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La palabra mitad
Cómo se escribe

la palabra mitad

La palabra Mitad ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mitad.

Estadisticas de la palabra mitad

La palabra mitad es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 755 según la RAE.

Mitad es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 116.48 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la mitad en 150 obras del castellano contandose 17705 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Mitad en internet

Mitad en la RAE.
Mitad en Word Reference.
Mitad en la wikipedia.
Sinonimos de Mitad.


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece mitad

La palabra mitad puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 563
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La mitad de las tierras estaban removidas. ...

En la línea 710
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En mitad de la denuncia del guarda, el querellado no podía contenerse. ...

En la línea 933
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En los crepúsculos de invierno, oscuros y muchas veces lluviosos, salvaba Roseta temblando más de la mitad del camino. ...

En la línea 1217
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Empujado por la miseria, había caído allí con su enorme y blanducha mitad como podía haber caído en otra parte. ...

En la línea 241
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El carácter bromista del marqués gozaba de tanta fama como su fuerza. El señor Fermín reía en la viña, repitiendo a los trabajadores las ocurrencias graciosas del de San Dionisio. Eran bromas de acción, en las que siempre había una víctima; genialidades crueles, para regocijar a un pueblo rudo. Un día, al pasar el marqués por el mercado, dos mendigos ciegos le reconocían por la voz y le saludaban con frases pomposas esperando que los socorriese como de costumbre. «Toma, para los dos». Y pasaba adelante, sin dar nada, mientras los dos pordioseros se insultaban, creyendo cada uno que su camarada había recibido la limosna y le negaba la mitad, hasta que, cansados de injuriarse, enarbolaban sus palos. ...

En la línea 281
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente. Era cerca del amanecer, y el capataz, echando mano a su escopeta, abrió una ventana. Un hombre en mitad de la plazoleta sosteníase agarrado al cuello de su jaca, que respiraba jadeante, con las piernas temblonas, como si fuese a desplomarse. ...

En la línea 796
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín que iba a la cabeza de la procesión, estaba ya en mitad de la cuesta, cuando apareció en la entrada de la capilla el grupo más interesante; el padre Urizábal, con una capa de claveles rojos y dorados deslumbrantes, y junto a él Dupont, empuñando su cirio como una espada, mirando a todos lados imperiosamente, para que la ceremonia marchase bien y no la desluciera el menor descuido. ...

En la línea 823
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --_Libera nos, Domine_--contestaron compungidos Dupont y todos los que entendieron esta súplica al Altísimo, mientras una mitad de la procesión rugía desde lejos: --_Nooobis... obis._ El capataz marchaba ahora cuesta arriba, guiando su gente hacia la explanada. ...

En la línea 289
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Su imaginación despierta y vagabunda, que en Gascuña le hacía temible a las criadas a incluso alguna vez a las dueñas, no había soñado nunca, ni siquiera en esos momentos de delirio, la mitad de aquellas maravillas amorosas ni la cuarta parte de a quellas proezas galantes, realzadas por los nombres más conocidos y los detalles menos velados. ...

En la línea 575
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porthos, como verdadero fanfarrón que era, al no poder tener un tahalí de oro, completamente deoro, tenía por lo menos la mitad; se comprende así la necesidad del resfriado y la urgencia de la capa. ...

En la línea 635
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Mira, hagámosio mejor, Mon taran, cojamos cada uno la mitad. ...

En la línea 652
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Soy de Gascuña, cierto, y puesto que lo sabéis, no tendré necesidad de deciros que los gascones son poco sufridos; de suerte que cuando se han excusado una vez, aunque sea por una tontería, están convencidos de que ya han hecho más de la mitad de lo que debían hacer. ...

En la línea 209
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Estos daños son tan evidentes, que estando en el dia sujeta al estanco una mitad poco menos de aquella poblacion en Filipinas, solo produce la renta una cuarta ó quinta parte de lo que por un cálculo razonable debia producir. ...

En la línea 316
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Los párrocos, asi regulares como seculares, la única reforma que necesitan en cuanto á dotacion que perciben del erario, único concepto bajo el cual se los considera aqui, es que se les nivele é iguale, y se dé una regla fija sobre sus estipendios y asignaciones, teniendo en cuenta el lucrativo pie de altar de algunos; pues estando todos esclusivamente dedicados al servicio espiritual á un mismo ministerio, hay una enorme desigualdad en el goce de asignacion: es la razon porque en unas provincias se les pagan en dinero, en otras mitad en dinero y mitad en especie (arroz), y en otras una parte en dinero y dos en especie, ó vice-versa, con mucha variedad en el cuanto de cada cosa; y si esta medida en un principio pudo ser, como de hecho puede asegurarse lo fue, muy benéfica para interesar á los párrocos en que ayudaren y estimularen á los indios á fomentar la agricultura, ya en el dia es perjudicial, porque la parte en especie que deben percibir los párrocos, vale un duplo ó mas de lo que les corresponde, y valia cuando se fijaron esas asignaciones, y esto es perjudicar á los contribuyentes sin favor del estado. ...

En la línea 316
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Los párrocos, asi regulares como seculares, la única reforma que necesitan en cuanto á dotacion que perciben del erario, único concepto bajo el cual se los considera aqui, es que se les nivele é iguale, y se dé una regla fija sobre sus estipendios y asignaciones, teniendo en cuenta el lucrativo pie de altar de algunos; pues estando todos esclusivamente dedicados al servicio espiritual á un mismo ministerio, hay una enorme desigualdad en el goce de asignacion: es la razon porque en unas provincias se les pagan en dinero, en otras mitad en dinero y mitad en especie (arroz), y en otras una parte en dinero y dos en especie, ó vice-versa, con mucha variedad en el cuanto de cada cosa; y si esta medida en un principio pudo ser, como de hecho puede asegurarse lo fue, muy benéfica para interesar á los párrocos en que ayudaren y estimularen á los indios á fomentar la agricultura, ya en el dia es perjudicial, porque la parte en especie que deben percibir los párrocos, vale un duplo ó mas de lo que les corresponde, y valia cuando se fijaron esas asignaciones, y esto es perjudicar á los contribuyentes sin favor del estado. ...

En la línea 321
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Burke.) La _Rainha Nao_ dícese que dió a Napier más quehacer que todos los demás barcos enemigos juntos, y alguien afirmó que si éstos se hubieran defendido con la mitad del coraje que la vieja y belicosa «reina» desplegó, el resultado de la batalla que decidió la suerte de Portugal hubiese sido por completo diferente. ...

En la línea 564
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Se declaró dispuesto a ello, y me fuí, determinado a entregarle la mitad de los que tenía. ...

En la línea 601
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ya le había yo dicho a don Jerónimo mi calidad y mis propósitos; y al manifestarle ahora mi contento por los planes que abrigaba, le rogué con las más vivas instancias que usase de su valimiento para que la educación dada a los muchachos tuviera por base el conocimiento de las Escrituras, y añadí que la mitad de las Biblias y Testamentos llevados por mí a Evora la ponía gustoso a su disposición. ...

En la línea 911
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En este pueblo pagué exactamente la mitad de lo que me pidieron en Arroyolos, donde pasé la noche siguiente con muchas menos comodidades de todo orden. ...

En la línea 153
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire: -Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino, o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. ...

En la línea 192
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más, que él había estado más de cuatro. ...

En la línea 194
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. ...

En la línea 244
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: -Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. ...

