La palabra Jugaban ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece jugaban.
Estadisticas de la palabra jugaban
Jugaban es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 13573 según la RAE.
Jugaban aparece de media 5.2 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la jugaban en las obras de referencia de la RAE contandose 790 apariciones .
Más información sobre la palabra Jugaban en internet
Jugaban en la RAE.
Jugaban en Word Reference.
Jugaban en la wikipedia.
Sinonimos de Jugaban.
Algunas Frases de libros en las que aparece jugaban
La palabra jugaban puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1983
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchos labradores, cansados de admirar a los tres guapos, jugaban por su cuenta o merendaban formando corro alrededor de las mesillas. ...
En la línea 231
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había días en que el carruaje de don Pablo llegaba entre una nube de polvo, a todo correr de sus cuatro briosos caballos, para depositar en Marchamalo un cargamento de chiquillos, casi una escuela. Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre. Y Ferminillo y María de la Luz jugaban con estos niños que habían de poseer cuantiosas fortunas, de igual a igual, con la simplicidad de la infancia que parece un recuerdo de los tiempos en que los hombres vivían como hermanos, antes de inventar las jerarquías sociales. El capataz los seguía en sus juegos con miradas de ternura, sintiendo orgullo de que sus hijos se tutearan con los hijos y parientes del amo. Era la Igualdad soñada, aquella Igualdad por la que había expuesto su vida, y que al fin llegaba para él, sólo para él. ...
En la línea 2524
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En la sala contigua al gabinete viejo estaban los socios de costumbre, los que no jugaban a nada y los seis que jugaban al ajedrez. ...
En la línea 5453
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral dejó atrás el zaguán, grande, frío y desnudo, no muy limpio; cruzó un patio cuadrado, con algunas acacias raquíticas y parterres de flores mustias; subió una escalera cuyo primer tramo era de piedra y los demás de castaño casi podrido; y después de un corredor cerrado con mampostería y ventanas estrechas, encontró una antesala donde los familiares del Obispo jugaban al tute. ...
En la línea 6690
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Anda, Bautista! —gritó la Marquesa; y la carretela siguió su marcha ante la expectación de sacerdotes, damas y caballeros particulares que paseaban en el Espolón, chiquillos que jugaban en el prado vecino y artesanos que trabajaban al aire libre. ...
En la línea 6890
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hasta entonces no había reparado en unos chiquillos, de diez a doce años, pillos de la calle, que jugaban allí cerca, alrededor de un farol, de los que señalaban el límite del paseo y de la carretera en los espacios que dejaban libres los bancos de piedra. ...
En la línea 812
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Después de tal separación, Rodrigo de Borja había vivido mucho tiempo sin dar ningún escándalo público mientras algunos de sus compañeros del Sacro Colegio jugaban desenfrenadamente o mantenían con ostentación a sus amantes. Sólo parecían preocuparle los cuatro hijos de la Vannoza, atendiendo a su porvenir. Los habla alejado de la casa de su madre por juzgar que esta transteverina guapetona, apasionada, de buenos sentimientos, pero ignorante y vulgar en sus gustos, no podía ser una buena educadora. ...
En la línea 2782
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se hubiera ido así… sabe Dios hasta dónde. Miraba todo con la curiosidad alborozada que las cosas más insignificantes inspiran a la persona salida de un largo cautiverio. Su pensamiento se gallardeaba en aquella dulce libertad, recreándose con sus propias ideas. ¡Qué bonita, verbi gracia, era la vida sin cuidados, al lado de personas que la quieren a una y a quien una quiere… ! Fijose en las casas del barrio de las Virtudes, pues las habitaciones de los pobres le inspiraban siempre cariñoso interés. Las mujeres mal vestidas que salían a las puertas y los chicos derrotados y sucios que jugaban en la calle atraían sus miradas, porque la existencia tranquila, aunque fuese oscura y con estrecheces, le causaba envidia. Semejante vida no podía ser para ella, porque estaba fuera de su centro natural, Había nacido para menestrala; no le importaba trabajar como el obispo con tal de poseer lo que por suyo tenía. Pero alguien la sacó de aquel su primer molde para lanzarla a vida distinta; después la trajeron y la llevaron diferentes manos. Y por fin, otras manos empeñáronse en convertirla en señora. La ponían en un convento para moldearla de nuevo, después la casaban… y tira y dale. Figurábase ser una muñeca viva, con la cual jugaba una entidad invisible, desconocida, y a la cual no sabía dar nombre. ...
