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La palabra himpaciencia
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Comó se escribe himpaciencia o impaciencia?

Cual es errónea Impaciencia o Himpaciencia?

La palabra correcta es Impaciencia. Sin Embargo Himpaciencia se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra himpaciencia es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra impaciencia

Más información sobre la palabra Impaciencia en internet

Impaciencia en la RAE.
Impaciencia en Word Reference.
Impaciencia en la wikipedia.
Sinonimos de Impaciencia.

Algunas Frases de libros en las que aparece impaciencia

La palabra impaciencia puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1398
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... VIII A principios de Enero, la huelga de los trabajadores se había extendido por todo el campo de Jerez. Los gañanes de los cortijos hacían causa común con los viñadores. Los dueños de los campos, como en los meses de invierno no eran importantes los trabajos agrícolas, sobrellevaban sin impaciencia el conflicto. ...

En la línea 1447
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Pero, vamos a ver--exclamó Fermín con impaciencia.--¿Qué es todo eso? Habla, y cesa de llorar, que pareces una beata en la procesión del Santo Entierro. ¿Qué te pasa con Mariquita?... ...

En la línea 1484
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Antes de media tarde llegó Fermín a Marchamalo. Rafael le llevó en las ancas de su jaca. Su impaciencia le hacía mover nerviosamente los talones, espoleando al animal. ...

En la línea 1490
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentía impaciencia por conocer la resolución de la muchacha. Pero Fermín no quiso que le aguardase. Pensaba pasar la noche en la viña. Y siguió la marcha a pie, mientras Rafael le anunciaba a voces que vendría a buscarle al día siguiente. ...

En la línea 181
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Había, sin embargo, esa impaciencia; pero, ¡qué recóndita, o mejor, que bien disimulada! ...

En la línea 323
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Los dos mostraban impaciencia, y abandonaban las varas a la suerte. ...

En la línea 196
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El joven comenzó por buscar aquella carta con gran impaciencia, volviendo y revolviendo veinte veces sus bolsos y bolsillos, buscando y rebuscando en su talego, abriendo y cerrando su bolso; pero cuando se hubo convencido de que la carta era inencontrable, entró en un tercer acceso de rabia que a punto estuvo de provocarle un nuevo consu mo de vino y de aceite aromatizados; porque, al ver a aquel joven de mala cabeza acalorarse y amenazar con romper todo en el estableci miento si no encontraban su carta, el hostelero había cogido ya un chuzo, su mujer un mango de escoba, y sus criados los mismos bastones que habían servido la víspera. ...

En la línea 1960
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Un hombre!-Vamos, que la discusión vuelve a empezar - dijo la señora Bo nacieux con media sonrisa que no estaba exenta de cierto tinte de impaciencia. ...

En la línea 2383
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El nuevo personaje al que se acababa de introducir siguió con ojos de impaciencia a Bonacieux hasta que éste hubo salido, y cuando 1a puerta fue cerrada tras él, dijo aproximándoserápidamente al car denal. ...

En la línea 3920
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Bueno, esta noche llegará, a Dios gracias! Y quizá la estéis espe rando vos con tanta impaciencia como yo. ...

En la línea 1502
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El gitano, echado detrás de un matorral, se levantaba a veces para mirar afanosamente a la colina que teníamos delante; al cabo, lanzando una exclamación de contrariedad y de impaciencia, se dejó caer al suelo, y en él estuvo tendido mucho rato, absorto, al parecer, en sus reflexiones; por último, levantó la cabeza y me miró a la cara. ...

En la línea 3066
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Vergüenza le daba confesárselo a sí propio! ¡Dos años hacía que ella debía creerle enamorado de sus prendas! Sí, dos años llevaba de prudente sigiloso culto externo, casi siempre mudo, sin más elocuencia que la de los ojos, ciertas idas y venidas y determinadas actitudes ora de tristeza, ora de impaciencia, tal vez de desesperación. ...

En la línea 4209
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Si habré yo visto visiones? ¿Si jamás este hombre me habrá mirado con amor; si aquel verle en todas partes sería casualidad; si sus ojos estarían distraídos al fijarse en mí? Aquellas tristezas, aquellos arranques mal disimulados de impaciencia, de despecho, que yo observaba con el rabillo del ojo —¡ay! ¡sí, esto era lo cierto, con el rabillo! —¿serían ilusiones mías, nada más que ilusiones? ¡Pero si no podía ser!. ...

