La palabra Mismos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El Señor de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece mismos.
Estadisticas de la palabra mismos
La palabra mismos es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 632 según la RAE.
Mismos es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 138.2 veces en cada obra en castellano
El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la mismos en 150 obras del castellano contandose 21006 apariciones en total.
Más información sobre la palabra Mismos en internet
Mismos en la RAE.
Mismos en Word Reference.
Mismos en la wikipedia.
Sinonimos de Mismos.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece mismos
La palabra mismos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 595
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya era hora de pensar en ellos mismos. ...
En la línea 949
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y al día siguiente volvía a la fábrica, para sufrir los mismos temores al regreso, animada únicamente por la esperanza de que pronto vendría la primavera, con sus tardes más largas y los crepúsculos luminosos, que la permitirían volver a la barraca antes que oscureciese. ...
En la línea 2055
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La vista de la navaja daba escalofríos a la señora, la ponía nerviosa, y por eso mismo el socarrón cortaba el tabaco con lentitud y tardaba en guardársela, repitiendo siempre los mismos argumentos del abuelo para explicar su retraso en el pago. ...
En la línea 2147
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Para qué necesitaba un hombre jueces ni Guardia Civil, teniendo buen ojo y una escopeta en su barraca? Las cosas de los hombres deben resolverlas los hombres mismos. ...
En la línea 206
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y el señor Fermín no vaciló, cuando del mitin y de la declamación periodística, leída en alta voz, hubo que pasar a la excursión por el monte con la escopeta al hombro en defensa de aquella República que no querían aceptar los mismos generales que habían expulsado a los reyes. Y tuvo que correr por las montañas de la sierra unos cuantos días, e ir a tiros con las mismas tropas que meses antes había él aclamado cuando pasaban sublevadas por Jerez, camino de Alcolea. ...
En la línea 239
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La audacia de los primeros Torreroel de la Reconquista y la largueza de los que vivieron después en la corte arruinándose cerca de los reyes, resucitaban en él como la última llamarada de una raza próxima a extinguirse. Podía dar los mismos golpes que dieron sus antecesores al conquistar el pendón en las Navas y se arruinaba con igual indiferencia que aquellos de sus abuelos que se habían embarcado para rehacer su fortuna gobernando las Indias. ...
En la línea 597
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todo lo autorizaba el tétrico recuerdo. Por la más leve falta se apaleaba a un hombre en el campo; el gañán era un ser sospechoso contra el cual todo era lícito. Los excesos de celo de la autoridad se agradecían y premiaban, y al que osaba protestar se le imponía silencio con el recuerdo de _La Mano Negra_. La gente joven escarmentaba con este ejemplo; los hombres tenían miedo, y los ricos, allá en la ciudad, con la imaginación fortalecida por el vino de sus bodegas, seguían añadiendo caperuzas a su fantasma, colgándole nuevos adornos de terror, agrandándolo de tal modo, que los mismos que lo habían visto nacer hablaban de él como de algo horriblemente legendario ocurrido en tiempos remotos. ...
En la línea 601
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Una canturía a media voz elevábase sobre el murmullo de las conversaciones. Eran los gitanos que continuaban su comida extraordinaria. La tía _Alcaparrona_ había sacado de bajo de sus faldas una botella de vino para celebrar su buena fortuna en la ciudad. La prole salía a sorbo en el reparto, pero la vista del vino era suficiente para esparcir la alegría. _Alcaparrón_, con la vista puesta en su madre, que era la mayor de sus admiraciones, cantaba acompañado de las palmas que batían en sordina todos los de la familia. El gitanillo gemía «sus pesares y sus penas» con ese sentimentalismo falso de la canción popular, añadiendo que «al escucharle un pájaro, se le habían caído de sentimiento las plumas a millares»; y la vieja y su gente le jaleaban, alabando su gracia con tanto entusiasmo como si se alabasen ellos mismos. ...
En la línea 303
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Tenían los mismos conocimientos en la sociedad de curas y sacristanes, enterradores y demás personal de la administración de la muerte. ...
En la línea 196
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El joven comenzó por buscar aquella carta con gran impaciencia, volviendo y revolviendo veinte veces sus bolsos y bolsillos, buscando y rebuscando en su talego, abriendo y cerrando su bolso; pero cuando se hubo convencido de que la carta era inencontrable, entró en un tercer acceso de rabia que a punto estuvo de provocarle un nuevo consu mo de vino y de aceite aromatizados; porque, al ver a aquel joven de mala cabeza acalorarse y amenazar con romper todo en el estableci miento si no encontraban su carta, el hostelero había cogido ya un chuzo, su mujer un mango de escoba, y sus criados los mismos bastones que habían servido la víspera. ...
En la línea 896
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Ah, ah!, me dais que pensar -dijo el rey -; sin duda iban para batirse ellos mismos. ...
En la línea 2131
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Os enviaría Dios los mismos sueños que a mí si no me amaseis? ¿Tendríamos los mismos presentimientos si nuestras dos existencias no estuvieran en contacto por el corazón? Vos me amáis, oh, reina, y ¿me lloraréis?-¡Oh, Dio s mío, Dios mío! -exclamó Ana de Austria-. ...
En la línea 2131
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Os enviaría Dios los mismos sueños que a mí si no me amaseis? ¿Tendríamos los mismos presentimientos si nuestras dos existencias no estuvieran en contacto por el corazón? Vos me amáis, oh, reina, y ¿me lloraréis?-¡Oh, Dio s mío, Dios mío! -exclamó Ana de Austria-. ...
En la línea 55
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... La sala llamada de justicia, que es la que conoce en segunda instancia de los autos apelados del tribunal mayor y audiencia de cuentas, la componen igualmente tres señores ministros, y con vista del fiscal de lo civil, que lo es de la hacienda, conocen y fallan sobre tales autos, cuyos espedientes, procesos ó causas, pues á algunos los tres nombres le caben, son de suyos voluminosos, y complicados por su naturaleza é infinidad de puntos que abrazan, por lo que son objeto de ocupacion y gravedad; y aunque no de tanta, tambien distraen y ocupan los mismos negocios cuando estando en curso, son consultados á la sala ó junta llamada de ordenanza, que la componen el señor rejente ó ministro mas antiguo con el fiscal de lo civil, donde como para asesorarse, los remite á consulta el contador mayor cuando le parece. ...
En la línea 81
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Fondos para el activo jiro y comercio que entablan despues de posesionados, conviene decir los reunen en Manila á un interes convencional, para el equipo y demas de su salida, que pagan luego con los que recaudan pertenecientes al erario público, y con los mismos que siguen su comercio todo el tiempo que permanecen en sus destinos. ...
En la línea 145
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El establecimiento de este juzgado es de mucha entidad é importancia, y como tal lo establecen y protejen las leyes de Indias [16], y muchas posteriores Reales cédulas; asi que el conservarle y perfeccionar su planta bajo reglas dadas, separar el conocimiento de sus asuntos de los ministros de la audiencia, y ponerlos en primera instancia bajo la inspeccion de los mismos jueces letrados, quienes procederán con la exijencia que marca la ley [17], y segun se estime con restricciones y garantías para que no puedan abusar de su ministerio aunque quieran, ni distraer un solo real de esas testamentarías, debe ser la principal base de esta reforma, muy conforme á justicia y pública conveniencia. ...
