La palabra Tales ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece tales.
Estadisticas de la palabra tales
La palabra tales es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 825 según la RAE.
Tales es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 107.8 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la tales en 150 obras del castellano contandose 16386 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Tales
Cómo se escribe tales o talez?
Más información sobre la palabra Tales en internet
Tales en la RAE.
Tales en Word Reference.
Tales en la wikipedia.
Sinonimos de Tales.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece tales
La palabra tales puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 328
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y tales fueron los gritos de este grupo, que, luchando y forcejeando, iba de un pilar a otro del emparrado, que empezaron a salir gentes de las vecinas barracas, y llegaron corriendo en tropel, ansiosas, con la solidaridad fraternal de los que viven en despoblado. ...
En la línea 367
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A tales horas nada malo podía hacer el viejo: que durmiese al raso, si tal era su gusto. ...
En la línea 788
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los hombres que trabajaban en los campos cercanos al camino llamábanse unos a otros con expresiones insolentes que indirectamente iban dirigidas a Batiste, y los chicuelos, desde lejos, gritaban: «¡Morralón! ¡Chodio!» (Judío), sin añadir más a tales insultos, como si éstos sólo pudiesen ser aplicables al enemigo de la huerta. ...
En la línea 1145
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero ¡buena estaba ella para fijarse en tales cosas! -¡Mon pare!. ...
En la línea 139
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Figúrate que decía que las religiones son hijas del miedo y la ignorancia: que el hombre, en sus primeros tiempos, no creyó en nada sobrenatural, pero que ante el rayo y el trueno, ante el incendio y la muerte, no pudiendo explicarse tales misterios, había inventado a Dios. ...
En la línea 202
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La abundancia hacía generosos a los trabajadores de tales tiempos; pensaban en cosas _altas_ que no acertaban a definir, pero cuya grandeza presentían confusamente. Además, la nación entera estaba de revuelta. A corta distancia de Jerez, en el mar invisible cuyas brisas llegaban hasta las viñas, los barcos del gobierno habían disparado sus cañones para anunciar a la reina que debía abandonar su trono. El tiroteo de Alcolea, al otro extremo de Andalucía, despertaba a toda España; «la raza espúrea» había huido: la vida era mejor y el vino parecía más bueno al pensar (¡consoladora ilusión!) que cada uno poseía una pequeña parte de aquél poder retenido antes por una sola persona. Además, ¡qué de músicas arrulladoras para el pobre!, ¡qué de elogios y adulaciones al pueblo que meses antes no era nada y ahora lo era todo! El señor Fermín se conmovía recordando esta época feliz, que fue la de su matrimonio con la _pobre mártir_, como él llamaba a su difunta mujer. ...
En la línea 326
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La viuda de Dupont creyó morir al saber tales cosas. ¡Señor, y para esto habían nacido los preclaros varones de su familia, virreyes, arzobispos y capitanes, dándoles los monarcas títulos y señoríos! ¡Para que tanta gloria sirviese de prospecto a una mala mujer!... Y aun ésta resultaba la mejor de las dos. Al fin había huido por no afrentar de cerca a su familia, y si vivía en el pecado, era entre hombres de cierto linaje, siempre con personas decentes, como si influyesen en ella los respetos al rango de su familia. ...
En la línea 470
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El viejo ventorrillero, al presentarse su antiguo jefe en la choza del Grajo, había llorado, abrazándole con tales extremos de emoción, que su familia creyó que iba a morir. ¡Ocho años sin ver a su don Fernando! ¡Ocho años, durante los cuales había enviado todos los meses un papel lleno de garabatos a aquel presidio del Norte, donde guardaban a su héroe! El pobre Matacardillos sabía que iba a morir de un momento a otro. Ya no dormía en la cama, se ahogaba, vivía casi artificialmente clavado en su sillón de paja, sin poder servir una copa, acogiendo con sonrisa triste a los arrieros y gañanes que le hablaban de su cara de salud y de su gordura, asegurando que se quejaba de vicio. Don Fernando debía volver alguna vez a verle. Le molestaría poco tiempo; iba a morir muy pronto; pero su presencia alegraría la poca vida que le quedase. Y Salvatierra había prometido volver, siempre que pudiese, a visitar al _veterano_, en compañía de Manolo el de Trebujena (otro de los suyos), al que había encontrado en el ventorro del Grajo. Con él emprendió el regreso a Jerez, cuando los alcanzó la tempestad, obligándoles a refugiarse en el cortijo. ...
En la línea 244
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Iba a la cocina; si allí había desorden, rastros de la enfermedad, descuidos consiguientes a los días de apuro, él procuraba que desapareciesen tales huellas; la cocina era para los vivos; ¡todo en su sitio! Había que alimentar bien a la señorita o al señorito para que no sucumbiera al dolor. ...
En la línea 265
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... No lograba tales resultados con discursos, con disertaciones, sino con frases hechas, tomadas de la que suele llamarse sabiduría popular; y, sobre todo, con hechos, con asociaciones de imágenes y de citas que llevaban, como por una pendiente irremediable, al amor de la vida y al olvido de la muerte. ...
En la línea 286
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... En tales deliquios tenía su confidente: Antón el Bobo. ...
En la línea 4867
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Perdonadme, monseñor, por decir tales cosas, pero precisamente son mi excusa. ...
En la línea 5323
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... No es Mosquetón quien ha cogi do a lazo tales botellas; además, aquí hay un fricandó mechado y un filete de buey. ...
En la línea 6994
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Resultó de aquellos antecedentes que cada c ual aceptó de buena gana la misión a que estaba invitado; por otra parte, según todas las probabilidades, se trataba de jugar una mala pasada al señor cardenal y a sus gentes, y para tales expediciones aquellos gentileshombres estaban siempre dispuestos. ...
En la línea 8603
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los ojos de Milady lanzaban tales destellos que, aunque él fuera hombre y armado ante una mujer desarmada, sintió el frío del miedo deslizarse hasta el fondo de su alma; no por ello dejó de continuar, con un furor creciente:-Sí, comprendo,después de haber heredado de mi hermano, os habría sido dulce heredar de mí; pero, sabedlo de antemano, podéis matarme o hacerme matar, mis precauciones están tomadas, ni un pe nique de cuanto poseo pasará a vuestras manos. ...
