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La palabra hescuela
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Comó se escribe hescuela o escuela?

Cual es errónea Escuela o Hescuela?

La palabra correcta es Escuela. Sin Embargo Hescuela se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra hescuela es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra escuela

Más información sobre la palabra Escuela en internet

Escuela en la RAE.
Escuela en Word Reference.
Escuela en la wikipedia.
Sinonimos de Escuela.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h

Algunas Frases de libros en las que aparece escuela

La palabra escuela puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1181
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes, de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa, que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela, unos muebles pocos y viejos, que parecían haber corrido media España. ...

En la línea 1183
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Libros, apenas si se veían tres en la escuela: una misma cartilla servía a todos. ...

En la línea 1195
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente a la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados a mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo. ...

En la línea 1216
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y las comadres de la huerta, sin perjuicio de olvidarse alguno que otro sábado de los dos cuartos de la escuela, respetaban como un ser superior a don Joaquín, reservándose un poco de burla para la casaquilla verde con faldones cuadrados que se endosaba los días de fiesta, cuando cantaba en el coro de la iglesia de Alboraya durante la misa mayor. ...

En la línea 227
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando el antiguo rebelde llegó a ser capataz de la viña, había ya sufrido una gran transformación en sus ideas. Se consideraba como una parte de la casa Dupont. Le enorgullecía la importancia de las bodegas de don Pablo y comenzaba a reconocer que los señores no eran tan malos como creían los pobres. Hasta dejó a un lado el respeto que profesaba a Salvatierra, el cual andaba por entonces fugitivo fuera de España, y se atrevió a confesar a los amigos que las cosas no iban del todo mal después del desastre de sus ilusiones políticas. Él era el de siempre, federal, sobre todo federal: hasta que no viniese la suya, España no sería feliz, pero mientras tanto, a pesar de los malos gobiernos y de que «el pobre pueblo estaba oprimido», él se creía mejor que en los tiempos pasados. La niña y la cuñada vivían en la viña, en un caserón antiguo, espacioso como un cuartel; el muchacho iba a la escuela en Jerez, y don Pablo le había tomado ley y prometía hacerlo «todo un hombre», en vista de su inteligencia despierta. Él, tenía tres pesetas diarias, sin otra obligación que llevar la cuenta de los jornales, reclutar la gente y vigilarla, para que los remolones no descansasen antes de que él diese la voz para fumar un cigarro. ...

En la línea 231
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había días en que el carruaje de don Pablo llegaba entre una nube de polvo, a todo correr de sus cuatro briosos caballos, para depositar en Marchamalo un cargamento de chiquillos, casi una escuela. Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre. Y Ferminillo y María de la Luz jugaban con estos niños que habían de poseer cuantiosas fortunas, de igual a igual, con la simplicidad de la infancia que parece un recuerdo de los tiempos en que los hombres vivían como hermanos, antes de inventar las jerarquías sociales. El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. ...

En la línea 407
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga aplastante, del hambre engañada. A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de _rempujeros_, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias. Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos. Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas. Y cuando aún no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos. ...

En la línea 673
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Calla, mal corazón! ¡Poquito que me hiciste sufrir en aquella temporá!... Yegaba en mi jaca, después de haber ido en la sierra a tiros con los del resguardo, y lo mismo era verte que abrírseme las entrañas con un miedo que me hacía temblar. «Le diré esto, le diré lo otro». Y verte y no icirte na, too era lo mismo. Se me trababa la lengua, se me hacía de noche dentro del caletre, como cuando iba a la escuela; tenía miedo de que te ofendieras y que el padrino me diese encima unos cuantos palos con una tranca, disiéndome: «¡Arre allá, so sinvergüensa!», lo mismo que cuando se mete en la viña un perro vagabundo... Por fin, salió la cosa. ¿Te acuerdas? Algo costó, pero nos entendimos. Fue dimpués der balazo, cuando tú me cuidabas como una marecita y por las tardes hacíamos nuestro poquito de cante ahí cerca, bajo los arcadas. El padrino tañía la guitarra y yo, sin saber cómo, me arranqué por _martinetes_, con los ojos fijos en los tuyos, como si fuese a comérmelos: Fragua, yunque y martillo Rompen los metales, Pero este cariño que yo te tengo No lo rompe nadie. ...

