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La palabra vrazos
Cómo se escribe

Comó se escribe vrazos o brazos?

Cual es errónea Brazos o Vrazos?

La palabra correcta es Brazos. Sin Embargo Vrazos se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino vrazos es que hay un Intercambio de las letras b;v con respecto la palabra correcta la palabra brazos

Más información sobre la palabra Brazos en internet

Brazos en la RAE.
Brazos en Word Reference.
Brazos en la wikipedia.
Sinonimos de Brazos.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de b;v

Las Reglas Ortográficas de la B

Regla 1 de la B

Detrás de m se escribe siempre b.

Por ejemplo:

sombrío
temblando
asombroso.

Regla 2 de la B

Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.

Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.

Regla 3 de la B

Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.

Por ejemplo: albanés, albergar.

Excepciones: Álvaro, alvéolo.

Regla 4 de la B

Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.

Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.

Excepciones: movilidad y civilidad.

Regla 5 de la B

Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.

Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.

Regla 6 de la B

Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.

Regla 7 de la B

Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.

Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.

Las Reglas Ortográficas de la V

Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.

Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.

Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.

Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.

Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.

Por ejemplo: divertir, división.

Excepciones: dibujo y sus derivados.

Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras b;v

Algunas Frases de libros en las que aparece brazos

La palabra brazos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 344
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran las hijas, que se arrojaban en sus brazos; tras ellas, la pobre mujer enferma, temblando de fiebre; y en el fondo, invadiendo la barraca de Pimentó y perdiéndose más allá de la puerta oscura, toda la gente del contorno, el aterrado coro de la tragedia. ...

En la línea 419
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya alcanzaba a contemplar su huerta, ya se reía del miedo pasado, cuando vió saltar del bancal de cáñamo al propio Barret, y le pareció un enorme demonio, con la cara roja, los brazos extendidos, impidiéndole toda fuga, acorralándolo en el borde de la acequia, que corría paralela al camino. ...

En la línea 502
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos los días veían lo mismo: las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras; los hombres, en los caminos, encorvados, con la vista en el suelo sin dar descanso a los activos brazos; Pimentó, tendido a lo gran señor ante las varitas de liga, esperando a los pájaros, o ayudando a Pepeta torpe y perezosamente; en la taberna de Copa, unos cuantos viejos tomando el sol o jugando al truco. ...

En la línea 544
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y, desperezándose, este hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un grueso cuello de fraile, extendía sus poderosos brazos, habituados a levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería. ...

En la línea 104
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aún era joven, no había llegado a los cuarenta años, pero la obesidad desfiguraba su cuerpo a pesar de la vida activa a que le impulsaban sus entusiasmos de jinete. Los brazos parecían cortos al descansar algo encorvados sobre el abultado contorno de su cuerpo. Su juventud revelábase únicamente en la cara mofletuda, de labios carnosos y salientes, sobre los cuales la virilidad sólo había trazado un ligero bigote. El cabello se ensortijaba en la frente formando un rizo apretado, un moñete al que llevaba con frecuencia su mano carnosa. Era, por lo común, bondadoso y pacífico, pero bastaba que se creyese desobedecido o contrariado para que se le enrojeciera la cara, atiplándose su voz con el tono aflautado de la cólera. El concepto que tenía de la autoridad, el hábito de mandar desde su primera juventud viéndose al frente de las bodegas por la muerte de su padre, le hacían ser despótico con los subordinados y su propia familia. ...

En la línea 176
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la plaza Nueva, pasó entre los grupos que se estacionan allí habitualmente: corredores de vinos y de ganado; vendedores de cereales, obreros de bodega sin colocación, gañanes enjutos y tostados que esperan a que alguien alquile sus brazos inactivos, cruzados sobre el pecho. ...

En la línea 210
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al recobrar la libertad, la vida le pareció en Jerez más triste y desesperada que en el presidio. La _pobre mártir_ había muerto durante su ausencia, dejando en poder de unos parientes sus dos hijos, Ferminillo y María de la Luz. El trabajo escaseaba; había sobra de brazos, era reciente la indignación contra los _petroleros_ perturbadores del país; los Borbones acababan de volver, y los ricos temían dar entrada en sus fincas a los que habían visto antes con el fusil en la mano, tratándoles de igual a igual, con gestos amenazadores. ...

En la línea 272
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El mocetón sonrió al oír hablar de una colocación en otro cortijo. ¡Nada de trabajar la tierra! La aborrecía. Gustábanle los caballos y las escopetas con entusiasmo juvenil, como a cualquier señorito del _Círculo Caballista_. En punto a domar un potro o a meter la bala donde ponía el ojo, no admitía rival. Además, era todo un hombre; tan hombre como el que más: le gustaban los valientes para ponerlos a prueba; ansiaba aventuras para que se supiese quién era el hijo de Paco el de Algar. Y al decir esto sacaba el pecho y tendía los brazos en cruz, haciendo alarde de la energía vital, de la juvenil acometividad depositadas en su cuerpo. ...

En la línea 861
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y dando un salto hacia atrás, rompió la espada sobre su rodilla pa ra no entregarla, arrojó los trozos por encima de la tapia del convento y se cruzó de brazos silbando un motivo cardenalista. ...

En la línea 867
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se les veía con los brazos entrelazados, ocupando todo lo ancho de la calle, y agrupando tras sí a todos los mosqueteros que encontraban, por loque, al fin, aquello fue una marcha triunfal. ...

En la línea 1279
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En efecto, cuatro hombres como ellos, cuatro hombres consagrados unos a otros desde la bolsa hasta la vida, cuatro hombres apoyándose siempre, sin retroceder nunca, ejecutando aisladamente o juntos las resoluciones adoptadas en común: cuatro brazos amenazando los cuatro puntos cardinales o volviéndose hacia un solo punto debían inevitablemente, bien de modo subterráneo, bien a la luz, bien a cara descubierta, bien mediante labor de zapa, bien por la astucia, bien por la fuerza, abrirse camino hacia la meta que quisieran alcanzar, por más prohibida o alejada que estuviese. ...

En la línea 2030
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sin embargo, D'Artagnan, aturdido, aterrado, anonadado por to do lo que le pasaba,permanecía en pie y con los brazos cruzados ante el mosquetero y la señora Bonacieux. ...

