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La palabra terror
Cómo se escribe

la palabra terror

La palabra Terror ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece terror.

Estadisticas de la palabra terror

Terror es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 3391 según la RAE.

Terror tienen una frecuencia media de 27.48 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la terror en 150 obras del castellano contandose 4177 apariciones en total.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece terror

La palabra terror puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 340
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y al mismo tiempo los negros pajarracos escribían papeles y más papeles en la barraca de Barret, revolviendo, impasibles, los muebles y las ropas, inventariando hasta el corral y el establo, mientras la esposa y las hijas gemían desesperadamente, y la multitud, agolpada a la puerta, seguía con terror todos los detalles del embargo, intentando consolar a las pobres mujeres, prorrumpiendo, a la sordina, en maldiciones contra el judío don Salvador y aquellos tíos que se prestaban a obedecer a semejante perro. ...

En la línea 421
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tan grandes eran su terror y su turbación, que hasta le habló en castellano. ...

En la línea 453
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De repente, el labriego, dominado por el terror, echó a correr, como si temiera que el riachuelo de sangre lo ahogase al desbordarse. ...

En la línea 921
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las primeras semanas, Roseta veía con cierto terror la llegada del anochecer, y con él la hora de la salida. ...

En la línea 593
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y hablaba del régimen de terror que reducía al silencio toda la campiña. La ciudad rica, odiada por los siervos del campo, velaba sobre ellos con un gesto cruel e inexorable para ocultar el miedo que les tenía. Los amos poníanse en guardia a la menor conmoción. Bastaba que se reuniesen con cierto misterio unos cuantos jornaleros en un hato, en un rancho de la campiña, para que al momento sonasen los ricos el toque de alarma en los periódicos de toda España, y llegaran nuevos soldados a Jerez, y la guardia civil corriera el campo amenazando a todo el que no estaba conforme con lo exiguo del jornal y la miseria de la alimentación. _¡La Mano Negra!_ ¡Siempre aquel fantasma, agrandado por la exuberante imaginación andaluza, que los ricos cuidaban de conservar vivo y en pie para moverlo así que los gañanes formulaban la más insignificante petición!... ...

En la línea 597
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todo lo autorizaba el tétrico recuerdo. Por la más leve falta se apaleaba a un hombre en el campo; el gañán era un ser sospechoso contra el cual todo era lícito. Los excesos de celo de la autoridad se agradecían y premiaban, y al que osaba protestar se le imponía silencio con el recuerdo de _La Mano Negra_. La gente joven escarmentaba con este ejemplo; los hombres tenían miedo, y los ricos, allá en la ciudad, con la imaginación fortalecida por el vino de sus bodegas, seguían añadiendo caperuzas a su fantasma, colgándole nuevos adornos de terror, agrandándolo de tal modo, que los mismos que lo habían visto nacer hablaban de él como de algo horriblemente legendario ocurrido en tiempos remotos. ...

En la línea 914
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pululaba en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto!» El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, pan!» le decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: «¡Cristo ha muerto!» Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto!» Sí; bien muerto estaba. Su vida no había servido para aliviar uno solo de los males que afligen a los humanos. En cambio, había causado a los pobres un daño incalculable predicándoles la humildad, infiltrando en sus espíritus la sumisión, la creencia del premio en un mundo mejor. El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. ...

En la línea 1033
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el patio resonó un alarido de terror, acompañado de brutales carcajadas. Luego carreras ruidosas, choque de cuerpos contra las paredes, todo el estrépito del peligro y el miedo. ...

En la línea 293
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Desde luego, éstas son gentes que van a ser encarceladas y col gadas -pensó D'Artagnan con terror-, y yo, sin ning una duda, con ellos porque desde el momento en que los he escuchado y oído seré tenido por cómplice suyo. ...

En la línea 1652
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Abrió los ojos, miró con terror en torno suyo, vio que la habitación estaba vacía y que estaba sola con su liberador. ...

En la línea 1847
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La desgraciada e staba agotada, no de fatiga sino de terror, y cuando D'Artagnan le puso la mano sobre el hombro, ella cayó sobre una rodilla gritando con voz estrangulada:-Matadme si queréis, pero no sabréis nada. ...

En la línea 2294
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Más lejos, un gran terror lo invadió otra vez. ...

