Cual es errónea Abiertos o Abierrtos?
La palabra correcta es Abiertos. Sin Embargo Abierrtos se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra abierrtos es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra abiertos
Más información sobre la palabra Abiertos en internet
Abiertos en la RAE.
Abiertos en Word Reference.
Abiertos en la wikipedia.
Sinonimos de Abiertos.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Abiertos
Cómo se escribe abiertos o habiertos?
Cómo se escribe abiertos o abierrtos?
Cómo se escribe abiertos o abiertoz?
Cómo se escribe abiertos o aviertos?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece abiertos
La palabra abiertos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 197
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la cumbre de este revoltijo veíanse tres niños abrazados, que contemplaban los campos con ojos muy abiertos, como exploradores que visitan un país por primera vez. ...
En la línea 952
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... -¡Bona nit! Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen. ...
En la línea 1407
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y cuando unos tíos repugnantes llegaron en un carro para llevarse su caballo a la Caldera (lugar donde son incinerados los animales muertos para aprovechar los huesos), donde convertirían su esqueleto en huesos de pulida brillantez y sus carnes en abono fecundizante, lloraban los chicos, gritando desde la puerta un adiós interminable al pobre Morrut, que se alejaba con las patas rígidas y la cabeza balanceante, mientras la madre, como si tuviese un horrible presentimiento, se arrojaba con los brazos abiertos sobre el enfermito. ...
En la línea 1577
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... » Y a los pocos pasos lo vió caído sobre sus ancas, enganchado aún al arado, pero intentando, en vano, levantarse, tendiendo su cuello, relinchando dolorosamente, mientras de su costado, junto a la pata delantera, manaba lentamente un líquido negruzco, del que se iban empapando los surcos recién abiertos. ...
En la línea 862
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra, al saber que Fermín no tenía ninguna ocupación inmediata, le invitó a acompañarle. Iba hacia los llanos de Caulina. Le gustaba más el camino de Marchamalo y estaba seguro de que su viejo camarada, el capataz, le recibiría con los brazos abiertos; pero no ignoraba los sentimientos de Dupont hacia él y quería evitarle un disgusto. ...
En la línea 1394
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al contacto de las manos de Luis, pareció despertar aquella carne sumida en el sopor de la embriaguez. Se revolvió el cuerpo adorable, brillaron sus ojos un momento, pugnando por mantenerse abiertos, y algo murmuró la boca ardorosa junto al oído del señorito. Éste creyó escuchar: --Rafaé... Rafaé... ...
En la línea 1719
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La sorpresa y el terror dieron a algunos un cándido heroísmo. Avanzaban gritando, con los brazos abiertos. ...
En la línea 2918
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aunque los dos esposos no se hubieran visto desde hacía más de ocho días, y aunque graves acontecimientos habían pasado entre ellos, se abordaron, pues, con cierta preocupación; sin embargo, el señor Bo nacieux manifestó una alegría real y avanzó haciasu mujer con los bra zos abiertos. ...
En la línea 4175
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En la sexta taberna, como hemos dicho, D'Artagnan se detuvo, pidió una botella de vino de primera calidad, se acodó en el ángulo más oscuro y se decidió a esperar el día de este modo; pero también esta vez su esperanza quedó frustrada, y aunque escuchaba con los oídos abiertos, no oyó, en medio de los juramentos, las burlas y las injurias que entre sí cam biaban los obreros, los lacayos y los carreteros que componían la ho norable sociedad de que formaba parte, nada que pudiera ponerle so bre las huellas de la pobre mujer raptada. ...
En la línea 6123
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Escucha, querida niña -le dijo D'Artagnan -, comprendes que esto debe terminar de una forma o de otra; Milady puede descubrir quele has entregado el primer billete a mi criado en lugar de entregár selo al criado del conde; que soy yo quien ha abierto los otros que tenían que haber sido abiertos por el señor de Wardes; entonces Milady te echa y ya la conoces, no es una mujer como para quedarse en esa venganza. ...
En la línea 1760
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Siempre que venga usted con esas tres cosas, se le recibirá con los brazos abiertos; si no, habrá usted de permitirnos prescindir de sus visitas, por mucho honor que nos dispense con ellas. ...