En la línea 4854
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Iglesia es así, pensaba De Pas, con la cabeza apoyada en las manos y los codos sobre la mesa, olvidado ya del Papa infalible; la Iglesia proclama la humildad y es humilde como ser abstracto, colectivo, en la jerarquía, para contener la impaciencia de la ambición que espera desde abajo. ...

En la línea 5025
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No podía ocultar la impaciencia, a pesar del dominio sobre sí mismo, que era una de sus mayores fuerzas; ansiaba poder leer la carta, y temía ruborizarse delante de su madre. ...

En la línea 1402
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Fue la entrada de César en Roma una imitación de los cortejos triunfales de la antigüedad. Lo esperaba su padre con una impaciencia que no podía disimular, llorando y riendo al mismo tiempo. Sentíase orgulloso de este hijo de veinticuatro años que luego de mostrarse en Francia superior a los primeros diplomáticos de Europa, acababa de revelarse un guerrero invencible. ...

En la línea 1592
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por instinto miró en torno, lo mismo que ella. El hombre del monóculo estaba a pocos pasos, apoyado en una columna, haciendo gestos de impaciencia. Al verse sorprendido por los ojos de Borja, miró a éste con fijeza agresiva. ...

En la línea 1187
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tuvo que retroceder Flimnap a la capital, paseando por sus principales avenidas mientras esperaba con impaciencia la hora de la sesión del Senado. El despego que le mostraban las gentes había ido en aumento, convirtiéndose en franca impopularidad. Los que el día anterior fingían no verle le miraban ahora con una fijeza hostil. Su decadencia iba unida a la del pobre Hombre-Montaña. ...

En la línea 1703
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su impaciencia le hizo subir otra vez al puente, en busca del mismo oficial. ...

En la línea 1152
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquel día, que era el 22, empeoró el Delfín a causa de su impaciencia y por aquel afán de querer anticiparse a la naturaleza, quitándole a esta los medios de su propia reparación. A poco de levantarse tuvo que volverse a la cama, quejándose de molestias y dolores puramente ilusorios. Su familia, que ya conocía bien sus mañas, no se alarmaba, y Barbarita recetábale sin cesar sábanas y resignación. Pasó la noche intranquilo; pero se estuvo durmiendo toda la mañana del 23, por lo que pudo Jacinta dar otro salto, acompañada de Rafaela, a la calle de Mira el Río. Esta visita fue de tan poca sustancia, que la dama volvió muy triste a su casa. No vio al Pituso ni al Sr. Izquierdo. Díjole Severiana que Guillermina había estado antes y echado un largo parlamento con el endivido, quien tenía al chico montado en el hombro, ensayándose sin duda para hacer el San Cristóbal. Lo único que sacó Jacinta en limpio de la excursión de aquel día fue un nuevo testimonio de la popularidad que empezaba a alcanzar en aquellas casas. Hombres y mujeres la rodeaban y poco faltó para que la llevaran en volandas. Oyose una voz que gritaba: «¡viva la simpatía!» y le echaron coplas de gusto dudoso, pero de muy buena intención. Los de Ido llevaban la voz cantante en este concierto de alabanzas, y daba gozo ver a D. José tan elegante, con las prendas en buen uso que Jacinta le había dado, y su hongo casi nuevo de color café. El primogénito de los claques fue objeto de una serie de transacciones y reventas chalanescas, hasta que lo adquirió por dos cuartos un cierto vecino de la casa, que tenía la especialidad de hacer el higuí en los Carnavales. ...

En la línea 1907
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¿Ha venido el señorito?» preguntó a su criada, y como esta le contestara que no, frunció los labios en señal de impaciencia. ...

En la línea 2204
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la noche de aquel memorable día, y cuando la jaqueca se le calmó, pudo enterarse Maxi de que su hermano había ido a la calle de Pelayo, y de que sus impresiones «no habían sido malas» según declaración del propio cura. Daba este mucha importancia a su apostolado, y cuando le caía en las manos uno de aquellos negocios de conquista espiritual, exageraba los peligros y dificultades para dar más valor a su victoria. El otro se abrasaba en impaciencia; mas no conseguía obtener de Nicolás sino medias palabras. «Allá veremos… estas no son cosas de juego… Ya tengo las manos en la masa… no es mala masa; pero hay que trabajarla a pulso… esta es la cosa. He de volver allá… Es preciso que tengas paciencia… ¿pues tú qué te crees?». El pobre chico no veía las santas horas de que llegase el día para saber por ella pormenores de la conferencia. Fortunata le vio entrar sobre las diez, pálido como la cera, convaleciente de la jaqueca, que le dejaba mareos, aturdimiento y fatiga general. Se echó en el sofá; cubriole su amiga la mitad del cuerpo con una manta, púsole almohadas para que recostase la cabeza, y a medida que esto hacía, le aplacaba la curiosidad contándole precipitadamente todo. ...

