Cual es errónea Hondo o Ondo?
La palabra correcta es Hondo. Sin Embargo Ondo se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra ondo es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra hondo
Errores Ortográficos típicos con la palabra Hondo
Cómo se escribe hondo o ondo?

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Reglas relacionadas con los errores de h
Las Reglas Ortográficas de la H
Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).
Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.
Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.
Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.
Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.
Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.
Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).
Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)
- oquedad (de hueco)
- orfandad, orfanato (de huérfano)
- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)
Algunas Frases de libros en las que aparece hondo
La palabra hondo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 763
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Marchando junto a sus carros cargados de estiércol o montados en sus borricos sobre los serones vacíos, encontró en el hondo camino de Alboraya a muchos de los que habían presenciado el juicio. ...
En la línea 2056
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las niñas de los lacitos le apodaban el de las cadenas; la mamá sentíase inquieta con la presencia de este bárbaro de negra fama, que olía a vino y hablaba accionando con la navaja; y convencida, al fin, de que nada había de sacar de él, indicábale que se fuese; pero él experimentaba un hondo gozo siendo molesto y procuraba prolongar la entrevista. ...
En la línea 2319
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Algo le escarabajeaba en el pecho, causándole hondo daño. ...
En la línea 2443
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como hombre que ha caído tan hondo, tan hondo, que ya no puede sentir remordimiento, apartó su vista del incendio para fijarla en aquella luz macilenta; luz de cirios que arden sin brillo, como alimentados por una atmósfera en la que se percibe aún el revoloteo de la muerte. ...
En la línea 552
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran cuerpos enjutos, apergaminados, recocidos por el sol, con la piel agrietada. La alimentación, pobre y escasa, no llegaba a formar el más leve almohadillado entre el esqueleto y su envoltura. Hombres que aún no tenían cuarenta años, mostraban sus cuellos descarnados, de piel flácida y abullonada, con los tirantes tendones de la ancianidad. Los ojos, en lo más hondo de sus cuencas, circundados de una aureola de arrugas, brillaban como estrellas mortecinas en el fondo de un pozo. Su miseria física era el resultado de una fatiga prolongada años y más años, de una alimentación insípida de pan, sólo de pan. Los cuerpos rudos y angulosos parecían labrados a hachazos: otros eran deformes y grotescos como fabricados por un alfarero: muchos recordaban, por lo retorcidos y nudosos, los troncos de los acebuches de las dehesas. Los brazos negros, con las agudas protuberancias de una gimnasia forzada, parecían de sarmientos trenzados. Y el amontonamiento de estos infelices exhalaba un olor agrio, de sudor de hambriento, de ropa adherida al cuerpo durante meses, de alientos fétidos: toda la respiración apestante de la miseria. ...
En la línea 894
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --En vano se han intentado revoluciones en esta tierra. El alma de nuestras gentes es la misma que en tiempo de los señoríos. Guardan en lo más hondo la resignación del siervo. ...
En la línea 3158
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No aseguro que aquellos lugares me hubieran producido igual admiración contemplados a otra luz; pero es indiscutible que siendo tantas sus cualidades no pueden por menos de producir en cualquier tiempo hondo deleite; a la belleza apacible de un paisaje inglés júntase allí un no sé qué de grande y de agreste, y tengo para mí que el hombre nacido en aquellos valles, a no ser muy insaciable y turbulento, no querrá abandonarlos jamás. ...
En la línea 4129
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Miré en torno buscando a mi guía, pero no le hallé; me pareció, sin embargo, oír en lo hondo de un barranco una voz que hablaba de mí. ...
En la línea 6817
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No se ha alcanzado término alguno, ni se ha descubierto nada que compense el trabajo y los pavorosos peligros corridos; los precipicios suceden a los precipicios, y los abismos a los abismos en sucesión aparentemente inacabable, con unos salientes de vez en cuando que permiten a los intrépidos exploradores reposar y fijar las escalas de cuerda para descender más hondo. ...
En la línea 766
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo Tántalo con su sed; Sísifo venga con el peso terrible de su canto; Ticio traya su buitre, y ansimismo con su rueda Egïón no se detenga, ni las hermanas que trabajan tanto; y todos juntos su mortal quebranto trasladen en mi pecho, y en voz baja -si ya a un desesperado son debidas- canten obsequias tristes, doloridas, al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja. ...
En la línea 2336
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pues, ¿qué me dirán del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verá en el libro, donde cuenta que, navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego, y él, así como la vio, se arrojó sobre ella, y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y le apretó con ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar? Y, cuando llegaron allá bajo, se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos que era maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas que no hay más que oír. ...
En la línea 5221
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven como arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán, su primo, pide prestada su espada Durindana, y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar; antes, dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y, con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino. ...