En la línea 4559
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El uno era tan alto como un gigante; tenía unos bigotes rojizos que le tapaban la boca; la cara era coloradota y parecía muy torpe y estúpido; debía de serlo, en efecto, porque cuando le hablé no pareció haberme entendido, y me contestó farfullando un _¡válgame Dios!_ tan extraño, que me le quedé mirando con los ojos y la boca abiertos. ...
En la línea 6520
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sus modales son abiertos y afables en extremo. ...
En la línea 6724
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En esas galerías, a cortas distancias, hay boquetes abiertos por la mano del hombre, donde está el cañón, sobre un limpio basamento de pedrezuelas de pedernal, ligeramente elevado, cada uno con su pirámide de balas a un lado, y al otro una caja donde se guardan los útiles que el artillero necesita para ejercer su oficio. ...
En la línea 912
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y, aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. ...
En la línea 2122
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces: -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes. ...
En la línea 2636
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo. ...
En la línea 2679
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. ...
En la línea 756
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Algunos pájaros habitan estos bosques tan sombríos. De vez en cuando se oye el grito quejumbroso de un papamoscas de moño blanco (Myiobius albiceps) que se oculta en la copa de los árboles más elevados; con menos frecuencia todavía se percibe el retumbante canto de un pico-negro que lleva una elegante cresta escarlata. Un pequeño reyezuelo (abadejo) de plumaje oscuro (Scytalopus Magellanicus) salta de acá para allá y se oculta en medio de la masa informe de los troncos caídos y podridos; pero el pájaro más común en el país es el Oxyurus Tupinieri. Se le encuentra en los bosques de hayas casi en la cúspide de las montañas y hasta en el fondo de los barrancos más sombríos e impenetrables. Este pajarillo parece más numeroso de lo que en realidad es, por su costumbre de seguir con curiosidad a quien penetra en estos bosques silenciosos; saltando de rama en rama a poca distancia del rostro del invasor deja escuchar un grito agudo. No busca, como el Certhia familiaris lugares solitarios; no salta a los árboles, como éste, sino que, como el reyezuelo del sauce, brinca de un lado a otro y busca los insectos en todas las ramas. En los sitios más abiertos se encuentran tres o cuatro especies de gorriones, un zorzal, un estornino (o Icterus), dos Opetiorhyncos, dos halcones y varios búhos. ...
En la línea 2447
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Parecen establos abiertos por un extremo: en el interior tienen un tabique con un orificio cuadrado, lo que constituye una pequeña habitación muy oscura ...
En la línea 2454
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... n duda han tenido los indígenas motivo para destruir esas selvas, puesto que los helechos que les proporcionaban buen alimento, no crecen sino en los lugares abiertos. casi completa falta de otras especies gramíneas, notable carácter de la vegetación de estas islas, puede explicarse tal vez por el hecho de que en lo antiguo se hallaban estos campos del todo cubiertos por las selvas. ...
En la línea 1009
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes: —¡No! —¿Tienes miedo? —¡Ca! —Somos marido y mujer —decía él. ...
En la línea 1380
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro. ...
En la línea 1575
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana, sentada lejos, casi hundida y perdida en una butaca grande de gutapercha, de grandes orejas, donde había ella soñado mucho despierta, soñaba también ahora con los ojos muy abiertos, inmóviles. ...
En la línea 1659
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... y con los ojos abiertos al milagro, vio un pájaro obscuro salir volando de un matorral y pasar sobre su frente. ...
En la línea 806
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Camino el gigante unas tres horas en pos del automóvil donde iba su traductor, rodando detrás de el los otros vehículos llenos de soldados. Al entrar en la selva se hundió en una arboleda que tenía siglos y sólo le llegaba a los hombros, pasando muy contadas veces sus ramas por encima de su cabeza. Los vehículos marchaban por caminos abiertos entre las filas de troncos, pero el gigante, al seguirlos, tropezaba con el ramaje en forma de bóveda, acompañando su avance con un continuo crujido de maderas tronchadas y lluvias de hojas. ...
