La palabra Poste ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece poste.
Estadisticas de la palabra poste
Poste es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 14141 según la RAE.
Poste aparece de media 4.91 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la poste en las obras de referencia de la RAE contandose 747 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Poste
Cómo se escribe poste o pozte?

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece poste
La palabra poste puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 868
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Unos alambres interminables iban de poste en poste, casi a ras de tierra, marcando los límites de la llanura, repartida en proporciones gigantescas. Y en estos cercados de término indefinido, que no podían abarcarse con los ojos, movíanse los toros con paso tardo, o permanecían inmóviles en el suelo, empequeñecidos por la distancia, como caídos de una caja de juguetes. El cencerro de los cabestros hacía palpitar con lejana ondulación el silencio de la tarde, dando una nueva nota melancólica al paisaje muerto. ...
En la línea 5715
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Apeándose del corcel, el _herrador_ le quitó la silla, le hizo entrar en la represa y lo llevó, guiándolo con una cuerda, a un sitio dado, donde el agua le llegaba a la mitad del cuello; una vez allí, ató la cuerda a un poste hincado en la orilla y dejó al caballo metido en el río. ...
En la línea 513
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... he visto a un caballo muy fogoso que guiaban cogiendo la brida sólo con el pulgar y el índice, haciéndole galopar con toda rapidez en derredor de un patio; luego le hacían girar alrededor de un poste sin disminuir su velocidad y a una distancia tan igual, que durante todo el tiempo el jinete tocaba el poste con uno de sus dedos; por último, dando media vuelta en el aire, el jinete continuaba con la misma rapidez su circuito en opuesta dirección tocando el poste con la otra mano. ...
En la línea 513
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... he visto a un caballo muy fogoso que guiaban cogiendo la brida sólo con el pulgar y el índice, haciéndole galopar con toda rapidez en derredor de un patio; luego le hacían girar alrededor de un poste sin disminuir su velocidad y a una distancia tan igual, que durante todo el tiempo el jinete tocaba el poste con uno de sus dedos; por último, dando media vuelta en el aire, el jinete continuaba con la misma rapidez su circuito en opuesta dirección tocando el poste con la otra mano. ...
En la línea 513
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... he visto a un caballo muy fogoso que guiaban cogiendo la brida sólo con el pulgar y el índice, haciéndole galopar con toda rapidez en derredor de un patio; luego le hacían girar alrededor de un poste sin disminuir su velocidad y a una distancia tan igual, que durante todo el tiempo el jinete tocaba el poste con uno de sus dedos; por último, dando media vuelta en el aire, el jinete continuaba con la misma rapidez su circuito en opuesta dirección tocando el poste con la otra mano. ...
En la línea 534
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Un día en Santa Fe pude observar mejor hechos análogos. Una araña que tendría próximamente tres décimos de pulgada de longitud, y muy parecida a una Citigrada, se posó en la parte superior de ese poste; de improviso hiló cuatro o cinco hilos que brillaban al sol y parecían rayos de luz divergentes, pero no rectos, sino más bien anudados, como hebras de seda agitadas por el viento. Estos hilos tenían cerca de un metro de longitud y se elevaban alrededor de la araña, que de repente abandonó el poste, siendo muy pronto arrastrada hasta perderse de vista. Hacía mucho calor y la atmósfera parecía estar en completa calma, aunque el aire no puede nunca estar en tan absoluto reposo que no ejerza acción sobre un tejido tan delicado como un hilo de araña. Si durante un día caluroso se observa la sombra de un objeto proyectada sobre 4 Las moscas que acompañan a un barco por espacio de varios días, dejan de verse tan pronto como se pasa de un puerto a otro. ...
En la línea 120
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Había mucha escarcha y la humedad era grande. Antes de salir pude ver la humedad condensada en la parte exterior de mi ventanita, como si allí hubiese estado llorando un trasgo durante toda la noche usando la ventana a guisa de pañuelo. Ahora veía la niebla posada sobre los matorrales y sobre la hierba, como telarañas mucho más gruesas que las corrientes, colgando de una rama a otra o desde las matas hasta el suelo. La humedad se había posado sobre las puertas y sobre las cercas, y era tan espesa la niebla en los marjales, que el poste indicador de nuestra aldea, poste que no servía para nada porque nadie iba por allí, fue invisible para mí hasta que estuve casi debajo. Luego, mientras lo miré gotear, a mi conciencia oprimida le pareció un fantasma que me iba a entregar a los Pontones. ...
En la línea 283
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No se nos reunió nadie del pueblo, porque el tiempo era frío y amenazador, el camino desagradable y solitario, el terreno muy malo, la oscuridad inminente y todos estaban sentados junto al fuego dentro de las casas celebrando la festividad. Algunos rostros se asomaron a las iluminadas ventanas para mirarnos, pero nadie salió. Pasamos más allá del poste indicador y nos dirigimos hacia el cementerio, en donde nos detuvimos unos minutos, obedeciendo a la señal que con la mano nos hizo el sargento, en tanto que dos o tres de sus hombres se dispersaban entre las tumbas y examinaban el pórtico. Volvieron sin haber encontrado nada y entonces empezamos a andar por los marjales, atravesando la puerta lateral del cementerio. La cellisca, que parecía morder el rostro, se arrojó contra nosotros llevada por el viento del Este, y Joe me subió sobre sus hombros. ...
