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La palabra siento
Cómo se escribe

la palabra siento

La palabra Siento ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece siento.

Estadisticas de la palabra siento

Siento es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1586 según la RAE.

Siento tienen una frecuencia media de 59.73 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la siento en 150 obras del castellano contandose 9079 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Siento

Cómo se escribe siento o ciento?
Cómo se escribe siento o ziento?

Más información sobre la palabra Siento en internet

Siento en la RAE.
Siento en Word Reference.
Siento en la wikipedia.
Sinonimos de Siento.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece siento

La palabra siento puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 751
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Mira, Fermín, hijo mío--decía con entonación oratoria.--¡Qué hermosura de viñas! Me siento orgulloso de prestar mis servicios a una casa que es dueña de Marchamalo. Esto no se encuentra en ninguna nación, y cuando yo oigo hablar de los progresos de la Francia, del poder militar de los alemanes o de la soberbia naval de los ingleses, contesto: «Está bien; ¿pero dónde tienen ellos vinos como los de Jerez?» Todo lo que se diga es poco de este vino grato a los ojos, gustoso a la nariz, deleite del paladar y reparo del estómago. ¿No lo crees tú así?... ...

En la línea 1203
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»? --_Alcaparrón_, tú no puedes entenderme--continuó Salvatierra con voz temblorosa.--Tal vez es una fortuna para ti esa alma simple que te permite en los dolores y en las alegrías ser ligero y mudable como un pájaro. Pero óyeme, aunque no me entiendas. Yo no reniego de lo que he aprendido: yo no dudo de lo que sé. Mentira es la otra vida, ilusión orgullosa del egoísmo humano; mentira también los cielos de las religiones. Hablan éstas a las gentes en nombre de un espiritualismo poético, y su vida eterna, su resurrección de los cuerpos, sus placeres y castigos de ultra-tumba, son de un materialismo que da náuseas. No existe para nosotros otra vida que la presente; pero ¡ay! ante la sábana de tierra que cubre a mamá, sentí por primera vez flaquear mis convicciones. Acabamos al morir; pero algo resta de nosotros junto a los que nos suceden en la tierra; algo que no es sólo el átomo que nutre nuevas vidas; algo impalpable e indefinido, sello personal de nuestra existencia. Somos como los peces en el mar; ¿me entiendes, _Alcaparrón_? Los peces viven en la misma agua en que se disolvieron sus abuelos y en la que laten los gérmenes de sus sucesores. Nuestra agua es el ambiente en que existimos: el espacio y la tierra: vivimos rodeados de los que fueron y de los que serán. Y yo, _Alcaparrón_ amigo, cuando siento ganas de llorar recordando la nada de aquél montón de tierra, la triste insignificancia de las florecillas que lo rodean, pienso en que no está allí mamá completamente, que algo se ha escapado, que circula al través de la vida, que me tropieza atraído por una simpatía misteriosa, y me acompaña envolviéndome en una caricia tan suave como un beso... ...

En la línea 798
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Mi corazón esmosquetero, lo siento de sobra, señor, y eso me entusiasma. ...

En la línea 2954
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Lo siento, señora, pero no conozco otro poder que el del gran hombre a quien tengo el honor de servir. ...

En la línea 4634
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Presunción mundana!-¡Me conozco, padre mío, mi resolución es irrevocable!-Entonces, ¿os obstináis en seguir con esa tesis,-Me siento llamado a tratar esa tesis, y no otra; voy, pues, a continuarla, y mañana espero que estaréis satifescho de las correcciones que haré según vuestros consejos. ...

En la línea 4768
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Yo trataré de acompañaros -dijo Aramis-, aunque aún no me siento e n condiciones de montar a caballo. ...

En la línea 268
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al conocer, pues, la baja estimación en que había caído, el rústico viejo replicó: «Si soy un bestia, un bárbaro y, además, un pordiosero, lo siento mucho; pero como eso no tiene remedio, voy a gastarme estas cuatro fanegas de cebada, que había reservado para aliviar la miseria del Santo Padre, en una corrida de toros y en otras diversiones convenientes para la reina, mi mujer, y para los príncipes, mis hijos. ...

