Cual es errónea Flores o Florez?
La palabra correcta es Flores. Sin Embargo Florez se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino florez es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra flores
Más información sobre la palabra Flores en internet
Flores en la RAE.
Flores en Word Reference.
Flores en la wikipedia.
Sinonimos de Flores.

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El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Algunas Frases de libros en las que aparece flores
La palabra flores puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 374
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y obra de sus manos era también el brocal del pozo, las pilastras del emparrado, las encañizadas, por encima de las cuales enseñaban sus penachos de flores los claveles y los dompedros. ...
En la línea 683
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya estaba allí la representación de las dos vegas: la de la izquierda del río, la de las cuatro acequias, la que encierra la huerta de Ruzafa con sus caminos de frondoso follaje, que van a extinguirse en los límites del lago de la Albufera, y la vega de la derecha del Turia, la poética, la de las fresas de Benimaclet, las chufas de Alboraya y los jardines siempre exuberantes de flores. ...
En la línea 1698
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llevaba en los brazos un enorme haz de flores y hojas, que esparció sobre el lecho. ...
En la línea 1744
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pepeta sacó de un envoltorio las últimas galas del muertecito: un hábito de gasa tejido con hebras de plata, unas sandalias, una guirnalda de flores, todo blanco, de rizada nieve, como la luz del alba, cuya pureza simbolizaba la del pobrecito albaet. ...
En la línea 96
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La _avenencia_ iba hundiéndose en diversos toneles, y de un solo golpe, sin que se derramase una gota, llenaba las copas. Salían al aire los vinos dorados y luminosos, coronándose de brillantes al caer en el cristal, esparciendo en torno un intenso perfume de ancianidad. Todas las tonalidades del ámbar, desde el gris suave al amarillo pálido, brillaban en aquellos líquidos densos a la vista como el aceite, pero de una transparencia nítida. Un lejano perfume exótico, que hacía pensar en flores fantásticas de un mundo sobrenatural donde fuese eterna la existencia, emanaba de estos líquidos extraídos del misterio de los toneles. La vida parecía acrecentarse al paladearlos; los sentidos cobraban nueva intensidad; la sangre ardía atropellándose en su circulación, y el olfato se excitaba sintiendo anhelos desconocidos, como si husmease una electricidad nueva en la atmósfera. La pareja de viajeros bebía de todo, después de resistir con débiles protestas las invitaciones de Luis. ...
En la línea 117
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ...
En la línea 161
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro pasó por la calle Larga, la principal de la ciudad; una vía ancha con casas de deslumbrante blancura. Las portadas señoriales del siglo XVII estaban enjalbegadas cuidadosamente lo mismo que los escudos de armas de la clave. Los escarolados y nervios de la piedra labrada ocultábanse bajo una capa de cal. En los balcones verdes mostrábanse a aquellas horas de la mañana cabezas de mujeres morenas, de rasgados ojos negros, con flores en el pelo. ...
En la línea 236
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los toreros famosos pasaban por Jerez para honrar con su presencia al de San Dionisio que organizaba fiestas estruendosas en su honor. Muchas noches despertaban las niñas en sus camas oyendo al otro extremo de la casa el rasgueo de las guitarras, los lamentos del cante hondo, el taconeo del baile; y veían pasar por las ventanas iluminadas, al otro lado del patio, grande como una plaza de armas, los hombres en mangas de camisa con la botella en una mano y la batea de cañas en la otra, y las mujeres con el peinado alborotado y las flores desmayadas y temblonas sobre una oreja, corriendo con incitante contoneo para evadir la persecución de los señores o tremolando sus pañolones de Manila como si quisieran torearles. Algunas mañanas, al levantarse las señoritas, aún encontraban tendidos en los divanes hombres desconocidos que roncaban boca abajo, con los tufos de pelo sudorosos cubriéndoles las orejas, el pantalón desabrochado y más de uno con los residuos de una cena mal digerida a corta distancia de su cara. Estas juergas eran admiradas por algunos como un simpático alarde de los gustos populares del marqués. ...
En la línea 317
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y poco después del alba, al día siguiente, salían al campo, por trochas y senderos, pisando la hierba mojada, alegres como los pájaros que cantaban en los árboles, y como las flores que, al tropezar con ellas, sacudían las faldas de la levita de Cuervo y la eterna esclavina de Antón. ...
En la línea 6678
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ketty no comprendía demasiado; en un visto y no visto le puso un vestido de flores, una amplia cofia y una manteleta; le dio las pantuflas, en las que metió sus pies desnudos, luego lo arrastró por los esca lones. ...
En la línea 8169
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Haré bordar en ella tres flores de lis de oro, y la daré por guión de vuestra compañía. ...
En la línea 8871
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y Milady se acostó y se durmió con la sonrisa en los labios; quien la hubiera visto durmiendo la habría supuesto una muchacha soñando con la corona de flores que debía poner sobre su frente en la próxima fiesta. ...
En la línea 2697
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Me temo que no haya en casa nada que les venga bien; con todo, vamos a verlo.» En diciendo esto, nos condujo a una corraliza, a espaldas de la casa, que hubiera podido llamarse huerto o jardín de haberse criado en ella árboles o flores; pero sólo producía abundante hierba. ...
En la línea 2783
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Muy cerca de una de estas hoyas estaba sentada una mujer, como de treinta años, vestida a lo labrador, con pulcritud; miraba fijamente al agua, arrojando a ella, de vez en cuando, flores y ramitas. ...
En la línea 6205
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Muchas casas, y sobre todo las de los ricos, tienen en el patio arbustos, naranjos, toda clase de flores, y a veces una pajarera pequeña, de suerte que no es concebible mayor delicia que la de tenderse allí a la sombra, oyendo el canto de los pájaros y el rumor de la fuente. ...