En la línea 337
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... De todo lo relacionado, aunque muy lijeramente, cualquiera conocerá la importancia de las provincias de Filipinas, su estension, riqueza y elementos que en si encierra aquel pais para engrandecerse sobremanera: verá igualmente que el sistema judicial está montado bajo un pie el mas anómalo, complicado y aun perjudicial; que nada es mas fácil que reducirlo al órden natural que debe tener; y que en hacienda no hay las debidas economías, ya por los sueldos innecesarios que se pagan, como por el crecido y aun exorbitante número de empleados sobrantes que existen, aumento que tienen, y que si no se pone pronto y eficaz remedio á este daño, quedará aquel pais reducido á un estado de empleados y nada mas; clase que en toda nacion debe disminuirse cuanto sea posible, para que abundando en brazos las otras laboriosas y productivas, la agricultura, la industria y el comercio, tengan el mayor impulso y fomento, y de aqui el desarrollo completo de la riqueza y prosperidad pública, con las demas conocidas felicidades de un estado floreciente. ...

En la línea 1760
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Siempre que venga usted con esas tres cosas, se le recibirá con los brazos abiertos; si no, habrá usted de permitirnos prescindir de sus visitas, por mucho honor que nos dispense con ellas. ...

En la línea 1899
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Fuí a ver al duque, y le entregué la carta; estuvo diez veces más bondadoso y afable aún que antes; leyó la carta, sonrió con la mayor dulzura, y luego, como poseído de súbito entusiasmo, extendió los brazos de un modo casi teatral, exclamando: «_Al secretario; él hará por usted el gusto._» De nuevo me precipité al secretario, que me recibió con frialdad glacial. ...

En la línea 2004
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero lo que me produjo impresión más profunda fué la actitud del ministro, quien, cuando yo entré, estaba sentado en un sofá con los brazos cruzados y los ojos clavados en el suelo. ...

En la línea 2214
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Dondequiera que me encuentra, sea en la calle o en el desierto, sea en un salón brillante o entre las _haimas_ de los beduínos, sea en Novogorod o en Stambul, exclama, alzando los brazos: «_¡O ciel!_ ¡Otra vez tengo la fortuna de ver a mi querido y respetabilísimo amigo Borrow!» CAPÍTULO XVI Salida para Córdoba.—Carmona.—Las colonias alemanas.—El idioma.—Un caballo haragán.—El recibimiento nocturno.—El posadero carlista.—Buen consejo.—Gómez.—El genovés viejo.—Las dos opiniones. ...

En la línea 371
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo: -Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo. ...

En la línea 416
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Aquellos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. ...

En la línea 417
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. ...

En la línea 421
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: -Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. ...

En la línea 232
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Permanecemos dos días en el Colorado; no tengo nada que hacer, pues todo el país circundante no es sino un pantano inundado por el río en verano (diciembre), cuando se funden las nieves en las cordilleras. Mi principal diversión consiste en observar a las familias indias que acuden a comprar diferentes géneros de poca monta en el rancho que nos sirve de habitación. Suponíase que el general Rosas tenía unos 600 aliados indios. La raza es grande y hermosa. Más adelante encontré esa misma raza en los indígenas de la Tierra de Fuego, pero allí el frío, la carencia de alimentos y la falta absoluta de civilización la han hecho feísima. Algunos autores, al indicar las razas primitivas de la especie humana, han dividido a estos indios en dos clases, pero, con toda certeza, esto es un error. Puede realmente decirse que algunas mujeres jóvenes, o chinas, son bellas. Tienen los cabellos ásperos, aunque negros y brillantes, llevándolos en dos trenzas que les cuelgan hasta la cintura. Su tez es cargada de color y tienen muy vivos los ojos; las piernas, los pies y los brazos son pequeños y de forma elegante; engalánanse los tobillos y a veces la cintura con anchos brazaletes de baratijas de vidrio azul. Nada hay más interesante que algunos de esos grupos de familia. A menudo venían a nuestro rancho una madre y dos hijas montadas en el mismo caballo. Cabalgan como los hombres, pero con las rodillas mucho más altas. Esta costumbre quizá proceda de que al viajar suelen ir montadas en los caballos que llevan los bagajes. Las mujeres deben cargar y descargar los caballos, armar las tiendas para la noche: en una palabra, verdaderas esclavas, como las mujeres de todos los salvajes, han de hacerse en todo lo más útiles posible. Los hombres se baten, cazan, cuidan de los caballos y fabrican artículos de sillería. Una de sus principales oraciones consiste en golpear dos piedras una contra otra, hasta redondearlas para hacer bolas con ellas. Con auxilio de esta arma importante, el indio se apodera de la caza y hasta de su caballo que va en libertad por la llanura. Cuando se bate trata en primer término de derribar el caballo de 5 Aprovecho esta ocasión para manifestar mi profundo agradecimiento por la bondad con que el gobierno de Buenos Aires puso a mi disposición pasaportes para todos los puntos del país, atendiendo a mi calidad de naturalista agregado al Beagle. ...

En la línea 271
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... que irrazonable el pensar en unos árboles, por antediluvianos que fuesen, con ramas lo suficiente fuertes para soportar animales tan grandes como elefantes? El profesor Owen sostiene (lo cual es mucho más probable) que, en vez de trepar a los árboles, esos animales atraían hacia sí las ramas y desarraigaban los arbustos para alimentarse con sus hojas. Colocándonos en este punto de vista, es evidente que la anchura y el peso colosal del cuarto trasero de esos animales, que apenas se puede imaginar sin verlo, les prestaban un gran servicio en lugar de molestarles; en una palabra, desaparecería su pesadez. Fijando en el suelo con firmeza su cola robusta y sus inmensos talones, podían ejercitar libremente toda la fuerza de sus tremendos brazos y de sus garras poderosas. ...

En la línea 430
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 5 de octubre.- Cruzamos el Paraná para dirigirnos a Santa Fe Bajada, ciudad sita en la opuesta orilla. El paso nos cuesta varias horas, pues el río consiste aquí en un laberinto de pequeños brazos, separados por islas bajas cubiertas de bosques. Tenía yo una carta de recomendación para un viejo español, un catalán, que me recibe con la mayor hospitalidad. Bajada es la capital de Entre-Ríos. En 1825 la ciudad contenía 6.000 habitantes, y 30.000 la provincia. Sin embargo, a pesar del corto número de habitantes, ninguna provincia ha sufrido más revoluciones sangrientas. Hay aquí diputados, ministros, ejército regular y gobernadores; por tanto, no es extraño que haya revoluciones. Esta provincia llegará a ser de seguro uno de los países más ricos de la Plata. El suelo es fértil, y la forma casi insular de EntreRíos le da dos grandes líneas de comunicación: el Paraná y el Uruguay. ...

