Cual es errónea Correr o Sorrer?
La palabra correcta es Correr. Sin Embargo Sorrer se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino sorrer es que hay un Intercambio de las letras c;s con respecto la palabra correcta la palabra correr
Errores Ortográficos típicos con la palabra Correr
Cómo se escribe correr o corer?
Cómo se escribe correr o corrrrerr?
Cómo se escribe correr o sorrer?

la Ortografía es divertida
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras c;s
Reglas relacionadas con los errores de c;s
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece correr
La palabra correr puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 222
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad, y echó a correr, sin aguardar a oír más explicaciones. ...
En la línea 224
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí se arrodilló, se echó sobre el vientre, para espiar por entre las cañas, como un beduíno al acecho, y, pasados algunos minutos, volvió a correr, perdiéndose en aquel dédalo de sendas, cada una de las cuales conducía a una barraca, a un campo donde se encorvaban los hombres haciendo brillar en el aire su azadón como un relámpago de acero. ...
En la línea 453
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De repente, el labriego, dominado por el terror, echó a correr, como si temiera que el riachuelo de sangre lo ahogase al desbordarse. ...
En la línea 501
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y parejas de la Guardia Civil fueron a correr la huerta, a apostarse en los caminos, a sorprender gestos y conversaciones, siempre sin éxito. ...
En la línea 206
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor Fermín no vaciló, cuando del mitin y de la declamación periodística, leída en alta voz, hubo que pasar a la excursión por el monte con la escopeta al hombro en defensa de aquella República que no querían aceptar los mismos generales que habían expulsado a los reyes. Y tuvo que correr por las montañas de la sierra unos cuantos días, e ir a tiros con las mismas tropas que meses antes había él aclamado cuando pasaban sublevadas por Jerez, camino de Alcolea. ...
En la línea 231
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había días en que el carruaje de don Pablo llegaba entre una nube de polvo, a todo correr de sus cuatro briosos caballos, para depositar en Marchamalo un cargamento de chiquillos, casi una escuela. Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre. Y Ferminillo y María de la Luz jugaban con estos niños que habían de poseer cuantiosas fortunas, de igual a igual, con la simplicidad de la infancia que parece un recuerdo de los tiempos en que los hombres vivían como hermanos, antes de inventar las jerarquías sociales. El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. ...
En la línea 231
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había días en que el carruaje de don Pablo llegaba entre una nube de polvo, a todo correr de sus cuatro briosos caballos, para depositar en Marchamalo un cargamento de chiquillos, casi una escuela. Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre. Y Ferminillo y María de la Luz jugaban con estos niños que habían de poseer cuantiosas fortunas, de igual a igual, con la simplicidad de la infancia que parece un recuerdo de los tiempos en que los hombres vivían como hermanos, antes de inventar las jerarquías sociales. El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. ...
En la línea 240
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El marqués de San Dionisio mostrábase satisfecho de sus alardes de fuerza, de la rudeza de sus bromas, que terminaban casi siempre con lesiones de los compañeros. Cuando le llamaban bruto con acento de admiración, sonreía orgulloso de su raza. Bruto, sí: como lo habían sido sus mejores abuelos: como lo fueron siempre los caballeros de Jerez, espejo de la nobleza andaluza, arrogantes jinetes formados en dos siglos de batalla diaria y continua algarada en tierras de moros, pues por algo Jerez se llamaba de la Frontera. Y recapitulando en su memoria lo que había leído u oído sobre la historia de los suyos, reíase de Carlos V el gran Emperador, que, al pasar por Jerez, había querido correr unas lanzas con los jinetes famosos de la tierra que no gustaban de combates de puro juego, tomándolos en serio como si aún luchasen con moros. En el primer encuentro le rasgaron la ropilla al emperador; en el segundo le hicieron sangre, y la emperatriz, que estaba en los tablados, llamó muy asustada a su esposo, rogándole que reservase su lanza para gentes menos rudas que los caballeros jerezanos. ...
En la línea 1254
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La amistad que unía a aquellos cuatro hombres, y la necesi dad de verse tres o cuatro veces por día, bien para un duelo, bien para asuntos, bien por placer, les hacían correr sin cesar a unos tras otros como sombras; y se encontraba siempre a los inseparables buscándose del Luxemburgo a la plaza Saint-Sulpice, o de la calle del Vieux - Colombier al Luxemburgo. ...
En la línea 1270
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Entonces los apuros se convirtieron en penuria: se vio a los ham brientos seguidos de sus lacayos correr las calles y los cuerpos de guar dia, trincando de sus amigos de fuera todas las cenas que pudieron encontrar; porque, siguiendo la opinión de Aramis, en la prosperidad había que sembrar comidas a diestro y siniestro para recoger algunas en la des gracia. ...
En la línea 1685
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Adónde correr?-Lo primero, alejémonos de esta casa, después ya veremos. ...
En la línea 2076
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Os veo por pie dad hacia vos mismo; os veo porque, insensible a todas mis penas, os habéis obstinado en permanecer en una ciudad en la que, permaneciendo, corréis riesgo de la vida y me hacéis a mí correr el riesgo de mi honor; os veo para deciros que todo nos separa, las profundidades del mar, la enemistad de los reinos, la santidad de los juramentos. ...