En la línea 215
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ÍNDICES _Páginas._ [Nota preliminar] v [Índices] 27 [Mapa] 34 [Prólogo] 35 CAPÍTULO PRIMERO.—¡Hombre al agua!—El Tajo.—Las lenguas extranjeras.—La gesticulación.—Calles de Lisboa.—El acueducto.—La Biblia tolerada en Portugal.—Cintra.—Don Sebastián.—Juan de Castro.—Conversación con un cura.—Colhares.—Mafra.—El palacio.—El maestro de escuela.—Los portugueses.—Su ignorancia de las Escrituras.—Los curas rurales.—El Alemtejo. ...

En la línea 302
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... CAPÍTULO PRIMERO ¡Hombre al agua!—El Tajo.—Las lenguas extranjeras.—La gesticulación.—Calles de Lisboa.—El acueducto.—La Biblia tolerada en Portugal.—Cintra.—Don Sebastián.—Juan de Castro.—Conversación con un cura.—Colhares.—Mafra.—El palacio.—El maestro de escuela.—Los portugueses.—Su ignorancia de las Escrituras.—Los curas rurales.—El Alemtejo. ...

En la línea 369
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Díjome, no obstante, que había una escuela en Colhares, como a una legua de allí. ...

En la línea 373
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A unos campesinos que estaban en la fragua les pregunté por la escuela, y uno de ellos se ofreció en el acto a servirme de guía. ...

En la línea 2886
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido soldado los años de su joventud, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. ...

En la línea 3594
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. ...

En la línea 4066
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia. ...

En la línea 5587
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Bien parece, Sancho -respondió la duquesa-, que habéis aprendido a ser cortés en la escuela de la misma cortesía; bien parece, quiero decir, que os habéis criado a los pechos del señor don Quijote, que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias, como vos decís. ...

En la línea 1876
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ayudábala a comprar bien un antiguo catedrático de psicología, lógica y ética, gran partidario de la escuela escocesa y de los embutidos caseros. ...

En la línea 2048
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El señor Ripamilán, canónigo, dijo que los versos eran regulares, acaso buenos, pero de una escuela romántico-religiosa que a él le empalagaba. ...

En la línea 3226
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los antiguos cuadros de la escuela de Cenceño sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los había mandado al segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algún fraile pícaro; y con escándalo de Bedoya y de Bermúdez hasta había colgado de las paredes cromos un poco verdes y nada artísticos. ...

En la línea 4654
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Y comer? Yo no les he visto comer, pero todo se sabe; el catedrático de Psicología, Lógica y Ética, que saben ustedes que es muy amigo mío, aunque partidario de no sé qué endiablada escuela escocesa, y que se pasa la vida en el mercado cubierto, como si aquello fuese la Stoa o la Academia, pues ese filósofo dice que jamás ha visto a la criada del Provisor comprar salmón, y besugo sólo cuando está barato, muy barato. ...

En la línea 1378
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... También en la hueste italiana los, hombres eran de una existencia no menos aventurera. Los había ignorantes y brutales, verdaderas bestias de combate; otros, cultos, de gustos artísticos, llevados a la guerra por violencias de su carácter o aventuras de su historia azarosa. Todos los escritores capaces de manejar una espada, estudiantes de Humanidades aburridos de su vida sedentaria, pintores o escultores que habían descalabrado a un compañero en sus peleas de taller y andaban huyendo de la Justicia, se acogían a las banderas del Valentino. Uno de estos soldados se llamaba el Torriglano, y era el mismo escultor feroz y brutal que, discutiendo con su condiscípulo Miguel Ángel en la iglesia del Carmine de Florencia, lugar de su escuela, le aplastaba la nariz de un tremendo puñetazo, dejando para siempre afeado su rostro con esta desfiguración. ...

En la línea 1749
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Fernando el Católico le asestó el golpe de gracia. Siempre había visto con recelo y antipatía a este joven formado en su misma escuela Era el odio del maestro viejo al discípulo audaz e insolente. Gonzalo de Córdoba, obedeciendo a su rey, dio desde Nápoles la orden de incorporarse a sus banderas a todos los españoles al servicio de César Borgia. Don Hugo de Moncada y sus mejores capitanes tuvieron que abandonarlo, precisamente en el momento que más se estrechaba en torno a su persona el cerco de sus enemigos. ...