En la línea 156
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Señalar un plazo largo y estenso cuanto se quiera, en los mismos avisos de los bienes anunciados, para que los que se crean con derecho á ellos acudan á deducirlo, repetir estos anuncios como se ha dicho, y siempre concluyendo que de no reclamar en el tiempo dado perderian su derecho, porque se adjudicarian al tesoro nacional tales fondos, y de hecho al vencimiento del plazo adjudicarlos, es el camino único de hacer productivos esos bienes, que puede decirse existen sin tener dueño conocido ni saberse á quien corresponden. ...
En la línea 176
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El libro fué compuesto, en su mayor parte, en los lugares mismos que describe. ...
En la línea 463
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al parecer, no sabía hablar más que de «los ladrones» y de las atrocidades que tenían por costumbre cometer en los mismos sitios por donde íbamos pasando. ...
En la línea 792
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero ante todo, permítanos usted que nos presentemos nosotros mismos; yo soy el rector de este humilde asilo inglés; este señor es nuestro profesor de humanidades, y éste (señalando al mocetón), es nuestro profesor de lenguas sabias, hebreo y siriaco. ...
En la línea 823
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llenos de amabilidad y cortesía recibieron al compatriota hereje y aunque el adelanto de su propia religión era para ellos un objeto de primordial importancia, no tardé en observar que, con una inconsecuencia bastante divertida, conservaban en grado portentoso algunos prejuicios nacionales casi extinguidos ya en la madre patria, y movidos por ellos llegaban a censurar y desdorar a sus mismos correligionarios. ...
En la línea 2553
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio. ...
En la línea 2748
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estas y otras razones dijo la lastimada Dorotea, con tanto sentimiento y lágrimas, que los mismos que acompañaban a don Fernando, y cuantos presentes estaban, la acompañaron en ellas. ...
En la línea 2984
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a mí, porque, en llegando yo, la dejaron caer. ...
En la línea 3690
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje, sus obras, y que debajo de ser soldado, al mismo rey no debía nada. ...
En la línea 208
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En efecto: estas colonias españolas no llevan en sí los elementos para un desarrollo rápido, como nuestras colonias inglesas. Muchos indios de pura raza, residen en los alrededores; la tribu del cacique Lucaneo, ha construido sus toldos2 en los mismos extramuros de la ciudad. El gobierno local les suministra provisiones, dándoles todos los caballos demasiado viejos para poder prestar ningún servicio; además, estos indios ganan algunos céntimos fabricando esteras y algunos artículos de sillería. Se les considera como civilizados; pero lo que han podido perder en ferocidad, lo han ganado, y aún más, en inmoralidad. Dícese que algunos jóvenes mejoran un poco y consienten en trabajar; hace algún tiempo, alistáronse algunos a bordo de un barco para pescar focas y se condujeron muy bien. Actualmente gozan de los frutos de su trabajo; lo cual consiste 1 El corral es un cercado hecho con fuertes estacas de madera clavadas en el suelo y unidas entre sí. Cada estancia o granja tiene su corral. ...
En la línea 247
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Bahía Blanca apenas merece el nombre de pueblo. Un foso profundo y una muralla fortificada rodean a algunas casas y a los cuarteles de tropas. Ese establecimiento es muy reciente (1828), y desde que existe ha reinado siempre la guerra en las cercanías. El gobierno de Buenos Aires ha ocupado injustamente esos terrenos por medio de la fuerza, en lugar de seguir el prudente ejemplo de los virreyes españoles que habían comprado a los indios las tierras colindantes con el establecimiento más antiguo del río Negro. De ahí la necesidad absoluta de las fortificaciones; de ahí también el pequeño número de casas y la breve extensión de los terrenos cultivados extramuros; los mismos ganados no están al abrigo de los ataques de los indios más allá de los límites de la llanura en la cual se encuentra la fortaleza. ...
En la línea 333
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Para impedir que los indios crucen el río Negro, al sur del cual estarían sanos y salvos en medio de vastas soledades desconocidas, el general Rosas ha hecho un tratado con los Tehuelches, en virtud del cual, paga cierta suma por todo indio a quien maten si intenta pasar al sur del río, bajo la pena de ser exterminados ellos mismos si así no lo hicieren. La guerra se dirige principalmente contra los indios de las Cordilleras, pues la mayoría de las tribus orientales engruesan el ejército de Rosas. Pero el general, como lord Chesterfield, pensando, sin duda, que sus amigos de hoy pueden llegar a ser sus enemigos mañana, cuida de llevarlos siempre a vanguardia para que muera el mayor número posible de ellos. Desde que abandoné la América meridional, he sabido que fracasó por completo esa guerra de exterminio. ...
En la línea 438
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... el mylodon). En el mismo período, poco más o menos, como lo prueban las conchas de Bahía Blanca, la América meridional poseía, según acabamos de verlo, un mastodonte, el caballo, un rumiante de cuernos huecos y los mismos tres géneros de desdentados, aparte de otros varios más. ...
En la línea 47
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De mí sé decir que pocas obras he leído en que el interés profundo, la verdad de los caracteres y la viveza del lenguaje me hayan hecho olvidar tanto como en esta las dimensiones, terminando la lectura con el desconsuelo de no tener por delante otra derivación de los mismos sucesos y nueva salida o reencarnación de los propios personajes. ...
En la línea 1347
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era, en fin, una hipocritona de las que saben que a los hombres no les gustan las mujeres beatas, pero tampoco descreídas, sino, así un término medio, que los hombres mismos no saben cómo ha de ser. ...
En la línea 2271
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Doña Anuncia y doña Águeda habían quedado en el estrado, casi a obscuras, suspirando, rodeadas de algunos amigos y amigas, quizá los mismos que les dieran en otra ocasión aquel pésame por la muerte civil de don Carlos. ...
En la línea 2519
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pocos y siempre los mismos. ...
En la línea 115
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La historia de aquella joven llegó a sus oídos, a poco que quiso escuchar, por boca de los mismos amigos suyos, sacerdotes y todo. ...
En la línea 250
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sitiando a Gaeta, dejaba salir de la famélica plaza a las mujeres y los niños. Esto permitía a sus defensores aguardar un avituallamiento que Imposibilitó momentáneamente la toma de la población: mas no por ello se arrepintió el Magnánimo de su generosidad. A unos que conspiraban contra él los perdonó, diciendo: «Yo les obligaré a reconocer que cuido más de su vida que ellos mismos.» ...
En la línea 576
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Respetables personajes tenían esclavas orientales en sus casas e iban, además, de visita a los palacios de las cortesanas célebres. Escritores famosos ensalzaban el vicio griego, llegando a decir el poeta Ariosto que todos los humanistas de su época habían incurrido en dicha aberración sexual. Algunos de ellos, para justificarse, alegaban el ejemplo de la antigüedad, recordando a Platón y a Sócrates como de los mismos gustos. ...
En la línea 624
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al recibirse en Roma la noticia de su muerte, se reprodujeron los mismos desórdenes que al desaparecer su antecesor. El populacho dio el grito de «¡Mueran los sieneses!», matando a cuantos encontraba en las calles. Antonio Piccolomini, duque de Amalfi, sobrino favorito de Pío II, poseía el castillo de Sant' Angelo, como Pedro Luis de Borja en el Pontificado de Calixto III. ...