En la línea 5
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Repito que con el sentimiento consiguiente me enteré de tales disposiciones, que respeté y respeto como ciudadano español, debiendo únicamente indicar en este lugar, que si justos pueden ser los fundamentos que apoyen tales disposiciones, no seria difícil probar los de justicia, política y pública conveniencia que demandan otra cosa. ...
En la línea 11
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Conviene sin embargo advertir, que algunos de los medios empleados en su conquista, fomento y conservacion, y alguna de las sucesivas variaciones hechas, podrán siempre ser de utilidad; y que partiendo las reformas de tales principios, y respetando sus usos y costumbres en cuanto no se opongan á aquellas, producirán todos los efectos que se desean. ...
En la línea 12
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Que esto sea asi, ninguno ó muy pocos podrán dudarlo, y por ello repetir conviene, que el lejislador que lejisla para cualquier estado, debe no perder de vista sus hábitos y costumbres, y respetar, en cuanto dable sea en las mudanzas que intente, las instituciones que existan; pues partiendo de tales principios, es muy probable produzcan sus reformas los efectos deseados. ...
En la línea 55
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... La sala llamada de justicia, que es la que conoce en segunda instancia de los autos apelados del tribunal mayor y audiencia de cuentas, la componen igualmente tres señores ministros, y con vista del fiscal de lo civil, que lo es de la hacienda, conocen y fallan sobre tales autos, cuyos espedientes, procesos ó causas, pues á algunos los tres nombres le caben, son de suyos voluminosos, y complicados por su naturaleza é infinidad de puntos que abrazan, por lo que son objeto de ocupacion y gravedad; y aunque no de tanta, tambien distraen y ocupan los mismos negocios cuando estando en curso, son consultados á la sala ó junta llamada de ordenanza, que la componen el señor rejente ó ministro mas antiguo con el fiscal de lo civil, donde como para asesorarse, los remite á consulta el contador mayor cuando le parece. ...
En la línea 70
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin duda, quiso usted decir la _perspectiva de glorificar a Dios_; pero el giro de sus palabras nos hizo pensar en ciertos pasajes de la Escritura, tales como Job, XXI, 2, etc.» La respuesta de Borrow debió de ser tal, que el mismo reverendo le escribía: «El espíritu de su última carta es verdaderamente cristiano, en armonía con aquella regla sentada por el mismo Cristo, y de la que Él dió, en cierto sentido, tan prodigioso ejemplo, que dice: El que se humille será ensalzado.» Finalmente, la Sociedad Bíblica aceptó los servicios de Borrow y le envió a Rusia, para donde salió sin dilación, a mediados de año, a colaborar en la transcripción y colación del manuscrito de la Biblia traducida al manchú, y en la impresión del Nuevo Testamento en la misma lengua. ...
En la línea 118
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En la carta a sus directores de Londres, luego de referir las entrevistas del ministro británico con Ofalia, dice respecto de Graydon: «Hasta el momento presente, ese hombre ha sido el ángel malo de la causa de la Biblia en España, y también el mío, y ha empleado tales procedimientos y escogido de tal modo las ocasiones, que casi siempre ha conseguido derribar los planes hacederos trazados por mis amigos y por mí para la propagación del Evangelio de una manera permanente y segura.» La respuesta de la Sociedad fué un cruel desengaño para Borrow: reconocíase en ella que Graydon era tan legítimo representante de la Sociedad Bíblica como él; no se accedía a desautorizar y condenar su proceder, y, además se le advertía a Borrow que, en adelante, se abstuviese de publicar cartas como la del _Correo Nacional_. ...
En la línea 242
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desde el principio hasta el fin fuí, digámoslo así, a la deriva por España, tierra de antiguo renombre, tierra de maravillas y de misterios, en condiciones tales para conocer sus extraños secretos y peculiaridades como quizás a ningún otro individuo le hayan sido nunca dadas, y ciertamente a ningún extranjero; y si en muchos casos presento escenas y caracteres tal vez sin precedente en una obra de esta índole, sólo haré observar que durante mi estancia en España me vi tan inevitablemente mezclado con ellos, que hubiera sido difícil referir con fidelidad mis andanzas sin dar de tales cosas una referencia tan puntual como la que aquí he puesto. ...
En la línea 242
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Desde el principio hasta el fin fuí, digámoslo así, a la deriva por España, tierra de antiguo renombre, tierra de maravillas y de misterios, en condiciones tales para conocer sus extraños secretos y peculiaridades como quizás a ningún otro individuo le hayan sido nunca dadas, y ciertamente a ningún extranjero; y si en muchos casos presento escenas y caracteres tal vez sin precedente en una obra de esta índole, sólo haré observar que durante mi estancia en España me vi tan inevitablemente mezclado con ellos, que hubiera sido difícil referir con fidelidad mis andanzas sin dar de tales cosas una referencia tan puntual como la que aquí he puesto. ...
En la línea 40
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. ...
En la línea 172
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase. ...
En la línea 186
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los compañeros de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía, se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. ...
En la línea 244
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: -Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. ...
En la línea 135
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Está construida como todas las de este país, cruzándose las calles en ángulo recto y con una gran plaza en el centro, cuya extensión hace resaltar aún más el escaso número de habitantes. Apenas hay algo de comercio; las exportaciones se limitan a algunas pieles y algunas cabezas de ganado vivo. La población se compone principalmente de propietarios, algunos tenderos y los artesanos necesarios, tales como herreros y carpinteros, que ejecutan todos los trabajos en un radio de 50 millas. La población está separada del río por una hilera de colinas de arena como de una milla de anchura (1.609 metros); la rodea por las otras partes una planicie ligeramente ondulada y cubierta por una capa uniforme de hermoso césped, el cual ramonean innumerables rebaños de ganado vacuno, lanar y caballar. Hay muy pocas tierras cultivadas, hasta en los alrededores más próximos a la población. Algunos setos de cactus y de agaves indican los sitios donde se ha sembrado un poco de trigo o de maíz. El terreno conserva el mismo carácter en casi toda la extensión de la margen septentrional del Plata; la única diferencia consiste quizá en que las colinas de granito son aquí un poco más elevadas. ...
