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La palabra rival
Cómo se escribe

la palabra rival

La palabra Rival ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece rival.

Estadisticas de la palabra rival

Rival es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2913 según la RAE.

Rival tienen una frecuencia media de 32.28 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la rival en 150 obras del castellano contandose 4906 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Rival

Cómo se escribe rival o rrival?
Cómo se escribe rival o ribal?

Más información sobre la palabra Rival en internet

Rival en la RAE.
Rival en Word Reference.
Rival en la wikipedia.
Sinonimos de Rival.


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece rival

La palabra rival puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 5998
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Y qué clase de venganza querríais hacer?-Quisieratriunfar en ella, suplantar a mi rival. ...

En la línea 6316
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Si la rabia y el dolor deben torturar su alma, ésa es la del amante que recibe bajo un nombre que no es el suyo protestas de amor que se dirigen a su afortunado rival. ...

En la línea 6406
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El corazón de la mejor mujer es despiadado para los dolores de un¡ rival. ...

En la línea 6594
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan, por su parte, estaba en el colmo de todos sus deseos: no era ya un rival al que se amaba en él, era a él mismo a quien parecía amar. ...

En la línea 3180
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A gran altura, por mi derecha, pero destacándose con mucha claridad, iluminado por los últimos rayos del sol, aparecía el convento del Despeñadero, y frente por frente, al otro extremo del valle, alzábase a pico la montaña rival, que, por interceptar en parte considerable la luz, echaba masas de sombras sobre la parte alta del paso, envolviéndolo en misteriosa obscuridad. ...

En la línea 6592
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En alas del ensueño, quizás habría llegado a la conclusión de que el Genio del Africa, bajo la forma de aquel monstruo, el más poderoso de cuantos cría, había cruzado de un salto el mar, desde el país de la arena y del sol, con ánimo de destruir el continente rival; imagen robustecida por el color de sus flancos de roca, del espinazo y de la cerviz, tan curtidos como la piel del rey del desierto. ...

En la línea 2916
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Que tienes un rival temible. ...

En la línea 2927
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Pues tu rival es don Saturnino Bermúdez, el descendiente de cien reyes, ya sabes, mi primo, según él. ...

En la línea 3068
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Bien lo había conocido don Álvaro, y aunque el rival no le parecía temible, era muy ridículo coincidir con tamaño personaje en la fecha de las operaciones y en el sistema de ataque. ...

En la línea 3076
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Era chusco! ¡Él, rival de Trifón! Había que dar un asalto. ...

En la línea 1317
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio Borja sentía cierto desprecio al pensar en la conducta del futuro Julio II, el cual figuraba en la Historia como hombre enérgico incapaz de servilismos, no obstante haberse agachado tantas veces ante Alejandro VI, su rival. Este pudo aplastarlo en justa venganza y lo perdonó con una bondad de varón realmente fuerte, sin sospechar que luego de su fallecimiento sería el encargado de ennegrecer su memoria, fabricando una biografía falsa, que ha durado tres siglos. ...

En la línea 1616
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La frialdad burlona de Claudio al hablar de su rival le convenció igualmente de la ineficacia por esta parte de toda mediación amistosa. ...

En la línea 2305
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero lo que más tormento daba a Maximiliano era la distinta impresión que sacaba todos los jueves de la visita que a su futura hacía. Iba siempre acompañado de Nicolás, y como además no se apartaban de la recogida las dos monjas, no había medio de expresarse con confianza. El primer jueves encontró a Fortunata muy contenta; el segundo, estaba pálida y algo triste. Como apenas se sonreía, faltábale aquel rasgo hechicero de la contracción de los labios, que enloquecía a su amante. La conversación fue sobre asuntos de la casa, que Fortunata elogió mucho, encomiando los progresos que hacía en la lectura y escritura, y jactándose del cariño que le habían tomado las señoras. Como en uno de los sucesivos jueves dijera algo acerca de lo que le había gustado la fiesta de Pentecostés, la principal del año en la comunidad, y después recayera la conversación sobre temas de iglesia y de culto, expresándose la neófita con bastante calor, Maximiliano volvió a sentirse atormentado por la idea aquella de que su querida se iba a volver mística y a enamorarse perdidamente de un rival tan temible como Jesucristo. Se le ocurrían cosas tan extravagantes como aprovechar los pocos momentos de distracción de las madres para secretearse con su amada y decirle que no creyera en aquello de la Pentecostés, figuración alegórica nada más, porque no hubo ni podía haber tales lenguas de fuego ni Cristo que lo fundó; añadiendo, si podía, que la vida contemplativa es la más estéril que se puede imaginar, aun como preparación para la inmortalidad, porque las luchas del mundo y los deberes sociales bien cumplidos son lo que más purifica y ennoblece las almas. Ocioso es añadir que se guardó para sí estas doctrinas escandalosas porque era difícil expresarlas delante de las madres. ...

En la línea 3278
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta había empezado a dar pataditas, haciendo saltar el edredón que a los pies tenía. Era su manera de expresar la alegría bulliciosa cuando estaba acostada. Porque siendo verdad lo que Juan decía, la temida rival era como los espantajos puestos en el campo, de los cuales se ríen hasta los pájaros cuando los examinan de cerca. Pero aún le quedaba una duda, ¿Era aquello verdad o no? Para mentira estaba demasiado bien hiladito. ...

En la línea 3585
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¡Bah!, no digas tonterías… No me hace gracia que te pongas así… Eso de matar a la rival es hasta cursi… ...

