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La palabra aljuien
Cómo se escribe

Comó se escribe aljuien o alguien?

Cual es errónea Alguien o Aljuien?

La palabra correcta es Alguien. Sin Embargo Aljuien se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino aljuien es que hay un Intercambio de las letras j;g con respecto la palabra correcta la palabra alguien

Más información sobre la palabra Alguien en internet

Alguien en la RAE.
Alguien en Word Reference.
Alguien en la wikipedia.
Sinonimos de Alguien.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Alguien

Cómo se escribe alguien o halguien?
Cómo se escribe alguien o aljuien?


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de j;g

Las Reglas Ortográficas de La J

Se escriben con j las palabras que terminan en -aje. Por ejemplo: lenguaje, viaje.

Se escriben con j los tiempos de los verbos que llevan esta letra en su infinitivo. Por ejemplo:

viajemos, viajáis (del verbo viajar); trabajábamos, trabajemos (del verbo trabajar).

Hay una serie de verbos que no tienen g ni j en sus infinitivos y que se escriben en sus tiempos

verbales con j delante de e y de i. Por ejemplo: dije (infinitivo decir), traje (infinitivo traer).

Las Reglas Ortográficas de la G

Las palabras que contienen el grupo de letras -gen- se escriben con g.

Observa los ejemplos: origen, genio, general.

Excepciones: berenjena, ajeno.

Se escriben con g o con j las palabras derivadas de otra que lleva g o j.

Por ejemplo: - de caja formamos: cajón, cajita, cajero...

- de ligero formamos: ligereza, aligerado, ligerísimo...

Se escriben con g las palabras terminadas en -ogía, -ógico, -ógica.

Por ejemplo: neurología, neurológico, neurológica.

Se escriben con g las palabras que tienen los grupos -agi-, -igi. Por ejemplo: digiere.

Excepciones: las palabras derivadas de otra que lleva j. Por ejemplo: bajito (derivada de bajo), hijito

(derivada de hijo).

Se escriben con g las palabras que empiezan por geo- y legi-, y con j las palabras que empiezan por

eje-. Por ejemplo: geografía, legión, ejército.

Excepción: lejía.

Los verbos cuyos infinitivos terminan en -ger, -gir se escriben con g delante de e y de i en todos sus

tiempos. Por ejemplo: cogemos, cogiste (del verbo coger); elijes, eligieron (del verbo elegir).

Excepciones: tejer, destejer, crujir.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras j;g

Algunas Frases de libros en las que aparece alguien

La palabra alguien puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 943
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pasada la taberna, la muchacha corría y corría, creyendo que alguien iba a sus alcances, esperando sentir en su falda el tirón de una zarpa poderosa. ...

En la línea 1406
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era alguien de la familia que se iba. ...

En la línea 1955
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Él solo conocía el secreto de sus toneles: atravesando con su vista las viejas duelas, apreciaba la calidad de la sangre que contenían; era el sumo sacerdote de este templo del alcohol, y, al querer obsequiar a alguien, sacaba con tanta devoción como si llevase entre las manos la custodia, un vaso en el que centelleaba el líquido color de topacio con irisada corona de brillantes. ...

En la línea 2204
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Le venían siguiendo: alguien intentaba sorprenderle traidoramente por la espalda. ...

En la línea 176
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la plaza Nueva, pasó entre los grupos que se estacionan allí habitualmente: corredores de vinos y de ganado; vendedores de cereales, obreros de bodega sin colocación, gañanes enjutos y tostados que esperan a que alguien alquile sus brazos inactivos, cruzados sobre el pecho. ...

En la línea 511
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Pues poco nombrao que es el señó! En la gañanía hace dos horas que no jablan más que de él. ¡Por muchos años, señó! M' alegro de conosé una presona tan fina y de tanto aquel. Bien se ve que su mersé es alguien: tiene cara de gobernaor. ...