En la línea 2921
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Después de mucho pasear vio el faetón de Santa Cruz, guiado por el lacayo, despacio, como para que no se enfriaran los caballos. Ya no quedaba duda. El coche le esperaba. Violo subir hasta Cuatro Caminos, donde se detuvo para encender las luces. Después bajó, y al llegar a los Almacenes de la Villa, otra vez para arriba. Maxi no le perdía de vista. El cochero daba a conocer su aburrimiento e impaciencia. En una de las vueltas del vehículo, Rubín sorprendió en aquel hombre una mirada dirigida a una de las casas. «Aquí es… aquí está». Fijose cerca de allí, reduciendo el espacio de su paseo vigilante. Eran las siete. ...

En la línea 442
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El niño siguió quieto. Es más, una o dos veces dio con el pie unos golpecitos de impaciencia. Hendon se sintió del todo perplejo. Por fin dijo: ...

En la línea 513
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Y después qué! ¡Saca fuera lo que sabes! –estalló la impaciencia de Hendon interrumpiéndole. ...

En la línea 909
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Eso le salió bastante mal, con gran sorpresa suya, porque lavar las cucharas de palo y los cuchillos le había parecido fácil. Era una tarea tediosa y molesta, pero al fin la termino. Empezaba a sentir impaciencia por proseguir su viaje; no obstante, no había que perder tan fácilmente la compañía de aquella generosa mujer. Ésta le procuró diferentes ocupaciones de poca monta, que el rey desempeñó con gran lentitud y con regular lucimiento. Luego lo puso en compañía de las niñas a mondar manzanas, pero el rey se mostró tan torpe que la mujer le dio, en cambio, a afilar una chaira de carnicero. Después lo tuvo cardando lana tanto rato que el niño empezó a sentir que había dejado muy por debajo al buen rey Alfredo en cuanto a heroísmos, que estarían muy en su punto en los libros de cuentos y de historias, y se sintió medio inclinado a renunciar. Y, en efecto, así lo hizo cuando después de la comida del medio día la buena mujer le dio una canasta con unos gatitos para que los ahogara. Finalmente estaba a punto de renunciar –porque se dijo que si había de encontrar el momento oportuno sería éste en que le ordenaban ahogar los gatos– cuando sobrevino una interrupción. ¡La tal interrupción eran John Canty, con una caja de buhonero a la espalda, y Hugo! ...

En la línea 1105
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Quería el soldado no fatigar demasiado al niño, pues consideraba que las jornadas duras, las comidas irregulares y el escaso sueño serían perjudiciales para su perturbada mente, al paso que el descanso, la regularidad y el ejercicio moderado apresurarían, sin duda, su curación. Deseaba volver a ver en sus cabales a aquella perturbada inteligencia, desterradas las desafortunadas visiones de la atormentada cabecita; por consiguiente, se dirigió a jornadas cortas hacia el lugar de que llevaba tanto tiempo ausente, en vez de obedecer a los impulsos de su impaciencia y correr día y noche. ...

En la línea 1215
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En cambio Sandokán, rojo de impaciencia, no podía estar quieto un instante. Creía que le habían preparado una emboscada. ¿No habría caído el mensaje en manos de lord James? ...

En la línea 127
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los oficiales de a bordo compartían la opinión de su jefe. Había que oírles hablar, discutir, disputar, calcular las posibilidades de un encuentro y verles observar la vasta extensión del océano. Más de uno se imponía una guardia voluntaria, que en otras circunstancias hubiera maldecido, en los baos del juanete. Y mientras el sol describía su arco diurno, la arboladura estaba llena de marineros, como si el puente les quemara los pies, que manifestaban la mayor impaciencia. Y eso que el Abraham Lincoln estaba todavía muy lejos de abordar las aguas sospechosas del Pacífico. ...

