Cual es errónea Cree o Sree?
La palabra correcta es Cree. Sin Embargo Sree se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino sree es que hay un Intercambio de las letras c;s con respecto la palabra correcta la palabra cree
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Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras c;s
Reglas relacionadas con los errores de c;s
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Algunas Frases de libros en las que aparece cree
La palabra cree puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 312
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Volvió a ser el hijo de la huerta, altivo, enérgico e intratable cuando cree que le asiste la razón. ...
En la línea 775
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Créeme: el que muerde la fatal manzana de que hablan esos señores amigos de nuestro principal, no se quita jamás el gusto de los labios. Se cambia de envoltura para seguir viviendo, pero de alma ¡nunca! El que duda una vez, y razona y critica, ese ya no cree jamás como los devotos sinceros; cree porque se lo aconseja la razón, o porque se lo imponen sus conveniencias. Por esto, cuando veas a uno, como yo, hablar de fe y de creencias, di que miente porque le conviene, o que se engaña a sí mismo para proporcionarse cierta tranquilidad... Fermín, hijo mío; el pan no me lo gano dulcemente, sino a costa de bajezas de alma, que me dan vergüenza. ¡Yo, que en _mis tiempos_ era de una altivez y una virtud con púas de erizo!... Pero piensa que llevo a cuestas a mis hijas, que quieren comer y vestir y todo lo demás que es necesario para atrapar a un marido, y que mientras éste no se presente debo mantenerlas aunque sea robando. ...
En la línea 775
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Créeme: el que muerde la fatal manzana de que hablan esos señores amigos de nuestro principal, no se quita jamás el gusto de los labios. Se cambia de envoltura para seguir viviendo, pero de alma ¡nunca! El que duda una vez, y razona y critica, ese ya no cree jamás como los devotos sinceros; cree porque se lo aconseja la razón, o porque se lo imponen sus conveniencias. Por esto, cuando veas a uno, como yo, hablar de fe y de creencias, di que miente porque le conviene, o que se engaña a sí mismo para proporcionarse cierta tranquilidad... Fermín, hijo mío; el pan no me lo gano dulcemente, sino a costa de bajezas de alma, que me dan vergüenza. ¡Yo, que en _mis tiempos_ era de una altivez y una virtud con púas de erizo!... Pero piensa que llevo a cuestas a mis hijas, que quieren comer y vestir y todo lo demás que es necesario para atrapar a un marido, y que mientras éste no se presente debo mantenerlas aunque sea robando. ...
En la línea 1096
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Entrega a esa pobre gente lo que necesite. Págale a la muchacha el jornal mientras esté enferma. Quiero que mi primo se convenza de que no soy tan malo como cree y que también sé hacer la caridad cuando me toca. ...
En la línea 1206
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Según eso, ¿cree su mercé que Mari-Crú no ha muerto del too? ¿Que aún podré verla, cuando me ajogue su recuerdo?... ...
En la línea 1346
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y bien, ¿qué cree la reina?-Cree que han escrito al señor duque de Buckingham en su nombre. ...
En la línea 1976
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Le cree rán arrestado, y esto le dará tiempo; dentro de tres días diré quién soy, y entonces tendrán que dejarme salir. ...
En la línea 2074
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Oh! Sí, señora, sí, vuestra majestad -exclamó el duque-, sé que he sido un loco, un insensato por creer que la nieve se animaría, que el mármol se calentaría; mas, ¿qué queréis? Cuando se ama se cree fácilmente en el amor; además, no he perdido todo en este viaje, puesto que os veo. ...
En la línea 3597
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Milord, ¿los ha perdido o cree que se los han robado?-Me los han robado -repuso el duque-. ...
En la línea 301
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... º Que se cree una moneda provisional para la circulacion interior de las provincias de Filipinas. ...
En la línea 3672
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al menos, eso es lo que se cree por aquí. ...
En la línea 3675
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Hablando de cadáveres—dije yo—, ¿cree usted que los huesos de Santiago están realmente enterrados en Compostela? —¿Qué puedo decir yo?—respondió el anciano—. ...
En la línea 3676
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Debajo del altar mayor hay una piedra muy grande que, según dicen, cierra la boca de un profundo pozo en cuyo fondo se cree que están enterrados los huesos de Santiago; por qué los pusieron en el fondo de un pozo es un misterio insondable para mí. ...
En la línea 4503
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Qué cree usted que hicieron aquellos demonios de frailes? Se quitaron las capas, haciéndoles en una punta sendos nudos con una gruesa piedra dentro, y se machacaron con tal furia, que ambos quedaron muertos. ...
En la línea 372
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros que quedaban; y así, se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oídos, La Carolea y León de España, con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila, que, sin duda, debían de estar entre los que quedaban; y quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia. ...
En la línea 2208
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, ¿no es cosa estraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros? -Sí es -dijo Cardenio-, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella. ...