En la línea 745
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Casi todos los cardenales y muchos pontífices eran parecidos a él. Aún no se habían purificado las costumbres eclesiásticas para hacer frente a las críticas de los protestantes. Los papas vivían como reyes, teniendo sus mismos defectos, y los cardenales como príncipes laicos. Estaba lejos todavía él Concilio de Trento con su nueva disciplina eclesiástica. Los pecados de la carne cometidos por gentes de la Iglesia provocaban regocijados comentarios, nunca Indignación o severidad, como ahora. ...
En la línea 549
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El hombrecito de los velos blancos tuvo que callar repentinamente para afirmarse sobre sus pies y no caer de una altura tan enorme. La mano de Gillespie había temblado con la emoción de la sorpresa. El pigmeo que tenía junto a sus ojos presentaba una rara semejanza con su propia persona. Era un Edwin Gillespie considerablemente disminuido; sus mismos ojos, su mismo rostro, igual estatura dentro de las proporciones de su pequeñez. Hasta creyó que su voz tenía el mismo timbre, considerablemente debilitado. Parecía que era el mismo quien hablaba desde una larga distancia. ...
En la línea 965
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Ya que deseáis que recite, permitid que empiece por las obras del Padre de los Maestros. El gran Momaren no es conocido como merece serlo. Hay muchos que se engañan con la mejor buena fe dividiendo nuestra poesía nacional en dos reinos, uno de los cuales le atribuyen a el y otro a mi. Esos mismos añaden que Momaren es inimitable en la poesía amorosa y Golbasto en la poesía épica. ¡Error, enorme error! Momaren es grande en todos los géneros, y para probarlo voy a recitar su canto heroico a la Verdadera Revolución, obra inimitable de la que quisiera ser autor. ...
En la línea 1024
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Yo no le exijo que me responda inmediatamente. Confieso que esta manifestación de mis sentimientos es un poco violenta y que usted no la esperaba. A no ser por el peligro que le amenaza, me hubiese abstenido de hablarle de esto en mucho tiempo. Pero, en fin, lo que yo debía decir ya está dicho. Reflexione usted, consulte su corazón; esperaré su respuesta. Lo que necesitaba hacerle saber cuanto antes es que no soy para usted un simple traductor y que ansío participar de su suerte, correr sus mismos peligros, si es que la situación se empeora. ...
En la línea 1395
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El jefe militar de Balmuff era una amazona membruda y de labios bigotudos, desterrada de la capital a causa de sus costumbres demasiado libres. Este guerrero rió al saber que la canalla masculina -que hacía sus delicias en secreto- se armaba con los artefactos inútiles del pasado, y se limitó a ir en su busca con unas cuantas máquinas expeledoras de rayos negros. De este modo no necesitaría que sus amazonas persiguiesen a los insurrectos a flechazos. Ellos mismos iban a matarse, pues los rayos prodigiosos harían estallar entre sus manos las máquinas anticuadas que acababan de adquirir ilegalmente. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 152
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Diez meses pasaron de esta manera, Barbarita interrogando a Estupiñá, y este no queriendo o no teniendo qué responder, hasta que allá por Mayo del 70, Juanito empezó a abandonar aquellos mismos hábitos groseros que tanto disgustaban a su madre. Esta, que lo observaba atentísimamente, notó los síntomas del lento y feliz cambio en multitud de accidentes de la vida del joven. Cuánto se regocijaba la señora con esto, no hay para qué decirlo. Y aunque todo ello era inexplicable llegó un momento en que Barbarita dejó de ser curiosa, y no le importaba nada ignorar los desvaríos de su hijo con tal que se reformase. Lentamente, pues, recobraba el Delfín su personalidad normal. Después de una noche que entró tarde y muy sofocado, y tuvo cefalalgia y vómitos, la mudanza pareció más acentuada. La mamá entreveía en aquella ignorada página de la existencia de su heredero, amores un tanto libertinos, orgías de mal gusto, bromas y riñas quizás; pero todo lo perdonaba, todo, todito, con tal que aquel trastorno pasase, como pasan las indispensables crisis de las edades. «Es un sarampión de que no se libra ningún muchacho de estos tiempos—decía—. Ya sale el mío de él, y Dios quiera que salga en bien. ...
En la línea 1769
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo esencial del saber, lo que saben los niños y los paletos, ella lo ignoraba, como lo ignoran otras mujeres de su clase y aun de clase superior. Maximiliano se reía de aquella incultura rasa, tomando en serio la tarea de irla corrigiendo poco a poco. Y ella no disimulaba su barbarie; por el contrario, manifestaba con graciosa sinceridad sus ardientes deseos de adquirir ciertas ideas y de aprender palabras finas y decentes. Cada instante estaba preguntando el significado de tal o cual palabra, e informándose de mil cosas comunes. No sabía lo que es el Norte y el Sur. Esto le sonaba a cosa de viento; pero nada más. Creía que un senador es algo del Ayuntamiento. Tenía sobre la imprenta ideas muy extrañas, creyendo que los autores mismos ponían en las páginas aquellas letras tan iguales. No había leído jamás libro ninguno, ni siquiera novela. Pensaba que Europa es un pueblo y que Inglaterra es un país de acreedores. Respecto del sol, la luna y todo lo demás del firmamento, sus nociones pertenecían al orden de los pueblos primitivos. Confesó un día que no sabía quién fue Colón. Creía que era un general, así como O'Donnell o Prim. En lo religioso no estaba más aventajada que en lo histórico. La poca doctrina cristiana que aprendió se le había olvidado. Comprendía a la Virgen, a Jesucristo y a San Pedro; les tenía por muy buenas personas, pero nada más. Respecto a la inmortalidad y a la redención, sus primeras ideas eran muy confusas. Sabía que arrepintiéndose uno, bien arrepentido, se salva; eso no tenía duda, y por más que dijeran, nada que se relacionase con el amor era pecado. ...
En la línea 1795
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En medio de estos dulcísimos ensueños de su alma arrebatada, sentía Maximiliano unos saetazos que le hacían volver sobresaltado a la realidad. Era como la feroz picada de un mosquito cuando estamos empezando a dormirnos dulcemente… Por mucho que se estirase el dinero sacado de la hucha, al fin se tenía que concluir, porque todo es finito en este mundo, y el metálico precisamente es una de las cosas más finitas que se pueden imaginar… ¡María Santísima!, cuando el temido momento llegase… ¡cuando la última peseta del último duro fuera cambiada… ! Si el mosquito le picaba a Maximiliano cuando estaba en su cama dormido o preparándose a ello, incorporábase tan desvelado cual si fueran las doce del día, o se ponía a dar vueltas en el lecho y a calentarlo con el ardor de su febril zozobra. A veces invocaba al Cielo con íntimo fervor de oración. Esperaba que la obra generosa que había emprendido pesase mucho en las recónditas intenciones de la Providencia para que Esta le sacase del atolladero en que los amantes iban a caer. Él no era un granuja; ella se estaba portando bien, y con su conducta echaba velos y más velos sobre lo pasado. Si la Providencia no tenía en cuenta estas circunstancias, ¿de qué le valía a uno portarse bien y ser un modelo de orden y buena fe? Esto es claro como el agua. Fortunata pensaba lo mismo, cuando él le confiaba sus temores. Tenía que ser así, o todo lo que se habla de la Providencia es patraña. Pronto diré cómo se salieron con la suya, con lo cual se demostró que tenían allá arriba, en los mismos cielos, alguna entidad de peso que les protegía. Bien ganada se tenían esta protección, porque él, enaltecido por su cariño, ella, aspirando a la honradez y ensayándose en practicarla, eran dos seres que valían cualquier dinero, o en otros términos, dignos de que se les facilitaran los medios de continuar su campaña virtuosa. ...