En la línea 1367
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y no fue esto lo peor para ellos, pues el Hombre-Montaña se levantó a continuación, de un salto, y empezó a dar patadas en el suelo, persiguiendo a las figurillas negras, que huían aterradas en todas direcciones lanzando chillidos. Cada puntapié dado por el gigante levantaba nubes de arena, y en ellas se veía flotar siempre algún pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo mismo que las ranas, unas veces con la cabeza arriba, otras con la cabeza abajo. ...
En la línea 1596
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dobló su chaqueta sobre la popa y puso entre los pliegues a los dos pigmeos. Luego siguió remando, de pie y con la vista fija en la línea de escollos, para enfilar a tiempo los callejones de espuma hirviente abiertos en ella. ...
En la línea 1658
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los ojos de Gillespie, todavía mal abiertos, siguieron la longitud de uno de sus brazos, en busca de las manos, para encontrarlas al fin agarradas a una madera de color de manteca, pulida y brillante. Esta madera afectaba una forma que no era desconocida para Edwin. ...
En la línea 422
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los de Santa Cruz vivían en su casa propia de la calle de Pontejos, dando frente a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi, uno de los socios de la Compañía de Filipinas. Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con doce balcones a la calle y mucha comodidad interior. No lo cambiara Barbarita por ninguno de los modernos hoteles, donde todo se vuelve escaleras y están además abiertos a los cuatro vientos. Allí tenía número sobrado de habitaciones, todas en un solo andar desde el salón a la cocina. Ni trocara tampoco su barrio, aquel riñón de Madrid en que había nacido, por ninguno de los caseríos flamantes que gozan fama de más ventilados y alegres. Por más que dijeran, el barrio de Salamanca es campo… Tan apegada era la buena señora al terruño de su arrabal nativo, que para ella no vivía en Madrid quien no oyera por las mañanas el ruido cóncavo de las cubas de los aguadores en la fuente de Pontejos; quien no sintiera por mañana y tarde la batahola que arman los coches correos; quien no recibiera a todas horas el hálito tenderil de la calle de Postas, y no escuchara por Navidad los zambombazos y panderetazos de la plazuela de Santa Cruz; quien no oyera las campanadas del reloj de la Casa de Correos tan claras como si estuvieran dentro de la casa; quien no viera pasar a los cobradores del Banco cargados de dinero y a los carteros salir en procesión. Barbarita se había acostumbrado a los ruidos de la vecindad, cual si fueran amigos, y no podía vivir sin ellos. ...
En la línea 834
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por los ventanuchos abiertos salía, con el olor a fritangas y el ambiente chinchoso, murmullo de conversaciones dejosas, arrastrando toscamente las sílabas finales. Este modo de hablar de la tierra ha nacido en Madrid de una mixtura entre el deje andaluz, puesto de moda por los soldados, y el dejo aragonés, que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles. ...
En la línea 846
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ido extendía sobre el tablero los pliegos de papel abiertos. Una muchacha, que debía de ser Rosita, contaba los pliegos ya enlutados y formaba los cuadernillos. Nicanora pidió permiso a las señoras para seguir trabajando. Era una mujer más envejecida que vieja, y bien se conocía que nunca había sido hermosa. Debió de tener en otro tiempo buenas carnes, pero ya su cuerpo estaba lleno de pliegues y abolladuras como un zurrón vacío. Allí, valga la verdad, no se sabía lo que era pecho, ni lo que era barriga. La cara era hocicuda y desagradable. Si algo expresaba era un genio muy malo y un carácter de vinagre; pero en esto engañaba aquel rostro como otros muchos que hacen creer lo que no es. Era Nicanora una infeliz mujer, de más bondad que entendimiento, probada en las luchas de la vida, que había sido para ella una batalla sin victorias ni respiro alguno. Ya no se defendía más que con la paciencia, y de tanto mirarle la cara a la adversidad debía de provenirle aquel alargamiento de morros que la afeaba considerablemente. La Venus de Médicis tenía los párpados enfermos, rojos y siempre húmedos, privados de pestañas, por lo cual decían de ella que con un ojo lloraba a su padre y con otro a su madre. ...
