usted, amigo Pip. Ésa es una pregunta que no debe hacerse. Lo comprenderá usted mejor cuando le diga que es una pregunta que podría comprometerme. Pero, en fin, voy a complacerle y le diré algo más. Se inclinó un poco para mirar ceñudamente sus botas, de modo que pudo acariciarse las pantorrillas durante la pausa que hizo. - Cuando esa persona se dé a conocer - dijo el señor Jaggers enderezándose, - usted y ella arreglarán sus propios asuntos. Cuando esa persona se dé a conocer, terminará y cesará mi intervención en el asunto. Cuando esa persona se dé a conocer, ya no tendré necesidad de saber nada más acerca del particular. Y esto es todo lo que puedo decirle. Nos quedamos mirándonos uno a otro, hasta que yo desvié los ojos y me quedé mirando, muy pensativo, al suelo. De las palabras que acababa de oír deduje que la señorita Havisham, por una razón u otra, no había confiado a mi tutor su deseo de unirme a Estella; que él estaba resentido y algo celoso por esa causa; o que, realmente, le pareciese mal semejante proyecto, pero que no pudiera hacer nada para impedirlo. Cuando de nuevo levanté los ojos, me di cuenta de que había estado mirándome astutamente mientras yo no le observaba. - Si eso es todo lo que tiene usted que decirme, caballero - observé -, yo tampoco puedo decir nada más. Movió la cabeza en señal de asentimiento, sacó el reloj que tanto temor inspiraba a los ladrones y me preguntó en dónde iba a cenar. Contesté que en mis propias habitaciones y en compañía de Herbert, y, como consecuencia necesaria, le rogué que nos honrase con su compañía. Él aceptó inmediatamente la invitación, pero insistió en acompañarme a pie hasta casa, con objeto de que no hiciese ningún preparativo extraordinario con respecto a él; además, tenía que escribir previamente una o dos cartas y luego, según su costumbre, lavarse las manos. Por esta razón le dije que saldría a la sala inmediatamente y me quedaría hablando con Wemmick. El hecho es que en cuanto sentí en mi bolsillo las quinientas libras esterlinas, se presentó a mi mente un pensamiento que otras veces había tenido ya, y me pareció que Wemmick era la persona indicada para aconsejarme acerca de aquella idea. Había cerrado ya su caja de caudales y terminaba sus preparativos para emprender la marcha a su casa. Dejó su escritorio, se llevó sus dos grasientas palmatorias y las puso en línea en un pequeño estante que había junto a la puerta, al lado de las despabiladeras, dispuesto a apagarlas; arregló el fuego para que se extinguiera; preparó el sombrero y el gabán, y se golpeó el pecho con la llave de la caja, como si fuese un ejercicio atlético después de los negocios del día. - Señor Wemmick – dije, - quisiera pedirle su opinión. Tengo el mayor deseo de servir a un amigo mío. Wemmick cerró el buzón de su boca y meneó la cabeza como si su opinión estuviese ya formada acerca de cualquier fatal debilidad de aquel género. - Ese amigo - proseguí - tiene deseo de empezar a trabajar en la vida comercial, pero, como carece de dinero, encuentra muchas dificultades que le descorazonan ya desde un principio. Lo que yo quiero es ayudarle precisamente en este principio. - ¿Con dinero? - preguntó Wemmick, con un tono seco a más no poder. - Con algún dinero - contesté, recordando de mala gana los paquetitos de facturas que tenía en casa -. Con algo de dinero y, tal vez, con algún anticipo de mis esperanzas. - Señor Pip - dijo Wemmick. - Si usted no tiene inconveniente, voy a contar con los dedos los varios puentes del Támesis hasta Chelsea Reach. Vamos a ver. El puente de Londres, uno; el de Southwark, dos; Blackfriars, tres; Waterloo, cuatro; Westminster, cinco; Vauxhall, seis - y al hablar así fue contando con los dedos y con la llave de la caja los puentes que acababa de citar. - De modo que ya ve usted que hay seis puentes para escoger. - No le comprendo. - Pues elija usted el que más le guste, señor Pip - continuó Wemmick, - váyase usted a él y desde el centro de dicho puente arroje el dinero al Támesis, y así sabrá cuál es su fin. En cambio, entréguelo usted a un amigo, y tal vez también podrá enterarse del fin que tiene, pero desde luego le aseguro que será menos agradable y menos provechoso. Después de decir esto, abrió tanto el buzón de su boca que sin dificultad alguna podría haberle metido un periódico entero. - Eso es muy desalentador - dije. - Desde luego - contestó Wemmick. - De modo que, según su opinión - pregunté, algo indignado, - un hombre no debe… - ¿… emplear dinero en un amigo? - dijo Wemmick, terminando mi pregunta. - Ciertamente, no. Siempre en el supuesto de que no quiera librarse del amigo, porque en tal caso la cuestión se reduce a saber cuánto dinero le costará el desembarazarse de él. - ¿Y ésa es su decidida opinión acerca del particular, señor Wemmick? - Ésa - me contestó - es la opinión que tengo en la oficina. - ¡Ah! - exclamé al advertir la salida que me ofrecía con sus palabras. - ¿Y sería también su opinión en Walworth? - Señor Pip - me dijo con grave acento, - Walworth es un sitio y esta oficina otro, de la misma manera que mi anciano padre es una persona y el señor Jaggers otra. Es preciso no confundirlos. Mis sentimientos de Walworth deben ser expresados en Walworth, y, por el contrario, mis opiniones oficiales han de ser recibidas en esta oficina. - Perfectamente - dije, muy aliviado -. Entonces, iré a verle a Walworth, puede contar con ello. - Señor Pip – replicó, - será usted bien recibido allí con carácter particular y privado. Habíamos sostenido esta conversación en voz baja, pues a ambos nos constaba que el oído de mi tutor era finísimo. Cuando apareció en el marco de la puerta de su oficina, secándose las manos con la toalla, Wemmick se puso el gabán y se situó al lado de las bujías para apagarlas. Los tres salimos juntos a la calle, y, desde el escalón de la puerta, Wemmick tomó su camino y el señor Jagger y yo emprendimos el nuestro. Más de una vez deseé aquella noche que el señor Jaggers hubiese tenido a un padre anciano en la calle Gerrard, un Stinger u otra persona cualquiera que le desarrugara un poco el ceño. Parecía muy penoso, el día en que se cumplían veintiún años, que el llegar a la mayoría de edad fuese cosa sin importancia en un mundo tan guardado y receloso como él, sin duda, lo consideraba. Con seguridad estaba un millar de veces mejor informado y era más listo que Wemmick, pero yo también hubiera preferido mil veces haber invitado a éste y no a Jaggers. Y mi tutor no se limitó a ponerme triste a mí solo, porque, después que se hubo marchado, Herbert dijo de él, mientras tenía los ojos fijos en el suelo, que le producía la impresión de que mi tutor había cometido alguna fechoría y olvidado los detalles; tan culpable y anonadado parecía. ...