En la línea 1259
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Aquel a misma noche mató a su sargento, que cinco años antes le había llamado _Caló_, y le había maldecido; echó a correr, saltó por la muralla, y sin que le tocaran los tiros que le tiraron, se puso en salvo en la tierra de los _corahai_. ...
En la línea 2048
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Percibí fugazmente, hacia el sitio de donde partió el tiro, una gorra de cuartel muy conocida, luego la gente echó a correr, y el tirador, quienquiera que fuese, desapareció favorecido por la confusión que se movió. ...
En la línea 2049
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Quesada mostró inmenso desprecio ante el peligro que acababa de correr. ...
En la línea 2294
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¡Entonces había que ver a esos perros de nacionales correr por las calles para ponerse en salvo! ¡Había que verlo, _don Jorge_! Los que me encontraban a la vuelta de una esquina se olvidaban de gritar: _¡Hola, carlista!_, y de sus amenazas de apalearme. ...
En la línea 463
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. ...
En la línea 513
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. ...
En la línea 708
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. ...
En la línea 781
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. ...
En la línea 289
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Voy a describir ahora las costumbres de las aves más interesantes y más comunes en las llanuras silvestres de la Patagonia septentrional. Me ocuparé en primer término de la mayor de todas ellas: el avestruz de la América meridional. Todo el mundo conoce las habituales costumbres del avestruz. Estas aves se alimentan de materias vegetales, como hierbas y raíces; sin embargo, en Bahía Blanca he visto con mucha frecuencia descender tres o cuatro en la marea baja a la orilla del mar y explorar los montones de fango que entonces quedan en seco, con el fin (dicen los gauchos) de buscar pececillos para comérselos. Aunque el avestruz tiene costumbres muy tímidas, desconfiadas y solitarias, aunque corre con suma rapidez, sin embargo, se apoderan fácilmente de él los indios o los gauchos armados de bolas. En cuanto aparecen varios jinetes dispuestos en círculo, los avestruces se aturden y no saben por qué lado escaparse: suelen preferir correr contra el viento; extienden las alas tomando ímpetu, y parecen como un barco con las velas tendidas. En un hermoso día muy cálido vi a varios avestruces entrar en un pantano cubierto de juncos muy altos; allí permanecieron escondidos hasta que llegué muy cerca de ellos. Suele ignorarse que los avestruces se tiran con facilidad al agua. Mr. King me participa que en la Bahía de San Blas y en Puerto-Valdés (Patagonia) vio a esas aves pasar a menudo a nado de una isla a otra. Entraban en el agua en cuanto se veían acorralados hasta el extremo de no quedarles ya ninguna otra retirada; pero también se meten en ella de buena voluntad; atravesaban a nado una distancia de unos 290 metros. ...
En la línea 309
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Otra especie más pequeña (Fornarius cunicularius) se asemeja al ave de horno por el color habitualmente rojizo de su plumaje, por su grito agudo y extraño que repite a cada instante y por su particular costumbre de correr dando saltitos. En atención a esa afinidad, los españoles la llaman casarita, aun cuando construye un nido enteramente diferente. La casarita fabrica el nido en el fondo de un estrecho agujero cilíndrico, que se extiende (según dicen) horizontalmente a seis pies por debajo de tierra. Varios campesinos me han dicho que en su juventud habían tratado de encontrar el nido, pero que rara vez habían logrado llegar al extremo del pasadizo. Este ave suele elegir para hacer el nido un montecillo poco elevado de terreno arenoso resistente, a orillas de un camino o de un arroyo. En Bahía Blanca, las paredes que rodean a las casas están construidas con barro endurecido; noté que la cerca del patio de la casa donde yo vivía estaba atravesada por un gran número de agujeros redondos. Cuando pregunté al propietario la causa de esto, me respondió quejándose amargamente del casarita, y bien pronto vi a varios de ellos en esa faena. Es bastante curioso observar cuán incapaces son esas aves de apreciar el espesor de cualquier masa; pues, aunque constantemente estaban revoloteando por encima de la tapia, persistían en atravesarla de parte a parte pensando sin duda que era un montecillo excelente para excavar en él su nido. Tengo el convencimiento de que cada ave quedaría sumamente sorprendida al volverse a encontrar en plena luz al otro lado de la pared. ...
En la línea 315
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hay muchas especies de lagartos, pero sólo uno de ellos (Proctotretus multimaculatus) tiene costumbres algo notables. Vive sobre la arena seca a orilla del mar; sus escamas jaspeadas, morenas con manchas de colores blanco, rojo amarillento y azul sucio, y hacen asemejarse en absoluto a la superficie circunvecina. Cuando se asusta, se hace el muerto y permanece quieto, con las patas estiradas, el cuerpo aplastado y los ojos cerrados; pero si le llegan a tocar, se hunde en la arena con gran rapidez. Este lagarto tiene el cuerpo tan plano y las patas tan cortas, que no puede correr muy deprisa. ...
