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La palabra sorda
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la palabra sorda

La palabra Sorda ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece sorda.

Estadisticas de la palabra sorda

Sorda es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 17074 según la RAE.

Sorda aparece de media 3.8 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la sorda en las obras de referencia de la RAE contandose 577 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Sorda

Cómo se escribe sorda o sorrda?
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El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece sorda

La palabra sorda puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 552
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La barraca aparecía como esfumada entre las nubes de humo de estas luminarias, que despertaban sorda cólera en toda la huerta. ...

En la línea 555
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los vecinos burlábanse de todos ellos con una ironía que delataba su sorda írritación. ...

En la línea 2436
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La huerta era sorda para ellos. ...

En la línea 1412
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín Montenegro contemplaba tristemente el curso de esta lucha sorda, que había de terminar forzosamente con algo ruidoso; pero de lejos, rehuyendo el trato con los rebeldes, ya que no estaba en Jerez su maestro Salvatierra. Callaba también en el escritorio, cuando en su presencia manifestaban los amigos de don Pablo los crueles deseos de una represión que atemorizase a los trabajadores. ...

En la línea 1622
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¿Eso es todo lo que usted tiene que decir?--preguntó con voz sorda. ...

En la línea 1722
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Juanón y los más enérgicos, contuvieron al doblar una esquina el torrente de hombres. Los grupos se rehicieron: pero más pequeños, menos compactos. Ya no eran más que unos seiscientos hombres. El crédulo caudillo blasfemaba con voz sorda. ...

En la línea 1804
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --No tengo ganas de beber--dijo con voz sorda.--Lo que deseo, es hablar contigo, y en seguida. Hablar de algo muy interesante... ...

En la línea 6713
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Veamos -dijo D'Artagnan-, ¿estáis seguros de que la otra está bien muerta?-¿La otra? -dijo Athos con una voz tan sorda que apenas si D'Ar tagnan la oyó. ...

En la línea 7650
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡De acuerdo, monseñor! Pero ¿y después?-Cuando se está en la Bastilla, no hay después -dijo el cardenal con voz sorda-. ...

En la línea 7708
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pero, en fin -dijo Milady con una voz sorda-, ¿qué os trae a m? ¿Y qué queréis de mí? -Quiero deciros que, aunque permaneciendo invisible a vuestros ojos, no os he perdido de vista. ...

En la línea 7716
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -El señor D'Artagnan me ha ofendido cruelmente -dijo Milady con voz sorda-. ...

En la línea 4162
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Es el caso -replicó Sancho- que, como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle, porque la muerte es sorda, y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va depriesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos. ...

En la línea 9585
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y volvió la inquietud honda y sorda a minar su alma. ...

En la línea 10322
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella mujer despertaba en él, ahora, una ira sorda mezclada de un deseo intenso, doloroso. ...

En la línea 10375
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ella también iba a renacer, iba a resucitar, ¡pero a qué mundo tan diferente! ¡Cuán otra vida iba a ser de la que había sido! se preparaba a sí misma una vida de sacrificios, pero sin intermitencias de malos pensamientos y de rebelión sorda y rencorosa, una vida de buenas obras, de amor a todas las criaturas, y por consiguiente a su marido, amor en Dios y por Dios. ...

En la línea 11113
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Volvió la época del paseo en el Espolón, y don Fermín al pasear allí su humilde arrogancia, su hermosa figura de buen mozo místico, observaba que ya no era aquello una marcha triunfal, un camino de gloria; en los saludos, en las miradas, en los cuchicheos que dejaba detrás de sí, como una estela, hasta en la manera de dejarle libre el paso los transeúntes, notaba asperezas, espinas, una sorda enemistad general, algo como el miedo que está próximo a tener sus peculiares valentías insolentes. ...

En la línea 464
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Había vuelto Claudio a bajar la cabeza, cual si no pudiese resistir las miradas acaricia-doras de Rosaura, y con voz sorda, lo mismo que si hiciese una confesión, empezó a decir: ...

