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La palabra propias
Cómo se escribe

la palabra propias

La palabra Propias ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece propias.

Estadisticas de la palabra propias

Propias es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1281 según la RAE.

Propias tienen una frecuencia media de 72.03 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la propias en 150 obras del castellano contandose 10948 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Propias en internet

Propias en la RAE.
Propias en Word Reference.
Propias en la wikipedia.
Sinonimos de Propias.

Algunas Frases de libros en las que aparece propias

La palabra propias puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 757
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --El vino de Jerez--continuó con acento solemne el jefe del escritorio--no es un advenedizo, un artículo elevado por la veleidosa moda; su reputación está de abolengo bien sentada, no sólo como bebida gratísima, sino como insustituible agente terapéutico. Con la botella de Jerez se recibe al amigo en Inglaterra, con la botella de Jerez se obsequia al convaleciente en los países escandinavos, y restauran en la India los soldados ingleses sus fuerzas agotadas por la fiebre. Los marinos, con Jerez combaten el escorbuto, y los santos misioneros han reducido con él en Australia los casos de anemia ocasionados por el clima y los sufrimientos... ¿Cómo, señores, no ha de realizar tales prodigios un vino de Jerez de buena y genuina procedencia? En él se encuentran el alcohol legítimo y natural del vino con las sales que le son propias; el tanino astringente y los éteres estimulantes, provocando el apetito para la nutrición del cuerpo, y el sueño para su restauración. Es, a la vez, un estimulante y un sedante, excelentes condiciones que no se encuentran reunidas en ningún producto, que al mismo tiempo sea, como el Jerez, grato al paladar y a la vista. ...

En la línea 872
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Hay gentes visionarias--continuó Salvatierra--que sueñan con traer a estas llanuras el agua que se pierde en las montañas y establecer en tierras propias a toda la horda de desesperados que engañan el hambre con el gazpacho de la gañanía. ¡Y esperan hacer esto dentro de la organización existente! ¡Y aun muchos de ellos me llaman iluso!... El rico tiene sus cortijos y sus viñas y necesita del hambre, que es su aliada, para que le proporcione los esclavos del jornal. El ganadero, por su parte, necesita mucha tierra inculta para criar sus fieras, que la pagan no por su carne, sino en razón de su salvajismo. Y los poderosos que poseen el dinero, tienen interés en que todo continúe lo mismo, y así seguirá. ...

En la línea 1057
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La enferma animábase también con la presencia de los compañeros de trabajo, aquellos gañanes que antes de comer su gazpacho de la noche pasaban un momento ante ella, esforzándose por infundirla ánimo con rudas palabras. El temible Juanón la hablaba todas las noches, proponiendo curaciones enérgicas, propias de su carácter: --Tú lo que necesitas es comer, chiquiya; trajelar. Too lo que tienes es hambre. ...

En la línea 7169
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero como sabemos, D'Artagnan, preocupado por la ambición de pasar a los mosqueteros, raramente había hecho amistad con sus camaradas; se encontraba por tanto solo y entregado a sus propias refle xiones. ...

En la línea 272
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No se opone a llevar su dinero a vuestras arcas, en forma de limosnas, esperando, sin embargo, verlas aceptadas con la gratitud y la humildad propias de quien recibe una caridad. ...

En la línea 2538
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Quizás en ninguna parte del mundo abundan los criados tanto como en Madrid; al menos, los individuos dispuestos a ofrecer sus servicios a cambio de la soldada y la comida, aunque de los servicios efectivos que sean capaces de prestar se pueda decir muy poco; pero mi criado tenía que ser de condición poco común, inteligente, activo, capaz, en casos de apuro, de darme un consejo útil; además, valiente, porque se requería, en verdad, cierto valor para seguir a un amo resuelto a explorar la mayor parte de España, y que intentaba viajar sin protección de arrieros y carreteros, en _cabalgaduras_ propias. ...

En la línea 2830
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... EL RECTOR.—Demasiado cierto es eso; ahora el Gobierno no nos favorece nada; sólo contamos con nuestras propias fuerzas y con la ayuda de Dios. ...