En la línea 362
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Después de comer, los soldados se dividen en dos bandos para ensayar su habilidad con las bolas. Plántanse dos lanzas en el suelo, a 35 metros de distancia una de otra; pero las bolas no las alcanzan sino una vez por cada cuatro o cinco. Pueden arrojarse las bolas a 50 ó 60 metros, pero sin puntería. Sin embargo, ésta distancia no se aplica a los hombres a caballo: cuando la velocidad del caballo se agrega a la fuerza del brazo, dícese que se puede arrojarlas a 80 metros, casi con certeza de dar en el blanco. Como prueba de la fuerza de este arma, puedo citar este hecho: cuando en las islas Falkland asesinaron los españoles a una parte de sus compatriotas y a todos los ingleses que allí estaban, huía un español a todo correr. Un individuo llamado Luciano, fornido y guapo mozo, perseguíale a galope gritando que se detuviese, pues deseaba decirle unas palabras. En el momento de ir a llegar ya el español a la barca, Luciano le tiró las bolas; se enroscaron éstas con tal fuerza en derredor de las piernas del fugitivo, que cayó desmayado. Así que Luciano le hubo dicho lo que tenía que decirle, permitiose al joven que embarcase. Nos dijo que sus piernas llevaban grandes verdugones allí donde se arrolló la cuerda, como si hubiese sufrido la pena del látigo. ...
En la línea 737
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mientras el Arcipreste profanaba los cuatro lados de la cruz latina, que era sacristía, con el relato mundano de la vida y milagros de Obdulia Fandiño, Glocester, sonriendo, pensaba en los motivos que podía tener el Magistral para oír a don Cayetano, en vez de correr al confesonario al pie del cual le esperaba la más codiciada penitente de Vetusta la noble. ...
En la línea 2742
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía —gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de sí al bárbaro de Pernueces. ...
En la línea 5328
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Allí se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la Armería; nada de teatros ni de bailes que aún son más peligrosos que en Vetusta: correr calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa. ...
En la línea 6061
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero, amigo, era su obligación: era pariente, era de los íntimos de la casa, de los que se quedaban a comer, y necesitaba hacer lo que los demás, correr, alborotar, y hasta dar pellizcos a las señoras, si a mano venía. ...
En la línea 566
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tendido en un profundo diván persa, con toldo de seda a rayas sostenido por lanzas, mueble el más importante del estudio, y entre pinturas que Claudio definía como ultramodernistas, dejaba correr su pensamiento a través del pasado. ...
En la línea 1656
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De pronto vio correr hacia él a los cuatro padrinos, a los dos médicos, al encargado del jardín y otras personas que habían estado ocultas presenciando el encuentro. Hasta el plenipotenciario Enciso surgió de entre unos árboles, pálido, alzando las manos, a impulsos de su emoción. Todos habían visto vacilar a Claudio, inclinándose a su derecha, sin que él se diese cuenta de ello. ...
En la línea 732
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Buscó otra vez la mirada protectora de Momaren, quedando medianamente satisfecho al ver que los ojos de este parecían amonestarle por su reciente distracción. Flimnap continuaba dejando correr el chorro de su oratoria didáctica. Explicaba en estos momentos los diversos y brillantes periodos de la literatura nacional, aproximándose con la lentitud de un estratega prudente a la conclusión de que todo lo que habían producido varias generaciones de escritores era simplemente para preparar el advenimiento de Momaren. Pero aunque Gillespie hacía esfuerzos por enterarse de la disertación, inclinaba al mismo tiempo su cabeza del lado de los amantes, deseoso de oír su diálogo. ...
En la línea 763
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Después de tales palabras quiso correr, pero se vio detenida en mitad de su carrera por un obstáculo. El Hombre-Montaña había colocado una de sus manos sobre la mesa, manteniéndola en posición vertical, con el pulgar en alto. ...
En la línea 809
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie vio jabalíes de erizado pelaje y ciervos de complicadas y altísimas astamentas, que parecían datar de los tiempos en que cazaban los emperadores. Estas bestias de terrorífico aspecto hacían temblar de emoción al profesor Flimnap, a pesar de que las contemplaba desde una altura prodigiosa. El gigante, al salir del palacio ruinoso para correr la selva, había creído prudente llevar con el a su traductor. ...
En la línea 901
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El guerrero aceptó con alegría la orden. Su tropa llevaba varias horas de correr las calles, luchando con la rebelde curiosidad del público y repeliendo a los transeúntes y las máquinas terrestres. Cesaron de sonar las trompetas y los jinetes se desparramaron en las vías inmediatas. ...