En la línea 579
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El _Maestrico_ seguía afirmando sus convicciones con una fe, que iluminaba sus ojos cándidos. ¡Ay! ¡Si los pobres supieran lo que saben los ricos!... Estos son fuertes y gobiernan, porque la sabiduría está a su servicio. Todos los descubrimientos e invenciones de la ciencia caen en sus manos, son para ellos, llegando apenas los residuos a los de abajo. Si alguien salía de la masa miserable, elevándose por su capacidad, en vez de permanecer fiel a su origen, prestando apoyo a los hermanos, desertaba de su puesto, volviendo las espaldas a cien generaciones de abuelos esclavos, aplastados por la injusticia, y vendía su cuerpo y su inteligencia a los verdugos, mendigando un puesto entre ellos. La ignorancia era la peor servidumbre, el más atroz martirio de los pobres. Pero la instrucción aislada e individual resultaba inútil: sólo servía para formar desertores, tránsfugas, que se apresuraban a alinearse con el enemigo. Debían instruirse todos al mismo tiempo: adquirir la gran masa el conocimiento de su fuerza, apropiarse de golpe las grandes conquistas de la razón humana. ...

En la línea 1162
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La vieja _Alcaparrona_, al ver al aperador, se reanimó, brillando en sus ojuelos el fuego del odio. Encontraba, al fin, alguien a quien hacer responsable de su desgracia. ...

En la línea 246
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tréville era uno de estos últimos; era una de esas raras organizaciones, de inteligencia obediente como la del dogo, de valor ciego, de vista rápida, de mano pronta, a quien el ojo le había sido dado sólo para ver si el rey estaba descontento de alguien, y la mano para golpear a ese alguien enfadoso: un Besme, unMaurevers, un Poltrot de Méré, un Vitry. ...

En la línea 246
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tréville era uno de estos últimos; era una de esas raras organizaciones, de inteligencia obediente como la del dogo, de valor ciego, de vista rápida, de mano pronta, a quien el ojo le había sido dado sólo para ver si el rey estaba descontento de alguien, y la mano para golpear a ese alguien enfadoso: un Besme, unMaurevers, un Poltrot de Méré, un Vitry. ...

En la línea 1139
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Bueno, y ahora que son ya las ocho y media, retiraos; porque, ya os lo he dicho, espero a alguien a las nueve. ...

En la línea 1300
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y quién ha raptado a vuestra mujer?-Con seguridad no sé nada, señor, pero sospecho de alguien. ...

En la línea 588
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En ocasiones repartía entre estas gentes algunos folletos, pues aunque fuesen incapaces de sacar de ellos personalmente gran provecho, pensé que servirían de instrumento para que en lo futuro cayeran en otras manos y alguien los utilizara para su salvación. ...

En la línea 1520
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Levántate, y dime, hermano, si ves a alguien bajar del puerto. ...

En la línea 1781
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Más aún; tenemos la costumbre de rondar de noche por las calles, y cuando tropezamos con alguien que nos desagrada, caemos sobre él, y a cuchilladas o bayonetazos, le dejamos, por lo común, en el suelo revolcándose en su sangre. ...

En la línea 1937
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Necesitaba que alguien los identificara, y quiso la casualidad que el día del robo estuviesen en mi puesto bebiendo agua, como acaban de hacer ahora. ...

En la línea 160
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi permanencia en Maldonado, enriquecióse mi colección con varios cuadúpedos, ochenta especies de aves y numerosos reptiles, incluyendo nueve especies de éstos. El único mamífero indígena que aún se encuentra, muy común por otra parte, es el Cervus campestris. Este ciervo, reunido a menudo en pequeños rebaños, abunda en todas las regiones que rodean al Plata y en la Patagonia septentrional. Si se anda arrastrándose por el suelo para aproximarse a una manada, llevados estos animales por la curiosidad se os acercarán a menudo; empleando esta estratagema, he podido matar en un mismo sitio a tres ciervos de un mismo rebaño. Aun siendo tan manso y tan curioso, este animal desconfía en extremo si ve a alguien a caballo; en efecto, nadie va nunca a pie por este país, y et ciervo sólo ve un enemigo en el hombre cuando va a caballo y armado de bolas. En Bahía Blanca, establecimiento reciente en la Patagonia septentrional, me quedé atónito al ver cuán poco se asusta el ciervo por el disparo de un arma de fuego. Un día disparé diez tiros de fusil a un ciervo a una distancia de 80 metros; pues bien, parecía sorprenderle mucho más el ruido de la bala al dar en el suelo que el de la detonación de la escopeta. Ya no me quedaba pólvora; me vi obligado, por tanto, a levantarme (lo confieso para mi ludibrio como cazador, aunque con facilidad mato un pájaro al vuelo), y tuve que gritar muy fuerte para que el ciervo se alejase. ...