En la línea 83
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Isabel Cordero era, veinte años ha, una mujer desmejorada, pálida, deforme de talle, como esas personas que parece se están desbaratando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio. Apenas se conocía que había sido bonita. Los que la trataban no podían imaginársela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrigón parecía en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz. En tal situación y en los breves periodos que tenía libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el día de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa. Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartén de migas para la cena o el calderón de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de letras. Cuidaba principalmente de que sus niñas no estuviesen ociosas. Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo. Pero en lo que mayormente sobresalían todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que eran ya mujeres, hasta la última, que era una miniaturita, formaban un rebaño interesantísimo que llamaba la atención por el número y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las veían entrar, decían: «ya está ahí doña Isabel con el muestrario». La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad. ...

En la línea 104
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz. Cuando D. Bonifacio Arnaiz enfermó para morirse, Plácido no se separó de él ni enfermo ni difunto hasta que le dejó en la sepultura. En todas las penas y alegrías de la casa era siempre el partícipe más sincero. Su posición junto a tan noble familia era entre amistad y servidumbre, pues si Barbarita le sentaba a su mesa muchos días, los más del año empleábale en recados y comisiones que él sabía desempeñar con exactitud suma. Ya iba a la plaza de la Cebada en busca de alguna hortaliza temprana, ya a la Cava Baja a entenderse con los ordinarios que traían encargos, o bien a Maravillas, donde vivían la planchadora y la encajera de la casa. Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo. ...

En la línea 414
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasemos ahora a los Morenos, procedentes del valle de Mena, una de las familias más dilatadas y que ofrecen más desigualdades y contrastes en sus infinitos y desparramados miembros. Arnaiz y Estupiñá disputan, sin llegar a entenderse, sobre si el tronco de los Morenos estuvo en una droguería o en una peletería. En esto reina cierta oscuridad, que no se disipará mientras no venga uno de estos averiguadores fanáticos que son capaces de contarle a Noé los pelos que tenía en la cabeza y el número de eses que hizo cuando cogió la primera pítima de que la historia tiene noticia. Lo que sí se sabe es que un Moreno casó con una Isla-Bonilla a principios del siglo, viniendo de aquí la Casa de giro que del 19 al 35 estuvo en la subida de Santa Cruz junto a la iglesia, y después en la plazuela de Pontejos. Por la misma época hallamos un Moreno en la Magistratura, otro en la Armada, otro en el Ejército y otro en la Iglesia. La Casa de banca no era ya Moreno en 1870, sino Ruiz-Ochoa y Compañía, aunque uno de sus principales socios era don Manuel Moreno-Isla. Tenemos diferentes estirpes del tronco remotísimo de los Morenos. Hay los Moreno-Isla, los Moreno-Vallejo y los Moreno-Rubio, o sea los Morenos ricos y los Morenos pobres, ya tan distantes unos de otros que muchos ni se tratan ni se consideran afines. Castita Moreno, aquella presumida amiga de Barbarita en la escuela de la calle Imperial, había nacido en los Morenos ricos y fue a parar, con los vaivenes de la vida, a los Morenos pobres. Se casó con un farmacéutico de la interminable familia de los Samaniegos, que también tienen su puesto aquí. Una joven perteneciente a los Morenos ricos casó con un Pacheco, aristócrata segundón, hermano del duque de Gravelinas, y de esta unión vino Guillermina Pacheco a quien conoceremos luego. Ved ahora cómo una rama de los Morenos se mete entre el follaje de los Gravelinas, donde ya se engancha también el ramojo de los Trujillos, el cual venía ya trabado con los Arnaiz de Madrid y con los Bonillas de Cádiz, formando una maraña cuyos hilos no es posible seguir con la vista. ...

En la línea 609
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Tráiganme lo que quieran, que tengo más hambre que un maestro de escuela. ...

En la línea 1284
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Nadie cree en mí –dijo–, ni tú creerás tampoco; pero no me importa. Antes de un mes estarás libre. Las leyes que te han deshonrado y han deshonrado el nombre de Inglaterra desaparecerán del libro de los Estatutos. El mundo está mal constituido. Los reyes tienen que ir a la escuela de sus propias leyes para adquirir el sentimiento de la caridad.[14] ...

En la línea 367
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Y ¿por qué no fuiste a la escuela cuando tenías mi edad? ...

En la línea 370
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — A consecuencia de eso, mi madre y yo nos escapamos varias veces de la casa de mi padre. Luego mi madre fue a trabajar, y solía decirme: «Ahora, Joe, si Dios quiere, podrás ir a la escuela, hijo mío.» Y quería llevarme a la escuela. Pero mi padre, en el fondo, tenía muy buen corazón y no podía vivir sin nosotros. Por eso vino a la casa en que vivíamos y armó tal escándalo en la puerta, que no tuvimos más remedio que irnos a vivir con él. Pero luego, en cuanto nos tuvo otra vez en casa, volvió a pegarnos. Y ésta fue la causa, Pip terminó Joe, dejando de remover las brasas y mirándome -, de que mi instrucción esté un poco atrasada. ...

