Cómo se escribe.org.es

La palabra mozo
Cómo se escribe

la palabra mozo

La palabra Mozo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mozo.

Estadisticas de la palabra mozo

Mozo es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 9015 según la RAE.

Mozo aparece de media 8.84 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la mozo en las obras de referencia de la RAE contandose 1343 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Mozo

Cómo se escribe mozo o moso?

Más información sobre la palabra Mozo en internet

Mozo en la RAE.
Mozo en Word Reference.
Mozo en la wikipedia.
Sinonimos de Mozo.

Algunas Frases de libros en las que aparece mozo

La palabra mozo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 148
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Buen mozo, eso sí; le temblaban todos en la taberna de Copa, los domingos por la tarde, cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta; pero en casa debía de ser un marido insufrible. ...

En la línea 362
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Barret se enfurecía cada vez más con el mozo. ...

En la línea 521
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando conoció a su mujer, era mozo de molino en las inmediaciones de Sagunto. ...

En la línea 636
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste se detuvo, lamentando en su interior no llevar consigo ni una mala navaja, ni una hoz, pero sereno, tranquilo, irguiendo su cabeza redonda con la expresión imperiosa tan temida por su familia y cruzando sobre el pecho los forzudos brazos de antiguo mozo de molino. ...

En la línea 289
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La convalecencia no fue larga. Una vez pasado el peligro, la herida se cicatrizó rápidamente. El capataz afirmaba, con cierto orgullo, que su ahijado tenía carne de perro. A otro lo hubiesen hecho polvo con un balazo así: ¡pero, balitas a él, que era el mozo más valiente del campo de Jerez!... ...

En la línea 304
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Con una basta, padrino; tenía su mercé razón. Ni esta es manera de ganarse honradamente el pan, ni hay jembra que apechugue con un mozo que por más dinero que traiga a casa puede morir de mala muerte. ...

En la línea 339
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su último amor era un mozo tratante en cerdos, un atleta chato y cejudo con el que vivía en el arrabal. Un secreto poder de este macho fuerte la enloquecía. Hablaba de él con orgullo, gozándose en el contraste entre su nacimiento y la profesión de su amante. De vez en cuando sufría arrebatos de veleidad y se ausentaba de la casucha del arrabal por algunos días. El zafio amante no la buscaba, dando su vuelta por segura; y al regresar el pájaro caprichoso, todo el barrio poníase en alarma con los golpes y los gritos, saliendo la _Marquesita_ al balcón con el pelo suelto, pidiendo socorro, hasta que una zarpa la arrancaba de los hierros y la metía dentro para continuar el vapuleo. ...

En la línea 371
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al sentarse _Zarandilla_ a la mesa, de vuelta de la cuadra, la primera mirada de sus ojos opacos era para la botella de vino, e instintivamente avanzaba sus manos temblonas. Era un lujo que había introducido Rafael en las comidas del cortijo. ¡Bien se reconocía en esto su juventud de mozo rumboso, acostumbrado al trato con los caballeros de Jerez, y sus visitas a Marchamalo, la famosa viña de los Dupont!... Años enteros había pasado el viejo cuando era aperador sin otra alegría que la de deslizarse, a espaldas de su mujer, hasta los ventorrillos de la carretera, o la de ir a Jerez con pretexto de llevar a la familia del amo alguna cesta de huevos o un par de capones, viajes de los que regresaba cantando, con la mirada chispeante, las piernas inseguras y en la cabeza un repuesto de alegría para toda una semana. Si alguna vez había soñado con la fortuna, era sin otra ambición que la de beber como el más rico caballero de la ciudad. ...

En la línea 114
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ese buen mozo es el diablo en persona! -exclamó el descono cido. ...

En la línea 3904
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Un buen mozo como vos no consigue largos permisos de su amante, y eraisimpacientemen te esperado en Paris, ¿no es así?-A fe -dijo riendo el joven-, os lo confieso, mi querido señor Bonacieux, tanto más cuanto que veo que no se os puede ocultar na da. ...

En la línea 4443
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -En efecto, como decís, Mosquetón, vuestro padre me parece que fue un mozo muyinteligente. ...