En la línea 2548
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pensó Lotario que aquel hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no había entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo; sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga. ...
En la línea 4205
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la Santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos. ...
En la línea 13
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En el capítulo XVII pongo una lista de las aves que viven en el archipiélago de los Galápagos. Nuevas investigaciones han probado que algunas de esas aves, que entonces se creía que eran exclusivas de estas islas, existen también en el continente americano. El señor Sclater, eminente ornitólogo, me advierte que en ese caso están: la Strix punctatis sima, el Pyrocephalus nanus y probablemente también el Otur galapagoensis y el Zenaida galapagoensis. Por tanto, el número de las aves indígenas se reduce a veintitrés o probablemente a veintiuno; el señor Sclater cree que una o dos de esas especies indígenas son más bien variedades que especies, lo cual me pareció siempre muy probable. ...
En la línea 294
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Puedo añadir que también en África se cree que en el mismo nido ponen dos o más hembras11.Aunque al pronto puede parecer muy extraña esta costumbre, creo fácil indicar cuál es su causa. El número de huevos en el nido varía entre 20 y 40, hasta 50; según Azara, un nido contiene algunas veces de 70 a 80 huevos. El número de huevos hallados en una sola región, tan considerable proporcionalmente al número de avestruces que en ella habitan, y el estado del ovario de la hembra, parecen indicar que ésta pone gran número de huevos durante cada temporada, pero que esa puesta debe de efectuarse con mucha lentitud y durar mucho, por consiguiente Azara 12 nota el hecho de que una hembra domesticada puso 17 huevos, con un intervalo de tres días entre cada uno de ellos. Pues bien, si la hembra los incubase ella misma, los primeros huevos puestos se pudrirían casi seguro. Por el contrario, si varias hembras se ponen de acuerdo (dícese que el hecho está probado) y cada una de ellas va a depositar sus huevos en diferentes nidos, entonces todos los huevos de un nido es probable que tengan la misma edad. Si (como creo) el número de huevos en cada nido equivale por término medio a la cantidad que pone una hembra durante la temporada, debe de haber tantos nidos como hembras; y cada macho contribuye por su parte al trabajo de la incubación, en una época en que las hembras no podrían incubar porque no han acabado de poner13. Ya he indicado el gran número de huevos abandonados o huachos; 20 encontré en un solo día. Parece extraño que se pierdan tantos huevos. ¿Dependerá esto de las dificultades para asociarse varias hembras y encontrar un macho dispuesto a encargarse de la incubación? Es evidente que por lo menos dos hembras tienen que asociarse hasta cierto punto; de lo contrario, los huevos quedarían desparramados en aquellas inmensas llanuras, a distancias harto largas unos de otros para que el macho pueda reunirlos en un nido. Algunos autores creen que los huevos desperdigados sirven para alimentar a las crías; dudo que así sea (en América por los menos), puesto que los 11 BURCHELL: Travels, tomo I, pág. 280. ...
En la línea 402
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... d'Orbigny (tomo 1, pág. 474) dice que el cardo y la alcachofa se encuentran en estado salvaje. El doctor Hooker (Bota nical Magazine, tomo LX, pág. 2.862) ha descrito con el nombre de inermis una variedad del Cynara procedente de esta parte de la América meridional. Afirma que la mayoría de los botánicos creen hoy que el cardo y la alcachofa son variedades de la misma planta. Puedo añadir que un hortelano muy inteligente me ha afirmado haber visto en un huerto abandonado convertirse plantas de alcachofa en cardo común. El doctor Hooker cree que la magnífica descripción que Head hace del cardo silvestre de las Pampas se aplica al cardo común, pero es un error. El capitán Head alude a la planta de que luego me ocuparé con el nombre de cardo gigante. ¿Es un verdadero cardo? No lo sé; pero esa planta difiere en absoluto del cardo común y se parece mucho más al cardo silvestre. ...
En la línea 427
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 3 y 4 de octubre.- Un violento dolor de cabeza me obliga a guardar cama durante dos días. Una buena anciana que me cuida me insta a que ensaye una porción de remedios estrafalarios. Acostumbran a fijar en cada sien del enfermo una hoja de naranjo o un pedazo de tafetán negro; aún es más usual cortar un haba, humedecer ambas mitades y poner una en cada sien, donde se adhieren con facilidad. Se cree que no conviene quitarse las habas o el tafetán, sino dejarlos hasta que se caigan ellos solos. ...
En la línea 478
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Eso que usted cree obra del humo es la pátina; precisamente el encanto de los cuadros antiguos. ...
En la línea 669
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No cree en el sexto. ...
En la línea 2826
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¿Pero cree usted, también que el Magistral haga el amor a la niña? —Eso es lo que yo no sé. ...