En la línea 718
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Anduvimos así un buen trecho y otra vez se detuvo el miedoso, diciendo que no podía resistir el influjo de las tinieblas; temblábanle las patas al caballo, contagiado, al parecer, del terror de su amo. ...

En la línea 2044
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Era un hermoso espectáculo ver a tres hombres, a fuerza de valor y de maestría en la equitación, sembrar el terror en otros tantos miles, cuando menos. ...

En la línea 3121
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Creí que el olor de algún lobo, o de otra alimaña cualquiera, era la causa de su espanto; pero salí pronto de mi error viéndole hundirse hasta los corvejones en una ciénaga; lanzó un agudo relincho, y mostrando grandísimo terror, manoteó y se esforzó por zafarse; pero a cada momento se hundía más. ...

En la línea 3602
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Muchos de los nuestros fueron ahorcados en los tiempos de terror, por vender inofensivas traducciones del francés o del inglés. ...

En la línea 205
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un hombre que vivía en una de esas «estancias» cuando uno de los ataques, me refirió cómo habían pasado las cosas. Prevenidos con tiempo los habitantes, pudieron meter todo el ganado vacuno y caballar en el corral1 que rodeaba la casa y montar algunos cañoncitos. Los indios (araucanos de Chile meridional), en número de varios centenares, y perfectamente disciplinados, aparecieron bien pronto sobre una colina próxima, divididos en dos columnas; apeáronse de los caballos, se quitaron los mantos de pieles y avanzaron desnudos por completo en son de ataque. La única arma de un indio consiste en un bambú (chuzo) muy largo, adornado con plumas de avestruz y terminado por una punta de lanza muy acerada. Mi acompañante aún parecía sentir profundo terror al recordar aquellos sucesos. Así que llegó cerca de la estancia, el cacique Pincheira intimó a los sitiados a la rendición, amenazándoles, de lo contrario, con la muerte. Como en todas las circunstancias hubiera sido ese el resultado de la entrada de los indios, respondióseles con una descarga de fusilería. Los indios, sin asustarse, se aproximaron a la empalizada del corral; pero, con gran sorpresa suya, advirtieron que las estacas estaban clavadas unas a otras, en vez de estar atadas con tiras de cuero como de costumbre, y en vano intentaron abrir brecha con los cuchillos. ...

En la línea 330
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños); casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos. Pero cuando se consigue darles alcance, se revuelven como bestias feroces y se baten contra cualquier número de hombres que sean. Un indio moribundo agarró con los dientes el dedo pulgar de uno de los soldados que le perseguían y se dejó arrancar un ojo antes que soltar su presa. Otro, gravemente herido, fingió estar muerto; y cuidó de tener a su alcance el cuchillo para inferir la postrera herida. El español que me daba estos informes añadió que iba él mismo en persecución de un indio, el cual le pedía cuartel a la vez que trataba de soltar sus bolas a fin de herirle con ellas. «Pero de un sablazo le hice caer del caballo; y echando yo también pie a tierra con presteza, le corté el pescuezo con mi cuchillo». Sin disputa, esas escenas son horribles. Pero, ¡cuánto más horrible es aún el hecho cierto de que se asesina a sangre fría a todas las mujeres indias que parecen tener más de veinte años de edad! Cuando protesté en nombre de la humanidad, me respondieron: «Sin embargo, ¿qué hemos de hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!». ...

En la línea 507
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Algunos domadores sueltan el nudo corredizo mientras el potro aún está tendido en el suelo; y montando en la silla, le dejan levantarse. El animal, loco de terror, da terribles botes y luego sale a galope; cuando queda rendido en absoluto, a fuerza de paciencia le lleva el hombre al corral, donde lo deja en libertad, cubierto de espuma, y sin poder apenas respirar. Cuesta mucho más trabajo desbravar a los caballos que, no queriendo salir a galope, se revuelcan tercamente en el suelo. Este procedimiento de doma es horrible, pero el caballo no hace ya resistencia alguna después de dos o tres pruebas. ...