En la línea 1436
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me alejé a buen paso, observando que era más fácil marcharse de lo que había imaginado y reflexionando que no habría sido conveniente que me tiraran un zapato viejo cuando ya estuviera en el coche y a la vista de toda la calle Alta. Silbé, como dando poca importancia a mi marcha; pero el pueblo estaba muy tranquilo y apacible y la ligera niebla se levantaba solemnemente, como si quisiera mostrarme el mundo. Pensé en que allí había sido muy inocente y pequeño y que más allá todo era muy grande y desconocido; repentinamente sentí una nostalgia, y empecé a derramar lágrimas. Estaba entonces junto al poste indicador del extremo del pueblo, y puse mi mano en él diciendo: ...
En la línea 1460
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Volví al despacho para preguntar si había vuelto el señor Jaggers, y me dijeron que no, razón por la cual volví a salir. Aquella vez me fui a dar una vuelta por Little Britain, y me metí en Bartolomew Close; entonces observé que había otras personas esperando al señor Jaggers, como yo mismo. En Bartolomew Close había dos hombres de aspecto reservado y que, muy pensativos, metían los pies en los huecos del pavimento mientras hablaban. Uno de ellos dijo al otro, cuando yo pasaba por su lado, que «Jaggers lo haría si fuera preciso hacerlo». En un rincón había un grupo de tres hombres y dos mujeres, una de las cuales lloraba sobre su sucio chal y la otra la consolaba diciéndole, mientras le ponía su propio chal sobre los hombros: «Jaggers está a favor de él; le ayuda, Melia. ¿Qué más quieres?» Había un judío pequeñito, de ojos rojizos, que entró en Bartolomew Close mientras yo esperaba, en compañía de otro judío, también de corta estatura, a quien mandó a hacer un recado; cuando se marchó el mensajero, observé al judío, hombre de temperamento muy excitable, que casi bailaba de ansiedad bajo el poste de un farol y decía al mismo tiempo, como si estuviera loco: «¡Oh Jaggers! ¡Solamente éste es el bueno! ¡Todos los demás no valen nada!» Estas pruebas de la popularidad de mi tutor me causaron enorme impresión y me quedé más admirado que nunca. ...
En la línea 63
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni eran estas las únicas flaquezas y manías del señor Joaquín. Otras tuvo, que descubriremos sin miramientos de ninguna especie. Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante. Entonces, semiaturdido, solicitando al sueño por las exigencias de su naturaleza hercúlea y de su espesa sangre, cogía el señor Joaquín la maquinilla, cebaba con alcohol el depósito, prendía fuego, y presto salía del pico de hojalata negro y humeante río de café, cuyas ondas a la vez calentaban, despejaban la cabeza y con la leve fiebre y el grato amargor, dejaban apto al coloso para velar y trabajar, sacar sus cuentas y pesar y vender sus artículos. Ya en León, y árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario político, siempre el mismo, invariable. En cierta ocasión ocurrió al Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café. Porque siendo el señor Joaquín español, ocioso me parece advertir que tenía sus opiniones políticas como el más pintado, y que el celo del bien público le comía, ni más ni menos que nos devora a todos. Era el señor Joaquín inofensivo ejemplar de la extinguida especie progresista: a querer clasificarlo científicamente, le llamaríamos la variedad progresista de impresión. La aventura única en su vida de hombre de partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes. Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado, definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano. En vano corrieron años y sobrevinieron acontecimientos, y emigraron las golondrinas políticas en busca siempre de más templadas zonas; en vano mal intencionados decían al señor Joaquín que su jefe y natural señor el personaje era ya tan progresista como su abuela; que hasta no quedaban sobre la haz de la tierra progresistas, que éstos eran tan fósiles como el megaterio y el plesiosauro; en vano le enseñaban los mil remiendos zurcidos sobre el manto de púrpura de la voluntad nacional por las mismas pecadoras manos de su ídolo; el señor Joaquín, ni por esas, erre que erre y más firme que un poste en la adhesión que al don Fulano profesaba. Semejante a aquellos amadores que fijan en la mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio. Suscrito desde entonces al periódico del consabido prohombre, compró también una mala litografía que lo representaba en actitud de arengar, y añadido el marco dorado imprescindible, la colgó en su dormitorio entre un daguerrotipo de la difunta y una estampa de la bienaventurada virgen Santa Lucía, que enseñaba en un plato dos ojos como huevos escalfados. Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba, con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba: ¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación completa. Que discurrían partidas por las provincias vascas: ¡no asustarse!; afirma don Fulano que el partido absolutista está muerto, y los muertos no resucitan. Que hay profunda escisión en la mayoría liberal; que unos aclaman a X y otros a Z… Bueno, bueno; don Fulano lo arreglará, se pinta él solo para eso. Que hambre… ¡sí, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública… Que impuestos… ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo… ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco! Y así, sin más dudas ni recelos, atravesó el señor Joaquín la borrasca revolucionaria y entró en la restauración, muy satisfecho porque don Fulano sobrenadaba, y se apreciaban sus méritos, y tenía la sartén por el mango hoy como ayer. ...
Más información sobre la palabra Poste en internet
Poste en la RAE.
Poste en Word Reference.
Poste en la wikipedia.
Sinonimos de Poste.
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