En la línea 101
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquel gran filósofo no se entregó a la desesperación. Viéronle sus amigos tranquilo y resignado. En su aspecto y en el reposo de su semblante había algo de Sócrates, admitiendo que Sócrates fuera hombre dispuesto a estarse siete horas seguidas con la palabra en la boca. Plácido había salvado el honor, que era lo importante, pagando religiosamente a todo el mundo con las existencias. Se había quedado con lo puesto y sin una mota. No salvó más mueble que la vara de medir. Era forzoso, pues, buscar algún modo de ganarse la vida. ¿A qué se dedicaría? ¿En qué ramo del comercio emplearía sus grandes dotes? Dándose a pensar en esto, vino a descubrir que en medio de su gran pobreza conservaba un capital que seguramente le envidiarían muchos: las relaciones. Conocía a cuantos almacenistas y tenderos había en Madrid; todas las puertas se le franqueaban, y en todas partes le ponían buena cara por su honradez, sus buenas maneras y principalmente por aquella bendita labia que Dios le había dado. Sus relaciones y estas aptitudes le sugirieron, pues, la idea de dedicarse a corredor de géneros. D. Baldomero Santa Cruz, el gordo Arnaiz, Bringas, Moreno, Labiano y otros almacenistas de paños, lienzos o novedades, le daban piezas para que las fuera enseñando de tienda en tienda. Ganaba el 2 por 100 de comisión por lo que vendía. ¡María Santísima, qué vida más deliciosa y qué bien hizo en adoptarla, porque cosa más adecuada a su temperamento no se podía imaginar! Aquel correr continuo, aquel entrar por diversas puertas, aquel saludar en la calle a cincuenta personas y preguntarles por la familia era su vida, y todo lo demás era muerte. Plácido no había nacido para el presidio de una tienda. Su elemento era la calle, el aire libre, la discusión, la contratación, el recado, ir y venir, preguntar, cuestionar, pasando gallardamente de la seriedad a la broma. Había mañana en que se echaba al coleto toda la calle de Toledo de punta a punta, y la Concepción Jerónima, Atocha y Carretas. ...
En la línea 213
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Estás perdonado—dijo la esposa, arreglándose el cabello que Santa Cruz le había descompuesto al acentuar de un modo material aquellas expresiones tan sabias como apasionadas—. No soy impertinente, no exijo imposibles. Bien conozco que los hombres la han de correr antes de casarse. Te prevengo que seré muy celosa si me das motivo para serlo; pero celos retrospectivos no tendré nunca. ...
En la línea 446
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No sabía el muy bruto la puñalada que daba a su ama con estas palabras. Jacinta, sin embargo, creía oír el gemido en lo profundo. Pero aquello no podía continuar. Empezó a ver la inmensa desproporción que había entre la grandeza de su piedad y la pequeñez del objeto a que la consagraba. Arreció la lluvia, y el absorbedero deglutaba ya una onda gruesa que hacía gargarismos y bascas al chocar con las paredes de aquel gaznate… Jacinta echó a correr hacia la casa y subió. Los nervios se le pusieron tan alborotados y el corazón tan oprimido, que sus suegros y su marido la creyeron enferma; y sufrió toda la noche la molestia indecible de oír constantemente el miiii del absorbedero. En verdad que aquello era una tontería, quizás desorden nervioso; pero no lo podía remediar. ¡Ah! Si su suegra sabía por Deogracias lo ocurrido en la calle ¡cuánto se había de burlar! Jacinta se avergonzaba de antemano, poniéndose colorada, sólo de considerar que entraba Barbarita diciéndole con su maleante estilo: «Pero hija, ¿conque es cierto que mandaste a Deogracias meterse en las alcantarillas para salvar unos niños abandonados… ?». ...
En la línea 489
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo referente a esta insigne dama lo sabe mejor que nadie Zalamero, que está casado con una de las chicas de Ruiz-Ochoa. Nos ha prometido escribir la biografía de su excelsa pariente cuando se muera, y entretanto no tiene reparo en dar cuantos datos se le pidan, ni en rectificar a ciencia cierta las versiones que el criterio vulgar ha hecho correr sobre las causas que determinaron en Guillermina, hace veinticinco años, la pasión de la beneficencia. Alguien ha dicho que amores desgraciados la empujaron a la devoción primero, a la caridad propagandista y militante después. Mas Zalamero asegura que esta opinión es tan tonta como falsa. Guillermina, que fue bonita y aun un poquillo presumida, no tuvo nunca amores, y si los tuvo no se sabe absolutamente nada de ellos. Es un secreto guardado con sepulcral reserva en su corazón. Lo que la familia admite es que la muerte de su madre la impresionó tan vivamente, que hubo de proponerse, como el otro, no servir a más señores que se le pudieran morir. No nació aquella sin igual mujer para la vida contemplativa. Era un temperamento soñador, activo y emprendedor; un espíritu con ideas propias y con iniciativas varoniles. No se le hacía cuesta arriba la disciplina en el terreno espiritual; pero en el material sí, por lo cual no pensó nunca en afiliarse a ninguna de las órdenes religiosas más o menos severas que hay en el orbe católico. No se reconocía con bastante paciencia para encerrarse y estar todo el santo día bostezando el gori gori, ni para ser soldado en los valientes escuadrones de Hermanas de la Caridad. La llama vivísima que en su pecho ardía no le inspiraba la sumisión pasiva, sino actividades iniciadoras que debían desarrollarse en la libertad. Tenía un carácter inflexible y un tesoro de dotes de mando y de facultades de organización que ya quisieran para sí algunos de los hombres que dirigen los destinos del mundo. Era mujer que cuando se proponía algo iba a su fin derecha como una bala, con perseverancia grandiosa sin torcerse nunca ni desmayar un momento, inflexible y serena. Si en este camino recto encontraba espinas, las pisaba y adelante, con los pies ensangrentados. ...