En la línea 229
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Los ángeles guardianes de Tom, los dos lores, habían estado menos cómodos en la entrevista que las otras partes. Parecíales enteramente que conducían un enorme navío por un canal peligroso; estaban alerta constantemente y encontraron que su cargo no era luego de niños. Por tanto, cuando al fin la visita de las damas tocaba a su término y anunciaron a lord Guilford Dudley, no sólo pensaron que su carga había sido suficientemente gravosa, sino también que ellos mismos no se hallaban en el mejor estado para hacer retroceder al navío y emprender de nuevo un viaje lleno de ansiedad. Así, pues, respetuosamente aconsejaron a Tom que se excusara, lo cual hizo de buena gana, aunque habría podido observarse una leve sombra de desencanto en el semblante de milady Juana cuando oyó que se negaba la entrada al espléndido mozalbete. ...
En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...
En la línea 432
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Entró un criado con humeante comida, que dejó sobre la mesita de pino, arrimó las sillas y partió, dejando que unos huéspedes tan modestos se sirvieran a sí mismos. Cerróse la puerta, tras él, y el ruido del portazo despertó al niño, que de un salto se sentó en la cama y lanzó una alegre mirada en torno. Luego a su rostro asomó una expresión ofendida y sus labios musitaron con un profundo suspiro: ...
En la línea 1188
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Y luego dormiré hoy, como los otros días, y dormirá ella. ¿Dormirá Rosarito? ¿No habré turbado la tranquilidad de su espíritu? Y esa naturalidad suya, ¿es inocencia o es malicia? Pero acaso no hay nada más malicioso que la inocencia, o bien, más inocente que la malicia. Sí, sí, ya me suponía yo que en el fondo no hay nada más… más… ¿cómo lo diré?… más cínico que la inocencia. Sí, esa tranquilidad con que se me entregaba, eso que hizo me entrara miedo, miedo, no sé bien de qué, eso no era sino inocencia. Y lo de: “¿Y aquella mujer?”, celos, ¿eh?, ¿celos? Probablemente no nace el amor sino al nacer los celos; son los celos los que nos revelan el amor. Por muy enamorada que esté una mujer de un hombre, o un hombre de una mujer, no se dan cuenta de que lo están, no se dicen a sí mismos que lo están, es decir, no se enamoran de veras sino cuando él ve que ella mira a otro hombre o ella le ve a él mirar a otra mujer. Si no hubiese más que un solo hombre y una sola mujer en el mundo, sin más sociedad, sería imposible que se enamorasen uno de otro. Además de que hace siempre falta la tercera, la Celestina, y la Celestina es la sociedad. ¡El Gran Galeoto! ¡Y qué bien está eso! ¡Sí, el Gran Galeoto! Aunque sólo fuese por el lenguaje. Y por esto es todo eso del amor una mentira más. ¿Y el fisiológico? ¡Bah, eso fisiológico no es amor ni cosa que lo valga! ¡Por eso es verdad! Pero… vamos, Orfeo, vamos a cenar. ¡Esto sí que es verdad!» ...
En la línea 1290
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, Augusto, es la fatalidad la que nos ha traído a esto. Ni… ni tú ni yo podemos ser infieles, desleales a nosotros mismos; ni tú puedes aparecer queriéndome comprar como yo en un momento de ofuscación te dije, ni yo puedo aparecer haciendo de ti un sustituto, un vice, un plato de segunda mesa, como a mi tía le dijiste, y queriendo no más que premiar tu generosidad… ...
En la línea 1292
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡A los mismos nuestros! ...
En la línea 1318
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, si nada de extraño tiene; también a mí me esperaba en un tiempo el… Mauricio. Volveremos a vemos. Y seamos serios y leales a nosotros mismos. ...
En la línea 388
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Así, pues, nuestra salvación dependía únicamente del capricho de los misteriosos tripulantes que dirigían el aparato. Si decidían sumergirse, estaríamos perdidos. Exceptuado este caso, no dudaba yo de la posibilidad de entrar en relación con ellos. Pues, en efecto, de no producir por sí mismos el aire, necesario era que ascendiesen de vez en cuando a la superficie del océano para renovar su provisión de moléculas respirables. De ahí la necesidad de que existiera una abertura que pusiera en comunicación el interior del barco con la atmósfera. ...
En la línea 652
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Comprendo, capitán, comprendo la alegría de pasearse en medio de tales riquezas. Es usted de los que han hecho por sí mismos sus tesoros. No hay en toda Europa un museo que posea una semejante colección de productos del océano. Pero si agoto aquí mi capacidad de admiración ante estas colecciones, ¿qué me quedará para el barco que las transporta? No quiero conocer secretos que le pertenecen, pero, sin embargo, confieso que este Nautilus, la fuerza motriz que encierra, los aparatos que permiten su maniobrabilidad, el poderoso agente que lo anima, todo eso excita mi curiosidad… Veo en los muros de este salón instrumentos suspendidos cuyo uso me es desconocido. ¿Puedo saber… ?… ...
En la línea 1009
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Habíamos llegado por fin al linde de ese bosque, uno de los más bellos de los inmensos dominios del capitán Nemo. Él lo consideraba como suyo y se atribuía sobre él los mismos derechos que tenían los primeros hombres en los primeros días del mundo. ¿Y quién hubiera podido disputarle la posesión de esa parcela submarina? ¿Había acaso un pionero más audaz que pudiera ir allí, hacha en mano, a desmontar aquellas umbrosas espesuras? ...
En la línea 1345
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero me doy cuenta de que estoy pareciéndome al canadiense. ¡Heme aquí en éxtasis ante una parrillada de cerdo fresco! Espero que se me perdone como yo se lo he perdonado a Ned Land, y por los mismos motivos. ...
En la línea 334
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entonces, algo que yo había observado ya antes resonó otra vez en la garganta de aquel hombre, que se volvió de espaldas. Había regresado el bote y la guardia estaba dispuesta, de modo que seguimos al preso hasta el embarcadero, hecho con pilotes y piedras, y lo vimos entrar en el bote impulsado a remo por una tripulación de penados como él mismo. Ninguno pareció sorprendido ni interesado al verlo, así como tampoco alegre o triste. Nadie habló una palabra, a excepción de alguien que en el bote gruñó, como si se dirigiera a perros: «¡Avante!», lo cual era orden de que empezaran a mover los remos. A la luz de las antorchas vimos el negro pontón fondeado a poca distancia del lodo de la orilla, como si fuese un Arca de Noé maldita. El barco prisión estaba anclado con cadenas macizas y oxidadas, fondeado y aislado por completo de todo lo demás, y a mis infantiles ojos me pareció que estaba rodeado de hierro como los mismos presos. El bote se acercó a un costado de la embarcación, y vimos que lo izaban y que desaparecía. Luego, los restos de las antorchas cayeron silbando al agua y se apagaron como si todo hubiese acabado ya. ...