En la línea 621
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... le da en las patas, pero no consigue rodeárselas. Tira entonces al suelo el sombrero para fijar el lugar donde han caído las bolas, y sin dejar de perseguir la vaca al galope, prepara su lazo, alcanza al animal, después de una carrera violentísima, y consigue engancharla por los cuernos. El otro gaucho nos había precedido con los caballos de la brida, de modo que le fue difícil a Santiago matar al furioso animal. Sin embargo, consiguió arrastrarle a un punto en que el terreno era perfectamente llano, utilizando para ello todos los esfuerzos que hacía para aproximarse a él. Cuando la vaca no quería moverse, el caballo, perfectamente amaestrado en este género de ejercicios, se le acercaba y la empujaba violentamente con el petral. Pero no consistía todo en llevarla a terreno llano, había que matar a aquel animal loco de terror,, lo cual no parecía nada fácil para un hombre solo. Hasta imposible hubiera sido si el caballo no comprendiera, por instinto, que cuando su amo lo abandonaba estaba perdido si el lazo no permanecía siempre tirante; de tal manera, que si el toro o la vaca hace un movimiento de avance, el caballo avanza en el acto en la misma dirección; si la vaca permanece tranquila, el caballo no se mueve afianzado sobre las patas traseras. Pero el caballo de Santiago, muy joven todavía, no conocía bien esta maniobra y la vaca se acercaba a él poco a poco. Espectáculo admirable fue el ver con qué destreza logro Santiago pasar detrás de la fiera, evitar sus cornadas y desjarretarla, en fin; después de lo cual no hubo dificultad alguna para hundirle el cuchillo en la nuca, cayendo entonces la vaca como herida por el rayo (descabellada). Cortóle entonces varios trozos de carne, conservando la piel, pero no hueso; en cantidad suficiente para nuestra expedición. Dirigímonos al punto que habíamos elegido para pasarla noche; tuvimos por cena carne con cuero, o sea carne asada con la piel. Es tan superior esta carne a la vaca ordinaria, como el corzo respecto del carnero. Tómase un gran trozo circular del lomo del animal, y se asa sobre los carbones con la piel para abajo, que forma una especie de salsera, por cuyo medio no se pierde una sola gota del jugo de la carne. Si hubiera cenado con nosotros aquella noche un respetable concejal, no hay para qué decir cuán pronto habríase celebrado en Londres la carne con cuero. ...

En la línea 5189
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si él hubiera sido un hombre honrado, le hubiera dicho allí mismo: —¡Calle usted, señora! yo no soy digno de que la majestad de su secreto entre en mi pobre morada; yo soy un hombre que ha aprendido a decir cuatro palabras de consuelo a los pecadores débiles; y cuatro palabras de terror a los pobres de espíritu fanatizados; yo soy de miel con los que vienen a morder el cebo y de hiel con los que han mordido; el señuelo es de azúcar, el alimento que doy a mis prisioneros, de acíbar;. ...

En la línea 5844
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Quise asustarle, imponerle respeto por el terror. ...

En la línea 6607
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Paco le admiró en silencio: la fuerza muscular le inspiraba un terror algo religioso; él había malgastado la suya en las lides de amor. ...

En la línea 7906
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pronto volvía la fe, que se afanaba en conservar y hasta fortificar —con el terror de quedarse a obscuras y abandonada si la perdía —volvía a desmoronar aquella torrecilla del orgulloso racionalismo, retoño impuro que renacía mil veces en aquel espíritu educado lejos de una saludable disciplina religiosa. ...

En la línea 1482
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Fue una tormenta comparable a la de treinta años antes, cuando el nuncio Rodrigo de Borgia volvía de su legación de España. César y los hombres más temibles de su séquito permanecían tumbados, sin voluntad, victimas del mareo y del terror que inspiran el mar y él viento desencadenados a los que siempre combatieron en tierra. Las tripulaciones se daban por perdidas. Sólo el Pontífice guardó una admirable lucidez, considerando los marinos esta tranquilidad sonriente como algo milagroso. ...

En la línea 1900
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sonrió el canónigo, haciendo al mismo tiempo un extraño gesto de cómico terror. ...

En la línea 756
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lo que el catedrático deseaba era volver al lado de Momaren. El entrecejo de este y su boca tirante y desdeñosa le infundían terror. Se inclinó ante el cuando iba a entrar en su litera, y el eminente personaje le dijo con frialdad: ...

En la línea 1085
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El doctor, que remontaba, bufando de angustia, esta rampa interminable, sintió de pronto que crujía bajo sus pies e iba a romperse definitivamente, haciéndole caer de una altura igual a doce o quince veces la longitud de su cuerpo. El terror le hizo pedir socorro con chillidos de angustia. Fuera del local, los servidores y los maltrechos policías se miraron con una expresión de inteligencia: ...

