La palabra Hablaba ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece hablaba.
Estadisticas de la palabra hablaba
Hablaba es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1993 según la RAE.
Hablaba tienen una frecuencia media de 48.39 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la hablaba en 150 obras del castellano contandose 7356 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Hablaba
Cómo se escribe hablaba o havlava?
Cómo se escribe hablaba o ablaba?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece hablaba
La palabra hablaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 281
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y prestó dinero a Barret con el insignificante detalle de exigirle una firma -los negocios son negocios- al pie de cierto papel en el que se hablaba de interés, de acumulación de réditos, de responsabilidad de la deuda, mencionando para esto último los muebles, las herramientas, todo cuanto poseía el labrador en su barraca, incluso los animales de corral. ...
En la línea 357
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Contestaba con secos monosílabos a las reflexiones de aquel terne que ahora las echaba de bonachón; y si hablaba, era para repetir siempre las mismas palabras: -¡Pimentó!. ...
En la línea 648
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste sonreía irónicamente, mientras hablaba Pimentó, y éste, al fin, pareció confundido por la serenidad del intruso, anonadado al encontrar un hombre que no sentía miedo en su presencia. ...
En la línea 838
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Creyó ver que hablaba con un hombre, el cual seguía la misma dirección que ella, aunque algo separados, como van siempre los novios en la huerta, pues la aproximación es para ellos signo de pecado. ...
En la línea 125
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A Montenegro no le infundían temor estas amenazas. Las había oído muchas veces: después de un domingo de gran fiesta, el amo hablaba siempre de despedir a los _extranjeros_; pero luego sus conveniencias comerciales le hacían aplazar la resolución, en vista de los buenos servicios que prestaban en el escritorio. ...
En la línea 128
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro se indignó ante el tono despectivo con que hablaba Dupont de su maestro. Palideció de cólera, estremeciéndose como si acabase de recibir un latigazo, y miró de frente con cierta arrogancia a su jefe. ...
En la línea 133
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y con ademanes descompuestos, golpeándose el pecho, hablaba de sus convicciones. Él no tenía simpatía alguna por los gobiernos actuales; al fin, todos eran unos ladrones, y en punto a fe religiosa unos hipócritas que fingían sostener el catolicismo porque lo consideraban una fuerza. ...
En la línea 168
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se tuteaban como dos buenos camaradas; sonreían con la franqueza de la juventud, sin mirar en torno de ellos, pero alegrándose al pensar que muchos ojos estaban fijos en sus personas. Ella hablaba manoteando, amenazándolo con sus uñas sonrosadas cada vez que le decía algo _fuerte_; acompañando sus risas con un taconeo infantil cuando elogiaba su hermosura. ...
En la línea 92
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus palabras tenían mucha mayor publicidad que los artículos del otro. ...
En la línea 171
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... A ésta le hablaba de la vida, de la salud del moribundo, como cosa que volvería probablemente. ...
En la línea 179
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Era también muy discreto cortesano del delirio, como hubiera dicho Resma; los disparates de la imaginación que se despedía de la vida como una orgía de ensueños, los comprendía Cuervo a medias palabras; por una seña, por un gesto; casi los adivinaba; y con la misma serenidad con que daba vueltas al pesado tronco, se atemperaba al absurdo y veía las visiones de que el enfermo hablaba, siguiéndole el humor a la fiebre con santa cachaza, con una fiabilidad caritativa que las Hermanitas de los Pobres admiraban, como obra maestra del arte delicado que cultivaban ellas también. ...
En la línea 201
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Ello era allá, a las altas horas de la noche; el moribundo, algo lejos; por medio, puertas y pasillos; la habitación donde se velaba, más caliente, gracias al fuego de la estufa o del brasero y a la transpiración de los cuerpos; el humo de los cigarros se cortaba en la atmósfera; se hablaba en voz baja; pero algunos por ejemplo, Cuervo, roncaban al hablar, dejaban escapar gruñidos y silbidos, válvulas por donde se iba el aire, la fuerza de la salud rebosando en los fornidos hombrachones. ...
