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La palabra polvo
Cómo se escribe

la palabra polvo

La palabra Polvo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece polvo.

Estadisticas de la palabra polvo

Polvo es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2222 según la RAE.

Polvo tienen una frecuencia media de 43.37 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la polvo en 150 obras del castellano contandose 6592 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Polvo

Cómo se escribe polvo o polbo?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece polvo

La palabra polvo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1163
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salieron todas corriendo en diversas direcciones, con los cántaros en la cabeza, y al poco rato no se veía en las cercanías de la Fuente de la Reina más que a la pobre Roseta, con el pelo suelto, las faldas desgarradas, la cara sucia de polvo y sangre, caminando, llorosa, hacia su casa. ...

En la línea 1279
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Lo que corríamos! Unas veces aquí; otras, en la provincia de Alicante; después, por cerca de Albacete; siempre nos iban pisando los talones; pero nosotros, francés que pillábamos, lo hacíamos polvo. ...

En la línea 1336
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchas veces los dos mayores llegaban a su casa sudorosos y llenos de polvo, como si se hubieran revolcado en el camino, con los pantalones rotos y la camisa desgarrada, Eran las señales del combate; el pequeño lo contaba todo, llorando. ...

En la línea 1436
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y a lo largo de la ribera, puestas en fila, estaban las bestias a la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes, agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes, pero tristes, cual siervos condenados a eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos a todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro. ...

En la línea 89
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A lo largo de las columnatas alineábase en andanas la riqueza de la casa, la triple fila de toneles acostados, que llevaban en sus caras la cifra del año de la cosecha. Había barricas venerables cubiertas de telarañas y polvo, con la madera tan húmeda, que parecía próxima a deshacerse. Eran los patriarcas de la bodega: estaban bautizados con los nombres de los héroes que gozaban de fama universal cuando ellos nacieron. Un barril se llamaba _Napoleón_, otro _Nelson_; los había adornados con la corona real de Inglaterra, porque de ellos habían bebido monarcas de la Gran Bretaña. Una barrica antiquísima, completamente aislada, como si el roce con las otras pudiera despanzurrarla, exhibía el venerable nombre de _Noé_. Era la mayor antigüedad de la casa: se remontaba a mediados del siglo XVIII y el primero de los Dupont la había adquirido ya como una reliquia. Cerca de ella se alineaban otros toneles que llevaban bajo el escudo real de España los nombres de todos los monarcas e infantes que habían visitado Jerez en el curso del siglo. ...

En la línea 231
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había días en que el carruaje de don Pablo llegaba entre una nube de polvo, a todo correr de sus cuatro briosos caballos, para depositar en Marchamalo un cargamento de chiquillos, casi una escuela. Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre. Y Ferminillo y María de la Luz jugaban con estos niños que habían de poseer cuantiosas fortunas, de igual a igual, con la simplicidad de la infancia que parece un recuerdo de los tiempos en que los hombres vivían como hermanos, antes de inventar las jerarquías sociales. El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. ...

En la línea 289
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La convalecencia no fue larga. Una vez pasado el peligro, la herida se cicatrizó rápidamente. El capataz afirmaba, con cierto orgullo, que su ahijado tenía carne de perro. A otro lo hubiesen hecho polvo con un balazo así: ¡pero, balitas a él, que era el mozo más valiente del campo de Jerez!... ...

En la línea 375
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La comida transcurría en medio del solemne silencio del campo, que parecía colarse en el cortijo por el abierto portón. Los gorriones piaban en los tejados; las gallinas cocleaban en el patio, picoteando, con las plumas erizadas, los intersticios del pavimento de guijarros. De la gran cuadra llegaban los relinchos de los caballos sementales y los rebuznos de los garañones, acompañados de pataleos y bufidos de gula satisfecha ante el pesebre lleno. De vez en cuando, un conejo asomaba a la puerta del tugurio sus orejas desmayadas, huyendo con medroso trote a la más leve voz, temblándole el rabillo sobre las posaderas sedosas, y de las lejanas pocilgas llegaban ronquidos de fiera, revelando una lucha de empellones de grasa y mordiscos traidores en torno de los barreños de bazofia. Cuando cesaban estos rumores de vida, tornaba a extenderse con religiosa majestad el silencio del campo, rasgado tenuemente por el arrullo de las palomas o el lejano campanilleo de una recua, deslizándose por la carretera que cortaba la inmensidad de tierras amarillas, como un río de polvo. ...