En la línea 734
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En la estancia había tres señoras y un caballero. Antes de cinco minutos de estar junto a la ventana tuve la impresión de que todos ellos eran farsantes y aduladores, pero que cada uno de ellos fingía ignorar que sus compañeros merecían tales nombres, porque, de haberlo advertido, al mismo tiempo se habrían comprendido en los mismos calificativos. ...
En la línea 1682
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegó Herbert salimos y tomamos el lunch en un establecimiento famoso, que yo entonces veneraba casi, pero del que ahora creo que fue la más abyecta superstición de Europa y en donde ni aun entonces pude dejar de notar que había mucha más salsa en los manteles, en los cuchillos y en los paños de los camareros que en los mismos platos que servían. ...
En la línea 1713
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pocket se manifestó satisfecho de verme y expresó la esperanza de no haberme sido antipático. 89 - Porque en realidad - añadió mientras su hijo sonreía - no soy un personaje alarmante. Era un hombre de juvenil aspecto, a pesar de sus perplejidades y de su cabello gris, y sus maneras parecían nuy naturales. Uso la palabra «naturales» en el sentido de que carecían de afectación; había algo cómico en su aspecto de aturdimiento, y habría resultado evidentemente ridículo si él no se hubiese dado cuenta de tal cosa. Cuando hubo hablado conmigo un poco, dijo a su esposa, contrayendo con ansiedad las cejas, que eran negras y muy pobladas: - Supongo, Belinda, que ya has saludado al señor Pip. Ella levantó los ojos de su libro y contestó: - Sí. Luego me sonrió distraídamente y me preguntó si me gustaba el sabor del agua de azahar. Como aquella pregunta no tenía relación cercana o remota con nada de lo que se había dicho, creí que me la habria dirigido sin darse cuenta de lo que decía. A las pocas horas observé, y lo mencionaré en seguida, que la señora Pocket era hija única de un hidalgo ya fallecido, que llegó a serlo de un modo accidental, del cual ella pensaba que habría sido nombrado baronet de no oponerse alguien tenazmente por motivos absolutamente personales, los cuales han desaparecido de mi memoria, si es que alguna vez estuvieron en ella - tal vez el soberano, el primer ministro, el lord canciller, el arzobispo de Canterbury o algún otro, - y, en virtud de esa supuesta oposición, se creyó igual a todos los nobles de la tierra. Creo que se armó caballero a sí mismo por haber maltratado la gramática inglesa con la punta de la pluma en una desesperada solicitud, caligrafiada en una hoja de pergamino, con ocasión de ponerse la primera piedra de algún monumento y por haber entregado a algún personaje real la paleta o el mortero. Pero, sea lo que fuere, había ordenado que la señora Pocket fuese criada desde la cuna como quien, de acuerdo con la naturaleza de las cosas, debía casarse con un título y a quien había que guardar de que adquiriese conocimientos plebeyos o domésticos. Tan magnífica guardia se estableció en torno a la señorita, gracias a su juicioso padre, que creció adquiriendo cualidades altamente ornamentales pero, al mismo tiempo, por completo inútiles. Con un carácter tan felizmente formado, al florecer su primera juventud encontró al señor Pocket, el cual también estaba en la flor de la suya y en la indecisión entre alcanzar el puesto de lord canciller en la Cámara de los Lores, o tocarse con una mitra. Como el hacer una u otra cosa era sencillamente una cuestión de tiempo y tanto él como la señora Pocket habían agarrado al tiempo por los cabellos (cuando, a juzgar por su longitud, habría sido oportuno cortárselos), se casaron sin el consentimiento del juicioso padre de ella. Este buen señor, que no tenía nada más que retener o que otorgar que su propia bendición, les entregó cariñosamente esta dote después de corta lucha, e informó al señor Pocket de que su hija era «un tesoro para un príncipe». El señor Pocket empleó aquel tesoro del modo habitual desde que el mundo es mundo, y se supone que no le proporcionó intereses muy crecidos. A pesar de eso, la señora Pocket era, en general, objeto de respetuosa compasión por el hecho de que no se hubiese casado con un título, en tanto que a su marido se le dirigían indulgentes reproches por el hecho de no haber obtenido ninguno. El señor Pocket me llevó al interior de la casa y me mostró la habitación que me estaba destinada, la cual era agradable y estaba amueblada de tal manera que podría usarla cómodamente como saloncito particular. Luego llamó a las puertas de dos habitaciones similares y me presentó a sus ocupantes, llamados Drummle y Startop. El primero, que era un joven de aspecto avejentado y perteneciente a un pesado estilo arquitectónico, estaba silbando. Startop, que en apariencia contaba menos años, estaba ocupado en leer y en sostenerse la cabeza, como si temiera hallarse en peligro de que le estallara por haber recibido excesiva carga de conocimientos. Tanto el señor como la señora Pocket tenían tan evidente aspecto de hallarse en las manos de otra persona, que llegué a preguntarme quién estaría en posesión de la casa y les permitiría vivir en ella, hasta que pude descubrir que tal poder desconocido pertenecía a los criados. El sistema parecía bastante agradable, tal vez en vista de que evitaba preocupaciones; pero parecía deber ser caro, porque los criados consideraban como una obligación para consigo mismos comer y beber bien y recibir a sus amigos en la parte baja de la casa. Servían generosamente la mesa de los señores Pocket, pero, sin embargo, siempre me pareció que habría sido preferible alojarse en la cocina, en el supuesto de que el huésped que tal hiciera fuese capaz de defenderse a sí mismo, porque antes de que hubiese pasado allí una semana, una señora de la vecindad, con quien la familia sostenía relaciones de amistad, escribió que había visto a Millers abofeteando al pequeño. Eso dio un gran disgusto a la señora Pocket, quien, entre lágrimas, dijo que le parecía extraordinario que los vecinos no pudieran contentarse con cuidar de sus asuntos propios. Gradualmente averigüé, y en gran parte por boca de Herbert, que el señor Pocket se había educado en Harrow y en Cambridge, en donde logró distinguirse; pero que cuando hubo logrado la felicidad de casarse 90 con la señora Pocket, en edad muy temprana todavía, había abandonado sus esperanzas para emplearse como profesor particular. Después de haber sacado punta a muchos cerebros obtusos-y es muy curioso observar la coincidencia de que cuando los padres de los alumnos tenían influencia, siempre prometían al profesor ayudarle a conquistar un alto puesto, pero en cuanto había terminado la enseñanza de sus hijos, con rara unanimidad se olvidaban de su promesa -, se cansó de trabajo tan mal pagado y se dirigió a Londres. Allí, después de tener que abandonar esperanzas más elevadas, dio cursos a varias personas a quienes faltó la oportunidad de instruirse antes o que no habían estudiado a su tiempo, y afiló de nuevo a otros muchos para ocasiones especiales, y luego dedicó su atención al trabajo de hacer recopilaciones y correcciones literarias, y gracias a lo que así obtenía, añadidos a algunos modestos recursos que poseía, continuaba manteniendo la casa que pude