En la línea 1240
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Eran esclavos todos ellos, gente innoble y de mala catadura. Muchos habían sido perseguidos por la policía y habitado los establecimientos penitenciarios. Además, todos ignoraban el idioma del gigante, y este tenía que hacerse respetar empleando gestos amenazadores. Algunas noches se veía obligado a colocarse junto a la hoguera que hacía hervir el caldero de su comida, repeliendo con el terror de sus manos enormes a toda la chusma voraz. Solo así conseguía que los pescados no desapareciesen de la vasija, quedando únicamente el caldo para el. ...

En la línea 174
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La boda se verificó en Mayo del 71. Dijo D. Baldomero con muy buen juicio que pues era costumbre que se largaran los novios, acabadita de recibir la bendición, a correrla por esos mundos, no comprendía fuese de rigor el paseo por Francia o por Italia, habiendo en España tantos lugares dignos de ser vistos. Él y Barbarita no habían ido ni siquiera a Chamberí, porque en su tiempo los novios se quedaban donde estaban, y el único español que se permitía viajar era el duque de Osuna, D. Pedro. ¡Qué diferencia de tiempos!… Y ahora, hasta Periquillo Redondo, el que tiene el bazar de corbatas al aire libre en la esquina de la casa de Correos había hecho su viajecito a París… Juanito se manifestó enteramente conforme con su papá, y recibida la bendición nupcial, verificado el almuerzo en familia sin aparato alguno a causa del luto, sin ninguna cosa notable como no fuera un conato de brindis de Estupiñá, cuya boca tapó Barbarita a la primera palabra; dadas las despedidas, con sus lágrimas y besuqueos correspondientes, marido y mujer se fueron a la estación. La primera etapa de su viaje fue Burgos, a donde llegaron a las tres de la mañana, felices y locuaces, riéndose de todo, del frío y de la oscuridad. En el alma de Jacinta, no obstante, las alegrías no excluían un cierto miedo, que a veces era terror. El ruido del ómnibus sobre el desigual piso de las calles, la subida a la fonda por angosta escalera, el aposento y sus muebles de mal gusto, mezcla de desechos de ciudad y de lujos de aldea, aumentaron aquel frío invencible y aquella pavorosa expectación que la hacían estremecer. ¡Y tantísimo como quería a su marido!… ¿Cómo compaginar dos deseos tan diferentes; que su marido se apartase de ella y que estuviese cerca? Porque la idea de que se pudiera ir, dejándola sola, era como la muerte, y la de que se acercaba y la cogía en brazos con apasionado atrevimiento, también la ponía temblorosa y asustada. Habría deseado que no se apartara de ella, pero que se estuviera quietecito. ...

En la línea 682
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Su mirada infundió tanto terror a Jacinta, que dijo por señas a su marido que le dejara salir. Pero el otro, queriendo divertirse un rato, hostigó la demencia de aquel pobre hombre para que saltara. ...

En la línea 781
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta, entre tanto, había salido un rato de la alcoba. En el salón vio a varias personas, Casa-Muñoz, Ramón Villuendas, D. Valeriano Ruiz-Ochoa y alguien más, hablando de política con tal expresión de terror, que más bien parecían conspiradores. En el gabinete de Barbarita y en el rincón de costumbre halló a Guillermina haciendo obra de media con hilo crudo. En el ratito que estuvo sola con ella, la enteró del plan que tenía para la mañana siguiente. Irían juntas a la calle de Mira el Río, porque Jacinta tenía un interés particular en socorrer a la familia de aquel pasmarote que hace las suscriciones. «Ya le contaré a usted; tenemos que hablar largo». Ambas estuvieron de cuchicheo un buen cuarto de hora, hasta que vieron aparecer a Barbarita. ...

En la línea 838
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Contemplaban ellos a las damas, mudos y con grandísima emoción, gozando íntimamente en la sorpresa y terror que sus espantables cataduras producían en aquellas señoriticas tan requetefinas. Uno de los pequeños intentó echar la zarpa al abrigo de Jacinta; pero la zancuda empezó a dar chillidos: «Quitarvos allá, desapartaísos, gorrinos asquerosos… que mancháis a estas señoras con esas manazas». ...