En la línea 3700
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En el teatro, en el momento en que tú vuelves la cara, te clava los ojos, y cuando el público está más atento a la escena y ella cree que nadie la observa, te clava los gemelos. ...
En la línea 749
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Le pregunto, gentleman, si después de haber escuchado lo que dije sobre los diversos periodos de nuestra literatura no cree usted que el poeta Momaren resulta el más eminente de todos en el género sentimental. ...
En la línea 793
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Imprudentes! -volvió a repetir Flimnap-. Ahora comprendo por que se mostraba usted tan distraído y no contestó a mis preguntas. ¡Que atrevimiento!… Tener una entrevista de amor a corta distancia del Padre de los Maestros, que odia a Ra-Ra y desea suprimirle, pues cree que es el único culpable del despego que le muestra su hija… . ...
En la línea 942
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Ya no hay categorías, ni respeto… ni vergüenza! El primer jovenzuelo se cree un genio. ¡Que escándalo! ...
En la línea 1287
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Ra-Ra cree que los personajes misteriosos que dirigen a estos bandidos son Golbasto y Momaren, mi padre. Pero ya sabe usted, gentleman, que el tiene la manía de atribuir al Padre de los Maestros todo lo malo que ocurre en el país… . En fin, sea quien sea el que proyecta la muerte de usted, nosotros lo averiguaremos. ...
En la línea 354
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba. Decía indilugencias, golver, asín. Pasó su niñez cuidando el ganado. ¿Sabes lo que es el ganado? Las gallinas. Después criaba los palomos a sus pechos. Como los palomos no comen sino del pico de la madre, Fortunata se los metía en el seno, ¡y si vieras tú qué seno tan bonito!, sólo que tenía muchos rasguños que le hacían los palomos con los garfios de sus patas. Después cogía en la boca un buche de agua y algunos granos de algarroba, y metiéndose el pico en la boca… les daba de comer… Era la paloma madre de los tiernos pichoncitos… Luego les daba su calor natural… les arrullaba, les hacía rorrooó… les cantaba canciones de nodriza… ¡Pobre Fortunata, pobre Pitusa!… ¿Te he dicho que la llamaban la Pitusa? ¿No?… pues te lo digo ahora. Que conste… Yo la perdí… sí… que conste también; es preciso que cada cual cargue con su responsabilidad… Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?… ¡Si seré pillín!… Déjame que me ría un poco… Sí, todas las papas que yo le decía, se las tragaba… El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas… La engañé, le garfiñé su honor, y tan tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos que el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego… No me pongas esa cara, vida mía. Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio; porque… lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios, ¿verdad?… y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio de las calles… justo… su destino es el destino de las perras… Di que sí». ...
En la línea 732
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Si la señora no me cree —se limitó a decir—, puede enterarse en la vecindad… ». ...
En la línea 1102
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Usted me quema la sangre… —¿Con que destino, y si no no? Tijeretas han de ser. A fe que está el hombre cortadito para administrador. Sr. Izquierdo, dejemos las bromas a un lado; me da mucha lástima de usted; porque, lo digo con sinceridad, no me parece tan mala persona como cree la gente. ¿Quiere usted que le diga la verdad? Pues usted es un infelizote que no ha tenido parte en ningún crimen ni en la invención de la pólvora. ...
En la línea 1111
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Porque eso de que Castelar le coloque es cosa de labios afuera. Usted mismo no lo cree ni en sueños. Lo dice por embobar a Ido y otros tontos como él… Ni ¿qué destino le van a dar a un hombre que firma con una cruz? Usted que alardea de haber hecho tantas revoluciones y de que nos ha traído la dichosa República, y de que ha fundado el cantón de Cartagena… ¡así ha salido él!… usted que se las echa de hombre perseguido y nos llama neas con desprecio y publica por ahí que le van a hacer archipámpano, se contentará… dígalo con franqueza, se contentará con que le den una portería… ». ...
En la línea 1284
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Nadie cree en mí –dijo–, ni tú creerás tampoco; pero no me importa. Antes de un mes estarás libre. Las leyes que te han deshonrado y han deshonrado el nombre de Inglaterra desaparecerán del libro de los Estatutos. El mundo está mal constituido. Los reyes tienen que ir a la escuela de sus propias leyes para adquirir el sentimiento de la caridad.[14] ...
En la línea 298
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –(Aquí una frase en esperanto que quiere decir: ¿Y usted no cree conmigo que la paz universal llegará pronto merced al esperanto?) ...
En la línea 339
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero ¿usted no cree, señora –le preguntó Augusto–, que sería bueno que no hubiese sino una sola lengua? ...