En la línea 3422
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sus funciones propias se asemejan, sin embargo, a las de la policía y están encargados de limpiar de ladrones los caminos, para lo cual se hallan en cierto respecto muy bien preparados, porque, en general, todos son ladrones durante alguna época de su vida. ...

En la línea 1498
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quien vale más que yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas ajenas ni llorara desdichas propias. ...

En la línea 2603
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Torno a decir que la sospecha que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá, dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto. ...

En la línea 4432
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El caballero lamentador asió a don Quijote del brazo, diciendo: -Sentaos aquí, señor caballero, que para entender que lo sois, y de los que profesan la andante caballería, bástame el haberos hallado en este lugar, donde la soledad y el sereno os hacen compañía, naturales lechos y propias estancias de los caballeros andantes. ...

En la línea 4609
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo que yo soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste Figura; y, puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza, ni este escudo, ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, os podrá admirar de aquí adelante, habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago. ...

En la línea 432
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... D'Orbigny ha encontrado en las orillas del Paraná, a 100 pies de altura, grandes capas conteniendo conchas propias de los estuarios y que habitan hoy un centenar de millas más cerca del mar; yo he encontrado conchas análogas a menos altura, en las orillas del Uruguay; prueba de que inmediatamente antes de que las Pampas sufrieran el levantamiento que las transformó en terreno seco, las aguas que las cubrían eran salobres. ...

En la línea 1003
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... chos han supuesto que debían servir de cabezas para las mazas, aunque parecen poco propias para tal uso. ...

En la línea 2200
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ros varios ejemplos me ha indicado Mister Hooker, que acusan diferencias en las especies de las diversas islas, y ha significado que esta ley de distribución se aplica ora a los géneros peculiares del archipiélago, ora a los extendidos por las otras partes del mundo; pues ya hemos visto que las diferentes islas tienen sus especies peculiares del tan extendido género de tortugas, que tienen también sus especies propias del género tan extendido en América de los sinsontes, y de la misma manera de los subgrupos de los gorriones exclusivos del archipiélago de las Galápagos y casi con seguridad del género Amblyrhynchus. ...

En la línea 2202
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ro lo que me sorprende es, por el contrario, el hecho de varias islas tienen sus especies propias de tortugas, de sinsontes, de gorriones y de plantas y que estas especies tengan las mismas costumbres, ocupen situaciones análogas y llenen con toda evidencia las mismas funciones en la economía natural de este archipiélago ...

En la línea 1672
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era una fiebre nerviosa; una crisis terrible, había dicho el médico; la enfermedad había coincidido con ciertas transformaciones propias de la edad; propias sí, pero delante de señoritas no debían explicarse con la claridad y los pormenores que empleaba el doctor. ...

En la línea 1672
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era una fiebre nerviosa; una crisis terrible, había dicho el médico; la enfermedad había coincidido con ciertas transformaciones propias de la edad; propias sí, pero delante de señoritas no debían explicarse con la claridad y los pormenores que empleaba el doctor. ...

En la línea 3805
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era buena para todo, y se aburría en casa de Quintanar, donde no había aventuras ni propias ni ajenas. ...

En la línea 4023
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pensó en sí misma, en su vida consagrada al sacrificio, a una prohibición absoluta del placer, y se tuvo esa lástima profunda del egoísmo excitado ante las propias desdichas. ...

En la línea 303
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Luvodico Scarampo, el cardenal-almirante, uno de los príncipes de la Iglesia más ricos, deseaba quedarse en su lujoso palacio de Roma; pero como había demostrado ser el mejor hombre de guerra entre todos los del Sacro Colegio, venció Calixto su resistencia, y prendiéndole con sus propias manos en un hombro la insignia de cruzado, consiguió que al fin zarpase su flota de las bocas del Tíber a fines de junio de 1456. ...