En la línea 2070
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Finalmente, sus cabellos, que de rubios que eran e n su juventud se habían vuelto castaños, y que llevaba rizados, muy claros y con mu cho polvo, enmarcaban admirablemente su rostro, en el que el censor más rígido no hubiera podido desear más que un poco menos de rouge, y el escultor más exigente sólo un poco más de finura en la nariz. ...

En la línea 2321
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquel hombre, menos la espada, tenía todo el aspecto de un hombre de guerra, y sus botas de búfalo, aún ligeramente cubiertas de polvo, indicaban que había montado a caballo durante el día. ...

En la línea 3449
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tenía las botas cubiertas de polvo y se informaba sobre si podría pasar en aquel mismo momento a Inglaterra. ...

En la línea 3900
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero y de vos -continuó el señor Bonacieux en un tono de ingenuidad perfecta -, ¿qué ha sido de vos todos estos días pasados? No os he visto ni a vos ni a vuestros amigos, y no creo que haya sido en el pavimento de París donde habéis cogido todo el polvo que Planchet quitaba ayer de vuestras botas. ...

En la línea 959
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Legua y media llevaríamos andada, cuando una tromba de aire se desencadenó por el Norte, levantando inmensas nubes de polvo; felizmente, el huracán no nos daba de cara, pues en otro caso nos hubiera sido difícil seguir adelante, por su extremada violencia. ...

En la línea 970
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los templos que los romanos, poderosos y diestros, levantaron en una edad comparativamente moderna, yacen hechos polvo no lejos de allí. ...

En la línea 1145
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ANTONIO.—Toda la noche pasada he estado despierto, pensando en los asuntos de Egipto; cuando me levanté esta mañana, tomé el _bar lachí_, y raspándolo con un cuchillo saqué un poco de polvo, y me lo bebí con _aguardiente_, según tengo costumbre de hacer después de tomar una resolución. ...

En la línea 1355
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... De pronto, las dos más jóvenes le agarraron por las manos, y mientras él forcejeaba para soltarse, la vieja le decía: —Necesitas tabaco, _hijo_, y vienes a casa de los gitanos para asustar a las _Callees_ y al _Caloró_ forastero, que no tienen más _plako_; la verdad, _hijo_, no podemos darte tabaco, y lo siento mucho; pero, en cambio, tenemos polvo abundante _a tu servicio_. ...

En la línea 1023
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. ...

En la línea 1034
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir: -Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos. ...

En la línea 2189
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo! No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decía, y, levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo: -Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo; y, no siéndolo, ¿qué mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. ...

En la línea 3773
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... DEL TIQUITOC, ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA, EN LA SEPULTURA DE DULCINEA DEL TOBOSO Epitafio Reposa aquí Dulcinea; y, aunque de carnes rolliza, la volvió en polvo y ceniza la muerte espantable y fea. ...

