La palabra Hierba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece hierba.
Estadisticas de la palabra hierba
Hierba es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 6750 según la RAE.
Hierba aparece de media 12.79 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la hierba en las obras de referencia de la RAE contandose 1944 apariciones .

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece hierba
La palabra hierba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1399
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y ahora que, frente al ventanuco de la cuadra, se extendía un gran campo de hierba fresca, erguida y ondeante, toda para él; ahora que tenía la mesa puesta, con aquel verde y jugoso mantel que olía a gloria; ahora que engordaba, se redondeaban sus ancas puntiagudas y su dorso nudoso, moría de repente, sin saber de qué, tal vez en uso de su perfecto derecho al descanso, después de sacar a flote a la familia. ...
En la línea 1439
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Más allá de los puentes, al través de sus arcos de piedra, veíanse los rebaños de toros, con las patas encogidas, rumiando tranquilamente la hierba que les arrojaban los pastores, o andando perezosamente por el suelo abrasado, sintiendo nostalgia de las frescas dehesas, plantándose fieramente cada vez que los chicuelos les silbaban desde los pretiles. ...
En la línea 2642
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sus aulas están ahora casi en silencio; la hierba crece en los patios donde en otro tiempo se agolpaban a diario ocho mil estudiantes lo menos, cifra a que hoy en día no llega la población total de la ciudad. ...
En la línea 2697
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Me temo que no haya en casa nada que les venga bien; con todo, vamos a verlo.» En diciendo esto, nos condujo a una corraliza, a espaldas de la casa, que hubiera podido llamarse huerto o jardín de haberse criado en ella árboles o flores; pero sólo producía abundante hierba. ...
En la línea 3000
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ya me volvía a la posada, cuando oí fuerte rumor de voces, y guiándome por ellas no tardé en salir a una especie de prado, donde sobre un montículo estaba sentado un cura vestido de hábitos, leyendo en alta voz un periódico; en torno suyo, de pie o sentados en la hierba, se congregaban unos cincuenta _vecinos_, vestidos casi todos con luengas capas; entre ellos descubrí a mis dos amigos, el cura y el fraile. ...
En la línea 3102
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por fortuna, pude adquirir un jarro grande de leche, porque las vacas abundaban; muchas de ellas pastaban en un pintoresco valle que acabábamos de atravesar, bien poblado de hierba y de árboles, con un arroyuelo cortado por pequeñas cascadas. ...
En la línea 185
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El Polyvorus chimango es mucho más pequeño que la especie precedente. Es un ave verdaderamente omnívora; come de todo, hasta pan; y me han asegurado que devasta los campos de patatas en Chiloé, arrancando los tubérculos que acaban de plantarse. Entre todas las aves que comen carne muerta, suele ser la última que abandona el cadáver de un animal; muy a menudo hasta la he visto en el interior del costillaje de un caballo o de una vaca, como un pájaro dentro de una jaula. El Polyvorus Novae Zelandiae es otra especie muy común en las islas Falkland. Estas aves se parecen casi en todo a las carranchas. Se alimentan de cadáveres y de animales marinos; en los peñones de Ramírez hasta tienen que pedir al mar todo su alimento. En extremo atrevidas, frecuentan las cercanías de las casas para apoderarse de todo cuanto se arroje desde ellas. Así que un cazador mata a un animal, se juntan alrededor suyo en gran número para precipitarse sobre cuanto el hombre pueda abandonar y esperan con paciencia durante horas si es preciso. Cuando están ahitos, hínchaseles el implume buche, lo cual les da un aspecto repulsivo. Suelen atacar a las aves heridas: habiendo llegado a descansar en la costa un Mórfex herido, inmediatamente fue rodeado por varias de esas aves, las cuales acabaron de matarlo a picotazos. El Beagle sólo visitó en verano las islas