En la línea 1323
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... YO.—Me parece muy acertado, madre; al menos, no faltarán gentes que lo encuentren tal; pero yo soy de otro _chim_, ya lo sabes, y no me siento inclinado a pasar toda mi vida en este país. ...

En la línea 1355
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De pronto, las dos más jóvenes le agarraron por las manos, y mientras él forcejeaba para soltarse, la vieja le decía: —Necesitas tabaco, _hijo_, y vienes a casa de los gitanos para asustar a las _Callees_ y al _Caloró_ forastero, que no tienen más _plako_; la verdad, _hijo_, no podemos darte tabaco, y lo siento mucho; pero, en cambio, tenemos polvo abundante _a tu servicio_. ...

En la línea 2206
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el curso de mis viajes he adquirido muchas amistades y relaciones; pero ninguna tan interesante como la del barón Taylor; por nadie siento yo consideración ni estima más altas. ...

En la línea 1076
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero dame acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor. ...

En la línea 1482
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pues, ¿quién ordena el terrible dolor que adoro y siento? Si digo que sois vos, Fili, no acierto; que tanto mal en tanto bien no cabe, ni me viene del cielo esta rüina. ...

En la línea 1954
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de don Fernando; que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en mí valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle». ...

En la línea 4569
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís -respondió el derrengado caballero-. ...

En la línea 1017
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rmanezco allí dos días y aunque me siento muy mal, recojo algunas conchas marinas en las capas terciarias. ...

En la línea 1535
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... egados a la cumbre, miramos alrededor y se nos presenta el más soberbio espectáculo. atmósfera límpida, el cielo azul intenso, los valles profundos, los picos desnudos con sus formas extrañas, las ruinas amontonadas durante tantos siglos, las rocas de brillantes colores que contrastan con la blancura de la nieve, todo lo que me rodea forma un panorama indescriptible. plantas, ni pájaros, fuera de algunos cóndores que se ciernen sobre los picos más altos, distraen mi atención de las masas inanimadas. siento feliz de estar solo; experimento lo que se siente cuando se presencia una tempestad tremenda o cuando se oye un coro de El Mesías ejecutado por una gran orquesta. ...

En la línea 1562
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En el momento de llegar al vértice del Portillo nos rodea un verdadero chaparrón de nieve, incidente que siento mucho, porque me impide disfrutar de la vista del país, prolongándose todo el día. paso ha recibido el nombre de Portillo por ser tina grieta, a manera de puerta, tallada en la parte más alta de la cadena, y por lo cual pasa el camino ...

En la línea 462
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y añadió: —¡Bien sabe Dios que siento la profanación a que se me invita! Se vistió lo más correctamente que supo, y después de verse en el espejo como un Lovelace que estudia arqueología en sus ratos de ocio, se fue a casa de doña Obdulia. ...

En la línea 1167
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Tienes razón; siento una fatiga dulce. ...

En la línea 5839
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Peláez temblando y lívido se atrevió a decir: —¡Cuánto siento!. ...

En la línea 6748
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Ya lo creo! ¡ya lo creo! y lo siento. ...

En la línea 480
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Quiero hacer algo en mi vida. Ha llegado el momento de la decisión. ¡Permanecer aquí siempre!… Los verdaderos hombres aman a las mujeres, pero no se dejan dominar por ellas. ¿Qué soy yo?… Tu esclavo. Jaula de oro, mas al fin prisión. No me opongas celos y sospechas, no Inventes sentimientos que no tengo. Si huyo de ti, no es para ir en busca de un nuevo placer. Tan grande ha sido tu amor, que no siento deseos de conocer otro. Es la aspereza de la vida libre lo que me atrae. La fatiga del trabajo representa para mí una felicidad desconocida. Deja que me vaya… Yo volveré, si quieres. Esta separación puede ser única, y luego nuestra vida se reanudará hermosa y tranquila, como tú la describes antes. ...