ver. El señor y la señora Pocket tenía una vecina parecida a un sapo; una señora viuda, de un carácter tan altamente simpático que estaba de acuerdo con todo el mundo, bendecía a todo el mundo y dirigía sonrisas o derramaba lágrimas acerca de todo el mundo, según fueran las circunstancias. Se llamaba señora Coiler, y yo tuve el honor de llevarla del brazo hasta el comedor el día de mi instalación. En la escalera me dio a entender que para la señora Pocket había sido un rudo golpe el hecho de que el pobre señor Pocket se viera reducido a la necesidad de tomar alumnos en su casa. Eso, desde luego, no se refería a mí, según dijo con acento tierno y lleno de confianza (hacía menos de cinco minutos que me la habían presentado) , pues si todos hubiesen sido como yo, la cosa habría cambiado por completo. - Pero la querida señora Pocket - dijo la señora Coiler -, después de su primer desencanto (no porque ese simpatico señor Pocket mereciera el menor reproche acerca del particular), necesita tanto lujo y tanta elegancia… - Sí, señora - me apresuré a contestar, interrumpiéndola, pues temía que se echara a llorar. - Y tiene unos sentimientos tan aristocráticos… - Sí, señora - le dije de nuevo y con la misma intención. - … Y es muy duro - acabó de decir la señora Coiler - que el señor Pocket se vea obligado a ocupar su tiempo y su atención en otros menesteres, en vez de dedicarlos a su esposa. No pude dejar de pensar que habría sido mucho más duro que el tiempo y la atención del carnicero no se hubieran podido dedicar a la señora Pocket; pero no dije nada, pues, en realidad, tenía bastante que hacer observando disimuladamente las maneras de mis compañeros de mesa. Llegó a mi conocimiento, por las palabras que se cruzaron entre la señora Pocket y Drummle, en tanto que prestaba la mayor atención a mi cuchillo y tenedor, a la cuchara, a los vasos y a otros instrumentos suicidas, que Drummle, cuyo nombre de pila era Bentley, era entonces el heredero segundo de un título de baronet. Además, resultó que el libro que viera en mano de la señora Pocket, en el jardín, trataba de títulos de nobleza, y que ella conocía la fecha exacta en que su abuelito habría llegado a ser citado en tal libro, en el caso de haber estado en situación de merecerlo. Drummle hablaba muy poco, pero, en sus taciturnas costumbres (pues me pareció ser un individuo malhumorado), parecía hacerlo como si fuese uno de los elegidos, y reconocía en la señora Pocket su carácter de mujer y de hermana. Nadie, a excepción de ellos mismos y de la señora Coiler, parecida a un sapo, mostraba el menor interés en aquella conversación, y hasta me pareció que era molesta para Herbert; pero prometía durar mucho cuando llegó el criado, para dar cuenta de una desgracia doméstica. En efecto, parecía que la cocinera había perdido la carne de buey. Con el mayor asombro por mi parte, vi entonces que el señor Pocket, sin duda con objeto de desahogarse, hacía una cosa que me pareció extraordinaria, pero que no causó impresión alguna en nadie más y a la que me acostumbré rápidamente, como todos. Dejó a un lado el tenedor y el cuchillo de trinchar, pues estaba ocupado en ello en aquel momento; se llevó las manos al desordenado cabello, y pareció hacer extraordinarios esfuerzos para levantarse a sí mismo de aquella manera. Cuando lo hubo intentado, y en vista de que no lo conseguía, reanudó tranquilamente la ocupación a que antes estuviera dedicado. La señora Coiler cambió entonces de conversación y empezó a lisonjearme. Eso me gustó por unos momentos, pero cargó tanto la mano en mis alabanzas que muy pronto dejó de agradarme. Su modo serpentino de acercarse a mí, mientras fingía estar muy interesada por los amigos y los lugares que había dejado, tenía todo lo desagradable de los ofidios; y cuando, como por casualidad, se dirigió a Startop (que le dirigía muy pocas palabras) o a Drummle (que aún le decía menos), yo casi les envidié el sitio que ocupaban al otro lado de la mesa. Después de comer hicieron entrar a los niños, y la señora Coiler empezó a comentar, admirada, la belleza de sus ojos, de sus narices o de sus piernas, sistema excelente para mejorarlos mentalmente. Eran cuatro 91 niñas y dos niños de corta edad, además del pequeño, que podría haber pertenecido a cualquier sexo, y el que estaba a punto de sucederle, que aún no formaba parte de ninguno. Los hicieron entrar Flopson y Millers, como si hubiesen sido dos oficiales comisionados para alistar niños y se hubiesen apoderado de aquéllos; en tanto que la señora Pocket miraba a aquellos niños, que debían de haber sido nobles, como si pensara en que ya había tenido el placer de pasarles revista antes, aunque no supiera exactamente qué podría hacer con ellos. -Mire - dijo Flopson -, déme el tenedor, señora, y tome al pequeño. No lo coja así, porque le pondrá la cabeza debajo de la mesa. Así aconsejada, la señora Pocket cogió al pequeño de otra manera y logró ponerle la cabeza encima de la mesa; lo cual fue anunciado a todos por medio de un fuerte coscorrón. - ¡Dios mío! ¡Devuélvamelo, señora! - dijo Flopson -. Señorita Juana, venga a mecer al pequeño. Una de las niñas, una cosa insignificante que parecía haber tomado a su cargo algo que correspondía a los demás, abandonó su sitio, cerca de mí, y empezó a mecer al pequeño hasta que cesó de llorar y se echó a reír. Luego todos los niños empezaron a reír, y el señor Pocket (quien, mientras tanto, había tratado dos veces de levantarse a sí mismo cogiéndose del pelo) también se rió, en lo que le imitamos los demás, muy contentos. Flopson, doblando con fuerza las articulaciones del pequeño como si fuese una muñeca holandesa, lo dejó sano y salvo en el regazo de la señora Pocket y le dio el cascanueces para jugar, advirtiendo, al mismo tiempo, a la señora Pocket que no convenía el contacto de los extremos de tal instrumento con los ojos del niño, y encargando, además, a la señorita Juana que lo vigilase. Entonces las dos amas salieron del comedor y en la escalera tuvieron un altercado con el disoluto criado que sirvió la comida y que, evidentemente, había perdido la mitad de sus botones en la mesa de juego. Me quedé molesto al ver que la señora Pocket empeñaba una discusión con Drummle acerca de dos baronías, mientras se comía una naranja cortada a rajas y bañada de azúcar y vino, y olvidando, mientras tanto, al pequeño que tenía en el regazo, el cual hacía las cosas más extraordinarias con el cascanueces. Por fin, la señorita Juana, advirtiendo que peligraba la pequeña cabeza, dejó su sitio sin hacer ruido y, valiéndose de pequeños engaños, le quitó la peligrosa arma. La señora Pocket terminaba en aquel momento de comerse la naranja y, pareciéndole mal aquello, dijo a Juana: - ¡Tonta! ¿Por qué vienes a quitarle el cascanueces? ¡Ve a sentarte inmediatamente! - Mamá querida - ceceó la niñita -, el pequeño podía haberse sacado los ojos. - ¿Cómo te atreves a decirme eso? - replicó la señora Pocket-. ¡Ve a sentarte inmediatamente en tu sitio! - Belinda - le dijo su esposo desde el otro extremo de la mesa -. ¿Cómo eres tan poco razonable? Juana ha intervenido tan sólo para proteger al pequeño. - No quiero que se meta nadie en estas cosas - dijo la señora Pocket-. Me sorprende mucho, Mateo, que me expongas a recibir la afrenta de que alguien se inmiscuya en