Falkland; pero los oficiales del buque Aventure, que pasaron un invierno en estas islas, me han citado muchos ejemplos extraordinarios de la audacia y de la rapacidad de estas aves. Una vez atacaron a un perro que dormía a los pies de uno de los oficiales; otra vez, estando de caza, hubo que disputarlas unos gansos que acababan de ser muertos. Dícese que reunidas en bandadas (y en esto se parecen a las carranchas), se colocan junto al boquete de una gazapera y se arrojan sobre el conejo en cuanto sale. Cuando el barco estaba en el puerto iban constantemente a visitarlo y era menester una vigilancia de todos los instantes para impedir que destrozasen los pedazos de cuero que había en las jarcias y llevarse los cuartos de carne o la caza colgados a popa. Estas aves son muy curiosas, y también sólo por eso muy desagradables: recogen todo cuanto pueda haber en el suelo; transportaron a una milla de distancia un gran sombrero de hule y lleváronse también un par de bolas muy pesadas, de las que sirven para la caza de reses mayores. Durante una excursión, Mister Usborne tuvo una pérdida muy sensible, puesto que le robaron una brujulita de Kater, metida en un estuche de tafilete rojo, y jamás pudo recobrarla. Se pelean mucho y tienen terribles accesos de cólera, durante los cuales arrancan la hierba a picotazos. No puede decirse que vivan verdaderamente en sociedad; no se ciernen en las alturas y su vuelo es pesado y torpe; corren con mucha rapidez, y su paso se asemeja bastante al de los faisanes. Son muy estrepitosos, dan varios gritos agudos; uno de esos gritos se parece al de la grulla inglesa, por lo cual les han dado este nombre los pescadores de focas. Circunstancia curiosa: cuando arrojan un grito echan atrás la cabeza, igual que la carrancha. Construyen los nidos en costas escarpadas, pero sólo en los islotes pequeños próximos a la costa y nunca en tierra firme o en las dos islas principales: extraña precaución para un ave tan poco asustadiza y tan atrevida. Los marinos dicen que la carne cocida de estas aves es muy blanda y constituye un manjar excelente; pero se necesita sumo valor para tragar un solo bocado de ella. ...
En la línea 221
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... pequeños; llamanla agua dulce, pero es enteramente salobre, aun en esta época del año, en plena estación de las lluvias. El viaje debe de ser terrible en verano; ya lo era muchísimo cuando lo hice en invierno. El valle del río Negro, por ancho que sea, es una simple excavación de la llanura de gres, porque inmediatamente encima del valle, donde está la ciudad, comienza un llano cortado por algunas depresiones y algunos valles insignificantes. Por todas partes el paisaje ofrece el mismo aspecto estéril; un suelo árido y pedregoso soporta apenas algunas matas de hierba marchita, y acá y allá algunos matorrales espinosos. ...
En la línea 227
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al siguiente día por la mañana, conforme nos acercamos más al río Colorado, advertimos un cambio en la naturaleza del país. Bien pronto llegamos a una llanura que por su hierba, sus flores, el alto trébol que la cubre y el número de búhos pequeños que ella habitan se parece muchísimo a las Pampas. Atravesamos también un pantano fangoso de gran 'extensión; este pantano se seca en estío y entonces se encuentran en él numerosas incrustaciones de diferentes sales; de ahí proviene, sin duda, el llamarle un salitral. Este pantano se hallaba entonces cubierto de plantas bajas, vigorosas, parecidas a las que crecen en las orillas del mar. El Colorado tiene unos 60 metros de anchura en el sitio por donde lo cruzamos; por lo común suele tener doble anchura que ésta. El río tiene un lecho muy tortuoso, indicado por sauces y cañaverales. Dijéronme que en línea recta distábamos nueve leguas de la desembocadura, por agua hay 25 leguas. Nuestro paso en canoa se retardó por un incidente que no dejó de presentarnos un espectáculo bastante curioso: inmensos rebaños de yeguas atravesaban el río a nado, con el fin de seguir a una división del ejército al interior. Nada más cómico que el ver esos cientos y miles de cabezas, vueltas todas en la misma dirección, con las orejas erguidas, con las ventanas de la ...