En la línea 6276
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Las flores y hierbas aromáticas que crecen en abundancia, difunden en torno sus perfumes. ...
En la línea 552
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes; y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. ...
En la línea 728
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. ...
En la línea 731
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. ...
En la línea 807
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. ...
En la línea 50
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... BAHIA o SAN SALVADOR, BRASIL. 29 de febrero.¡Qué delicioso día! Pero la palabra delicioso es harto débil para expresar los sentimientos de un naturalista que por vez primera vaga por un bosque brasileño. Llénanme de admiración la elegancia de las hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la hermosura de las flores, el verde deslumbrante del follaje; pero, por encima de todo, el vigor y esplendor general de la vegetación. Extraña mezcla de rumores y de silencio reina en todas las partes cubiertas de bosque. Los insectos hacen tal ruido, que puede oírseles desde el barco, anclado a varios centenares de metros de la costa; sin embargo, en el interior de la selva parece imperar universal silencio. Todo el que ame a la Historia Natural siente en un día como este un placer y un júbilo más intensos que puede prometerse experimentar de nuevo. ...
En la línea 76
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Salimos de la costa y penetramos de nuevo en la selva. Los árboles son muy altos; la blancura de su tronco contrasta sobremanera con lo que estamos habituados a ver en Europa. Hojeando las notas tomadas en el momento del viaje, advierto que las plantas parásitas, admirables, pasmosas, llenas todas de flores, me chocaban más que nada, como los objetos más nuevos en medio de esas escenas espléndidas. Al salir del bosque, atravesamos inmensos pastos muy desfigurados por un gran número de enormes hormigueros cónicos que se elevan a cerca de 12 pies de altura. Esos hormigueros hacen asemejarse exactamente esta llanura a los volcanes de barro del Jorullo, tal como los pinta Humboldt. Es de noche cuando llegamos a Engenhado, después de estar diez horas a caballo. Por otra parte, no cesaba yo de sentir la mayor sorpresa al pensar cuántas fatigas pueden soportar esos caballos; también me parece que sanan de sus heridas con más rapidez que los caballos de origen inglés. Los vampiros les causan a menudo grandes sufrimientos, mordiéndoles en la cruz, no tanto a causa de la pérdida de sangre que resulta de la mordedura, como a causa de la inflamación que luego produce el roce de la silla. Sé que en Inglaterra han puesto en duda últimamente la veracidad de este hecho; por tanto, es una buena suerte el haber estado yo presente un día en que se cogió a uno de esos vampiros (Desmodus d'Orbigny, Wat.), en el mismo dorso de un caballo. Vivaqueábamos muy tarde una noche cerca de Coquinho, en Chile, cuando mi criado, adviertiendo que un caballo de los nuestros estaba muy agitado, fue a ver qué ocurría; creyendo distinguir algo encima del lomo del caballo, acercó con rapidez una manu y cogió un vampiro. A la mañana siguiente, la hinchazón y los coágulos de sangre permitían ver dónde había sido mordido el caballo; tres días después hicimos uso de éste, sin que pareciera resentirse ya de la mordedura. ...
En la línea 105
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Otra vez salí muy temprano y me fui a la Gavia o montaña del mastelero. El fresco era delicioso, el aire estaba embalsamado; las gotas brillaban aún sobre las hojas de las grandes liliáceas, que sombreaban arroyuelos de agua cristalina. Sentado en un peñón de granito, ¡qué placer sentía en observar los insectos y las aves que volaban en derredor mío! Los pájaros-moscas gustan muchísimo de esos lugares solitarios y sombríos. Al ver a estas avecillas zumbar alrededor de las flores haciendo vibrar sus alas con tanta rapidez que apenas podían distinguirse, acordábame sin querer de las mariposas llamadas esfinges; en efecto, hay la mayor analogía entre sus movimientos y costumbres. ...
En la línea 136
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El paisaje es muy poco interesante: apenas se ve una casa, un cercado o hasta un árbol que lo alegre un poco. Sin embargo, cuando se ha estado metido en un barco algún tiempo, se siente cierto placer en pasearse aun por llanuras de césped cuyos límites no pueden percibirse. Aparte de eso, si la vista siempre es la misma, muchos objetos particulares tienen suma belleza. La mayor parte de las avecillas poseen brillantes colores; el admirable césped verde, ramoneado muy al rape por las reses, está adornado por pequeñas flores, entre las cuales hay una que se parece a la margarita y os recuerda una antigua amiga. ¿Qué diría una florista al ver llanuras enteras tan completamente cubiertas por la verbena melindres, que aun a gran distancia presentan admirables matices de escarlata? Diez semanas permanecí en Maldonado, y durante ese tiempo pude proporcionarme una colección casi completa de los animales mamíferos, aves y reptiles de la comarca. ...
En la línea 1387
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Volvía de sus correrías por el campo, como la abeja con el jugo de las flores, con material para su poema. ...
En la línea 4021
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entre aquel cinismo aparente de los diálogos, de los roces bruscos, de los tropezones insolentes, de la brutalidad jactanciosa, había flores delicadas, verdadero pudor, ilusiones puras, ensueños amorosos que vivían allí sin conciencia de los miasmas de la miseria. ...
En la línea 5430
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La de salvación sonaba como la flauta del dios Pan; al decir Dios misericordioso pero justo aquella lengua imitaba el susurro del aura entre las flores. ...
En la línea 5453
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral dejó atrás el zaguán, grande, frío y desnudo, no muy limpio; cruzó un patio cuadrado, con algunas acacias raquíticas y parterres de flores mustias; subió una escalera cuyo primer tramo era de piedra y los demás de castaño casi podrido; y después de un corredor cerrado con mampostería y ventanas estrechas, encontró una antesala donde los familiares del Obispo jugaban al tute. ...