En la línea 497
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Usted es de una gran familia histórica—dijo a Claudio—. Pertenece a la nobleza en la que yo hubiese querido figurar de no bastarme la mía, herencia de hombres de espada que pasaron el Océano, o sea de los conquistadores. Procede usted de la aristocracia papal, i Gran familia la de los Borgias. Muchas veces siento la tentación de escribir un libro sobre ellos. Su tío don Baltasar me incitó a que lo hiciese, en su reciente visita; ¡pero son tantas las cosas que debo escribir antes!… Una familia que empieza a figurar en el mundo gracias a Calixto Tercero, el octogenario e incansable cruzado, y termina un siglo después dando un gran salto, el cuarto duque de Gandía, cortesano elegante que se hace jesuíta y acaba por ser San Francisco de Borja. Todos en ella se muestran ardorosos, enérgicos, de vigorosa personalidad. ¡César Borgia y San Francisco de Borja surgiendo de la misma estirpe en el transcurso de pocos decenios!… Unos Borjas fueros héroes; otros, santos; otros terribles pecadores, pero ninguno vulgar ni mediocre. ...

En la línea 448
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¡Qué envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la más estupenda de las revoluciones! ¡Cuánto me hubiese gustado ver lo que vio mi madre, que era entonces una niña!… Las muchachas más valerosas, acostumbradas a los deportes, montaron una mañana en varios aeroplanos, volando sobre toda la extensión del país. Cada avión llevaba un aparato de los inventados por la sabia providencial. Eran a la vista unas simples cajas de las que salían varios chorros de humo tenue y negro. Estas mangas, al descender del avión, iban pasando sobre la superficie de la tierra, y toda materia inflamable que tocaban, aunque estuviese defendida por paredes u oculta bajo el suelo, hacia explosión inmediatamente. Así, en unas cuantas horas volaron todos los arsenales, polvorines y depósitos de municiones existentes en nuestro país. ...

En la línea 656
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - De este modo, gentleman, -dijo el profesor-, podré conversar con usted sin tener que levantar mucho la voz, lo mismo que si hablase con un ser de mi especie. A veces siento el deseo de comunicarle cosas muy importantes para mi, cosas íntimas, cosas tiernas de la amistad, y no me atrevo. ¿Quién sabe si algún universitario conocedor de nuestro idioma vaga por debajo de la mesa y puede oírnos?… Ahora, como podré hablar en voz discreta, tal vez me atreva a decir lo que pienso con algo más de libertad. ...

En la línea 1017
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Creo llegado el momento -dijo con voz insinuante- de mostrarle mi alma. Mientras usted vivía a cubierto de peligros, yo no me atreví a decirle lo que siento. Me dominaba la timidez de todo el que ha pasado su existencia entre libros, viendo de lejos a las personas. Pero después de la locura de usted, la situación es otra. Tal vez el conflicto con nuestro Padre de los Maestros acabe por arreglarse, pero en este momento la situación es mala. Corre usted grandes riesgos, y por lo mismo considero oportuno manifestarle lo que no me hubiera atrevido a decir en una ocasión mejor. Oigame bien, gentleman, y no se ría de mi… . Yo le quiero un poco y me intereso por su felicidad… . ¿Por qué no hablar más claramente?… Yo le amo, gentleman, y deseo pasar el resto de mi vida junto a usted, dedicándome en absoluto a su servicio. ...

En la línea 1091
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Lo que siento -terminó diciendo el gigante- es no haber aplastado a toda esa canalla que pretendía registrarme. Pero otros llegarán; les espero, y van a tener peor suerte. ...

En la línea 527
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No hagan ustedes caso de esta rata eclesiástica—indicó Moreno, sentándose entre Barbarita y Jacinta—. Me está arruinando. Voy a tener que irme a un pueblo porque no me deja vivir. Es que no me puedo descuidar. Estoy en casa vistiéndome… siento un susurro, algo así como paso de ladrones; miro, veo un bulto, doy un grito… Es ella, la rata que ha entrado y se va escurriendo por entre los muebles. Nada; por pronto que acudo, ya mi querida tía me ha registrado la ropa que está en el perchero y se ha llevado todo lo que había en el bolsillo del chaleco. ...