En la línea 158
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan, medio aturdido, sin jubón y con la cabeza toda envuelta en vendas, se levantó y, empujado por el hostelero, comenzó a bajar; pero al llegar a la cocina, lo primero que vio fue a su provocador que hablaba tranquilamente al estribo de una pesada carroza tirada por dos gruesos caballos normandos. ...
En la línea 263
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Es más, a pesar de las grandes estocadas que dejan a uno derrengado y de los ejercicios penosos que fatigan, se había convertido en uno de los másgalantes trotacalles, en uno de los más finos lechuguinos, en uno de los más alambicados ha bladores ampulosos de su época; se hablaba de las aventuras galantes de Tréville como veinte años antes se había hablado de las de Bassom-pierre, lo que no era poco decir. ...
En la línea 302
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por eso se había puesto la capa, según decía a los que le rodea ban, y mientras hablaba desde lo alto de su estatura retorciéndose des-deñosamente su mostacho, admiraban con entusiasmo el tahalí borda do, y D'Artagnan más que ningún otro. ...
En la línea 314
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por hábito, hablaba poco y lentamente, saluda ba mucho, reía sin estrépito mostrando sus dientes, que tenía hermosos y de los que, como del resto de su persona, parecía tener el mayor cuidado. ...
En la línea 487
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Preguntó entonces si entendía el portugués, y el criado respondió qué sí, pero que, a su parecer, hablaba yo mejor el italiano y el francés. ...
En la línea 496
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Mi nuevo amigo, después de encargar la comida, o más bien almuerzo, me invitó con gran amabilidad a participar en él, y, al mismo tiempo, me presentó a su acompañante el oficial, hermano suyo, que también hablaba inglés, pero con menos perfección. ...
En la línea 559
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si les hablaba de religión, mostraban grandísima indiferencia por el asunto, y, haciéndome una cortés inclinación de cabeza, se marchaban lo antes posible. ...
En la línea 736
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me dirigió la palabra en español, idioma que el hidalgo hablaba con facilidad por residir no lejos de la frontera; pero, contra mi costumbre, me mantuve reservado y en silencio. ...
En la línea 1242
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sí, que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la ínsula Firme; y se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. ...
En la línea 2452
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza; antes, decía que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo. ...
En la línea 2586
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario, pero, en fin, salió; y, entre tanto que volvía, quedó Camilia diciendo, como que hablaba consigo misma: »-¡Válame Dios! ¿No fuera más acertado haber despedido a Lotario, como otras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condición, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso llano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. ...
En la línea 3078
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras. ...
En la línea 629
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... También el conejo ha sido introducido con tan buen éxito, que abunda en muchos puntos de la isla. Sin embargo, como el caballo, no se encuentra en ciertas regiones, porque no ha atravesado la gran cadena de colinas que corta en dos la isla, ni aun se hubiera extendido hasta la base de estas colinas si, como me han dicho los gauchos, no se hubiesen traído algunas colonias a estos sitios. No hubiese sospechado que estos animales, indígenas del África septentrional, hubieran podido vivir en un clima tan húmedo como el de estas islas y donde el sol brilla tan poco que el trigo no madura sino raras veces. Se asegura que en Suecia, país que habría podido considerarse como más favorable al conejo, no puede vivir al aire libre. Además, los primeros pares importados han tenido que luchar contra enemigos preexistentes como los zorros y algunos grandes halcones. Los naturalistas franceses han considerado la variedad negra del conejo como una especie distinta, y la han llamado Lepus magellanicus. Se cree que Magallanes hablaba de esta especie cuando trataba de los animales que llamaba conejos; pero entonces aludía a un pequeño cavy que los españoles designan todavía con este nombre. Los gauchos se burlan del que les dice que la especie negra difiere de la especie gris, y añaden que en todo caso no ha extendido su habitación más allá que esta otra especie; sostienen además que nunca se encuentran una de las dos especies aisladas, que emparejan juntas y que los jóvenes son abigarrados. Yo poseo en la actualidad un ejemplar de estos abigarrados jóvenes que tienen en la cabeza manchas muy diferentes de las que describen los sabios franceses. Esta circunstancia demuestra cuánta prudencia han de tener los naturalistas para la adopción de nuevas especies; pues el mismo Cuvier, examinando el cráneo de estos conejos, ha creído probable que constituyese dos especies distintas. ...