En la línea 240
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Le hicieron torcer a la derecha, levantaron una cortina; y en una alcoba pequeña, humilde, pero limpia, fresca, santuario de casta virginidad, en un lecho de hierro pintado, bajo una colcha de flores de color de rosa, vio la cabeza rubia que jamás se había atrevido a mirar a su gusto, y entre aquel esplendor de oro vio los ojos que le habían transformado el mundo mirándole sin querer. ...
En la línea 131
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... mediatos, unas docenas de metros de tierra libre con varias matas de flores y tres naranjos colosales, negros y retorcidos, con muñones monstruosos en el tronco a causa» de las ramas cortadas, subiendo casi verticalmente, en busca de un sol que doraba tejados y muros, sin atreverse a descender más que breves instantes hasta el suelo, siempre húmedo y musgoso. ...
En la línea 157
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El mismo fervor por dicha reivindicación lo notaba ahora Claudio en el jardín de Rosaura oyendo a este santo padre, que parecía no haber nacido para otra finalidad que hablar de los Borjas. Se habían sentado los dos en lo alto. de una avenida de flores que, en forma de mesetas superpuestas, descendía hasta el mar. ...
En la línea 220
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ya había visto bastante. De Niza sólo le interesaba la ciudad vieja y su mercado de legumbres y flores, semejante al antiguo de Valencia. En el principado monegasco prefería la ciudad de Mónaco, con sus callejuelas tranquilas, donde encontraba frailes y monjas, y la gran plaza, frente al palacio de los Príncipes, adornada con cañones del tiempo de Luis XIV y pirámides de proyectiles esféricos. Esta artillería, teatral e inútil, imponía respeto al canónigo, predispuesto a la admiración de todo lo viejo, haciéndole aceptar dicha planicie como una verdadera plaza tuerte. ...
En la línea 503
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La noche anterior había hablado con Rosaura tranquilamente. Los dos seguían viéndose; pero quedaba en su memoria el recuerdo de aquella conversación, frente al mar, en lo alto de la pendiente cubierta de flores, bajo la luz rosada del ocaso. Consideraban indudable la separación de que habían hablado; pero transcurrían los días sin que se realizase. Y de pronto, Claudio tomaba el tren, dejando en su vivienda una breve carta para que la llevasen a la villa de Rosaura. ...
En la línea 291
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se fue tranquilizando al notar que las damas solo se fijaban en el fondo del patio, ocupado únicamente por las mujeres. Los guerreros de la Guardia, siempre con una mano en la empuñadura de la espada y acariciándose con la otra sus rizosas melenas, miraban a lo alto, sonriendo a las señoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y sus velos. Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban a estas miradas con guiños, que equivalían a frases amorosas, evitando el ser vistas por las ceñudas matronas sentadas a su lado. Este espectáculo frívolo, que un día antes habría sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora con honda sensación de ternura. ...
En la línea 533
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Luego se dio cuenta de que el profesor, a pesar de la severidad de su traje, llevaba sobre su pecho un gran ramillete de flores. Flimnap acabó por depositarlo en una mano del gigante, acompañando esta ofrenda con una nueva mirada de ternura. ...
En la línea 808
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pájaros, unas veces en forma de triángulo, otras en forma de corona, siendo las más grandes de estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva adormecida escapaban asustados al sentir la aproximación de este monstruo inmenso. Bajo sus pies morían a miles las flores y los insectos; cada una de sus huellas era un cementerio vegetal y animal. Las grandes bestias de caza, del tamaño de ratas, capaces de poner en peligro la vida de un cazador pigmeo, corrían en galope furioso, temerosas y encolerizadas a la vez por la intrusión de esta montaña andante, que podía aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los troncos de los árboles más antiguos. ...
En la línea 926
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Golbasto, que allá donde iba se consideraba el centro de la reunión, entró en los salones saludando majestuosamente a la concurrencia. Casi todos los altos profesores de la Universidad habían venido con sus familias. Las esposas masculinas y los hijos, con blancos velos, coronados de flores y exhalando perfumes, ocupaban los asientos. Las mujeres triunfadoras y de aspecto varonil se paseaban por el centro de los salones o formaban grupos junto a las ventanas. ...
En la línea 34
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez. Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excitó la atención naciente de la niña, cuando estaba en brazos de su niñera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magníficos trajes morados. También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general. Esta prenda hermosa se va desterrando, y sólo el pueblo la conserva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes épocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria. El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. ...
En la línea 36
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las facultades de Barbarita se desarrollaron asociadas a la contemplación de estas cosas, y entre las primeras conquistas de sus sentidos, ninguna tan segura como la impresión de aquellas flores bordadas con luminosos torzales, y tan frescas que parecía cuajarse en ellas el rocío. En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor. Esto era verdad, porque despedían ese tufillo de los embalajes asiáticos, mezcla de sándalo y de resinas exóticas que nos trae a la mente los misterios budistas. ...
En la línea 36
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las facultades de Barbarita se desarrollaron asociadas a la contemplación de estas cosas, y entre las primeras conquistas de sus sentidos, ninguna tan segura como la impresión de aquellas flores bordadas con luminosos torzales, y tan frescas que parecía cuajarse en ellas el rocío. En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor. Esto era verdad, porque despedían ese tufillo de los embalajes asiáticos, mezcla de sándalo y de resinas exóticas que nos trae a la mente los misterios budistas. ...
En la línea 44
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta niña y otras del barrio, bien apañaditas por sus respectivas mamás, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pañuelo de Manila de los que llaman de talle, se reunían en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo. Los dueños de la casa llamada del portal de la Virgen, celebraban aquel día una simpática fiesta y ponían allí, junto al mismo taller de cucharas y molinillos que todavía existe, un altar con la cruz enramada, muchas velas y algunas figuras de nacimiento. A la Virgen, que aún se venera allí, la enramaban también con yerbas olorosas, y el fabricante de cucharas, que era gallego, se ponía la montera y el chaleco encarnado. Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito. Hemos oído contar a la propia Barbarita que para ella no había dicha mayor que pedir para la Cruz de Mayo, y que los caballeros de entonces eran en esto mucho más galantes que los de ahora, pues no desairaban a ninguna niña bien vestidita que se les colgara de los faldones. ...