En la línea 490
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando la hierba es lo suficientemente larga, los bóvidos niata se valen para comer de la lengua y del paladar, como la raza ordinaria; pero, durante las grandes sequías, cuando tantos animales perecen, la raza niata desaparecería por completo si no se cuidase de impedirlo. En efecto, el ganado vacuno ordinario, lo mismo que el caballar, consiguen aún sostenerse ramoneando con los belfos los tallos tiernos de los árboles y de las cañas. Por el contrario, los niata carecen de este recurso, pues no juntan los labios; por eso mueren antes que todas las demás bestias. ¿No es esto un ejemplo demostrativo de las raras indicaciones que pueden suministrarnos las costumbres ordinarias de la vida acerca de las causas determinantes de la escasez o extinción de las especies, cuando esas causas no se presentan sino a grandes intervalos? 19 de noviembre.- Después de atravesar el valle de Las Vacas, pasamos la noche en casa de un norteamericano que explota un horno de cal en el arroyo de Las Víboras. Por la mañana temprano nos dirigimos a un sitio llamado Punta Gorda, que forma un promontorio a orilla del río. En el camino nos proponemos encontrar un jaguar. Las huellas recientes de esos animales abundan por todas partes; visitamos los árboles donde se dice que afilan las uñas, pero no conseguimos dar la vuelta ni a uno solo. El río Uruguay, visto desde ese punto, presenta una magnífica masa de agua. Lo claro y lo rápido de la corriente hacen que el aspecto de este río sea muy superior al de su vecino, Paraná. En la margen opuesta, varios brazos de este último río desaguan en el Uruguay. Brillaba el sol y podía distinguirse con claridad el diferente color de las aguas de ambos ríos. ...

En la línea 499
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Qué brazos! ¡qué pecho! ¡y todo parecía que iba a estallar! Todo esto encantaba a don Saturno mientras irritaba al Magistral, que no quería aquellos escándalos en la iglesia. ...

En la línea 585
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Terciaba el manteo a lo estudiante, solía poner los brazos en jarras, y si la conversación era de asunto teológico o canónico, extendía la mano derecha y formaba un anteojo con el dedo pulgar y el índice. ...

En la línea 961
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin mover los pies, dejose caer de bruces sobre aquella blandura suave con los brazos tendidos. ...

En la línea 1028
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ella le proponía el viaje, el marinero se reía, le decía que sí, la cogía en los brazos, pero el pícaro la llevaba a casa del aya y la volvían al encierro. ...

En la línea 215
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pensaba con inquietud en Rosaura. Hacía dos horas que se había ausentado. Su automóvil los esperaba ante la verja del jardín. Seguramente estaba bailando entre los brazos de otro hombre, sin acordarse de él. ...

En la línea 1212
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dos hombres habían salido con precaución, cerca del amanecer, de una calleja inmediata al hospital llamado de los Esclavones para explorar si la ribera estaba desierta. No viendo a nadie, retrocedían, regresando luego con otros dos individuos, que permanecieron junto al Tíber vigilando los alrededores, mientras los primeros tornaban por segunda vez a la calleja. Cuando se mostraron por tercera vez luego que los vigías les hicieron señales para que avanzasen sin miedo, escoltaban a un jinete, llevando éste sobre la grupa) de su caballo blanco, tendido a través, un cadáver cuyos brazos y piernas pendían a ambos lados de la bestia. ...

En la línea 1213
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Llegó el grupo al borde del Tiber, deteniéndose en un lugar donde desaguaba un albañal. El jinete volvió la grupa de su caballo hacia el río, sus ayudantes tiraron del cadáver, sosteniéndolo por los pies y los brazos y luego de balancearlo dos o tres veces para que adquiriese más impulso, lo echaron al agua. Al volver el caballero su montura cara al río, vio flotar la capa de la víctima e hizo un signo. Entonces sus acompañantes arrojaron piedras, hasta que la capa desapareció. Hecho esto, los cinco hombres se reunieron, alejándose por una calleja distinta. ...

En la línea 1409
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Modesto y grave, dio gracias el joven caudillo en una corta arenga, inclinándose a continuación ante el Papa para besarle un pie, según el ceremonial; pero Alejandro, con los ojos llenos de lágrimas, le tendía los brazos, estrechándolo en ellos. ...

En la línea 16
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una semana después, al bajar por la mañana al parque del hotel, vio a Margaret jugando al tenis con un gentleman de pantalón blanco, brazos arremangados y camisa de cuello abierto: el ingeniero Gillespie. ...

En la línea 97
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al extender, desperezándose, uno de sus brazos, dio contra los matorrales más próximos, e inmediatamente sonó bajo el ramaje un rumor medroso de fuga. ...

En la línea 131
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... -Gentleman: queda usted autorizado para mover la cabeza, para levantarla, si es que puede, y para cambiar de postura con cierta suavidad, sin poner en peligro a la muchedumbre justamente curiosa que le rodea. En cuanto a mover los brazos o las piernas, le aconsejo una completa abstención hasta nueva orden. Ya habrá visto usted que su primer intento dio mal resultado. Le ruego que no insista. ...

En la línea 290
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su galantería de mujer bien educada le obligó a permanecer de pie, para no privar de asiento a los seres débiles y masculinos de larga túnica y amplio manto que habían venido a presenciar la fiesta. La gloria del profesor iba acompañada de una nueva visión de la existencia. Nunca le había parecido la vida tan hermosa y atrayente. Todas aquellas matronas de barba canosa y brazos algo velludos, graves y señoriles, con la majestad de la madre de familia, no podían conocerle por la razón de que él había rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida social. Nadie podía adivinar en su persona al célebre profesor Flimnap, tan alabado por todos los periódicos. Después hizo memoria de que en la misma mañana los diarios más importantes habían publicado su retrato, y procuro ocultar el rostro cada vez que un hombre se echaba atrás el velo para mirarle con vaga curiosidad. ...

