Cual es errónea Carros o Carrrros?
La palabra correcta es Carros. Sin Embargo Carrrros se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra carrrros es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra carros
Más información sobre la palabra Carros en internet
Carros en la RAE.
Carros en Word Reference.
Carros en la wikipedia.
Sinonimos de Carros.
Algunas Frases de libros en las que aparece carros
La palabra carros puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 666
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llegaban unos tirando de sus caballejos con el serón cargado de estiércol, contentos de la colecta hecha en las calles; otros, en sus carros vacíos procurando enternecer a los guardias municipales para que los dejasen permanecer allí; y mientras los viejos conversaban con las mujeres, los jóvenes se metían en el cafetín cercano para matar el tiempo ante la copa de aguardiente, mascullando su cigarro de diez céntimos. ...
En la línea 763
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Marchando junto a sus carros cargados de estiércol o montados en sus borricos sobre los serones vacíos, encontró en el hondo camino de Alboraya a muchos de los que habían presenciado el juicio. ...
En la línea 835
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el fondo, sobre las oscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas; ladraban los perros tristemente; con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura. ...
En la línea 952
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... -¡Bona nit! Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen. ...
En la línea 920
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Lejos aún de la ciudad, oyeron un ruidoso cascabeleo que hacía apartarse a un lado a los carros que volvían de los cortijos, lentamente, con sordo rechinar de ruedas. ...
En la línea 991
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A una milla de Arroyolos di alcance a una fila de carros con bastimentos y municiones para España, escoltados por un destacamento de soldados portugueses. ...
En la línea 3010
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A dos leguas de León dimos alcance a un tropel de gente con caballos, mulas y carros que acudían a la famosa feria que el día de San Juan se celebra en León; en efecto, se inauguró a los tres días de nuestra llegada. ...
En la línea 3486
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Un rasgo singular de esta calle es que toda ella está pavimentada con losas de mármol, por las que circulan caballerías y carros como si fuese un pavimento ordinario. ...
En la línea 3793
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero era un camino muy transitado: oíamos el chirriar de muchos carros que iban por él y continuamente nos cruzábamos con numerosos jinetes y peatones. ...
En la línea 5683
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finalmente, las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces, y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él desmayado en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro. ...
En la línea 5691
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Poco desviados de allí hicieron alto estos tres carros, y cesó el enfadoso ruido de sus ruedas, y luego se oyó otro, no ruido, sino un son de una suave y concertada música formado, con que Sancho se alegró, y lo tuvo a buena señal; y así, dijo a la duquesa, de quien un punto ni un paso se apartaba: -Señora, donde hay música no puede haber cosa mala. ...
En la línea 2464
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rededor del patio de la granja, establos, una era para separar el trigo, una máquina de echar, una fragua; sobre el suelo carros y otros instrumentos agrícolas; en medio del patio, cerdos y gallinas que parecen gozar de la misma felicidad que en una hacienda inglesa ...
En la línea 6969
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Un coche, farol! —Dos carros eran, mainate. ...
En la línea 993
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Veinte carros, con vistosas fundas ostentando las armas de los Borgias, contenían el equipaje del joven cardenal. La primera etapa fue de Roma a Marino, y cerca de esta última población dos de los mencionados carros tuvieron que apartarse de la vía y quedar inmóviles por habérsele; roto las ruedas. Eran los únicos que verdaderamente iban cargados con la vajilla preciosa y otros objetos de uso del legado. ...
En la línea 993
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Veinte carros, con vistosas fundas ostentando las armas de los Borgias, contenían el equipaje del joven cardenal. La primera etapa fue de Roma a Marino, y cerca de esta última población dos de los mencionados carros tuvieron que apartarse de la vía y quedar inmóviles por habérsele; roto las ruedas. Eran los únicos que verdaderamente iban cargados con la vajilla preciosa y otros objetos de uso del legado. ...
En la línea 997
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al enterarse Carlos VIII de la desaparición del cardenal, montó en cólera, considerando esta tuga como una afrenta para él. Su indignación aún fue en aumento al ser registrados los dieciocho carros cubiertos con fundas blasonadas, que no se habían movido de Velletri por ignorar sus conductores la huida de su amo, viéndose que sólo contenían sacos de tierra y piedras. Esto demostró la premeditación de dicha fuga, y cuando una partida de jinetes fue en busca de los otros carros que se habían detenido en la jornada anterior, por rotura de sus ruedas, resultaron tan invisibles como el cardenal de Valencia. ...