En la línea 3575
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al mes, ya Feijoo no podía vivir sin aumentar indefinidamente las horas que al lado de ella pasaba. Muchos días comían o almorzaban juntos, y como ambos amantes habían convenido en enaltecer y restaurar prácticamente la hispana cocina, hacía la individua unos guisotes y fritangas, cuyo olor llegaba más allá de San Francisco el Grande. De sobremesa, si no jugaban al tute, el buen señor le contaba a su querida aventuras y pasos estupendos de su dramática vida militar. Había estado en Cuba en tiempo de la expedición de Narciso López, y trabajó mucho en la persecución y captura del famoso insurgente. Fortunata le oía embelesada, puestos los codos sobre la mesa, la cara sostenida en las manos, los ojos clavados en el narrador, quien bajo la influencia de la atención ingenua de su amada, se sentía más elocuente, con la memoria más fresca y las ideas más claras. «Tú no puedes hacerte cargo de aquellas noches de luna en Cuba, de aquella bóveda de plata resplandeciente, de aquellos manglares que son jardines en medio de los espejos de la mar… Pues aquella noche de que te hablo, estábamos acechando junto a un río, porque sabíamos que por allí habían de pasar los insurgentes. Oímos un chapoteo en el agua; creímos que era un caimán que se escurría entre las cañas bravas. De repente, pim… un tiro. ¡Ellos!… Al instante toda nuestra gente se echa los fusiles a la cara. Ta-ra-ra-trap… Un negrazo salta sobre mí, y zas, le meto el machete por el ombligo y se lo saco por el lomo… No me he visto en otra, hija». ...
En la línea 1250
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... ¡Cuántas veces sentado solo y solitario en uno de los bancos verdes de aquella plazuela vio el incendio del ocaso sobre un tejado y alguna vez destacarse sobre el oro en fuego del espléndido arrebol el contorno de un gato negro sobre la chimenea de una casa! Y en tanto, en otoño, llovían hojas amarillas, anchas hojas como de vid, a modo de manos momificadas, laminadas, sobre los jardincillos del centro con sus arriates y sus macetas de flores. Y jugaban los niños entre las hojas secas, jugaban acaso a recogerlas, sin darse cuenta del encendido ocaso. ...
En la línea 1250
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... ¡Cuántas veces sentado solo y solitario en uno de los bancos verdes de aquella plazuela vio el incendio del ocaso sobre un tejado y alguna vez destacarse sobre el oro en fuego del espléndido arrebol el contorno de un gato negro sobre la chimenea de una casa! Y en tanto, en otoño, llovían hojas amarillas, anchas hojas como de vid, a modo de manos momificadas, laminadas, sobre los jardincillos del centro con sus arriates y sus macetas de flores. Y jugaban los niños entre las hojas secas, jugaban acaso a recogerlas, sin darse cuenta del encendido ocaso. ...
En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...
En la línea 2799
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Llegados a la arista superior del promontorio, vi una vasta llanura blanca cubierta de morsas que jugaban entre sí. Eran bramidos de alegría, no de cólera. ...
En la línea 1686
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Pocket estaba sentada en una silla de jardín y debajo de un árbol, leyendo, con las piernas apoyadas sobre otra silla; las dos amas de la señora Pocket miraban alrededor mientras los niños jugaban. ...
En la línea 1708
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Pocket siguió el consejo y, con la mayor inexperiencia, meció al niño en su regazo, en tanto que los demás jugaban alrededor de ella. Hacía poco que duraba esto, cuando la señora Pocket dio órdenes terminantes de que llevasen a todos los niños al interior de la casa, para echar un sueño. ...
En la línea 980
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corno la abuela no había comido y no abandonaba su sillón, uno de los polacos pudo serle útil. Corrió al buffet para buscar una taza de caldo, luego otra de té. Pero al fin de la jornada, cuando ya era evidente que estaba perdiendo sus últimos billetes de banco, estaban detrás de su sillón hasta seis polacos que habían salido no se sabe de dónde. La abuela veía cómo se le escapaban las últimas monedas y ellos, sin escucharla ni hacerla caso, se inclinaban sobre la mesa, por encima de su cabeza, cogían el dinero ellos mismos, daban órdenes, jugaban, disputaban y trataban de tú por tú al panz honorem, que se había olvidado casi de la existencia de la anciana señora. ...
En la línea 586
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En eso la niña abrió los ojos, unos enormes ojos azules como los de su madre, descubrió a las otras dos que jugaban y sacó la lengua en señal de admiración. ...
En la línea 589
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se avinieron en seguida, y al cabo de un minuto las niñas de la Thenardier jugaban con la recién llegada a hacer agujeros en el suelo. Las dos mujeres continuaron conversando. ...
En la línea 596
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Las tres criaturas jugaban y reían, felices. ...
En la línea 1181
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Esta porción indígena de Yokohama se llama Benten, nombre de una diosa del mar, adorada en las islas vecinas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros; puertas sagradas, de extraña arquitectura; puentes envueltos entre cañas y bambúes; templos abrigados por una muralla, inmensa y melancólica, de cedros seculares; conventos de bonzos, donde vegetaban los sacerdotes del budismo y los sectarios de la religión de Confucio; calles interminables, donde había abundante cosecha de chiquillos, con tez sonrosada y mejillas coloradas, figuritas que parecían recortadas de algún biombo indígena, y que jugaban en medio de unos perrillos de piernas cortas y de unos gatos amarillentos, sin rabo, muy perezosos y cariñosos. ...
En la línea 1962
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Un minuto nada más, y la apuesta estaba ganada. Andrés Stuart y sus compañeros ya no jugaban. ¡Habían abandonado las cartas y contaban los segundos! ...

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Errores Ortográficos típicos con la palabra Jugaban
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