En la línea 370
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — A consecuencia de eso, mi madre y yo nos escapamos varias veces de la casa de mi padre. Luego mi madre fue a trabajar, y solía decirme: «Ahora, Joe, si Dios quiere, podrás ir a la escuela, hijo mío.» Y quería llevarme a la escuela. Pero mi padre, en el fondo, tenía muy buen corazón y no podía vivir sin nosotros. Por eso vino a la casa en que vivíamos y armó tal escándalo en la puerta, que no tuvimos más remedio que irnos a vivir con él. Pero luego, en cuanto nos tuvo otra vez en casa, volvió a pegarnos. Y ésta fue la causa, Pip terminó Joe, dejando de remover las brasas y mirándome -, de que mi instrucción esté un poco atrasada. ...

En la línea 662
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los alumnos comíamos manzanas y nos metíamos pajas cada uno en la espalda del otro, hasta que la tía abuela del señor Wopsle reunía sus energías y, sin averiguación ninguna, nos daba una paliza con una vara de abedul. Después de recibir los golpes con todas las posibles muestras de burla, los alumnos se formaban en fila y, con el mayor ruido, se pasaban de mano en mano un libro casi destrozado. Este libro contenía el alfabeto, algunos guarismos y tablas aritméticas, así como algunas lecciones fáciles de lectura; mejor dicho, las tuvo en algún tiempo. En cuanto este volumen empezaba a circular, la tía abuela del señor Wopsle se desplomaba en estado comatoso, debido tal vez al sueño o a un ataque reumático. Entonces los alumnos se entregaban a un examen y a una competencia relacionados con el calzado y con el objeto de averiguar quién sería capaz de pisar al otro con mayor fuerza. Este ejercicio mental duraba hasta que Biddy se precipitaba contra todos y distribuía tres Biblias sin portada y de una forma tal que no parecía sino que alguien las hubiese cortado torpemente. La impresión era más ilegible que cualquiera de las curiosidades literarias que he visto en mi vida entera; aquellos libros estaban manchados de orín y entre sus hojas había aplastados numerosos ejemplares del mundo de los insectos. Esta parte de la enseñanza se hacía más agradable gracias a algunos combates mano a mano entre Biddy y los alumnos refractarios. Cuando se habían terminado las peleas, Biddy señalaba el número de una página, y entonces todos leíamos en voz alta lo que nos era posible y también lo que no podíamos leer, a coro y con espantosas voces; Biddy llevaba el compás con voz aguda, fuerte y monótona, y, por otra parte, ninguno de nosotros tenía la más pequeña noción ni tampoco reverencia alguna con respecto a lo que estábamos leyendo. Cuando aquel horrible ruido había durado algún tiempo, despertaba mecánicamente a la tía abuela del señor Wopsle, quien, dejándose llevar por la casualidad, cogía a un muchacho y le tiraba de las orejas. Ésta era la señal de que la clase había terminado aquella tarde, y nos apresurábamos a salir al aire libre con grandes gritos de victoria intelectual. Conviene hacer observar que en la escuela no había prohibición alguna acerca de que un alumno cualquiera se entretuviese con la pizarra o con la tinta, cuando la había. Pero no era fácil proseguir aquella rama de los estudios durante el invierno, a causa de que la abacería en que se daban las clases y que también era el salón y el dormitorio de la tía abuela del señor Wopsle, no estaba alumbrada más que muy débilmente por un candil y, además, no había espabladeras. ...

En la línea 4795
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Me refiero a esas muchachas de cabellos cortos ‑continuó el inagotable Ilia Petrovitch‑. Las llamo a todas comadronas y considero que el nombre les cuadra admirablemente. ¡Je, je! Se introducen en la escuela de Medicina y estudian anatomía. Pero le aseguro que si caigo enfermo, no me dejaré curar por ninguna de ellas. ¡Je, je! ...

En la línea 929
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Vaya, no lloriquees! —Paulina no pensaba en lloriquear; por otra parte, no lloraba nunca—. Los polluelos encontrarán también sitio; el gallinero es grande. Además, ya tienen edad de ir a la escuela. Así, ¿no vienes ahora? ¡Ve con cuidado, Praskovia! Desearía serte útil, pero ya sé por qué no quieres venir. Lo sé todo, Praskovia. No debes esperar nada bueno de ese maldito francés. ...