En la línea 120
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Habiendo apreciado este espectáculo poco grato, el olor de corral que allí había, y el ruido de alas, picotazos y cacareo de tanta víctima, Juanito la emprendió con los famosos peldaños de granito, negros ya y gastados. Efectivamente, parecía la subida a un castillo o prisión de Estado. El paramento era de fábrica cubierta de yeso y este de rayas e inscripciones soeces o tontas. Por la parte más próxima a la calle, fuertes rejas de hierro completaban el aspecto feudal del edificio. Al pasar junto a la puerta de una de las habitaciones del entresuelo, Juanito la vio abierta y, lo que es natural, miró hacia dentro, pues todos los accidentes de aquel recinto despertaban en sumo grado su curiosidad. Pensó no ver nada y vio algo que de pronto le impresionó, una mujer bonita, joven, alta… Parecía estar en acecho, movida de una curiosidad semejante a la de Santa Cruz, deseando saber quién demonios subía a tales horas por aquella endiablada escalera. La moza tenía pañuelo azul claro por la cabeza y un mantón sobre los hombros, y en el momento de ver al Delfín, se infló con él, quiero decir, que hizo ese característico arqueo de brazos y alzamiento de hombros con que las madrileñas del pueblo se agasajan dentro del mantón, movimiento que les da cierta semejanza con una gallina que esponja su plumaje y se ahueca para volver luego a su volumen natural. ...

En la línea 174
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La boda se verificó en Mayo del 71. Dijo D. Baldomero con muy buen juicio que pues era costumbre que se largaran los novios, acabadita de recibir la bendición, a correrla por esos mundos, no comprendía fuese de rigor el paseo por Francia o por Italia, habiendo en España tantos lugares dignos de ser vistos. Él y Barbarita no habían ido ni siquiera a Chamberí, porque en su tiempo los novios se quedaban donde estaban, y el único español que se permitía viajar era el duque de Osuna, D. Pedro. ¡Qué diferencia de tiempos!… Y ahora, hasta Periquillo Redondo, el que tiene el bazar de corbatas al aire libre en la esquina de la casa de Correos había hecho su viajecito a París… Juanito se manifestó enteramente conforme con su papá, y recibida la bendición nupcial, verificado el almuerzo en familia sin aparato alguno a causa del luto, sin ninguna cosa notable como no fuera un conato de brindis de Estupiñá, cuya boca tapó Barbarita a la primera palabra; dadas las despedidas, con sus lágrimas y besuqueos correspondientes, marido y mujer se fueron a la estación. La primera etapa de su viaje fue Burgos, a donde llegaron a las tres de la mañana, felices y locuaces, riéndose de todo, del frío y de la oscuridad. En el alma de Jacinta, no obstante, las alegrías no excluían un cierto miedo, que a veces era terror. El ruido del ómnibus sobre el desigual piso de las calles, la subida a la fonda por angosta escalera, el aposento y sus muebles de mal gusto, mezcla de desechos de ciudad y de lujos de aldea, aumentaron aquel frío invencible y aquella pavorosa expectación que la hacían estremecer. ¡Y tantísimo como quería a su marido!… ¿Cómo compaginar dos deseos tan diferentes; que su marido se apartase de ella y que estuviese cerca? Porque la idea de que se pudiera ir, dejándola sola, era como la muerte, y la de que se acercaba y la cogía en brazos con apasionado atrevimiento, también la ponía temblorosa y asustada. Habría deseado que no se apartara de ella, pero que se estuviera quietecito. ...

En la línea 368
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se levantó de un salto y trató de andar… No podía. Dando una rápida vuelta fue a desplomarse sobre el sofá, poniéndose la mano sobre los ojos y diciendo con voz cavernosa: «¡Qué horrible pesadilla!». Jacinta fue hacia él, le echó los brazos al cuello y le arrulló como se arrulla a los niños cuando se les quiere dormir. ...

En la línea 428
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las de Santa Cruz no llamaban la atención en el teatro, y si alguna mirada caía sobre el palco era para las pollas colocadas en primer término con simetría de escaparate. Barbarita solía ponerse en primera fila para echar los gemelos en redondo y poder contarle a Baldomero algo más que cosas de decoraciones y del argumento de la ópera. Las dos hermanas casadas, Candelaria y Benigna, iban alguna vez, Jacinta casi siempre; pero se divertía muy poco. Aquella mujer mimada por Dios, que la puso rodeada de ternura y bienandanzas en el lugar más sano, hermoso y tranquilo de este valle de lágrimas, solía decir en tono quejumbroso que no tenía gusto para nada. La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos. Se le iban los ojos tras de la infancia en cualquier forma que se le presentara, ya fuesen los niños ricos, vestidos de marineros y conducidos por la institutriz inglesa, ya los mocosos pobres, envueltos en bayeta amarilla, sucios, con caspa en la cabeza y en la mano un pedazo de pan lamido. No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños. Su desconsuelo se manifestaba a cada instante, ya cuando encontraba una bandada que iba al colegio, con sus pizarras al hombro y el lío de libros llenos de mugre, ya cuando le salía al paso algún precoz mendigo cubierto de andrajos, mostrando para excitar la compasión sus carnes sin abrigo y los pies descalzos, llenos de sabañones. Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos. Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público… todos, en una palabra, le interesaban igualmente. ...

En la línea 392
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Instantáneamente, a impulsos de esta feliz idea, una mano cayó sobre el príncipe; tan instantáneamente, la larga espada del desconocido estaba fuera, y el mediador cayó al suelo gracias a un sonoro golpe de, plano. Al momento gritaron docenas de voces: '¡Matad al perro, matadlo, matadla!', y la turba se cerró sobre el guerrero, que arrimó la espalda contra una pared y empezó a golpear a ciegas con su larga arma como un loco. Sus víctimas caían acá y allá, pero la chusma pasaba sobre los derribados y se abalanzaba con indeclinable furia contra el campeón. Los momentos de éste parecían contados, su desgracia cierta, cuando, de pronto, sonó una trompeta, una voz gritó: '¡Paso al mensajero del rey!', y una tropa de jinetes llegó cargando sobre la multitud, que se apartó del peligro tan rápidamente como se lo permitieron las piernas. El valiente desconocido cargó al príncipe en sus brazos y pronto estuvo alejado del peligro y de la multitud. ...