En la línea 776
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y entraba Plácido y le contaba mil cosas divertidas, que siento no poder reproducir aquí. No contento con esto, quería divertirse a costa de él, y recordando un pasaje de la vida de Estupiñá que le habían contado, decíale: ...

En la línea 1727
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No, si no siento nada. Nunca he estado mejor—dijo Rubín, sintiendo que la timidez le ganaba otra vez. ...

En la línea 1890
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta razón hizo efecto grande en el ánimo de Rubín. «No importa que estés aquí. Con tal que no me hables, estudiaré. Viéndote, parece que comprendo mejor las cosas, y que se me abren las compuertas del entendimiento. Te pones aquí, tú a tu costura, yo a mis libros. Cuando me siento muy torpe, ¡pim!, te miro y al momento me despabilo». ...

En la línea 1292
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –No temas que le haga caso, buen hombre, no tengo intención de hacérselo; pero a enseñarle algo sí que me siento inclinado. –Volviose a un subordinado y le dijo–: Dale al tontito una o dos probadas de látigo, para, enmendar sus modales. ...

En la línea 474
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Llegó a casa, y al salir Orfeo a recibirle lo cogió en sus brazos, le acarició y le dijo: «Hoy empezamos una nueva vida, Orfeo. ¿No sientes que el mundo es más grande, más puro el sire y más azul el cielo? ¡Ah, cuando la veas, Orfeo, cuando la conozcas… ! ¡Entonces sentirás la congoja de no ser más que perro como yo siento la de no ser más que hombre! Y dime, Orfeo, ¿cómo podéis conocer, si no pecáis, si vuestro conocimiento no es pecado? El conocimiento que no es pecado no es tal conocimiento, no es racional.» ...

En la línea 722
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Ay, Rosario, Rosario, yo no sé lo que me pasa, yo no sé lo que es de mí! Esa mujer que tú dices que es mala, sin conocerla, me ha vuelto ciego al darme la vista. Yo no vivía, y ahora vivo; pero ahora que vivo es cuando siento lo que es morir. Tengo que defenderme de esa mujer, tengo que defenderme de su mirada. ¿Me ayudarás tú, Rosario, me ayudarás a que de ella me defienda? ...

En la línea 1064
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... « ¿Tan mal se cree usted?» «Me siento morir … » «Pues si así es, le queda un medio de conseguir que esta buena mujer no le ponga de patitas en la calle, obligándole a irse al hospital.» ...

En la línea 1447
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, aunque lo diga. Si la cosa es continua y lenta. Ahora, si de repente le ocurre a uno algo… Pero eso de que se sienta uno envejecer, ¡quiá!; lo que siente uno es que envejecen las cosas en derredor de él o que rejuvenecen. Y eso es lo único que siento ahora al tener un hijo. Porque ya sabes lo que suelen decir los padres señalando a sus hijos: «¡Estos, estos son los que nos hacen viejos!» Ver crecer al hijo es lo más dulce y lo más terrible, creo. No te cases, pues, Augusto, no te cases, si quieres gozar de la ilusión de una juventud eterna. ...

En la línea 352
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Maldición! —exclamó con rabia, retorciéndose la manos—. ¡Siento que me vuelvo loco, siento que… la amo! ...

En la línea 371
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Me siento tan fuerte que lucharía con un tigre —contestó Sandokán. ...

En la línea 389
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Qué iba a hacer! —exclamó con voz ronca—. Pero, ¿será verdad que amo a esa muchacha? ¿No es esto una locura? No soy ya el pirata de Mompracem, pues me siento arrastrado por una pasión irresistible hacia esa hija de una raza que odio. ¿Olvido a mi salvaje Mompracem, a mis fieles tigrecitos, a mi buen Yáñez? ¿Olvido que los compatriotas de ella no esperan más que el momento oportuno para destruir mi poder? ¡Apaguemos este volcán que arde en mi corazón, indigno del Tigre de la Malasia! ¡Haz oír tu rugido, Tigre; destierra de tu pecho el reconocimiento que debes a estas gentes que te han curado la herida y huye de estos sitios! ¡Vuelve al mar; vuelve a ser el terrible pirata de Mompracem! ...