En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...
En la línea 733
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Vienen primero barones, condes y caballeros de la Jarretera, todos ricamente vestidos y con la cabeza descubierta. Sigue después el canciller, entre otros dos personajes, uno de los cuales lleva el cetro real y el otro la espada de Estado en su vaina roja, cubierta de flores de lis y oro y con la punta hacia arriba. Luego viene el mismo rey, a quien al aparecer saludan doce trompetas y muchos tambores, con gran estruendo de las salvas, mientras en las galerías se levantan todos de sus asientos: –¡Dios salve al rey!– Vienen luego los nobles de su corte, y a su derecha e izquierda marcha su guardia de honor, sus cincuenta caballeros pensionarios, con doradas hachas de combate.' ...
En la línea 1367
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Ya en esto las damas están fluyendo en reluciente manantial, y los oficiales revolotean y destellan por todas partes, sentándolas e instalándolas cómodamente. La escena está ya bastante animada. Hay movimiento y vida, y colores cambiantes por todas partes. Al cabo de un rato, vuelve a reinar la calma, porque todas las damas han llegado y están en sus sitios, como un gran ramillete de flores resplandecientes, de colores abigarrados, y escarchadas de diamantes como una Vía Láctea. Hay aquí todas las edades: viudas arrugadas y canosas, que pueden retroceder más y más en el tiempo y recordar la coronación de Ricardo III, y los turbulentos días de aquella inolvidable época; y hay hermosas damas de mediana edad, y matronas lindas y graciosas, y doncellas gentiles y bellas, de radiantes ojos y tez fresca, que muy probablemente se pondrán torpemente su enjoyada corona cuando llegue el momento solemne, porque el lance será nuevo para ellas y su agitación será un grave obstáculo. Sin embargo, esto puede no ocurrir, porque el pelo de todas estas damas está arreglado con especial atención a la colocación rápida y airosa de la corona cuando llegue la señal. ...
En la línea 549
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Arrancóle del soliloquio un estallido de goce que parecía brotar de la serenidad del cielo. Un par de muchachas reían junto a él, y era su risa como el gorjeo de dos pájaros en una enramada de flores. Clavó un momento sus ojos sedientos de hermosura en aquella pareja de mozas, y apareciéronsele como un solo cuerpo geminado. Iban cogidas de bracete. Y a él le entraron furiosas ganas de detenerlas, coger a cada una de un brazo a irse así, en medio de ellas, mirando al cielo, adonde el viento de la vida los llevara. ...
En la línea 794
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cerró los ojos y volvió a soñar aquella casa dulce y tibia, en que la luz entraba por entre las blancas flores bordadas en los visillos. Volvió a ver a su madre, yendo y viniendo sin ruido, siempre de negro, con aquella su sonrisa que era poso de lágrimas. Y repasó su vide toda de hijo, cuando formaba parte de su madre y vivía a su amparo, y aquella muerte lenta, grave, dulce a indolorosa de la pobre señora, cuando se fue como un eve peregrine que emprende sin ruido el vuelo. Luego recordó o resoñó el encuentro de Orfeo, y al poco rato encontróse sumido en un estado de espíritu en que pasaban ante él, en cinematógrafo, las más extrañas visiones. ...
En la línea 1250
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... ¡Cuántas veces sentado solo y solitario en uno de los bancos verdes de aquella plazuela vio el incendio del ocaso sobre un tejado y alguna vez destacarse sobre el oro en fuego del espléndido arrebol el contorno de un gato negro sobre la chimenea de una casa! Y en tanto, en otoño, llovían hojas amarillas, anchas hojas como de vid, a modo de manos momificadas, laminadas, sobre los jardincillos del centro con sus arriates y sus macetas de flores. Y jugaban los niños entre las hojas secas, jugaban acaso a recogerlas, sin darse cuenta del encendido ocaso. ...
En la línea 517
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Si quieres, te llevaré a una isla lejana cubierta de flores, donde no oigas hablar de Labuán ni yo de Mompracem. A una isla encantada donde podrán vivir enamorados el terrible pirata y la hermosa Perla de Labuán. ¿Quieres, Mariana? ...
En la línea 826
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Ella no es inglesa, Yáñez. Me habló de un mar más azul y más bello que el nuestro que baña las costas de su patria; me habló de una tierra cubierta de flores que domina un volcán humeante, de un paraíso terrestre donde se habla una lengua armoniosa que nada tiene de común con la inglesa. ...
En la línea 1312
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán obligó a su compañero a atravesar una parte del parque, y lo guió hasta una pequeña construcción de un solo piso que servía de invernadero de flores, situado a unos quinientos pasos de la casa de lord Guillonk. Abrió la puerta sin hacer ruido y avanzó a tientas. -¿Dónde estamos? -preguntó Yáñez. -Enciende un pedazo de yesca. ...
