La palabra Toques ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece toques.
Estadisticas de la palabra toques
Toques es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 11031 según la RAE.
Toques aparece de media 6.86 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la toques en las obras de referencia de la RAE contandose 1042 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Toques
Cómo se escribe toques o toquez?
Más información sobre la palabra Toques en internet
Toques en la RAE.
Toques en Word Reference.
Toques en la wikipedia.
Sinonimos de Toques.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece toques
La palabra toques puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 3497
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando Obdulia, picada por la frialdad del altivo cocinero, comenzó a seducirle con miradas de medio minuto y algún choque involuntario, Pedro se rindió, y de rato en rato daba algunos toques de maestro a la merienda de Visita. ...
En la línea 2487
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata, que pocos días antes fue trasladada al dormitorio en que estaba Mauricia, vio que esta se había acostado vestida y descalza. Acercose a ella y por su bronca respiración creyó entender que dormía profundamente. Mucho le daba qué pensar el singular estado en que su amiga se había puesto, y esperaba que le pasaría pronto, como otros toques semejantes aunque de diverso carácter. Largo tiempo estuvo desvelada, pensando en aquello y en otras cosas, y a eso de las doce, cuando en el dormitorio y en la casa toda reinaban el silencio y la paz, notó que Mauricia se levantaba. Pero no se atrevió a hablarle ni a detenerla, por no turbar el silencio del dormitorio, iluminado por una luz tan débil que le faltaba poco para extinguirse. Mauricia atravesó la estancia sin hacer ruido, como sombra, y se fue. Poco después Fortunata sentía sueño y se aletargaba; mas en aquel estado indeciso entre el dormir y el velar, creyó ver a su compañera entrar otra vez en el dormitorio sin que se le sintieran los pasos. Metiose debajo de la cama, donde tenía un cofre; revolvió luego entre los colchones… Después Fortunata no se hizo cargo de nada, porque se durmió de veras. ...
En la línea 3905
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¡Qué bribona! Si es atroz… le entran esos toques, y no sabe lo que dice. ...
En la línea 5362
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ninguna noche conciliaba el sueño antes de que diera las doce el reloj de la Casa-Panadería. Oía claramente algunas campanadas; después el sonido se apagaba alejándose, como si se balanceara en la atmósfera, para volver luego y estrellarse en los cristales de la ventana. En el estado incierto del crepúsculo cerebral, imaginaba Fortunata que el viento venía a la plaza a jugar con la hora. Cuando el reloj empezaba a darla, el viento la cogía en sus brazos y se la llevaba lejos, muy lejos… Después volvía para acá, describiendo una onda grandísima, y retumbaba ¡plam!, tan fuerte como si el sonoro metal estuviera dentro de la casa. El viento pasaba con la hora en brazos por encima de la Plaza Mayor y se iba hasta Palacio, y aún más allá, cual si fuera mostrando la hora por toda la Villa y diciendo a sus habitantes: «Aquí tenéis las doce, tan guapas». Y luego tornaba para acá, ¡plam!… ¡ay!, era la última. El viento entonces se largaba refunfuñando. Otras noches se entretenía la joven discurriendo que la hora de la Puerta del Sol y la hora de la Panadería se enzarzaban. Empezaba esta, y le respondía la otra. De tal modo se confundían los toques, que no conociera aquella hora ni la misma noche que la inventó. Las doce de acá y las doce de allá eran una disputa o guirigay de campanadas. «Vamos, que también se oye la Merced… Tantísima hora, tantísima hora, y no sabe una si son las doce o qué… ». ...
En la línea 5993
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no se rió más, ni Segunda dijo nada que excitase su hilaridad. Hasta la madrugada estuvo la tía acompañándola, y viéndola relativamente sosegada, se fue a descabezar un sueño antes de bajar al mercado. A poco de quedarse sola, la joven sintió dentro de sí una cosa extraña. Se le nublaron los ojos, y se le desprendía algo en su interior, como cuando vino al mundo Juan Evaristo; sólo que era sin dolor ninguno. No pudo apreciar bien aquel fenómeno, porque se quedó desvanecida. Al volver en sí advirtió que era ya día claro, y oyó el piar de los pajarillos que tenían su cuartel general en los árboles de la Plaza Mayor y en las crines de bronce del caballo de Felipe III. Fue a coger a su hijo en brazos, y apenas podía con él. Le faltaban las fuerzas; ¡pero de qué manera!, y hasta la vista parecía amenguársele y pervertírsele, porque veía los objetos desfigurados y se equivocaba a cada momento, creyendo ver lo que no existía. Se asustó mucho y llamó; pero nadie vino en su auxilio. Después de llamar como unas tres veces, fue a llamar la cuarta, y… aquello sí era grave; no tenía voz, no le sonaba la voz, se le quedaba la intención de la palabra en la garganta sin poderla pronunciar. Dio algunos toques con los nudillos en el tabique; pero al fin su mano se quedó como si fuera de algodón; daba golpes con ella, y los golpes no sonaban. También podía ser que sonaran y ella no los oyera. Pero ¿cómo no los oía Segunda, que estaba al otro lado del tabique? Luego, el brazo se puso también como carne muerta, resistiéndose a moverse. «¿Será que me estoy muriendo?» pensó la joven, echando miradas a su interior. Pero poco pudo ver allí, por estar el interior a oscuras o fantásticamente iluminado. Todas sus ideas sufrieron trastornos más o menos febriles, las imágenes se disfrazaron, cual si fuesen a las máscaras, tomando cara y apariencia de lo que no eran, y la única sensación dominante con alguna claridad en aquel desorden fue la de estar inmóvil y rígida, con los movimientos involuntarios suspendidos y los voluntarios desobedientes al deseo. A su parecer no respiraba; el oído y la vista daban de rato en rato alguna impresión fugaz de la vida exterior; pero estas impresiones eran como algo que pasaba, siempre de izquierda a derecha. Creyó ver a Segunda y oírla hablar con Encarnación; pero hablaban a la carrera, como seres endemoniados, pasando y perdiéndose en un término vago que caía hacia la mano derecha. El piar de pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín, y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón. ...

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