En la línea 373
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Ay, Orfeo! –decía ya en su casa Augusto, dándole la leche a aquel–. ¡Ay, Orfeo! Di el gran paso, el paso decisivo; entré en su hogar, entré en el santuario. ¿Sabes lo que es dar un paso decisivo? Los vientos de la fortuna nos empujan y nuestros pasos son decisivos todos. ¿Nuestros? ¿Son nuestros esos pasos? Caminamos, Orfeo mío, por una selva enmarañada y bravía, sin senderos. El sendero nos lo hacemos con los pies según caminamos a la ventura. Hay quien cree seguir una estrella; yo creo seguir una doble estrella, melliza. Y esa estrella no es sino la proyección misma del sendero al cielo, la proyección del azar. ...
En la línea 580
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿En qué se conoce, dime, que uno está enamorado y no solamente que cree estarlo? ...
En la línea 605
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Eso que cree usted ser carne no es otra cosa que filete de tortuga de mar. He aquí igualmente unos hígados de delfín que podría usted tomar por un guisado de cerdo. Mi cocinero es muy hábil en la preparación de los platos y en la conservación de estos variados productos del océano. Pruébelos todos. He aquí una conserva de holoturias que un malayo declararía sin rival en el mundo; he aquí una crema hecha con leche de cetáceo; y azúcar elaborada a partir de los grandes fucos del mar del Norte. Y por último, permítame ofrecerle esta confitura de anémonas que vale tanto como la de los más sabrosos frutos. ...
En la línea 824
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Si se admite la hipótesis de Erhemberg, que cree en una iluminación fosforescente de los fondos submarinos, la naturaleza ha reservado ciertamente a los habitantes del mar uno de sus más prodigiosos espectáculos, del que yo podía juzgar por los mil juegos de aquella luz. A cada lado tenía una ventana abierta sobre aquellos abismos inexplorados. La oscuridad del salón realzaba la claridad exterior, y nosotros mirábamos como si el puro cristal hubiera sido el de un inmenso acuario. ...
En la línea 1659
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Tierras civilizadas -me dijo aquel día Ned Land-, mejores que las de esas islas de la Papuasia en las que se encuentra uno más salvajes que venados. En esas tierras de la India, señor profesor, hay carreteras, ferrocarriles, ciudades inglesas, francesas y asiáticas. No se pueden recorrer cinco millas sin encontrar un compatriota. ¿No cree usted que ha llegado el momento de despedirnos del capitán Nemo? ...
En la línea 2120
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Ya, ya! -dijo Ned Land-. ¿Y dónde cree que estaremos dentro de seis meses, señor naturalista? ...
En la línea 1168
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Estoy contenta de una cosa — dijo Biddy —, y es de que hayas creído deber hacerme estas confidencias, Pip. Y también estoy contenta de otra cosa, y es de que puedes tener la seguridad de que guardaré este secreto y de que continuaré siendo digna de tus confidencias. Si tu primera maestra — ¡pobrecilla!, ¡tanto como necesitaba aprender ella misma! — lo fuese aún en la actualidad, cree saber cuál sería la lección que te haría estudiar. Pero sería difícil de aprender, y como ya has aventajado a tu profesora, resultaría ahora completamente inútil. — Y dando un leve suspiro por mí, Biddy se puso en pie y con voz que cambió de un modo agradable dijo —: ¿Vamos a pasear un poco más, o nos iremos a casa? ...
En la línea 1263
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Vamos ahora a tratar de los detalles de nuestro convenio. Debe usted saber que, aun cuando he usado la palabra «porvenir» más de una vez, no solamente tendrá usted porvenir. Obra ya en mis manos una cantidad de dinero más que suficiente para su educación y para su subsistencia. Me hará usted el favor de considerarme su tutor. ¡Oh! — añadió al observar que yo me disponía a darle las gracias —. De antemano le digo que me pagan por mis servicios, pues, de lo contrario, no los prestaría. Se ha decidido que será usted mejor educado, de acuerdo con su posición completamente distinta, y se cree que comprenderá usted la importancia y la necesidad de entrar inmediatamente a gozar de estas ventajas. Dije que siempre lo había deseado. ...
En la línea 1525
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... - ¿Lo cree usted? - preguntó el señor Wemmick -. Me parece que es casi lo mismo. Llevaba el sombrero echado hacia atrás y miraba en línea recta ante él. Andaba como si nada en la calle fuese capaz de llamarle la atención. Su boca se parecía a un buzón de correos y tenía un aspecto maquinal de que sonreía, y llegamos a lo alto de la colina de Holborn antes de que yo me diese cuenta de este detalle y de que, realmente, no sonreía. ...