En la línea 91
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Corté uno de ellos transversalmente en dos partes casi iguales: al cabo de quince días estas dos partes habían adquirido la forma de animales perfectos. Sin embargo, había dividido al animal de tal manera, que una de las mitades contenía los dos orificios inferiores, mientras que, por consiguiente, la otra no tenía ninguno. Veinticinco días después de la operación, no hubiera podido distinguirse la mitad más perfecta de otro ejemplar cualquiera. La talla de la otra había aumentado mucho; y se formaba en la masa parenquimatosa, hacia el extremó posterior, un espacio claro en el cual podían distinguirse con claridad los rudimentos de una boca; sin embargo, no se distinguía aún abertura correspondiente en la superficie interior. Si el calor, que iba aumentando muchísimo conforme nos acercábamos al Ecuador, no hubiese causado la muerte a todos esos individuos, la formación de esta última abertura hubiera completado sin duda al animal. Aunque sea muy conocida esta experiencia, no por eso era menos interesante el asistir a la producción progresiva de todos los órganos esenciales en la simple extremidad de otro animal. Es en extremo difícil conservas estas Planarias, pues en cuanto la cesación de la vida permite obrar a las leyes generales, su cuerpo se transforma en una masa blanda y fluida con una rapidez que no he visto en ningún otro animal. ...

En la línea 251
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El Beagle no había llegado aún; por tanto, nos pusimos en marcha para volver; pero nuestros caballos estaban fatigados y no tuvimos más remedio que vivaquear en el llano. Por la mañana habíamos matado a un armadillo; aunque es un ejemplar excelente si se le asa dentro de su mismo caparazón, para dos hombres hambrientos no había con eso dos refacciones de sustancia, almuerzo y comida. En el sitio donde tuvimos que detenernos para pasar la noche estaba el suelo cubierto por una capa de sulfato de sosa; por consiguiente, allí no había agua. Sin embargo, un gran número de roedores pequeños lograban hallar-su subsistencia; y durante la mitad de la noche oí al tucutuco su llamada habitual, precisamente debajo de mi cabeza. Teníamos muy malos caballos; estaban tan rendidos al día siguiente por no haber tenido nada para beber, que nos vimos obligados a apearnos y seguir a pie el camino. Hacia mediodía, nuestros perros mataron un cabrito, que hicimos asar. Comí poco, pero enseguida me entró una sed intolerable. Sufría tanto más cuanto que por obra de lluvias recientes encontrábamos a cada instante charquitos de agua cristalina, pero de la cual era imposible beber ni una sola gota. Apenas llevaba unas veinte horas sin agua y sólo me había expuesto al sol muy poco tiempo; sin embargo, sentía una gran debilidad. ¿Cómo se puede sobrevivir dos o tres días en las mismas circunstancias? Eso es lo que no puedo imaginar. Sin embargo, debo reconocer que mi guía estaba imperturbable y parecía extrañarse mucho de que en mí produjese tal efecto un día de privación. ...

En la línea 357
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 10 de septiembre.- Hacia la mitad del día llegamos a la posta del Sauce, después de haber corrido bravamente ante la tempestad. En el camino hemos visto un gran número de ciervos, y más cerca de la montaña un guanaco. Extraños barrancos cruzan el llano que va a morir al pie de la sierra; uno de ellos, de unos 20 pies de ancho por 30 lo menos de profundidad, nos obliga a dar un gran rodeo antes de poder atravesarlo. ...

En la línea 374
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 15 de septiembre.- Partimos temprano. Bien pronto pasamos junto a las ruinas de la posta cuyos cinco soldados fueron muertos por los indios; el jefe recibió 18 heridas de chuzo. A la mitad de la jornada, después de galopar muchísimo tiempo, llegamos a la quinta posta. Lo difícil de proporcionarnos caballos nos obliga a pasar allí la noche. Ese punto es el más expuesto de toda la línea, por lo cual hay en él 21 soldados. A la puesta del sol regresan de cacería, trayendo siete ciervos, tres avestruces, varios armadillos y gran número de perdices. Cuando se recorre la llanura, es costumbre prender fuego a las hierbas: eso han hecho hoy los soldados, por lo cual vemos de noche magníficas conflagraciones y el horizonte se ilumina por todas partes. ...

En la línea 1059
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero el agua de la ría se había marchado, la barca tropezó en el fondo con las piedras en mitad del pasaje y por más esfuerzos que habían hecho no habían conseguido moverla. ...

En la línea 1351
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ozores dio órdenes para que se vendiese como se pudiera en la provincia de Vetusta la poca hacienda que no había malbaratado antes, y la mitad del producto de tan loca enajenación la dedicó a la compra de aquella quinta de su amigo Iriarte. ...

En la línea 1352
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La otra mitad fue destinada al socorro de los patriotas más o menos auténticos. ...

En la línea 2339
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De las ocho, la mitad están ocupadas. ...

En la línea 947
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Más de la mitad de Italia era enemiga del Papa. Sólo podía apoyarse en el rey de Nápoles, y éste, a su vez, buscaba su protección, temiendo a los señores feudales y al pueblo de sus propios estados, por tener la certeza de que se sublevarían contra él apenas avanzase la expedición de los franceses. ...

En la línea 991
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Necesitaba el conquistador partir cuanto antes. Roma estaba amenazada por el hambre. Las tropas francesas habían devorado cuantas reservas se guardaban en la ciudad y sus cercanías. El pueblo no podía sufrir la arrogancia de los invasores. Diariamente surgían peleas. Los muchos españoles residentes en la ciudad se batían en todas las encrucijadas con estos soldados insolentes enemigos de los Borgias. Los alabarderos suizos excitaban especialmente la cólera popular. En su embriaguez perseguían y violaban a las mujeres hasta en mitad de las calles, mostrándose las plebeyas romanas menos fáciles que las altas señoras. ...

En la línea 1416
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio veía imaginariamente al padre y al hijo como si hubiesen metido los pies en un inmenso avispero, no pudiendo defenderse de sus enjambres irritados. Un Papa español osaba hacer lo que ninguno de los pontífices nacidos en Italia, restableciendo la autoridad de la Santa Sede, desconocida siempre por los tiranuelos que detentaban las tierras de la Iglesia. Un joven romano, cuya sangre era por mitad española, iba a acabar con todos ellos, acariciando el designio de apoderarse más adelante de Florencia y hasta de los estados que tenia Venecia en la tierra firme, para constituir una Italia única… Y todos los señores grandes o mediocres, así como las repúblicas comerciales, difamaban a estos dos extranjeros triunfantes en Roma. Los libelistas escribían contra los Borgias crónicas monstruosas que empezaban siempre por un se dice. Forjaban epigramas feroces o historias inverosímiles, aceptadas sin obstáculo por las muchedumbres, dispuestas siempre a creer todo lo que causa daño a los poderosos. ...

En la línea 1610
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Guando el joven acababa de levantarse, al otro día, un automóvil se detuvo ante su casa. Poco después vio entrar a don Manuel Enciso, sorprendiéndole en mitad de los cuidados higiénicos de su persona, sin miramiento alguno, como si un suceso de inmensa importancia hubiese suprimido todos los escrúpulos corteses y las fórmulas de buena educación, de las que vivía esclavo el diplomático. ...

En la línea 49
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tembló el piso de la cubierta bajo sus pies. Todo el buque se estremeció de proa a popa, como un organismo herido en mitad de su carrera, que se detiene y acaba por retroceder a impulsos del golpe recibido. ...

En la línea 63
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así era. La proa había desaparecido enteramente; las olas barrían ya la mitad de la cubierta; el interior del paquebote callaba ahora con un silencio mortal. Las máquinas estaban inundadas. Un humo denso y frio, de hoguera apagada, salía por sus chimeneas. ...

En la línea 449
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquí, en la capital, el gobierno de los hombres, asustado por esta revolución catastrófica, intentó apresar al Comité feminista. Toda la guarnición marchó al asalto de nuestro Club. ¡Esfuerzo inútil! El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos 'rayos negros'. Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen a la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. ...