En la línea 4784
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Me quedo con el que lleva el mozo de cuadra pelirrojo. ...

En la línea 437
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A pesar de todo, aquel mozo salvaje, sin soltar el timón, reía y parlaba, y a veces, berreaba un trozo de _Quando el rey chegou_, canción miguelista, que no se podía cantar en Lisboa sin ir a la cárcel. ...

En la línea 484
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El jinete que rompía la marcha era un caballero vestido con elegante traje de camino; un poco detrás seguían un oficial, dos soldados y un mozo de librea. ...

En la línea 713
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Se puso a la cabeza de todos, y salimos al trote largo; el mozo o arriero que nos acompañaba venía detrás corriendo, sin dar la menor señal de fatiga. ...

En la línea 740
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llevaríamos andada una legua, cuando al mozo que nos acompañaba le pareció ver unas cabezas entre los matorrales. ...

En la línea 254
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. ...

En la línea 256
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase, pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él vía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían. ...

En la línea 257
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar en todo él del pobre apaleado. ...

En la línea 592
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia. ...

En la línea 3130
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 3 Este sentimiento de filantropía de los ingleses me parece del mismo género que la afición a lar cuerdas de aquel mozo del cuento, que robó una, de la cual iba atada una mula, que no era, sin embargo, la más negra ...

En la línea 205
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La cabeza pequeña y bien formada, de espeso cabello negro muy recortado, descansaba sobre un robusto cuello, blanco, de recios músculos, un cuello de atleta, proporcionado al tronco y extremidades del fornido canónigo, que hubiera sido en su aldea el mejor jugador de bolos, el mozo de más partido; y a lucir entallada levita, el más apuesto azotacalles de Vetusta. ...

En la línea 623
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Y aun así y todo —decía un canónigo muy buen mozo, nuevo en Vetusta y en el oficio, pariente del ministro de Gracia y Justicia —aun así y todo no se puede llevar en calma la imprudencia con que habla de todo; suelta la sin hueso y juzga precipitadamente, y emplea vocablos y alusiones impropias de una dignidad. ...

En la línea 646
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era un poco torcido del hombro derecho don Restituto —por lo demás buen mozo, casi tan alto como el pariente del ministro —, y como este defecto incurable era un obstáculo a las pretensiones de gallardía que siempre había alimentado, discurrió hacer de tripas corazón, como se dice, o sea sacar partido, en calidad de gracia, de aquella tacha con que estaba señalado. ...

En la línea 699
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —La verdad es que don Fermín es muy buen mozo, y, si las beatas se enamoran de él viéndole gallardo, pulcro, elegante y hablando como un Crisóstomo en el púlpito, él no tiene la culpa ni la cosa es contraria a las sabias leyes naturales. ...

En la línea 1820
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al ver el conde de Lerín la riqueza de dicha armadura, de las más finas que se fabricaban en Italia, quedó absorto, no pudiendo adivinar quién sería este enemigo poderoso, muerto sin gloria en un barranco. Al volver al sitio de la lucha con un grupo de los suyos, vio el cadáver del misterioso jinete, medio desnudo, y arrodillado junto a él llorando, a un mozo con aspecto de paje. ...

En la línea 1863
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Yo creo, amigo Claudio — continuó el diplomático—, que esa bofetada dada por usted en el hotel no pudo ser más oportuna… para el otro. Tal incidente sirvió para que Rosaura se interesase por ese mozo como nunca, sufriendo angustias al pensar en su suert, admirando su actitud valerosa. Para las mujeres, el hombre que aman resulta siempre un héroe. De ser López el herido, ella lo habría curado, lo mismo que se ve en las novelas, enternecida por su desgracia. Como ha tenido la buena suerte de que el herido sea usted, ella lo admira como triunfador. De todos modos, lo ama más fervorosamente que antes del choque de ustedes dos. ...

En la línea 20
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Desde entonces, la majestuosa viuda empezó a pensar en lo urgente que era librarse de este aspirante a la dignidad de yerno suyo. La gallardía física del buen mozo, su aventura militar, que tanto entusiasmaba a las jóvenes, y sus destrezas de danzarín, eran para la señora Haynes otros tantos títulos de incapacidad. ...