En la línea 5373
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ciertamente, el convento provisional de las Salesas no era buena vivienda, estaba situado en un barrio bajo, en lo más hondo de una vertiente del terreno, sin sol; allí desahogaban las mal construidas alcantarillas de gran parte de la Encimada, y, en efecto, en algunas celdas la humedad traspasaba las paredes, y había grietas; no cabía negar que a veces los olores eran insufribles; tales miasmas no podían ser saludables. ...
En la línea 7284
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El dinero estaba en las entrañas de la tierra; había que cavar hondo para sacar provecho. ...
En la línea 9410
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y recordaba máximas y aforismos religiosos que había oído al Magistral, sin penetrar su terrible severidad, aquel sentido lúgubre y hondo que no parecían tener en los labios finos, suaves, llenos de silbantes sonidos del pulquérrimo canónigo. ...
En la línea 9549
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Regenta no tomaba con gran calor aquellas diversiones, pero las prefería a su estéril soledad, en que buscando ideas piadosas encontraba tristezas, un hastío hondo y el rencoroso espíritu de protesta de la carne pisoteada, que bramaba en cuanto podía. ...
En la línea 965
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La mano pequeña y bonita del ceguezuelo hería con gracia las cuerdas, sacando de ellas arpegios dulcísimos y esos punteados graves que tan bien expresan el sentir hondo y rudo de la plebe. La cabeza del músico oscilaba como la de esos muñecos que tienen por pescuezo una espiral de acero, y revolvía de un lado para otro los globos muertos de sus ojos cuajados, sin descansar un punto. Después de mucho y mucho puntear y rasguear, rompió con chillona voz el canto: ...
En la línea 969
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Expectación, mientras el músico echaba de lo hondo del pecho unos ayes y gruñidos como de un perrillo al que le están pellizcando el rabo. ¡Ay, ay, ay!… Por fin concluyó: ...
En la línea 2082
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No pudo concluir la frase, porque le vino de lo hondo del cuerpo a la boca una tan voluminosa cantidad de gases, que las palabras tuvieron que echarse a un lado para darle salida. Fue tan sonada la regurgitación, que doña Lupe tuvo que apartar la cara, aunque Nicolás se puso la palma de la mano delante de la boca a guisa de mampara. Este movimiento era una de las pocas cosas relativamente finas que sabía. ...
En la línea 2398
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata tenía sus pensamientos tan en lo hondo, que no paró mientes en la increíble tontería de llamar mona a una custodia. ...
En la línea 510
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y añadió una imprecación que le salió de lo más hondo. ...
En la línea 685
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En este momento le asaltó una idea extraña: pensó que acaso sus ropas estaban llenas de manchas de sangre y que él no podía verlas debido a la merma de sus facultades. De pronto se acordó de que la bolsita estaba manchada también. «Hasta en mi bolsillo debe de haber sangre, ya que estaba húmeda cuando me la guardé.» Inmediatamente volvió del revés el bolsillo y vio que, en efecto, había algunas manchas en el forro. Un suspiro de alivio salió de lo más hondo de su pecho y pensó, triunfante: «La razón no me ha abandonado completamente: no he perdido la memoria ni la facultad de reflexionar, puesto que he caído en este detalle. Ha sido sólo un momento de debilidad mental producido por la fiebre.» Y arrancó todo el forro del bolsillo izquierdo del pantalón. ...
En la línea 189
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No era muy genuino, ni muy aromático el del fondín de Venta de Baños; y con todo eso, al introducir en sus labios por vez primera la cucharilla, al sentir el leve amargor y el tibio vaho que la penetraban, experimentó Lucía hondo estremecimiento, algo como una expansión de su ser, cual si a un tiempo se abriesen sus sentidos, semejantes a capullos de arbusto que a la vez florecen todos. La copa de chartreuse, bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza. ...
En la línea 212
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y contestole sólo el respirar igual y fuerte de la niña, indicando un sueño tenaz y hondo. ...
En la línea 501
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Cómo lo sabe usted? -murmuró ella impresionada por aquel hondo acento-. Pues a mí se me figura que en las estrellas, que son tan bonitas y lucen tanto, no ha de haber penas, ni riñas, ni muertes, como acá… ¡Si allí debe de ser la gloria! -afirmó alzando la mano, para señalar al refulgente globo de Júpiter. ...