En la línea 1565
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Callaba Rosaura, adivinando la conveniencia de no oponer ninguna respuesta capaz de enardecerlo. Era mejor dejar libre el curso de su catarata verbal, que sonaba con una continuidad sorda de confesión y arrepentimiento. De este modo se agotaría, esparciéndose sobre una llanura silenciosa, limpia de obstáculos. ...

En la línea 1575
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Volvió Borja a hablar con voz sorda; pero ahora su tono era amenazante… Sólo él podía ser su esposo. Considerábase con mayores derechos que todos los hombres. Hasta aquel Urdaneta, a pesar de su leyenda de bravucón, le había cedido el paso. Y formuló promesas de muerte contra todo el que intentase despojarlo de lo que apreciaba como suyo. ...

En la línea 847
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Nuestro triunfo llega -dijo con voz sorda-. Están contados los días de la tiranía de las mujeres. Anoche recibí grandes noticias. Un esclavo de la servidumbre de nuestro gigante me entregó un papel que le había dado otro esclavo venido de una de las ciudades más remotas de la República. El número de nuestros adeptos aumenta. Tal vez somos ya un millón. ...

En la línea 2579
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se le franquearon todas las puertas, abriéndolas de par en par y resguardándose tras las hojas de ellas, como se abren las puertas del toril para que salga la fiera a la plaza. La última que cambió algunas palabras con ella fue Fortunata, que la siguió hasta el vestíbulo movida de lástima y amistad, y aún quiso arrancarle alguna declaración de arrepentimiento. Pero la otra estaba ciega y sorda; no se enteraba de nada, y dio a su amiga tal empujón, que si no se apoya en la pared cae redonda al suelo. ...

En la línea 730
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Y es cierto, Giro Batol -contestó Sandokán en voz sorda. ...

En la línea 1159
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Nada! —dijo Sandokán con voz sorda cuando llegaron a la boca del riachuelo-. ¿Les habrá sucedido alguna desgracia a mis paraos? ...

En la línea 1397
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No vi nada bueno para nosotros —contestó Sandokán con sorda cólera— La quinta está guardada por centinelas y una cantidad de soldados recorren el parque. Esta noche no podremos intentar nada. ...

En la línea 1509
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Calla, Yáñez! —dijo Sandokán con voz sorda—. Tú no puedes saber qué les reserva el destino a los tigres de Mompracem. ...

En la línea 3310
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En aquel momento, se oyó una sorda detonación. Miré al capitán. Éste no se había movido. ...

En la línea 4401
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Qué ocurrencia tan original! En fin, ya hemos llegado. Subamos… Mire, ésa es la puerta de la habitación de Sonia Simonovna. No hay nadie, convénzase… ¿No me cree? Preguntemos a los Kapernaumof, a quienes ella entrega la llave cuando se va… Mire, ahí está la señora de Kapernaumof… ¡Oiga! ¿Dónde está la vecina? (Es un poco sorda, ¿sabe… ?) ¿Que ha salido… ? ¿Adónde se ha marchado… ? Ya lo ha oído usted; no está en casa y no volverá hasta la noche… Bueno, ahora venga a mis habitaciones. Pues quiere usted venir, ¿verdad… ? Ya estamos. La señora Resslich ha salido. Siempre está muy atareada, pero es una buena mujer, se lo aseguro. Si usted hubiera sido más razonable, ella le habría podido ayudar… Mire, cojo un título del cajón de mi mesa (como usted ve, me quedan bastantes todavía). Hoy mismo lo convertiré en dinero. ¿Ya lo ha visto usted todo bien? Tengo prisa. Cerremos el cajón. Ahora la puerta. Y de nuevo estamos en la escalera. ¿Quiere usted que tomemos un coche? Ya le he dicho que voy a las Islas. ¿No quiere usted dar una vuelta? El simón nos llevará a la isla Elaguine. ¿Qué, no quiere? Vamos, decídase. Yo creo que va a llover, pero ¿qué importa? Levantaremos la capota. ...