En la línea 1990
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ocurrió, según me anunciara Wemmick, que se me presentó muy pronto la oportunidad de comparar la morada de mi tutor con la de su cajero y empleado. Mi tutor estaba en su despacho, lavándose las manos con su jabón perfumado, cuando yo entré en la oficina a mi regreso de Walworth; él me llamó en seguida y me hizo la invitacion, para mí mismo y para mis amigos, que Wemmick me había preparado a recibir. - Sin cumplido alguno – dijo. - No hay necesidad de vestirse de etiqueta, y podremos convenir, por ejemplo, el día de mañana. Yo le pregunté adónde tendría que dirigirme, porque no tenía la menor idea acerca de dónde vivía, y creo que, siguiendo su costumbre de no confesar nada, me dijo: - Venga usted aquí y le llevaré a casa conmigo. Aprovecho esta oportunidad para observar que, después de recibir a sus clientes, se lavaba las manos, como si fuese un cirujano o un dentista. Tenía el lavabo en su despacho, dispuesto ya para el caso, y que olía a jabón perfumado como si fuese una tienda de perfumista. En la parte interior de la puerta tenía una toalla puesta sobre un rodillo, y después de lavarse las manos se las secaba con aquélla, cosa que hacía siempre que volvía del tribunal o despedía a un diente. Cuando mis amigos y yo acudimos al día siguiente a su despacho, a las seis de la tarde, parecía haber estado ocupado en un caso mucho más importante que de costumbre, porque le encontramos con la cabeza metida en el lavabo y lavándose no solamente las manos, sino también la cara y la garganta. Y cuando hubo terminado eso y una vez se secó con la toalla, se limpió las uñas con un cortaplumas antes de ponerse la chaqueta. Cuando salimos a la calle encontramos, como de costumbre, algunas personas que esperaban allí y que con la mayor ansiedad deseaban hablarle; pero debió de asustarlas la atmósfera perfumada del jabón que le rodeaba, porque aquel día abandonaron su tentativa. Mientras nos dirigíamos hacia el Oeste, fue reconocido por varias personas entre la multítud, pero siempre que eso ocurría me hablaba en voz más alta y fingía no reconocer a nadie ni fijarse en que los demás le reconociesen. 100 Nos llevó así a la calle Gerrard, en Soho, y a una casa situada en el lado meridional de la calle. El edificio tenía aspecto majestuoso, pero habría necesitado una buena capa de pintura y que le limpiasen el polvo de las ventanas. Saco la llave, abrió la puerta y entramos en un vestíbulo de piedra, desnudo, oscuro y poco usado. Subimos por una escalera, también oscura y de color pardo, y así llegamos a una serie de tres habitaciones, del mismo color, en el primer piso. En los arrimaderos de las paredes estaban esculpidas algunas guirnaldas, y mientras nuestro anfitrión nos daba la bienvenida, aquellas guirnaldas me produjeron extraña impresión. La cena estaba servida en la mejor de aquellas estancias; la segunda era su guardarropa, y la tercera, el dormitorio. Nos dijo que poseía toda la casa, pero que raras veces utilizaba más habitaciones que las que veíamos. La mesa estaba muy bien puesta, aunque en ella no había nada de plata, y al lado de su silla habia un torno muy grande, en el que se veía una gran variedad de botellas y frascos, así como también cuatro platos de fruta para postre. Yo observé que él lo tenía todo al alcance de la mano y lo distribuía por sí mismo. En la estancia había una librería, y por los lomos de los libros me di cuenta de que todos ellos trataban de pruebas judiciales, de leyes criminales, de biografías criminales, de juicios, de actas del Parlamento y de cosas semejantes. Los muebles eran sólidos y buenos, asi como la cadena de su reloj. Pero todo tenía cierto aspecto oficial, y no se veía nada puramente decorativo. En un rincón había una mesita que contenía bastantes papeles y una lámpara con pantalla; de manera que, sin duda alguna, mi tutor se llevaba consigo la oficina a su propia casa y se pasaba algunas veladas trabajando. Como él apenas había visto a mis tres compañeros hasta entonces, porque por la calle fuimos los dos de lado, se quedó junto a la chimenea y, después de tirar del cordón de la campanilla, los examinó atentamente. Y con gran sorpresa mía, pareció interesarse mucho y también casi exclusivamente por Drummle. -Pip-dijo poniéndome su enorme mano sobre el hombro y llevándome hacia la ventana -. No conozco a ninguno de ellos. ¿Quién es esa araña? - ¿Qué araña? - pregunté yo. - Ese muchacho moteado, macizo y huraño. - Es Bentley Drummle - repliqué -. Ese otro que tiene el rostro más delicado se llama Startop. Sin hacer el menor caso de aquel que tenía la cara más delicada, me dijo: - ¿Se llama Bentley Drummle? Me gusta su aspecto. Inmediatamente empezó a hablar con él. Y, sin hacer caso de sus respuestas reticentes, continuó, sin duda con el propósito de obligarle