En la línea 449
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aquí, en la capital, el gobierno de los hombres, asustado por esta revolución catastrófica, intentó apresar al Comité feminista. Toda la guarnición marchó al asalto de nuestro Club. ¡Esfuerzo inútil! El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos 'rayos negros'. Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen a la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. ...

En la línea 132
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando Estupiñá le vio entrar sintió tanta alegría, que a punto estuvo de ponerse bueno instantáneamente por la sola virtud del contento. No estaba el hablador en la cama sino en un sillón, porque el lecho le hastiaba, y la mitad inferior de su cuerpo no se veía porque estaba liado como las momias, y envuelto en mantas y trapos diferentes. Cubría su cabeza, orejas inclusive, el gorro negro de punto que usaba dentro de la iglesia. Más que los dolores reumáticos molestaba al enfermo el no tener con quién hablar, pues la mujer que le servía, una tal doña Brígida, patrona o ama de llaves, era muy displicente y de pocas palabras. No poseía Estupiñá ningún libro, pues no necesitaba de ellos para instruirse. Su biblioteca era la sociedad y sus textos las palabras calentitas de los vivos. Su ciencia era su fe religiosa, y ni para rezar necesitaba breviarios ni florilogios, pues todas las oraciones las sabía de memoria. Lo impreso era para él música, garabatos que no sirven de nada. Uno de los hombres que menos admiraba Plácido era Guttenberg. Pero el aburrimiento de su enfermedad le hizo desear la compañía de alguno de estos habladores mudos que llamamos libros. Busca por aquí, busca por allá, y no se encontraba cosa impresa. Por fin, en polvoriento arcón halló doña Brígida un mamotreto perteneciente a un exclaustrado que moró en la misma casa allá por el año 40. Abriolo Estupiñá con respeto, ¿y qué era? El tomo undécimo del Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Lugo. Apechugó, pues, con aquello, pues no había otra cosa. Y se lo atizó todo, de cabo a rabo, sin omitir letra, articulando correctamente las sílabas en voz baja a estilo de rezo. Ningún tropiezo le detenía en su lectura, pues cuando le salía al encuentro un latín largo y oscuro, le metía el diente sin vacilar. Las pastorales, sinodales, bulas y demás entretenidas cosas que el libro traía, fueron el único remedio de su soledad triste, y lo mejor del caso es que llegó a tomar el gusto a manjar tan desabrido, y algunos párrafos se los echaba al coleto dos veces, masticando las palabras con una sonrisa, que a cualquier observador mal enterado le habría hecho creer que el tomazo era de Paul de Kock. ...

En la línea 345
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Debes acostarte—le dijo. —Es temprano… Nos estaremos aquí de tertulia… sí… ¿tú no tienes sueño? Yo tampoco. Acompañaré a mi cara mitad. Ese es mi deber, y sabré cumplirlo, sí señora. Porque yo soy esclavo del deber… ...

En la línea 490
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Empezó por unirse a unas cuantas señoras nobles amigas suyas que habían establecido asociaciones para socorros domiciliarios, y al poco tiempo Guillermina sobrepujó a sus compañeras. Estas lo hacían por vanidad, a veces de mala gana; aquella trabajaba con ardiente energía, y en esto se le fue la mitad de su legítima. A los dos años de vivir así, se la vio renunciar por completo a vestirse y ataviarse como manda la moda que se atavíen las señoras. Adoptó el traje liso de merino negro, el manto, pañolón oscuro cuando hacía frío, y unos zapatones de paño holgados y feos. Tal había de ser su empaque en todo el resto de sus días. ...

En la línea 514
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo lo que tú quieras, hija. Y eso que las Micaelas nos han llevado un pico. Les hemos hecho casi la mitad del edificio. Pero ahora le toca a Guillermina. Ya sabe ella dónde estamos. ...

En la línea 864
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió avanzando entre la pavorosa fascinación de aquella nueva experiencia, sobresaltado a veces por el suave murmullo de las hojas secas sobre su cabeza, que parecían cuchicheos humanos, y dio de sopetón con la luz cercana de una linterna. Retrocedió hasta las sombras y esperó. La linterna alumbraba junto a la puerta de un granero que, estaba abierta. El rey esperó algún tiempo… No se sentía el menor rumor, y nadie se movía. El estar quieto le dio tanto frío, y el hospitalario granero era tan tentador, que el niño, por fin, resolvió arriesgarlo todo y entrar. Echó a andar de puntillas, y en el momento de cruzar el umbral oyó voces a sus espaldas. Se agazapo detrás de un tonel dentro del granero, y vio entrar a dos labradores, que llevaban la linterna, y empezaron a hacer sus faenas sin dejar de hablar. Mientras se movían en torno con la luz, el rey no dio descanso a sus ojos, y fijándose muy bien en lo que parecía ser un pesebre de buen tamaño, al otro extremo del granero, se propuso acercarse a él a tientas cuando lo dejaran solo. Observó también la situación de una pila de mantas para dos caballos a la mitad del camino, con intención de requisarlas por una noche para uso de la corona de Inglaterra. ...

En la línea 1140
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¿Muerto? –exclamó Miles con voz apagada y temblorosos labios–. ¿Mi padre muerto? ¡Oh! Ésta es una terrible noticia. La mitad de mi alegría se ha desvanecido ya. Déjame ver a mi hermano Arturo, que él me conocerá; él me conocerá y sabrá consolarme. ...

En la línea 1842
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Pero ¿por qué me miras así, Orfeo? ¡Si parece que lloras sin lágrimas… ! ¿Es que me quieres decir algo?, te veo sufrir por no tener palabras. ¡Qué pronto aseguré que tú no sueñas! ¡Tú sí que me estás soñando, Orfeo! ¿Por qué somos hombres los hombres sino porque hay perros y gatos y caballos y bueyes y ovejas y animales de toda clase, sobre todo domésticos?, ¿es que a falta de animales domésticos en que descargar el peso de la animalidad de la vida habría el hombre llegado a su humanidad? ¿Es que a no haber domesticado el hombre al caballo no andaría la mitad de nuestro linaje llevando a cuestas a la otra mitad? Sí, a vosotros se os debe la civilización. Y a las mujeres. Pero ¿no es acaso la mujer otro animal doméstico? Y de no haber mujeres, ¿serían hombres los hombres? ¡Ay, Orfeo, viene de fuera quien de casa te echa! » ...

En la línea 245
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Nadie hablaba de rendición. Todos querían morir, pero allá arriba, en la cubierta del buque enemigo. El cañón que disparaba Sabau había sido desmontado y la mitad de la tripulación yacía tendida por la metralla. La derrota era completa. Sólo quedaban doce hombres que, con los ojos extraviados y los labios espumeantes de rabia, apretaban con manos de tenazas las armas, atrincherados tras los cadáveres de sus compañeros. Sandokán lanzó su nave contra el barco enemigo. Fue un violentísimo encontronazo. Dos arpeos de abordaje se agarraron a las escalillas del crucero. Entonces los trece piratas, sedientos de venganza, aferrados a los postes y a los cables, se descolgaron sobre el puente antes de que los ingleses, asombrados de tanta audacia, pensaran en rechazarlos. ...

En la línea 247
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Daban golpes desesperados, segaban brazos y hundían cráneos. Durante algunos minutos hicieron temblar a sus enemigos, pero acuchillados por la espalda, alcanzados por las bayonetas, sucumbieron por fin uno tras otro. En la mitad del puente, Sandokán cayó herido en pleno pecho por un disparo de fusil. Cuatro piratas sobrevivientes se arrojaron delante suyo, y lo cubrieron con sus cuerpos, pero fueron muertos por una terrible descarga de fusilería. No así el Tigre. ...