En la línea 1001
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ante tan espléndido espectáculo, Conseil se había detenido como yo. Evidentemente, en presencia de esas muestras de zoófitos y moluscos, el buen muchacho se dedicaba, como de costumbre, al placer de la clasificación. Pólipos y equinodermos abundaban en el suelo. Los isinos variados; las cornularias que viven en el aislamiento; racimos de oculinas vírgenes, en otro tiempo designadas con el nombre de «coral blanco»; las fungias erizadas en forma de hongos; las anémonas, adheridas por su disco muscular, semejaban un tapiz de flores esmaltado de porpites adornadas con su gorguera de tentáculos azulados; de estrellas de mar que constelaban la arena y de asterofitos verrugosos, finos encajes que se diría bordados por la mano de las náyades y cuyos festones se movían ante las ondulaciones provocadas por nuestra marcha. Sentía un verdadero pesar al tener que aplastar bajo mis pies los brillantes especímenes de moluscos que por millares sembraban el suelo: los peines concéntricos; los martillos; las donáceas, verdaderas conchas saltarinas; los trocos; los cascos rojos; los estrombos ala de-ángel; las afisias y tantos otros productos de este inagotable océano. Pero había que seguir andando y continuamos hacia adelante, mientras por encima de nuestras cabezas bogaban tropeles de fisalias con sus tentáculos azules flotando detrás como una estela, y medusas, cuyas ombrelas opalinas o rosáceas festoneadas por una raya azul nos «abrigaban» de los rayos solares, y pelagias noctilucas que, en la oscuridad, habrían sembrado nuestro camino de resplandores fosforescentes. ...
En la línea 1013
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Observé que todas esas plantas se fijaban al suelo muy superficialmente. Desprovistas de raíces, indiferentes al cuerpo sólido arena, conchas, caparazones de moluscos o piedras que las soporta, estas plantas no le piden más que un punto de apoyo, no la vitalidad. Estas plantas no proceden más que de sí mismas, y el principio de su existencia está en el agua que las sostiene y las alimenta. En lugar de hojas, la mayoría de ellas formaban unas tiras de aspectos caprichosos, circunscritas a una restringida gama de colores: rosa, carmín, verdes claro y oliva, rojo oscuro y marrón. Allí vi, pero no disecadas como en las vitrinas del Nautilus, las padinas o pavonias, desplegadas en abanicos que parecían solicitar la brisa; ceramias escarlatas; laminarias que alargaban sus retoños comestibles; nereocísteas filiformes y onduladas que se expandían a una altura de unos quince metros; ramos de acetabularias cuyos tallos crecen por el vértice, y otras muchas plantas pelágicas, todas desprovistas de flores. «Curiosa anomalía, extraño elemento ha dicho un ingenioso naturalista en el que florece el reino animal y no el vegetal.» ...
En la línea 1014
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre esos arbustos, tan grandes como los árboles de las zonas templadas, y bajo su húmeda sombra se amasaban verdaderos matorrales con flores vivas, setos de zoófitos sobre los que se abrían las meandrinas, rayadas como cebras por surcos tortuosos; amarillentas cariofíleas de tentáculos diáfanos; haces de zoantarios en forma de césped… Y, para completar la ilusión, los peces mosca volaban de rama en rama como un enjambre de colibríes, mientras que dactilóperos, monocentros y amarillos lepisacantos, de erizadas mandíbulas y escamas agudas, se levantaban a nuestro paso como una bandada de chochas. ...
En la línea 1152
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Yo me precipité a ellos, y bajo las concreciones de coral, revestidas de fungias, de sifoneas, de alcionarios y de cariofíleas, y a través de miriadas de peces hermosísimos, de girelas, de glifisidontos, de ponféridos, de diácopodos y de holocentros, reconocí algunos restos que las dragas no habían podido arrancar; tales como abrazaderas de hierro, áncoras, cañones, obuses, una pieza del cabrestante, una roda, objetos todos procedentes de los navíos naufragados y tapizados ahora de flores vivas. ...
En la línea 178
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por eso nos sirvió nuestras rebanadas de pan como si fuésemos dos mil hombres de tropa en una marcha forzada, en vez de un hombre y un chiquillo en la casa; y tomamos algunos tragos de leche y de agua, aunque con muy mala cara, de un jarrito que había en el aparador. Mientras tanto, la señora Joe puso cortinas limpias y blancas, clavó un volante de flores en la chimenea para reemplazar el viejo y quitó las fundas de todos los objetos de la sala, que jamás estaban descubiertos a excepción de aquel día, pues se pasaban el año ocultos en sus forros, los cuales no se limitaban a las sillas, sino que se extendían a los demás objetos, que solían estar cubiertos de papel de plata, incluso los cuatro perritos de lanas blancos que había sobre la chimenea, todos con la nariz negra y una cesta de flores en la boca, formando parejas. La señora Joe era un ama de casa muy limpia, pero tenía el arte exquisito de hacer su limpieza más desagradable y más incómoda que la misma suciedad. La limpieza es lo que está más cerca de la divinidad, y mucha gente hace lo mismo con respecto a su religión. Como mi hermana tenia mucho trabajo, se hacía representar para ir a la iglesia, es decir, que en su lugar íbamos Joe y yo. En su traje de trabajo, Joe tenía completo aspecto de herrero, pero en el traje del día de fiesta parecía más bien un espantajo en traje de ceremonias. Nada de lo que entonces llevaba le caía bien o parecía pertenecerle, y todo le rozaba y le molestaba en gran manera. En aquel día de fiesta salió de su habitación cuando ya repicaban alegremente las campanas, pero su aspecto era el de un desgraciado penitente en traje dominguero. En cuanto a mí, creo que mi hermana tenía la idea general de que yo era un joven criminal, a quien un policía comadrón cogió el día de mi nacimiento para entregarme a ella, a fin de que me castigasen de acuerdo con la ultrajada majestad de la ley. Siempre me trataron como si yo hubiese porfiado para nacer a pesar de los dictados de la razón, de la religión y de la moralidad y contra los argumentos que me hubieran presentado, para disuadirme, mis mejores amigos. E, incluso, cuando me llevaron al sastre para que me hiciese un traje nuevo, sin duda recibió orden de hacerlo de acuerdo con el modelo de algún reformatorio y, desde luego, de manera que no me permitiese el libre uso de mis miembros. ...
