La palabra Odios ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece odios.
Estadisticas de la palabra odios
Odios es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 20801 según la RAE.
Odios aparece de media 2.88 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la odios en las obras de referencia de la RAE contandose 437 apariciones .
Más información sobre la palabra Odios en internet
Odios en la RAE.
Odios en Word Reference.
Odios en la wikipedia.
Sinonimos de Odios.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece odios
La palabra odios puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 920
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras las bandas de muchachas despeinadas salían de la fábrica a la hora de comer para engullirse el contenido de sus cazuelas en los portales inmediatos, hostilizando a los hombres con miradas insolentes para que les dijesen algo y chillar después falsamente escandalizadas, emprendiendo con ellos un tiroteo de desvergüenzas, Roseta quedábase en un rincón del taller sentada en el suelo, con dos o tres jóvenes que eran de la otra huerta, de la orilla derecha del río, y maldito si les interesaba la historia del tío Barret y los odios de sus compañeras. ...
En la línea 1155
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sin acuerdo previo, como si los odios de sus familias, las frases y maldiciones oídas en sus barracas surgiesen en ellas de golpe, todas cayeron a un tiempo sobre la hija de Batiste. ...
En la línea 913
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los hombres, siguiéndole, no habían visto un horizonte nuevo: habían caminado por senderos conocidos. Sólo cambiaban el exterior y el nombre de las cosas. La humanidad contemplaba a la luz cenicienta de una religión que maldice la vida, lo que antes había visto en la inocencia de la infancia. El esclavo redimido por Cristo era ahora el asalariado moderno, con su derecho a morir de hambre, sin el pan y el cántaro de agua que su antecesor encontraba en el ergástula. Los mercaderes arrojados del templo tenían asegurada la entrada en la gloria eterna y eran los sostenes de toda virtud. Los privilegiados hablaban del reino de los cielos como de un placer más que añadir a los que disfrutaban en la tierra. Los pueblos cristianos se exterminaban, no por los caprichos y los odios de sus pastores, sino por algo menos concreto, por el prestigio de un trapo ondeante, cuyos colores les enloquecían. Se mataban fríamente hombres que no se habían visto nunca, que dejaban a sus espaldas un campo por cultivar y una familia abandonada; hermanos de dolor en la cadena del trabajo, sin otras diferencias que la lengua y la raza. ...
En la línea 1957
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Qué de esfuerzos inútiles! ¡Cuántos sacrificios estériles!... ¡Y la herencia de tanto trabajo parecía perderse para siempre! Las nuevas generaciones desconocían a los viejos, se negaban a recibir de sus brazos, fatigados y débiles, el fardo de odios y esperanzas. ...
En la línea 7610
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tal mujer puede encontrarse: el duque es hombre de aventur as galantes y si ha sembrado muchos amores con sus promesas de constancia eterna, ha debido sembrar muchos odios también por sus continuas infidelidades. ...
En la línea 15834
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Los hombres, los hombres eran los que habían engendrado los odios, las traiciones, las leyes convencionales que atan a la desgracia el corazón!. ...
En la línea 3912
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Desde la restauración de su legalidad doméstica había abandonalo por completo las lecturas filosóficas, reverdeciendo en su alma el mal curado dolor de su afrenta y los odios vengativos. Aquel ascetismo y aquel ver a Dios en sí fueron nada más que obra fugaz de la tristeza, o quizás de las circunstancias, y existían en su mente como esas lecciones, pegadas con saliva, que los estudiantes aprenden en los apuros del examen. Sus nuevas obligaciones en la botica le llamaban del lado de la química y de la farmacia, y se dedicó a esto con verdadero ardor, deseando aprender. Decíale doña Lupe que inventase algún específico, alguna papa cualquiera o antigualla que con nombre peregrino y nuevo pasase por prodigioso hallazgo; pero él se resistía porque lo consideraba impropio de la ciencia. Tía y sobrino tenían sobre esto altercados muy vivos… «¡Como si fuera un crimen idear cualquier clase de píldoras, cápsulas o grajeas, y allá te va un nombre!… ». «Cápsulas hipoquitropíticas vegetales… o animales, lo mismo da… del Doctor Rubín… infalibles… contra cualquier cosa… contra la tisis… o el moquillo de los perros… Lo que importa es descubrir algo y plantarle unas etiquetas muy chillonas con tu retrato… Eres un mandria. Si no inventas tú un específico, al fin tendré que inventarlo yo… Fortunata, dile que invente, hija, convéncele… Podéis ganar ríos de oro». ...
En la línea 4018
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Volviéndose hacia ella, otra vez le echó Jacinta aquella mirada y aquella sonrisa que la asesinaban. «En ese caso, esperaremos un poco», indicó en voz casi imperceptible, sentándose en una de las sillas de paja. Fortunata no sabía qué hacer. No tuvo valor para marcharse, y se sentó en el sofá. Casi en el mismo instante la Delfina sintiose vacilar en su asiento, porque la silla estaba inválida, y se pasó al sofá. Halláronse las dos juntas, tocando falda con falda. Fortunata, por no mirar a su rival, miraba a la niña, a quien aquella tenía en pie delante de sí, cogiéndola de las manos. Observó la de Rubín el trajecito azul de Adoración, sus botas, todo su decente atavío, y en aquella inspección fisgona que hizo, sus miradas y las de Jacinta se encontraron alguna vez. «¡Oh, si tú supieras al lado de quién estás!» pensaba Fortunata, y aquí su temor se desvanecía un tanto, para dejar revivir la ira. «Si yo te dijera ahora quién soy, padecerías quizás más de lo que yo padezco». Adoración quería decir algo; pero Jacinta le tapaba la boca, y mirando a la de Rubín se sonreía con esa ingenuidad que indica ganas de trabar conversación. Comprendiolo la otra, diciendo para sí: «No, pues yo no he de buscarte la lengua». La niña, aquel dato vivo de la bondad de la Delfina, no podía menos de determinar en Fortunata un pensamiento distinto de los anteriores. Pero sus renovados odios trataban de envenenar la admiración: «¡Oh!, sí, señora—pensaba—. Ya sabemos que tiene usted un sin fin de perfecciones. ¿A qué cacarearlo tanto… ? Poco falta para que lo canten los ciegos. Si estuviéramos como usted, entre personas decentes, y bien casaditas con el hombre que nos gusta, y teniendo todas las necesidades satisfechas, seríamos lo mismo. Sí, señora; yo sería lo que es usted si estuviera donde usted está… Vaya, que el mérito no es tan del otro jueves, ni hay motivo para tanto bombo y platillo. Y si no, venga usted a mi puesto, al puesto que tuve desde que me engañó aquel, y entonces veríamos las perfecciones que nos sacaba la mona esta». ...
En la línea 5537
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¡Ah!, de buena escapó. Guardo la fatídica yema para otro, sí, para otro, en quien ahora recaen todos mis odios. No me pregunte usted quién es, porque no se lo he de decir… Se lo diré después que se la haya zampado, porque se la tiene que comer, como este es día. ...

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