En la línea 140
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Ciertamente le era yo muy sospechoso. Tal vez hubiera oído hablar de las abluciones mandadas por la religión mahometana; y sabiendo que era yo hereje, probablemente sacaría la consecuencia de que todos los herejes son turcos. Es usual en este país pedir hospitalidad por la noche en la primera casa algo acomodada que se encuentra. El asombro causado por la brújula y mis demás baratijas, servíanme hasta cierto punto, pues con esto y las largas historias que contaban los guías acerca de mi costumbre de romper las piedras, mi facultad de distinguir las serpientes venenosas de las que no lo eran, mi pasión por coleccionar insectos, etc., me hallaba en situación de pagarles su hospitalidad. Verdaderamente, hablo como si me hubiese visto en plena África central; no halagará a la banda oriental mi comparación; pero tales eran mis sentimientos en aquella época. ...
En la línea 153
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hay pocos árboles en la banda oriental; hasta pudiera decirse que no hay ninguno, y este es un hecho muy notable. Encuéntranse matorrales achaparrados en una parte de las colinas peñascosas; a orillas de las mayores corrientes de agua, sobre todo el norte de Las Minas, hay sauces en bastante gran número. Me han dicho que hubo un bosque de palmeras junto al «Arroyo Tapes»; por otra parte, cerca del «Pan de Azúcar», a 350 de latitud, he visto una palmera de muchísima altura. Excepto estos pocos árboles, y los plantados por los españoles, falta por completo la leña. En el número de las especies introducidas por los europeos pueden contarse el álamo blanco, el olivo, el melocotonero y algunos otros frutales; el melocotonero se ha propagado tan bien, que es la única leña para quemar que puede hallarse en la ciudad de Buenos Aires. Los países absolutamente llanos, tales como las Pampas, parecen poco favorables al crecimiento de los árboles. ¿A qué debe atribuirse este hecho? Acaso a la fuerza de los vientos, acaso también al modo del desecamiento del suelo. Pero no puede explicarse por estas causas la falta de árboles en las cercanías de Maldonado: las colinas peñascosas que entrecortan esta región presentan abrigos y hay allí diferentes clases de terrenos; por lo común corre un arroyo por el fondo de cada valle, y la naturaleza arcillosa del suelo parece hacerlo muy apto para conservar una humedad suficiente. Se ha pensado, y ésta es una deducción muy probable en sí, que la cantidad anual de humedad determina la presencia de los bosques2; pues bien, en esta provincia caen lluvias abundantes y frecuentes en invierno, y aunque el verano es seco, no lo es en un grado excesivo3. Inmensos árboles cubren la casi totalidad de la Australia; sin embargo, el clima de este país es mucho más árido. Esta carencia de árboles en la banda oriental debe, pues, depender de alguna otra causa desconocida. ...
En la línea 424
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 1.-0 de octubre.- A la luz de la luna nos ponemos en camino, y a la salida del sol llegamos al río Tercero; también le llaman Saladillo y merece tal nombre, pues las aguas que lleva son salobres. Permanezco aquí la mayor parte del día, buscando osamentas fósiles. Además de un diente perfecto del Toxodon y varios huesos esparcidos, encuentro dos inmensos esqueletos que, puestos uno cerca del otro, se destacan de relieve sobre el tajo vertical que costea el Paraná. Pero estos hechos caen hechos polvo y no puedo llevarme sino pequeños fragmentos de uno de los grandes molares; sin embargo, eso basta para probar que tales restos pertenecen a un mastodonte, probablemente la misma especie que debía de habitar en tan gran número en la parte de la cordillera del alto Perú. Los remeros que conducen mi canoa me dicen que desde hace mucho tiempo conocen la existencia de esos esqueletos, preguntándose a menudo cómo habían podido llegar hasta allá; y como en todas partes hace falta una teoría, habían venido a parar a la conclusión de que el mastodonte era un animal minador, como el viscache. Por la noche recorremos otra etapa y atravesamos el Monge, otro río de agua salobre que contribuye a regar las Pampas. ...
En la línea 244
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. ...
En la línea 249
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En tales días el Provisor era un huracán eclesiástico, un castigo bíblico, un azote de Dios sancionado por su ilustrísima. ...
En la línea 282
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Casi todas las calles de la Encimada eran estrechas, tortuosas, húmedas, sin sol; crecía en algunas la yerba; la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales pretensiones por lo menos, era triste, casi miserable, como la limpieza de las cocinas pobres de los hospicios; parecía que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra habían dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el paño raído. ...
En la línea 416
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Y si las gentes supieran! ¿Quién era un embozado que de noche, a la hora de las criadas, como dicen en Vetusta, salía muy recatadamente por la calle del Rosario, torcía entre las sombras por la de Quintana y de una en otra llegaba a los porches de la plaza del Pan y dejaba la Encimada aventurándose por la Colonia, solitaria a tales horas? Pues era don Saturnino Bermúdez, doctor en teología, en ambos derechos, civil y canónico, licenciado en filosofía y letras y bachiller en ciencias: el autor ni más ni menos, de Vetusta Romana, Vetusta Goda, Vetusta Feudal, Vetusta Cristiana, y Vetusta Transformada, a tomo por Vetusta. ...
En la línea 80
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De pronto sentía un deseo cruel de atormentar con sus quejas a la mujer adorada. Era una obra subsconsciente, una mala pasión que parecía venir de otro hombre. En tales momentos, el amor estaba compuesto para él de agresividad y odio afectuoso. ...
En la línea 116
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No obstante tales protestas, era más propenso Figueras a excusar las flaquezas del prójimo que a censurarlas. Sus estudios históricos, que le habían hecho vivir entre reyes, reinas y pontífices de existencia suntuosa, unían a dicha tolerancia una predisposición instintiva hacia el lujo (aunque no participase de él), un respeto y una admiración algo pueriles para los ricos y los poderosos. ...
En la línea 164
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Mas, a pesar de tales destrucciones—siguió diciendo don Baltasar—. existía indudablemente una cantidad mayor de monumentos antiguos que en nuestra época, y su abandono daba a la ciudad cierto aspecto muy pintoresco. Una vegetación de varios siglos se había extendido sobre las ruinas. La superstición medieval las iba poblando de fantasmas y brujas. Si algunos artistas se cuidaban de desenterrarlas y dibujarlas, la plebe romana los creía unas veces magos y otras buscadores de tesoros. ...
En la línea 174
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lorenzo Valla, célebre escritor italiano, trataba los hombres y los dogmas del catolicismo con una ironía igual a la de los librepensadores del siglo xvii, precursores de la Revolución francesa. La Iglesia fingía no enterarse de tales atrevimientos, por miedo a aparecer en abierta hostilidad con unos personajes que estaban de moda. Además, el rey de Nápoles guardaba como secretario a Lorenzo Valla, defendiéndolo de todo ataque. ...