En la línea 27
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una mañana, con un tiempo clarísimo, los contornos de las montañas lejanas se destacan del modo más preciso sobre una banda de nubes de un color azul oscuro. A juzgar por las apariencias y los casos análogos en Inglaterra, supuse que el aire estaría saturado de humedad Nada de eso: el higrómetro indicaba una diferencia de 29,6 entre la temperatura del aire y el punto en que se condensó el rocío, diferencia que resultaba ser casi el doble de la que observé en los días anteriores.. Continuos relámpagos acompañaban a esa extraordinaria sequedad de la atmósfera. ¿No es muy notable encontrarse con una tan perfecta transparencia del aire unida a ese estado del tiempo? La atmósfera suele estar brumosa; esa niebla proviene de la caída de un polvo impalpable que estropea algo nuestros instrumentos astronómicos. La víspera de llegar a PortoPraya, recogí un paquetito de ese polvillo pardo, que la tela metálica de la veleta puesta en el tope del palo mayor parecía haber tamizado al paso. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído sobre un buque, a algunos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg2 ha visto que ese polvo está en gran parte formado por infusorios cubiertos de caparazones silíceos y por tejidos silíceos de plantas. En cinco paquetitos que le remití, ha reconocido la presencia de sesenta y siete formas orgánicas diferentes. Todos los infusorios, excepto dos especies marinas, viven en agua dulce. Según mis noticias, se ha comprobado la caída de polvos idénticos en quince buques diferentes que navegaban por el Atlántico a grandísimas distancias de las 2 Aprovecho esta ocasión para dar las gracias a este ilustre naturalista por la atención que ha tenido dignándose examinar un gran número de mis especimenes. En junio de 1845 dirigí a la Sociedad de Geología una Memoria completa acerca de la caída de ese polvo. ...

En la línea 27
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una mañana, con un tiempo clarísimo, los contornos de las montañas lejanas se destacan del modo más preciso sobre una banda de nubes de un color azul oscuro. A juzgar por las apariencias y los casos análogos en Inglaterra, supuse que el aire estaría saturado de humedad Nada de eso: el higrómetro indicaba una diferencia de 29,6 entre la temperatura del aire y el punto en que se condensó el rocío, diferencia que resultaba ser casi el doble de la que observé en los días anteriores.. Continuos relámpagos acompañaban a esa extraordinaria sequedad de la atmósfera. ¿No es muy notable encontrarse con una tan perfecta transparencia del aire unida a ese estado del tiempo? La atmósfera suele estar brumosa; esa niebla proviene de la caída de un polvo impalpable que estropea algo nuestros instrumentos astronómicos. La víspera de llegar a PortoPraya, recogí un paquetito de ese polvillo pardo, que la tela metálica de la veleta puesta en el tope del palo mayor parecía haber tamizado al paso. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído sobre un buque, a algunos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg2 ha visto que ese polvo está en gran parte formado por infusorios cubiertos de caparazones silíceos y por tejidos silíceos de plantas. En cinco paquetitos que le remití, ha reconocido la presencia de sesenta y siete formas orgánicas diferentes. Todos los infusorios, excepto dos especies marinas, viven en agua dulce. Según mis noticias, se ha comprobado la caída de polvos idénticos en quince buques diferentes que navegaban por el Atlántico a grandísimas distancias de las 2 Aprovecho esta ocasión para dar las gracias a este ilustre naturalista por la atención que ha tenido dignándose examinar un gran número de mis especimenes. En junio de 1845 dirigí a la Sociedad de Geología una Memoria completa acerca de la caída de ese polvo. ...

En la línea 27
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Una mañana, con un tiempo clarísimo, los contornos de las montañas lejanas se destacan del modo más preciso sobre una banda de nubes de un color azul oscuro. A juzgar por las apariencias y los casos análogos en Inglaterra, supuse que el aire estaría saturado de humedad Nada de eso: el higrómetro indicaba una diferencia de 29,6 entre la temperatura del aire y el punto en que se condensó el rocío, diferencia que resultaba ser casi el doble de la que observé en los días anteriores.. Continuos relámpagos acompañaban a esa extraordinaria sequedad de la atmósfera. ¿No es muy notable encontrarse con una tan perfecta transparencia del aire unida a ese estado del tiempo? La atmósfera suele estar brumosa; esa niebla proviene de la caída de un polvo impalpable que estropea algo nuestros instrumentos astronómicos. La víspera de llegar a PortoPraya, recogí un paquetito de ese polvillo pardo, que la tela metálica de la veleta puesta en el tope del palo mayor parecía haber tamizado al paso. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído sobre un buque, a algunos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg2 ha visto que ese polvo está en gran parte formado por infusorios cubiertos de caparazones silíceos y por tejidos silíceos de plantas. En cinco paquetitos que le remití, ha reconocido la presencia de sesenta y siete formas orgánicas diferentes. Todos los infusorios, excepto dos especies marinas, viven en agua dulce. Según mis noticias, se ha comprobado la caída de polvos idénticos en quince buques diferentes que navegaban por el Atlántico a grandísimas distancias de las 2 Aprovecho esta ocasión para dar las gracias a este ilustre naturalista por la atención que ha tenido dignándose examinar un gran número de mis especimenes. En junio de 1845 dirigí a la Sociedad de Geología una Memoria completa acerca de la caída de ese polvo. ...

