La palabra Organismo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece organismo.
Estadisticas de la palabra organismo
Organismo es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1023 según la RAE.
Organismo tienen una frecuencia media de 88.3 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la organismo en 150 obras del castellano contandose 13422 apariciones en total.
Algunas Frases de libros en las que aparece organismo
La palabra organismo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1004
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La _Marquesita_ se arrimaba cada vez más a Rafael. Parecía que todo el calor de su organismo se había concentrado en el lado que tocaba al aperador, quedando el costado opuesto frío e insensible. El mocetón, obligado a beber las copas que le ofrecía la señorita, sentíase ebrio, pero con una embriaguez nerviosa que le hacía bajar la cabeza y fruncir las cejas torvamente, deseando pelearse con cualquiera de los valientes que acompañaban a don Luis. ...
En la línea 1130
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero don Fernando movía la cabeza. Su afición a la medicina, sus lecturas desordenadas pero extensas, durante los largos años de reclusión, su continuo contacto con la desgracia, le bastaban para reconocer la enfermedad a la primera ojeada. Era la tisis, rápida, brutal, fulminante, esparciendo el tubérculo con la florescencia fecunda de la plaga: la tisis en forma sofocante, la terrible granulia que surgía a consecuencia de una fuerte emoción en este organismo pobre, abierto a todas las enfermedades, ávido de incubarlas. Examinaba de cabeza a pies aquel cuerpo descarnado, de una blancura enfermiza, en el que los huesos parecían tener la fragilidad del papel. ...
En la línea 1529
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Atribuían los amigos de Claudio a este adorno ocular, detrás del cual se ocultaba como empañada y moribunda una pupila gris, distinta a la otra descubierta, el agrado con que lo acogían en los salones. La coexistencia de tres sangres diferentes en su organismo, la blanca, la negra y la india, como decía el escultor, condición poco gustada en América, le proporcionaba en Europa cierto prestigio semejante al de los héroes de novelas de viajes. Además, poseía la esbeltez de cuerpo, la ligereza de miembros, la adaptación inmediata al ritmo bailable de todas las razas primitivas, viéndose buscado y admirado como danzarín. ...
En la línea 266
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap se proponía entrar ahora en las habitaciones particulares de uno de los altos señores del Consejo Ejecutivo, que momentáneamente era el presidente del supremo organismo. Cada uno de los cinco individuos del Consejo lo presidía durante un mes, cediendo su sillón al compañero a quien tocaba el turno. ...
En la línea 273
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los señores del Consejo miraron con interés a Flimnap después de sus últimas palabras, apreciándolo como un profesor de mérito que había vegetado injustamente en el olvido, y merecería en adelante su alta protección. También halagó los gustos del rector, poderoso personaje cuyos consejos eran siempre escuchados por los señores del organismo ejecutivo. ...
En la línea 276
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Oh, Padre de los Maestros! -dijo-. Mañana tendré el honor de entregarle una traducción hecha en nuestro idioma de los versos que he encontrado en el cuaderno de bolsillo del Gentleman-Montaña. Sería deplorable que los altos señores del Consejo decidiesen su muerte. Mi gusto sería traducir al inglés algunas de las inmortales obras de nuestro admirable Padre de los Maestros, para que ese pobre gigante se entere de que nuestra poesía ha llegado a una altura que jamás conocerá el, no obstante la grandeza material de su organismo. ...
En la línea 425
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No había un país que dejase de alabar la paz, pero esta paz debía hacerse de acuerdo con sus gustos y ambiciones. Todos querían que las cosas fuesen no como deben ser, sino con arreglo a sus conveniencias. Y los catorce artículos o puntos se vieron retorcidos y desfigurados de tal modo, que acabaron por convertirse prácticamente en otras tantas calamidades. Así ocurre siempre con las leyes hechas por los hombres y aplicadas por los hombres. Los pueblos sintieron la necesidad de poner remedio a esta demencia general. Era preciso suprimir las guerras, resolver las cuestiones entre los países por medio de tribunales, como se resuelven las diferencias entre los individuos. Y cada Estado designó varios representantes, que se reunieron en esta ciudad, formando un organismo llamado Sociedad de las Naciones. ...