En la línea 250
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Ignoraba yo todo eso cuando me puse en camino; y, lo confieso, con cierta inquietud vi a mi guía observar con la más profunda atención a un ciervo, que al otro extremo de la llanura parecía haber sido asustado por alguien. ...

En la línea 2419
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... eguntó a un jefe vecino, si podría recomendar a alguien para que me guiase y el mismo jefe se ofreció a acompañarme. ...

En la línea 3103
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Esta es la moral positiva! —decía el Marquesito muy serio cuando alguien le oponía cualquier argumento —. ...

En la línea 3104
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sí, señor, esta es la moral moderna, la científica; y eso que se llama el Positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace daño positivo a alguien. ...

En la línea 3297
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A veces, mientras leía, notaba que alguien abría la puerta con gran cuidado, sin ruido, por no distraerla; levantaba los ojos; faltaba Fulanito: bueno. ...

En la línea 9509
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Víctor creía que en el campo, sobre todo si se merienda, no se debe hacer más que locuras; y, por supuesto, era según él indispensable que alguien se disfrazase cambiando, por lo menos, de sombrero. ...

En la línea 725
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —A mí lo que me interesa—decía Enciso—es que las gentes tengan una novela en su vida. Lo importante es ser alguien. El malo acaba por hacerse bueno; Dios perdona a todos y debemos imitar su bondad infinita. ...

En la línea 1192
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... «Este hispanoitaliano—se dijo Borja—, sereno y frío en los cálculos de la política y la guerra, mostraba una furia que casi era demencia cuando alguien insultaba a sus más próximos parientes. Algunos de sus crímenes no tuvieron otro origen. Además, por un pundonor que parecía heredado de sus abuelos valencianos, nunca quiso encargar a otros sus venganzas de familia. Era él quien debía realizarías por su propia mano.» ...

En la línea 1308
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Conocedor el Papa de los deseos de dicho rey, mostrábase dispuesto a satisfacerlos; pero creía la ocasión propicia para vender caro su consentimiento, creando de tal modo la verdadera grandeza de su hijo. Igualmente veía César en Luis XII el único monarca, capaz de apoyar sus ambiciones, que asustaban a otros. Vivía rodeado de españoles, el castellano y el valenciano eran las lenguas que empleaba en la intimidad; pero no tenía, como su padre, los recuerdos de la niñez que unen a la tierra originaria. Había nacido en Roma, era verdaderamente un italiano, y mostraba poca afición hacia Fernando el Católico. Conocía muy bien a este viejo e infatigable zorro de la diplomacia, que engañaba a todos los reyes de su tiempo y no podía permitir que alguien medrase a su sombra. ...

En la línea 1423
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sancha y Lucrecia dedicábanse a su curación, y el Papa prohibía bajo pena de muerte que las gentes penetrasen con armas en la llamada Ciudad Leonina, o sea en los barrios inmediatos al Vaticano. Además, colocó centinelas ante la puerta del dormitorio del herido, a pesar de que lo velaban su mujer y su hermana a todas horas. Esta conducta de Alejandro denunció su temor de que volviera a repetirse la intentona de asesinato por parte de alguien que él no se atrevía a castigar. ...

En la línea 269
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido. Gillespie le inspiraba un interés que jamás había experimentado por ningún hombre de su propia tierra. Dedicado por completo a los trabajos lingüísticos e históricos, solamente había tratado con mujeres, y estas eran todas profesoras malhumoradas y de austeras costumbres. Sentía una temblorosa timidez siempre que el rector le invitaba a alguna de sus tertulias, donde había hombres jóvenes en edad de casamiento, ansiosos de que alguien los sacase a bailar o que entonaban romanzas sentimentales acompañándose con el arpa. ...

En la línea 552
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El hombrecillo, a pesar de que estaba en las alturas, miró en torno con cierta inquietud, temiendo que alguien pudiese escucharle. ...

En la línea 810
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Así me acompanará alguien de la Comisión encargada de velar por mi seguridad. ...

En la línea 831
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ocupó Edwin su escabel, apoyando los codos en la mesa; pero al abarcar con su vista la planicie de madera, tuvo un agradable encuentro. Había alguien mas que los atletas que dormitaban junto a la grúa. Sentados en el lomo del libro de poesías traído por Flimnap, y que hacia ahora oficio de banco, vio a Popito y a Ra-Ra. Los dos amantes conversaban con las manos unidas y mirándose a corta distancia. ...