En la línea 491
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Vestía un traje muy rico de satén, de encaje y de seda, todo blanco. Sus zapatos eran del mismo color. De su cabeza colgaba un largo velo, asimismo blanco, y su cabello estaba adornado por flores propias de desposada, aunque aquél ya era blanco. En su cuello y en sus manos brillaban algunas joyas, y en la mesa se veían otras que centelleaban. Por doquier, y medio doblados, había otros trajes, aunque menos espléndidos que el que llevaba aquella extraña mujer. En apariencia no había terminado de vestirse, porque tan sólo llevaba un zapato y el otro estaba sobre la mesa inmediata a ella. En cuanto al velo, estaba arreglado a medias, no se había puesto el reloj y la cadena, y sobre la mesa coronada por el espejo se veían algunos encajes, su pañuelo, sus guantes, algunas flores y un libro de oraciones, todo formando un montón. ...
En la línea 491
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Vestía un traje muy rico de satén, de encaje y de seda, todo blanco. Sus zapatos eran del mismo color. De su cabeza colgaba un largo velo, asimismo blanco, y su cabello estaba adornado por flores propias de desposada, aunque aquél ya era blanco. En su cuello y en sus manos brillaban algunas joyas, y en la mesa se veían otras que centelleaban. Por doquier, y medio doblados, había otros trajes, aunque menos espléndidos que el que llevaba aquella extraña mujer. En apariencia no había terminado de vestirse, porque tan sólo llevaba un zapato y el otro estaba sobre la mesa inmediata a ella. En cuanto al velo, estaba arreglado a medias, no se había puesto el reloj y la cadena, y sobre la mesa coronada por el espejo se veían algunos encajes, su pañuelo, sus guantes, algunas flores y un libro de oraciones, todo formando un montón. ...
En la línea 492
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde luego, no lo vi todo en los primeros momentos, aunque sí pude notar mucho más de lo que se creería, y advertí también que todo lo que tenía delante, y que debía de haber sido blanco, lo fue, tal vez, mucho tiempo atrás, porque había perdido su brillo, tomando tonos amarillentos. Además, noté que la novia, vestida con traje de desposada, había perdido el color, como el traje y las flores, y que en ella no brillaba nada más que sus hundidos ojos. Al mismo tiempo, observé que aquel traje cubrió un día la redondeada figura de una mujer joven y que ahora se hallaba sobre un cuerpo reducido a la piel y a los huesos. Una vez me llevaron a ver unas horrorosas figuras de cera en la feria, que representaban no sé a quién, aunque, desde luego, a un personaje, que yacía muerto y vestido con traje de ceremonia. Otra vez, también visité una de las iglesias situadas en nuestros marjales, y allí vi a un esqueleto reducido a cenizas, cubierto por un rico traje y al que desenterraron de una bóveda que había en el pavimento de la iglesia. Pero en aquel momento la figura de cera y el esqueleto parecían haber adquirido unos ojos oscuros que se movían y que me miraban. Y tanto fue mi susto, que, de haber sido posible, me hubiese echado a llorar. ...
En la línea 4578
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la ventana llegaba un aire frío y húmedo. Sin moverse de donde estaba, Svidrigailof tiró de la cubierta y se envolvió en ella. Pero no encendió la bujía. No pensaba en nada, no quería pensar. Sin embargo, vagas visiones, ideas incoherentes, iban desfilando por su cerebro. Cayó en una especie de letargo. Fuera por la influencia del frío, de la humedad, de las tinieblas o del viento que seguía agitando el ramaje, lo cierto es que sus pensamientos tomaron un rumbo fantástico. No veía más que flores. Un bello paisaje se ofrecía a sus ojos. Era un día tibio, casi cálido; un día de fiesta: la Trinidad. Estaba contemplando un lujoso chalé de tipo inglés rodeado de macizos repletos de flores. Plantas trepadoras adornaban la escalinata guarnecida de rosas. A ambos lados de las gradas de mármol, cubiertas por una rica alfombra, se veían jarrones chinescos repletos de flores raras. Las ventanas ostentaban la delicada blancura de los jacintos, que pendían de sus largos y verdes tallos sumergidos en floreros, y de ellos se desprendía un perfume embriagador. ...
En la línea 4578
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la ventana llegaba un aire frío y húmedo. Sin moverse de donde estaba, Svidrigailof tiró de la cubierta y se envolvió en ella. Pero no encendió la bujía. No pensaba en nada, no quería pensar. Sin embargo, vagas visiones, ideas incoherentes, iban desfilando por su cerebro. Cayó en una especie de letargo. Fuera por la influencia del frío, de la humedad, de las tinieblas o del viento que seguía agitando el ramaje, lo cierto es que sus pensamientos tomaron un rumbo fantástico. No veía más que flores. Un bello paisaje se ofrecía a sus ojos. Era un día tibio, casi cálido; un día de fiesta: la Trinidad. Estaba contemplando un lujoso chalé de tipo inglés rodeado de macizos repletos de flores. Plantas trepadoras adornaban la escalinata guarnecida de rosas. A ambos lados de las gradas de mármol, cubiertas por una rica alfombra, se veían jarrones chinescos repletos de flores raras. Las ventanas ostentaban la delicada blancura de los jacintos, que pendían de sus largos y verdes tallos sumergidos en floreros, y de ellos se desprendía un perfume embriagador. ...