En la línea 776
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No crea usted, gentleman, que este hombre era un intelectual, digno del afecto de Momaren. Por el contrario, apenas sabía leer y escribir, pero era un buen mozo y disponía a su capricho de todas las artes que cultivan los varones metidos en sus casas para atraer y dominar a las pobres mujeres. Como la mujer vive preocupada por sus negocios y vuelve a su domicilio rendida de tanto trabajar, ignora el modo de precaverse de tan diabólicas asechanzas. ...

En la línea 905
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por fin no pudo resistir; colose dentro del ventorrillo, y tomando asiento junto a una de aquellas despintadas mesas, empezó a palmotear para que viniera el mozo, que era el mismo Tartera, un hombre gordísimo, con chaleco de Bayona y mandil de lanilla verde rayado de negro. No lejos de donde estaba Ido había un rescoldo dentro de enorme braserón, y encima una parrilla casi tan grande como la reja de una ventana. Allí se asaban las chuletas de ternera, que con la chamusquina en tan viva lumbre, despedían un olor apetitoso. «Chuletas» dijo D. José, y a punto vio entrar a un amigo, el cual le había visto a él y por eso sin duda entraba. ...

En la línea 1658
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al entrar el año de 1874, tenía Maximiliano veinticinco y no representaba aún más de veinte. Carecía de bigote, pero no de granos que le salían en diferentes puntos de la cara. A los veintitrés años tuvo una fiebre nerviosa que puso en peligro su vida; pero cuando salió de ella parecía un poco más fuerte; ya no era su respiración tan fatigosa ni sus corizas tan tenaces, y hasta los condenados raigones de sus muelas parecían más civilizados. No usaba ya el ioduro tan a pasto ni el canuto de brea, y sólo las jaquecas persistían, como esos amigos machacones cuya visita periódica causa espanto. Juan Pablo estaba entonces en el Cuartel Real, y doña Lupe dejaba a Maximiliano en libertad, porque le creía inaccesible a los vicios por razón de su pobreza física, de su natural apático y de la timidez que era el resultado de aquellas desventajas. Y además de libertad, dábale su tía algún dinero para sus placeres de mozo, segura de que no había de gastarlo sino con mucho pulso. Inclinábase el chico a economizar, y tenía una hucha de barro en la cual iba metiendo las monedas de plata y algún centén de oro que le daban sus hermanos cuando venían a Madrid. En la ropa era muy mirado, y gustaba de hacerse trajes baratos y de moda, que cuidaba como a las niñas de sus ojos. De esto le sobrevino alguna presunción, y gracias a ella su figura no parecía tan mala como era realmente. Tenía su buena capa de embozos colorados; por la noche se liaba en ella, metíase en el tranvía y se iba a dar una vuelta hasta las once, rara vez hasta las doce. Por aquel tiempo se mudó doña Lupe a Chamberí, buscando siempre casas baratas, y Maximiliano fue perdiendo poco a poco la ilusión de los alumnos de Estado Mayor. ...

En la línea 1664
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El tal Ulmus sylvestris era un chico simpático, buen mozo, alegre y de cabeza un tanto ligera. De todos los compañeros de Rubinius vulgaris, aquel era el que más le quería, y Maximiliano le pagaba con un cariño que tenía algo de respeto. Llevaba Olmedo una vida muy poco ejemplar, mudando cada mes de casa de huéspedes, pasándose las noches en lugares pecaminosos, y haciendo todos los disparates estudiantiles, como si fueran un programa que había que cumplir sin remedio. Últimamente vivía con una tal Feliciana, graciosa y muy corrida, dándose importancia con ello, como si el entretener mujeres fuese una carrera en que había que matricularse para ganar título de hombre hecho y derecho. Dábale él lo poco que tenía, y ella afanaba por su lado para ir viviendo, un día con estrecheces, otro con rumbo y siempre con la mayor despreocupación. Tomaba él en serio este género de vida, y cuando tenía dinero, invitaba a sus amigos a tomar un bacalao en su hotel, dándose unos aires de hombre de mundo y pillín, con cierta imitación mala del desgaire parisiense que conocía por las novelas de Paul de Kock. Feliciana era de Valencia, y ponía muy bien el arroz; pero el servicio de la mesa y la mesa misma tenían que ver. Y Olmedo lo hacía todo tan al vivo y tan con arreglo a programa, que se emborrachaba sin gustarle el vino, cantaba flamenco sin saberlo cantar, destrozaba la guitarra y hacía todos los desatinos que, a su parecer, constituían el rito de perdido; pues a él se le antojó ser perdido, como otros son masones o caballeros cruzados, por el prurito de desempeñar papeles y de tener una significación. Si existiera el uniforme de perdido, Olmedo se lo hubiera puesto con verdadero entusiasmo, y sentía que no hubiese un distintivo cualquiera, cinta, plumacho o galón, para salir con él, diciendo tácitamente: «Vean ustedes lo perdulario que soy». Y en el fondo era un infeliz. Aquello no era más que una prolongación viciosa de la edad del pavo. ...