En la línea 97
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso dependientes, porque la cortedad del negocio no lo consentía; pero su tertulia fue la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque el vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba con gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción; pero si estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla? Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere». Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Gorritas para niño? ¿Las quiere usted de visera de hule?… Sospecho que hay algunas, pero son de esas que no se usan ya… ». ...

En la línea 140
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y lo que Barbarita no dudaba en calificar de encanallamiento, empezó a manifestarse en el vestido. El Delfín se encajó una capa de esclavina corta con mucho ribete, mucha trencilla y pasamanería. Poníase por las noches el sombrerito pavero, que, a la verdad, le caía muy bien, y se peinaba con los mechones ahuecados sobre las sienes. Un día se presentó en la casa un sastre con facha de sacristán, que era de los que hacen ropa ajustada para toreros, chulos y matachines; pero doña Bárbara no le dejó sacar la cinta de medir, y poco faltó para que el pobre hombre fuera rodando por las escaleras. «¿Es posible—dijo a su niño, sin disimular la ira—, que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?». Y una vez roto el fuego, rompió la señora en acusaciones contra su hijo por aquellas maneras nuevas de hablar y de vestir. Él se reía, buscando medios de eludir la cuestión; pero la inflexible mamá le cortaba la retirada con preguntas contundentes. ¿A dónde iba por las noches? ¿Quiénes eran sus amigos? Respondía él que los de siempre, lo cual no era verdad, pues salvo Villalonga, que salía con él muy puesto también de capita corta y pavero, los antiguos condiscípulos no aportaban ya por la casa. Y Barbarita citaba a Zalamero, a Pez, al chico de Tellería. ¿Cómo no hacer comparaciones? Zalamero, a los veintisiete años, era ya diputado y subsecretario de Gobernación, y se decía que Rivero quería dar a Joaquinito Pez un Gobierno de provincia. Gustavito hacía cada artículo de crítica y cada estudio sobre los Orígenes de tal o cual cosa, que era una bendición, y en tanto él y Villalonga ¿en qué pasaban el tiempo?, ¿en qué?, en adquirir hábitos ordinarios y en tratarse con zánganos de coleta. A mayor abundamiento, en aquella época del 70 se le desarrolló de tal modo al Delfín la afición a los toros, que no perdía corrida, ni dejaba de ir al apartado ningún día y a veces se plantaba en la dehesa. Doña Bárbara vivía en la mayor intranquilidad, y cuando alguien le contaba que había visto a su ídolo en compañía de un individuo del arte del cuerno, se subía a la parra y… «Mira, Juan, creo que tú y yo vamos a perder las amistades. Como me traigas a casa a uno de esos tagarotes de calzón ajustado, chaqueta corta y botita de caña clara, te pego, sí, hago lo que no he hecho nunca, cojo una escoba y ambos salís de aquí pitando»… Estos furores solían concluir con risas, besos, promesas de enmienda y reconciliaciones cariñosas, porque Juanito se pintaba solo para desenojar a su mamá. ...

En la línea 237
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Si alguien nos viera… —murmuró Jacinta ruborizada, porque en verdad, aquel rincón de Zaragoza podía ser todo lo solitario que se quisiese, pero no era una alcoba. ...

En la línea 242
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Pasos… ¿a ver?… —Sí, pasos. En efecto, alguien venía. Oyose, sin poder determinar por dónde, un arrastrar de pies sobre los guijarros del suelo. Por entre dos casas apareció de pronto una figura negra. Era un sacerdote viejo. Cogiéronse del brazo los consortes y avanzaron afectando la mayor compostura. El clérigo, al pasar junto a ellos, les miró mucho. ...