En la línea 228
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En conjunto transcurrió el tiempo agradablemente, y casi suavemente. Los escollos y arrecifes fueron cada vez menos frecuentes, y Tom se sintió más y más a sus anchas al ver, que todos estaban amorosamente inclinados a ayudarlo y a pasar por alto sus equivocaciones. Cuando salió a la conversación que las damitas habrían de acompañarle por la noche al banquete del alcalde mayor, el corazón le dio un salto de consuelo y de alegría, porque sintió que ya no se hallaría sin amigos entre aquella muchedumbre de extraños, mientras que, una hora antes, la idea de que ellas fueran con él le habría causado un terror insoportable. ...

En la línea 405
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tan pronto Miles Hendon y el príncipe niño se vieron lejos de la turba, se encaminaron hacia el río por callejuelas y veredas angostas. No hallaron obstáculo en su camino hasta que llegaron cerca del Puente de Londres; pero entonces se toparon de nuevo con la muchedumbre, sin haber soltado aún Hendon la muñeca del príncipe, es decir, del rey. Ya había trascendido la terrible noticia, que Eduardo supo a un tiempo por miles de voces: 'El rey ha muerto.' Esta nueva estremeció el corazón del pobre niño abandonado y le hizo temblar de pies a cabeza. Comprendiendo la enormidad de su pérdida, se sintió invadido por amargo dolor, porque el inflexible tirano que tanto terror ocasionaba a los demás había sido siempre dulce con él. Asomaron las lágrimas a sus ojos y le borraron la visión de todos los objetos. Por un instante se sintió la más infeliz, abandonada y desamparada de las criaturas de Dios. Después otro grito estremeció la noche en muchas millas a la redonda: '¡Viva el rey Eduardo VI!', y esto hizo centellear los ojos del niño y le estremeció de orgullo hasta las yemas de los dedos. ...

En la línea 729
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Acercábase la hora de la comida, y, por extraño que parezca, la idea no ocasionó a Tom sino un leve desasosiego, pero sin terror alguno. Lo que le ocurrió por la mañana había fortalecido en extremo su confianza; el pobrecillo estaba ya más acostumbrado a su extraño ambiente, después de cuatro días, que lo habría estado una persona mayor al cabo de todo un mes. Nunca se vio más sorprendente ejemplo de la facilidad de un niño para amoldarse a las circunstancias. ...

En la línea 964
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de largo tiempo, el viejo, que seguía aún mirando, aunque sin ver, pues su mente había caído en una abstracción soñolienta, observó de pronta que los ojos del niño estaban abiertos, y se fijaban con helado terror en el cuchillo. Una sonrisa de diablo satisfecho asomó al rostro del ermitaño, que dijo sin cambiar de actitud ni de ocupación: ...

En la línea 1999
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increííble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado. ...

En la línea 2141
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... —¡Ay, Domingo —contestó Augusto con voz de fantasma—, no lo puedo remediar; siento un terror loco a acostarme!… ...

En la línea 136
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Y antes de que el capitán y sus marineros hubieran podido rehacerse de su aturdimiento y de su terror, Sandokán y los piratas volvieron a bajar a sus naves. ...

En la línea 456
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Iba a volver a saltar para arrojarse sobre los cazadores, pero ya Sandokán estaba allí. Aferró firmemente el kriss, se precipitó sobre la fiera y antes de que ésta tratara de defenderse, la derribó en tierra y le apretó el cuello con tanta fuerza que ahogó sus rugidos. —¡Mírame! —dijo—. ¡Yo también soy un tigre! Grandes gritos acogieron la proeza. El pirata arrojó una mirada despectiva al oficial y se volvió hacia la joven, que permanecía muda de terror y de angustia, y le dijo con un gesto que hubiera envidiado un rey: ...

En la línea 1893
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Escúcheme —dijo el portugués, llevándola hacia un sendero más apartado—. Muchos creen que Sandokán es un vulgar pirata salido de las selvas de Borneo, ávido de sangre y de víctimas. Pero se equivocan: es de estirpe real y no un pirata sino un vengador. Tenía veinte años cuando subió al trono de Muluder. Fuerte como un león, audaz como un tigre, valiente hasta la locura, al cabo de poco tiempo venció a todos los pueblos vecinos y extendió las fronteras de su reino hasta el de Varauni. Aquellas campañas le fueron fatales, pues ingleses y holandeses, celosos de una nueva potencia que iba a sojuzgar la isla entera, se aliaron con el sultán de Borneo para atacarlo. Concluyeron por hacer pedazos el nuevo reino. Sicarios pagados asesinaron a la madre y a los hermanos y hermanas de Sandokán; bandas poderosas invadieron el reino, saqueando, asesinando, cometiendo atrocidades inauditas. En vano Sandokán luchó con el furor de la desesperación. Todos sus parientes cayeron bajo el hierro de los asesinos, pagados por los blancos, y él mismo apenas pudo salvarse, seguido de una pequeña tropa de leales. Anduvo errante varios años por las costas de Borneo, sin víveres, sufriendo horribles miserias, en espera de reconquistar el trono perdido y de vengar a su familia asesinada. Hasta que una noche, perdida toda esperanza, se embarcó en un parao y juró guerra a muerte a la raza blanca y al sultán de Varauni. Arribó a Mompracem, contrató hombres y empezó a piratear en el mar. Devastó las costas del sultanato, asaltó barcos holandeses e ingleses y terminó siendo el terror de los mares, convertido en el terrible Tigre de la Malasia. Usted ya sabe lo demás. ...