En la línea 28
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... costas. La dirección del viento en el instante de caer ese polvo, y el hecho de que siempre caiga durante el mes en que el harmattán eleva a inmensas alturas de la atmósfera espesas nubes de polvo, nos autorizan para afirmar que viene del África. Y, sin embargo (¡hecho muy singular!), aunque el profesor Ehrenberg conoce varias especies de infusorios peculiares del África, no encuentra ni una sola de esas especies en el polvo que le remití; por el contrario, encuentra en él dos especies que hasta ahora sólo se han descubierto en la América del Sur. Este polvo cae en tal cantidad, que todo lo ensucia a bordo y ofende a los ojos; algunas veces hasta oscurece la atmósfera, tanto, que se han perdido buques y estrellado contra la costa. Con frecuencia cae sobre barcos que navegan a varios centenares de millas de la costa de África, hasta más de 1.000 millas (1.600 kilómetros), y en puntos distantes más de 1.600 millas en dirección de norte a sur. Me ha sorprendido hallar en el polvo recogido a bordo de un barco, a 300 millas (480 kilómetros) de tierra, partículas de piedra de una milésima de pulgada cuadrada, mezcladas con materias más finas. En vista de ese hecho no cabe sorprenderse de la diseminación de los espórulos, mucho más pequeños y mucho más ligeros de las plantas criptógamas. ...

En la línea 197
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de rapé, lo más notable era la suavidad de liquen; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas. ...

En la línea 322
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se llamaban, como va dicho, Santa María y San Pedro; su historia anda escrita en los cronicones de la Reconquista, y gloriosamente se pudren poco a poco víctimas de la humedad y hechas polvo por los siglos. ...

En la línea 372
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entre cuadro y cuadro ostentaban su dorado viejo algunas cornucopias cuya luna reflejaba apenas los objetos, por culpa del polvo y las moscas. ...

En la línea 1537
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Colocaba en los cajones los libros, después de sacudirles el polvo, por el orden señalado en el catálogo escrito por don Carlos. ...

En la línea 799
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como era en agosto, el ardor del sol y el polvo flotante en la atmósfera produjeron numerosos desmayos. El mismo Papa, a pesar de su recia complexión, fue acometido de un sincope al echar pie a, tierra frente a la basílica de Letrán y no volvió en si hasta que le rociaron el rostro con agua. ...

En la línea 323
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Varios hombres de fuerza, con la inconsciencia propia, de su brutalidad, tiraron de una de las fajas de goma que estaba casi desprendida de la pared de plata. Inmediatamente seis de los cilindros de papel vinieron al suelo, partiéndose sobre las espaldas de los atrevidos que habían provocado el accidente, y al partirse esparcieron densas nubes de polvo rojo y picante. ...

En la línea 327
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Adivinó el profesor Flimnap este misterio al recordar algunas crónicas remotas sobre la llegada de otros gigantes. Los tales cilindros de papel contenían, sin duda alguna, cierta materia que los colosos llamaban 'tabaco'. En otros tiempos lo guardaban en polvo dentro de cajas de concha; ahora lo comprimían en forma de cabelleras vegetales bajo una envoltura de papel. ...

En la línea 329
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los esclavos hicieron desaparecer la cigarrera, mientras otros cargaban con los fragmentos de los cilindros de papel y barrían el temible polvo esparcido en el suelo. ...