En la línea 130
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de media hora se le ocurrió de pronto que el príncipe llevaba mucho tiempo ausente, y al instante comenzó a sentirse solo. Pronto se dio a escuchar anheloso y cesó de entretenerse con las preciosas cosas que lo rodeaban. Se incomodó, luego se sintió desazonado e inquieto. Si apareciera alguien y lo sorprendiera con las ropas del príncipe, sin que éste se hallara presenté para dar explicaciones, ¿no lo ahorcarían primero, para averiguar después lo ocurrido? Había oído decir que los grandes eran muy estrictos con las cosas pequeñas. Sus temores fueron creciendo más y más; al fin abrió temblando la puerta de la antecámara, resuelto a huir en busca del príncipe, y, con él, de protección y libertad. Seis magníficos caballeros de servicio y dos jóvenes pajes de elevada condición, vestidos como mariposas, se pusieron en pie al punto y le hicieran grandes reverencias. El niño retrocedió velozmente y cerró la puerta diciéndose: ...

En la línea 251
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Oh! Debe ser el príncipe. ¿Habrá alguien en el reino capaz de sostener que puede haber dos personas, no siendo de la misma sangre y nacimiento, tan extraordinariamente iguales? Y aunque así fuera, milagro más extraño sería aún que la casualidad pusiera a una de ellas en lugar de la otra. No. Es locura, locura, locura. ...

En la línea 504
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Y así que eres un imbécii, un necio incapaz! ¡Maldita sea toda tu casta! Pero acaso no haya en ello nada majo. Quizá no se proponen hacerle daño. Voy en su busca. Prepara la mesa. ¡Espérate! Las ropas de la cama estaban puestas como si taparan a alguien. ¿Ha sido casualidad? ...

En la línea 665
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¿Vio alguien cómo le daba el veneno? ¿Se ha encontrado el veneno? ...

En la línea 952
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues verá usted; fue cuando la epidemia aquella, ya sabe usted. Todo el mundo estaba alarmadísimo, a mí no me dejaron ustedes salir de casa en una porción de días y hasta tomaba el agua hervida. Todos huían los unos de los otros, y si se veía a alguien de luto reciente era como si estuviese apestado. Pues bien; a los cinco o seis días de haber enviudado el pobre don Emeterio tuvo que salir de casa, de luto por supuesto, y se encontró de manos a boca con ese bárbaro de Martín. Este, al verle de luto, se mantuvo a cierta prudente distancia de él, como temiendo el contagio, y le dijo: «Pero, hombre, ¿qué es eso?, ¿alguna desgracia en tu casa?» «Sí –le contestó el pobre don Emeterio–, acabo de perder a mi pobre mujer. ...

En la línea 1432
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Eso pasa mucho; el mote mismo que damos a alguien nos suena muy de otro modo cuando se lo oíamos a otro. ...

En la línea 1813
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿De veras, ha estado aquí alguien conmigo? ...

En la línea 1892
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo, que le había salido al encuentro, para consolarlo. Al ver a Orfeo sintió, ¡cosa extraña!, una gran alegría, lo tomó en brazos y le dijo: «¡Alégrate, Orfeo mío, alégrate!, ¡alegrémonos los dos! ¡Ya no te echan de casa; ya no te separan de mí; ya no nos separarán al uno del otro! Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien, o al revés. ¡Tú, tú eres fiel, Orfeo mío, tú eres fiel! Yo ya supongo que algunas veces buscarás tu perra, pero no por eso huyes de casa, no por eso me abandonas; tú eres fiel, tú. Y mira, para que no tengas nunca que marcharte, traeré una perra a casa, sí, te la traeré. Porque ahora, ¿es que has salido a mi encuentro para consolar la pena que debía tener, o es que me encuentras al volver de una visita a tu perra? De todos modos, tú eres fiel, tú, y ya nadie te echará de mi casa, nadie nos separará.» ...

En la línea 1373
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Ves a alguien por ahí? —preguntó Sandokán. ...

En la línea 2067
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A las nueve y cuarto emergió nuevamente el Nautilus. Impaciente por franquear el túnel del capitán Nemo, no podía yo estarme quieto y subí a la plataforma a respirar el aire fresco de la noche. En la oscuridad vi una pálida luz que brillaba, atenuada por la bruma, a una milla de distancia. -Un faro flotante -dijo alguien cerca de mí. ...

En la línea 2400
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero eran las ocho de la mañana cuando, al día siguiente, volví al salón. La consulta al manómetro me indicó que el Nautilus flotaba en la superficie. Oí además el paso de alguien sobre la plataforma. Sin embargo, ni el más mínimo balanceo denunciaba la ondulación del agua de la superficie. ...