En la línea 997
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al enterarse Carlos VIII de la desaparición del cardenal, montó en cólera, considerando esta tuga como una afrenta para él. Su indignación aún fue en aumento al ser registrados los dieciocho carros cubiertos con fundas blasonadas, que no se habían movido de Velletri por ignorar sus conductores la huida de su amo, viéndose que sólo contenían sacos de tierra y piedras. Esto demostró la premeditación de dicha fuga, y cuando una partida de jinetes fue en busca de los otros carros que se habían detenido en la jornada anterior, por rotura de sus ruedas, resultaron tan invisibles como el cardenal de Valencia. ...
En la línea 524
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guárdate tus carros de pedernal, que ya te los pondrán en la balanza el día del gran saldo final, ya sabes, cuando suenen las trompetas aquellas, sí, y entonces, cuando veas que la balanza se te cae del lado de la avaricia, dirás: «Señor, quítame estos carros de piedra y cascote que me hunden en el Infierno», y todos diremos: «no, no, no… échenle carga, que es muy malo». ...
En la línea 618
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Guillermina me ha dado un recado para usted… Hoy no hay odisea filantrópica a la parroquia de la chinche, porque anda en busca de ladrillo portero para cimientos. Ya tiene hecho todo el vaciado del edificio… y por poco dinero. Unos carros trabajando a destajo, otros de limosna, aquel que ayuda medio día, el otro que va un par de horas, ello es que no le sale el metro cúbico ni a cinco reales. Y no sé qué tiene esa mujer. Cuando va a examinar las obras, parece que hasta las mulas de los carros la conocen y tiran más fuerte para darle gusto… Francamente, yo que siempre creí que el tal edificio no era factible, voy viendo… ...
En la línea 618
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Guillermina me ha dado un recado para usted… Hoy no hay odisea filantrópica a la parroquia de la chinche, porque anda en busca de ladrillo portero para cimientos. Ya tiene hecho todo el vaciado del edificio… y por poco dinero. Unos carros trabajando a destajo, otros de limosna, aquel que ayuda medio día, el otro que va un par de horas, ello es que no le sale el metro cúbico ni a cinco reales. Y no sé qué tiene esa mujer. Cuando va a examinar las obras, parece que hasta las mulas de los carros la conocen y tiran más fuerte para darle gusto… Francamente, yo que siempre creí que el tal edificio no era factible, voy viendo… ...
En la línea 808
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Iba Jacinta tan pensativa, que la bulla de la calle de Toledo no la distrajo de la atención que a su propio interior prestaba. Los puestos a medio armar en toda la acera desde los portales a San Isidro, las baratijas, las panderetas, la loza ordinaria, las puntillas, el cobre de Alcaraz y los veinte mil cachivaches que aparecían dentro de aquellos nichos de mal clavadas tablas y de lienzos peor dispuestos, pasaban ante su vista sin determinar una apreciación exacta de lo que eran. Recibía tan sólo la imagen borrosa de los objetivos diversos que iban pasando, y lo digo así, porque era como si ella estuviese parada y la pintoresca vía se corriese delante de ella como un telón. En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha; puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora, pelmazos de higos pasados, en bloques, turrón en trozos como sillares que parecían acabados de traer de una cantera; aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados, y luego montones de oro, naranjas en seretas o hacinadas en el arroyo. El suelo intransitable ponía obstáculos sin fin, pilas de cántaros y vasijas, ante los pies del gentío presuroso, y la vibración de los adoquines al paso de los carros parecía hacer bailar a personas y cacharros. Hombres con sartas de pañuelos de diferentes colores se ponían delante del transeúnte como si fueran a capearlo. Mujeres chillonas taladraban el oído con pregones enfáticos, acosando al público y poniéndole en la alternativa de comprar o morir. Jacinta veía las piezas de tela desenvueltas en ondas a lo largo de todas las paredes, percales azules, rojos y verdes, tendidos de puerta en puerta, y su mareada vista le exageraba las curvas de aquellas rúbricas de trapo. De ellas colgaban, prendidas con alfileres, toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes. En algunos huecos brillaba el naranjado que chilla como los ejes sin grasa; el bermellón nativo, que parece rasguñar los ojos; el carmín, que tiene la acidez del vinagre; el cobalto, que infunde ideas de envenenamiento; el verde de panza de lagarto, y ese amarillo tila, que tiene cierto aire de poesía mezclado con la tisis, como en la Traviatta. Las bocas de las tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior de ellas tan abigarrado como la parte externa, los horteras de bruces en el mostrador, o vareando telas, o charlando. Algunos braceaban, como si nadasen en un mar de pañuelos. El sentimiento pintoresco de aquellos tenderos se revela en todo. Si hay una columna en la tienda la revisten de corsés encarnados, negros y blancos, y con los refajos hacen graciosas combinaciones decorativas. ...