En la línea 664
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Toman dos bambúes partidos por mitad; en la superficie convexa de uno de ellos se hace un corte, y luego con el otro bambú se frota la parte interior, primero lentamente y después con mayor rapidez. El polvillo que se desprende se inflama y cae sobre un poco de yesca de fibras que se tiene preparada. La operación es fácil y rápida. ...

En la línea 698
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Mariana! —exclamaba en su insomnio—. ¡Daría la mitad de mi sangre por estar todavía a su lado! ¿Qué angustias la atormentarán en estos momentos? ¡Me ha de creer vencido, herido, muerto tal vez! Pero esta noche saldré de esta isla maldita, llevándome su promesa. Volveré, aun cuando tenga que traer conmigo hasta el último de mis hombres y tenga que dar la lucha contra todas las fuerzas de Labuán. ...

En la línea 2016
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El nombre de sirena me puso en la vía, y comprendí que aquel animal pertenecía a ese orden de seres marinos que han dado nacimiento al mito de las sirenas, mitad mujeres y mitad peces. ...

En la línea 2016
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El nombre de sirena me puso en la vía, y comprendí que aquel animal pertenecía a ese orden de seres marinos que han dado nacimiento al mito de las sirenas, mitad mujeres y mitad peces. ...

En la línea 2478
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los peces observados por Conseil y por mí durante ese período diferían poco de los que ya habíamos estudiado bajo otras latitudes. Los principales fueron algunos especímenes de ese terrible género de cartilaginosos, dividido en tres subgéneros que no cuentan con menos de treinta y dos especies: escualos de cinco metros de longitud, de cabeza deprimida y más ancha que el cuerpo, de aleta caudal redondeada y cuyo dorso está surcado por siete grandes bandas negras, paralelas y longitudinales; otros escualos de color gris ceniza, con siete aberturas branquiales y provistos de una sola aleta dorsal colocada casi en mitad del cuerpo. ...

En la línea 1154
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Si pudiese haberme resignado — dije a Biddy mientras arrancaba la corta hierba que estaba a mi alcance, de la misma manera como otras veces me tiraba de los cabellos, desesperado, y pateaba, irritado, contra la pared de la fábrica de cerveza —, si pudiera haberme resignado y me gustase la fragua solamente la mitad de lo que me gustaba cuando era pequeño, comprendo que eso habría sido mucho mejor para mí. Entonces ni tú, ni yo, ni Joe, habríamos necesitado nada más, y tal vez Joe y yo habríamos llegado a ser socios al terminar mi aprendizaje; yo habría continuado a tu lado y, al sentarnos un domingo en esta misma orilla, habríamos sido dos personas distintas. Entonces yo habría sido bastante bueno para ti. ¿No es verdad, Biddy? ...

En la línea 1486
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... - ¡Señor Jaggers! ¡Medio momento! Mi propio primo ha ido a ver al señor Wemmick en este instante para ofrecerle lo que quiera. ¡Señor Jaggers! ¡Atiéndame la cuarta parte de la mitad de un momento! ¡Si ha tenido usted la condescendencia de dejarse comprar por la otra parte… a un precio superior… , el dinero no importa. ¡Señor Jaggers… , señor… ! ...

En la línea 1674
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por la tarde fuimos a dar un paseo por las calles, y entramos en el teatro, a mitad de precio; al día siguiente visitamos la iglesia de la Abadía de Westminster y pasamos la tarde paseando por los parques. Allí me pregunté quién herraría todos los caballos que pasaron ante mí, y deseé que Joe se hubiese podido encargar de aquel trabajo. ...