En la línea 219
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Mirad -dijo-, no me habéis comprendido bien: soy un presidiario. Vengo de presidio y sacó del bolsillo una gran hoja de papel amarillo que desdobló-. Ved mi pasaporte amarillo: esto sirve para que me echen de todas partes. ¿Queréis leerlo? Lo leeré yo; sé leer, aprendí en la cárcel. Hay allí una escuela para los que quieren aprender. Ved lo que han puesto en mi pasaporte: 'Jean Valjean, presidiario cumplido, natural de… ' esto no hace al caso… 'Ha estado diecinueve años en presidio: cinco por robo con fractura; catorce por haber intentado evadirse cuatro veces. Es hombre muy peligroso.' Ya lo veis, todo el mundo me tiene miedo. ¿Queréis vos recibirme? ¿Es esta una posada? ¿Queréis darme comida y un lugar donde dormir? ¿Tenéis un establo? ...

En la línea 304
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Había en Tolón una escuela para presidarios, en la cual se enseñaba lo más necesario a los desgraciados que tenían buena voluntad. Jean fue del número de los hombres de buena voluntad. Empezó a ir a la escuela a los cuarenta años, y aprendió a leer, a escribir y a contar. Pensó que fortalecer su inteligencia era fortalecer su odio; porque en ciertos casos la instrucción y la luz pueden servir de auxiliares al mal. ...

En la línea 304
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Había en Tolón una escuela para presidarios, en la cual se enseñaba lo más necesario a los desgraciados que tenían buena voluntad. Jean fue del número de los hombres de buena voluntad. Empezó a ir a la escuela a los cuarenta años, y aprendió a leer, a escribir y a contar. Pensó que fortalecer su inteligencia era fortalecer su odio; porque en ciertos casos la instrucción y la luz pueden servir de auxiliares al mal. ...

En la línea 656
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Como el hospital estaba mal dotado, había costeado diez camas más. Abrió una farmacia gratuita. En el barrio que habitaba no había más que una escuela, que ya se caía a pedazos; él construyó dos escuelas, una para niñas y otra para niños. Pagaba de su bolsillo a los dos maestros una gratificación que era el doble del mezquino sueldo oficial. ...

En la línea 6
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No censuro yo la observación paciente, minuciosa, exacta, que distingue a la moderna escuela francesa: desapruebo como yerros artísticos, la elección sistemática preferente de asuntos repugnantes o desvergonzados, la prolijidad nimia, y a veces cansada, de las descripciones, y, más que todo, un defecto en que no sé si repararon los críticos: la perenne solemnidad y tristeza, el ceño siempre torvo, la carencia de notas festivas y de gracia y soltura en el estilo y en la idea. Para mí es Zola el más hipocondriaco de los escritores habidos y por haber; un Heráclito que no gasta pañuelo, un Jeremías que así lamenta la pérdida de la nación por el golpe de Estado, como la ruina de un almacén de ultramarinos. Y siendo la novela, por excelencia, trasunto de la vida humana, conviene que en ella turnen, como en nuestro existir, lágrimas y risas, el fondo de la eterna tragicomedia del mundo. ...

En la línea 7
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Estos realistas flamantes se dejaron entre bastidores el puñal y el veneno de la escuela romántica, pero, en cambio, sacan a la escena una cara de viernes mil veces más indigesta. ...

En la línea 1191
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui alumbró sin pronunciar palabra. Su sangre se había enfriado de pronto, y sólo le quedaba, de la terrible crisis, cansancio y melancolía más profundos que nunca. Cruzaron el dormitorio, el pasillo, sin despegar los labios. En el pasillo ya, Lucía se volvió un momento y miró aquel rostro como si quisiera grabarlo con indelebles y fortísimos caracteres en su retina y en su memoria. La cabeza de Artegui, alumbrada en pleno por la luz que en la mano tenía, se destacaba sobre el fondo obscuro del cuero estampado que cubría la pared. Era una bella cabeza, más por la expresión y carácter que por la misma regularidad de facciones. El negror de la barba realzaba su interesante palidez, y su abatimiento la asemejaba a las cabezas muertas del Bautista, tan valientes en su claro obscuro, que creó nuestra trágica escuela nacional de pintura. También él miraba a Lucía, con tal pena y lástima, que no lo pudo ella sufrir más, y corrió a la puerta. En el umbral, Artegui sondeó con la mirada las profundidades del jardín. ...

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