En la línea 363
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Apenas cinco minutos más tarde la familia Canty estaba en la calle, y huyendo para salvar la vida. John Canty asía al príncipe por la muñeca y lo hacía correr por el oscuro camino haciéndole en voz baja esta advertencia: ...
En la línea 393
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Volvamos al interior del Ayuntamiento. De pronto, por encima de la alegre algazara de la fiesta, se dejó oír el repique de un clarín. Al instante se hizo el silencio; luego se alzó una sola voz –la del mensajero del palacio—, el cual empezó a correr una proclama, toda la multitud en pie, atenta. Las últimas palabras, solemnemente pronunciadas, fueron: ...
En la línea 916
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... ¡Cuál fue su gozo cuándo al fin vio el destello de una luz! Acercóse a ella cautelosamente, paso a paso, para mirar en torno y escuchar. La luz procedía de un hueco de ventana sin vidrios en una desvencijada choza. El niño oyó una voz y sintió ganas de correr y esconderse, pero cambió al momento de opinión, ya que, sin lugar á dudas, aquella voz estaba rezando. Deslizóse el rey hasta la ventana, se puso de puntillas y echó una mirada al interior de la choza. La habitación era pequeña y su suelo de tierra apisonada por el uso. En un rincón se veía un lecho de juncos y una o dos mantas hechas jirones; cerca de él un cubo, una taza, una jofaina, y algunos cacharros y sartenes. Había un banco angosto y un escabel de tres patas; en la chimenea quedaba el rescoldo de un fuego de leña. Ante una hornacina, iluminada por una sola vela, se hallaba arrodillado un hombre de edad, a cuyo lado, en una caja vieja de madera, estaban un libro abierto y una calavera. El hombre, que era de cuerpo grande y huesudo, y de pelo y barba largos y blancos como la nieve, se cubría con unas pieles de cordero que le llegaban de la garganta a las rodillas. ...
En la línea 1104
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No bien se vieron Hendon y el rey libres del alguacil, Su Majestad recibió instrucciones de correr a un lugar determinado fuera del pueblo y esperar allí, mientras Hendon iba a la posada a pagar la cuenta. Media hora más tarde los dos amigos se encaminaban alegremente hacia el este, en las cansadas cabalgaduras de Hendon. El rey iba ya abrigado y cómodo, porque había desechado sus andrajos para vestirse con el traje usado que Miles había comprado en el Puente de Londres. ...
En la línea 1867
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... A Augusto le subió una oleada de sangre a la cabeza al oír esto. Entráronle ganas de salir, correr en busca de Rosario, ganarla y volver con ella a Eugenia para decir a esta: «¡Aquí la tienes, es mía y no de… tu Mauricio!» ...
En la línea 397
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Echó a correr por el parque como si temiera estar cerca de la empalizada y no se detuvo hasta llegar debajo de la ventana de su habitación. De un salto subió a las ramas de un árbol y de allí pasó al alféizar. Al encontrarse en aquella casa que había abandonado con la firme decisión de no volver a ella, un segundo sollozo se le escapó de la garganta. ...
En la línea 836
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Le parecía ver correr fantasmas por la sala, que le hacían burlonas muecas. En una de esas sombras creyó reconocer a su rival. ...
En la línea 837
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Te veo, inglés maldito! —aulló—. ¡Ay de ti si puedo ponerte las manos encima! ¡Quieres robarme la Perla, pero te lo impediré! ¡Pasaré a hierro y fuego todo Labuán, haré correr sangre y los exterminaré a todos! ...
En la línea 934
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Pero piensa en lo que será de Mompracem sin su Tigre de la Malasia. Contigo todavía puede hacer temblar a los hombres que han destruido tu familia y tu pueblo. Hay millares de malayos y de dayakos que esperan tu llamado para correr a engrosar las bandas de los tigres de Mompracem. ...
En la línea 1361
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los salvajes se aproximaron, sin correr pero prodigándonos las demostraciones más hostiles, bajo la forma de una lluvia de piedras y de flechas. ...
En la línea 2117
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -No exageremos, señor Land. No tenemos nada que temer del capitán Nemo, pero tampoco comparto la esperanza de Conseil. Conocemos los secretos del Nautilus, y no creo que su comandante tome el riesgo de verlos correr por el mundo, por darnos la libertad. ...