En la línea 4578
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la ventana llegaba un aire frío y húmedo. Sin moverse de donde estaba, Svidrigailof tiró de la cubierta y se envolvió en ella. Pero no encendió la bujía. No pensaba en nada, no quería pensar. Sin embargo, vagas visiones, ideas incoherentes, iban desfilando por su cerebro. Cayó en una especie de letargo. Fuera por la influencia del frío, de la humedad, de las tinieblas o del viento que seguía agitando el ramaje, lo cierto es que sus pensamientos tomaron un rumbo fantástico. No veía más que flores. Un bello paisaje se ofrecía a sus ojos. Era un día tibio, casi cálido; un día de fiesta: la Trinidad. Estaba contemplando un lujoso chalé de tipo inglés rodeado de macizos repletos de flores. Plantas trepadoras adornaban la escalinata guarnecida de rosas. A ambos lados de las gradas de mármol, cubiertas por una rica alfombra, se veían jarrones chinescos repletos de flores raras. Las ventanas ostentaban la delicada blancura de los jacintos, que pendían de sus largos y verdes tallos sumergidos en floreros, y de ellos se desprendía un perfume embriagador. ...
En la línea 4579
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Svidrigailof no sentía ningún deseo de alejarse de allí. Subió por la escalinata y llegó a un salón de alto techo, repleto también de flores. Había flores por todas partes: en las ventanas, al lado de las puertas abiertas, en el mirador… El entarimado estaba cubierto de fragante césped recién cortado. Por las ventanas abiertas penetraba una brisa deliciosa. Los pájaros cantaban en el jardín. En medio de la estancia había una gran mesa revestida de raso blanco, y sobre la mesa, un ataúd acolchado, orlado de blancos encajes y rodeado de guirnaldas de flores. En el féretro, sobre un lecho de flores, descansaba una muchachita vestida de tul blanco. Sus manos, cruzadas sobre el pecho, parecían talladas en mármol. Su cabello, suelto y de un rubio claro, rezumaba agua. Una corona de rosas ceñía su frente. Su perfil severo y ya petrificado parecía igualmente de mármol. Sus pálidos labios sonreían, pero esta sonrisa no tenía nada de infantil: expresaba una amargura desgarradora, una tristeza sin límites. ...
En la línea 961
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Flores que nos perfumen, flores como no se ven aquí. Es el momento en que las manzanas maduran. Hay aire en los espacios… ¡Pero, no, hemos tenido que abandonar todo esto para venir al extranjero…! ¡oh…! ...
En la línea 1247
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿El general? Tú ya sabes que todos los días, a esta hora, va a comprarme un ramo de flores. ...
En la línea 1248
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Precisamente esta vez le he encargado que me busque las flores más raras. Cuando el pobrecillo vuelva, el pájaro habrá volado. Correrá tras de nosotros, ya lo verás. ¡Ja, ja, ja! Estaré encantada. ...
En la línea 92
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Monseñor, vos que sacáis partido de todo, tenéis ahí un pedazo de tierra inútil. Más valdría que eso produjera frutos que flores. ...
En la línea 338
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al día siguiente de su libertad, en Grasse, vio delante de la puerta de una destilería de flores de naranjo algunos hombres que descargaban unos fardos. Ofreció su trabajo. Era necesario y fue aceptado. Se puso a trabajar. Era inteligente, robusto, ágil, trabajaba muy bien; su empleador parecía estar contento. Pero pasó un gendarme, lo observó y le pidió sus papeles. Le fue preciso mostrar el pasaporte amarillo. Hecho esto, volvió a su trabajo. Un momento antes había preguntado a un compañero cuánto ganaba al día; 'treinta sueldos', le había respondido. Llegó la tarde, y como debía partir al día siguiente por la mañana, se presentó al dueño y le rogó que le pagase. Este no pronunció una palabra, y le entregó quince sueldos. Reclamó y le respondieron: 'Bastante es eso para ti'. Insistió. El dueño lo miró fijamente, y le dijo: '¡Cuidado con la cárcel!' ...
En la línea 519
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Por esta razón se levantaron todos a las cinco de la mañana. Fueron a Saint-Cloud en coche; se pararon ante la cascada; jugaron en las arboledas del estanque grande y en el puente de Sévres; hicieron ramilletes de flores; comieron en todas partes pastelillos de manzanas; Tholomyès, que era capaz de todo, se ponía una cosa extraña en la boca llamada cigarro y fumaba; en fin, fueron perfectamente felices. ...
En la línea 522
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquel día parecía una aurora continua. Las cuatro alegres parejas resplandecían al sol en el campo, entre las flores y los árboles. En aquella felicidad común, hablando, cantando, corriendo, bailando, persiguiendo mariposas, cogiendo campanillas, mojando sus botas en las hierbas altas y húmedas, recibían a cada momento los besos de todos, excepto Fantina que permanecía encerrada en su vaga resistencia pensativa y respetable. ...
En la línea 104
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Desde aquel día la idea del matrimonio ancló en su espíritu. Sobre todo porque sus amiguitas le decían que iría al templo vestida de blanco y coronada de azahares; que en el altar arderían infinitos cirios, que sonaría el órgano, y que unos pequeñuelos vestidos preciosamente, la recibirían regando flores a su paso. ...
En la línea 130
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Cuando bajamos, precedidos de dos niños rubios que regaban flores y que iban vestidos de trajes Luis XIV color salmón, la rústica escalinata del templo, a lo largo de la cual algunos boquiabiertos aldeanos contemplábannos como a fantasmas, salía el sol; un amarillo y jovial sol de España. ...
En la línea 169
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Prestigio de flores de lis, ...
En la línea 313
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Volvimos a nuestro rinconcito campestre, a nuestra quinta llena de árboles y flores, y en el momento en que el ama ponía a Carmen (que tendía los brazos a su madre) en el regazo de Blanca, «la otra» se manifestó repentinamente con irrupción patética, trágica… ...