En la línea 37
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mañana por la mañana, temprano, me traerás esa lima y víveres. Me lo entregarás todo a mí, junto a la vieja Batería que se ve allá. Harás eso y no te atreverás a decir una palabra ni a hacer la menor señal que dé a entender que has visto a una persona como yo o parecida a mí; si lo haces así, te permitiré seguir viviendo. Si no haces lo que te mando o hablas con alguien de lo que ha ocurrido aquí, por poco que sea, te aseguro que te arrancaré el corazón y el hígado, los asaré y me los comeré. He de advertirte que no estoy solo, como tal vez te has figurado. Hay un joven oculto conmigo, en comparación con el cual yo soy un ángel. Este joven está oyendo ahora lo que te digo, y tiene un modo secreto y peculiar de apoderarse de los muchachos y de arrancarles el corazón y el hígado. Es en vano que un muchacho trate de esconderse o de rehuir a ese joven. Por mucho que cierre su puerta y se meta en la cama o se tape la cabeza, creyéndose que está seguro y cómodo, el joven en cuestión se introduce suavemente en la casa, se acerca a él y lo destroza en un abrir y cerrar de ojos. En estos momentos, y con grandes dificultades, estoy conteniendo a ese joven para que no te haga daño. Créeme que me cuesta mucho evitar que te destroce. Y ahora, ¿qué dices? ...

En la línea 90
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La conciencia es una cosa espantosa cuando acusa a un hombre; pero cuando se trata de un muchacho y, además de la pesadumbre secreta de la culpa, hay otro peso secreto a lo largo de la pernera del pantalón, es, según puedo atestiguar, un gran castigo. El conocimiento pecaminoso de que iba a robar a la señora Joe - desde luego, jamás pensé en que iba a robar a Joe, porque nunca creía que le perteneciese nada de lo que había en la casa -, unido a la necesidad de sostener con una mano el pan con manteca mientras estaba sentado o cuando me mandaban que fuera a uno a otro lado de la cocina a ejecutar una pequeña orden, me quitaba la tranquilidad. Luego, cuando los vientos del marjal hicieron resplandecer el fuego, creí oír fuera de la casa la voz del hombre con el hierro en la pierna que me hiciera jurar el secreto, declarando que no podía ni quería morirse de hambre hasta la mañana, sino que deseaba comer en seguida. También pensaba, a veces, que aquel joven a quien con tanta dificultad contuvo su compañero para que no se arrojara contra mí, tal vez cedería a una impaciencia de su propia constitución o se equivocaría de hora, creyéndose ya con derecho a mi corazón y a mi hígado aquella misma noche, en vez de esperar a la mañana siguiente. Y si alguna vez el terror ha hecho erizar a alguien el cabello, esta persona debía de ser yo aquella noche. Pero tal vez nunca se erizó el cabello de nadie. ...

En la línea 146
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Muchas veces había contemplado mientras comía a un gran perro que teníamos, y ahora observaba la mayor semejanza entre el modo de comer del animal y el de aquel hombre. Éste tomaba grandes y repentinos bocados, exactamente del mismo modo que el perro. Se tragaba cada bocado demasiado pronto y demasiado aprisa; y luego miraba de lado, como si temiese que de cualquier dirección pudiera llegar alguien para disputarle lo que estaba comiendo. Estaba demasiado asustado para saborear tranquilamente el pastel, y creí que si alguien se presentase a disputarle la comida, sería capaz de acometerlo a mordiscos. En todo eso se portaba igual que el perro. ...

En la línea 146
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Muchas veces había contemplado mientras comía a un gran perro que teníamos, y ahora observaba la mayor semejanza entre el modo de comer del animal y el de aquel hombre. Éste tomaba grandes y repentinos bocados, exactamente del mismo modo que el perro. Se tragaba cada bocado demasiado pronto y demasiado aprisa; y luego miraba de lado, como si temiese que de cualquier dirección pudiera llegar alguien para disputarle lo que estaba comiendo. Estaba demasiado asustado para saborear tranquilamente el pastel, y creí que si alguien se presentase a disputarle la comida, sería capaz de acometerlo a mordiscos. En todo eso se portaba igual que el perro. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 273
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Levantó su fusta. Raskolnikof se arrojó sobre él con los puños cerrados, sin pensar en que su adversario podía deshacerse sin dificultad de dos hombres como él. Pero en este momento alguien le sujetó fuertemente por la espalda. Un agente de policía se interpuso entre los dos rivales. ...