a hablar. Yo estaba mirando a los dos, cuando entre ellos y yo se interpuso la criada que traía el primer plato. Era una mujer que tendría unos cuarenta años, según supuse, aunque tal vez era más joven. Tenía alta estatura, una figura flexible y ágil, el rostro extremadamente palido, con ojos marchitos y grandes y un pelo desordenado y abundante. Ignoro si, a causa de alguna afección cardíaca, tenía siempre los labios entreabiertos como si jadease y su rostro mostraba una expresión curiosa, como de confusión; pero sí sé que dos noches antes estuve en el teatro a ver Macbeth y que el rostro de aquella mujer me parecía agitado por todas las malas pasiones, como los rostros que vi salir del caldero de las brujas. Dejó la fuente y tocó en el brazo a mi tutor para avisarle de que la cena estaba dispuesta; luego se alejo. Nos sentamos alrededor de la mesa, y mi tutor puso a su lado a Drummle, y a Startop al otro. El plato que la criada dejó en la mesa era de un excelente pescado, y luego nos sirvieron carnero muy bien guisado y, finalmente, un ave exquisita. Las salsas, los vinos y todos cuantos complementos necesitábamos eran de la mejor calidad y nos los entregaba nuestro anfitrión tomándolos del torno; y cuando habían dado la vuelta a la mesa los volvía a poner en su sitio. De la misma manera nos entregaba los platos limpios, los cuchillos y los tenedores para cada servicio, y los que estaban sucios los echaba a un cesto que estaba en el suelo y a su lado. No apareció ningún otro criado más que aquella mujer, la cual entraba todos los platos, y siempre me pareció ver en ella un rostro semejante al que saliera del caldero de las brujas. Años más tarde logré reproducir el rostro de aquella mujer haciendo pasar el de una persona, que no se le parecía por otra cosa más que por el cabello, por detrás de un cuenco de alcohol encendido, en una habitación oscura. Inclinado a fijarme cuanto me fue posible en la criada, tanto por su curioso aspecto como por las palabras de Wemmick, observé que siempre que estaba en el comedor no separaba los ojos de mi tutor y que retiraba apresuradamente las manos de cualquier plato que pusiera delante de él, vacilando, como si temiese que la llamara cuando estaba cerca, para decirle alguna cosa. Me pareció observar que él se daba cuenta de eso, pero que quería tenerla sumida en la ansiedad. 101 La cena transcurrió alegremente, y a pesar de que mi tutor parecía seguir la conversación y no iniciarla, vi que nos obligaba a exteriorizar los puntos más débiles de nuestro carácter. En cuanto a mí mismo, por ejemplo, me vi de pronto expresando mi inclinación a derrochar dinero, a proteger a Herbert y a vanagloriarme de mi espléndido porvenir, eso antes de darme cuenta de que hubiese abierto los labios. Lo mismo les ocurrió a los demás, pero a nadie en mayor grado que a Drummle, cuyas inclinaciones a burlarse de un modo huraño y receloso de todos los demás quedaron de manifiesto antes de que hubiesen retirado el plato del pescado. No fue entonces, sino cuando llegó la hora de tomar el queso, cuando nuestra conversación se refirió a nuestras proezas en el remo, y entonces Drummle recibió algunas burlas por su costumbre de seguirnos en su bote. Él informó a nuestro anfitrión de que prefería seguirnos en vez de gozar de nuestra compañía, que en cuanto a habilidad se consideraba nuestro maestro y que con respecto a fuerza era capaz de vencernos a los dos. De un modo invisible, mi tutor le daba cuerda para que mostrase su ferocidad al tratar de aquel hecho sin importancia; y él desnudó su brazo y lo contrajo varias veces para enseñar sus músculos, y nosotros le imitamos del modo más ridículo. Mientras tanto, la criada iba quitando la mesa; mi tutor, sin hacer caso de ella y hasta volviéndole el rostro, estaba recostado en su sillón, mordiéndose el lado de su dedo índice y demostrando un interés hacia Drummle que para mí era completamente inexplicable. De pronto, con su enorme mano, cogió la de la criada, como si fuese un cepo, en el momento en que ella se inclinaba sobre la mesa. Y él hizo aquel movimiento con tanta rapidez y tanta seguridad, que todos interrumpimos nuestra estúpida competencia. - Hablando de fuerza - dijo el señor Jaggers - ahora voy a mostrarles un buen puño. Molly, enséñanos el puño. La mano presa de ella estaba sobre la mesa, pero había ocultado la otra llevándola hacia la espalda - Señor - dijo en voz baja y con ojos fijos y suplican tes -. No lo haga. - Voy a mostrarles un puño - repitió el señor Jaggers, decidido a ello -. Molly, enséñanos el puño. - ¡Señor, por favor! - murmuró ella. - Molly - repitió el señor Jaggers sin mirarla y dirigiendo obstinadamente los ojos al otro lado de la estancia -. Muéstranos los dos puños. En seguida. Le cogió la mano y puso el puño de la criada sobre la mesa. Ella sacó la otra mano y la puso al