En la línea 244
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Esas chozas, redondas como hornos, están cubiertas de pieles; a la entrada de cada una de ellas hay un chuzo clavado en tierra. Los toldos están divididos en grupos separados, que pertenecen a las tribus de los diferentes caciques; estos grupos se subdividen a su vez en otros más pequeños, según el grado de parentesco de los poseedores. Seguimos durante muchas millas en el valle del Colorado. Las llanuras de aluvión son muy fértiles en este lado del río y me parecen admirablemente adaptadas para el cultivo de los cereales. Bien pronto volvemos la espalda al río para dirigirnos al norte y entramos en un país que difiere un poco del que atravesamos para llegar al Colorado. El suelo siegue siendo seco y estéril, pero soporta plantas de varias especies; la hierba, aunque siempre agostada y marchita, es más abundante y están más espaciadas las malezas espinosas. Bien pronto desaparecen estas últimas por completo y nada rompe ya entonces la monotonía de la llanura. Este cambio de vegetación señala el comienzo del gran depósito arcilloso-calcáreo que forma la vasta extensión de las Pampas y recubre las rocas graníticas de la banda oriental. Desde el estrecho de Magallanes hasta el Colorado, en una extensión de más de 800 millas (1.290 kilómetros), la superficie del país está en todas partes cubierta por una capa de cantos rodados, casi todos de pórfido, que probablemente proceden de las rocas de las cordilleras. Al norte del Colorado se adelgaza esta capa de guijarros, se hacen éstos cada vez más pequeños y desaparece la vegetación característica de la Patagonia. ...
En la línea 5939
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... huyó hacia las calles anchas, dejó la Encimada con sus resonantes aceras gastadas y estrechas, su triste soledad solemne, su hierba entre los guijarros, sus caserones ahumados, sus rejas de hierro encorvadas, y buscó la Colonia, saliendo por la plaza del Pan, la calle del Comercio y el Boulevard, de cuyos arbolillos caían hojas secas sobre anchas losas. ...
En la línea 7876
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana veía a Edelmira y a Obdulia, que se había declarado maestra de la niña colorada y fuerte, correr como locas por el bosque de robles seculares perseguidas por Paco Vegallana, Joaquín Orgaz y otros íntimos; veíalas arrojarse intrépidas al pozo que estaba cegado y embutido con hierba seca, y en estas y otras escenas de bucólica picante llenas de alegría, misteriosos gritos, sorpresas, sustos, saltos, roces y contactos, no había encontrado más que una tentación grosera, fuerte al acercarse a ella, al tocarla, pero repugnante de lejos, vista a sangre fría. ...
En la línea 8892
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Ah, sí! ella estaba dispuesta a procurar la salvación de su alma, a buscar el camino seguro de la virtud; pero ¡cuánto mejor se hubiera abierto su espíritu a estas grandezas religiosas en un escenario más digno de tan sublime poesía! ¡Cuán difícil era admirar la creación para elevarse a la idea del Creador, en aquella Encimada taciturna, calada de humedad hasta los huesos de piedra y madera carcomida; de calles estrechas, cubiertas de hierba-hierba alegre en el campo, allí símbolo de abandono —, lamidas sin cesar por las goteras de los tejados, de monótono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros puntiagudos!. ...
En la línea 8892
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Ah, sí! ella estaba dispuesta a procurar la salvación de su alma, a buscar el camino seguro de la virtud; pero ¡cuánto mejor se hubiera abierto su espíritu a estas grandezas religiosas en un escenario más digno de tan sublime poesía! ¡Cuán difícil era admirar la creación para elevarse a la idea del Creador, en aquella Encimada taciturna, calada de humedad hasta los huesos de piedra y madera carcomida; de calles estrechas, cubiertas de hierba-hierba alegre en el campo, allí símbolo de abandono —, lamidas sin cesar por las goteras de los tejados, de monótono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros puntiagudos!. ...
En la línea 184
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El ingeniero se fue levantando sobre un codo, y este pequeño movimiento derribó varias escalas portátiles que aun estaban apoyadas en su cuerpo y habían servido para el registro efectuado horas antes. Tres enanos que vagaban sobre su vientre, explorando por última vez los bolsillos de su chaleco, cayeron de cabeza sobre la tupida hierba de la pradera y trotaron a continuación dando chillidos como ratones. Sin dejar de huir se llevaban las manos a diferentes partes de sus cuerpos magullados, mientras una carcajada general del público circulaba por los lindes de la selva. ...
En la línea 322
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A ambos lados, sostenidos por una faja elástica, había en línea como una docena de cilindros de papel blanco, estrechos y prolongados, cuyo interior estaba lleno de una hierba obscura. Estos cilindros tenían recubierto el papel en su parte inferior con un zócalo de oro. ...