En la línea 215
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El joven no quiso mostrarse vencido por el aire de superioridad con que fueron dichas tales palabras, y añadió: ...
En la línea 227
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Usted es muy feo, gentleman; usted es simplemente horrible. Su piel, vista por nuestros ojos, aparece llena de grietas, de hoyos y de sinuosidades. Como usted no ha podido afeitarse en dos o tres días, unas canas negras, redondas y agujereadas empiezan a asomar por los poros de su piel, creciendo con la misma rigidez que el hierro. Pero si le miran a usted con una lente de disminución, si le ven empequeñecido hasta el punto de que se borren tales detalles, reconozco que tiene usted un aspecto simpático y hasta se parece a algunas de las esposas de las altas personalidades que nos gobiernan. Yo pienso llegar a la capital mucho antes que usted, para rogar al Consejo Ejecutivo que le mire con lentes de tal clase. Así, su juicio será verdaderamente justo… . ...
En la línea 230
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... 'Una máquina voladora irá delante, después de haber enroscado un cable a su cuello. Otra volará detrás, con su cable amarrado a las dos manos de usted cruzadas sobre la espalda. Puede avanzar sin miedo. Los tripulantes de nuestros voladores conservaran siempre flojos estos lazos metálicos. Pero por si usted intentase (lo que no espero) alguna travesura, le advierto que los guerreros del aire tienen orden de dar un tirón inmediatamente con toda la fuerza de sus máquinas, y que los tales cables metálicos cortan lo mismo que una navaja de afeitar… . Y ahora, gentleman, póngase de pie con cierta precaución, para no causar graves daños en torno de su persona. Debemos separarnos por unas horas; yo marcho delante. Además, la comunicación va a quedar interrumpida entre nosotros desde el momento que usted recobra la posición vertical, aislándose en su grandeza inútil. ...
En la línea 260
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo los amigos del gobierno y los personajes oficiales tenían permiso para entrar en el palacio y ver de cerca tales maravillas. El enorme patio central, donde podían formarse a la vez varios regimientos y en el que se desarrollaban las más solemnes ceremonias patrióticas, fue el lugar destinado para tal exhibición. Mientras llegaba el momento, los invitados entraban a saludar a los altos y poderosos señores del Consejo Ejecutivo y a los dos presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, que vivían igualmente en el inmenso edificio. ...
En la línea 28
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No significaban tales rutinas terquedad y falta de luces. Por el contrario, la clara inteligencia del segundo Santa Cruz y su conocimiento de los negocios, sugeríanle la idea de que cada hombre pertenece a su época y a su esfera propias, y que dentro de ellas debe exclusivamente actuar. Demasiado comprendió que el comercio iba a sufrir profunda transformación, y que no era él el llamado a dirigirlo por los nuevos y más anchos caminos que se le abrían. Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspasó su establecimiento a los Chicos que habían sido deudos y dependientes suyos durante veinte años. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del tráfico de telas. La concurrencia crecía cada año, y era forzoso apelar al reclamo, recibir y expedir viajantes, mimar al público, contemporizar y abrir cuentas largas a los parroquianos, y singularmente a las parroquianas. Como los Chicos habían abarcado también el comercio de lanillas, merinos, telas ligeras para vestidos de señora, pañolería, confecciones y otros artículos de uso femenino, y además abrieron tienda al por menor y al vareo, tuvieron que pasar por el inconveniente de las morosidades e insolvencias que tanto quebrantan al comercio. Afortunadamente para ellos, la casa tenía un crédito inmenso. ...
En la línea 49
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El inventario de abanicos, tela de nipis, crudillo de seda, tejidos de Madrás y objetos de marfil también arrojaba cifras muy altas, y se hizo minuciosamente. Entonces pasaron por las manos de Barbarita todas las preciosidades que en su niñez le parecían juguetes y que le habían producido fiebre. A pesar de la edad y del juicio adquirido con ella, no vio nunca con indiferencia tales chucherías, y hoy mismo declara que cuando cae en sus manos alguno de aquellos delicados campanarios de marfil, le dan ganas de guardárselo en el seno y echar a correr. ...
En la línea 69
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También la casa de Gumersindo Arnaiz, hermano de Barbarita, ha pasado por grandes crisis y mudanzas desde que murió D. Bonifacio. Dos años después del casamiento de su hermana con Santa Cruz, casó Gumersindo con Isabel Cordero, hija de D. Benigno Cordero, mujer de gran disposición, que supo ver claro en el negocio de tiendas y ha sido la salvadora de aquel acreditado establecimiento. Comprometido éste del 40 al 45, por los últimos errores del difunto Arnaiz, se defendió con los mahones, aquellas telas ligeras y frescas que tanto se usaron hasta el 54. El género de China decaía visiblemente. Las galeras aceleradas iban trayendo a Madrid cada día con más presteza las novedades parisienses, y se apuntaba la invasión lenta y tiránica de los medios colores, que pretenden ser signo de cultura. La sociedad española empezaba a presumir de seria; es decir, a vestirse lúgubremente, y el alegre imperio de los colorines se derrumbaba de un modo indudable. Como se habían ido las capas rojas, se fueron los pañuelos de Manila. La aristocracia los cedía con desdén a la clase media, y esta, que también quería ser aristócrata, entregábalos al pueblo, último y fiel adepto de los matices vivos. Aquel encanto de los ojos, aquel prodigio de color, remedo de la naturaleza sonriente, encendida por el sol de Mediodía, empezó a perder terreno, aunque el pueblo, con instinto de colorista y poeta, defendía la prenda española como defendió el parque de Monteleón y los reductos de Zaragoza. Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeñaba en parecer grave, y para ser grave nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la influencia del Norte de Europa, y ese maldito Norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo. El sombrero de copa da mucha respetabilidad a la fisonomía, y raro es el hombre que no se cree importante sólo con llevar sobre la cabeza un cañón de chimenea. Las señoras no se tienen por tales si no van vestidas de color de hollín, ceniza, rapé, verde botella o pasa de corinto. Los tonos vivos las encanallan, porque el pueblo ama el rojo bermellón, el amarillo tila, el cadmio y el verde forraje; y está tan arraigado en la plebe el sentimiento del color, que la seriedad no ha podido establecer su imperio sino transigiendo. El pueblo ha aceptado el oscuro de las capas, imponiendo el rojo de las vueltas; ha consentido las capotas, conservando las mantillas y los pañuelos chillones para la cabeza; ha transigido con los gabanes y aun con el polisón, a cambio de las toquillas de gama clara, en que domina el celeste, el rosa y el amarillo de Nápoles. El crespón es el que ha ido decayendo desde 1840, no sólo por la citada evolución de la seriedad europea, que nos ha cogido de medio a medio, sino por causas económicas a las que no podíamos sustraernos. ...