En la línea 304
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se componía de veinticinco naves, con mil marineros, cinco mil soldados y trescientos cañones. Este milagro naval lo había conseguido Calixto por sus propias tuerzas. El rey de Francia, Carlos VII, abusaba de su entusiasmo, lo mismo que el de Nápoles. En vano le recordó la historia de San Luis, héroe de las Cruzadas. El descendiente del santo rey se quedó con todo el dinero recogido, dedicando a guerrear contra los ingleses y napolitanos cuantos buques habla juntado en Francia el Pontífice para su expedición. ...

En la línea 515
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... las voluptuosidades y las inquietudes de un Tannhauser moderno adormecido a los pies de Venus. Inmediatamente desistió de tal proyecto. Era destapar una herida propia, hundiendo en ella sus dedos, irritándola. Un poeta puede cantar sus dolores. La obra es rápida, un trabajo de horas, que no se prolonga más allá de la impresión momentánea. Al novelista sólo le es dado contar historias ajenas. Su trabajo exige muchos meses. ¡Imposible dedicarse día a día, en un plazo tan largo, a la evocación de penas propias ya casi olvidadas!… Es un suplicio superior a las fuerzas del hombre. Nada de su historia. Contaría las de los otros. ...

En la línea 667
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como los que se llamaron después Reyes Católicos eran parientes en tercer grado de consanguinidad, habían visto negada por el Papa Paulo II la dispensa necesaria para su casamiento. SI Pontífice obedecía a las sugestiones de los reyes de Castilla y de Portugal, opuestos a la mencionada unión. Pero el entonces arzobispo de Toledo, don Alfonso Carrillo de Acuña, hombre enérgico, de pocos escrúpulos en las cosas eclesiásticas, por considerarlas como propias, falsificó una dispensa del Papa, y el matrimonio pudo realizarse, fingiendo los Reyes Católicos no estar enterados de dicha irregularidad. ...

En la línea 275
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al verlo Flimnap en el estrado de los señores del gobierno, se apresuró a darle la noticia de que el gigante era también poeta, aunque 'a su modo', con toda la grosería y la torpeza propias de su sexo, pero añadiendo que, a pesar de tales defectos, propios de su origen, parecía poseer cierto talento. ...

En la línea 582
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Enardeciéndose con sus propias palabras, dio un fuerte latigazo a una de las pantorrillas del gigante. Después envolvió en otro latigazo a sus tres corceles humanos, y estos, que conocían el idioma de la flagelación, salieron al trote, haciendo pasar el carruajito entre la muchedumbre. ...

En la línea 1196
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Pero como estamos dirigidos por un gobierno inconsciente -continuó-, por un gobierno que no tiene opiniones propias y cada día obra de distinta manera, según los consejos del favorito que está de moda, se ha procedido en este asunto del Hombre-Montaña con una torpeza que hace inoportuna y perjudicial la petición que ahora nos dirige el Consejo Ejecutivo y que yo no aceptaré nunca. ...

En la línea 1619
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pasó mucho tiempo … ¡mucho! Ra-Ra, tendido junto al cadaver y abrazado a él, lloraba y lloraba incesantemente. Gillespie seguía inmóvil, sin hacer ningún gesto de dolor, considerando inútil la exteriorización de su pena, pues contaba con un 'otro yo' ocupado en derramar sus propias lágrimas. ...