En la línea 518
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Más valía admitir la proposición del arponero que discutirla. Por ello me limité a responderle así: -Dejemos que las circunstancias manden, señor Land, y entonces veremos. Pero hasta entonces, se lo ruego, contenga su impaciencia. No podemos actuar más que con astucia, y no es con la pérdida del control de los nervios con lo que podrá usted originar circunstancias favorables. Prométame, pues, que aceptará usted la situación sin dejarse llevar de la ira. ...

En la línea 904
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ya me había hecho a la idea de no verle más cuando, el 16 de noviembre, al regresar a mi camarote con Ned y Conseil, hallé sobre la mesa una carta. La abrí con impaciencia. Escrita con una letra clara, un poco gótica, la carta decía lo siguiente: ...

En la línea 2050
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Repescado el arpón, la canoa se lanzó a la persecución del cetáceo, que emergía de vez en cuando para respirar. Su herida no había debido debilitarle, pues se desplazaba con una extremada rapidez. El bote, impulsado por brazos vigorosos, corría tras él. Varias veces consiguió acercarse a unas cuantas brazas y entonces el canadiense intentaba golpearle, pero el dugongo se sumergía frustrando las intenciones del arponero, cuya natural impaciencia se sobreexcitaba con la ira. Ned Land obsequiaba al desgraciado animal con las más enérgicas palabrotas de la lengua inglesa. Por mi parte, únicamente sentía un cierto despecho cada vez que veía cómo el dugongo burlaba todas nuestras maniobras. ...

En la línea 547
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo empecé a recordarle que estábamos en miércoles, pero me interrumpió con el mismo movimiento de impaciencia de los dedos de su mano derecha. ...

En la línea 575
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana, profiriendo una exclamación de impaciencia, se disponía a arrojarse sobre mí, y yo no tenía ninguna defensa, porque Joe estaba ocupado en la fragua, cuando el señor Pumblechook se interpuso, diciendo: ...

En la línea 789
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Ya que esta casa te parece antigua y tétrica, muchacho - dijo la señorita Havisham, con acento de impaciencia -, y, por consiguiente, no tienes ganas de jugar, ¿quieres trabajar, en cambio? ...

En la línea 804
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, proseguimos a una velocidad bastante más que regular, y, llena de impaciencia y a medida que andaba, retorcía la mano sobre mi hombro y movía la boca, dándome a entender que íbamos aprisa porque sus pensamientos eran también apresurados. A los pocos momentos dijo: ...

En la línea 525
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aplicó de nuevo el oído a la puerta y… ¿Sería que sus sentidos se habían agudizado en aquellos momentos (cosa muy poco probable), o el ruido que oyó fue perfectamente perceptible? De lo que no le cupo duda es de que percibió que una mano se apoyaba en el pestillo, mientras el borde de un vestido rozaba la puerta. Era evidente que alguien hacía al otro lado de la puerta lo mismo que él estaba haciendo por la parte exterior. Para no dar la impresión de que quería esconderse, Raskolnikof movió los pies y refunfuñó unas palabras. Luego tiró del cordón de la campanilla por tercera vez, sin violencia alguna, discretamente, con objeto de no dejar traslucir la menor impaciencia. Este momento dejaría en él un recuerdo imborrable. Y cuando, más tarde, acudía a su imaginación con perfecta nitidez, no comprendía cómo había podido desplegar tanta astucia en aquel momento en que su inteligencia parecía extinguirse y su cuerpo paralizarse… Un instante después oyó que descorrían el cerrojo. ...

En la línea 560
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Una impaciencia febril le impulsaba. Cogió las llaves y reanudó la tarea. Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron infructuosas, no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos errores que cometía. Veía, por ejemplo, que una llave no se adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De pronto se dijo que aquella gran llave dentada que estaba con las otras pequeñas en el llavero no debía de ser de la cómoda (se acordaba de que ya lo había pensado en su visita anterior), sino de algún cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus tesoros. ...

En la línea 591
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando vibró el sonido metálico, al visitante le pareció oír que algo se movía dentro del piso, y durante unos segundos escuchó atentamente. Volvió a llamar, volvió a escuchar y, de pronto, sin poder contener su impaciencia, empezó a sacudir la puerta, asiendo firmemente el tirador. ...