En la línea 96
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La biografía mercantil de este hombre es tan curiosa como sencilla. Era muy joven cuando entró de hortera en casa de Arnaiz, y allí sirvió muchos años, siempre bien quisto del principal por su honradez acrisolada y el grandísimo interés con que miraba todo lo concerniente al establecimiento. Y a pesar de tales prendas, Estupiñá no era un buen dependiente. Al despachar, entretenía demasiado a los parroquianos, y si le mandaban con un recado o comisión a la Aduana, tardaba tanto en volver, que muchas veces creyó D. Bonifacio que le habían llevado preso. La singularidad de que teniendo Plácido estas mañas, no pudieran los dueños de la tienda prescindir de él, se explica por la ciega confianza que inspiraba, pues estando él al cuidado de la tienda y de la caja, ya podían Arnaiz y su familia echarse a dormir. Era su fidelidad tan grande como su humildad, pues ya le podían reñir y decirle cuantas perrerías quisieran, sin que se incomodase. Por esto sintió mucho Arnaiz que Estupiñá dejara la casa en 1837, cuando se le antojó establecerse con los dineros de una pequeña herencia. Su principal, que le conocía bien, hacía lúgubres profecías del porvenir comercial de Plácido, trabajando por su cuenta. ...
En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...
En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...
En la línea 560
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Un secretario dio cuenta de que en atención a que el difunto rey había dispuesto en su testamento que se otorgara el título de duque al conde de Hertford y se elevara a su hermano, sir Thomas Seymour, a la dignidad de par, y al hijo de Hertford a un condado, junto con parecidas mercedes a otros grandes servidores de la corona, el consejo había resuelto celebrar sesión el 16 de febrero para la entrega y confirmación de tales honores, y que entretanto, no habiendo designado el difunto rey por escrito sumas convenientes para el sostenimiento de tales dignidades, el Consejo, que conocía sus deseos particulares a este respecto, había creído conveniente otorgar a Seymour 'quinientas libras de tierra', al hijo de Hertford 'ochocientos libras de tierra', con más de 'trescientas libras de tierras del primer obispado que quedara vacante', si a ello accedía Su Majestad reinante. ...
En la línea 560
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Un secretario dio cuenta de que en atención a que el difunto rey había dispuesto en su testamento que se otorgara el título de duque al conde de Hertford y se elevara a su hermano, sir Thomas Seymour, a la dignidad de par, y al hijo de Hertford a un condado, junto con parecidas mercedes a otros grandes servidores de la corona, el consejo había resuelto celebrar sesión el 16 de febrero para la entrega y confirmación de tales honores, y que entretanto, no habiendo designado el difunto rey por escrito sumas convenientes para el sostenimiento de tales dignidades, el Consejo, que conocía sus deseos particulares a este respecto, había creído conveniente otorgar a Seymour 'quinientas libras de tierra', al hijo de Hertford 'ochocientos libras de tierra', con más de 'trescientas libras de tierras del primer obispado que quedara vacante', si a ello accedía Su Majestad reinante. ...
En la línea 1061
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues el pobre padece una afección cardiaca de la que no puede recobrarse. Sus días están contados. Acaba de salir de un achuchón gravísimo, que le ha puesto a las puertas de la muerte y le ha llevado al matrimonio, pero a otro… revienta. Es el caso que el pobre hombre andaba de casa en casa de huéspedes y de todas partes tenía que salir, porque por cuatro pesetas no pueden pedirse gollerías ni canguingos en mojo de gato y él era muy exigente. Y no del todo limpio. Y así rodando de casa en casa fue a dar a la de una venerable patrona, y entrada en años, mayor que él que, como sabes, más cerca anda de los sesenta que de los cincuenta, y viuda dos veces; la primera, de un carpintero que se suicidó tirándose de un andamio a la calle, y a quien recuerda a menudo como su Rogelio, y la segunda, de un sargento de carabineros que le dejó al morir un capitalito que le da una peseta al día. Y hete aquí que hallándose en casa de esta señora viuda da mi don Eloíno en ponerse malo, muy malo, tan malo que la cosa parecía sin remedio y que se moría. Llamaron primero a que le viera don José, y luego a don Valentín. Y el hombre, ¡a morir! Y su enfermedad pedía tantos y tales cuidados, y a las veces no del todo aseados, que monopolizaba a la patrona, y los otros huéspedes empezaban ya a amenazar con marcharse. Y don Eloíno, que no podía pagar mucho más, y la doble viuda diciéndole que no podía tenerle más en su casa, pues le estaba perjudicando el negocio. «Pero ¡por Dios, señora, por caridad! –parece que le decía él– ¿Adónde voy yo en este estado, en qué otra casa van a recibirme? Si usted me echa tendré que ir a morirme al hospital… ¡Por Dios, por caridad!, ¡para los días que he de vivir… !» Porque él estaba convencido de que se moría y muy pronto. Pero ella, por su parte, lo que es natural, que su casa no era hospital, que vivía de su negocio y que se estaba ya perjudicando. Cuando en esto a uno de los compañeros de oficina de don Eloíno se le ocurre una idea salvadora, y fue que le dijo: «Usted no tiene, don Eloíno, sino un medio de que esta buena señora se avenga a tenerle en su casa mientras viva.» ...
En la línea 1085
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y al fin se ha muerto el tercer marido de esta señora dejándola 2,15 pesetas diarias, y además le han dado 500 para lutos. Por supuesto, que no las ha empleado en tales lutos. A lo más le ha sacado un par de misas, por remordimiento y por gratitud a los trece duros de viudedad. ...
En la línea 1473
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Tentaban en especial su atención los más arduos y enrevesados problemas de nuestra historia literaria, tales como el de la patria de Prudencio, aunque últimamente, a consecuencia decíase de unas calabazas, se dedicaba al estudio de mujeres españolas de los pasados siglos. ...