En la línea 286
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Dejadme en paz! ¡Qué pelmas! ‑exclamó la muchacha, repitiendo el gesto de rechazar a alguien. ...

En la línea 423
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑De seis a siete. Los vendedores enviarán a alguien y usted resolverá. ...

En la línea 451
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Hace dos años la señorita Blanche estaba aquí, en Ruletenburg, en plena temporada. Yo me hallaba aquí también. En aquel tiempo, la señorita Blanche no se llamaba señorita de Cominges, ni tampoco la acompañaba entonces su madre de ahora, la señora viuda de Cominges. Al menos no se hablaba jamás de ella. Des Grieux tampoco estaba aquí. Estoy persuadido de que no son parientes, que no se han conocido hasta hace poco. Des Gricux es un marqués de nuevo cuño, se le ha concedido el título en fecha reciente; cierta circunstancia me permite afirmarlo. Incluso lo ha adoptado también recientemente. Conozco aquí a alguien que le ha conocido usando otro nombre. ...

En la línea 1217
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y entonces fue cuando me sucedió una aventura tan extraordinaria como absurda. Me dirigía a toda prisa a las habitaciones del general. Al hallarme cerca de ellas se abrió una puerta y alguien me llamó. Era la señora viuda de Cominges, la cual me llamaba por encargo de la señorita Blanche. Entré en la habitación de esta última. Estas damas ocupaban una habitación reducida, dividida en dos compartimientos. Oíanse las risas y las voces de la señorita Blanche en el dormitorio. Se estaba levantando de la cama. ...

En la línea 1361
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Bah! ¡De modo que espía usted a sus antiguos amigos!—repliqué—. Esto no le hace honor… , pero espere, que me da usted una idea. ¿No es usted quien me hizo salir de la cárcel de Ruletenburg, donde me hallaba encerrado a causa de una deuda de doscientos florines? Pagó por mí alguien que ocultó su nombre. ...

En la línea 579
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No tenía a quién recurrir. Apenas sabía leer, pero no sabía escribir; en su niñez sólo había aprendido a firmar con su nombre. ¿A quién dirigirse? Había cometido una falta, pero el fondo de su naturaleza era todo pudor y virtud. Comprendió que se hallaba al borde de caer en el abatimiento y resbalar hasta el abismo. Necesitaba valor; lo tuvo, y se irguió de nuevo. Decidió volver a M., su pueblo natal. Acaso allí la conocería alguien y le daría trabajo. Pero debía ocultar su falta. Entonces entrevió confusamente la necesidad de una separación más dolorosa aún que la primera. Se le rompió el corazón, pero se resolvió. Vendió todo lo que tenía, pagó sus pequeñas deudas, y le quedaron unos ochenta francos. A los veintidós años, y en una hermosa mañana de primavera, dejó París llevando a su hija en brazos. Aquella mujer no tenía en el mundo más que a esa niña, y esa niña no tenía en el mundo más que a aquella mujer. ...

En la línea 657
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Como se sorprendiera alguien por esto, le respondió: 'Los dos primeros funcionarios del Estado son la nodriza y el maestro de escuela'. Fundó a sus expensas una sala de asilo, cosa hasta entonces desconocida en Francia, y un fondo de subsidio para los trabajadores viejos e impedidos. ...

En la línea 717
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Es imposible aguardar un cuarto de hora -dijo Magdalena a los aldeanos que miraban-. Todavía hay espacio debajo del carro para que se meta allí un hombre y la levante con su espalda. Es sólo medio minuto y alcanza a salir ese pobre. ¿Hay alguien que tenga hombros fuertes y corazón? Ofrezco cinco luises de oro. ...

En la línea 909
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Mandaré a alguien a buscarla -decidió Magdalena-, y si es preciso iré yo mismo. ...

En la línea 566
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Qué le importa a usted eso, Lucía? -exclamó él, llamándola segunda vez por su nombre-. ¿Es usted acaso el Padre Urtazu? ¿Soy yo alguien que a usted le interese o le importe? ¿Le han de pedir a usted cuenta de mi alma en algún tribunal? ¡Niña!, eso a usted no le va ni le viene. ...