En la línea 1817
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El amante también estaba poco dispuesto al sueño; mas era porque el entusiasmo le hacía cosquillas en el epigastrio, atravesándole un bulto en el vértice de los pulmones, con lo que le pesaba el respirar, y además poníale candelas encendidas en el cerebro. Por más que él soplaba para apagarlas y poder dormirse, no lo podía conseguir. Su tía estaba con él un poco seria. Sin duda sospechaba algo, y como persona de mucho pesquis, no se tragaba ya aquellas bolas del estudiar fuera de casa y de los amigos enfermos a quienes era preciso velar. A los dos días de aquel en que el exaltado mozo se arrancó a prometer su mano, doña Lupe tuvo con él una grave conferencia. El semblante de la señora no revelaba tan sólo recelo, sino profunda pena, y cuando llamó a su sobrino para encerrarse con él en el gabinete, este sintió desvanecerse su valor. Quitose la señora el manto y lo puso sobre la cómoda bien doblado. Después de clavar en él los alfileres, mirando a su sobrino de un modo que le hizo estremecer, le dijo: «Tengo que hablarte detenidamente». Siempre que su tía empleaba el detenidamente, era para echarle un réspice. ...

En la línea 746
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El rufián a quien él mozo de la posada del puente había visto 'a punto de alcanzar' al mozalbete y al rey, no se unió precisamente a ellos, sino que se quedó atrás y siguió sus pasos. Nada dijo. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo, y tenía el ojo del mismo lado cubierto por un gran parche verde. Cojeaba un tanto, y usaba para, apoyarse un palo de roble. El mozalbete condujo al rey en un tortuoso rodeo a través de Southwark y no tardó en dar en la carretera real, más allá del pueblo. Eduardo, que estaba ya incomodado, dijo que se detendría allí, pues a Hendon le correspondía ir a él y no a él ir a Hendon. No soportaría semejante insolencia y se pararía allí mismo. El mozalbete dijo: ...

En la línea 750
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Quedaba todavía un trecho hasta el bosque, pero lo cruzaron rápidamente. El mozalbete miró en torno, vio una rama hincada en el suelo con un andrajo atado y siguió él camino al interior del bosque, buscando ramas similares y hallándolas a trechos. Evidentemente eran guías para el lugar a que se encaminaba. De pronto llegó a un claro, donde se veían los ruinosos restos de una casa de labor y cerca de allí un granero que empezaba a desmoronarse. Por ningún lado había señales de vida y un profundo silencio reinaba en el lugar. El muchacho entró en el granero, seguido muy de cerca por el ansioso rey. Nadie allí. Eduardo lanzó al mozo una mirada de sorpresa y recelo, y preguntó: ...

En la línea 752
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Respondióle una burlona cacajada: Al instante el niño montó en cólera, agarró un leño, y se disponía a atacar al mozo cuando llegó a sus oídas otra carcajada sardónica, proferida por el mismo rufián cojo que los había seguido a distancia. Volvióse el rey y preguntó colérico: ...

En la línea 760
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El mozo estalló en una carcajada de mofa y Eduardo lo habría atacado si Canty –o Hobbs, como ahora se llamaba– no lo hubiera impedido, diciendo: ...

