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La palabra torres
Cómo se escribe

la palabra torres

La palabra Torres ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece torres.

Estadisticas de la palabra torres

Torres es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2140 según la RAE.

Torres tienen una frecuencia media de 45.14 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la torres en 150 obras del castellano contandose 6862 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Torres

Cómo se escribe torres o tores?
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Cómo se escribe torres o torrez?

Más información sobre la palabra Torres en internet

Torres en la RAE.
Torres en Word Reference.
Torres en la wikipedia.
Sinonimos de Torres.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece torres

La palabra torres puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 93
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado; las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí; las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego. ...

En la línea 1412
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al extremo del puente, en una planicie entre dos jardines, frente a las ochavadas torres que asomaban sobre la arboleda sus arcadas ojivales, sus barbacanas y la corona de sus almenas, se detuvo Batiste, pasándose las manos por el rostro. ...

En la línea 46
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro, pasando por los tortuosos senderos que formaban las filas de toneles, llegó a la bodega de los _Gigantes_, el gran depósito de la casa; el almacén inmenso de los caldos antes de adquirir éstos forma y nombre, el Limbo de los vinos, donde se agitaban sus espíritus en la vaguedad de lo indeterminado. Hasta la alta techumbre llegaban los conos pintados de rojo con aros negros; torreones de madera semejantes a las antiguas torres de asedio; gigantes que daban su nombre al departamento y contenían cada uno en sus entrañas más de setenta mil litros. Bombas movidas a vapor trasegaban los líquidos, mezclándolos. Las mangas de goma iban de uno a otro gigante como tentáculos absorbentes que chupaban la esencia de su vida. El estallido de una de estas torres podía inundar de pronto con mortal oleada todo el almacén, ahogando a los hombres que conversaban al pie de los conos. Saludaron los trabajadores a Montenegro, y éste, por una puerta lateral de la bodega de los _Gigantes_, pasó a la llamada «de Embarque», donde estaban los vinos sin marca para la imitación de todos los tipos. ...

En la línea 918
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Jerez, como una gran mancha negra, recortaba las líneas de sus torres y tejados sobre el último resplandor del crepúsculo, mientras abajo perforaban su oscuridad las rojas estrellas del alumbrado. ...

En la línea 1037
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me encontré con una de esas torres vigías, llamadas en portugués _atalaias_; era cuadrada, rodeábala un muro, derruído en grandes trechos. ...

En la línea 2224
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por aquella parte se levantan unas sombrías murallas, muy altas, con torres cuadradas a muy cortos intervalos, y de tan sólida estructura que parecen desafiar las injurias del tiempo y de los hombres. ...

En la línea 3937
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En la cima de esa cadena alzábanse unas torres almenadas, llamadas de Altamira, al decir de mi guía, restos de un antiguo castillo, ya en ruinas, que fué en otro tiempo la residencia principal que los condes de ese título tenían en la provincia. ...

En la línea 5735
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ahora está deshabitado, salvo por los conejos, que se crían en abundancia entre la hierba frondosa y en las ruinas, y por las águilas y buitres que anidan en lo alto de las torres. ...

En la línea 275
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más: -Sepa, señor maese Nicolás -que éste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. ...

En la línea 2492
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación. ...

En la línea 3893
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... También en la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes como grandes torres; que la geometría saca esta verdad de duda. ...

En la línea 4109
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y has de saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante, aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino acero, o porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces. ...

En la línea 9963
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y, en efecto, en los saludos que las señoras que todavía paseaban en el Espolón dedicaban a los tres buenos mozos del Cabildo, a las tres torres davídicas, creía ver el Presidente del Casino ocultos deseos, declaraciones inconscientes de la lascivia refinada y contrahecha. ...

En la línea 14113
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Por mi gusto nos hubiéramos quedado a vivir en aquella casa inmensa, con dos torres de piedra parda y soportales con columnas. ...

En la línea 702
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Otro suceso más importante hizo olvidar la llegada de Djem. En la noche del 31 de enero de 1492 recibió el Papa la noticia de haberse rendido Granada a los Reyes Católicos el 2 de dicho mes, colocándose en las torres de la Alhambra las banderas cristianas y un gran crucifijo de plata regalado por Sixto IV para que precediese a las tropas en esta última guerra contra los infieles. ...

En la línea 249
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A partir de este momento la nube fue tomando para él contornos fijos. Salieron poco a poco de la vaporosa vaguedad grandes palacios blancos, torres con cúpulas brillantes, toda una metrópoli altísima, en la que los edificios parecían de proporciones desmesuradas, sin duda porque sus pequeños habitantes, por la ley del contraste, sentían el ansia de lo enorme. ...