En la línea 3326
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¡Pobrecilla! Es una santa. Llegó entonces D. Baldomero, anunciándose antes de entrar con estas alegres voces: «¿En dónde está ese anti-patriota?». Cuando apareció en la puerta, con los brazos abiertos, fue Moreno a dejarse estrechar en ellos. ...
En la línea 1400
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Quisiera dormir con los dos ojos abiertos, hermano. ...
En la línea 2252
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Observé que los restos de naufragios en los fondos mediterráneos iban siendo más numerosos a medida que el Nautilus se acercaba al estrecho de Gibraltar. Las costas de África y de Europa van estrechándose y las colisiones en tan estrecho espacio son más frecuentes. Vi numerosas carenas de hierro, ruinas fantásticas de barcos de vapor, en pie unos y tumbados otros, semejantes a formidables animales. Uno de ellos, con los flancos abiertos, su timón separado del codaste y retenido aún por una cadena de hierro, con la popa corroída por las sales marinas, me produjo una impresión terrible. ¡Cuántas existencias rotas, cuántas víctimas había debido provocar su naufragio! ¿Habría sobrevivido algún marinero para contar el terrible desastre? No sé por qué me vino la idea de que ese barco pudiera ser el Atlas, desaparecido desde hacía veinte años sin que nadie haya podido oír la menor explicación. ¡Qué siniestra historia la que podría hacerse con estos fondos mediterráneos, con este vasto osario en el que se han perdido tantas riquezas y en el que tantas víctimas han hallado la muerte! ...
En la línea 2476
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante los diecinueve días antes citados ningún incidente particular marcó nuestro viaje. Veía poco al capitán. Nemo trabajaba. En la biblioteca hallaba a menudo los libros dejados por él abiertos; eran sobre todo libros de Historia Natural. Mi obra sobre los fondos marinos, hojeada por él, estaba cubierta de notas en los márgenes, que contradecían, a veces, mis teorías y sistemas. Pero el capitán se limitaba a anotar así mi trabajo, y era raro que discutiera de ello conmigo. A veces oía los sonidos melancólicos de su órgano que él tocaba con mucho sentimiento, pero solamente de noche, en medio de la más secreta oscuridad, cuando el Nautilus dormía en los desiertos del océano. ...
En la línea 2836
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El termómetro marcaba doce grados bajo cero y el viento mordía agudamente la piel. Se multiplicaban los témpanos en el agua libre. El mar tendía a congelarse por todas partes. Las numerosas placas negruzcas esparcidas por su superficie anunciaban la próxima formación del hielo. Evidentemente, el mar austral, helado durante los seis meses del invierno, era absolutamente inaccesible. ¿Qué hacían las ballenas durante este período? Sin duda debían ir por debajo del banco de hielo en busca de aguas más practicables. Las focas y las morsas, acostumbradas a vivir en los más duros climas, permanecían en aquellos helados parajes. Estos animales tienen el instinto de cavar agujeros en los ice fields, que mantienen siempre abiertos y que les sirven para respirar. Cuando los pájaros, expulsados por el frío, emigran hacia el Norte, estos mamíferos marinos quedan como los único dueños del continente polar. ...
En la línea 2999
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Olvidando nuestros sufrimientos, esperábamos, escuchábamos, abiertos aún a la esperanza de la última baza a la que jugábamos nuestra salvación. ...
En la línea 242
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La aparición de un grupo de soldados que golpeaban el umbral de la puerta de la casa con las culatas de sus armas de fuego fue bastante para que los invitados se levantaran de la mesa en la mayor confusión y para que la señora Joe, que regresaba a la cocina con las manos vacías, muy extrañada, se quedara con los ojos extraordinariamente abiertos al exclamar: ...