En la línea 1145
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero ¿es que no se te ha dirigido todavía ningún mozo de tu edad? ...

En la línea 964
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Quién es, Nastasia? ‑preguntó, señalando al mozo. ...

En la línea 972
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Acaba de recobrarla ‑repitió el mozo como un eco, con cara risueña. ...

En la línea 1401
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El mozo volvió a mirar a Raskolnikof. ...

En la línea 1418
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Usted también es un guapo mozo ‑dijo. ...

En la línea 459
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡No, no comprendo! —exclamé dando un tremendo puñetazo en la mesa, que hizo acudir al mozo, asustado—. Dígame, Mr. Astley—añadí con exaltación—, si usted conocía toda esta historia y sabía quién era esa señorita Blanche, ¿por qué no me advirtió de ello, o al mismo general, en último caso, y, sobre todo, a miss Paulina, la cual ha aparecido en público en el casino, dando el brazo a mademoiselle Blanche? ¿Es eso admisible? ...

En la línea 493
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Y tú, Potapytch, dile a ese papanatas de mozo que nos dé una habitación cómoda, agradable, en el primer piso, y haz que trasladen mi equipaje. Pero, ¿por qué quieren llevarme todos? ¿Por qué esta insistencia? ¡Qué serviles!… ¿Quién es ése que está contigo? —me preguntó de nuevo. ...

En la línea 800
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De pronto se dejaron oír tres golpecitos discretos en la puerta. Era un mozo. Potapytch se hallaba a algunos pasos tras él. Venía, según manifestó, de parte de la abuela, con orden de buscarme y de llevarme inmediatamente a su presencia. ...

En la línea 1026
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... No era posible hacer nada con semejante hombre. Por otra parte, dejarle solo era peligroso, pues podía ocurrirle algo. Conseguí salir, pero advertí a la niñera que diese una mirada de cuando en cuando. Hablé, además, al mozo del corredor, un muchacho muy inteligente, que me prometió vigilarle. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 102
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Fue su padre arrogante mozo, y su madre una morena agraciada; ¿por qué ha de ser fea la chica? Ni hay quince años feos. Estará por desbastar, eso sí; pero entre tú y una modista… cuestión de un mes. Mucho más aptas son las mujeres para civilizarse y pulirse que los hombres.. Enséñales el instinto de agradar lo que cien maestros no pudieran. ...

En la línea 143
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Sí que me gusta. Todavía es muy buen mozo, declaró Lucía con naturalidad. ...

En la línea 337
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aquella salida precipitada de Londres poco después del robo; aquella fuerte suma con que se hacía el viaje; aquella prisa de llegar a países remotos: aquel pretexto de una apuesta excéntrica, todo confirmaba y debía confirmar a Fix en sus ideas. Hizo hablar todavía más al francés, y adquirió la convicción de que ese mozo no conocía a su amo; que éste vivía aislado en Londres; que se le suponía rico sin saber el origen de su fortuna: que era un hombre impenetrable, etc. Pero al propio tiempo Fix pudo cerciorarse de que Fogg no desembarcaba en Suez y se iba directamente a Bombay. ...

En la línea 442
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El pobre mozo, desconcertado y descalzo, siguió a su amo sin hablar palabra. ...

En la línea 459
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Sin embargo, mister Fogg- repuso el brigadier general-, habéis estado a punto de cargar con muy mal negocio por la aventura de ese mozo. ...

En la línea 681
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El elefante exhaló algunos gruñidos de satisfacción, y luego tomó a Picaporte por la cintura y lo levantó hasta la altura de su cabeza. Picaporte, sin asustarse, hizo una caricia al animal que lo volvió a dejar suavemente en tierra, y al apretón de trompa del honrado Kiouni respondió un apretón de manos del honrado mozo. ...


El Español es una gran familia


la Ortografía es divertida

Busca otras palabras en esta web

Palabras parecidas a mozo

La palabra borracho
La palabra daba
La palabra rubio
La palabra claros
La palabra pasado
La palabra puerta
La palabra hija

Webs Amigas:

Ciclos Fp de informática en Burgos . Ciclos formativos en Barcelona . Ciclos formativos en Teruel . - Hotel Checkin Valencia en Valencia