En la línea 769
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Dirigíanse las dos amigas, ya hacia la Montaña Verde, ya hacia el camino de las Señoras o hacia el manantial intermitente de Vesse. La Montaña Verde es el punto más elevado de las inmediaciones de Vichy. Está la montañuela cubierta de vegetación, pero de vegetación baja, a flor de tierra, de suerte que, vista de lejos, se les figuraba cabeza de gigante con cabellera corta y espesísima. Ya en la cúspide, subían al mirador y manejaban el gran anteojo, registrando el inmenso panorama que se extendía en torno. Las suaves laderas, tapizadas de viñas, bajaban hasta el Allier, que culebreaba a lo lejos como enorme sierpe azul. En lontananza, la cadena del Forez erguía sus mamelones donde la nieve refulgía cual una caperuza de plata; los gigantes de Auvernia, vaporosos y grises, parecían fantasmas de neblina; el castillo de Borbón Busset surgía de las brumas con sus torreones señoriales, avergonzando al pacifico palacio de Randán, con todo el desdén de un Borbón legítimo hacia la rama degenerada de los Orleáns. El camino de las Señoras era la excursión favorita de Lucía. Estrecha vereda, sombreada por espesos árboles, sigue dócil el curso del Sichón, deteniéndose cuando al río se le antoja formar un remanso y torciéndose en graciosas curvas como la tranquila corriente. A cada paso corta la monotonía de las hileras de chopos y negrillos algún accidente pintoresco: ya un lavadero, ya una casita que remoja los pies en el río, ya una presa, ya un molino, ya una charca de patos. El molino, en particular, parecía dispuesto por un pintor efectista para algún lienzo de naturaleza perfeccionada. Vetusto, comido de húmeda y verdegueante lepra, sustentado en postes de madera que iba pudriendo el agua, brillaba sobre el edificio la rueda, como el ojo disforme sobre la morena y rugosa frente de un cíclope. Eran destellos de la enorme pupila las gotas de refulgente argentería líquida que saltaban de rayo a rayo, a cada vuelta; y el quejido penoso que la pesada rueda exhalaba al girar, completaba el símil, remedando el hálito del monstruo. Un puente lanzado con osadía sobre el mismo arco de la catarata que formaba la presa dejaba ver, al través de su tablazón mal junta, el agua espumante y rugiente. En la presa bogaban con pachorra hasta media docena de patos, e infinitos gorriones revolaban en el alero irregular del tejado, mientras en el obscuro agujero de una de las desiguales ventanas florecía un tiesto de petunias. Quedábase Lucía muchos ratos mirando al molino, sentada en el ribazo opuesto, arrullada por el ronquido cadencioso de la rueda y por el blando chapaleteo del agua batida. Pilar prefería el manantial intermitente que le proporcionaba las emociones de que era tan ávido su endeble organismo. Llegábase al manantial por un ameno sendero; ya desde el puente se cogía bella perspectiva. El Allier es vasto y caudaloso, pero muy mermado a la sazón por los calores estivales; sólo en los puntos más anchos del cauce llevaba agua, y el resto descubría el álveo formado de arena en prolongadas zonas blancas. A lo más rápido de la corriente, obscuros peñascos se interponían, originando otros tantos remolinos; saltaba el agua, espumaba un punto colérica, y después seguía mansa y sesga como de costumbre. En lontananza se descubría extensa vega. Dilatadas praderías, donde pacían vacas y borregos, estaban limitadas al término del horizonte por una línea de chopos verde pálido, muy rectos y agudos, a la manera de los árboles contrahechos de las cajas de juguetes; los mimbrales, en cambio, eran rechonchos y panzones, como bolas de verdor sombrío rodantes por la pradera. Completaba la lejanía la cima de la Montaña Verde, recortándose sobre el cielo con cierta dureza de paisaje flamenco en sus contornos exactos y marcados, de un verde obscuro límpido. A la margen del río se veía bajar y subir el brazo derecho de las lavanderas, como miembro de marioneta movido por resortes, y se oía el plas acompasado de la paleta con que azotaban la ropa. Por el agrio talud de la ribera ascendían lentos carros cargados de arena y casquijo, y cruzaban después el puente, bañado en sudor el tiro, muy despacio, sonando a largos intervalos las campanillas. Pasaban las aldeanas auvernesas, vestidas de colores apagados, la esportilla de paja puesta sobre la blanca escofieta, conduciendo sus vacas, cuyos ubres henchidos de leche se columpiaban al andar, y que, posando una mirada triste en los transeúntes, solían pegar una huida de costado, un trote de diez segundos, tras de lo cual recobraban la resignación de su paso grave. En la esquina del puente, un pobre, decentemente vestido y con trazas de militar, pedía limosna con sólo una inflexión suplicante de la voz y un doliente fruncimiento de cejas. ...
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Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r

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