En la línea 706
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Contábamos a menudo cómo atraviesan los salvajes Oeus las montañas; «cuando el follaje está rojo», para venir de la costa oriental a la Tierra del Fuego a atacar a los indígenas de esta parte del país. Era muy curioso observarle cuando hablaba así, porque entonces brillaban sus ojos y daba al rostro una expresión salvaje. A medida que avanzamos en el canal del Beagle toma el paisaje un aspecto magnífico y muy original; pero perdemos una gran parte del efecto de conjunto, porque nos hallamos demasiado bajos para ver la sucesión de las cadenas de montañas y no extiende nuestra vista más que por el valle. Las montañas alcanzan aquí una elevación de cerca de 3.000 pies y terminan en vértices agudos o punteados. Crecen en no interrumpida pendiente desde las orillas del mar, y una sombría floresta las cubre por completo hasta los 1.400 ó 1.500 pies de altura. Hasta donde puede extenderse nuestra vista, distinguimos la línea perfectamente horizontal en que dejan de crecer los árboles, lo que resulta espectáculo muy curioso. Esta línea se parece mucho a la que deja la marea alta cuando deposita en la costa las plantas marinas. ...
En la línea 2505
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Habiéndole dirigido un misionero algunas amonestaciones con ese motivo, le respondió muy sorprendido que creía haber seguido en absoluto el método inglés. viejo Shongi, que se hallaba en Inglaterra durante el proceso de la reina, no dejaba nunca de decir, cuando se le hablaba de ello, lo muy mal que le parecía aquel proceder. Cinco mujeres tengo, decía, y preferiría más cortarles la cabeza a todas que someterme a tales molestias por causa de una sola». ...
En la línea 230
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mientras el acólito hablaba así, en voz baja, a Bismarck que se había atrevido a acercarse, seguro de que no había peligro, el Magistral, olvidado de los campaneros, paseaba lentamente sus miradas por la ciudad escudriñando sus rincones, levantando con la imaginación los techos, aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa, como el naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos. ...
En la línea 268
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta! Mientras el auditorio aguardaba en silencio, respirando apenas, a que la emoción religiosa permitiera al orador continuar, él oía como en éxtasis de autolatría el chisporroteo de los cirios y de las lámparas; aspiraba con voluptuosidad extraña el ambiente embalsamado por el incienso de la capilla mayor y por las emanaciones calientes y aromáticas que subían de las damas que le rodeaban; sentía como murmullo de la brisa en las hojas de un bosque el contenido crujir de la seda, el aleteo de los abanicos; y en aquel silencio de la atención que esperaba, delirante, creía comprender y gustaba una adoración muda que subía a él; y estaba seguro de que en tal momento pensaban los fieles en el orador esbelto, elegante, de voz melodiosa, de correctos ademanes a quien oían y veían, no en el Dios de que les hablaba. ...
En la línea 296
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultra-tumba. ...
En la línea 487
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar. ...
En la línea 65
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El amigo de madame Pineda se daba cuenta del concepto que tenían de él muchos hombres y mujeres con los que hablaba en comidas y bailes. Sólo decían que era simpático y distinguido; pero Claudio leía algo más en el silencio continuador de tales palabras. Como la viuda argentina era rica, tal vez le creían protegido por sus amorosas larguezas. Esto no era pecado ni defecto entre las gentes de dicho mundo. Casi aumentaba a los ojos de las señoras el valor de un hombre dándole el atractivo de una alhaja cara, de todo objeto de lujo que cuesta mucho dinero. ...