En la línea 216
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Un robo soberbio- respondió el agente entusiasmado-. ¡Cincuenta y cinco mil libras! ¡No siempre tenemos semejantes ocasiones! ¡Los ladrones se van haciendo muy mezquinos! ¡La raza de los Sheppard se va extinguiendo! ¡Ahora se hacen ahorcar tan sólo por algunos chelines! ...

En la línea 218
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Señor cónsul- respondió dogmáticamente el inspector de policía-, los grandes ladrones se parecen siempre a los hombres de bien. Ya comprenderéis que los que tienen traza de bribones no tienen más que un recurso, que es el de ser probos, sin lo cual serían presos con facilidad. Las fisonomías honradas son las que con más frecuencia hay que desenmascarar. Convengo en que este trabajo es dificultoso, siendo más bien hijo del arte que del oficio. ...

En la línea 1308
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Después de almorzar, Phileas Fogg, acompañado de mistress Aouida, salió del hotel para ir a visar su pasaporte en el consulado inglés. Encontró en la acera a su criado, que le preguntó si sería prudente, antes de tomar el ferrocarril del Pacífico, comprar algunas carabinas Enfleld o revólveres Colt. Picaporte había oído hablar de los sioux y de los pawnies, que paran los ferrocarriles como simples ladrones españoles. Mister Fogg respondió que era precaución inútil; pero lo dejó en libertad de obrar como pluguiese, y después se dirigió a la oficina del agente consular. ...


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de s;z

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

Las Reglas Ortográficas de la Z

Se escribe z y no c delante de a, o y u.

Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.

Ejemplos: pedazo, terraza

Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.

Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez

La X y la S


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z


la Ortografía es divertida

Palabras parecidas a ladrones

La palabra muerto
La palabra sobrina
La palabra bromas
La palabra indiferencia
La palabra abrumar
La palabra chiste
La palabra encontrasen

Webs amigas:

Ciclos formativos en Barcelona . Ciclos formativos en Navarra . VPO en Huelva . - Hotel Sevilla Almeria