En la línea 2979
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me invadió un sudor frío. Y, sin embargo, su respuesta no debía asombrarme. El Nautilus se había sumergido bajo las aguas libres del Polo el 22 de marzo y estábamos a 26. Hacía ya cinco días que vivíamos a expensas de las reservas de a bordo. Y lo que quedaba de aire respirable había que destinarlo a los trabajadores. En el momento en que esto escribo, mi impresión es aún tan viva, que un terror involuntario se apodera de todo mi ser y me parece que el aire falta a mis pulmones. Entretanto, el capitán Nemo, inmóvil, silencioso, reflexionaba. Era manifiesto que una idea agitaba su mente. Pero parecía rechazarla, responderse negativamente a sí mismo, hasta que por fin la exteriorizó. ...

En la línea 115
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde aquel tiempo, que ya ahora es muy lejano, he pensado muchas veces que pocas personas se han dado cuenta de la reserva de los muchachos que viven atemorizados. Poco importa que el terror no esté justificado, porque, a pesar de todo, es terror. Yo estaba lleno del miedo hacia aquel joven desconocido que deseaba devorar mi corazón y mi hígado. Tenía pánico mortal de mi interlocutor, el que llevaba un hierro en la pierna; lo tenía de mí mismo por verme obligado a cumplir una promesa que me arrancaron por temor; y no tenía esperanza de librarme de mi todopoderosa hermana, que me castigaba continuamente, aumentando mi miedo el pensamiento de lo que podría haber hecho en caso necesario y a impulsos de mi secreto terror. ...

En la línea 115
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde aquel tiempo, que ya ahora es muy lejano, he pensado muchas veces que pocas personas se han dado cuenta de la reserva de los muchachos que viven atemorizados. Poco importa que el terror no esté justificado, porque, a pesar de todo, es terror. Yo estaba lleno del miedo hacia aquel joven desconocido que deseaba devorar mi corazón y mi hígado. Tenía pánico mortal de mi interlocutor, el que llevaba un hierro en la pierna; lo tenía de mí mismo por verme obligado a cumplir una promesa que me arrancaron por temor; y no tenía esperanza de librarme de mi todopoderosa hermana, que me castigaba continuamente, aumentando mi miedo el pensamiento de lo que podría haber hecho en caso necesario y a impulsos de mi secreto terror. ...

En la línea 115
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Desde aquel tiempo, que ya ahora es muy lejano, he pensado muchas veces que pocas personas se han dado cuenta de la reserva de los muchachos que viven atemorizados. Poco importa que el terror no esté justificado, porque, a pesar de todo, es terror. Yo estaba lleno del miedo hacia aquel joven desconocido que deseaba devorar mi corazón y mi hígado. Tenía pánico mortal de mi interlocutor, el que llevaba un hierro en la pierna; lo tenía de mí mismo por verme obligado a cumplir una promesa que me arrancaron por temor; y no tenía esperanza de librarme de mi todopoderosa hermana, que me castigaba continuamente, aumentando mi miedo el pensamiento de lo que podría haber hecho en caso necesario y a impulsos de mi secreto terror. ...

En la línea 238
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana salió a buscarlo, y oí sus pasos cuando se dirigía a la despensa. Vi como el señor Pumblechook tomaba el cuchillo, y observé en la romana nariz del señor Wopsle un movimiento indicador de que volvía a despertarse su apetito. Oí que el señor Hubble hacía notar que un poquito de sabroso pastel de cerdo les sentaría muy bien sobre todo lo demás y no haría daño alguno. También Joe me prometió que me darían un poco. No sé, con seguridad, si di un grito de terror mental o corporalmente, de modo que pudiesen oírlo mis compañeros de mesa, pero lo cierto es que no me sentí con fuerzas para soportar aquella situación y me dispuse a echar a correr. Por eso solté la pata de la mesa y emprendí la fuga. ...