En la línea 489
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo referente a esta insigne dama lo sabe mejor que nadie Zalamero, que está casado con una de las chicas de Ruiz-Ochoa. Nos ha prometido escribir la biografía de su excelsa pariente cuando se muera, y entretanto no tiene reparo en dar cuantos datos se le pidan, ni en rectificar a ciencia cierta las versiones que el criterio vulgar ha hecho correr sobre las causas que determinaron en Guillermina, hace veinticinco años, la pasión de la beneficencia. Alguien ha dicho que amores desgraciados la empujaron a la devoción primero, a la caridad propagandista y militante después. Mas Zalamero asegura que esta opinión es tan tonta como falsa. Guillermina, que fue bonita y aun un poquillo presumida, no tuvo nunca amores, y si los tuvo no se sabe absolutamente nada de ellos. Es un secreto guardado con sepulcral reserva en su corazón. Lo que la familia admite es que la muerte de su madre la impresionó tan vivamente, que hubo de proponerse, como el otro, no servir a más señores que se le pudieran morir. No nació aquella sin igual mujer para la vida contemplativa. Era un temperamento soñador, activo y emprendedor; un espíritu con ideas propias y con iniciativas varoniles. No se le hacía cuesta arriba la disciplina en el terreno espiritual; pero en el material sí, por lo cual no pensó nunca en afiliarse a ninguna de las órdenes religiosas más o menos severas que hay en el orbe católico. No se reconocía con bastante paciencia para encerrarse y estar todo el santo día bostezando el gori gori, ni para ser soldado en los valientes escuadrones de Hermanas de la Caridad. La llama vivísima que en su pecho ardía no le inspiraba la sumisión pasiva, sino actividades iniciadoras que debían desarrollarse en la libertad. Tenía un carácter inflexible y un tesoro de dotes de mando y de facultades de organización que ya quisieran para sí algunos de los hombres que dirigen los destinos del mundo. Era mujer que cuando se proponía algo iba a su fin derecha como una bala, con perseverancia grandiosa sin torcerse nunca ni desmayar un momento, inflexible y serena. Si en este camino recto encontraba espinas, las pisaba y adelante, con los pies ensangrentados. ...

En la línea 1738
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Púsose la mantilla doña Lupe, y tía y sobrino salieron. La primera se quedó en la calle de Arango, y el segundo se fue a comprar la hucha y tornó a su casa. Había llegado la ocasión de consumar el atentado, y el que durante la premeditación se mostraba tan valeroso, cuando se aproximaba el instante crítico sentía vivísima inquietud. Empezó por asegurarse de la curiosidad de Papitos, echando la llave a la puerta después de encender la luz; pero ¿cómo asegurarse de su propia conciencia que se le alborotaba, pintándole la falta proyectada como nefando delito? Comparó las dos huchas, observando con satisfacción que eran exactamente iguales en volumen y en el color del barro. No era posible que nadie adviniese la sustitución. Manos a la obra. Lo primero era romper la primitiva para coger el oro y la plata, pasando a la nueva la calderilla, con más de dos pesetas en perros que al objeto había cambiado en la tienda de comestibles. Romper la olla sin hacer ruido era cosa imposible. Permaneció un rato sentado en una silla junto a la cama, con las dos huchas sobre esta, acariciando suavemente la que iba a ser víctima. Su mirada vagaba alrededor de la luz, cazando una idea. La luz iluminaba la mesilla cubierta de hule negro, sobre el cual estaban los libros de estudio, forrados con periódicos y muy bien ordenados por doña Lupe; dos o tres frascos de sustancias medicinales, el tintero y varios números de La Correspondencia. La mirada del joven revoloteó por la estrecha cavidad del cuarto, como si siguiera las curvas del vuelo de una mosca, y fue de la mesa a la percha en que pendían aquellos moldes de sí mismo, su ropa, el chaqué que reproducía su cuerpo y los pantalones que eran sus propias piernas colgadas como para que se estiraran. Miró después la cómoda, el baúl y las botas que sobre él estaban, sus propios pies cortados, pero dispuestos a andar. Un movimiento de alegría y la animación de la cara indicaron que Maximiliano había atrapado la idea. Bien lo decía él: con aquellas cosas se había vuelto de repente hombre de talento. Levantose, y cogiendo una bota salió y fue a la cocina, donde estaba Papitos cantando. ...

En la línea 1870
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿Por qué las mujeres no se han de peinar solas? La que no sabe que aprenda. Eso mismo decía Fortunata. El pobre chico no dejaba de expresar su admiración por el buen arreglo y economía de su futura, haciendo por sus propias manos la tarea que desempeñan mal esas bergantas ladronas que llaman criadas de servir. Fortunata aseguraba que aquella costumbre suya no tenía mérito porque el trabajo le gustaba. «Eres una alhajita—le decía su amante con orgullo—. En cuanto a las peinadoras, todas son unas grandes alcahuetas, y en la casa donde entran no puede haber paz». ...