En la línea 1505
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se llevó una mano a la cabeza, buscando entre los mechones de su cabellera a Popito, y esta le gritó varias veces: '¡Estoy aquí!', para que su voz sirviese de guía a los dedos. El Gentleman-Montaña la dejó cuidadosamente sobre la mesa cubierta de polvo, diciendo con voz suplicante: ...

En la línea 231
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La carcajada lanzada por Santa Cruz retumbó en la cavidad de la plazoleta silenciosa y desierta con ecos tan extraños, que los dos esposos se admiraron de oírla. Formaban la rinconada aquella vetustos caserones de ladrillo modelado a estilo mudéjar, en las puertas gigantones o salvajes de piedra con la maza al hombro, en las cornisas aleros de tallada madera, todo de un color de polvo uniforme y tristísimo. No se veían ni señales de alma viviente por ninguna parte. Tras las rejas enmohecidas no aparecía ningún resquicio de maderas entornadas por el cual se pudiera filtrar una mirada humana. ...

En la línea 554
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aparisi, propietario y concejal de oficio, era un hombre que se preciaba de poner los puntos sobre las íes; pero con el marqués de Casa-Muñoz no le valía su suficiencia, porque este no toleraba imposiciones y era capaz de poner puntos sobre las haches. Había entre los dos una rivalidad tácita, que se manifestaba en la emulación para lanzar observaciones sintéticas sobre todas las cosas. Una mirada de profunda antipatía era lo único que a veces dejaba entrever el pugilato espiritual de aquellos dos atletas del pensamiento. Villalonga, que era observador muy picaresco, aseguraba haber descubierto entre Aparisi y Casa-Muñoz un antagonismo o competencia en la emisión de palabras escogidas. Se desafiaban a cuál hablaba más por lo fino, y si el marqués daba muchas vueltas al involucrar, al ad hoc, al sui generis y otros términos latinos, en seguida se veía al otro poniendo en prensa el cerebro para obtener frases tan selectas como la concatenación de las ideas. A veces parecía triunfante Aparisi, diciendo que tal o cual cosa era el bello ideal de los pueblos; pero Casa-Muñoz tomaba arranque y diciendo el desiderátum, hacía polvo a su contrario. ...

En la línea 814
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse. Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas meneando el cuerpo como las chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron el vuelo y se plantaron en el tejado. En algunas puertas había mujeres que sacaban esteras a que se orearan, y sillas y mesas. Por otras salía como una humareda: era el polvo del barrido. Había vecinas que se estaban peinando las trenzas negras y aceitosas, o las guedejas rubias, y tenían todo aquel matorral echado sobre la cara como un velo. Otras salían arrastrando zapatos en chancleta por aquellos empedrados de Dios, y al ver a las forasteras corrían a sus guaridas a llamar a otras vecinas, y la noticia cundía, y aparecían por las enrejadas ventanas cabezas peinadas o a medio peinar. ...

En la línea 844
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guillermina y Jacinta entraron en la mansión de Ido, que se componía de una salita angosta y de dos alcobas interiores más oprimidas y lóbregas aún, las cuales daban el quién vive al que a ellas se asomaba. No faltaban allí la cómoda y la lámina del Cristo del Gran Poder, ni las fotografías descoloridas de individuos de la familia y de niños muertos. La cocina era un cubil frío donde había mucha ceniza, pucheros volcados, tinajas rotas y el artesón de lavar lleno de trapos secos y de polvo. En la salita, los ladrillos tecleaban bajo los pies. Las paredes eran como de carbonería, y en ciertos puntos habían recibido bofetadas de cal, por lo que resultaba un claro-oscuro muy fantástico. Creeríase que andaban espectros por allí, o al menos sombras de linterna mágica. El sofá de Vitoria era uno de los muebles más alarmantes que se pueden imaginar. No había más que verle para comprender que no respondía de la seguridad de quien en él se sentase. Las dos o tres sillas eran también muy sospechosas. La que parecía mejor, seguramente la pegaba. Vio Jacinta, salteados por aquellos fantásticos muros, carteles de publicaciones ilustradas, de librillos de papel de fumar y cartones de almanaques americanos que ya no tenían hojas. Eran años muertos. ...