En la línea 3049
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Juan Pablo Rubín no podía vivir sin pasarse la mitad de las horas del día o casi todas ellas en el café. Amoldada su naturaleza a este género de vida, habríase tenido por infeliz si el trabajo o las ocupaciones le obligaran a vivir de otro modo. Era un asesino implacable y reincidente del tiempo, y el único goce de su alma consistía en ver cómo expiraban las horas dando boqueadas, y cómo iban cayendo los periodos de fastidio para no volver a levantarse más. Iba al café al medio día, después de almorzar, y se estaba hasta las cuatro o las cinco. Volvía después de comer, sobre las ocho, y no se retiraba hasta más de media noche o hasta la madrugada, según los casos. Como sus amigos no eran tan constantes, pasaba algunos ratos solo, meditando en problemas graves de política religión o filosofía, contemplando con incierto y soñoliento mirar las escayolas de la escocia, las pinturas ahumadas del techo, los fustes de hierro y las mediascañas doradas. Aquel recinto y aquella atmósfera éranle tan necesarios a la vida, por efecto de la costumbre, que sólo allí se sentía en la plenitud de sus facultades. Hasta la memoria le faltaba fuera del café, y como a veces se olvidara súbitamente en la calle de nombres o de hechos importantes, no se impacientaba por recordar, y decía muy tranquilo: «En el café me acordaré». En efecto, apenas tomaba asiento en el diván, la influencia estimulante del local dejábase sentir en su organismo. Heridos el olfato y la vista, pronto se iban despertando las facultades espirituales, la memoria se le refrescaba y el entendimiento se le desentumecía. Proporcionábale el café las sensaciones íntimas que son propias del hogar doméstico, y al entrar le sonreían todos los objetos, como si fueran suyos. Las personas que allí viera constantemente, los mozos y el encargado, ciertos parroquianos fijos, se le representaban como unidos estrechamente a él por lazos de familia. Hasta con la jorobadita que vendía en la puerta fósforos y periódicos tenía cierto parentesco espiritual. ...
En la línea 152
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Y ¿por qué un organismo tan poderoso? -preguntó Ned. ...
En la línea 167
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Pues bien, mi buen Ned, si hay vertebrados de varios centenares de metros de longitud y de un volumen proporcional que se mantienen a semejantes profundidades, con una superficie de millones de centímetros cuadrados, calcule la presión que resisten en miles de millones de kilogramos. Calcule usted cuál debe ser la resistencia de su armazón ósea y la potencia de su organismo para resistir a tales presiones. ...
En la línea 1052
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Mire cómo se despierta bajo la caricias del sol para revivir su existencia diurna! Interesante estudio el de observar el ritmo de su organismo. Posee pulso, arterias, tiene espasmos, y yo estoy de acuerdo con el sabio Maury, que ha descubierto en él una circulación tan real como la de la sangre en los animales. ...
En la línea 2574
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof siguió a su lado. Sintió que las piernas le flaqueaban y vacilaban. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su corazón dejó de latir como si se hubiera separado de su organismo. Dieron en silencio un centenar de pasos más. El desconocido no le miraba. ...
En la línea 2709
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Bien, pero no me negará usted que se puede razonar como yo voy a hacerlo… Le ruego que me ayude… Las apariciones son algo así como fragmentos de otros mundos… , sus ambiciones. Un hombre sano no tiene motivo alguno para verlas, ya que es, ante todo, un hombre terrestre, es decir, material. Por lo tanto, sólo debe vivir para participar en el orden de la vida de aquí abajo. Pero, apenas se pone enfermo, apenas empieza a alterarse el orden normal, terrestre, de su organismo, la posible acción de otro mundo comienza a manifestarse en él, y a medida que se agrava su enfermedad, las relaciones con ese otro mundo se van estrechando, progresión que continúa hasta que la muerte le permite entrar de lleno en él. Si usted cree en una vida futura, nada le impide admitir este razonamiento. ...