En la línea 4018
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Volviéndose hacia ella, otra vez le echó Jacinta aquella mirada y aquella sonrisa que la asesinaban. «En ese caso, esperaremos un poco», indicó en voz casi imperceptible, sentándose en una de las sillas de paja. Fortunata no sabía qué hacer. No tuvo valor para marcharse, y se sentó en el sofá. Casi en el mismo instante la Delfina sintiose vacilar en su asiento, porque la silla estaba inválida, y se pasó al sofá. Halláronse las dos juntas, tocando falda con falda. Fortunata, por no mirar a su rival, miraba a la niña, a quien aquella tenía en pie delante de sí, cogiéndola de las manos. Observó la de Rubín el trajecito azul de Adoración, sus botas, todo su decente atavío, y en aquella inspección fisgona que hizo, sus miradas y las de Jacinta se encontraron alguna vez. «¡Oh, si tú supieras al lado de quién estás!» pensaba Fortunata, y aquí su temor se desvanecía un tanto, para dejar revivir la ira. «Si yo te dijera ahora quién soy, padecerías quizás más de lo que yo padezco». Adoración quería decir algo; pero Jacinta le tapaba la boca, y mirando a la de Rubín se sonreía con esa ingenuidad que indica ganas de trabar conversación. Comprendiolo la otra, diciendo para sí: «No, pues yo no he de buscarte la lengua». La niña, aquel dato vivo de la bondad de la Delfina, no podía menos de determinar en Fortunata un pensamiento distinto de los anteriores. Pero sus renovados odios trataban de envenenar la admiración: «¡Oh!, sí, señora—pensaba—. Ya sabemos que tiene usted un sin fin de perfecciones. ¿A qué cacarearlo tanto… ? Poco falta para que lo canten los ciegos. Si estuviéramos como usted, entre personas decentes, y bien casaditas con el hombre que nos gusta, y teniendo todas las necesidades satisfechas, seríamos lo mismo. Sí, señora; yo sería lo que es usted si estuviera donde usted está… Vaya, que el mérito no es tan del otro jueves, ni hay motivo para tanto bombo y platillo. Y si no, venga usted a mi puesto, al puesto que tuve desde que me engañó aquel, y entonces veríamos las perfecciones que nos sacaba la mona esta». ...

En la línea 649
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Aparta en -vitrinas especiales había sartas de perlas de la mayor belleza a las que la luz eléctrica arrancaba destellos de fuego; perlas rosas extraídas de las ostras peñas del mar Rojo; perlas verdes del hialótide iris; perlas amarillas, azules, negras; curiosos productos de los diferentes moluscos de todos los océanos y de algunas ostras del Norte, y, en fin, varios especímenes de un precio incalculable, destilados por las más raras pintadinas. Algunas de aquellas perlas sobrepasaban el tamaño de un huevo de paloma, y valían tanto o más que la que vendió por tres millones el viajero Tabernier al sha de Persia o que la del imán de Mascate, que yo creía sin rival en el mundo. ...

En la línea 1075
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Entre otras muestras recogidas por las redes en aquellos parajes destacaban unas flabelarias pavonias, pólipos comprimidos de graciosas formas, que son peculiares de esta parte del océano. El Nautilus se mantuvo rumbo al Sudeste. Cortó el ecuador el 1 de diciembre a 142º de longitud, y el 4 del mismo mes, tras una rápida travesía efectuada sin incidente alguno, avistamos el archipiélago de las Marquesas. A 8º 57' de latitud Sur y 139º 32' de longitud Oeste, vi a unas tres millas el cabo Martín, de Nouka Hiva, la principal isla de este archipiélago, que pertenece a Francia. Tan sólo me fue dado ver las montañas boscosas que se dibujaban en el horizonte, pues el capitán Nemo evitaba acercarse a tierra. Allí las redes recogieron hermosos especímenes de peces, como unas coríferas con las aletas azuladas y la cola de oro, cuya carne no tiene rival; hologimnosos casi desprovistos de escamas y también de un sabor exquisito; ostorrincos de mandíbula ósea; todos ellos dignos de la mesa del Nautilus. ...

En la línea 2315
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, ahora lo comprendo, capitán. Permítame, sin embargo, decirle que al explotar precisamente esta bahía de Vigo no ha hecho usted más que anticiparse a los trabajos de una sociedad rival. ...

En la línea 3413
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Lancé una última mirada a todas las maravillas de la naturaleza y del arte acumuladas en aquel museo, a la colección sin rival destinada a perecer un día en el fondo del mar con quien la había formado. Quise fijarla en mi memoria, en una impresión suprema. Permanecí así una hora, pasando revista, bajo los efluvios del techo luminoso, a los tesoros resplandecientes en sus vitrinas. Luego volví a mi camarote, y me revestí con el traje marino. Reuní mis notas y guardé cuidadosamente los preciosos papeles. Me latía con fuerza el corazón, sin que me fuera posible contener sus pulsaciones. Ciertamente, mi agitación, mi perturbación me hubieran traicionado a los ojos del capitán Nemo. ¿Qué estaría haciendo él en ese momento? Escuché a la puerta de su camarote y oí sus pasos. Estaba allí. No se había acostado. A cada movimiento, me parecía que iba a surgir ante mí y preguntarme por qué quería huir. Sentía un temor incesante reforzado por mi imaginación a cada momento. Esta impresión se hizo tan compulsiva que llegué a preguntarme si no sería mejor entrar en el camarote del capitán, verlo cara a cara y desafiarle con el gesto y la mirada. ...


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