En la línea 852
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Inmediatamente empezó Hugo a gemir, a gruñir, a poner los ojos en blanco y a tambalearse, y cuando el desconocido estuvo cerca se tendió en el suelo delante de él, lanzando un grito, y empezó a retorcerse en el polvo al parecer en agonía. ...

En la línea 997
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Caminábamos sobre una arena fina lisa, no arrugada como la de las playas que conservan la huella de la resaca. Aquella alfombra deslumbrante, como un verdadero reflector, reflejaba los rayos del sol con una sorprendente intensidad, produciendo una inmensa reverberación que penetraba en todas las moléculas líquidas. ¿Se me creerá si afirmo que a esa profundidad de treinta pies veía yo como si estuviera en la superficie? Durante un cuarto de hora anduvimos por ese fondo de arena sembrado de una impalpable capa de polvo de conchas. El casco del Nautilus, perceptible como un largo escollo, desaparecía poco a poco, pero su fanal, cuando se hiciera la noche en medio de las aguas, facilitaría nuestro retorno a bordo, con la proyección de sus rayos nítidamente visibles. Efecto difícil de comprender para quien no ha visto más que en tierra esas luces blancas tan vivamente acusadas. Allí, el polvo que satura el aire les da la apariencia de una niebla luminosa; pero en el mar, como bajo el mar, esa luz se transmite con una incomparable pureza. ...

En la línea 2449
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Se abría en aquel lugar una magnífica gruta, en cuyo suelo de fina arena nos tendimos con placer mis compañeros y yo. El fuego había pulido sus paredes esmaltadas y jaspeadas por el brillo del polvo de mica. ...

En la línea 176
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe, que se había aventurado a entrar en la cocina tras de mí, cuando el recogedor del polvo se retiró ante nosotros, se pasó el dorso de la mano por la nariz con aire de conciliación, en tanto que la señora Joe le miraba, y en cuanto los ojos de ésta se dirigieron a otro lado, él cruzó secretamente los dos índices y me los enseñó como indicación de que la señora Joe estaba de mal humor. Tal estado era tan normal en ella, que tanto Joe como yo nos pasábamos semanas enteras haciéndonos cruces, señal convenida para dicho objeto, como si fuésemos verdaderos cruzados. ...

En la línea 528
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Así estaba ella inmóvil como un cadáver, mientras la joven y yo jugábamos a los naipes. Todos los adornos de su traje nupcial parecían ser de papel de estraza. Nadie sabía entonces de los descubrimientos que, de vez en cuando, se hacen de cadáveres enterrados en antiguos tiempos y que se convierten en polvo en el momento de aparecerse a la vista de los mortales; pero desde entonces he pensado con frecuencia que tal vez la admisión en la estancia de la luz del día habría convertido en polvo a aquella mujer. ...

En la línea 528
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Así estaba ella inmóvil como un cadáver, mientras la joven y yo jugábamos a los naipes. Todos los adornos de su traje nupcial parecían ser de papel de estraza. Nadie sabía entonces de los descubrimientos que, de vez en cuando, se hacen de cadáveres enterrados en antiguos tiempos y que se convierten en polvo en el momento de aparecerse a la vista de los mortales; pero desde entonces he pensado con frecuencia que tal vez la admisión en la estancia de la luz del día habría convertido en polvo a aquella mujer. ...