En la línea 788
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La presencia de las Amézagas, como les llamaba Perico, determinaba siempre en Pilar una especie de fiebrecilla que la dejaba postrada después para dos horas. Al divisarlas a lo lejos, se componía instintivamente el pelo, sacaba el pie calzado con zapatito Luis XV de tafilete, y paseaba su mano nerviosa por los morenos encajes de su pañoleta, haciendo destacar la flechilla de turquesas que la prendía. Trababan conversación, y las de Amézaga hablaban como con pereza y desdén, mirando al cielo o a los transeúntes, e hiriendo la arena con el cuento de las sombrillas. Respuestas cortas e indolentes «hija, qué quieres»; y «estuvo magnífico», «gente, como nunca»; «pues ya se ve que estaba la sueca»; «raso crema y granadina heliotropo combinados»; «como siempre, dedicadísimo a ella»; «sí, sí, calor»; «vaya, me alegro que lo pases bien, hija»; contestaban a las afanosas preguntas de Pilar. Luego se alejaban las cubanas, con carcajadillas discretas, con medias palabras, taconeando firme y moviendo un ruge-ruge de telas frescas y de ropa fina. Un cuarto de hora lo menos quedaba Pilar murmurando de las petimetras y de alguien más también. ...

En la línea 801
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Los paseantes comenzaban a retirarse, y el leve crujido de la arena revelaba sus pasos lejanos. Pero ambas amigas acostumbraban, como suele decirse, llevarse las llaves del parque, porque justamente a la puesta del sol era cuando Lucía lo encontraba más hermoso, en aquella melancólica estación otoñal. Bajos ya y moribundos los rayos solares, caían casi horizontalmente sobre los pradillos de hierba, inflamándolos en tonos ardientes como de oro en fusión. Los obscuros conos del alerce cortaban este océano de luz, en el cual se prolongaban sus sombras. Deshojábanse los plátanos y castaños de Indias, y de cuando en cuando caía, con golpe seco y mate, algún erizo, que, abriéndose, dejaba rodar la reluciente castaña. En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo. Profundo estremecimiento, precursor del invierno, atravesaba por la Naturaleza toda, y dijérase que antes de morir, quería vestirse sus más ricas galas: así la viña virgen tenía tan espléndido traje de púrpura, y el álamo blanco elevaba con tal coquetería el penacho de cándidos airones de su copa; así la coralina se adornaba con innumerables sartas y zarcillos de sangriento coral, y las cinias recorrían toda la escala de los colores vivos con sus festoneadas enaguas. El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer. El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión. Hojas había muy diferentes entre sí: unas, obscuras, en descomposición, vueltas ya casi mantillo: otras secas, quebradizas, encogidas; otras amarillas, o aun algo verdosas, húmedas todavía, con los jugos del tronco que las sustentara. Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras. ...

En la línea 1072
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Toda la retórica piadosa de Lucía se estrellaba ante la invencible y benéfica ilusión de la hora postrera. Acudió a Miranda y Perico demandando ayuda, y ambos se encogieron de hombros, declarándose de todo punto inexpertos y poco a propósito para asuntos tales. Justamente el día en que se le puso en la cabeza hablarles del asunto, tenían ellos concertada una cena con Zulma y compañeras no mártires en el más calentito y retirado gabinete de Brébant. ¡Brava sazón de pensar en semejantes cosas! No obstante, alguien hubo que sacó a Lucía del atolladero; y fue ni más ni menos que Sardiola, que conocía a un jesuita paisano suyo, el Padre Arrigoitia, y lo trajo en un santiamén. Era el Padre Arrigoitia alto como una caña, encorvado por la cintura, dulce como el jarabe y tan pegadizo e insinuante como brusco y desamorado su conterráneo el Padre Urtazu. Entró pretextando una visita de la tía de Pilar, volvió manifestando mucho interés por la salud corporal de la enferma, trajo tierra de la santa gruta de Manresa y pastillas pectorales de Belmet, todo junto y envuelto en muchos papelitos, y en suma, se dio tal maña y arte, que a la semana de conocerle y tratarle, Pilar espontáneamente pidió lo que tanto deseaban darle el jesuita y la enfermera. Al salir el Padre Arrigoitia del cuarto de la que bien podemos llamar moribunda, después de haber pronunciado las palabras de la absolución, sintió detrás de la puerta el ulular de un congojado pecho, y oyó una voz que decía: ...

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