En la línea 72
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Además, al lado de esta mujer que hablaba a todas horas de vestidos y recibía semanalmente nuevos trajes, le era preciso ocuparse de su indumento con una minuciosidad femenil, yendo en busca del sastre cada vez que ella fijaba su atención en el porte y las novedades de algún gentleman recién llegados de Londres. ...
En la línea 144
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La conversación se convertía en monólogo, y don Baltasar hablaba horas y horas, sin darse cuenta de su esfuerzo. ...
En la línea 259
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Algunas veces hablaba melancólicamente a sus íntimos, recordando la profecía del maestro Vicente Ferrer. Nunca llegaría a Papa. Aquel santo predicador se había equivocado. Otro fraile ascético, que luego figuró igualmente en los altares, San Juan de Capistrano, gran amigo de Alfonso de Borja, oyó muchas veces cómo recordaba éste dicha predicción, seguro de que iba a resultar falsa. ...
En la línea 375
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La única satisfacción de Gillespie era ver aparecer sobre un borde de su mesa el abultado cuerpo, la sonrisa bondadosa, los anteojos redondos y el gorro universitario del profesor Flimnap. Era el único pigmeo que hablaba correctamente el inglés y con el que podía conversar sin esfuerzo alguno. Los otros personajes, así los universitarios como los pertenecientes al gobierno, conocían su idioma como se conoce una lengua muerta. Podían leerlo con más o menos errores; pero, cuando pretendían hablarlo, balbuceaban a las pocas frases, acabando por callarse. ...
En la línea 481
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap miró a un lado y a otro, como si algún indiscreto pudiese entenderle, a pesar de que hablaba en inglés. Luego dijo, bajando un poco la voz: ...
En la línea 549
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El hombrecito de los velos blancos tuvo que callar repentinamente para afirmarse sobre sus pies y no caer de una altura tan enorme. La mano de Gillespie había temblado con la emoción de la sorpresa. El pigmeo que tenía junto a sus ojos presentaba una rara semejanza con su propia persona. Era un Edwin Gillespie considerablemente disminuido; sus mismos ojos, su mismo rostro, igual estatura dentro de las proporciones de su pequeñez. Hasta creyó que su voz tenía el mismo timbre, considerablemente debilitado. Parecía que era el mismo quien hablaba desde una larga distancia. ...
En la línea 598
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - No; me lo enseñó mi madre, que lo hablaba tan bien como el doctor. En mi familia era tradicional el conocimiento de esta lengua. El profesor Flimnap se interesa por mi porque conoció a mi madre y a otros de mi casa. Pero como el hecho de haber sido amigo de los míos casi representa un delito, el doctor me protege ocultamente y nunca habla de mis padres. ...
En la línea 51
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Muchas veces había visto la hija de Arnaiz al chico de Santa Cruz; pero nunca le pasó por las mientes que sería su marido, porque el tal, no sólo no le había dicho nunca media palabra de amores, sino que ni siquiera la miraba como miran los que pretenden ser mirados. Baldomero era juicioso, muy bien parecido, fornido y de buen color, cortísimo de genio, sosón como una calabaza, y de tan pocas palabras que se podían contar siempre que hablaba. Su timidez no decía bien con su corpulencia. Tenía un mirar leal y cariñoso, como el de un gran perro de aguas. ...
En la línea 55
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesión iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandullón, no tenía alma para sacarla fuera. «¿Me querrá?» se preguntaba la novia. Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explícitamente, era por pura cortedad y por no saber cómo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reduciéndose a declararlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresivas. Sin duda el amor más sublime es el más discreto, y las bocas más elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca. Mas no se tranquilizaba la joven razonando así, y el sobresalto y la incertidumbre no la dejaban vivir. «¡Si también le estaré yo queriendo sin saberlo!» pensaba. ¡Oh!, no; interrogándose y respondiéndose con toda lealtad, resultaba que no le quería absolutamente nada. Verdad que tampoco le aborrecía, y algo íbamos ganando. ...