En la línea 437
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿No sabe, milady —dijo el pirata acercándose más—, que mi corazón parece estallar cuando pienso que vendrá el día en que tendré que dejarla para siempre, para no volver a verla más? Si el tigre me hiere, permanecería bajo el mismo techo que usted, volvería a gozar de las dulces emociones que sentí cuando yacía herido en el lecho. ¡Sería feliz oyendo otra vez su voz, recibiendo sus miradas y sus sonrisas! Milady, usted me ha hechizado; presiento que no podré vivir lejos de usted. ¿Qué ha hecho de mi corazón, siempre inaccesible a todo afecto? Míreme, con sólo estar a su lado siento temblar mi cuerpo y la sangre me quema las venas. ...

En la línea 2432
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Muy bien -dijo Ned Land-. Yo acepto la explicación, pero siento mucho, por nuestro propio interés, que la abertura de que habla el señor profesor no se haya producido por encima del nivel del mar. ...

En la línea 3097
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo siento -dijo Conseil-, pues me gustaría mucho ver cara a cara a uno de esos pulpos de los que tanto he oído hablar y que pueden llevarse a los barcos hasta el fondo del abismo. A esas bestias les llaman kra… ...

En la línea 332
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — De modo - dijo mi penado mirando a Joe con aire taciturno y sin advertir siquiera mi presencia -. ¿De modo que es usted el herrero? Crea que lo siento, pero la verdad es que me comí su pastel. ...

En la línea 513
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No, señora. Lo siento mucho por usted, mucho. Pero en este momento no puedo jugar. Si da usted quejas de mí, tendré que sufrir el castigo de mi hermana, y sólo por esta causa lo haría si me fuese posible; pero este lugar es tan nuevo para mí, tan extraño, tan elegante y… ¡tan melancólico! ...

En la línea 654
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Pues créeme que lo siento mucho, Pip. Podemos hablarnos con franqueza, sin el temor de que tu hermana se irrite. Y lo mejor será que no nos acordemos de eso, como si no hubiese sido intencionado. Y ahora mira, Pip. Yo, que soy buen amigo tuyo, voy a decirte una cosa. Si por el camino recto no puedes llegar a ser una persona extraordinaria, jamás lo conseguirás yendo por los caminos torcidos. Ahora no les cuentes más mentiras y procura vivir y morir feliz. ...

En la línea 1015
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Recuerdo que en un período avanzado de mi aprendizaje solía permanecer cerca del cementerio en las tardes del domingo, al oscurecer, comparando mis propias esperanzas con el espectáculo de los marjales, por los que soplaban los vientos, y estableciendo cierto parecido con ellos al pensar en lo desprovistos de accidentes que estaban mi vida y aquellos terrenos, y de qué manera ambos se hallaban rodeados por la oscura niebla, y en que los dos iban a parar al mar. En mi primer día de aprendizaje me sentí tan desgraciado como más adelante; pero me satisface saber que, mientras duró aquél, nunca dirigí una queja a Joe. Ésta es la única cosa de que me siento halagado. A pesar de que mi conducta comprende lo que voy a añadir, el mérito de lo que me ocurrió fue de Joe y no mío. No porque yo fuese fiel, sino porque lo fue Joe; por eso no huí y no acabé siendo soldado o marinero. No porque tuviese un vigoroso sentido de la virtud y del trabajo, sino porque lo tenía Joe; por eso trabajé con celo tolerable a pesar de mi repugnancia. Es imposible llegar a comprender cuánta es la influencia de un hombre estricto cumplidor de su deber y de honrado y afable corazón; pero es posible conocer la influencia que ejerce en una persona que está a su lado, y yo sé perfectamente que cualquier cosa buena que hubiera en mi aprendizaje procedía de Joe y no de mí. ...