En la línea 2021
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En vano trataría de describir el asombro y la alarma de Herbert cuando, una vez sentados los tres ante el fuego, le referí toda la historia. Baste decir que vi mis propios sentimientos reflejados en el rostro de Herbert y, entre ellos, de un modo principal, mi repugnancia hacia el hombre que tanto había hecho por mí. Habría bastado para establecer una división entre aquel hombre y nosotros, si ya no hubiesen existido otras causas que nos alejaban bastante, el triunfo que expresó al tratarse de mi historia. Y a excepción de su molesta convicción de haberse enternecido en una ocasión, desde su llegada, acerca de lo cual empezó a 162 hablar a Herbert en cuanto hube terminado mi revelación, no tuvo la menor sospecha de la posibilidad de que yo no estuviese satisfecho con mi buena fortuna. Su envanecimiento de que había hecho de mí un caballero y de que había venido a verme representar tal papel, utilizando sus amplios recursos, fue expresado no tan sólo con respecto a mí, sino también para mí mismo. Y no hay duda de que llegó a la conclusión de que tal envanecimiento era igualmente agradable para él y para mí y de que ambos debíamos estar orgullosos de ello. - Aunque, fíjese, amigo de Pip - dijo a Herbert después de hablar por algún tiempo: - sé muy bien que, a mi llegada, por espacio de medio minuto me enternecí. Se lo dije así mismo a Pip. Pero no se inquiete usted por eso. No en vano he hecho de Pip un caballero, como él hará un caballero de usted, para que yo no sepa lo que debo a ustedes dos. Querido Pip y amigo de Pip, pueden ustedes estar seguros de que en adelante me callaré acerca del particular. Me he callado después de aquel minuto en que, sin querer, me enternecí; callado estoy ahora, y callado seguiré en adelante. - Ciertamente - dijo Herbert, aunque en su acento no se advertía que tales palabras le hubiesen consolado lo más mínimo, pues se quedó perplejo y deprimido. Ambos deseábamos con toda el alma que nuestro huésped se marchara a su vivienda y nos dejara solos; pero él, sin duda alguna, tenía celos de dejarnos juntos y se quedó hasta muy tarde. Eran las doce de la noche cuando le llevé a la calle de Essex y le dejé en seguridad ante la oscura puerta de su habitación. Cuando se cerró tras él, experimenté el primer momento de alivio que había conocido desde la primera noche de su llegada. Como no estaba por completo tranquilo, pues recordaba con cierto temor al hombre a quien sorprendí en la escalera, observé alrededor de nosotros cuando salí ya anochecido, con mi huésped, y también al regresar a mi casa iba vigilando en torno de mí. Es muy difícil, en una gran ciudad, el evitar el recelo de que todos nos observan cuando la mente conoce el peligro de que ocurra tal cosa, y por eso no podía persuadirme de que las personas que pasaban por mi lado no tenían el menor interés en mis movimientos. Los pocos que pasaban seguían sus respectivos caminos, y la calle estaba desierta cuando regresé al Temple. Nadie había salido con nosotros por la puerta y nadie entró por ella conmigo. Al cruzar junto a la fuente vi las ventanas iluminadas y tranquilas de las habitaciones de Provis, y cuando me quedé unos momentos ante la puerta de la casa en que vivía, antes de subir la escalera, Garden Court estaba tan apacible y desierto como la misma escalera al subir por ella. Herbert me recibió con los brazos abiertos, y nunca como entonces me pareció cosa tan confortadora el tener un verdadero amigo. Después de dirigirme algunas palabras de simpatía y de aliento, ambos nos sentamos para discutir el asunto. ¿Qué debía hacerse? La silla que había ocupado Provis seguía en el mismo lugar, porque tenía un modo especial, propio de su costumbre de habitar en una barraca, de permanecer inquieto en un sitio y dedicándose sucesivamente a manipular con su pipa y su tabaco malo, su cuchillo y su baraja y otros chismes semejantes. Digo, pues, que su silla seguía en el mismo sitio que él había ocupado. Herbert, sin darse cuenta, la tomó, pero, al notarlo, la empujó a un lado y tomó otra. Después de eso no tuvo necesidad de decir que había cobrado aversión hacia mi protector, ni yo tampoco la tuve de confesar la que sentía, de manera que nos hicimos esta mutua confidencia sin necesidad de cambiar una sola palabra. - ¿Qué te parece que se puede hacer? - pregunté