En la línea 305
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lo que todos comprendieron, gracias a las explicaciones del profesor de inglés, fue el contenido y el uso de unas torres brillantes como la plata, que fueron pasando por el patio colocada cada una de ellas sobre un vehículo automóvil. Estos torreones tenían cubierto todo un lado de sus redondos flancos con un cartelón de papel, en el que había trazados signos misteriosos, casi del tamaño de una persona. ...

En la línea 310
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un perfume de jardín que parecía venir de muy lejos empezó a esparcirse por el patio, haciendo olvidar los densos hedores exhalados por las torres plateadas. Las señoras y señoritas de las galerías se agitaron aspirando con deleite esta esencia desconocida. Las mamás hablaban entre ellas, buscando semejanzas y similitudes con los perfumes de moda entre el sexo masculino. Algunas concentraban su atención para poder explicar en el mismo día a los perfumistas de la capital la rara esencia del Hombre-Montaña, y que la fabricasen, costase lo que costase. ...

En la línea 345
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pasó un automóvil con dos torres negras unidas por un doble puente de acero del mismo color y que tenían en su parte alta dos lentejas de cristal a guisa de tejados. El inventario explicaba que estas torres gemelas eran un aparato óptico por medio del cual los Hombres-Montañas podían ver a largas distancias. Pero los profesores de la Universidad Central sabían en tal materia mucho más que los gigantes. ...

En la línea 38
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ocuparon más adelante el primer lugar en el tierno corazón de la hija de D. Bonifacio Arnaiz y en sus sueños inocentes, otras preciosidades que la mamá solía mostrarle de vez en cuando, previa amonestación de no tocarlos; objetos labrados en marfil y que debían de ser los juguetes con que los ángeles se divertían en el Cielo. Eran al modo de torres de muchos pisos, o barquitos con las velas desplegadas y muchos remos por una y otra banda; también estuchitos, cajas para guantes y joyas, botones y juegos lindísimos de ajedrez. Por el respeto con que su mamá los cogía y los guardaba, creía Barbarita que contenían algo así como el Viático para los enfermos, o lo que se da a las personas en la iglesia cuando comulgan. Muchas noches se acostaba con fiebre porque no le habían dejado satisfacer su anhelo de coger para sí aquellas monerías. Hubiérase contentado ella, en vista de prohibición tan absoluta, con aproximar la yema del dedo índice al pico de una de las torres; pero ni aun esto… Lo más que se le permitía era poner sobre el tablero de ajedrez que estaba en la vitrina de la ventana enrejada (entonces no había escaparates), todas las piezas de un juego, no de los más finos, a un lado las blancas, a otro las encarnadas. ...

En la línea 2273
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Entre tanto, acercábase el día designado para llevar el basilisco a las Micaelas. Nicolás Rubín había hablado al capellán, su compañero de Seminario, el cual habló a la Superiora, que era una dama ilustre, amiga íntima y pariente lejana de Guillermina Pacheco. Acordada la admisión en los términos que marca el reglamento de la casa, sólo se esperaba para realizarla a que pasasen los días de Semana Santa. El Jueves salieron Maxi y su amiga a andar algunas estaciones, y el Viernes muy tempranito fueron a la Cara de Dios, dándose después un largo paseo por San Bernardino. Fortunata estaba, con la religión, como chiquillo con zapatos nuevos, y quería que su amante le explicase lo que significan el Jueves Santo y las Tinieblas, el Cirio Pascual y demás símbolos. Maxi salía del paso con dificultad, y allá se las arreglaba de cualquier modo, poniendo a los huecos de su ignorancia los remiendos de su inventiva. La religión que él sentía en aquella crisis de su alma era demasiado alta y no podía inspirarle verdadero interés por ningún culto; pero bien se le alcanzaba que la inteligencia de Fortunata no podía remontarse más arriba del punto a donde alcanzan las torres de las iglesias católicas. Él sí; él iba lejos, muy lejos, llevado del sentimiento más que de la reflexión, y aunque no tenía base de estudios en qué apoyarse, pensaba en las causas que ordenan el universo e imprimen al mundo físico como al mundo moral movimiento solemne, regular y matemático. «Todo lo que debe pasar, pasa—decía—, y todo lo que debe ser, es». Le había entrado fe ciega en la acción directa de la Providencia sobre el mecanismo funcionante de la vida menuda. La Providencia dictaba no sólo la historia pública sino también la privada. Por debajo de esto ¿qué significaban los símbolos? Nada. Pero no quería quitarle a Fortunata su ilusión de las imágenes, del gori gori y de las pompas teatrales que se admiran en las iglesias, porque, ya se ve… la pobrecilla no tenía su inteligencia cultivada para comprender ciertas cosas, y a fuer de pecadora, convenía conservarla durante algún tiempo sujeta a observación, en aquel orden de ideas relativamente bajo, que viene a ser algo como sanitarismo moral o policía religiosa. ...