En la línea 2016
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! –me suplicó consternado–, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco. ...
En la línea 19
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La mención de tales detalles tiene por fin mostrar la importancia de esta compañía de transportes marítimos, cuya inteligente gestión es bien conocida en el mundo entero. Ninguna empresa de navegación transoceánica ha sido dirigida con tanta habilidad como ésta; ningún negocio se ha visto coronado por un éxito mayor. Desde hace veintiséis años, los navíos de las líneas Cunard han atravesado dos mil veces el Atlántico sin que ni una sola vez se haya malogrado un viaje, sin que se haya producido nunca un retraso, sin que se haya perdido jamás ni una carta, ni un hombre ni un barco. Por ello, y pese a la poderosa competencia de las líneas francesas, los pasajeros continúan escogiendo la Cunard, con preferencia a cualquier otra, como demuestran las conclusiones de los documentos oficiales de los últimos años. Dicho esto, a nadie sorprenderá la repercusión hallada por el accidente ocurrido a uno de sus mejores barcos. ...
En la línea 28
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Justa o injustamente se acusó al «monstruo» de tales desapariciones. Al revelarse así cada día más peligrosas las comunicaciones entre los diversos continentes, la opinión pública se pronunció pidiendo enérgicamente que se desembarazaran los mares, de una vez y a cualquier precio, del formidable cetáceo. ...
En la línea 56
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En tales circunstancias, no se sabía adónde dirigir la fragata, armada para una larga campaña y provista de formidables aparejos de pesca. La impaciencia iba en aumento cuando, el 3 de julio, se notificó que un vapor de la línea de San Francisco a Shangai había vuelto a ver al animal tres semanas antes, en los mares septentrionales del Pacífico. ...
En la línea 143
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Se equivoca, señor profesor. Pase aún que el vulgo crea en cometas extraordinarios que atraviesan el espacio o en la existencia de monstruos antediluvianos que habitan el interior del globo, pero ni el astrónomo ni el geólogo admitirán tales quimeras. Lo mismo ocurre con el ballenero. He perseguido a muchos cetáceos, he arponeado un buen número de ellos, he matado a muchos, pero por potentes y bien armados que estuviesen, ni sus colas ni sus defensas hubieran podido abrir las planchas metálicas de un vapor. ...
En la línea 188
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En tales ocasiones comíamos en la cocina y tomábamos las nueces, las naranjas y las manzanas en la sala, lo cual era un cambio muy parecido al que Joe llevaba a cabo todos los domingos al ponerse el traje de las fiestas. Mi hermana estaba muy contenta aquel día y, en realidad, parecía más amable que nunca en compañía de la señora Hubble que en otra cualquiera. Recuerdo que ésta era una mujer angulosa, de cabello rizado, vestida de color azul celeste y que presumía de joven por haberse casado con el señor Hubble, aunque ignoro en qué remoto período, siendo mucho más joven que él. En cuanto a su marido, era un hombre de alguna edad, macizo, de hombros salientes y algo encorvado. Solía oler a aserrín y andaba con las piernas muy separadas, de modo que, en aquellos días de mi infancia, yo podía ver por entre ellas una extensión muy grande de terreno siempre que lo encontraba cuando subía por la vereda. ...
En la línea 344
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Una tía abuela del señor Wopsle daba clases nocturnas en el pueblo; es decir, que era una ridícula anciana, de medios de vida limitados y de mala salud ilimitada, que solía ir a dormir de seis a siete, todas las tardes, en compañía de algunos muchachos que le pagaban dos peniques por semana cada uno, a cambio de tener la agradable oportunidad de verla dormir. Tenía alquilada una casita, y el señor Wopsle disponía de las habitaciones del primer piso, en donde nosotros, los alumnos, le oíamos leer en voz alta con acento solemne y terrible, así como, de vez en cuando, percibíamos los golpes que daba en el techo. Existía la ficción de que el señor Wopsle «examinaba» a los alumnos una vez por trimestre. Lo que realmente hacía en tales ocasiones era arremangarse los puños, peinarse el cabello hacia atrás con los dedos y recitarnos el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César. Inevitablemente seguía la oda de Collins acerca de las pasiones, y, al oírla, yo veneraba especialmente al señor Wopsle en su personificación de la Venganza, cuando arrojaba al suelo con furia su espada llena de sangre y tomaba la trompeta con la que iba a declarar la guerra, mientras nos dirigía una mirada de desesperación. Pero no fue entonces, sino a lo largo de mi vida futura, cuando me puse en contacto con las pasiones y pude compararlas con Collins y Wopsle, con gran desventaja para ambos caballeros. ...
En la línea 450
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por tales razones sentí contento en cuanto dieron las diez y salimos en dirección a la casa de la señorita Havisham, aunque no estaba del todo tranquilo con respecto al cometido que me esperaba bajo el techo de aquella desconocida. Un cuarto de hora después llegamos a casa de la señorita Havisham, toda de ladrillos, muy vieja, de triste aspecto y provista de muchas barras de hierro. Varias ventanas habían sido tapiadas, y las que quedaban estaban cubiertas con rejas oxidadas. En la parte delantera había un patio, también defendido por una enorme puerta, de manera qua después de tirar de la cadena de la campana tuvimos que esperar un rato hasta que alguien llegase a abrir la puerta. Mientras aguardábamos ante ésta, yo traté de mirar por la cerradura, y aun entonces el señor Pumblechook me preguntó: ...
En la línea 553
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aproveché la oportunidad de estar solo en el patio para mirar mis bastas manos y mi grosero calzado. La opinión que me produjeron tales accesorios no fue nada favorable. Nunca me habían preocupado, pero ahora sí me molestaban como cosas ordinarias y vulgares. Decidí preguntar a Joe por qué me enseñó a llamar «mozos» a aquellos naipes cuyo verdadero nombre era el de «sotas». Y deseé que Joe hubiese recibido mejor educación, porque así habría podido transmitírmela. ...
En la línea 460
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se sentía profundamente agitado. Ciertamente, aquello no eran más que palabras, una conversación de las más corrientes sostenida por gente joven. Más de una vez había oído charlas análogas, con algunas variantes y sobre temas distintos. Pero ¿por qué había oído expresar tales pensamientos en el momento mismo en que ideas idénticas habían germinado en su cerebro? ¿Y por qué, cuando acababa de salir de casa de Alena Ivanovna con aquella idea embrionaria en su mente, había ido a sentarse al lado de unas personas que estaban hablando de la vieja? ...