lado de la primera. Entonces pudimos ver que la última estaba muy desfigurada, atravesada por profundas cicatrices. Cuando adelantó las manos para que las pudiésemos ver, apartó los ojos del señor Jaggers y los fijó, vigilante, en cada uno de nosotros. - Aquí hay fuerza - observó el señor Jaggers señalando los ligamentos con su dedo índice. - Pocos hombres tienen los puños tan fuertes como esta mujer. Es notable la fuerza que hay en estas manos. He tenido ocasión de observar muchas de ellas, pero jamás vi otras tan fuertes como éstas, ya de hombre o de mujer. Mientras decía estas palabras, con acento de indiferencia, ella continuó mirándonos sucesivamente a todos. Cuando mi tutor dejó de ocuparse en sus manos, ella le miró otra vez. - Está bien, Molly - dijo el señor Jaggers moviendo ligeramente la cabeza hacia ella -. Ya has sido admirada y puedes marcharte. La criada retiró sus manos y salió de la estancia, en tanto que el señor Jaggers, tomando un frasco del torno, llenó su vaso e hizo circular el vino. - Alas nueve y media, señores – dijo, - nos separaremos. Procuren, mientras tanto, pasarlo bien. Estoy muy contento de verles en mi casa. Señor Drummle, bebo a su salud. Si eso tuvo por objeto que Drummle diese a entender de un modo más completo su carácter, hay que confesar que logró el éxito. Triunfante y huraño, Drummle mostró otra vez en cuán poco nos tenía a los demás, y sus palabras llegaron a ser tan ofensivas que resultaron ya por fin intolerables. Pero el señor Jaggers le observaba con el mismo interés extraño, y en cuanto a Drummle, parecía hacer más agradable el vino que se bebía aquél. Nuestra juvenil falta de discreción hizo que bebiésemos demasiado y que habláramos excesivamente. Nos enojamos bastante ante una burla de Drummle acerca de que gastábamos demasiado dinero. Eso me hizo observar, con más celo que discreción, que no debía de haber dicho eso, pues me constaba que Startop le había prestado dinero en mi presencia, cosa de una semana antes. - ¿Y eso qué importa? - contestó Drummle -. Se pagará religiosamente. - No quiero decir que deje usted de hacerlo - añadí -; pero eso habría debido bastarle para contener su lengua antes de hablar de nosotros y de nuestro dinero; me parece. - ¿Le parece? - exclamó Drummle -. ¡Dios mío! 102 - Y casi estoy seguro - dije, deseando mostrarme severo - de que no sería usted capaz de prestarnos dinero si lo necesitásemos. - Tiene usted razón - replicó Drummle -: no prestaría ni siquiera seis peniques a ninguno de ustedes. Ni a ustedes ni a nadie. - Es mejor pedir prestado, creo. - ¿Usted cree? - repitió Drummle -. ¡Dios mío! Estas palabras agravaban aún el asunto, y muy especialmente me descontentó el observar que no podía vencer su impertinente torpeza, de modo que, sin hacer caso de los esfuerzos de Herbert, que quería contenerme, añadí: - Ya que hablamos de esto, señor Drummle, voy a repetirle lo que pasó entre Herbert y yo cuando usted pidió prestado ese dinero. - No me importa saber lo que pasó entre ustedes dos - gruñó Drummle. Y me parece que añadió en voz más baja, pero no menos malhumorada, que tanto yo como Herbert podíamos ir al demonio. - Se lo diré a pesar de todo - añadí -, tanto si quiere oírlo como no. Dijimos que mientras usted se metía en el bolsillo el dinero, muy contento de que se lo hubiese prestado, parecía que también le divirtiera extraordinariamente el hecho de que Startop hubiese sido tan débil para facilitárselo. Drummle se sentó, riéndose en nuestra cara, con las manos en los bolsillos y encogidos sus redondos hombros, dando a entender claramente que aquello era la verdad pura y que nos despreció a todos por tontos. Entonces Startop se dirigió a él, aunque con mayor amabilidad que yo, y le exhortó para que se mostrase un poco más cortés. Como Startop era un muchacho afable y alegre, en tanto que Drummle era el reverso de la medalla, por eso el último siempre estaba dispuesto a recibir mal al primero, como si le dirigieran una afrenta personal. Entonces replicó con voz ronca y torpe, y Startop trató de abandonar la discusión, pronunciando unas palabras en broma que nos hicieron reír a todos. Y más resentido por aquel pequeño éxito que por otra cosa cualquiera, Drummle, sin previa amenaza ni aviso, sacó las manos de los bolsillos, dejó caer sus hombros, profirió una blasfemia y, tomando un vaso grande, lo habría arrojado a la cabeza de su adversario, de no habérselo impedido, con la mayor habilidad, nuestro anfitrión, en el momento en que tenía la mano levantada con la intención dicha. - Caballeros - dijo el señor Jaggers poniendo sobre la mesa el vaso y tirando, por medio de la cadena de oro, del reloj de repetición -, siento mucho anunciarles que son las nueve y media. A1 oír esta indicación, todos nos levantamos para marcharnos. Antes de llegar a la puerta de la calle, Startop llamaba