En la línea 1060
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma. No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo. Se había determinado la afonía parcial y apenas lograba hablar, y sólo en voz muy queda y sorda, como la que pudiese emitir un tambor rehenchido de algodón en rama. Apoderábanse de ella somnolencias tenaces, largas; modorras profundas, en que todo su organismo, sumido en atonía vaga, remedaba y presentía el descanso final de la tumba. Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración. Eran las horas meridianas aquellas en que preferentemente la atacaba el sueño comático, y la enfermera, que nada podía hacer sino dejarla reposar, y a quien abrumaba la espesa atmósfera del cuarto, impregnada de emanaciones de medicinas y de vahos de sudor, átomos de aquel ser humano que se deshacía, salía al balconcillo, bajaba las escaleras que conducían al jardín, y aprovechando la sombra del desmedrado plátano, se pasaba allí las horas muertas cosiendo o haciendo crochet. Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo. El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín. La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras. En lontananza brillaba a veces el acero de un estribo, el color de un traje o de una librea, el rápido girar de los barnizados rayos de una rueda. Lucía observaba las diferencias de los caballos. Habíalos normandos, poderosos de anca, fuertes de cuello, lucios de piel, pausados en el manoteo, que arrastraban a un tiempo pujante y suavemente las anchas carretelas; habíalos ingleses, cuellilargos, desgarbados y elegantísimos, que trotaban con la precisión de maravillosos autómatas; árabes, de ojos que echaban fuego, fosas nasales impacientes y dilatadas, cascos bruñidos, seca piel y enjutos riñones; españoles, aunque pocos, de opulenta crin, soberbios pechos, lomos anchos y manos corveteadoras y levantiscas. Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. A veces turbaba su soledad en él, no viajero ni viajera alguna, que los que vienen a París no suelen pasarse la tarde haciendo labor bajo un plátano, sino el mismísimo Sardiola en persona, que so pretexto de acudir con una regadera de agua a las plantas, de arrancar alguna mala hierba, o de igualar un poco la arena con el rodezno, echaba párrafos largos con su meditabunda compatriota. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola. Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular. Acaso maravillará al lector, que tan enterado anduviese Sardiola de lo concerniente a aquel a quien sólo trató breve tiempo; pero es de advertir que el vasco era de un lugar bien próximo al solar de los Arteguis, y familiar amigo de la vieja ama de leche, única que ahora cuidaba de la casa solitaria. En su endiablado dialecto platicaban largo y tendido los dos, y la pobre mujer no sabía sino contar gracias de su criatura, que oía Sardiola tan embelesado como si él también hubiese ejercido el oficio nada varonil de Engracia. Por tal conducto vino Lucía a saber al dedillo los ápices más menudos del genio y condición de Ignacio; su infancia melancólica y callada siempre, su misántropa juventud, y otras muchas cosas relativas a sus padres, familia y hacienda. ¿Será cierto que a veces se complace el Destino en que por extraña manera, por sendas torturosas, se encuentren dos existencias, y se tropiecen a cada paso e influyan la una en la otra, sin causa ni razón para ello? ¿Será verdad que así como hay hilos de simpatía que los enlazan, hay otro hilo oculto en los hechos, que al fin las aproxima en la esfera material y tangible? ...

En la línea 1113
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y la voz sorda de Lucía expiró en su garganta. Zumbábanle los oídos y giraban en torno suyo verja, paredes, plátano y yucas. Hay así en la vida momentos supremos en que el sentimiento, oculto largas horas, se levanta rugiente, y avasallador, y se proclama dueño de un alma. Éralo ya; pero el alma lo ignoraba por ventura o barruntábalo solamente; hasta que repentina marca de hierro enrojecido viene a revelarle su esclavitud. Aunque el símil pueda parecer profano, diré que acontece con esto algo de lo que con las conversiones: flota indeciso el ánimo algún tiempo, sin saber qué rumbo toma, ni qué causa su desasosiego, hasta que una voz de lo alto, una luz deslumbradora, de improviso, disipan toda duda. Pronto es el asalto, nula la resistencia, segura la victoria. ...

Más información sobre la palabra Sorda en internet

Sorda en la RAE.
Sorda en Word Reference.
Sorda en la wikipedia.
Sinonimos de Sorda.

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