En la línea 752
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Después de haber esperado un momento, el joven pasó a la pieza contigua. Todas las habitaciones eran reducidas y bajas de techo. La impaciencia le impedía seguir esperando y le impulsaba a avanzar. Nadie le prestaba la menor atención. En la segunda dependencia trabajaban varios escribientes que no iban mucho mejor vestidos que él. Todos tenían un aspecto extraño. Raskolnikof se dirigió a uno de ellos. ...

En la línea 447
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Entonces, la señorita Blanche? —exclamé con impaciencia. ...

En la línea 643
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aunque haya sillas dispuestas alrededor de la mesa, pocos de los puntos las aprovechaban, sobre todo cuando hay mucho público, porque una persona en pie ocupa mucho menos sitio y puede operar más cómodamente. Las gentes de la segunda y tercera filas se apretujan contra los de la primera, esperan su turno y vigilan una ocasión para instalarse ante la mesa. Pero, en su impaciencia, algunos avanzan la mano para colocar sus apuestas. Hasta los más alejados de la mesa procuran jugar por encima de las cabezas de los demás, y ocurre que, debido a ello, cada cinco o diez minutos se originan dudas acerca de quiénes han hecho las posturas. ...

En la línea 808
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela estaba impaciente y nerviosa; saltaba a la vista que su obsesión era la ruleta. A ninguna otra cosa atendía, y en general estaba sumamente ensimismada. No preguntó por nada, durante el camino, como por la mañana. Viendo un coche lujosísimo que pasaba ante nosotros como un torbellino, inquirió: “¿Qué coche es ése? ¿De quiénes?”, pero creo que no oyó siquiera mi contestación. A pesar de su impaciencia, no salía de su ensimismamiento. Cuando le enseñé de lejos, al aproximarnos al casino, al barón y a la baronesa de Wurmenheim, les lanzó una mirada distraída y un “¡ Ah!” de indiferencia. ...

En la línea 811
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ocurrió lo que los nuestros preveían. Veamos cómo: La abuela se lanzó sobre el “cero” e inmediatamente me hizo poner doce federicos. Jugamos una vez, dos veces, tres veces. El “cero” no salía. “Pon, pon” me repetía sin cesar la abuela, empujándome en su impaciencia. Yo la obedecía. ...

En la línea 114
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En la desembocadura del Tahkeena, una noche después de comer, Dub avistó un conejo-raqueta, calculó mal y se le escapó. Un segundo después, el equipo entero corría con ansia tras él. A pocas yardas de distancia había un campamento de la policía territorial, con cincuenta perros, todos ellos huskies que se incorporaron a la cacería. El conejo se alejó por el río a toda velocidad, lo abandonó para internarse en un pequeño afluente sobre cuyo lecho helado continuó corriendo a un ritmo constante. Corría ágilmente sobre la superficie nevada mientras los perros se abrían camino con dificultad empleándose a fondo. Buck iba a la cabeza de la jauría de sesenta canes, cogiendo curva tras curva, pero sin obtener ventaja alguna. Iba casi a ras del suelo, gimiendo de impaciencia, con el espléndido cuerpo adelantando, salto a salto, bajo la tenue y blanca luz de la luna. Y, palmo a palmo, como un blanquecino espectro glacial, el centelleante conejo se mantenía por delante. ...

En la línea 282
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Muéstrales cuánto que me quieres, Buck. Muéstraselo -fueron sus palabras. Buck gemía de impaciencia. ...

En la línea 53
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios, desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectual el sublime horror de la tragedia. Al gesto con que manifestó su impaciencia, siguió un alzar de hombros que claramente quería decir: «Caiga el chubasco, que el aguase agota también, y tras de la lluvia viene el buen tiempo». Resuelto, pues, a aguardar que descargase la nube, dio comienzo a minucioso examen de sus enseres de camino, enterándose de si abrochaban bien las hebillas del correaje de la manta, y de si su bastón y paraguas iban en debida y conveniente forma liados con el quitasol de Lucía. Cerciorose asimismo de que una cartera de cuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevaba terciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica de acero, que volvió a guardar en el bolsillo del chaleco, con cuidado sumo. Después sacó de las hondas faltriqueras del sobretodo el Indicador de los Caminos de Hierro, y con el dedo índice, fue recorriendo las estaciones del itinerario de viaje. ...