En la línea 829
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El secretario de la comisaría empezó a dictarle la fórmula de declaración utilizada en tales casos. «No siéndome posible pagar ahora, prometo saldar mi deuda en… (tal fecha). Igualmente, me comprometo a no salir de la capital, a no vender mis bienes, a no regalarlos… » ...
En la línea 1157
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, y, fundándose en ellos, se le ha detenido. Pero, en realidad, estos cargos no son tales cargos, y esto es lo que pretendemos demostrar. La policía sigue ahora una falsa pista, como la siguió al principio con… , ¿cómo se llaman… ? Koch y Pestriakof… Por muy poco que le afecte a uno el asunto, uno no puede menos de sublevarse ante una investigación conducida tan torpemente. Es posible que Pestriakof pase dentro de un rato por mi casa… A propósito, Rodia. Tú debes de estar enterado de todo esto, pues ocurrió antes de tu enfermedad, precisamente la víspera del día en que te desmayaste en la comisaría cuando se estaba hablando de ello. ...
En la línea 1506
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Es usted terrible! ‑exclamó Zamiotof entre risas‑. Afortunadamente, eso no son más que palabras. Si usted se hubiera visto en el trance, habría obrado de modo muy distinto a como dice. Créame: no sólo usted o yo, sino ni el más ducho y valeroso aventurero habría sido dueño de sí en tales circunstancias. Pero no hay que ir tan lejos. Tenemos un ejemplo en el caso de la vieja asesinada en nuestro barrio. El autor del hecho ha de ser un bribón lleno de coraje, ya que ha cometido el crimen durante el día, y puede decirse que ha sido un milagro que no lo hayan detenido. Pues bien, sus manos temblaron. No pudo consumar el robo. Perdió la calma: los hechos lo demuestran. ...
En la línea 310
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ¡De todo eso tiene la culpa Paulina! Sin ella, tal vez no hubiese hecho tales chiquilladas. Quién sabe, tal vez sea la desesperación lo que me ha empujado —por absurdo que parezca este razonamiento. ...
En la línea 634
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Paulina y la señorita Blanche, una a cada lado, daban escolta al sillón. La señorita Blanche manifestaba una dulce alegría y a veces bromeaba gentilmente con la abuela, hasta tal punto que ésta acabó por cumplimentarla. Paulina, al otro lado, estaba obligada a contestar en cada momento a las numerosas preguntas de la abuela, tales como: “¿Quién es ése que viene hacia acá?” “¿Quién es aquél que va en coche?” “¿Es grande la ciudad?” “¿Y el jardín?” “¿Cómo se llaman esos árboles?” “¿Qué montañas son aquéllas?” “¡Qué tejado tan ridículo!” ...
En la línea 759
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ahora, ahora que la abuela había realizado tales proezas en la ruleta, ahora que su personalidad se había manifestado con una tal claridad —para aquella vieja obstinada, autoritaria y “tombée en enfance”— todo amenazaba ruina. Porque ella experimentaba una alegría infantil en emanciparse y, como siguiera así, se dejaría desplumar en el casino. “¡ Dios mío —pensaba yo—, que el Señor me perdone! Seguramente, cada federico de los que había arriesgado la abuela en la ruleta fue a herir en el corazón del general, hacía rabiar a Des Grieux y exasperaba a la señorita Blanche, a la que pasaban la cuchara por debajo de la nariz”. ...
En la línea 785
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Permítame, por favor, usted se ha encargado de ser el guía… ¿cómo decirlo? de “cette pauvre terrible vieille” —manifestó Des Grieux. Pero va a perder, hasta que no le quede nada. ¡Usted mismo ha visto cómo juega, usted ha sido testigo! Si empieza a perder será muy difícil que abandone el tapete verde, y por obstinación, por despecho, continuará, sin hacer caso de nada ni de nadie, pues en tales casos no hay freno que valga y entonces… ...
En la línea 653
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Gracias a los rápidos progresos de aquella industria que había restaurado tan admirablemente, M. se había convertido en un considerable centro de negocios. Los beneficios del señor Magdalena eran tales que al segundo año pudo ya edificar una gran fábrica, en la cual instaló dos amplios talleres, uno para los hombres y otro para las mujeres. Allí podía presentarse todo el que tenía hambre, seguro de encontrar trabajo y pan. Sólo se les pedía a los hombres buena voluntad, a las mujeres costumbres puras, a todos probidad. Era en el único punto en que era intolerante. ...
En la línea 1019
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Y si en tales momentos le hubieran dicho que llegaría un día en que resonaría ese nombre en sus oídos; en que saldría repentinamente de las tinieblas y se erguiría delante de él; en que esa gran luz encendida para disipar el misterio que lo rodeaba resplandecería súbitamente sobre su cabeza, pero le aseguraran que tal nombre no le amenazaría, que semejante luz no produciría sino una oscuridad más espesa, que aquel velo roto aumentaría el misterio, que aquel terremoto consolidaría su edificio; que aquel prodigioso incidente no tendría más resultado, si él quería, que hacer su existencia a la vez más clara y más impenetrable, y que de su confrontación con el fantasma de Jean Valjean el bueno y digno ciudadano señor Magdalena saldría más tranquilo y más respetado que nunca; si alguien le hubiera dicho esto, lo habría tomado como lo más insensato que escuchara jamás. ...
En la línea 330
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A partir de ese momento, día y noche, Buck no abandonó su presa, no le dio un instante de descanso ni le dejó morder las hojas de los árboles o los tiernos brotes de abedules y sauces. Tampoco le dio oportunidad de aplacar la ardiente sed en los exiguos cursos de agua que cruzaban. Muchas veces, desesperado, huía repentinamente a la carrera durante un largo rato. En tales ocasiones, Buck no intentaba detenerlo, sino que lo seguía al trote largo, contento al ver la forma en que se desarrollaba la partida, tumbándose cuando el alce paraba, atacándolo ferozmente cuando trataba de comer o de beber. ...
En la línea 78
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Y con tales lecturas, quedé más perplejo que antes, sin rumbo en ese abismo de lo fisio-psicológico inexplicable, hasta que opté al fin por el sabio expediente de aceptar los hechos como viniesen y dejarme guiar por ellos. ...
En la línea 211
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... -Qué extraordinario… -exclamó Blanca, divertida verdaderamente con mi narración, que, sin embargo, en tratándose de tales o cuales vocablos, dejaba de entender. ...