En la línea 1888
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta antipatía de Fortunata no estorbaba en ella la estimación, y con la estimación mezclábase una lástima profunda de aquel desgraciado, caballero del honor y de la virtud, tan superior moralmente a ella. El aprecio que le tenía, la gratitud, y aquella conmiseración inexplicable, porque no se compadece a los superiores, eran causa de que refrenase su repugnancia. No era ella muy fuerte en disimular, y otro menos alucinado que Rubín habría conocido que el lindísimo entrecejo ocultaba algo. Pero veía las cosas por el lente de sus ideas propias, y para él todo era como debía ser y no como era. Alegrose mucho Fortunata de que el almuerzo concluyese, porque eso de estar sosteniendo una conversación seria y oyendo advertencias y correcciones no la divertía mucho. Gustábale más el trajín de recoger la loza y levantar la mesa, operación en que puso la mano no bien tomaron el café. Y para estar más tiempo en la cocina que en la sala, revisó los pucheros, y se puso a picar la ensalada cuando aún no hacía falta. De rato en rato daba una vuelta por la sala, donde Maximiliano se había puesto a estudiar. No le era fácil aquel día fijar su atención en los libros. Estaba muy distraído, y cada vez que su amiga entraba, toda la ciencia farmacéutica se desvanecía de su mente. A pesar de esto quería que estuviese allí, y aun se enojó algo por lo mucho que prolongaba los ratos de cocina. «Chica, no trabajes tanto, que te vas a cansar. Trae tu labor y siéntate aquí». ...

En la línea 677
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Entonces que el preso quede en libertad. ¡Es la voluntad del rey! A estas palabras tan poco propias de una majestad, siguió otra sonrojo, y el niño encubrió su poco decoro lo mejor que pudo añadiendo: ...

En la línea 803
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Alto, alto! –dijo él vigoroso jefe de la cuadrilla, interponiéndose – a tiempo de salvar al rey, y recalcando esta ayuda con unos puñetazos que derribaron a Hobbs por tierra–. ¿No tienes respeto ni a los reyes ni a los que usan puños de encajes? Si vuelves a ofender mi presencia, te estrangularé con mis propias manos. –Y agregó dirigiéndose a Su Majestad–: Haces mal en dirigir amenazas a tus camaradas, muchacho, y debes guardar la lengua para hablar mal de ellos en parte alguna. Sé rey enhorabuena, si eso satisface tu locura, pero que no sea ello un mal para nadie. No vuelvas a decir lo que has dicho, esto es traición. Seremos malos en cosas de poca monta, pero no tanto que hagamos traición a nuestro rey. En esto somos corazones amantes y leales. Repara si digo la verdad. Ahora, todos juntos: '¡Tenga larga vida Eduardo, rey de Inglaterra!' ...

En la línea 1256
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Esta noticia dejó a Su Majestad mudo de asombro y le sumió en una meditación tan profunda y triste que no oyó nada más de la charla del viejo. Preguntábase si el hermoso muchachito sería el mendigo a quien dejó en palacio vestido con sus propias ropas. No le parecía esto posible, porque muy pronto sus maneras y su modo de hablar le harían traición si pretendía ser el Príncipe de Gales, y en seguida le echarían de palacio para buscar al verdadero príncipe. ¿Sería posible que la corte hubiera puesto en su lugar a un retoño de la nobleza? No, porque su tío no lo habría consentido. Su tío era omnipotente, y podría y querría ahogar semejante movimiento. Sus pensamientos no le sirvieron de nada, pues cuanto más trataba de adivinar el misterio, más perplejo se sentía, más le dolía la cabeza y más intranquilo era su sueño. Su impaciencia por llegar a Londres aumentaba de hora en hora, y su cautiverio se le hizo casi insoportable. ...

En la línea 1284
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Nadie cree en mí –dijo–, ni tú creerás tampoco; pero no me importa. Antes de un mes estarás libre. Las leyes que te han deshonrado y han deshonrado el nombre de Inglaterra desaparecerán del libro de los Estatutos. El mundo está mal constituido. Los reyes tienen que ir a la escuela de sus propias leyes para adquirir el sentimiento de la caridad.[14] ...