En la línea 2437
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nuestra marcha ascensional se vio interrumpida a unos doscientos cincuenta pies de altura por obstáculos infranqueables. El arco de la bóveda interior se verticalizaba casi a esa altura, obligándonos a cambiar la escalada por un paseo circular. A esa altura el reino vegetal comenzaba a luchar con el reino mineral. Algunos arbustos e incluso algunos árboles salían de las anfractuosidades de las rocas de las paredes. Reconocí unos euforbios que dejaban correr su jugo cáustico. Unos heliotropos, incapaces allí de justificar su nombre por no llegar nunca a ellos los rayos solares, inclinaban tristemente sus flores de colores y perfumes desvaídos. Aquí y allá algunos crisantemos crecían tímidamente al pie de aloes de largas hojas tristes y enfermizas. Pero entre los regueros de lava vi pequeñas violetas, cuyo ligero perfume aspiré con delicia. El perfume es el alma de la flor y las flores de mar, esos espléndidos hidrófitos, no tienen alma. Habíamos llegado al pie de unos dragos robustos que separaban las rocas con la fuerza de sus musculosas raíces, cuando Ned Land lanzó un grito jubiloso: ...
En la línea 2630
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El desgraciado cetáceo, tumbado sobre su flanco, con el vientre agujereado por las mordeduras, estaba muerto. Del extremo de su aleta mutilada pendía aún un pequeño ballenato al que tampoco había podido salvar. Su boca abierta dejaba correr el agua, que murmuraba como la resaca a través de sus barbas. ...
En la línea 118
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En la cocina había una puerta que comunicaba con la fragua. Quité la tranca y abrí el cerrojo de ella, y así pude tomar una lima de entre las herramientas de Joe. Luego cerré otra vez la puerta como estaba, abrí la que me dio paso la noche anterior al llegar a casa y, después de cerrarla de nuevo, eché a correr hacia los marjales cubiertos de niebla. ...
En la línea 121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Más espesa fue la niebla todavía cuando salí de los marjales, hasta el punto de que, en vez de acercarme corriendo a alguna cosa, parecía que ésta echara a correr hacia mí. Ello era muy desagradable para una mente pecadora. Las puertas, las represas y las orillas se arrojaban violentamente contra mí a través de la niebla, como si quisieran exclamar con la mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamente, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, me miró con tanta obstinación en sus ojos y movió su maciza cabeza de un modo tan acusador cuando yo lo rodeaba, que no pude menos que murmurar: «No he tenido más remedio, señor. No lo he robado para mí.» Entonces él dobló la cabeza, resopló despidiendo una columna de humo por la nariz y se desvaneció dando una coz con las patas traseras y agitando el rabo. ...
En la línea 124
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, también iba vestido de gris y tenía un hierro en la pierna; cojeaba del mismo modo, tenía la voz ronca y estaba muerto de frío; en una palabra, se parecía mucho al otro, a excepción de que no tenía el mismo rostro y de que llevaba un sombrero de anchas alas, plano y muy metido en la cabeza. Observé en un momento todos estos detalles, porque no me dio tiempo para más. Profirió una blasfemia y me dio un golpe, pero estaba tan débil, que apenas me tocó y, en cambio, le hizo tambalear. Luego echó a correr por entre la niebla, tropezando dos veces, y por fin le perdí de vista. ...
En la línea 224
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo no podía apartar la mirada del tío Pumblechook. Siempre agarrado con las manos y los pies a la pata de la mesa, vi que el desgraciado tomaba, jugando, la copita, sonreía, echaba la cabeza hacia atrás y se bebía el aguardiente. En aquel momento, todos los invitados se quedaron consternados al observar que el tío Plumblechook se ponía en pie de un salto, daba varias vueltas tosiendo y bailando al mismo tiempo y echaba a correr hacia la puerta; entonces fue visible a través de la ventana, saltando violentamente, expectorando y haciendo horribles muecas, como si estuviera loco. ...
En la línea 1189
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Y digo por señas a uno de mis muchachos que se sitúe en la puerta. Yo, entre tanto, salgo de detrás del mostrador. Pero él adivina mis intenciones y se planta de un salto en la calle. Inmediatamente echa a correr y desaparece tras la primera esquina. Desde este momento, ya no me cupo duda de que era culpable.» ...
En la línea 1221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »‑Lo voy a explicar. Mitri y yo estuvimos todo el día trabajando y, cuando nos íbamos a marchar, Mitri cogió un pincel empapado de pintura y me lo pasó por la cara. Después echó a correr escaleras abajo y yo fui tras él, bajando los escalones de cuatro en cuatro y lanzando juramentos. Cuando llegué a la entrada, tropecé con el portero y con unos señores que estaban con él y que no recuerdo cómo eran. El portero empezó a insultarme, el segundo portero hizo lo mismo; luego salió de la garita la mujer del primer portero y se sumó a los insultos. Finalmente, un caballero que en aquel momento entraba en la casa acompañado de una señora nos puso también de vuelta y media porque no los dejábamos pasar. Cogí a Mitri del pelo, lo derribé y empecé a atizarle. Él, aunque estaba debajo, consiguió también asirme por el pelo y noté que me devolvía los golpes. Pero todo era broma. Al fin, Mitri consiguió libertarse y echó a correr por la calle. Yo le perseguí, pero, al ver que no le podía alcanzar, volví al piso donde trabajábamos para poner en orden las cosas que habíamos dejado de cualquier modo. Mientras las arreglaba, esperaba a Mitri. Creía que volvería de un momento a otro. De pronto, en un rincón del vestíbulo, detrás de la puerta, piso una cosa. La recojo, quito el papel que la envuelve y veo un estuche, y en el estuche los pendientes.» ...