a Herbert después que se hubo sentado. - Mi pobre amigo Haendel - replicó, apoyando la cabeza en sus manos, - estoy demasiado anonadado para poder pensar. - Lo mismo me ocurrió a mí, Herbert, en los primeros momentos de su llegada. No obstante, hay que hacer algo. Ese hombre se propone realizar varios gastos importantes… , comprar caballos, coches y toda suerte de cosas ostentosas. Es preciso buscar la manera de impedírselo. - ¿Quieres decirme con eso que no puedes aceptar… ? - ¿Cómo podría? - le interrumpí aprovechando la pausa de Herbert-. ¡Piensa en él! ¡Fíjate en él! Un temblor involuntario pasó par nosotros. -Además, temo, Herbert, que ese hombre siente un fuerte e intenso afecto para mí. ¿Se ha visto alguna vez cosa igual? - ¡Pobre Haendel! - repitió Herbert. - Por otra parte – proseguí, - aunque me niegue a recibir nada más de él, piensa en lo que ya le debo. Independientemente de todo eso, recuerda que he contraído muchas deudas, demasiadas para mí; que ya no puedo tener esperanzas de ninguna clase. Además, he sido educado sin propósito de tomar ninguna profesión, y para esta razón no sirvo para nada. - Bueno, bueno - exclamó Herbert. - No digas que no sirves para nada. 163 - ¿Para qué? Tan sólo hay una cosa para la que tal vez podría ser útil, y es alistarme como soldado. Ya lo habría hecho, mi querido Herbert, de no haber deseado tomar antes el consejo que puedo esperar de tu amistad y de tu afecto. Al pronunciar estas palabras, la emoción me impidió continuar, pero Herbert, a excepción de que me tomó con fuerza la mano, fingió no haberlo advertido. - De cualquier modo que sea, mi querido Haendel - dijo luego, - la profesión de soldado no te conviene. Si fueras a renunciar a su protección y a sus favores, supongo que lo harías con la débil esperanza de poder pagarle un día lo que ya has recibido. Y si te fueras soldado, tal probabilidad no podría ser muy segura. Además, es absurdo. Estarías mucho mejor en casa de Clarriker, a pesar de ser pequeña. Ya sabes que tengo esperanzas de llegar a ser socio de la casa. ¡Pobre muchacho! Poco sospechaba gracias a qué dinero. - Pero hay que tener en cuenta otra cosa - continuó Herbert. - Ese hombre es ignorante, aunque tiene un propósito decidido, hijo de una idea fija durante mucho tiempo. Además, me parece (y tal vez me equivoque con respecto a él) que es hombre de carácter feroz en sus decisiones. - Así es. Me consta - le contesté -. Voy a darte ahora pruebas de eso. Y le dije lo que no había mencionado siquiera en mi narración, es decir, su encuentro con el otro presidiario. - Pues fíjate en eso - observó Herbert. - Él viene aquí con peligro de su vida, para realizar su idea fija. Si cuando ya se dispone a ejecutarla, después de sus trabajos, sus penalidades y su larga espera, se lo impides de un modo u otro, destruyes sus ilusiones y haces que toda su fortuna no tenga ya para él ningún valor. ¿No te das cuenta de lo que podría hacer, en su desencanto? - Lo he visto, Herbert, y he soñado con eso desde la noche fatal de su llegada. Nada se me ha representado con mayor claridad que el hecho de ponerle en peligro de ser preso. - Entonces, no tengas duda alguna - me contestó Herbert - de que habría gran peligro de que se dejara coger. Ésta es la razón de que ese hombre tenga poder sobre ti mientras permanezca en Inglaterra, y no hay duda de que apelaría a ese último extremo en caso de que tú le abandonaras. Me horrorizaba tanto aquella idea, que desde el primer momento me atormentó, y mis reflexiones acerca del particular llegaron a producirme la impresión de que yo podría convertirme, en cierto modo, en su asesino. Por eso no pude permanecer sentado y, levantándome, empecé a pasear par la estancia. Mientras tanto, dije a Herbert que, aun en el caso de que Provis fuese reconocido y preso, a pesar de sí mismo, yo no podría menos de considerarme, aunque inocente, como el autor de su muerte. Y así era, en efecto, pues aun cuando me consideraba desgraciado teniéndole cerca de mí y habría preferido pasar toda mi vida trabajando en la fragua con Joe, aun así, no era eso lo peor, sino lo que podía ocurrir todavía. Era inútil pretender despreocuparnos del asunto, y por eso seguíamos preguntándonos qué debía hacerse. - Lo primero y principal - dijo Herbert - es sacarlo de Inglaterra. Tendrás que marcharte con él, y así no se resistirá. - Pero aunque lo lleve a