En la línea 792
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Crucé el rellano de la escalera y entré en la habitación que me indicaba. También en aquella estancia había sido excluida por completo la luz del día, y se sentía un olor opresivo de atmósfera enrarecida. Pocos momentos antes se había encendido el fuego en la chimenea, húmeda y de moda antigua, y parecía más dispuesto a extinguirse que a arder alegremente; el humo pertinaz que flotaba en la estancia parecía más frío que el aire claro, a semejanza de la niebla de nuestros marjales. Algunos severos candelabros, situados sobre la alta chimenea, alumbraban débilmente la habitación, aunque habría sido más expresivo decir que alteraban ligeramente la oscuridad. La estancia era espaciosa, y me atrevo a afirmar que en un tiempo debió de ser hermosa, pero, a la sazón, todo cuanto se podía distinguir en ella estaba cubierto de polvo y moho o se caía a pedazos. Lo más notable en la habitación era una larga mesa cubierta con un mantel, como si se hubiese preparado un festín en el momento en que la casa entera y también los relojes se detuvieron a un tiempo. En medio del mantel se veía un centro de mesa tan abundantemente cubierto de telarañas que su forma quedaba oculta por completo; y mientras yo miraba la masa amarillenta que lo rodeaba y entre la que parecía haber nacido como un hongo enorme y negro, observé que varias arañas de cuerpo y patas moteados iban a refugiarse allí, como si fuera su casa, o bien salían como si alguna circunstancia de la mayor importancia pública hubiese circulado por entre la comunidad de las arañas. ...

En la línea 118
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Yo besé el polvo de sus botas… , pero sólo mentalmente, pues él, alto funcionario y hombre imbuido de ideas modernas y esclarecidas, no me habría permitido que se las besara de verdad. Volví a casa, y no puedo describirle el efecto que produjo mi noticia de que iba a volver al servicio activo y a cobrar un sueldo. ...

En la línea 167
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. ...

En la línea 328
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En el primer momento, el verdor y la frescura del paisaje alegraron sus cansados ojos, habituados al polvo de las calles, a la blancura de la cal, a los enormes y aplastantes edificios. Aquí la atmósfera no era irrespirable ni pestilente. No se veía ni una sola taberna… Pero pronto estas nuevas sensaciones perdieron su encanto para él, que otra vez cayó en un malestar enfermizo. ...

En la línea 335
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A unos cuantos pasos del último jardín de la población hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al niño, e incluso lo atemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reían, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanías de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el niño los veía, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de allí pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento. ¡Qué negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio. ...

En la línea 118
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck no aulló. Lejos de detenerse, se abalanzó sobre Spitz, que lo esperó de costado, con tal ímpetu que no le atinó a la garganta. Rodaron juntos sobre la nieve en polvo. Spitz se levantó como si no hubiese sido derribado, mordió a Buck en el hombro y se apartó de un salto. En dos ocasiones resonaron las mandíbulas como el acero de un cepo, mientras se alejaba para afianzar las patas, gruñendo y frunciendo los delgados labios para mostrar los dientes. ...

En la línea 186
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Si quiere usted saberlo están muy débiles -fue la respuesta de uno de los hombres-. Completamente hechos polvo, ésa es la verdad. Necesitan descanso. ...

En la línea 266
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -Bien -dijo Matthewson, lenta y deliberadamente para que todos pudieran oírlo-. Yo apuesto mil dólares a que no. Y aquí están. -Y diciendo esto, arrojó sobre el mostrador un saquito de oro en polvo del tamaño de una salchicha. ...

En la línea 306
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Una vez más llegó la primavera y, al cabo de tantas andanzas, descubrieron, no la cabaña perdida, sino un yacimiento a flor de tierra en un ancho valle, donde el oro quedaba a la vista en el fondo del mismo, en un grumoso depósito amarillento. No siguieron buscando. Cada día de labor les significaba miles de dólares en oro, en polvo limpio y en pepitas, así que trabajaban todos los días. Ensacaban el oro en talegos de piel de alce, veinticinco kilos en cada uno, y los apilaban como si fueran leña junto a la choza de ramas de abeto. Trabajaron duro, y los días se sucedían como sueños mientras iban acumulando su tesoro. ...

En la línea 811
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pusose Lucía color de brasa, y bajándose, cogió un puñado de hojas secas, maniobra que le sirvió para disimular su confusión. Después se entretuvo en reducirlas a polvo entre el índice y el pulgar, soplando para aventarlo más presto. ...


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Polvo en la RAE.
Polvo en Word Reference.
Polvo en la wikipedia.
Sinonimos de Polvo.

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