En la línea 101
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, un bruto… Sepa usted, señor, que me he bebido hasta sus medias. No los zapatos, entiéndame, pues, en medio de todo, esto sería una cosa en cierto modo natural; no los zapatos, sino las medias. Y también me he bebido su esclavina de piel de cabra, que era de su propiedad, pues se la habían regalado antes de nuestro casamiento. Entonces vivíamos en un helado cuchitril. Es invierno; ella se enfría; empieza a toser y a escupir sangre. Tenemos tres niños pequeños, y Catalina Ivanovna trabaja de sol a sol. Friega, lava la ropa, lava a los niños. Está acostumbrada a la limpieza desde su más tierna infancia… Todo esto con un pecho delicado, con una predisposición a la tisis. Yo lo siento de veras. ¿Creen que no lo siento? Cuanto más bebo, más sufro. Por eso, para sentir más, para sufrir más, me entrego a la bebida. Yo bebo para sufrir más profundamente. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 124
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Ah, señor, mi querido señor! ‑exclamó Marmeladof, algo repuesto‑. Tal vez a usted le parezca todo esto tan cómico como a todos los demás; tal vez le esté fastidiando con todos estos pequeños detalles, miserables y estúpidos, de mi vida doméstica. Pero le aseguro que yo no tengo ganas de reír, pues siento todo esto. Todo aquel día inolvidable y toda aquella noche estuve urdiendo en mi mente los sueños más fantásticos: soñaba en cómo reorganizaría nuestra vida, en los vestidos que pondrían a los niños, en la tranquilidad que iba a tener mi esposa, en que arrancaría a mi hija de la vida de oprobio que llevaba y la restituiría al seno de la familia… Y todavía soñé muchas cosas más… Pero he aquí, caballero ‑y Marmeladof se estremeció de súbito, levantó la cabeza y miró fijamente a su interlocutor‑, he aquí que al mismo día siguiente a aquel en que acaricié todos estos sueños (de esto hace exactamente cinco días), por la noche, inventé una mentira y, como un ladrón nocturno, robé la llave del baúl de Catalina Ivanovna y me apoderé del resto del dinero que le había entregado. ¿Cuánto había? No lo recuerdo. Pero… ¡miradme todos! Hace cinco días que no he puesto los pies en mi casa, y los míos me buscan, y he perdido mi empleo. El uniforme lo cambié por este traje en una taberna del puente de Egipto. Todo ha terminado. ...

En la línea 221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara. Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato. ...

En la línea 438
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Qué deduce usted de todo esto? —le pregunté—. Iba precisamente a verle para conocer su opinión. Por lo que a mí se refiere, me siento capaz de matar a ese francés, y es posible que lo haga. ...

En la línea 460
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No tenía para qué prevenirle, pues usted no hubiera podido hacer nada —replicó, flemáticamente, Mr. Astley—. ¿Prevenirle de qué? El general sabe, tal vez, mucho más que yo sobre la señorita Blanche y sin embargo se pasea con ella y con miss Paulina. El general… es un pobre hombre. Vi ayer a la señorita Blanche que galopaba en un hermoso caballo al lado de Des Grieux y ese principillo ruso. El general los seguía sobre un alazán. Por la mañana se había lamentado de que le dolían las piernas, y no obstante, a caballo, sabía mantenerse bien. En aquel momento tuve la idea de que era hombre irremisiblemente perdido. En fin, eso no me afecta, y hace muy poco tiempo que conozco a la señorita Paulina. Por otra parte —terminó bruscamente Mr. Astley—, ya le dije a usted que no puedo admitir su derecho a hacerme ciertas preguntas, a pesar del afecto que por usted siento. ...

En la línea 754
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Lo siento, porque ése sí que es un buen hombre. ...

En la línea 1200
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Sí? Pues no; siento tener que desengañarle; no estaba bajo la ventana y la esperaba paseando por allí cerca. ...