otro país, ¿podré impedir que regrese? - Mi querido Haendel, es inútil decirte que Newgate está en la calle próxima y que, por consiguiente, resulta aquí más peligroso que en otra parte cualquiera el darle a entender tus intenciones y causarle un disgusto que lo lleve a la desesperación. Tal vez se podría encontrar una excusa hablándole del otro presidiario, o de un hecho cualquiera de su vida, a fin de inducirle a marchar. Pero lo bueno del caso - exclamé deteniéndome ante Herbert y tendiéndole las manos abiertas, como para expresar mejor lo desesperado del asunto - es que no sé nada absolutamente de su vida. A punto estuve de volverme loco una noche en que permanecí sentado aquí ante él, viéndole tan ligado a mí en sus desgracias y en su buena fortuna y, sin embargo, tan desconocido para mí, a excepción de su aspecto y situación míseros de los días de mi niñez en que me aterrorizó. Herbert se levantó, pasó su brazo por el mío y los dos echamos a andar de un lado a otro de la estancia, fijándonos en los dibujos de la alfombra. - Haendel - dijo Herbert, deteniéndose. - ¿estás convencido de que no puedes aceptar más beneficios de él? - Por completo. Seguramente tú harías lo mismo, de encontrarte en mi lugar. - ¿Y estás convencido de que debes separarte por completo de él? - ¿Eso me preguntas? - Por otra parte, comprendo que tengas, como tienes, esta consideración por la vida que él ha arriesgado por tu causa y que estés decidido a salvarle, si es posible. En tal caso, no tienes más remedio que sacarlo de 164 Inglaterra antes de poner en obra tus deseos personales. Una vez logrado eso, líbrate de él, en nombre de Dios; los dos juntos ya encontraremos los medios, querido amigo. Fue para mí un consuelo estrechar las manos de Herbert después que hubo dicho estas palabras, y, hecho esto, reanudamos nuestro paseo por la estancia. - Ahora, Herbert – dije, - conviene que nos enteremos de su historia. No hay más que un medio de lograrlo, y es el de preguntársela directamente. - Sí, pregúntale acerca de eso - dijo Herbert - cuando nos sentemos a tomar el desayuno. Efectivamente, el día anterior, al despedirse de Herbert, había anunciado que vendría a tomar el desayuno con nosotros. Decididos a poner en obra este proyecto,fuimos a acostarnos. Yo tuve los sueños más horrorosos acerca de él, y me levanté sin haber descansado; me desperté para recobrar el miedo, que perdiera al dormirme, de que le descubriesen y se averiguara que era un deportado de por vida que había regresado a Inglaterra. Una vez despierto, no perdía este miedo ni un instante. Llegó a la hora oportuna, sacó el cuchillo de la faltriquera y se sentó para comer. Tenía muchos planes con referencia a su caballero, y me recomendó que, sin contar, empezara a gastar de la cartera que había dejado en mi poder. Consideraba nuestras habitaciones y su propio alojamiento como residencia temporal, y me aconsejó que buscara algún lugar elegante y apropiado cerca de Hyde Park, en donde pudiera tener una cama improvisada siempre que hiciera falta. Cuando hubo terminado su desayuno y mientras se limpiaba el cuchillo en la pierna, sin ponerle en guardia con una sola palabra, le dije repentinamente: - Después que se hubo usted marchado anoche, referí a mi amigo la lucha que había usted empeñado en una zanja cuando llegaron los soldados seguidos por los demás. ¿Se acuerda? - ¿Que si me acuerdo? - replicó -. ¡Ya lo creo! - Quisiéramos saber algo acerca de aquel hombre… y acerca de usted mismo. Es raro que yo no sepa de él ni de usted más de lo que pude referir anoche. ¿No le parece buena ocasión para contarnos algo? - Bueno - dijo después de reflexionar -. ¿Se acuerda usted de su juramento, compañero de Pip? - Claro está - replicó Herbert. - Ese juramento se refiere a cuanto yo diga, sin excepción alguna. - Así lo entiendo también. - Pues bien, fíjense ustedes. Cualquier cosa que yo haya hecho, ya está pagada - insistió. - Perfectamente. Sacó su negra pipa y se disponía a llenarla de su mal tabaco, pero al mirar el que tenía en la mano después de sacarlo de su bolsillo, tal vez le pareció que podría hacerle perder el hilo de su discurso. Se lo guardó otra vez, se metió la pipa en un ojal de su chaqueta, apoyó las manos en las rodillas y, después de dirigir al fuego una mirada preñada de cólera, se quedó silencioso unos momentos, miró alrededor y dijo lo que sigue. ...