En la línea 1713
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pocket se manifestó satisfecho de verme y expresó la esperanza de no haberme sido antipático. 89 - Porque en realidad - añadió mientras su hijo sonreía - no soy un personaje alarmante. Era un hombre de juvenil aspecto, a pesar de sus perplejidades y de su cabello gris, y sus maneras parecían nuy naturales. Uso la palabra «naturales» en el sentido de que carecían de afectación; había algo cómico en su aspecto de aturdimiento, y habría resultado evidentemente ridículo si él no se hubiese dado cuenta de tal cosa. Cuando hubo hablado conmigo un poco, dijo a su esposa, contrayendo con ansiedad las cejas, que eran negras y muy pobladas: - Supongo, Belinda, que ya has saludado al señor Pip. Ella levantó los ojos de su libro y contestó: - Sí. Luego me sonrió distraídamente y me preguntó si me gustaba el sabor del agua de azahar. Como aquella pregunta no tenía relación cercana o remota con nada de lo que se había dicho, creí que me la habria dirigido sin darse cuenta de lo que decía. A las pocas horas observé, y lo mencionaré en seguida, que la señora Pocket era hija única de un hidalgo ya fallecido, que llegó a serlo de un modo accidental, del cual ella pensaba que habría sido nombrado baronet de no oponerse alguien tenazmente por motivos absolutamente personales, los cuales han desaparecido de mi memoria, si es que alguna vez estuvieron en ella - tal vez el soberano, el primer ministro, el lord canciller, el arzobispo de Canterbury o algún otro, - y, en virtud de esa supuesta oposición, se creyó igual a todos los nobles de la tierra. Creo que se armó caballero a sí mismo por haber maltratado la gramática inglesa con la punta de la pluma en una desesperada solicitud, caligrafiada en una hoja de pergamino, con ocasión de ponerse la primera piedra de algún monumento y por haber entregado a algún personaje real la paleta o el mortero. Pero, sea lo que fuere, había ordenado que la señora Pocket fuese criada desde la cuna como quien, de acuerdo con la naturaleza de las cosas, debía casarse con un título y a quien había que guardar de que adquiriese conocimientos plebeyos o domésticos. Tan magnífica guardia se estableció en torno a la señorita, gracias a su juicioso padre, que creció adquiriendo cualidades altamente ornamentales pero, al mismo tiempo, por completo inútiles. Con un carácter tan felizmente formado, al florecer su primera juventud encontró al señor Pocket, el cual también estaba en la flor de la suya y en la indecisión entre alcanzar el puesto de lord canciller en la Cámara de los Lores, o tocarse con una mitra. Como el hacer una u otra cosa era sencillamente una cuestión de tiempo y tanto él como la señora Pocket habían agarrado al tiempo por los cabellos (cuando, a juzgar por su longitud, habría sido oportuno cortárselos), se casaron sin el consentimiento del juicioso padre de ella. Este buen señor, que no tenía nada más que retener o que otorgar que su propia bendición, les entregó cariñosamente esta dote después de corta lucha, e informó al señor Pocket de que su hija era «un tesoro para un príncipe». El señor Pocket empleó aquel tesoro del modo habitual desde que el mundo es mundo, y se supone que no le proporcionó intereses muy crecidos. A pesar de eso, la señora Pocket era, en general, objeto de respetuosa compasión por el hecho de que no se hubiese casado con un título, en tanto que a su marido se le dirigían indulgentes reproches por el hecho de no haber obtenido ninguno. El señor Pocket me llevó al interior de la casa y me mostró la habitación que me estaba destinada, la cual era agradable y estaba amueblada de tal manera que podría usarla cómodamente como saloncito particular. Luego llamó a las puertas de dos habitaciones similares y me presentó a sus ocupantes, llamados Drummle y Startop. El primero, que era un joven de aspecto avejentado y perteneciente a un pesado estilo arquitectónico, estaba silbando. Startop, que en apariencia contaba menos años, estaba ocupado en leer y en sostenerse la cabeza, como si temiera hallarse en peligro de que le estallara por haber recibido excesiva carga de conocimientos. Tanto el señor como la señora Pocket tenían tan evidente aspecto de hallarse en las manos de otra persona, que llegué a preguntarme quién estaría en posesión de la casa y les permitiría vivir en ella, hasta que pude descubrir que tal poder desconocido pertenecía a los criados. El sistema parecía bastante agradable, tal vez en vista de que evitaba preocupaciones; pero parecía deber ser caro, porque los criados consideraban como una obligación para consigo mismos comer y beber bien y recibir a sus amigos en la parte baja de la casa. Servían generosamente la mesa de los señores Pocket, pero, sin embargo, siempre me pareció que habría sido preferible alojarse en la cocina, en el supuesto de que el huésped que tal hiciera fuese capaz de defenderse a sí mismo, porque antes de que hubiese pasado allí una semana, una señora de la vecindad, con quien la familia sostenía relaciones de amistad, escribió que había visto a Millers abofeteando al pequeño. Eso dio un gran disgusto a la señora Pocket, quien, entre lágrimas, dijo que le parecía extraordinario que los vecinos no pudieran contentarse con cuidar de sus asuntos propios. Gradualmente averigüé, y en gran parte por boca de Herbert, que el señor Pocket se había educado en Harrow y en Cambridge, en donde logró distinguirse; pero que cuando hubo logrado la felicidad de casarse 90 con la señora Pocket, en edad muy temprana todavía, había abandonado sus esperanzas para emplearse como profesor particular. Después de haber sacado punta a muchos cerebros obtusos-y es muy curioso observar la coincidencia de que cuando los padres de los alumnos tenían influencia, siempre prometían al profesor ayudarle a conquistar un alto puesto, pero en cuanto había terminado la enseñanza de sus hijos, con rara unanimidad se olvidaban de su promesa -, se cansó de trabajo tan mal pagado y se dirigió a Londres. Allí, después de tener que abandonar esperanzas más elevadas, dio cursos a varias personas a quienes faltó la oportunidad de instruirse antes o que no habían estudiado a su tiempo, y afiló de nuevo a otros muchos para ocasiones especiales, y luego dedicó su atención al trabajo de hacer recopilaciones y correcciones literarias, y gracias a lo que así obtenía, añadidos a algunos modestos recursos que poseía, continuaba manteniendo la casa que pude ver. El señor y la señora Pocket tenía una vecina parecida a un sapo; una señora viuda, de un carácter tan altamente simpático que estaba de acuerdo con todo el mundo, bendecía a todo el mundo y dirigía sonrisas o derramaba lágrimas acerca de todo el mundo, según fueran las circunstancias. Se llamaba señora Coiler, y yo tuve el honor de llevarla del brazo hasta el comedor el día de mi instalación. En la escalera me dio a entender que para la señora Pocket había sido un rudo golpe el hecho de que el pobre señor Pocket se viera reducido a la necesidad de tomar alumnos en su casa. Eso, desde luego, no se refería a mí, según dijo con acento tierno y lleno de confianza (hacía menos de cinco minutos que me la habían presentado) , pues si todos hubiesen sido como yo, la cosa habría cambiado por completo. - Pero la querida señora Pocket - dijo la señora Coiler -, después de su primer desencanto (no porque ese simpatico señor Pocket mereciera el menor reproche acerca del particular), necesita tanto lujo y tanta elegancia… - Sí, señora - me apresuré a contestar, interrumpiéndola, pues temía que se echara a llorar. - Y tiene unos sentimientos tan aristocráticos… - Sí, señora - le dije de nuevo y con la misma intención. - … Y es muy duro - acabó de decir la señora Coiler - que el señor Pocket se vea obligado a ocupar su tiempo y su atención en otros menesteres, en vez de dedicarlos a su esposa. No pude dejar de pensar que habría sido mucho más duro que el tiempo y la atención del carnicero no se hubieran podido dedicar a la señora Pocket; pero no dije nada, pues, en realidad, tenía bastante que hacer observando disimuladamente las maneras de mis compañeros de mesa. Llegó a mi conocimiento, por las palabras que se cruzaron entre la señora Pocket y Drummle, en tanto que prestaba la mayor atención a mi cuchillo y tenedor, a la cuchara, a los vasos y a otros instrumentos suicidas, que Drummle, cuyo nombre de pila era Bentley, era entonces el heredero segundo de un título de baronet. Además, resultó que el libro que viera en mano de la señora Pocket, en el jardín, trataba de títulos de nobleza, y que ella conocía la fecha exacta en que su abuelito habría llegado a ser citado en tal libro, en el caso de haber estado en situación de merecerlo. Drummle hablaba muy poco, pero, en sus taciturnas costumbres (pues me pareció ser un individuo malhumorado), parecía hacerlo como si fuese uno de los elegidos, y reconocía en la señora Pocket su carácter de mujer y de hermana. Nadie, a excepción de ellos mismos y de la señora Coiler, parecida a un sapo, mostraba el menor interés en aquella conversación, y hasta me pareció que era molesta para Herbert; pero prometía durar mucho cuando llegó el criado, para dar cuenta de una desgracia doméstica. En efecto, parecía que la cocinera había perdido la carne de buey. Con el mayor asombro por mi parte, vi entonces que el señor Pocket, sin duda con objeto de desahogarse, hacía una cosa que me pareció extraordinaria, pero que no causó impresión alguna en nadie más y a la que me acostumbré rápidamente, como todos. Dejó a un lado el tenedor y el cuchillo de trinchar, pues estaba ocupado en ello en aquel momento; se llevó las manos al desordenado cabello, y pareció hacer extraordinarios