La palabra Soso ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece soso.
Estadisticas de la palabra soso
La palabra soso no es muy usada pues no es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE
Errores Ortográficos típicos con la palabra Soso
Cómo se escribe soso o zozo?
Más información sobre la palabra Soso en internet
Soso en la RAE.
Soso en Word Reference.
Soso en la wikipedia.
Sinonimos de Soso.
Algunas Frases de libros en las que aparece soso
La palabra soso puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 6303
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... (Eran sus frases) los placeres del mundo pueden ser, para un alma firme y bien alimentada, pasatiempo inocente, hasta soso, insignificante; distracción útil, que se aprovecha como una medicina insípida, pero eficaz. ...
En la línea 10187
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —dijo al Marquesito, que callaba, pensando que todo aquello era muy soso sin mujeres. ...
En la línea 12429
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Este poblachón se va poniendo lo más soso. ...
En la línea 15852
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?. ...
En la línea 1457
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo lo que sigue es muy soso. Desde que se dio tierra al pequeñuelo, yo no tenía otro deseo que ver a la madre tomando el portante. Puedes creérmelo: no me interesaba nada. Lo único que sentía era compasión por sus desgracias, y no era floja la de vivir con aquel bárbaro, un tiote grosero que la trataba muy mal y no la dejaba ni respirar. ¡Pobre mujer! Yo le dije, mientras él estaba en el cementerio: «¿Cómo es que vives con este animal y le aguantas?». Y respondiome: «No tengo más amparo que esta fiera. No le puedo ver; pero el agradecimiento… ». Es triste cosa vivir de esta manera, aborreciendo y agradeciendo. Ya ves cuánta desgracia, cuánta miseria hay en este mundo, niña mía… Bueno, pues sigo diciéndote que aquella infeliz pareja me dio la gran jaqueca. El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo. ¡Valiente animal! Me atosigaba con sus exigencias, y aun con amenazas, y no tardé en comprender que lo que quería era sacarme dinero. La pobre Fortunata no me decía nada. Aquel bestia no le permitía que me viera y hablara sin estar él presente, y ella, delante de él, apenas alzaba del suelo los ojos; tan aterrorizada la tenía. Una noche, según me contó la patrona, la quiso matar el muy bruto. ¿Sabes por qué?, porque me había mirado. Así lo decía él… Me puedes creer, como esta es noche, que Fortunata no me inspiraba sino lástima. Se había desmejorado mucho de físico, y en lo espiritual no había ganado nada. Estaba flaca, sucia, vestía de pingos que olían mal, y la pobreza, la vida de perros y la compañía de aquel salvaje habíanle quitado gran parte de sus atractivos. A los tres días se me hicieron insoportables las exigencias de la fiera, y me avine a todo. No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento. ...
En la línea 3374
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Quien supiera o pudiera apartar el ramaje vistoso de ideas más o menos contrahechas y de palabras relumbrantes, que el señorito de Santa Cruz puso ante los ojos de su mujer en la noche aquella, encontraría la seca desnudez de su pensamiento y de su deseo, los cuales no eran otra cosa que un profundísimo hastío de Fortunata y las ganas de perderla de vista lo más pronto posible. ¿Por qué lo que no se tiene se desea, y lo que se tiene se desprecia? Cuando ella salió del convento con corona de honrada para casarse; cuando llevaba mezcladas en su pecho las azucenas de la purificación religiosa y los azahares de la boda, parecíale al Delfín digna y lucida hazaña arrancarla de aquella vida. Hízolo así con éxito superior a sus esperanzas, pero su conquista le imponía la obligación de sostener indefinidamente a la víctima, y esto, pasado cierto tiempo, se iba haciendo aburrido, soso y caro. Sin variedad era él hombre perdido; lo tenía en su naturaleza y no lo podía remediar. Había que cambiar de forma de Gobierno cada poco tiempo, y cuando estaba en república, ¡le parecía la monarquía tan seductora… ! Al salir de su casa aquella tarde, iba pensando en esto. Su mujer le estaba gustando más, mucho más que aquella situación revolucionaria que había implantado, pisoteando los derechos de dos matrimonios. ...
En la línea 4187
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Diferentes veces, en las intimidades con su cara mitad, Maximiliano había expresado esas tristezas tan comunes en los matrimonios que no tienen hijos. Fortunata no gustaba de este tópico; pero no tenía más remedio que aceptarlo. Una noche lo acogió con verdadero entusiasmo, porque llevaba a él una felicísima idea que aquel día había tenido. «Mira tú—dijo a su esposo—; si Dios no quiere darnos una criatura, él se sabrá por qué lo hace. Pero podemos adoptar uno, buscar un huerfanito y traérnosle a casa. A mí me gustaría mucho, y a los dos nos distraería. ¿Por qué no he de hacer yo, aunque soy pobre, lo que hacen las señoras ricas, que no tienen hijos? Es muy soso un matrimonio sin chiquitín». ...

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