En la línea 2384
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Parecía que los albañiles, al poner cada hilada, no construían, sino que borraban. De abajo arriba, el panorama iba desapareciendo como un mundo que se anega. Hundiéronse las casas del paseo de Santa Engracia, el Depósito de aguas, después el cementerio. Cuando los ladrillos rozaban ya la bellísima línea del horizonte, aún sobresalían las lejanas torres de Húmera y las puntas de los cipreses del Campo Santo. Llegó un día en que las recogidas se alzaban sobre las puntas de los pies o daban saltos para ver algo más y despedirse de aquellos amigos que se iban para siempre. Por fin la techumbre de la iglesia se lo tragó todo, y sólo se pudo ver la claridad del crepúsculo, la cola del día arrastrada por el cielo. ...

En la línea 6076
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Durante algún tiempo, el Delfinito siguió en casa de Guillermina, donde estaba la nodriza, hasta que enteraron de todo a D. Baldomero, y se le pudo llevar a la casa patrimonial. Jacinta vivía consagrada a él en cuerpo y alma, y tenía la satisfacción de que todos en la casa le querían, incluso su padre. A solas con él, la dama se entretenía fabricando en su atrevido pensamiento edificios de humo con torres de aire y cúpulas más frágiles aún, por ser de pura idea. Las facciones del heredado niño no eran las de la otra, eran las suyas. Y tanto podía la imaginación, que la madre putativa llegaba a embelesarse con el artificioso recuerdo de haber llevado en sus entrañas aquel precioso hijo, y a estremecerse con la suposición de los dolores sufridos al echarle al mundo. Y tras estos juegos de la fantasía traviesa, venía el discurrir sobre lo desarregladas que andan las cosas del mundo. También ella tenía su idea respecto a los vínculos establecidos por la ley, y los rompía con el pensamiento, realizando la imposible obra de volver el tiempo atrás, de mudar y trastocar las calidades de las personas, poniendo a este el corazón de aquel, y a tal otro la cabeza del de más allá, haciendo, en fin, unas correcciones tan extravagantes a la obra total del mundo, que se reiría de ellas Dios, si las supiera, y su vicario con faldas, Guillermina Pacheco. Jacinta hacía girar todo este ciclón de pensamientos y correcciones alrededor de la cabeza angélica de Juan Evaristo; recomponía las facciones de este, atribuyéndole las suyas propias, mezcladas y confundidas con las de un ser ideal, que bien podría tener la cara de Santa Cruz, pero cuyo corazón era seguramente el de Moreno… aquel corazón que la adoraba y que se moría por ella… Porque bien podría Moreno haber sido su marido… vivir todavía, no estar gastado ni enfermo, y tener la misma cara que tenía el Delfín, ese falso, mala persona… «Y aunque no la tuviera, vamos, aunque no la tuviera… ¡Ah!, el mundo entonces sería como debía ser, y no pasarían las muchas cosas malas que pasan… ». ...

En la línea 709
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Era, en efecto, el asendereado novio, cojeando de la pierna derecha, pudiendo apenas sentar el pie, porque los agudos dolores de la luxación, consecuencia ingrata del salto a la vía, se renovaban al apoyar la planta en el suelo. Perdida así la gallardía del andar, los cuarenta y pico se asomaban implacables a todas las líneas del rostro: la triste raya de tinta de los bigotes resaltaba sobre la marchita tez; el párpado caído, hundidas las sienes y desaliñado el cabello, parecía el ex buen mozo una de esas desmanteladas torres, bellas a la luz crepuscular, pero que a mediodía todas se vuelven grietas, ortigas, zarzales y lagartos. Y como Lucía se quedase dudosa, indecisa, sin acertar ni a darle los buenos días, ni a arrojarse en sus brazos, Gonzalvo, censor eterno y sempiterno del matrimonio, desenlazó la extraña situación disparando la risa, y adelantándose a dar un abrazo jocoserio a aquella lamentable caricatura del esposo que llega. ...


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