En la línea 1623
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tomó a un mismo tiempo con sus dedos el cadaver de Popito y el cuerpo de Ra-Ra, depositándolos de nuevo sobre la chaqueta. Luego hizo una rebusca entre los objetos amontonados en la barca después del registro realizado por la marinería de la escuadra del Sol Naciente, y encontró una pequeña caja de cigarros que el había tomado en su camarote al ocurrir la voladura del paquebote. Los pigmeos la habían dejado vacia después de llevarse las seis columnas de hierba prensada, obscura y picante que contenía su interior, tan altas como sus cuerpos. Esta caja iba a ser el féretro de la dulce Popito. ...
En la línea 1683
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Lo sé demasiado bien. ¡Estás hechizado! Llegaban en ese momento a las márgenes de la selva. Al otro lado se extendía una pequeña pradera, con varios grupos de arecas y maleza y atravesada por un ancho sendero donde crecía la hierba. ...
En la línea 126
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Poco después llegué a la Batería, y allí encontré a mi conocido, abrazándose a sí mismo y cojeando de un lado a otro, como si en toda la noche no hubiese dejado de hacer ambas cosas. Me esperaba. Indudablemente, tenía mucho frío. Yo casi temía que se cayera ante mí y se quedase helado. Sus ojos expresaban tal hambre, que, cuando le entregué la lima y él la dejó sobre la hierba, se me ocurrió que habría sido capaz de comérsela si no hubiese visto lo que le llevaba. Aquella vez no me hizo dar ninguna voltereta para apoderarse de lo que tenía, sino que me permitió continuar en pie mientras abría el fardo y vaciaba mis bolsillos. ...
En la línea 168
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Indiqué la dirección por donde la niebla había envuelto al otro, y él miró hacia allí por un instante. Pero como un loco se inclinó sobre la hierba húmeda para limar su hierro y sin hacer caso de mí ni tampoco de su propia pierna, en la que había una antigua escoriación que en aquel momento sangraba; sin embargo, él trataba su pierna con tanta rudeza como si no tuviese más sensibilidad que la misma lima. De nuevo volví a sentir miedo de él al ver como trabajaba con aquella apresurada furia, y también temí estar fuera de mi casa por más tiempo. Le dije que tenía que marcharme, pero él pareció no oírme, de manera que creí preferible alejarme silenciosamente. La última vez que le vi tenía la cabeza inclinada sobre la rodilla y trabajaba con el mayor ahínco en romper su hierro, murmurando impacientes imprecaciones dirigidas a éste y a la pierna. Más adelante me detuve a escuchar entre la niebla, y todavía pude oír el roce de la lima que seguía trabajando. ...
En la línea 286
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Con el corazón palpitante, a pesar de ir montado en Joe, miré alrededor para observar si divisaba alguna señal de la presencia de los penados. Nada pude ver ni oír. El señor Wopsle me había alarmado varias veces con su respiración agitada, pero ahora ya sabía distinguir los sonidos y podía disociarlos del objeto de nuestra persecución. Me sobresalté mucho cuando tuve la ilusión de que seguía oyendo la lima, pero resultó no ser otra cosa que el cencerro de una oveja. Ésta cesó de pastar y nos miró con timidez. Y sus compañeras, volviendo a un lado la cabeza para evitar el viento y la cellisca, nos miraron irritadas, como si fuésemos responsables de esas molestias. Pero a excepción de esas cosas y de la incierta luz del crepúsculo en cada uno de los tallos de la hierba, nada interrumpía la inerte tranquilidad de los marjales. ...
En la línea 468
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi joven guía cerró la puerta y luego atravesamos el patio, limpio y cubierto de losas, por todas las uniones de las cuales crecía la hierba. El edificio de la fábrica de cerveza comunicaba con la casa contigua por medio de un pasadizo, y las puertas de madera de éste permanecían abiertas, así como también la fábrica, que estaba más allá y rodeada por una alta cerca; pero todo se veía desocupado y con el aspecto de no haber sido utilizado durante mucho tiempo. El viento parecía soplar con mayor frialdad allí que en la calle, y producía un sonido agudo al entrar y salir por la fábrica de cerveza, semejante al silbido que en alta mar se oye cuando el viento choca contra el cordaje de un buque. ...