alegremente a Drummle «querido amigo», como si no hubiese ocurrido nada. Pero el «querido amigo» estaba tan lejos de corresponder a estas amables palabras, que ni siquiera quiso regresar a Hammersmith siguiendo la misma acera que su compañero; y como Herbert y yo nos quedamos en la ciudad, les vimos alejarse por la calle, siguiendo cada uno de ellos su propia acera; Startop iba delante, y Drummle le seguía guareciéndose en la sombra de las casas, como si también en aquel momento lo siguiese en su bote. Como la puerta no estaba cerrada todavía, dejé solo a Herbert por un momento y volví a subir la escalera para dirigir unas palabras a mi tutor. Le encontré en su guardarropa, rodeado de su colección de calzado y muy ocupado en lavarse las manos, sin duda a causa de nuestra partida. Le dije que había subido otra vez para expresarle mi sentimiento de que hubiese ocurrido algo desagradable, y que esperaba no me echaría a mí toda la culpa. - ¡Bah! - exclamó mientras se mojaba la cara y hablando a través de las gotas de agua. - No vale la pena, Pip. A pesar de todo, me gusta esa araña. Volvió el rostro hacia mí y se sacudía la cabeza, secándose al mismo tiempo y resoplando con fuerza. - Me contenta mucho que a usted le guste, señor - dije -; pero a mí no me gusta nada. - No, no - asintió mi tutor. - Procure no tener nada que ver con él y apártese de ese muchacho todo lo que le sea posible. Pero a mí me gusta, Pip. Por lo menos, es sincero. Y si yo fuese un adivino… Y descubriendo el rostro, que hasta entonces la toalla ocultara, sorprendióle una mirada. - Pero como no soy adivino… - añadió secándose con la toalla las dos orejas.- Ya sabe usted que no lo soy, ¿verdad? Buenas noches, Pip. - Buenas noches, señor. Cosa de un mes después de aquella noche terminó el tiempo que el motejado de araña había de pasar con el señor Pocket, y con gran contento de todos, a excepción de la señora Pocket, se marchó a su casa, a incorporarse a su familia. ...
En la línea 1253
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Porque todo es tan perfecto, porque los detalles están tan bien trabados, que uno cree hallarse ante una obra teatral. ...
En la línea 1475
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Desvariar yo? Te equivocas, hijito… Así, ¿cree usted que estoy extraño? Y se pregunta usted por qué, ¿no? ...
En la línea 1479
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Usted cree que ha atrapado al pájaro en el nido. ...
En la línea 1484
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Qué me importa a mí lo que usted estuviera leyendo? ‑exclamó de pronto, desconcertado y molesto por aquella extraña actitud‑. ¿Por qué cree usted que me ha de importar? ¿Qué tiene de particular que usted estuviera leyendo ese suceso? ...
En la línea 265
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ¿Qué me importa lo demás?¿Por qué y cómo yo la amo? Lo ignoro. Tal vez no sea usted hermosa. ¡Figúrese que no sé si es usted hermosa, ni siquiera de cara! Tiene usted, seguramente, mal corazón y sus sentimientos es muy posible que no sean muy nobles. —Usted espera, tal vez, comprarme a fuerza de oro —dijo—, porque usted no cree en la nobleza de mis sentimientos. ...
En la línea 469
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Usted cree? ...
En la línea 497
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Usted cree que habrá hombres en esos luceros? ¿Serán como nosotros, señor de Artegui? ¿Comerán? ¿Beberán? ¿Andarán? ...
En la línea 607
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Tampoco es usted de esos? -siguió la niña volviéndose hacia él, con las manos juntas, semiarrodillada en el ribazo-. ¿Tampoco así cree usted? Don Ignacio, de veras, ¿no cree usted en nada? ¿En nada? ...
En la línea 607
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Tampoco es usted de esos? -siguió la niña volviéndose hacia él, con las manos juntas, semiarrodillada en el ribazo-. ¿Tampoco así cree usted? Don Ignacio, de veras, ¿no cree usted en nada? ¿En nada? ...
En la línea 638
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Yendo con usted -prosiguió él-, con una criatura joven y leal, que ama la vida y siente, y cree, ¿quién me metía a mí a hablar de nada triste, ni exponer desvaríos abstrusos, convirtiendo el paseo en cátedra? ¡Ridiculez igual! soy un majadero. Lucia -añadió con naturalidad y sin la menor expresión de amargura-, usted dispensa mi falta de tino, ¿no es cierto? ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Cree
Cómo se escribe cree o crree?
Cómo se escribe cree o sree?
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La palabra antepasados
La palabra varias
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La palabra sentimiento
La palabra crueldad
La palabra hijos
La palabra vejete
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