esto. - ¡Dios mío! - exclamó el señor Pocket, en un estallido de terrible desesperación -. ¿Acaso los niños han de matarse con los cascanueces, sin que nadie pueda salvarlos de la muerte? - No quiero que Juana se meta en esto - dijo la señora Pocket, dirigiendo una majestuosa mirada a aquella inocente y pequeña defensora de su hermanito -. Me parece, Juana, que conozco perfectamente la posición de mi pobre abuelito. El señor Pocket se llevó otra vez las manos al cabello, y aquella vez consiguió, realmente, levantarse algunas pulgadas. - ¡Oídme, dioses! - exclamó, desesperado -. ¡Los pobres pequeñuelos se han de matar con los cascanueces a causa de la posición de los pobres abuelitos de la gente! Luego se dejó caer de nuevo y se quedó silencioso. Mientras tenía lugar esta escena, todos mirábamos muy confusos el mantel. Sucedió una pausa, durante la cual el honrado e indomable pequeño dio una serie de saltos y gritos en dirección a Juana, que me pareció el único individuo de la familia (dejando a un lado a los criados) a quien conocía de un modo indudable. - Señor Drummle - dijo la señora Pocket -, ¿quiere hacer el favor de llamar a Flopson? Juana, desobediente niña, ve a sentarte. Ahora, pequeñín, ven con mamá. El pequeño, que era la misma esencia del honor, contestó con toda su alma. Se dobló al revés sobre el brazo de la señora Pocket, exhibió a los circunstantes sus zapatitos de ganchillo y sus muslos llenos de hoyuelos, en vez de mostrarles su rostro, y tuvieron que llevárselo en plena rebelión. Y por fin alcanzó su objeto, porque pocos minutos más tarde lo vi a través de la ventana en brazos de Juana. 92 Sucedió que los cinco niños restantes se quedaron ante la mesa, sin duda porque Flopson tenía un quehacer particular y a nadie más le correspondía cuidar de ellos. Entonces fue cuando pude enterarme de sus relaciones con su padre, gracias a la siguiente escena: E1 señor Pocket, cuya perplejidad normal parecía haber aumentado y con el cabello más desordenado que nunca, los miró por espacio de algunos minutos, como si no pudiese comprender la razón de que todos comiesen y se alojasen en aquel establecimiento y por qué la Naturaleza no los había mandado a otra casa. Luego, con acento propio de misionero, les dirigió algunas preguntas, como, por ejemplo, por qué el pequeño Joe tenía aquel agujero en su babero, a lo que el niño contestó que Flopson iba a remendárselo en cuanto tuviese tiempo; por qué la pequeña Fanny tenía aquel panadizo, y la niña contestó que Millers le pondría un emplasto si no se olvidaba. Luego se derritió en cariño paternal y les dio un chelín a cada uno, diciéndoles que se fuesen a jugar; y en cuanto se hubieron alejado, después de hacer un gran esfuerzo para levantarse agarrándose por el cabello, abandonó el inútil intento. Por la tarde había concurso de remo en el río. Como tanto Drummle como Startop tenían un bote cada uno, resolví tripular uno yo solo y vencerlos. Yo sobresalía en muchos ejercicios propios de los aldeanos, pero como estaba convencido de que carecía de elegancia y de estilo para remar en el Támesis -eso sin hablar de otras aguas, - resolví tomar lecciones del ganador de una regata que pasaba remando ante nuestro embarcadero y a quien me presentaron mis nuevos amigos. Esta autoridad práctica me dejó muy confuso diciéndome que tenía el brazo propio de un herrero. Si hubiese sabido cuán a punto estuvo de perder el discípulo a causa de aquel cumplido, no hay duda de que no me lo habría dirigido. Nos esperaba la cena cuando por la noche llegamos a casa, y creo que lo habríamos pasado bien a no ser por un suceso doméstico algo desagradable. El señor Pocket estaba de buen humor, cuando llegó una criada diciéndole: - Si me hace usted el favor, señor, quisiera hablar con usted. - ¿Hablar con su amo? - exclamó la señora Pocket, cuya dignidad se despertó de nuevo -. ¿Cómo se le ha ocurrido semejante cosa? Vaya usted y hable con Flopson. O hable conmigo… otro rato cualquiera. - Con perdón de usted, señora - replicó la criada -, necesito hablar cuanto antes y al señor. Por consiguiente, el señor Pocket salió de la estancia y nosotros procuramos entretenernos lo mejor que nos fue posible hasta que regresó. - ¡Ocurre algo muy gracioso, Belinda! - dijo el señor Pocket, con cara que demostraba su disgusto y su desesperación -. La cocinera está tendida en el suelo de la cocina, borracha perdida, con un gran paquete de mantequilla fresca que ha cogido de la despensa para venderla como grasa. La señora Pocket demostró inmediatamente una amable emoción y dijo: - Eso es cosa de esa odiosa Sofía. - ¿Qué quieres decir, Belinda? - preguntó el señor Pocket. - Sofía te lo ha dicho - contestó la señora Pocket -. ¿Acaso no la he visto con mis propios ojos y no la he oído por mí misma cuando llegó con la pretensión de hablar contigo? -Pero ¿no te acuerdas de que me ha llevado abajo, Belinda? - replicó el señor Pocket -. ¿No sabes que me ha mostrado a esa borracha y también el paquete de mantequilla? - ¿La defiendes, Mateo, después de su conducta? - le preguntó su esposa. El señor Poocket se limitó a emitir un gemido de dolor - ¿Acaso la nieta de mi abuelo no es nadie en esta casa? - exclamó la señora Pocket. - Además, la cocinera ha sido siempre una mujer seria y respetuosa, y en cuanto me conoció dijo con la mayor sinceridad que estaba segura de que yo había nacido para duquesa. Había un sofá al lado del señor Pocket, y éste se dejó caer en él con la actitud de un gladiador moribundo. Y sin abandonarla, cuando creyó llegada la ocasión de que le dejase para irme a la cama, me dijo con voz cavernosa: - Buenas noches, señor Pip. ...
En la línea 815
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Escúcheme, capitán ‑dijo con la mayor desenvoltura, dirigiéndose al comisario‑. Póngase en mi lugar. Estoy dispuesto a presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hágase cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la miseria ‑así lo dijo: «abrumado»‑. Tuve que dejar la universidad, porque no podía atender a mis necesidades. Pero he de recibir dinero: me lo enviarán mi madre y mi hermana, que residen en el distrito de ***. Entonces pagaré. Mi patrona es una buena mujer, pero está tan indignada al ver que he perdido los alumnos que tenía y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera me da mi ración de comida. En cuanto a su reclamación, no la comprendo. Me exige que le pague en seguida. ¿Acaso puedo hacerlo? Juzguen ustedes mismos. ...
En la línea 836
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Es absurdo. Habrá que ponerlos en libertad a los dos. Todo contradice semejante acusación. Si hubiesen cometido el crimen, ¿con qué fin habrían ido a buscar al portero? ¿Para delatarse a sí mismos? ¿Para desorientar? No, es un ardid demasiado peligroso. Además, a Pestriakof, el estudiante, le vieron los dos porteros y una tendera ante la puerta en el momento en que llegó. Iba acompañado de tres amigos que le dejaron pero en cuya presencia preguntó al portero en qué piso vivía la vieja. ¿Habría hecho esta pregunta si hubiera ido a la casa con el propósito que se le atribuye? En cuanto a Koch, estuvo media hora en la orfebrería de la planta baja antes de subir a casa de la vieja. Eran exactamente las ocho menos cuarto cuando subió. Reflexionemos… ...