esfuerzos para levantarse a sí mismo de aquella manera. Cuando lo hubo intentado, y en vista de que no lo conseguía, reanudó tranquilamente la ocupación a que antes estuviera dedicado. La señora Coiler cambió entonces de conversación y empezó a lisonjearme. Eso me gustó por unos momentos, pero cargó tanto la mano en mis alabanzas que muy pronto dejó de agradarme. Su modo serpentino de acercarse a mí, mientras fingía estar muy interesada por los amigos y los lugares que había dejado, tenía todo lo desagradable de los ofidios; y cuando, como por casualidad, se dirigió a Startop (que le dirigía muy pocas palabras) o a Drummle (que aún le decía menos), yo casi les envidié el sitio que ocupaban al otro lado de la mesa. Después de comer hicieron entrar a los niños, y la señora Coiler empezó a comentar, admirada, la belleza de sus ojos, de sus narices o de sus piernas, sistema excelente para mejorarlos mentalmente. Eran cuatro 91 niñas y dos niños de corta edad, además del pequeño, que podría haber pertenecido a cualquier sexo, y el que estaba a punto de sucederle, que aún no formaba parte de ninguno. Los hicieron entrar Flopson y Millers, como si hubiesen sido dos oficiales comisionados para alistar niños y se hubiesen apoderado de aquéllos; en tanto que la señora Pocket miraba a aquellos niños, que debían de haber sido nobles, como si pensara en que ya había tenido el placer de pasarles revista antes, aunque no supiera exactamente qué podría hacer con ellos. -Mire - dijo Flopson -, déme el tenedor, señora, y tome al pequeño. No lo coja así, porque le pondrá la cabeza debajo de la mesa. Así aconsejada, la señora Pocket cogió al pequeño de otra manera y logró ponerle la cabeza encima de la mesa; lo cual fue anunciado a todos por medio de un fuerte coscorrón. - ¡Dios mío! ¡Devuélvamelo, señora! - dijo Flopson -. Señorita Juana, venga a mecer al pequeño. Una de las niñas, una cosa insignificante que parecía haber tomado a su cargo algo que correspondía a los demás, abandonó su sitio, cerca de mí, y empezó a mecer al pequeño hasta que cesó de llorar y se echó a reír. Luego todos los niños empezaron a reír, y el señor Pocket (quien, mientras tanto, había tratado dos veces de levantarse a sí mismo cogiéndose del pelo) también se rió, en lo que le imitamos los demás, muy contentos. Flopson, doblando con fuerza las articulaciones del pequeño como si fuese una muñeca holandesa, lo dejó sano y salvo en el regazo de la señora Pocket y le dio el cascanueces para jugar, advirtiendo, al mismo tiempo, a la señora Pocket que no convenía el contacto de los extremos de tal instrumento con los ojos del niño, y encargando, además, a la señorita Juana que lo vigilase. Entonces las dos amas salieron del comedor y en la escalera tuvieron un altercado con el disoluto criado que sirvió la comida y que, evidentemente, había perdido la mitad de sus botones en la mesa de juego. Me quedé molesto al ver que la señora Pocket empeñaba una discusión con Drummle acerca de dos baronías, mientras se comía una naranja cortada a rajas y bañada de azúcar y vino, y olvidando, mientras tanto, al pequeño que tenía en el regazo, el cual hacía las cosas más extraordinarias con el cascanueces. Por fin, la señorita Juana, advirtiendo que peligraba la pequeña cabeza, dejó su sitio sin hacer ruido y, valiéndose de pequeños engaños, le quitó la peligrosa arma. La señora Pocket terminaba en aquel momento de comerse la naranja y, pareciéndole mal aquello, dijo a Juana: - ¡Tonta! ¿Por qué vienes a quitarle el cascanueces? ¡Ve a sentarte inmediatamente! - Mamá querida - ceceó la niñita -, el pequeño podía haberse sacado los ojos. - ¿Cómo te atreves a decirme eso? - replicó la señora Pocket-. ¡Ve a sentarte inmediatamente en tu sitio! - Belinda - le dijo su esposo desde el otro extremo de la mesa -. ¿Cómo eres tan poco razonable? Juana ha intervenido tan sólo para proteger al pequeño. - No quiero que se meta nadie en estas cosas - dijo la señora Pocket-. Me sorprende mucho, Mateo, que me expongas a recibir la afrenta de que alguien se inmiscuya en esto. - ¡Dios mío! - exclamó el señor Pocket, en un estallido de terrible desesperación -. ¿Acaso los niños han de matarse con los cascanueces, sin que nadie pueda salvarlos de la muerte? - No quiero que Juana se meta en esto - dijo la señora Pocket, dirigiendo una majestuosa mirada a aquella inocente y pequeña defensora de su hermanito -. Me parece, Juana, que conozco perfectamente la posición de mi pobre abuelito. El señor Pocket se llevó otra vez las manos al cabello, y aquella vez consiguió, realmente, levantarse algunas pulgadas. - ¡Oídme, dioses! - exclamó, desesperado -. ¡Los pobres pequeñuelos se han de matar con los cascanueces a causa de la posición de los pobres abuelitos de la gente! Luego se dejó caer de nuevo y se quedó silencioso. Mientras tenía lugar esta escena, todos mirábamos muy confusos el mantel. Sucedió una pausa, durante la cual el honrado e indomable pequeño dio una serie de saltos y gritos en dirección a Juana, que me pareció el único individuo de la familia (dejando a un lado a los criados) a quien conocía de un modo indudable. - Señor Drummle - dijo la señora Pocket -, ¿quiere hacer el favor de llamar a Flopson? Juana, desobediente niña, ve a sentarte. Ahora, pequeñín, ven con mamá. El pequeño, que era la misma esencia del honor, contestó con toda su alma. Se dobló al revés sobre el brazo de la señora Pocket, exhibió a los circunstantes sus zapatitos de ganchillo y sus muslos llenos de hoyuelos, en vez de mostrarles su rostro, y tuvieron que llevárselo en plena rebelión. Y por fin alcanzó su objeto, porque pocos minutos más tarde lo vi a través de la ventana en brazos de Juana. 92 Sucedió que los cinco niños restantes se quedaron ante la mesa, sin duda porque Flopson tenía un quehacer particular y a nadie más le correspondía cuidar de ellos. Entonces fue cuando pude enterarme de sus relaciones con su padre, gracias a la siguiente escena: E1 señor Pocket, cuya perplejidad normal parecía haber aumentado y con el cabello más desordenado que nunca, los miró por espacio de algunos minutos, como si no pudiese comprender la razón de que todos comiesen y se alojasen en aquel establecimiento y por qué la Naturaleza no los había mandado a otra casa. Luego, con acento propio de misionero, les dirigió algunas preguntas, como, por ejemplo, por qué el pequeño Joe tenía aquel agujero en su babero, a lo que el niño contestó que Flopson iba a remendárselo en cuanto tuviese tiempo; por qué la pequeña Fanny tenía aquel panadizo, y la niña contestó que Millers le pondría un emplasto si no se olvidaba. Luego se derritió en cariño paternal y les dio un chelín a cada uno, diciéndoles que se fuesen a jugar; y en cuanto se hubieron alejado, después de hacer un gran esfuerzo para levantarse agarrándose por el cabello, abandonó el inútil intento. Por la tarde había concurso de remo en el río. Como tanto Drummle como Startop tenían un bote cada uno, resolví tripular uno yo solo y vencerlos. Yo sobresalía en muchos ejercicios propios de los aldeanos, pero como estaba convencido de que carecía de elegancia y de estilo para remar en el Támesis -eso sin hablar de otras aguas, - resolví tomar lecciones del ganador de una regata que pasaba remando ante nuestro embarcadero y a quien me presentaron mis nuevos amigos. Esta autoridad práctica me dejó muy confuso diciéndome que tenía el brazo propio de un herrero. Si hubiese sabido cuán a punto estuvo de perder el discípulo a causa de aquel cumplido, no hay duda de que no me lo habría dirigido. Nos esperaba la cena cuando por la noche llegamos a casa, y creo que lo habríamos pasado bien a no ser por un suceso doméstico algo desagradable. El señor Pocket estaba de buen humor, cuando llegó una criada diciéndole: - Si me hace usted el favor, señor, quisiera hablar con usted. - ¿Hablar con su amo? - exclamó la señora Pocket, cuya dignidad se despertó de nuevo -. ¿Cómo se le ha ocurrido semejante cosa? Vaya usted y hable con Flopson. O hable conmigo… otro rato cualquiera. - Con perdón de usted, señora - replicó la criada -, necesito hablar cuanto antes y al señor. Por consiguiente, el señor Pocket salió de la estancia y nosotros procuramos entretenernos lo mejor que nos fue posible hasta que regresó. - ¡Ocurre algo muy gracioso, Belinda! - dijo el señor Pocket, con cara que demostraba su disgusto y su desesperación -. La cocinera está tendida en el suelo de la cocina, borracha perdida, con un gran paquete de mantequilla fresca que ha cogido de la despensa para venderla como grasa. La señora Pocket demostró inmediatamente una amable emoción y dijo: - Eso es cosa de esa odiosa Sofía. - ¿Qué quieres decir, Belinda? - preguntó el señor Pocket. - Sofía te lo ha dicho - contestó la señora Pocket -. ¿Acaso no la he visto con mis propios ojos y no la he oído por mí misma cuando llegó con la pretensión de hablar contigo? -Pero ¿no te acuerdas de que me ha llevado abajo, Belinda? - replicó el señor Pocket -. ¿No sabes que me ha mostrado a esa borracha y también el paquete de mantequilla? - ¿La defiendes, Mateo, después de su conducta? - le preguntó su esposa. El señor Poocket se limitó a emitir un gemido de dolor - ¿Acaso la nieta de mi abuelo no es nadie en esta casa? - exclamó la señora Pocket. - Además, la cocinera ha sido siempre una mujer seria y respetuosa, y en cuanto me conoció dijo con la mayor sinceridad que estaba segura de que yo había nacido para duquesa. Había un sofá al lado del señor Pocket, y éste se dejó caer en él con la actitud de un gladiador moribundo. Y sin abandonarla, cuando creyó llegada la ocasión de que le dejase para irme a la cama, me dijo con voz cavernosa: - Buenas noches, señor Pip. ...