En la línea 85
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero a sus propias blancas manos, ¿eh? A sus manos tan marfileñas como las teclas del piano a que acarician. ...

En la línea 97
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Es cierto. Sin embargo, entréguele esta carta y en propias manos, ¿entiende? ¡Lucharemos! ¡Y vaya otro duro! ...

En la línea 324
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, señor mío, yo soy anarquista, anarquista místico, pero en teoría, entiéndase bien, en teoría. No tema usted, amigo –y al decir esto le puso amablemente la mano sobre la rodilla–, no echo bombas. Mi anarquismo es puramente espiritual. Porque yo, amigo mío, tengo ideas propias sobre casi todas las cosas… ...

En la línea 1480
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... No faltan otros eruditos que con la característica caridad de la especie, habiendo vislumbrado a Paparrigópulos y envidiosos de antemano de la fama que preven le espera, tratan de empequeñecerle. Tal hay que dice de Paparrigópulos que, como el zorro, borra con el jopo sus propias huellas, dando luego vueltas y más vueltas por otros derroteros para despistar al cazador y que no se sepa por dónde fue a atrapar la gallina, cuando si de algo peca es de dejar en pie los andamios, una vez acabada la torre, impidiendo así que se admire y vea bien esta. Otro le llama desdeñosamente concionador, como si el de concionar no fuese arte supremo. El de más allá le acusa, ya de traducir, ya de arreglar ideas tomadas del extranjero, olvidando que al revestirlas Paparrigópulos en tan neto, castizo y transparente castellano como es el suyo, las hace castellanas y por ende propias, no de otro modo que hizo el padre Isla propio el Gil Blas de Lesage. Alguno le moteja de que su principal apoyo es su honda fe en la ignorancia ambiente, desconociendo el que así le juzga que la fe es trasportadora de montañas. Pero la suprema injusticia de estos y otros rencorosos juicios de gentes a quienes Paparrigópulos ningún mal ha hecho, su injusticia notoria, se verá bien clara con sólo tener en cuenta que todavía no ha dado Paparrigópulos nada a luz y que todos los que le muerden los zancajos hablan de oídas y por no callar. ...

En la línea 651
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo veo muy interesado por mis conchas, señor profesor, y lo comprendo, puesto que es usted naturalista. Pero para mí tienen además un encanto especial, puesto que las he cogido todas con mis propias manos, sin que un solo mar del globo haya escapado a mi búsqueda. ...

En la línea 1918
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... ¡Cuántas horas maravillosas pasé así en el observatorio del salón! ¡Cuántas muestras nuevas de la flora y de la fauna submarinas pude admirar a la luz de nuestro fanal eléctrico! Fungias agariciformes, actinias de color pizarroso, entre otras la thalassianthus aster, tubíporas dispuestas como flautas a la espera del soplo del dios Pan, conchas propias de este mar, que se establecen en las excavaciones madrepóricas, con la base contorneada en una breve espiral, y mil especímenes de un polípero que aún no había observado, la vulgar esponja. ...

En la línea 2244
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En sus notas, cita entre los moluscos numerosos pectúnculos pectiniformes; espóndilos amontonados unos sobre otros; donácidos o coquinas triangulares; hiálidos tridentados, con parápodos amarillos y conchas transparentes; pleurobranquios anaranjados; óvulas cubiertas de puntitos verdosos; aplisias, también conocidas con el nombre de liebres de mar; dolios; áceras carnosas; umbrelas, propias del Mediterráneo; orejas de mar, cuyas conchas producen un nácar muy estimado; pectúnculos apenachados; anomias, más estimadas que las ostras por los del Languedoc; almejas, tan preciadas por los marselleses; venus verrucosas blancas y grasas; esas almejas del género mercenaria de las que tanto consumo se hace en Nueva York; pechinas operculares o volandeiras de variados colores; litodomos o dátiles hundidos en sus agujeros, cuyo fuerte sabor aprecio yo mucho; venericárdidos surcados con nervaduras salientes en la cima abombada de la concha; cintias erizadas de tubérculos escarlatas; carneiros de punta curvada, semejantes a ligeras góndolas; férolas coronadas; atlantas, de conchas espiraliformes; tetis grises con manchas blancas, recubiertas por su manto festoneado; eólidas, semejantes a pequeñas limazas cavolinias rampando sobre el dorso; aurículas, y entre ellas la aurícula miosotis de concha ovalada; escalarias rojas; litorinas, janturias, peonzas, petrícolas, lamelarias, gorros de Neptuno, pandoras, etc. ...