En la línea 980
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la verdad, infundía tristeza en aquellos días de fin de Octubre, el aspecto de Vichy. No eran sino hojas caídas: el Parque, tan animado siempre, se veía solitario; sólo algunos agüistas tardíos, enfermos de veras, paseaban la acera de asfalto, henchida ayer del roce de ricos trajes y del rumor de alegres conversaciones. Nadie se cuidaba ya de recoger y barrer el amarillo tapiz del follaje, porque Vichy, tan peripuesto y adornado en la estación de aguas, se torna desastrado y desaliñado no bien le vuelven la espalda sus elegantes huéspedes de estío. Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas. Las tiendas de objetos de lujo iban cerrándose unas tras otras, y dueños y surtido tomaban el rumbo de Niza, Cannes o cualquiera estación invernal semejante. Algunas quedaban rezagadas todavía, y sus escaparates servían de entretenimiento a Lucía y Pilar, cuando esta última salía a sus despaciosos paseos. Entre ellas se señalaba un almacén de curiosidades, antigüedades y objetos de arte, situado casi frente a la famosa Ninfa, y, por consiguiente, a espaldas del Casino. Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera. Daba gusto revolver por aquellos rincones escudriñar aquí y acullá, hacer a cada instante descubrimientos nuevos y peregrinos. Los dueños del baratillo, ociosos casi todo el día, se prestaban a ello de buen grado. Erase una pareja; él, bohemio del Rastro, ojos soñolientos, raído levitín, corbata rota, semejante a una curiosidad más, a algún mueble usado y desvencijado; ella, rubia, flaca, ondulante, ágil como una zapaquilda de desván, al deslizarse entre los objetos preciosos amontonados hasta el techo. Miraban Lucía y Pilar muy entretenidas la heteróclita mescolanza. En el centro de la tienda se pavoneaba un soberbio velador de porcelana de Sévres y bronce dorado. El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín. Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección. Había cantidad de muñequitos de Sajonia, de colores suaves, puros y delicados, como las nubes que el alba pinta; rosados cupidillos, atravesando entre haces de flores azul celeste; pastoras blancas como la leche y rubias como unas candelas, apacentando corderillos atados con lazos carmesíes; zagales y zagalas que amorosamente se requestaban entre sotillos verdegay, sembrados de rosas; violinistas que empuñaban el arco remilgadamente, adelantando la pierna derecha para danzar un paso de minueto; ramilleteras que sonreían como papanatas, señalando hacia el canasto de flores que llevaban en el brazo izquierdo. Próximos a estos caprichos galantes y afeminados, los raros productos del arte asiático proyectaban sus siluetas extrañas y deformes, semejantes a ídolos de un bárbaro culto; por los panzudos tibores, cubiertos de una vegetación de hojas amarillas y flores moradas o color de fuego, cruzaban bandadas de pajarracos estrafalarios, o serpenteaban monstruosos reptiles; del fondo obscuro de los vasos tabicados surgían escenas fantásticas, ríos verdes corriendo sobre un lecho de ocre, kioscos de laca purpúrea con campanillas de oro, mandarines de hopalanda recta y charra, bigotes lacios y péndulos, ojos oblicuos y cabeza de calabacín. Las mayólicas y los platos de Palissy parecían trozos de un bajo fondo submarino, jirones de algún hondo arrecife, o del lecho viscoso de un río; allí entre las algas y fucus resbalaba la anguila reluciente y glutinosa, se abría la valva acanalada de la almeja, coleteaba el besugo plateado, enderezaba su cono de ágata el caracol, levantaba la rana sus ojos fríos, y corría de lado el tenazudo cangrejo, parecido a negro arañón. Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina. Amén de las porcelanas, había piezas de argentería antigua y pesada, de esas que se legan de padres a hijos en los honrados hogares de provincia: monumentales salvillas, anchas bandejas, soperones rematados en macizas alcachofas; había cofres de madera embutidos de nácar y marfil, arquillas de hierro labradas como una filigrana, tanques de loza con aro de metal, de formas patriarcales, que recordaban los bebedores de cerveza que inmortalizó el arte flamenco. Pilar se embobaba especialmente con las copas de ágata que servían de joyeros, con las alhajas de distintas épocas, entre las cuales había desde el amuleto de la dama romana hasta el collar, de pedrería contrahecha y finos esmaltes, de la época de María Antonieta; pero Lucía se enamoró sobre todo de los objetos de iglesia, que despertaban el sentimiento religioso, tan hecho para conmover su alma sincera y vehemente. Dos Apóstoles, alzado el dedo al cielo en grave actitud se destacaban, fileteados de latón los contornos, sobre dos cristales de colores, arrancados sin duda de la ojiva de algún desmantelado monasterio. En un tríptico de rancio y acaramelado marfil, aparecía Eva, magra y desnuda, ofreciendo a Adán la manzana funesta, y la Virgen, en los misterios de su Anunciación y Ascensión; todo trabajado incorrectamente, con ese candor divino del primitivo arte hierático, de los siglos de fe. A despecho de la rudeza del diseño, gustaba a Lucía la figura de la Virgen, la modestia de sus ojos bajos, la mística idealidad de su actitud. Si poseyese una cantidad crecida de dinero, a buen seguro que la daría por un Cristo que andaba confundido entre otras curiosidades, en el baratillo. Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie. ...
Más información sobre la palabra Hondo en internet
Hondo en la RAE.
Hondo en Word Reference.
Hondo en la wikipedia.
Sinonimos de Hondo.
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