La palabra Tardaron ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tardaron.
Estadisticas de la palabra tardaron
Tardaron es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 17077 según la RAE.
Tardaron aparece de media 3.8 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la tardaron en las obras de referencia de la RAE contandose 577 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Tardaron
Cómo se escribe tardaron o tarrdarron?
Más información sobre la palabra Tardaron en internet
Tardaron en la RAE.
Tardaron en Word Reference.
Tardaron en la wikipedia.
Sinonimos de Tardaron.

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece tardaron
La palabra tardaron puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 6849
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Athos y D'Artagnan, con la actividad de dos soldados y la ciencia de dos conocedores, tardaron tres horas apenas en comprar todo el equipo de mosquetero. ...
En la línea 1527
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No tardaron en aparecer a una distancia como de cien varas. ...
En la línea 2950
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Era un hombre bajo y corpulento, de unos treinta años; al pronto me recibió con cierta sequedad, pero no tardaron sus modales en dulcificarse, y a lo último no sabía ya cómo darme suficientes pruebas de su cortesía. ...
En la línea 5382
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Envióse gente a pie y a caballo a recorrer la comarca, y antes de una semana descubrieron a los muchachos cerca de la cueva, abandonados por sus guardianes, que cogieron miedo al enterarse de la resolución con que los buscaban; no tardaron en detenerlos, sin embargo, y los muchachos reconocieron a sus secuestradores. ...
En la línea 5973
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desempaqueté los libros, y, picada al instante su curiosidad, no tardaron en tener cada una un ejemplar en la mano, y muchas leían en voz alta; pero aunque esperé casi una hora, sólo pude vender un ejemplar, quejándose todos amargamente de lo malos que estaban los tiempos y de la casi total carencia de dinero, aunque, a la vez, reconocían que los libros eran de maravillosa baratura y, al parecer, muy buenos y cristianos. ...
En la línea 1114
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... estra llegada les causa gran sorpresa, y uno de ellos le dice a otro: «Ves por qué hemos visto tantos papagayos últimamente; el cheucan (pajarillo singular de pecho rojo que habita los bosques más espesos y deja oír los gritos más extraordinarios) no ha abierto la boca para nada: ¡mucho cuidado!» No tardaron en proponernos algunos cambios ...
En la línea 2389
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata y ella, una vez que se conocieron, no tardaron en referirse sus respectivas historias. La que ya conocemos salió descarnada; pero Manolita adornó la suya tanto y de tal modo la quiso hacer patética, que no la conocería nadie. Según su relato, no había pecado, todo había sido pura equivocación; pero su marido, que era muy bruto y tenía la culpa, sí, él tenía la culpa, de las equivocaciones, o si se quiere, malas tentaciones de ella, la había metido allí sin andarse con rodeos. Como aquella señora había ocupado una regular posición, contaba con embeleso cosas del mundo y sus pompas, de los saraos a que asistía, de los muchos y buenos vestidos que usaba. Porque su marido era comerciante de novedades, hombre inferior a ella por el nacimiento; como que su papá era oficial primero de la Dirección de la Deuda. Oyendo estas ponderaciones orgullosas, Fortunata se echaba a pensar qué cosa tan empingorotada sería aquel destino del papá de su amiga. ...
En la línea 4860
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La viuda de Fenelón llegó a la hora de costumbre, y a poco subió el mozo de la botica con la bandeja de dulces que mandaba Ballester. No tardaron en presentarse el señor y la señora del tercero de la derecha. Él, por una de esas ironías tan comunes en la vida, era el hombre más grave, seco y desapacible del mundo, comadrón de oficio, y se llamaba D. Francisco de Quevedo (hermano del cura castrense, Quevedo, a quien conocimos en la tertulia del café, junto con el Pater y Pedernero). Su mujer competía en elegancia con una boya de las que están ancladas en el mar para amarrar de ellas los barcos. Su paso era difícil, lento y pesado, y cuando se sentaba, no había medio de que se levantara sin ayuda. Su cara redonda semejaba farol de alcaldía o Casa de Socorro, porque era roja y parecía tener una luz por dentro; de tal modo brillaba. Pues a esta monstruosidad la llamaba Ballester doña Desdémona, por ser o haber sido Quevedo muy celoso, y con este mote la designaré, aunque su verdadero nombre era doña Petra. No tenía niños este matrimonio, y mientras D. Francisco se pasaba la vida sacando a luz los hijos del hombre, su esposa sacaba y criaba pájaros, para lo cual tenía muy buena mano. Estaba la casa llena de jaulas, y en ellas se reproducían diversas familias y especies de aves cantoras. Y para colmo de contrastes, era la señora del comadrón una mujer chistosísima, que contaba las cosas con mucha sal. En cambio, D. Francisco de Quevedo no tenía más chiste que el que podría tener un caimán. ...
En la línea 877
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Levantóse y salió del pesebre en el precisa momento en que se oían voces infantiles. Abrióse la puerta del granero y entraron dos niñitas, que en cuanto vieron a Eduardo enmudecieron y se quedaron inmóviles, mirándole con viva curiosidad. No tardaron en cuchichear entre sí y luego se acercaron más y se detuvieron de nuevo para mirarle y secretear de nuevo. Mas pronto, con acopio de valor, empezaron a hablar en voz alta. Una dijo: ...
En la línea 1115
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Así continuó hablando y no tardaron en llegar al extremo del pueblo, donde los viajeros se metieron por un camino angosto y tortuoso que se abría entre elevados setos, y anduvieron por él al trote cerca de media hora, para entrar después a un amplio jardín por una verja magnífica, en cuyos grandes pilares de piedra se mostraban emblemas nobiliarios esculpidos. Hallábanse en una noble morada. ...
En la línea 461
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Mis compañeros se tumbaron en el suelo y no tardaron en sumirse en un profundo sueño. Por mi parte, cedí con menos facilidad a la imperiosa necesidad de dormir. Demasiados pensamientos se acumulaban en mi Cerebro, acosado por numerosas cuestiones insolubles, y un tropel de imágenes mantenía mis párpados entreabiertos. ¿Dónde estábamos? ¿Qué extraño poder nos gobernaba? Sentía, o más bien creía sentir, que el aparato se hundía en las capas más profundas del mar, y me asaltaban violentas pesadillas. Entreveía en esos misteriosos asilos todo un mundo de desconocidos animales, de los que el barco submarino era un congénere, como ellos vivo, moviente y formidable… Mi cerebro se fue calmando, mi imaginación se fundió en una vaga somnolencia, y pronto caí en un triste sueño. ...
En la línea 2640
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En efecto, no tardaron en aparecer bloques mucho más considerables, cuyo brillo cambiaba según los caprichos de la bruma. Algunos de esos bloques mostraban vetas verdes, como si sus onduladas líneas hubiesen sido trazadas con sulfato de cobre. Otros, semejantes a enormes amatistas, se dejaban penetrar por la luz y la reverberaban sobre las mil facetas de sus cristales. Aquéllos, matizados con los vivos reflejos del calcáreo, hubieran bastado a la construcción de toda una ciudad de mármol. ...
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