En la línea 671
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Usted siempre tan inglés, tan inglés! -pronunció sin turbación ni encogimiento el mancebo-. Mire usted; ya sabe usted que soy franco, franco; en Madrid andábamos cada cual a nuestro negocio y a nuestro gusto; pero en el extranjero, en el extranjero agrada encontrar paisanos. En fin, dispense usted; dispense usted; veo que vine a molestarle; lo siento por la señora… ...

En la línea 706
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Lo siento por usted; por usted, señora; ahora soy yo su escolta… Lo mejor es que se venga usted conmigo; aquí tengo a mi hermana, a mi hermana, y las pondré a ustedes juntas… No está… No está bien una señora así, sola en una fonda… ...

En la línea 760
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tenía el chalet los dos pisos de rigor; el entresuelo repartido en comedor, cocina, salita y un angosto recibimiento; el principal dedicado a dormitorios y cuartos de aseo. A la altura del principal corría una balconada, calada como finísimo encaje, que se repetía en el entresuelo, cubierta casi por las enredaderas. Delgada verja de hierro aislaba el chalet por la parte que daba a la vía pública, avenida plantada de árboles; por donde confinaba con otras casas y jardines, hacían el mismo oficio unas breves tapias. A la entrada de la verja, sobre sendas columnas de mármol gris, dos niños de bronce alzaban sus bracitos gordezuelos para sostener una bomba de cristal mate, que protegía un mechero de gas. Comprendíase a primera vista que el chalet, con sus delgadas paredes de madera, mal defendería a sus habitantes del frío del invierno y los calores del verano; pero en la estación de otoño, templada y benigna, aquella caprichosa construcción, orlada de franjas de menuda crestería, trabajada como un juguete de sobremesa, engalanada de fresca guirnalda de rosales, era el albergue más coquetón y donoso que puede imaginar la mente, el nido más adecuado para una pareja de enamoradas tórtolas. Yo siento tener que dar a tan lindos edificios, que en Vichy abundan, el nombre extranjerizo de chalet; pero ¿qué hacer si en castellano no hay vocablo correspondiente? Lo que aquí denominamos choza, cabaña o casa rústica, no significa en modo alguno lo que todo el mundo entiende por chalet, que es una concepción arquitectónica peculiar a los valles helvéticos, donde el arte, inspirándose en la Naturaleza, reprodujo las formas de los alerces y pinabetes, y los delicados arabescos del hielo y la escarcha, bien como los egipcios tomaron de la flor del loto los capiteles de sus pilones, En Vichy los chalets se construyen con el exclusivo objeto de alquilarlos amueblados a los extranjeros. La conserje del chalet se encarga del gobierno de casa, de la compra y aun de guisar: el conserje atiende a la limpieza, corta las ramas del jardinete, guía las enredaderas, barre las calles enarenadas, sirve a la mesa y abre la puerta. Instaláronse, pues, los Miranda y los Gonzalvo si más cuidado que el de entregar al conserje sus abrigos de viaje y sentarse en sus respectivos puestos en el comedor. ...

En la línea 930
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No lo creas. ¡Me siento tan bien! -exclamó ella bebiéndose un vaso de grosella que le presentaba el hispanófilo Monsieur Anatole. ...

En la línea 1025
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Lo siento- respondió el piloto-, pero es imposible. ...

En la línea 1549
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Lo siento- respondió el empleado-, pero marchamos al punto. ¡Ya suena la campana! ...

En la línea 1551
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Lo siento muchísimo, señores -dijo entonces el conductor-. En cualquier otra circunstancia hubiera podido serviros. Pero, en definitiva, puesto que no habéis podido batiros en esta estación., ¿quién os impide que lo hagáis aquí? ...

En la línea 1832
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Señor- le dijo entonces el capitán Speedy, que había acabado por interesarse en sus proyectos-, siento mucho lo que os suceue. Todo conspira contra vos. Todavía no estamos más que a la altura de Queenstown. ...


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