En la línea 2819
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante la breve travesía, vi numerosas ballenas de las tres especies propias de los mares australes: la ballena franca o right whale de los ingleses, que no tiene aleta dorsal; la hump back, balenóptero de vientre arrugado y de grandes aletas blancuzcas que, pese a su nombre, no forman alas, y, por último, la fin back, de un marrón amarillento, el más vivaz de los cetáceos. Este poderoso animal se hace oír desde muy lejos cuando proyecta a gran altura sus columnas de aire y de vapor que semejan torbellinos de humo. Todos estos mamíferos evolucionaban en grupos por las aguas tranquilas. Era bien visible que esa zona del Polo antártico servía de refugio a los cetáceos acosados con exceso por la persecución de los cazadores. ...

En la línea 491
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Vestía un traje muy rico de satén, de encaje y de seda, todo blanco. Sus zapatos eran del mismo color. De su cabeza colgaba un largo velo, asimismo blanco, y su cabello estaba adornado por flores propias de desposada, aunque aquél ya era blanco. En su cuello y en sus manos brillaban algunas joyas, y en la mesa se veían otras que centelleaban. Por doquier, y medio doblados, había otros trajes, aunque menos espléndidos que el que llevaba aquella extraña mujer. En apariencia no había terminado de vestirse, porque tan sólo llevaba un zapato y el otro estaba sobre la mesa inmediata a ella. En cuanto al velo, estaba arreglado a medias, no se había puesto el reloj y la cadena, y sobre la mesa coronada por el espejo se veían algunos encajes, su pañuelo, sus guantes, algunas flores y un libro de oraciones, todo formando un montón. ...

En la línea 1015
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Recuerdo que en un período avanzado de mi aprendizaje solía permanecer cerca del cementerio en las tardes del domingo, al oscurecer, comparando mis propias esperanzas con el espectáculo de los marjales, por los que soplaban los vientos, y estableciendo cierto parecido con ellos al pensar en lo desprovistos de accidentes que estaban mi vida y aquellos terrenos, y de qué manera ambos se hallaban rodeados por la oscura niebla, y en que los dos iban a parar al mar. En mi primer día de aprendizaje me sentí tan desgraciado como más adelante; pero me satisface saber que, mientras duró aquél, nunca dirigí una queja a Joe. Ésta es la única cosa de que me siento halagado. A pesar de que mi conducta comprende lo que voy a añadir, el mérito de lo que me ocurrió fue de Joe y no mío. No porque yo fuese fiel, sino porque lo fue Joe; por eso no huí y no acabé siendo soldado o marinero. No porque tuviese un vigoroso sentido de la virtud y del trabajo, sino porque lo tenía Joe; por eso trabajé con celo tolerable a pesar de mi repugnancia. Es imposible llegar a comprender cuánta es la influencia de un hombre estricto cumplidor de su deber y de honrado y afable corazón; pero es posible conocer la influencia que ejerce en una persona que está a su lado, y yo sé perfectamente que cualquier cosa buena que hubiera en mi aprendizaje procedía de Joe y no de mí. ...

En la línea 1294
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando pronunciaba estas palabras, con el mayor asombro por su parte, se vio detenido por la actitud de Joe, que empezó a dar vueltas alrededor de él con todas las demostraciones propias de sus intenciones pugilísticas. ...

En la línea 1379
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Estas últimas palabras fueron dirigidas al muchacho, quien no se dió cuenta de su significado. Pero le vi quedarse anonadado cuando su maestro me quitaba las pelusas de la ropa con sus propias manos, y mi primera experiencia decisiva del estupendo poder del dinero fue que, moralmente, había dominado al aprendiz de Trabb. ...