En la línea 4602
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se incorporó y advirtió, indignado, que tenía el cuerpo dolorido. En el exterior reinaba una espesa niebla que impedía ver nada. Eran cerca de las cinco. Había dormido demasiado. Se levantó, se puso la americana y el abrigo, húmedos todavía, palpó el revólver guardado en el bolsillo, lo sacó y se aseguró de que la bala estaba bien colocada. Luego se sentó ante la mesa, sacó un cuaderno de notas y escribió en la primera página varias líneas en gruesos caracteres. Después de leerlas, se acodó en la mesa y quedó pensativo. El revólver y el cuaderno de notas estaban sobre la mesa, cerca de él. Las moscas habían invadido el trozo de carne que había quedado intacto. Las estuvo mirando un buen rato y luego empezó a cazarlas con la mano derecha. Al fin se asombró de dedicarse a semejante ocupación en aquellos momentos; volvió en sí, se estremeció y salió de la habitación con paso firme. Un minuto después estaba en la calle. Una niebla opaca y densa flotaba sobre la ciudad. Svidrigailof se dirigió al Pequeño Neva por el sucio y resbaladizo pavimento de madera, y mientras avanzaba veía con la imaginación la crecida nocturna del río, la isla Petrovski, con sus senderos empapados, su hierba húmeda, sus sotos, sus macizos cargados de agua y, en fin, aquel árbol… Entonces, indignado consigo mismo, empezó a observar los edificios junto a los cuales pasaba, para desviar el curso de sus ideas. ...
En la línea 4870
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Observando a sus compañeros de presidio, se asombraba de ver cómo amaban la vida, cuán preciosa les parecía. Incluso creyó ver que este sentimiento era más profundo en los presos que en los hombres que gozaban de la libertad. ¡Qué espantosos sufrimientos habían soportado algunos de aquellos reclusos, los vagabundos, por ejemplo! ¿Era posible que un rayo de sol, un bosque umbroso, un fresco riachuelo que corre por el fondo de un valle solitario y desconocido, tuviesen tanto valor para ellos; que soñaran todavía, como se sueña en una amante, en una fuente cristalina vista tal vez tres años atrás? La veían en sus sueños, con su cerco de verde hierba y con el pájaro que cantaba en una rama próxima. Cuanto más observaba a aquellos hombres, más cosas inexplicables descubría. ...
En la línea 459
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se había quedado de pie, y no había cambiado de postura desde que huyó el niño. La respiración levantaba su pecho a intervalos largos y desiguales. Su mirada, clavada diez o doce pasos delante de él, parecía examinar con profunda atención un pedazo de loza azul que había entre la hierba. De pronto, se estremeció: sentía ya el frío de la noche. ...
En la línea 309
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En estrecha relación con las visiones del hombre velludo estaba la llamada que todavía sonaba en las entrañas del bosque. Le producía una gran inquietud y unos extraños deseos. Le hacía experimentar una vaga y dulce alegría y despertaba en él ansias y anhelos salvajes no sabía bien de qué. A veces se internaba en el bosque buscando la llamada como si fuera un objeto tangible, y ladraba apenas o con fuerza, según su humor. Hundía el hocico en el musgo del bosque o en la tierra negra donde crecía alta la hierba, y los densos olores lo hacían resoplar de gozo; o bien se acurrucaba durante horas al acecho, detrás del tronco cubierto de liquen de un árbol caído, con los ojos bien abiertos y las orejas muy erguidas, atento a todo cuanto se movía o sonaba a su alrededor. Puede que en esa actitud esperase descubrir la llamada que no lograba comprender. Aunque no sabía por qué hacía aquellas cosas. Se sentía empujado a hacerlas pero no reflexionaba en absoluto sobre ellas. ...
En la línea 576
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No cabiendo juntos por la angosta senda, iban Lucia y Artegui uno tras otro, si bien Artegui a veces se echaba a campo traviesa, sin gran respeto de la ajena propiedad. Detuvo al fin la niña su indisciplinada carrera al pie de espesos mimbrales, que, creciendo al borde de un pantano, sombreaban pendiente ribazo muy mullido de hierba, y desde el cual se oteaba todo el paisaje recorrido. Dejáronse caer en el natural diván, y vieron tenderse ante ellos la vega, como remendada de varios colores, según eran los de las verduras que en cada heredad se cultivaban. En la blanca cinta de la carretera distinguieron un punto negro: el cesto con las jacas. No picaba el sol; su luz se cernía por un velo de nubes, y la campiña tenía tonos mates, verdes glaucos, amarilleces areniscas, lejanías delicadamente cenicientas, suaves matices que se copiaban en la ciénaga tranquila. ...