En la línea 529
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Temiendo que la vieja, atemorizada ante la idea de verse a solas con un hombre cuyo aspecto no tenía nada de tranquilizador, intentara cerrar la puerta, Raskolnikof lo impidió mediante un fuerte tirón. La usurera quedó paralizada, pero no soltó el pestillo aunque poco faltó para que cayera de bruces. Después, viendo que la vieja permanecía obstinadamente en el umbral, para no dejarle el paso libre, él se fue derecho a ella. Alena Ivanovna, aterrada, dio un salto atrás e intentó decir algo. Pero no pudo pronunciar una sola palabra y se quedó mirando al joven con los ojos muy abiertos. ...
En la línea 554
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía. ...
En la línea 1030
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Pero de dónde sacará las frambuesas? ‑preguntó Nastasia, que mantenía un platillo sobre la palma de su mano, con todos los dedos abiertos, y vertía el té en su boca, gota a gota haciéndolo pasar por un terrón de azúcar que sujetaba con los labios. ...
En la línea 1187
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Había escuchado mis últimas palabras con los ojos muy abiertos. De pronto se pone blanco como la cal, coge su gorro, se levanta… Yo intento detenerle. ...
En la línea 310
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Lo acometían impulsos irresistibles. Estaba tumbado en el campamento, dormitando perezosamente al sol, cuando de pronto erguía la cabeza y levantaba las orejas escuchando con atención, y, tras ponerse de pie de un brinco, se alejaba velozmente y corría durante horas por las veredas del bosque y a través de los espacios abiertos llenos de matorrales. Le encantaba correr por los cauces secos y espiar agazapado la vida de las aves en el bosque. Permanecía un día entero tumbado en el monte bajo observando a las perdices que se pavoneaban de un lado a otro agitando las alas. Pero lo que le gustaba especialmente era correr bajo el suave resplandor de las noches de verano, escuchar los atenuados y somnolientos murmullos del bosque, interpretar los indicios del mismo modo que una persona lee un libro, e indagar el origen de aquel soplo misterioso que, dormido o despierto, lo llamaba a todas horas. ...
En la línea 348
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El mozo se acercó, servilleta al hombro; tenía una cara tostada, amilitarada, que reñía con los escarpines de charol y el pelo atusado con bandolina, librea que el público impone a sus servidores en tales lugares. Hacíale aún más marcial ancha cicatriz, que naciendo en la guía izquierda del bigote, iba a perderse en el cuello. Miraba el mozo fijamente a Artegui, con ojos muy abiertos; hasta que dando un grito, o más bien una especie de alegre latido perruno, exclamó: ...
En la línea 1188
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A no estar Lucía vuelta de espaldas a la luz, Artegui pudiera haber visto el júbilo que se difundía por su rostro, y sus ojos que un segundo se alzaron al cielo dando gracias. Los brazos de Artegui, abiertos esperaban, Lucía se inclinó, y más rápida que las golondrinas, cuando al cruzar los mares rozan el agua, apoyó un instante la cabeza en los hombros de Artegui. ...

El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de r
Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r
Palabras parecidas a abiertos
La palabra desgracia
La palabra hambre
La palabra cama
La palabra entera
La palabra arriba
La palabra formando
La palabra pueblo
Webs amigas:
VPO en Bilbao . Ciclos Fp de Automoción en Málaga . VPO en Islas Baleares . - Hotel en Merida