En la línea 8
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... ¡Oh, y cuán sano, verdadero y hermoso es nuestro realismo nacional, tradición gloriosísima del arte hispano! ¡Nuestro realismo, el que ríe y llora en la Celestina y el Quijote, en los cuadros de Velázquez y Goya, en la vena cómico-dramática de Tirso y Ramón de la Cruz! ¡Realismo indirecto, inconsciente, y por eso mismo acabado y lleno de inspiración; no desdeñoso del idealismo, y gracias a ello, legítima y profundamente humano, ya que, como el hombre, reúne en sí materia y espíritu, tierra y cielo! Si considero que aun hoy, en nuestra decadencia, cuando la literatura apenas produce a los que la cultivan un mendrugo de amargo pan, cuando apenas hay público que lea ni aplauda, todavía nos adornan novelistas tales, que ni en estilo, ni en inventiva, ni acaso en perspicacia observadora van en zaga a sus compañeros de Francia e Inglaterra (países donde el escribir buenas novelas es profesión, a más de honrosa, lucrativa), enorgullézcome de las ricas facultades de nuestra raza, al par que me aflige el mezquino premio que logran los ingenios de España, y me abochorna la preferencia vergonzosa que tal vez concede la multitud a rapsodias y versiones pésimas de Zola, habiendo en España Galdós, Peredas, Alarcones y otros más que omito por no alargar la nomenclatura. ...
En la línea 15
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni más ni menos que en los países de abanico cuyas mitológicas pinturas representan nupcias, se notaba allí que el séquito de la novia lo componían hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el del novio. Advertíase asimismo gran diferencia entre la condición social de uno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho más numerosa, parecía poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes señoriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se apiñaba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ávida curiosidad que despierta en las multitudes el espectáculo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sabían: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, diversísima de la conocida hasta entonces. Contaría la heroína de la fiesta unos diez y ocho años: aparentaba menos, atendiendo al mohín infantil de su boca y al redondo contorno de sus mejillas, y más, consideradas las ya florecientes curvas de su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona. Nada de hombros altos y estrechos, nada de inverosímiles caderas como las que se ven en los grabados de figurines, que traen a la memoria la muñeca rellena de serrín y paja; sino una mujer conforme, no al tipo convencional de la moda de una época, pero al tipo eterno de la forma femenina, tal cual la quisieron natura y arte. Acaso esta superioridad física perjudicaba un tanto al efecto del caprichoso atavío de viaje de la niña: tal vez se requería un cuerpo más plano, líneas más duras en los brazos y cuello, para llevar con el conveniente desenfado el traje semimasculino, de paño marrón, y la toca de paja burda, en cuyo casco se posaba, abiertas las alas, sobre un nido de plumas, tornasolado colibrí. Notábase bien que eran nuevas para la novia tales extrañezas de ropaje, y que la ceñida y plegada falda, el casaquín que modelaba exactamente su busto le estorbaban, como suele estorbar a las doncellas en el primer baile la desnudez del escote: que hay en toda moda peregrina algo de impúdico para la mujer de modestas costumbres. Además, el molde era estrecho para encerrar la bella estatua, que amenazaba romperlo a cada instante, no precisamente con el volumen, sino más bien con la libertad y soltura de sus juveniles movimientos. No se desmentía en tan lucido ejemplar la raza del recio y fornido anciano, del padre que allí se estaba derecho, sin apartar de su hija los ojos. El viejo, alto, recto y firme, como un poste del telégrafo, y un jesuita bajo y de edad mediana, eran los únicos varones que descollaban entre el consabido hormiguero femenil. ...
En la línea 95
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Así como suena! -exclamó-. Pero es que no hay como tú para tales hallazgos. ...
En la línea 100
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Bah… es tan joven! En presentándote tú… con tu buen trato, y tu práctica en tales lides… ...
En la línea 802
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fácil es comprender cuán caviloso debía estar el agente. Ocurriósele la idea de algún rapto criminal. ¡Sí! ¡Eso debía ser! Este pensamiento se incrustó en el cerebro de Fix, reconociendo todo el partido que de esta circunstancia podía sacar. Fuese o no casada la joven, había rapto, y era posible suscitar en Hong Kong tales dificultades al raptor, que no pudiera salir de ellas ni aun a fuerza de dinero. ...
En la línea 838
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En efecto, los vapores de la Compañía Peninsular que hacen el servicio de los mares de China, tienen un defecto de construcción muy grave. La relación del calado en carga con la cabida, ha sido mal calculada, y por consiguiente ofrecen al mar muy débil resistencia. Su volumen cerrado, impenetrable al agua, es insuficiente. Están anegados, y a consecuencia de esta disposición bastaban algunos bultos echados a bordo, para modificar su marca. Son, por consiguiente, esos buques muy inferiores- si no por el motor y el aparato evaporatorio- a los tipos de las mensajerías francesas, tales como la 'Emperatriz' y el 'Cambodge'. Mientras que, según los cálculos de los ingenieros, estos buques pueden embarcar una cantidad de agua igual a su propio peso, antes de sumergirse los de la Compañía Peninsular, el 'Golconda', el 'Corea' y el 'Rangoon' no podrían recibir el sexto de su peso sin irse a pique. ...
En la línea 985
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Durante esta escena, que iba, quizá, a comprometer gravemente el porvenir de mister Fogg, éste se paseaba con Aouida por las calles de la ciudad inglesa. Desde que la joven había aceptado la oferta de conducirla a Europa, mister Fogg había tenido que pensar en todos los pormenores que requiere tan largo viaje. Que un inglés como él diese la vuelta al mundo con un saco de noche, pase; pero una mujer no podía emprender semejante travesía, en tales condiciones. De aquí resultaba la necesidad de comprar vestidos y objetos necesarios para el viaje. Mister Fogg hizo este servicio con la calma que le caracterizaba, y a todas las excusas y observaciones de la joven viuda, confundida con tanto obsequio, respondió invariablemente: ...

El Español es una gran familia
Busca otras palabras en esta web
Palabras parecidas a tales
La palabra corriendo
La palabra bandidos
La palabra cara
La palabra cargada
La palabra escopeta
La palabra clase
La palabra ciega
Webs Amigas:
Viviendas vpo . Ciclos formativos en Burgos . Becas de Murcia . - Hotel Golf Antequera en Málaga