En la línea 113
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Vio Lucía sin disgusto al cortés y afable Miranda, y reparó con pueril curiosidad el aseo de su persona, su calzado pulcro, sus níveos cuellos, los caprichosos dijes de su reloj y corbata: que toda mujer, compréndalo o no, se paga de exterioridades y menudencias por este estilo. Además, poseía Miranda -y la desplegó-, una ciencia que llamar pudiéramos la de agradar por diversión. Traía a la niña diariamente alguna baratija, para ella desconocida hasta entonces, ya un cromo, ya una fotografía, ya lindas flores, ya números de periódicos ilustrados, ya novelas de Fernán Caballero o de Alarcón; y las graciosas chucherías que por las puertas de la anticuada casa se entraban, como partículas de la vida moderna, eran otras tantas bocas encomiadoras del dadivoso. Acertó éste a ponerse al nivel de conversación de Lucía, y mostrose muy enterado de cosas femeniles, infantiles dijera mejor; y llegó el caso de que la niña le consultase acerca de su peinado, de sus trajes, y Miranda muy serio le dispusiese bajar o subir dos centímetros el talle o el moño. Tales incidentes variaban un poco los iguales días de la doncellita leonesa, prestando atractivo al trato de su disimulado pretendiente. ...
En la línea 165
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El que conozca un tanto las ciudades de provincia, imaginará fácilmente cuánto comentario, cuánta murmuración declarada o encubierta provocó en León la boda del importante Miranda con la obscura heredera del ex lonjista. Hablose sin tino ni mesura; quién censuraba la vanidad del viejo, que harto al fin de romper chaquetas, quería dar a su hija viso y tono de marquesa (Miranda parecía a no pocas gentes el tipo clásico del marqués). Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga. Mas estos runrunes se estrellaban en la orgullosa satisfacción del señor Joaquín, en la infantil frivolidad de la novia, en la cortés y mundana reserva del novio. Fiel Lucía a su programa de no pensar en la boda misma, pensaba en los accesorios nupciales, y contaba gozosa a sus amigas el viaje proyectado, repitiendo los nombres eufónicos de pueblos que tenía por encantadas regiones; París, Lyón, Marsella, donde las niñas imaginaban que el cielo sería de otro color y luciría el sol de distinto modo que en su villa natal. Miranda, a cuenta de un empréstito que negoció contando satisfacerlo después a expensas del generoso suegro, hizo venir de la corte lindas finezas, un aderezo de brillantes, un cajón atestado de lucidas galas, envío de renombrado sastre de señoras. Mujer al cabo Lucía, y nuevos para ella tales primores, más de una vez, como la Margarita de Fausto, se colgó ante un espejillo los preciosos dijes, complaciéndose en sacudir la cabeza a fin de que fulgurasen los resplandores de los pendientes y las flores de pedrería salpicadas por el obscuro cabello. En esto se solazan las mujeres cuando son niñas, y todavía muchísimo tiempo después de dejar de serlo. Pero Lucía no era niña para siempre. ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 385
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Acontecía que los pícaros de los túneles se solazaban en taparles adrede los mejores puntos de vista de la ruta. Que aparecía un otero, risueño, un grupo de frondosos árboles, una amena vega, ¡paf! el túnel. Y se quedaban inmóviles al vidrio, sin osar hablar, ni moverse, cual si de pronto entrasen en una iglesia. Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían. Le agradaron las fábricas de fósforos, altas, enyesadas, limpias, con su gran letrero en la frente; y en Hernani batió palmas al divisar a la izquierda un magnífico parque inglés, con sus macizos de flores resaltando sobre el verde césped, y sus coníferas elegantes, de ramaje simétrico y péndulo. En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros. Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel -de sopetón y sin pedir permiso- cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios. ...
En la línea 1184
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Despues, Picaporte se encontró en la campiña, en medio de inmensos arrozales. Allí ostentaban sus últimos colores y sus últimos perfumes las brillantes camelias, nacidas, no ya en arbustos, sino en árboles; y dentro de las cercas de los bambúes, se veían cerezos, ciruelos, manzanos, que los indígenas cultivan más bien por sus flores que por sus frutos,y que están defendidos contra los pájaros, palomas, cuervos, y otras aves, por medio de maniquíes haciendo muecas o con torniquetes, chillones. No había cedro majestuoso que no abrigase alguna águila, ni sauce bajo el cual no se encontrase alguna garza, melancólicamente posada sobre un poie; en fin, por todas partes había cornejas, patos, gavilanes, gansos silvestres y muchas de esas grullas, a las cuales tratan los japoneses de señorías, porque simbolizan, para ellos, la longevidad y la dicha. ...
En la línea 1245
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fue aquella función lo que son todas las representaciones de acróbatas, pero es preciso confesar que los japoneses son los primeros equilibristas del mundo. An nado el uno con un abanico y con trocitos de papel, ejecutaba el ejercicio de las mariposas y las flores. Otro trazaba, con el perfumado ~umo de su pipa, una serie de palabras azuladas, que formaban en el aire un letrero de cumplido para la concurrencia. Este jugaba con bujías encendidas, que apagaba sucesivamente, al pasar delante de sus labios, y encendía una con otra, sin interrumpir el juego. Aquél reproducía, por medio de peones giratorios., las combinaciones más inverosímiles bajo su mano; aquellas zumbantes maquinillas parecían animarlo con vida propia en sus interminables giros, corrían sobre tubos de pipa, sobre los filos de los sables, sobre alambres, verdaderos cabellos tendidos de uno a otro lado del escenario; daban vuelta sobre el borde de vasos de cristal; trepaban por escaleras de bambú, se dispersaban por todos los rincones, produciendo efectos armónicos de extraño carácter y combinando las diversas tonalidades. Los juglares jugueteaban con ellos y los hacían girar hasta en el aire; los despedían como volantes, con paletillas de madera, y seguían girando siempre; se los metían en el bolsillo, y cuando los sacaban, todavía daban vueltas, hasta el momento en que la distensión de un muelle los hacía desplegar en haces de fuegos artificiales. ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Flores
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