En la línea 1059
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En su júbilo, Milen Hendon olvidó toda compostura y sorprendió al rey, y ofendió su dignidad, echándole los brazos al cuello y estrechándole contra su pecho. La mujer se despidió agradecida y salió con su cerdo, y cuando el alguacil le abrió la puerta la siguió a la angosta antecámara. El juez se puso a escribir en los autos. Hendon, siempre alerta, pensó que no estaría mal averiguar por qué había seguido el alguacil a la mujer, y salió de puntillas a la sombría antecámara, y escuchó una conversación más o menos como ésta: ...

En la línea 1126
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Cómo! ¿No bromeáis? –exclamó–. ¿Pueden los muertos volver a la vida? Loado sea Dios, si así es. ¡Nuestro pobre muchacho perdido vuelve a nuestros brazos despues de estos crueles años! ¡Ah! Parece demasiado bueno para ser verdad. Es demasiado bueno para ser verdad. Te ruego que tengas compasión y no bromees conmigo. ¡Pronto! Ven a la luz. Déjame que te mire bien. ...

En la línea 1274
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las mujeres tenían la cabeza inclinada y con las manos se cubrían el rostro. Las amarillas llamas comenzaron a trepar por entre la crepitante leña, y unos como nimbos de humo azul subieron a disolverse en el viento. En el momento en que el clérigo alzaba las manos y empezaba sus preces, dos niñas llegaron corriendo, y lanzando agudos gritos se abalanzaron sobre las mujeres atadas a los postes. Al instante las arrancaron de allí, y a una de ellas, la sujetaron con fuerza; pero la otra logró desasirse gritando que quería morir con su madre, y antes de que pudieran detenerla volvió a echar los brazos al cuello de una de las mujeres. Al instante la arrancaron otra vez de allí con los vestidos en llamas. Dos o tres hombres la sostuvieron, y la parte de sus ropas que ardía fue rasgada y arrojada a un lado, mientras la niña pugnaba por libertarse, sin cesar de exclamar que quedaría sola en el mundo y de rogar que le dejaran morir con su madre. Ambas niñas gritaban sin cesar y luchaban por libertarse, pero de pronto este tumulto fue ahogado por una serie de desgarradores gritos de mortal agonía. El rey miró a las frenéticas niñas y a los postes, y luego apartó la vista y ocultó el rostro lívido contra la pared, para no ver más. ...

En la línea 265
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando Augusto se hizo bachiller le tomó en brazos, le miró al bozo, y rompiendo en lágrimas exclamó: «¡Si viviese tu padre… !» Después le hizo sentarse sobre sus rodillas, de lo que él, un chicarrón ya, se sentía avergonzado, y así le tuvo, en silencio, mirando al cenicero de su difunto. ...

En la línea 474
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Llegó a casa, y al salir Orfeo a recibirle lo cogió en sus brazos, le acarició y le dijo: «Hoy empezamos una nueva vida, Orfeo. ¿No sientes que el mundo es más grande, más puro el sire y más azul el cielo? ¡Ah, cuando la veas, Orfeo, cuando la conozcas… ! ¡Entonces sentirás la congoja de no ser más que perro como yo siento la de no ser más que hombre! Y dime, Orfeo, ¿cómo podéis conocer, si no pecáis, si vuestro conocimiento no es pecado? El conocimiento que no es pecado no es tal conocimiento, no es racional.» ...

En la línea 542
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «¡Y qué hermosa es! Esta y aquella, una y otra. Y el otro acaso en vez de pretender y solicitar es pretendido y solicitado; tal vez no le corresponde como ella se merece… Pero ¡qué alegría es esta chiquilla!, ¡y con qué gracia saluda a aquel que va por allá! ¿De dónde habrá sacado esos ojos? ¡Son casi como los otros, como los de Eugenia! ¡Qué dulzura debe de ser olvidarse de la vida y de la muerte entre sus brazos!, ¡dejarse brezar en ellos como en olas de carne! ¡El otro … ! Pero el otro no es el novio de Eugenia, no es aquel a quien ella quiere; el otro soy yo. ¡Sí, yo soy el otro; yo soy otro!» ...

En la línea 582
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando luego volvió Augusto a su casa tomó en brazos a Orféo y le dijo: «Vamos a ver, Orfeo mío, ¿en qué se diferencia estar uno enamorado de creer que lo está? ¿Es que estoy yo o no estoy enamorado de Eugenia?, ¿es que cuando la veo no me late el corazón en el pecho y se me enciende la sangre?, ¿es que yo no soy como los demás hombres? ¡Tengo que demostrarles, Orfeo, que soy tanto como ellos!» ...

En la línea 38
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El Tigre de la Malasia no contestó. Se paseaba con los brazos cruzados y la cabeza inclinada. ¿Qué pensaba? El portugués Yáñez no podía adivinarlo, a pesar de conocerlo hacía muchos años. ...

En la línea 203
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Patán, fiel a su palabra, murió al pie de su cañón; pero otro artillero ocupó de inmediato su puesto. Había muchos hombres muertos y otros horriblemente heridos, con las piernas y brazos rotos o separados del tronco, que se debatían con desesperación entre torrentes de sangre. ...

En la línea 247
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Daban golpes desesperados, segaban brazos y hundían cráneos. Durante algunos minutos hicieron temblar a sus enemigos, pero acuchillados por la espalda, alcanzados por las bayonetas, sucumbieron por fin uno tras otro. En la mitad del puente, Sandokán cayó herido en pleno pecho por un disparo de fusil. Cuatro piratas sobrevivientes se arrojaron delante suyo, y lo cubrieron con sus cuerpos, pero fueron muertos por una terrible descarga de fusilería. No así el Tigre. ...

En la línea 264
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se levantó con gran trabajo sobre los brazos. Parecía que rodaba sobre fondos bajos. Como a través de una niebla sangrienta descubrió una costa a muy breve distancia. ...

En la línea 472
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me hallaba concentrado en esa observación cuando Ned y Conseil se despertaron casi al mismo tiempo, bajo la influencia de la revivificante aeración. Ambos se restregaron los ojos, desperezaron los brazos y se pusieron en pie en un instante. ...

En la línea 536
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El comandante, apoyado en el ángulo de la mesa, cruzado de brazos, nos observaba con una profunda atención. ¿Dudaba de si debía proseguir hablando? Cabía creer que lamentaba haber pronunciado aquellas palabras en francés. ...