En la línea 457
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pues bien, la pregunta es ésta. Has hablado con elocuencia, pero dime: ¿serías capaz de matar a esa vieja con tus propias manos? ...

En la línea 2473
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Muchas gracias. Pero dígame: ¿cómo distinguir a esos hombres extraordinarios de los otros? ¿Presentan alguna característica especial al nacer? Mi opinión es que en este punto hay que observar la más rigurosa exactitud y alcanzar una gran precisión en la distinción de los dos tipos de hombre. Perdone mi inquietud, muy natural en un hombre práctico y bienintencionado, pero ¿no sería conveniente que esos hombres fueran vestidos de un modo especial o llevaran algún distintivo… ? Porque suponga usted que un individuo perteneciente a una categoría cree formar parte de la otra y se lanza «a destruir todos los obstáculos que se le oponen, para decirlo con sus propias y felices palabras. Entonces… ...

En la línea 2476
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No hay de qué. Pero piense que semejante error es sólo posible en la primera categoría, es decir, en la de los hombres ordinarios, como yo les he calificado, tal vez equivocadamente. A pesar de su tendencia innata a la obediencia, muchos de ellos, llevados de un natural alocado que se encuentra incluso entre las vacas, se consideran hombres de vanguardia, destructores llamados a exponer ideas nuevas, y lo creen con toda sinceridad. Estos hombres no distinguen a los verdaderos innovadores y suelen despreciarlos, considerándolos espíritus mezquinos y atrasados. Pero me parece que no puede haber en ello ningún serio peligro, ya que nunca van muy lejos. Por lo tanto, la inquietud de usted no está justificada. A lo sumo, merecen que se les azote de vez en cuando para castigarlos por su desvío y hacerlos volver al redil. No hay necesidad de molestar a un verdugo, pues ellos mismos se aplican la sanción que merecen, ya que son personas de alta moralidad. A veces se administran el castigo unos a otros; a veces se azotan con sus propias manos. Se imponen penitencias públicas, lo que no deja de ser hermoso y edificante. Es la regla general. En una palabra, que no tiene usted por qué inquietarse. ...

En la línea 2534
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Todo esto es ofensivo, muy ofensivo, ya lo sé; pero ya que estamos hablando sinceramente (y me congratulo de que sea así, pues esto me parece excelente), no vacilo en decirte con toda franqueza que hace ya tiempo que observé que habían concebido esta sospecha. Entonces era una idea vaga, imprecisa, insidiosa, tomada medio en broma, pero ni aun bajo esta forma tenían derecho a admitirla. ¿Cómo se han atrevido a acogerla? ¿Y qué es lo que ha dado cuerpo a esta sospecha? ¿Cuál es su origen… ? ¡Si supieras la indignación que todo esto me ha producido… ! Un pobre estudiante transfigurado por la miseria y la neurastenia, que incuba una grave enfermedad acompañada de desvarío, enfermedad que incluso puede haberse declarado ya (detalle importante); un joven desconfiado, orgulloso, consciente de su valía, y que acaba de pasar seis meses encerrado en su rincón, sin ver a nadie; que va vestido con andrajos y calzado con botas sin suelas… , este joven está en pie ante unos policías despiadados que le mortifican con sus insolencias. De pronto, a quemarropa, se le reclama el pago de un pagaré protestado. La pintura fresca despide un olor mareante, en la repleta sala hace un calor de treinta grados y la atmósfera es irrespirable. Entonces el joven oye hablar del asesinato de una persona a la que ha visto la víspera. Y para que no falte nada, tiene el estómago vacío. ¿Cómo no desvanecerse? ¡Que hayan basado todas sus sospechas en este síncope… ! ¡El diablo les lleve! Comprendo que todo esto es humillante, pero yo, en tu lugar, me reiría de ellos, me reiría en sus propias narices. Es más: les escupiría en plena cara y les daría una serie de sonoras bofetadas. ¡Escúpeles, Rodia! ¡Hazlo… ! ¡Es intolerable! ...


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