En la línea 568
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecía haber oído un rumor de pasos en la habitación inmediata. Se quedó inmóvil, helado de espanto… No, todo estaba en calma; sin duda, su oído le había engañado. Pero de súbito percibió un débil grito, o, mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apagó en seguida. De nuevo y durante un minuto reinó un silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, esperó, respirando apenas. De pronto se levantó empuñó el hacha y corrió a la habitación vecina. En esta habitación estaba Lisbeth. Tenía en las manos un gran envoltorio y contemplaba atónita el cadáver de su hermana. Estaba pálida como una muerta y parecía no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a Raskolnikof, empezó a temblar como una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probó a levantar los brazos y no pudo; abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar a Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenía fuerzas para romper. Él se arrojó sobre ella con el hacha en la mano. Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en los niños pequeños cuando ven algo que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que causa su terror. ...

En la línea 570
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores. ...

En la línea 576
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «¡Señor! ¡Dios mío! Es preciso huir, huir… » Y corrió al vestíbulo. Entonces sintió el terror más profundo que había sentido en toda su vida. Permaneció un momento inmóvil, como si no pudiera dar crédito a sus ojos: la puerta del piso, la que daba a la escalera, aquella a la que había llamado hacía unos momentos, la puerta por la cual había entrado, estaba entreabierta, y así había estado durante toda su estancia en el piso… Sí, había estado abierta. La vieja se había olvidado de cerrarla, o tal vez no fue olvido, sino precaución… Lo chocante era que él había visto a Lisbeth dentro del piso… ¿Cómo no se le ocurrió pensar que si había entrado sin llamar, la puerta tenía que estar abierta? ¡No iba a haber entrado filtrándose por la pared! ...

En la línea 866
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y el terror que le dominaba poco antes volvió a apoderarse de él enteramente. ...

En la línea 90
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Perrault y François, habiendo despejado su zona del campamento, se presentaron allí a toda prisa en defensa de sus perros. La salvaje ola de bestias hambrientas retrocedió ante ellos, y Buck se liberó de una sacudida. Pero fue sólo por un momento. Los dos hombres tuvieron que retirarse apresuradamente a salvar las provisiones, y enseguida los perros famélicos volvieron al ataque. Billie, envalentonado por el terror, se abrió paso de un salto en aquel círculo de salvajes y huyó por el lago helado. Pike y Dub lo siguieron pisándole los talones, y el resto del equipo fue detrás. Cuando se disponía a hacer lo mismo, Buck vio por el rabillo del ojo que Spitz se abalanzaba sobre él con la evidente intención de derribarlo. Si perdía el equilibrio y caía bajo la masa de enemigos, ya no habría esperanza para él. Pero Buck aguantó a pie firme el impacto de la carga de Spitz, y seguidamente se unió a la huida por el lago. ...

En la línea 100
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una mañana, a orillas del Pelly, cuando estaban colocando los arreos, Dolly, que nunca había destacado en nada, se volvió loca de repente. El anuncio de -su estado fue un prolongado y desgarrador aullido que a los demás perros les puso los pelos de punta, tras lo cual se abalanzó directamente sobre Buck. Él nunca había visto a un perro volverse rabioso ni tenía motivos para tener miedo a la enfermedad; pero presintió el horror y huyó presa del pánico. Salió disparado en línea recta, con Dolly, que jadeaba y echaba espuma, pisándole los talones; ni ella podía darle alcance, tanto era el terror que lo poseía, ni él lograba distanciarla, tal era la locura de ella. Como una exhalación, Buck se adentró en el monte del centro de la isla, alcanzó el extremo opuesto, atravesó un cauce lleno de hielo rugoso en dirección a otra isla, llegó a una tercera, giró hacia el río principal y, en su desesperación, empezó a cruzarlo. Y todo el tiempo, aunque no la veía, la oía gruñir a sólo un cuerpo por detrás. François lo llamó desde quinientos metros de distancia y Buck volvió sobre sus pasos, siempre con un cuerpo de ventaja, jadeando penosamente y con toda su esperanza puesta en François. El guía tenía el hacha preparada en la mano y, cuando hubo pasado Buck, la descargó sobre el cráneo de la enloquecida Dolly. ...