En la línea 4883
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof pasó en el hospital el final de la cuaresma y la primera semana de pascua. Al recobrar la salud se acordó de las visiones que había tenido durante el delirio de la fiebre. Creyó ver el mundo entero asolado por una epidemia espantosa y sin precedentes, que se había declarado en el fondo de Asia y se había abatido sobre Europa. Todos habían de perecer, excepto algunos elegidos. Triquinas microscópicas de una especie desconocida se introducían en el organismo humano. Pero estos corpúsculos eran espíritus dotados de inteligencia y de voluntad. Las personas afectadas perdían la razón al punto. Sin embargo ‑cosa extraña‑, jamás los hombres se habían creído tan inteligentes, tan seguros de estar en posesión de la verdad; nunca habían demostrado tal confianza en la infalibilidad de sus juicios, de sus teorías científicas, de sus principios morales. Aldeas, ciudades, naciones enteras se contaminaban y perdían el juicio. De todos se apoderaba una mortal desazón y todos se sentían incapaces de comprenderse unos a otros. Cada uno creía ser el único poseedor de la verdad y miraban con piadoso desdén a sus semejantes. Todos, al contemplar a sus semejantes, se golpeaban el pecho, se retorcían las manos, lloraban… No se ponían de acuerdo sobre las sanciones que había que imponer, sobre el bien y el mal, sobre a quién había que condenar y a quién absolver. Se reunían y formaban enormes ejércitos para lanzarse unos contra otros, pero, apenas llegaban al campo de batalla, las tropas se dividían, se rompían las formaciones y los hombres se estrangulaban y devoraban unos a otros. ...
En la línea 189
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Si esta operación se efectuase súbitamente, produciría un trastorno mental tan profundo que podría sobrevenir la ruptura de un vaso y la enajenación irremediable o la muerte; pero si paulatinamente la memoria va atando su disperso haz, sólo produce trastornos relativos… Sin embargo -había añadido-, pues que usted desea toda la verdad, le diré que, aun así, un organismo débil pocas veces sobrevive a la recuperación total de sus recuerdos. En el caso de la esposa de usted, nada quiero vaticinar. Sólo afirmaré que su juventud es la mejor garantía» ...
En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...
En la línea 132
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¿Sabe usted, sabe usted cuál es el deber del padre que tiene una hija como Lucía? Pues buscar, como otro Diógenes, un hombre que en constitución y riqueza de organismo la iguale, y unirlos. ¿Le parece a usted que con este descuido que hay en los enlaces, con los sacrílegos consorcios que solemos presenciar entre naturalezas pobres, viciadas, enfermas, y naturalezas sanas, es posible que muy pronto, a la vuelta de tres o cuatro generaciones, sobrevenga la decadencia fatal de estos pueblos de Europa? O qué, ¿se puede impunemente transmitir a nuestros tataranietos veneno y pus, en vez de sangre? ...
En la línea 294
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tenía las facciones bien dispuestas, pero encapotadas por unas nubes de melancolía y padecimiento, no del padecimiento físico que destruye el organismo, pega la piel a los huesos, amojama las carnes y empaña o vidria el globo ocular, sino del padecimiento moral, o mejor dicho, intelectual, que sólo hunde algo la ojera, labra la frente, empalidece las sienes y condensa la mirada, comunicando a la vez descuido y abandono a los movimientos del cuerpo. Esto último era lo que en el viajero se notaba más. ...
En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...

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Organismo en Word Reference.
Organismo en la wikipedia.
Sinonimos de Organismo.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Organismo
Cómo se escribe organismo o horganismo?
Cómo se escribe organismo o orrganismo?
Cómo se escribe organismo o organizmo?
Cómo se escribe organismo o orjanismo?
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