En la línea 229
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El tren seguía su marcha retemblando, acelerándose y cuneando a veces, deteniéndose un minuto solo en las estaciones, cuyo nombre cantaba la voz gutural y melancólica de los empleados. Después de cada parada volvía, como si hubiese descansado, y con mayores bríos, a manera de corcel que siente el acicate, a devorar el camino. La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad. Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud. Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos. Con todo, un punto suspiró quedito, estremeciéndose. El frío de la noche penetraba, aun cerrados los cristales, a través de las rendijas. Levantose el viajero, y sin mirar que en la rejilla había un envoltorio de mantas, abrió su propio maletín y sacó un chal escocés, peludo, de finísima lana, que delicadamente extendió sobre los pies y muslos de la dormida. Volviose ésta un poco sin despertar, y su cabeza quedó envuelta en sombra. ...

En la línea 950
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Poco tardó, no obstante, en volver a apoderarse de ella la pertinaz ilusión que dulcemente lleva de la mano a los tísicos, vendados los ojos, hasta la puertas de la muerte. Eran tan patentes los síntomas del mal, que al verlos en otra cualquiera le hubiese extendido la papeleta mortuoria; y con todo eso, Pilar, animada y llena de planes, se creía sujeta únicamente a un resfriado tenaz que había de curarse poco a poco. Tenía tosecilla blanda y continua, expectoración pegajosa, sudores que la menor elevación de temperatura determinaba, y las perversiones del apetito se habían convertido en desgano horrible. Inútilmente la conserje del chalet lucía sus primores culinarios, ideando mil golosinas delicadas. Pilar lo miraba todo con igual repugnancia, especialmente los platos nutritivos. Comenzó entonces para las dos amigas una existencia valetudinaria. Lucía no se apartaba de Pilar, sacándola al balcón a respirar el fresco si hacia bueno, acompañándola si no en su cuarto, procurando entretenerla y hacerle menos tediosas las horas. Sentía ya la enferma esa impaciencia, ese deseo de mudar de aires y sitios que acosa generalmente a cuantos padecen su mal. Vichy se le hacía insoportable, y más desde que vio que la estación terminaba, que se vaciaba el Casino, que se marchaba la compañía de ópera y que emigraban las brillantes golondrinas de la moda. Las Amézagas vinieron a despedirse de ella y a darle el último mal rato de la temporada; a seguir a Lucía su inclinación, las recibiría en el saloncito bajo, disculpando a Pilar; pero ésta se empeñó en que subiesen a su aposento, y preciso fue ceder. Estaban las cubanitas triunfantes y radiantes porque se iban a París a hacer sus compras de invierno, y de allí a lucirlas en los primeros saraos madrileños y en el Retiro, y hablaban con el ceceo y melindre de los días de victoria. ...

En la línea 209
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El detective, engolosinado sin duda por la fuerte prima prometida en caso de éxito, aguardaba con una impaciencia fácil de comprender la llegada del 'Mongolia'. ...

En la línea 231
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Después de esta reflexión, que dio mucho que pensar al agente, el cónsul regresó a su despacho, situado allí cerca. El inspector de policía se quedó solo, entregado a una impaciencia nerviosa y con el extraiío presentimiento de que el ladrón debía estar a bordo del 'Mongolia'; y en verdad, si el tunante había salido de Inglaterra con intención de irse al Nuevo Mundo, debía haber obtenido la preferencia del camino de la India, menos vigilado o más difícil de vigilar que el Atlántico. ...

En la línea 729
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se verificó el cambio de pelucas. Durante estos preliminares, Picaporte hervía de impaciencia porque la aguja le parecía andar terriblemente aprisa en el reloj grande del pretorio. ...

En la línea 839
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Convenía, pues, tomar grandes precauciones durante el mal tiempó. Era menester algunas veces estar a la capa con poco vapor, lo cual era una pérdida de tiempo que no parecía afectar a Phileas Fogg de modo alguno, pero que irritaba mucho a Picaporte. Acusaba entonces al capitán, al maquinista, a la Compañía, y enviaba al diantre a todos los que se ocupan de transportar viajeros. Tal vez también la idea de aquel mechero de gas que seguía ardiendo por su cuenta en la casa de Saville Row entraba por mucho en su impaciencia. ...

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h


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Errores Ortográficos típicos con la palabra Impaciencia

Cómo se escribe impaciencia o himpaciencia?
Cómo se escribe impaciencia o impazienzia?

Palabras parecidas a impaciencia

La palabra inconsciencia
La palabra adorable
La palabra vergonzoso
La palabra ocultarse
La palabra repugnaba
La palabra refugiado
La palabra arrodillarse

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