En la línea 1087
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No se equivocaba Ned Land. Estábamos ante un barco cuyos obenques cortados pendían aún de sus cadenas. Su casco parecía estar en buen estado, y su naufragio debía datar de unas pocas horas. Tres trozos de mástiles, cortados a dos pies por encima del puente, indicaban que el barco había debido sacrificar su arboladura. Pero vencido de costado, había hecho agua y aún daba la banda por babor. Si triste era el espectáculo de ese casco perdido bajo el agua, más lo era aún el de su puente, en el que yacían algunos cadáveres, amarrados con cuerdas. Conté cuatro -cuatro hombres, uno de los cuales se mantenía en pie, al timón -y luego una mujer, medio asomada a la toldilla con un niño en sus brazos. Era una mujer joven, y a la luz del foco del Nautilus pude ver sus rasgos aún no descompuestos por el agua. En un supremo esfuerzo había elevado por encima de su cabeza a su hijo, pobre ser cuyos brazos trataban de aferrarse al cuello de la madre. Espantosa era la actitud de los cuatro marineros, retorcidos en sus movimientos convulsivos que denunciaban un último esfuerzo por arrancarse a las cuerdas que les ligaban al barco. Sólo, más sereno, con el semblante grave, sus grises cabellos pegados a la frente, y la mano crispada sobre la rueda del timón, el timonel parecía conducir aún su barco naufragado a través de las profundidades del océano. ...

En la línea 1087
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No se equivocaba Ned Land. Estábamos ante un barco cuyos obenques cortados pendían aún de sus cadenas. Su casco parecía estar en buen estado, y su naufragio debía datar de unas pocas horas. Tres trozos de mástiles, cortados a dos pies por encima del puente, indicaban que el barco había debido sacrificar su arboladura. Pero vencido de costado, había hecho agua y aún daba la banda por babor. Si triste era el espectáculo de ese casco perdido bajo el agua, más lo era aún el de su puente, en el que yacían algunos cadáveres, amarrados con cuerdas. Conté cuatro -cuatro hombres, uno de los cuales se mantenía en pie, al timón -y luego una mujer, medio asomada a la toldilla con un niño en sus brazos. Era una mujer joven, y a la luz del foco del Nautilus pude ver sus rasgos aún no descompuestos por el agua. En un supremo esfuerzo había elevado por encima de su cabeza a su hijo, pobre ser cuyos brazos trataban de aferrarse al cuello de la madre. Espantosa era la actitud de los cuatro marineros, retorcidos en sus movimientos convulsivos que denunciaban un último esfuerzo por arrancarse a las cuerdas que les ligaban al barco. Sólo, más sereno, con el semblante grave, sus grises cabellos pegados a la frente, y la mano crispada sobre la rueda del timón, el timonel parecía conducir aún su barco naufragado a través de las profundidades del océano. ...

En la línea 36
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me hizo dar una tremenda voltereta, de modo que otra vez la iglesia pareció saltar por encima de la veleta. Luego me sostuvo por los brazos en posición natural en lo alto de la piedra y continuó con las espantosas palabras siguientes: ...

En la línea 44
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Al mismo tiempo se abrazó a sí mismo con ambos brazos, como si quisiera impedir la dispersión de su propio cuerpo, y se dirigió cojeando hacia la cerca de poca elevación de la iglesia. Cuando se marchaba, pasando por entre las ortigas y por entre las zarzas que rodeaban los verdes montículos, iba mirando, según pareció a mis infantiles ojos, como si quisiera eludir las manos de los muertos que asomaran cautelosamente de las tumbas para agarrarlo por el tobillo y meterlo en las sepulturas. ...

En la línea 45
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegó a la cerca de la iglesia, la saltó como hombre cuyas piernas están envaradas y adormecidas, y luego se volvió para observarme. Al ver que me contemplaba, volví el rostro hacia mi casa a hice el mejor uso posible de mis piernas. Pero luego miré por encima de mi hombro, y le vi que se dirigía nuevamente hacia el río, abrazándose todavía con los dos brazos y eligiendo el camino con sus doloridos pies, entre las grandes piedras que fueron colocadas en el marjal a fin de poder pasar por allí en la época de las lluvias o en la pleamar. ...

En la línea 122
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ya estaba cerca del río, mas a pesar de que fui muy aprisa, no podía calentarme los pies. A ellos parecía haberse agarrado la humedad, como se había agarrado el hierro a la pierna del hombre a cuyo encuentro iba. Conocía perfectamente el camino que conducía a la Batería, porque estuve allí un domingo con Joe, y éste, sentado en un cañón antiguo, me dijo que cuando yo fuese su aprendiz y estuviera a sus órdenes, iríamos allí a cazar alondras. Sin embargo, y a causa de la confusión originada por la niebla, me hallé de pronto demasiado a la derecha y, por consiguiente, tuve que retroceder a lo largo de la orilla del río, pasando por encima de las piedras sueltas que había sobre el fango y por las estacas que contenían la marea. Avanzando por allí, tan de prisa como me fue posible, acababa de cruzar una zanja que, según sabía, estaba muy cerca de la Batería, y precisamente cuando subía por el montículo inmediato a la zanja vi a mi hombre sentado. Estaba vuelto de espaldas, con los brazos doblados, y cabeceaba a. causa del sueño. ...

En la línea 114
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Desde entonces, señor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir, y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Daría Frantzevna ha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engañado), desde entonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la policía y se ha visto obligada a dejarnos. La dueña de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera tolerado su presencia, puesto que ayudaba a Daría Frantzevna en sus manejos. Y en lo que concierne al señor Lebeziatnikof… , pues… sólo le diré que su incidente con Catalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al principio no cesaba de perseguir a Sonetchka. Después, de repente, salió a relucir su amor propio herido. «Un hombre de mi condición no puede vivir en la misma casa que una mujer de esa especie.» Catalina Ivanovna salió entonces en defensa de Sonia, y la cosa acabó como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y trae algún dinero a Catalina Ivanovna. Tiene alquilada una habitación en casa del sastre Kapernaumof. Este hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia tartamudea… Su mujer es tan tartamuda como él. Toda la familia vive amontonada en una habitación, y la de Sonia está separada de ésta por un tabique… ¡Gente miserable y tartamuda… ! Una mañana me levanto, me pongo mis harapos, levanto los brazos al cielo y voy a visitar a su excelencia Iván Afanassievitch. ¿Conoce usted a su excelencia Iván Afanassievitch? ¿No? Entonces no conoce usted al santo más santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Señor… Sus ojos estaban llenos de lágrimas después de escuchar mi relato desde el principio hasta el fin. ...