En la línea 1221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »‑Lo voy a explicar. Mitri y yo estuvimos todo el día trabajando y, cuando nos íbamos a marchar, Mitri cogió un pincel empapado de pintura y me lo pasó por la cara. Después echó a correr escaleras abajo y yo fui tras él, bajando los escalones de cuatro en cuatro y lanzando juramentos. Cuando llegué a la entrada, tropecé con el portero y con unos señores que estaban con él y que no recuerdo cómo eran. El portero empezó a insultarme, el segundo portero hizo lo mismo; luego salió de la garita la mujer del primer portero y se sumó a los insultos. Finalmente, un caballero que en aquel momento entraba en la casa acompañado de una señora nos puso también de vuelta y media porque no los dejábamos pasar. Cogí a Mitri del pelo, lo derribé y empecé a atizarle. Él, aunque estaba debajo, consiguió también asirme por el pelo y noté que me devolvía los golpes. Pero todo era broma. Al fin, Mitri consiguió libertarse y echó a correr por la calle. Yo le perseguí, pero, al ver que no le podía alcanzar, volví al piso donde trabajábamos para poner en orden las cosas que habíamos dejado de cualquier modo. Mientras las arreglaba, esperaba a Mitri. Creía que volvería de un momento a otro. De pronto, en un rincón del vestíbulo, detrás de la puerta, piso una cosa. La recojo, quito el papel que la envuelve y veo un estuche, y en el estuche los pendientes.» ...
En la línea 1250
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Que cómo puedo explicarlo? Del modo más sencillo. La cosa está perfectamente clara. Por lo menos, el camino que hay que seguir para llegar a la verdad se nos muestra con toda claridad, y es precisamente esa joya la que lo indica. Los pendientes se le cayeron al verdadero culpable. Éste estaba arriba, en el piso de la vieja, mientras Koch y Pestriakof llamaban a la puerta. Koch cometió la tontería de bajar a la entrada poco después que su compañero. Entonces el asesino sale del piso y empieza a bajar la escalera, ya que no tiene otro camino para huir. A fin de no encontrarse con el portero, Koch y Pestriakof, ha de esconderse en el piso vacío que Nicolás y Mitri acaban de abandonar. Permanece oculto detrás de la puerta mientras los otros suben al piso de las víctimas, y, cuando el ruido de los pasos se aleja, sale de su escondite y baja tranquilamente. Es el momento en que Mitri y Nicolás echan a correr por la calle. Todos los que estaban ante la puerta se han dispersado. Tal vez alguien le viera, pero nadie se fijó en él. ¡Entraba y salía tanta gente por aquella puerta! El estuche se le cayó del bolsillo cuando estaba oculto detrás de la puerta, y él no lo advirtió porque tenía otras muchas cosas en que pensar en aquel momento. Que el estuche estuviera allí demuestra que el asesino se escondió en el piso vacío. He aquí explicado todo el misterio. ...
En la línea 455
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El niño lo miró atemorizado; tembló de pies a cabeza, y después de algunos momentos de estupor, echó a correr con todas sus fuerzas sin volver la cabeza, ni dar un grito. ...
En la línea 467
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El hombre volvió a andar, a correr; de tanto en tanto se detenía y gritaba en aquella soledad con la voz más formidable y más desolada que pueda imaginarse: ...
En la línea 483
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean echó a correr. Siguió a la suerte un camino mirando, llamando y gritando; pero no encontró a nadie. Al fin se detuvo. La luna había salido. Paseó su mirada a lo lejos, y gritó por última vez: ...
En la línea 796
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fantina echó a correr, y volvió a su pieza. Releyó la carta de los Thenardier. A la mañana siguiente, cuando Margarita entró en el cuarto de Fantina antes de amanecer, porque trabajaban siempre juntas y de este modo no encendían más que una luz para las dos, la encontró pálida, helada. ...
En la línea 159
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando el trineo arrancó, Dave se puso a correr por la nieve blanda que flanqueaba el sendero batido, empezó a darle dentelladas a Sol-leks, a embestirlo para que cayera sobre la nieve blanda de otro lado, y a intentar meterse entre Sol-leks y el trineo, gruñendo y aullando sin parar de dolor y consternación. El mestizo intentó alejarlo con el látigo; pero Dave no hizo caso del cinto urticante y al hombre le habría partido el alma golpearle con más fuerza. El perro se negó a correr obediente detrás del trineo, donde le habría sido más fácil, y continuó marchando con dificultad a un lado, por la nieve blanda, hasta que ya no pudo más. Entonces cayó y quedó postrado donde había caído, aullando de un modo lúgubre mientras la larga caravana de trineos corría con rapidez. ...