En la línea 324
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Lo vieron partir, pero no vieron la súbita y terrible transformación que experimentó en cuanto se adentró en la selva. Abandonó el paso acelerado. Se convirtió de pronto en parte del entorno silvestre, donde avanzaba con sigilosa cautela, pisando como un gato, sombra fugaz que aparecía y desaparecía entre las demás sombras. Sabía aprovechar cualquier cobertura, arrastrarse sobre la panza como una serpiente y, como ésta, impulsarse y golpear. Era capaz de capturar una perdiz blanca en el propio nido, matar un conejo dormido y apresar con un mordisco en el aire las pequeñas ardillas listadas que, intentando huir, tardaban un segundo de más en saltar a las ramas. En las lagunas abiertas, los peces nunca eran demasiado rápidos para él; ni suficientemente precavidos los castores ocupados en reparar sus diques. Mataba para comer, no porque sí; simplemente prefería comer lo que mataba él mismo. De ahí que un latente humor impregnara sus acciones, y lo divirtiese acechar a una ardilla para, a punto de cazarla, dejarla ir chillando de terror hacia la copa de un árbol. ...

En la línea 329
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando el sol se puso, el viejo alce se detuvo con la cabeza abatida observando a sus congéneres (las hembras que había fecundado, las crías que había procreado, los machos a los que había dominado), que, a paso ligero, continuaron avanzando torpemente en la semioscuridad. No pudo seguirlos, porque ante él se plantó de un salto el despiadado terror con colmillos que no le daba tregua. Pesaba más de media tonelada; había vivido una existencia plena e intensa, abundante en luchas y dificultades, y al final se enfrentaba a la muerte en los dientes de una criatura cuya cabeza no sobrepasaba la altura de sus grandes patas. ...

En la línea 1114
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Descendía rápidamente el sol a su ocaso, caía sobre el jardín la sombra; Sardiola, el lebrel fidelísimo que había dado el ladrido de alarma, no estaba ya allí. Lucía miró en torno suyo con ojos vagos, y llevose las manos a la garganta oprimida. Después convirtió la vista a la fachada, cual si sus macizos muros pudiesen por mágico arte volverse cristal y trasparentar lo que en su interior guardaban. Quedose fascinada, sofocando un grito antes que naciera. La puerta del comedor estaba entornada. Cosa era esta que sucedía muchas tardes, siempre que al ama Engracia se le ocurría tomar el fresco un rato en el umbral charlando con Sardiola; pero en tal instante Lucía sintió que la puerta entreabierta la penetraba de terror glacial y de ardiente júbilo a un tiempo. Su cerebro, vacío de ideas, sólo encerraba un sonsonete monótono y cadencioso, repitiendo como la péndola de un horario: «Vino esta mañana, se va esta noche… » Y al fin la repetición la irritaba de tal manera, que sólo oía la palabra «noche, noche, noche», palabra que parecía vibrar, como esos puntos luminosos que se ven en las tinieblas, durante el insomnio, y que se acercan y se alejan, sin movimiento de traslación, por el mero sacudimiento de sus moléculas. Apretose las sienes como para detener la tenaz péndola, y lentamente, paso a paso, se encaminó al vestíbulo de casa de Artegui. Al poner el pie en el primer peldaño de la escalera, la música zumbadora de la sangre le cantaba en los oídos, como un coro de cien moscardones. Parece que le decía: ...

En la línea 647
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Los fakires, los guardias, los sacerdotes, acometidos de súbito terror, estaban tendidos boca abajo sin atreverse a levantar la vista ni mirar semejante prodigio. ...

En la línea 688
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aouida dio gracias a sus libertadores con una efusión expresada con las lágrimas más que por sus palabras. Sus hermosos ojos, mejor que sus labios, fueron los intérpretes de su reconocimiento. Y después, llevándola su pensamiento a las escenas del 'sutty', y viendo sus miradas esa tierra indígena donde tantos peligros la amenazaban, fue acometida de un estremecimiento de terror. ...


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Más información sobre la palabra Terror en internet

Terror en la RAE.
Terror en Word Reference.
Terror en la wikipedia.
Sinonimos de Terror.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Terror

Cómo se escribe terror o teror?
Cómo se escribe terror o terrrrorr?

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