En la línea 928
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ahora recordaba aquellas incertidumbres, aquellas vagas sensaciones, y este recuerdo, a su juicio, no era puramente casual. El simple hecho de haberse detenido en el mismo sitio que antaño, como si hubiese creído que podía tener los mismos pensamientos e interesarse por los mismos espectáculos que entonces, e incluso que hacía poco, le parecía absurdo, extravagante y hasta algo cómico, a pesar de que la amargura oprimía su corazón. Tenía la impresión de que todo este pasado, sus antiguos pensamientos e intenciones, los fines que había perseguido, el esplendor de aquel paisaje que tan bien conocía, se había hundido hasta desaparecer en un abismo abierto a sus pies… Le parecía haber echado a volar y ver desde el espacio como todo aquello se esfumaba. ...
En la línea 928
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ahora recordaba aquellas incertidumbres, aquellas vagas sensaciones, y este recuerdo, a su juicio, no era puramente casual. El simple hecho de haberse detenido en el mismo sitio que antaño, como si hubiese creído que podía tener los mismos pensamientos e interesarse por los mismos espectáculos que entonces, e incluso que hacía poco, le parecía absurdo, extravagante y hasta algo cómico, a pesar de que la amargura oprimía su corazón. Tenía la impresión de que todo este pasado, sus antiguos pensamientos e intenciones, los fines que había perseguido, el esplendor de aquel paisaje que tan bien conocía, se había hundido hasta desaparecer en un abismo abierto a sus pies… Le parecía haber echado a volar y ver desde el espacio como todo aquello se esfumaba. ...
En la línea 980
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corno la abuela no había comido y no abandonaba su sillón, uno de los polacos pudo serle útil. Corrió al buffet para buscar una taza de caldo, luego otra de té. Pero al fin de la jornada, cuando ya era evidente que estaba perdiendo sus últimos billetes de banco, estaban detrás de su sillón hasta seis polacos que habían salido no se sabe de dónde. La abuela veía cómo se le escapaban las últimas monedas y ellos, sin escucharla ni hacerla caso, se inclinaban sobre la mesa, por encima de su cabeza, cogían el dinero ellos mismos, daban órdenes, jugaban, disputaban y trataban de tú por tú al panz honorem, que se había olvidado casi de la existencia de la anciana señora. ...
En la línea 1342
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Las gentes satisfechas de sí mismas, ¡con qué orgullosa satisfacción están dispuestas a censurar la conducta ajena! Si ellos supieran hasta qué punto me doy cuenta de mi ignominiosa situación actual no tendrían seguramente valor para culparme. ¿Pero qué pueden decirme de nuevo que yo no sepa? El hecho es que todo puede cambiar con una sola vuelta de la rueda, y entonces esos mismos moralistas serán los primeros —estoy seguro de ello— en felicitarme con amistosas bromas. Y no me volverán la espalda como ahora. ¡Que se vayan todos al diablo! ¿Qué soy ahora? Un cero. ¿Qué puedo ser mañana? ¡Mañana puedo resucitar de entre los muertos, comenzar una vida nueva! Puedo descubrir al hombre que hay en mí todavía en tanto que no esté hundido del todo. ...
En la línea 202
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... »Dickens -continúa Wilde- describe esta sensación como muy general. Conocemos -dice- en David Copperfield, por experiencia, el sentimiento que nos invade a veces de que cuanto estamos diciendo o haciendo ha sido dicho y hecho anteriormente, hace largo tiempo; que hemos estado rodeados de las mismas personas y de los mismos objetos, en las mismas circunstancias… que sabemos, en fin, perfectamente lo que se va a decir, como si lo recordáramos de repente. ...
En la línea 747
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Aquí -dijo apoyando el dedo sobre las patas de mosca- hay un error; se equivoca usted en contra suya. A la señora le pone usted los mismos días de estancia que a mí, y en realidad tiene dos más. ...
En la línea 1081
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda… Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco… Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes… no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos… ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador! Lucía ansiaba llegar… pero la angustia de la caída la despertó, como sucede siempre en las pesadillas. ...
En la línea 1081
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda… Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco… Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes… no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos… ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador! Lucía ansiaba llegar… pero la angustia de la caída la despertó, como sucede siempre en las pesadillas. ...
En la línea 36
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte no era, por cierto, uno de esos Frontines o Mascarillos, que, altos los hombros y la cabeza, descarado y seco al mirar, no son más que unos bellacos insolentes; no. Picaporte era un guapo chico de amable fisonomía y labios salientes, dispuesto siempre a saborear o a acariciar; un ser apacible y servicial, con una de esas cabezas redondas y bonachonas que siempre gusta encontrar en los hombros de un amigo. Tenía azules los ojos, animado el color, la cara suficientemente gruesa para que pudieran verse sus mismos pómulos, ancho el pecho, fuertes las caderas, vigorosa la musculatura, y con una fuerza hercúlea que los ejercicios de su juventud habían desarrollado admirablemente. Sus cabellos castaños estaban algo enredados. Si los antiguos escultores conocían dieciocho modos distintos de arreglar la cabeza de Minerva, Picaporte, para componer la suya, sólo conocía uno: con tres pases de batidor estaba peinado. ...
En la línea 436
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Ignoraba dos cosas: primero, que la entrada de ciertas pagodas hindúes está formalmente prohibida a los cristianos, y segundo, que aun los mismos creyentes no pueden entrar sino dejando el calzado a la puerta. Hay que notar aquí que, por razones de sana política, el gobierno inglés, respetando y haciendo respetar hasta en sus más insignificantes pormenores la religión del país, castiga con severidad a quienquiera que infrinja sus prácticas. ...
En la línea 570
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Sí- repuso el brigadier general-, quemada; y si no lo fuera, no podéis figuraros a qué miserable condición se vería reducida por sus mismos deudos. Le afeitarían la cabeza, le darían por alimentos algunos puñados de arroz, la rechazarían, sería considerada como una criatura inmunda, y moriría en algún rincón como un perro sarnoso. Por eso la perspectiva de esta horrible existencia, impele con frecuencia a esas desgraciadas al suplicio mucho más que el amor o el fanatismo religioso. Algunas veces, sin embargo, el sacrificio es realmente voluntario, y se necesita la intervencion energica del gobierno para impedirlo. Así es que, hace algunos años, yo residía en Bombay, cuando una joven viuda pidió al gobierno autorizacion para quemarse con el cuerpo del mando. Como podéis pensarlo, el gobierno la negó. Entonces la viuda fue a refugiarse al territorio de un rajá independiente, donde consumó su sacrificio. ...

la Ortografía es divertida
Errores Ortográficos típicos con la palabra Mismos
Cómo se escribe mismos o mizmoz?
Busca otras palabras en esta web
Palabras parecidas a mismos
La palabra fecunda
La palabra vieron
La palabra supersticioso
La palabra inspiraba
La palabra medias
La palabra franceses
La palabra terreno
Webs Amigas:
Playas de Almuñecar . Ciclos formativos en León . Ciclos Fp de informática en Mallorca . - Valencia Hotel Checkin Valencia