En la línea 308
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Al parecer, el rasgo más común de aquel mundo era el miedo. Observando al hombre dormido junto al fuego, con la cabeza entre las rodillas res guardada por las manos entrelazadas, Buck lo veía agitarse y despertar con frecuencia sobresaltado, lanzar una mirada temerosa a la oscuridad y entonces echar más leña a la hoguera. Si iban por la orilla de un mar, donde el hombre recogía moluscos y se los comía al momento, los dos lo hacían con la mirada alerta ante un peligro oculto, listos para correr como el viento al menor atisbo. Por el bosque avanzaban sin ruido, Buck pegado a los talones del hombre velludo, atentos y vigilantes los dos, tensas las orejas y temblorosas las aletas de la nariz, pues el oído y el olfato del hombre eran tan agudos como los de Buck. El hombre era capaz de trepar a los árboles y desplazarse con la misma rapidez que por el suelo, columpiándose de rama en rama, separadas a veces por más de tres metros, soltándose y volviéndose a agarrar, sin caer nunca ni errar jamás el asidero. En realidad parecía estar tan a sus anchas entre los árboles como en tierra, y a Buck le venían a la memoria noches de vigilia al pie de un árbol, donde, encaramado a una rama, dormía el hombre velludo. ...
En la línea 310
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Lo acometían impulsos irresistibles. Estaba tumbado en el campamento, dormitando perezosamente al sol, cuando de pronto erguía la cabeza y levantaba las orejas escuchando con atención, y, tras ponerse de pie de un brinco, se alejaba velozmente y corría durante horas por las veredas del bosque y a través de los espacios abiertos llenos de matorrales. Le encantaba correr por los cauces secos y espiar agazapado la vida de las aves en el bosque. Permanecía un día entero tumbado en el monte bajo observando a las perdices que se pavoneaban de un lado a otro agitando las alas. Pero lo que le gustaba especialmente era correr bajo el suave resplandor de las noches de verano, escuchar los atenuados y somnolientos murmullos del bosque, interpretar los indicios del mismo modo que una persona lee un libro, e indagar el origen de aquel soplo misterioso que, dormido o despierto, lo llamaba a todas horas. ...
En la línea 310
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Lo acometían impulsos irresistibles. Estaba tumbado en el campamento, dormitando perezosamente al sol, cuando de pronto erguía la cabeza y levantaba las orejas escuchando con atención, y, tras ponerse de pie de un brinco, se alejaba velozmente y corría durante horas por las veredas del bosque y a través de los espacios abiertos llenos de matorrales. Le encantaba correr por los cauces secos y espiar agazapado la vida de las aves en el bosque. Permanecía un día entero tumbado en el monte bajo observando a las perdices que se pavoneaban de un lado a otro agitando las alas. Pero lo que le gustaba especialmente era correr bajo el suave resplandor de las noches de verano, escuchar los atenuados y somnolientos murmullos del bosque, interpretar los indicios del mismo modo que una persona lee un libro, e indagar el origen de aquel soplo misterioso que, dormido o despierto, lo llamaba a todas horas. ...
En la línea 108
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y diciendo y haciendo, sentose el prohombre a la mesa atestada de periódicos, cartas y libros, y tomando un pliego de timbrado papel, dejó correr la mano garrapateando el blanco folio con su letra precipitada, ininteligible casi, de hombre abrumado de asuntos. Doblolo, deslizándolo dentro de un sobre, y sin cerrarlo lo entregó a su amigo. ...
En la línea 186
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Diciendo lo cual, cogió de la red manta, saco y lío de paraguas; pero Lucía con su juvenil vigor y sus hábitos de hija del pueblo arrebatole de la mano lo más pesado, el saco, y brincando, ligera como un ave, al suelo, dio a correr hacia la fonda. ...
En la línea 213
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Entonces se decidió prontamente, y con agilidad digna de un muchacho de veinte años, saltó a la vía y rompió a correr hacia la fonda. No es para perdida cartera como aquella, repleta de dinero en sus formas más variadas y seductoras: oro, plata, billetes de Banco, letras. Se precipitaba. ...
En la línea 314
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bajémonos: beberá usted en la fonda -respondió Artegui, a quien el imprevisto suceso comenzaba a sacar de su abstracción. Y saltando el primero, ofreció el brazo a Lucía, que se apoyó sin ceremonias, y a impulsos de la sed, echó a correr hacia la cantina, donde algunas botellas empezadas, naranjas a medio exprimir, tarros de horchata y jarabe, frasquitos de azahar, se disputaban un mostrador cubierto de zinc y unos estantes pintados de amarillo. Sirviéronle el agua, y sin dar tiempo a que se disolviese el bolado, la bebió a sorbetones, de prisa; sacudió los mojados dedos, limpiándose después con su pañolito. ...
En la línea 1647
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto, Picaporte, tan luego como llegó, había buscado el tren en la estación, creyendo encontrarle allí dispuesto a correr hacia Omaba, y esperando que se podría ganar aún el tiempo perdido. ...
En la línea 1933
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y Picaporte echó a correr. ...
Más información sobre la palabra Correr en internet
Correr en la RAE.
Correr en Word Reference.
Correr en la wikipedia.
Sinonimos de Correr.
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La palabra gravedad
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La palabra pudo
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La palabra aquello
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