En la línea 132
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? ‑bramó de pronto Marmeladof, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento‑. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión… ! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí, dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné… , te perdoné… , y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas… , y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo… , y entonces todos comprenderán… También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nos el reino! ...

En la línea 132
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Compadecerme? ¿Por qué me han de compadecer? ‑bramó de pronto Marmeladof, levantándose, abriendo los brazos con un gesto de exaltación, como si sólo esperase este momento‑. ¿Por qué me han de compadecer?, me preguntas. Tienes razón: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezco es que me crucifiquen. ¡Sí, la cruz, no la compasión… ! ¡Crucifícame, juez! ¡Hazlo y, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminaré al suplicio, pues tengo sed de dolor y de lágrimas, no de alegría. ¿Crees acaso, comerciante, que la media botella me ha proporcionado algún placer? Sólo dolor, dolor y lágrimas he buscado en el fondo de este frasco… Sí, dolor y lágrimas… Y los he encontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo comprende, del único, de nuestro único Juez. Él vendrá el día del Juicio y preguntará: «¿Dónde está esa joven que se ha sacrificado por una madrastra tísica y cruel y por unos niños que no son sus hermanos? ¿Dónde está esa joven que ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante ese bebedor despreciable?» Y dirá a Sonia: «Ven. Yo te perdoné… , te perdoné… , y ahora te redimo de todos tus pecados, porque tú has amado mucho.» Sí, Él perdonará a mi Sonia, Él la perdonará, yo sé que Él la perdonará. Lo he sentido en mi corazón hace unas horas, cuando estaba en su casa… Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: «Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.» Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!» Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: «Señor, ¿por qué recibes a éstos?» Y Él responderá: «Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.» Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas… , y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo… , y entonces todos comprenderán… También comprenderá Catalina Ivanovna… ¡Señor, venga a nos el reino! ...

En la línea 151
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Empezó a registrarle ávidamente. Marmeladof abrió al punto los brazos, dócilmente, para facilitar la tarea de buscar en sus bolsillos. No llevaba encima ni un kopek. ...

En la línea 354
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El general, desconcertado, alzó los brazos al cielo, y volviéndose hacia el francés, le indicó en pocas palabras que yo acababa casi de provocarle a un duelo. Este se echó a reír. ...

En la línea 471
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Pues yo sí sé algo más —repliqué, molesto—. Espera también la herencia, porque Paulina recibirá una dote y, una vez en su poder, se lanzará a sus brazos. ¡Todas las mujeres son iguales! Y las más orgullosas se convierten en las más sumisas, en las más esclavas. ¡Paulina sólo es capaz de amar apasionadamente, y nada más! Esta es la opinión que tengo formada de ella. Obsérvela, principalmente cuando está sentada, aparte, pensativa; parece predestinada, condenada bajo el peso de una maldición. Está a merced de todas las tempestades de la vida y de las pasiones; ella… ella… ¿Pero quién me llama? —exclamé de pronto—, ¿quién grita? He oído gritar en ruso: “Alexei Ivanovitch. “Una voz de mujer… ¡Escuche usted! ¿No lo oye? ...

En la línea 477
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corrimos hacia la entrada. Llegué a la terraza y… los brazos me cayeron a lo largo del cuerpo a causa de la sorpresa. Mis pies quedaron como clavados en el suelo. ...

En la línea 1153
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La tomé en mis brazos, le besé las manos, caí de rodillas a sus pies. ...

En la línea 318
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El hombre desaparece y vuelve a aparecer; se sumerge y sube a la superficie; llama; tiende los brazos, pero no es oído: la nave, temblando al impulso del huracán, continúa sus maniobras; los marineros y los pasajeros no ven al hombre sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la inmensidad de las olas. ...

En la línea 367
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El reflejo de la luna hacía visible confusamente encima de la chimenea el crucifijo, que parecía abrir sus brazos a ambos, bendiciendo al uno, perdonando al otro. ...

En la línea 529
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En eso estaba, pues, a las cuatro de la tarde el paseo que empezara a las cinco de la madrugada. El sol declinaba y el apetito se extinguía. En ese momento Favorita, cruzando los brazos y echando la cabeza atrás, miró resueltamente a Tholomyês y le dijo: ...

En la línea 573
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Tenéis dos hermosas hijas, señora -dijo de pronto a su lado una mujer desconocida, que tenía en sus brazos a una niña. ...

En la línea 153
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A veces, en su ensoñación, tumbado y pestañeando, tenía la impresión de que las llamas eran de otro fuego y de que junto a él veía a un individuo distinto del cocinero mestizo que tenía delante. Este otro hombre tenía las piernas más cortas y los brazos más largos, músculos fibrosos y nudosos en lugar de redondeados y prominentes. El cabello de este hombre era largo y enmarañado y, bajo él, su cráneo retrocedía hacia atrás a partir de los ojos. Emitía unos sonidos extraños y parecía tenerle pavor a la oscuridad, que escudriñaba continuamente aferrando en la mano, suspendida a medio camino entre la rodilla y el pie, un garrote con una pesada piedra en el extremo. Estaba casi desnudo, y una andrajosa piel chamuscada le colgaba de la espalda, pero un vello espeso le cubría el cuerpo. En algunas zonas, como el pecho y los hombros, y por la parte exterior de los brazos y los muslos, el vello estaba tan apelmazado que más parecía una piel gruesa. No tenía el tronco erguido, sino que desde las caderas se inclinaba hacia adelante sobre unas piernas que se doblaban por las rodillas. Había en aquel cuerpo una agilidad, o elasticidad, casi felina, y tenía la actitud alerta de quien vive en constante temor y sobresalto por lo que ve y lo que no ve. ...