En la línea 768
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se sentó con un frufrú de sedas. Su vestido, azul pálido guarnecido de blancos encajes, se hinchó en torno de ella como un globo y llenó casi la mitad de la pieza, a la vez que un exquisito perfume se esparcía por la habitación. Pero ella parecía avergonzada de ocupar tanto espacio y oler tan bien. Sonreía con una expresión de temor y timidez y daba muestras de intranquilidad. ...

En la línea 1318
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No, no es un lugar común. Le voy a poner un ejemplo. Hasta ahora se nos ha dicho: «Ama a tu prójimo.» Pues bien, si pongo este precepto en práctica, ¿qué resultará? ‑Piotr Petrovitch hablaba precipitadamente‑. Pues resultará que dividiré mi capa en dos mitades, daré una mitad a mi prójimo y los dos nos quedaremos medio desnudos. Un proverbio ruso dice que el que persigue varias liebres a la vez no caza ninguna. La ciencia me ordena amar a mi propia persona más que a nada en el mundo, ya que aquí abajo todo descansa en el interés personal. Si te amas a ti mismo, harás buenos negocios y conservarás tu capa entera. La economía política añade que cuanto más se elevan las fortunas privadas en una sociedad o, dicho en otros términos, más capas enteras se ven, más sólida es su base y mejor su organización. Por lo tanto, trabajando para mí solo, trabajo, en realidad, para todo el mundo, pues contribuyo a que mi prójimo reciba algo más que la mitad de mi capa, y no por un acto de generosidad individual y privada, sino a consecuencia del progreso general. La idea no puede ser más sencilla. No creo que haga falta mucha inteligencia para comprenderla. Sin embargo, ha necesitado mucho tiempo para abrirse camino entre los sueños y las quimeras que la ahogaban. ...

En la línea 1318
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No, no es un lugar común. Le voy a poner un ejemplo. Hasta ahora se nos ha dicho: «Ama a tu prójimo.» Pues bien, si pongo este precepto en práctica, ¿qué resultará? ‑Piotr Petrovitch hablaba precipitadamente‑. Pues resultará que dividiré mi capa en dos mitades, daré una mitad a mi prójimo y los dos nos quedaremos medio desnudos. Un proverbio ruso dice que el que persigue varias liebres a la vez no caza ninguna. La ciencia me ordena amar a mi propia persona más que a nada en el mundo, ya que aquí abajo todo descansa en el interés personal. Si te amas a ti mismo, harás buenos negocios y conservarás tu capa entera. La economía política añade que cuanto más se elevan las fortunas privadas en una sociedad o, dicho en otros términos, más capas enteras se ven, más sólida es su base y mejor su organización. Por lo tanto, trabajando para mí solo, trabajo, en realidad, para todo el mundo, pues contribuyo a que mi prójimo reciba algo más que la mitad de mi capa, y no por un acto de generosidad individual y privada, sino a consecuencia del progreso general. La idea no puede ser más sencilla. No creo que haga falta mucha inteligencia para comprenderla. Sin embargo, ha necesitado mucho tiempo para abrirse camino entre los sueños y las quimeras que la ahogaban. ...

En la línea 1505
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Yo habría procedido de modo distinto ‑manifestó‑. Le voy a explicar cómo me habría comportado al cambiar el dinero. Yo habría contado los mil primeros rublos lo menos cuatro veces, examinando los billetes por todas partes. Después, el segundo fajo. De éste habría contado la mitad y entonces me habría detenido. Del montón habría sacado un billete de cincuenta rublos y lo habría mirado al trasluz, y después, antes de volver a colocarlo en el fajo, lo habría vuelto a examinar de cerca, como si temiese que fuera falso. Entonces habría empezado a contar una historia. «Tengo miedo, ¿sabe? Un pariente mío ha perdido de este modo el otro día veinticinco rublos.» Ya con el tercer millar en la mano, diría: «Perdone: me parece que no he contado bien el segundo fajo, que me he equivocado al llegar a la séptima centena.» Después de haber vuelto a contar el segundo millar, contaría el tercero con la misma calma, y luego los otros dos. Cuando ya los hubiera contado todos, habría sacado un billete del segundo millar y otro del quinto, por ejemplo, y habría rogado que me los cambiasen. Habría fastidiado al empleado de tal modo, que él sólo habría pensado en librarse de mí. Finalmente, me habría dirigido a la salida. Pero, al abrir la puerta… «¡Ah, perdone!» y habría vuelto sobre mis pasos para hacer una pregunta. Así habría procedido yo. ...

En la línea 89
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Una vez más hoy me pregunto: “¿La amo?”, y una vez más no sé qué contestarme. O más bien por centésima vez me he contestado que la odiaba. Sí, me era odiosa. Hubo momentos —al terminar cada una de nuestras entrevistas—en que hubiese dado la mitad de mi vida por estrangularla. De haber sido posible hundirle un puñal en el pecho, creo que lo habría hecho con placer. ...

En la línea 313
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Tomé un sendero que se dirige hacia la avenida, me detuve en mitad del camino y esperé a la baronesa y al barón. A cinco pasos de distancia me quité el sombrero y saludé. ...

En la línea 655
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Allí, a la izquierda, en la otra mitad de la mesa, entre los jugadores, había una joven dama acompañada de un enano. Ignoro si este enano era su pariente o si le llevaba para llamar la atención. Había visto a esa dama todos los días en el casino, a la una de la tarde. Ya la conocían allí e inmediatamente le acercaban una silla. Sacaba un puñado de oro de su bolso, algunos billetes de mil francos, y empezaba a jugar despacito, anotando los números con un lápiz, tratando de averiguar el sistema según el cual se agrupan las suertes. Arriesgaba importantes posturas, y cuando había ganado mil, dos mil, y algunas veces tres mil francos… se retiraba inmediatamente. ...

En la línea 710
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Dame la mitad y pon la otra, de nuevo, al “rojo” —ordenó la abuela. ...

En la línea 91
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los nueve perros del equipo se reunieron más adelante y buscaron refugio en el bosque. Aunque ya no los perseguían estaban en un estado lamentable. No había ninguno que no tuviese dos o tres heridas, y varios estaban maltrechos. Dub tenía una pata trasera gravemente lesionada; Dolly, la última que se había incorporado al equipo en Dyea, tenía un horrible desgarrón en la garganta; Joe había perdido un ojo; y el reposado y pacífico Billie, que estaba con la oreja mordida y hecha jirones, gimió lastimeramente la noche entera. Al amanecer regresaron con dificultad y recelo al campamento, donde se encontraron con que los invasores se había retirado y los dos hombres estaban de muy mal humor. Faltaban la mitad de las provisiones. Además, los perros salvajes habían masticado las cuerdas del trineo y las fundas de lona. De hecho, no se les había escapado nada que fuese remotamente comestible. Habían engullido un par de mocasines de piel de alce de Perrault, trozos de las riendas, y hasta un buen pedazo del látigo de François. Este interrumpió la apesadumbrada constatación de las pérdidas para ocuparse de sus maltrechos perros. ...