En la línea 620
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui no contestó palabra: mas una voz grave y poderosa, retumbando en los cielos, se unió de pronto al extraño dúo. Era el trueno, que estallaba a lo lejos, solemne y terrible. Lucía exhaló un gemido de pavor, cayendo con la faz contra la hierba. Desgarráronse las nubes, y anchas gotas de agua cayeron, sonando como goterones de plomo líquido en la crujiente seda de las frondas de mimbre. Bajose rápidamente Artegui, y tomando con nervioso vigor a Lucía en sus brazos, dio a correr sin mirar por dónde, saltando zanjas, atravesando barbechos, pisando apios y coles, hasta llegar, azotado por la lluvia, perseguido por el trueno que se acercaba, a la carretera. El cochero renegaba del mal tiempo enérgicamente cuando Artegui depositó a Lucía casi exánime en el asiento, subiendo a toda prisa el hule, para guarecerla algo. Las jacas, espantadas, salieron sin aguardar la caricia de la fusta, y, aguzadas las orejas y ensanchando las fosas nasales, arrancaron hacia Bayona. ...
En la línea 770
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Conforme dejaban atrás el puente, llegando a internarse en la frondosa alameda que a Vesse conduce, dilatábasele el corazón a Lucía, creyendo hallarse de veras en el campo. Estaban allí los árboles menos simétricos, limpios y derechos que en Vichy; más desigual el suelo de la ruta; más virgen la hierba de los linderos; menos barnizadas, pulidas y flamantes las quintas y hoteles que ambos lados del camino guarnecían. Ninguna mano celosa barriera las hojas secas que hacían natural y blanca alfombra, ni los parches de boñiga de vaca caídos a trechos como descomunales obleas negras. De tiempo en tiempo veíase algún cobertizo, en cuya sombra relucían los aperos de labranza y el rústico y potente olor de la fecunda tierra labradía penetraba en los pulmones, sano y fuerte como las robustas hortalizas que vegetaban en los huertos próximos. Corta distancia había desde el puente al manantial intermitente. Cruzaban el zaguán de la casita, entraban en el jardín y se dirigían al cenador cubierto de viña virgen, que el pilón resguardaba. Hallábase el pilón vacío, y el tubo de bronce del surtidor no despedía ni gota de agua. Pero Pilar sabía de antemano la hora del singular fenómeno, y calculaba con exactitud. El tiempo que tardaba en presentarse estábase ella inclinada sobre el pilón, palpitante, muda, haciendo un embudo al oído con la diestra. ...
En la línea 800
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía se quedaba pensativa, fija la pupila en las canastillas de flores del parque, que parecían medallones de esmalte prendidos en una falda de raso verde. Formábanlas diversas variedades de colios; los del centro tenían hojas lanceoladas y brillantes, de un morado obscuro, rojo púrpura, rojo ladrillo, rojo de cresta de pavo, rojo rosa. Al borde, una hilera de ruinas de Italia destacaba sus medallitas azuladas sobre el verde campesino, gayo, húmedo, de la hierba. Los alerces y los pinos lárices formaban en algún rincón del parque un grupo nemoroso, suizo, dejando caer sus mil brazos desmadejados, hasta besar lánguidamente el suelo. Las catalpas, majestuosas, filtraban entre su claro follaje los últimos rayos del poniente, y manchillas movedizas y prolongadas de oro danzaban a trechos sobre la fina arena de la avenida. Era un recogimiento de iglesia, impregnado de misterio, un silencio grave, poético, solemne, y parecía sacrilegio turbarlo con una frase o un ademán. ...
Más información sobre la palabra Hierba en internet
Hierba en la RAE.
Hierba en Word Reference.
Hierba en la wikipedia.
Sinonimos de Hierba.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Hierba
Cómo se escribe hierba o hierrba?
Cómo se escribe hierba o hierva?
Cómo se escribe hierba o ierba?
Busca otras palabras en esta web
Palabras parecidas a hierba
La palabra derribos
La palabra continuos
La palabra quedaban
La palabra marchase
La palabra indiferente
La palabra intratable
La palabra gemir
Webs Amigas:
Ciclos formativos en Mallorca . Ciclos Fp de informática en Valladolid . Ciclos formativos en Sevilla . - Apartamentos Gavimar Corporativa en Mallorca