En la línea 153
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A veces, en su ensoñación, tumbado y pestañeando, tenía la impresión de que las llamas eran de otro fuego y de que junto a él veía a un individuo distinto del cocinero mestizo que tenía delante. Este otro hombre tenía las piernas más cortas y los brazos más largos, músculos fibrosos y nudosos en lugar de redondeados y prominentes. El cabello de este hombre era largo y enmarañado y, bajo él, su cráneo retrocedía hacia atrás a partir de los ojos. Emitía unos sonidos extraños y parecía tenerle pavor a la oscuridad, que escudriñaba continuamente aferrando en la mano, suspendida a medio camino entre la rodilla y el pie, un garrote con una pesada piedra en el extremo. Estaba casi desnudo, y una andrajosa piel chamuscada le colgaba de la espalda, pero un vello espeso le cubría el cuerpo. En algunas zonas, como el pecho y los hombros, y por la parte exterior de los brazos y los muslos, el vello estaba tan apelmazado que más parecía una piel gruesa. No tenía el tronco erguido, sino que desde las caderas se inclinaba hacia adelante sobre unas piernas que se doblaban por las rodillas. Había en aquel cuerpo una agilidad, o elasticidad, casi felina, y tenía la actitud alerta de quien vive en constante temor y sobresalto por lo que ve y lo que no ve. ...

En la línea 154
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Otras veces, aquel hombre velludo se quedaba en cuclillas junto al fuego con la cabeza entre las piernas y se dormía con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas sobre la cabeza, como si quisiera protegerse de la lluvia con los brazos velludos. Y al otro lado de aquel fuego, en la oscuridad circundante, veía Buck ascuas relucientes, por pares, siempre de dos en dos, en las que reconocía los ojos de grandes fieras carniceras. Y oía el ruido de sus cuerpos al desplazarse por la maleza y los sonidos que emitían en la noche. Y allí, soñando a orillas del Yukón, parpadeando ante el fuego con ojos adormilados, aquellos sonidos y visiones de otro mundo le erizaban el pelo del lomo y del cuello y entonces emitía un leve gemido o un gruñido débil hasta que el cocinero mestizo le gritaba, «¡Eh, Buck, despierta!». Aquel mundo se desvanecía y el mundo real le entraba por los ojos, y se levantaba, bostezaba y se desperezaba como si de verdad hubiera estado durmiendo. ...

En la línea 174
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -¡Qué esperanza! -exclamó Mercedes, alzando los brazos al cielo con afectada consternación-. ¿Cómo demonios voy a arreglármelas sin una tienda? ...

En la línea 133
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... ¡Cuán gentil fue su abandono en mis brazos!, cuán confiado y cuán tierno… ...

En la línea 138
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un instinto sagrado, empero hacíala amarla. ¿No dicen los palingenésicos que a través de la vida los antiguos amores se vuelven instintos? Con frecuencia la tenía en sus brazos, la dormía en sus rodillas; la acariciaba. ...

En la línea 140
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Hícela, pues, venir; de los brazos del ama pasó al regazo de Blanca, que, con la blandura y el mimo de siempre, la acarició. ...

En la línea 247
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Pero una blanda sonrisa me tranquilizó: era Blanca sin duda, que, mimosa, enredaba sus brazos a mi cuello y me besaba, con aquel beso fervoroso de siempre. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 17
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Anunciaba ya la máquina con algún silbido la próxima marcha; acelerábase en el andén el movimiento que la precede, y temblaba el suelo bajo la pesadumbre de los rodantes camiones, cargados de bultos de equipaje. Oyose por fin el grito sacramental de los empleados. Hasta entonces las gentes de la despedida habían conversado en voz queda, confidencialmente, por parejas: el cercano desenlace pareció reanimarlas, desencantarlas, mudando la escena en un segundo. Corrió la novia a su padre, abiertos los brazos, y el viejo y la niña se confundieron en un abrazo largo, verdadero, popular, abrazo en que crujían los huesos y el aliento se acortaba. Salían de las bocas, casi unidas, entrecruzadas y rápidas frases. ...

En la línea 230
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Fuera, los postes del telégrafo parecían una fila de espectros; los árboles sacudían su desmelenada cabeza, agitando ramas semejantes a brazos tendidos con desesperación pidiendo socorro; una casa surgía blanquecina, de tiempo en tiempo, aislada en el paisaje como monstruosa testa de granítica esfinge; todo confundido, vago, sin contornos, flotante y fugaz, a imitación de los torbellinos de humo de la máquina, que envolvían al tren cual envuelve a la presa el aliento de fuego de colérico dragón. Dentro del coche silencio religioso; dijérase que era un recinto encantado. El viajero corrió el transparente azul, cubriendo la lámpara; recostose en una esquina cerrados los ojos, y, estirando las piernas, las apoyó en el asiento fronterizo. Así pasaron estaciones y estaciones. Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. ...

En la línea 291
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Cuando el viajero hubo mirado largamente el lindo paisaje, que ya se perdía en lontananza, dejose caer, como hombre fatigado, en la esquina, y sus brazos exhaustos pendieron a ambos lados de su cuerpo, mientras se le escapaba del pecho leve suspiro, que más que a pesares sonaba a cansancio. ...

En la línea 546
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En primera línea avanzaban unos sacerdotes cubiertos de mitras y vestidos con largo y abigarrado traje. Estaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que cantaban una especie de salmodia fúnebre, interrumpida a intervalos iguales por golpes de tamtam y de timbales. Detrás de ellos, sobre un carro de ruedas anchas, cuyos radios figuraban con las llantas un ensortijamiento de serpientes, apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos cortadas. Estaba de pie sobre un gigante derribado que carecía de cabeza. ...

En la línea 553
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Esta mujer era joven y blanca como una europea. Su cabeza, su cuello, sus hombros, sus orejas, sus brazos, sus manos, sus pulgares, estaban sobrecargados de joyas, collares, brazaletes, pendientes y sortijas. Una túnica recamada de oro y recubierta de una muselina ligera dibujaba los contornos de su talle. ...

En la línea 646
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Creyeron que el viejo rajá no había muerto, puesto que lo vieron de repente levantarse, tomara la joven mujer en sus brazos y bajar de la hoguera en medio de torbellinos de humo que le daban una apariencia de espectro. ...

En la línea 648
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... La víctima inanimada pasó a los vigorosos brazos que la llevaban sin que les pareciese pesada. Fogg y Francis habian permanecido de pie; el parsi había inclinado la cabeza, y es probable que Picaporte no estuviese menos estupefacto. ...

Errores Ortográficos típicos con la palabra Brazos

Cómo se escribe brazos o brrazos?
Cómo se escribe brazos o brazoz?
Cómo se escribe brazos o brasos?
Cómo se escribe brazos o vrazos?

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