En la línea 112
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El primer día cubrieron el trayecto de cien kilómetros hasta Sixty Mile; y el segundo los encontró avanzando a toda velocidad por el Yukon, camino de Pelly. Pero tan espléndida marcha no se logró sin que François tuviera que afrontar grandes dificultades y contrariedades diversas. La insidiosa revuelta liderada por Buck había destruido la solidaridad en el tiro, que ya no era como un solo perro en acción. El respaldo proporcionado por Buck a los rebeldes los inducía a toda clase de trastadas de poca monta. Spitz había dejado de ser un líder temido. Perdido el respeto temeroso, los demás perros se sentían capaces de desafiarlo. Una noche, Pike, bajo la protección de Buck, le robó la mitad de un pescado y lo engulló. Otra noche, Dub y Joe le hicieron frente y lo forzaron a renunciar al castigo que merecían. Y hasta Billie, el amable, se volvió menos amable y sus gruñidos ya no eran tan cordiales como antes. Buck nunca se acercaba a Spitz sin gruñir ni erizar el pelo, amenazante. De hecho, se comportaba casi como un matón y le daba por pavonearse ante las mismas narices de Spitz. ...

En la línea 117
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Spitz, frío y calculador hasta en los momentos de mayor exaltación, se separó de la jauría y se desvió a través de una angosta franja de terreno donde el afluente trazaba una extensa curva. Buck no se enteró y, al describir él mismo la curva con aquel blanquecino espectro glacial lanzado por delante, vio que otro espectro, más grande aún, daba un salto desde la elevada orilla e interceptaba el paso del conejo. Era Spitz. El conejo no podía retroceder y, cuando los blancos dientes le partieron el espinazo en mitad de un brinco, soltó un chillido tan agudo como el de un hombre herido. Ante aquel sonido, el grito de la Vida que se precipita desde la cúspide en las garras de la Muerte, de la jauría entera que seguía a Buck se elevó un satánico aullido colectivo de placer. ...

En la línea 194
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Por tercera vez se intentó la partida, pero esta vez, siguiendo el consejo, Hal liberó los patines que habían quedado congelados en la nieve. El sobrecargado y rígido trineo se puso en marcha, con Buck y sus compañeros esforzándose frenéticamente bajo la lluvia de golpes. Un centenar de metros más adelante, la senda describía una curva y descendía en empinada pendiente hacia la calle principal. Para mantener en pie el inestable trineo habría hecho falta un hombre con experiencia, y Hal no lo era. Al tomar la curva con velocidad, el trineo volcó, desparramando la mitad de la carga mal sujeta. Los perros ni siquiera se detuvieron. El trineo aligerado botaba de un lado a otro tras ellos, irritados por el maltrato recibido y por la carga excesiva. Buck estaba furioso. Apretó la carrera, y el equipo lo siguió. Hal gritaba «¡soo! ¡soo!», pero ellos no le hacían caso. El tropezó y cayó. El trineo volcado pasó con estruendo por encima de él, y los perros prosiguieron a toda marcha, contribuyendo al jolgorio general en Skaguay al desparramar el resto de los trastos por la calle principal. ...

En la línea 65
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Llamábase el visitante D. Aurelio Miranda, y desempeñaba en León uno de esos destinos que en España abundan, no por honoríficos peor retribuídos, y que sin imponer grandes molestias ni vigilias, abren las puertas de la buena sociedad, prestando cierta importancia oficial: género de prebendas laicas, donde se dan unidas las dos cosas que asegura el refrán no caber en un saco. Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no sé qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar. Logró la estirpe de los Mirandas teñirse de matices apagados y distinguidos, sobre cuyo fondo, así podía colocarse insignia blanca, como roja divisa; de suerte, que ni hubo situación que no les respetase, ni radicalismo que con ellos no transigiera, ni mar revuelto o bonancible en que con igual fortuna no pescaran. El mozo Aurelio casi nació a la sombra protectora de los muros de la oficina: antes que bigote y barba tuvo colocación, conseguida por la influencia paterna, reforzada por la de los demás Mirandas. Al principio fue una plaza de menor cuantía, que cubriese los gastos de tocador y otras menudencias del chico, derrochador de suyo; en seguida vinieron más pingües brevas, y Aurelio siguió la ruta trillada ya por sus antecesores. Con todo esto, veíase que algo degeneraba en él la raza: amigo de goces, de ostentación y vanidades, faltabale a Aurelio el tino exquisito de no salir de mediano por ningún respecto, y carecía de la formalidad exterior, del compasado porte que a los Mirandas pasados acreditaba de hombres de seso y experiencia y madurez política. Comprendiendo sus defectos, trató Aurelio de beneficiarlos diestramente, y más de una blanca y pulcra mano emborronó por él perfumadas esquelas con eficaces recomendaciones para personajes de muy variada ralea y clase. Asimismo se declaró gran amigote y compinche de algunos prohombres políticos, entre ellos el don Fulano que ya conocemos. No habló jamás con ellos diez palabras seguidas que a política se refiriesen: contábales las noticias del día, el escándalo fresco, el último dicharacho y la más reciente caricatura; y de tal suerte, sin comprometerse con ninguno se vio favorecido y servido de todos. Agarrose, como nadador inexperto, a los hombros de tan prácticos buzos, y acá me sumerjo, y acullá me pongo a flote, fue sorteando los furiosos vendavales que azotaron a España, y continuando la tradición venerable de los Mirandas. Pero también la influencia se gasta y agota, y llegó un período en que, mermada la de Aurelio, no alcanzó a mantenerle en el único punto para él grato, en Madrid, y hubo de irse a vegetar a León, entre el Gobierno civil y la Catedral, edificios que ni uno ni otro le divertían. Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito. ...

En la línea 438
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Permaneció Artegui un rato indeciso, de pie en mitad de la estancia, mirando a la niña, que sin duda se estaba sorbiendo las lágrimas silenciosamente. Al fin se acercó a ella, y hablándole casi al oído: ...

En la línea 864
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Un hombre casado! -dijo Luisa Natal, que hacía excelente menaje con su marido, ciego cumplidor de todos los caprichos de su mitad. ...

En la línea 1014
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Miranda caminaba a paso desaforado, arrastrando mejor que conduciendo del brazo a su mujer; y casi estaban ya a la puerta del chalet. A la afrentosa invectiva, Lucía, descolorida y echando fuego por los ojos, se soltó violentamente, y quedó parada en mitad del camino. ...

En la línea 129
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se levantó acta de la apuesta, firmando los seis interesados. Phileas Fogg había permanecido sereno. No había ciertamente apostado para ganar, y no había comprometido las veinte mil libras- mitad de su fortuna- sino porque preveía que tendría que gastar la otra mitad para llevar a buen fin ese difícil, por no decir inejecutable proyecto. En cuanto a sus adversarios, parecían conmovidos, no por el valor de la apuesta, sino porque tenían reparo en luchar con ventaja. ...

En la línea 205
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Uno de aquellos hombres era el agente consular del Reino Unido, establecido en Suez, quien, a despecho de los desgraciados pronósticos del gobierno británico y de las siniestras predicciones del ingenioso Stephenson, veía llegar todos los días navíos ingleses que atraviesan el canal, abreviando así en la mitad, el antiguo camino de Inglaterra a las Indias por el Cabo de Buena Esperanza. ...

En la línea 1269
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Nueve días después de haber salido de Yokohama, Phileas Fogg había recorrido exactamente la mitad del globo terrestre. ...

En la línea 1775
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El 16 de diciembre no había todavía retraso de cuidado, porque era el día septuagésimo quinto desde la salida de Londres. La mitad de la travesía estaba hecha ya, y ya habían quedado atrás los peores parajes. En verano se hubiera podido responder del éxito, pero en invierno se estaba a merced de los temporales. Picaporte abrigaba alguna esperanza, y si el viento faltaba, al menos contaba con el vapor. ...


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