En la línea 67
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En este interesante periodo de la crianza del heredero, desde el 45 para acá, sufrió la casa de Santa Cruz la transformación impuesta por los tiempos, y que fue puramente externa, continuando inalterada en lo esencial. En el escritorio y en el almacén aparecieron los primeros mecheros de gas hacia el año 49, y el famoso velón de cuatro luces recibió tan tremenda bofetada de la dura mano del progreso, que no se le volvió a ver más por ninguna parte. En la caja habían entrado ya los primeros billetes del Banco de San Fernando, que sólo se usaban para el pago de letras, pues el público los miraba aún con malos ojos. Se hablaba aún de talegas, y la operación de contar cualquier cantidad era obra para que la desempeñara Pitágoras u otro gran aritmético, pues con los doblones y ochentines, las pesetas catalanas, los duros españoles, los de veintiuno y cuartillo, las onzas, las pesetas columnarias y las monedas macuquinas, se armaba un belén espantoso. ...
En la línea 81
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... He dicho que eran nueve. Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echábalo a broma, confiando en la buena mano que tenía su mujer para todo. «Verán—decía—, cómo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera». Pero la fecunda esposa no las tenía todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema económico. Cuando hablaba de esto con su cuñada Barbarita, lamentábase de parir hembras como de una responsabilidad. Durante su campaña prolífica, desde el 38 al 60, acontecía que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntárselo, y lo daba por hecho. «Ahora—le decía—, vas a tener un muchacho». Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, respondía: «Varón o hembra, estos regalos debieran ser para ti. A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». ...
En la línea 5
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En la antigua ciudad de Londres, un cierto día de otoño del segundo cuarto del siglo XVI, le nació un niño a una familia pobre, de apellido Canty, que no lo deseaba. El mismo día otro niño inglés le nació a una familia rica, de apellido Tudor, que sí lo deseaba. Toda Inglaterra también lo deseaba. Inglaterra lo había deseado tanto tiempo, y lo había esperado, y había rogado tanto a Dios para que lo enviara, que, ahora que había llegado, el pueblo se volvió casi loco de alegría. Meros conocidos se abrazaban y besaban y lloraban. Todo el mundo se tomó un día de fiesta; encumbrados y humildes, ricos y pobres, festejaron, bailaron, cantaron y se hicieron más cordiales durante días y noches. De día Londres era un espectáculo digno de verse, con sus alegres banderas ondeando en cada balcón y en cada tejado y con vistosos desfiles por las calles. De noche era de nuevo otro espectáculo, con sus grandes fogatas en todas las esquinas y sus grupos de parrandistas alegres alborotando en,torno de ellas. En toda Inglaterra no se hablaba sino del nuevo niño, Eduardo Tudor, Príncipe de Gales, que dormía arropado en sedas y rasos, ignorante, de todo este bullicio, sin saber que lo servían y lo cuidaban grandes lores y excelsas damas, y, sin importarle, además. Pera no se hablaba del otro niño, Tom Canty, envuelto en andrajos, excepto entre la familia de mendigos a quienes justo había venido a importunar con su presencia. ...
En la línea 391
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El que hablaba era una especie de don César de Bazán por su traje, su aspecto y su porte. Era alto, delgado y musculoso. Su jubón y sus calzas eran de rico género, pero marchitos y raídos, y su adorno de encaje estaba tristemente deslucido; su lechuguilla, estaba ajada y estropeada; la pluma de su sombrero alicaído estaba rota y tenía aspecto sucio y poco respetable. Al costado llevaba un largo estoque en una oxidada vaina de hierro; su actitud fanfarrona lo delataba de inmediato como un espadachín en campaña. Las palabras de esta fantástica figura fueron recibidas con una explosión de júbilo y risas. Algunos gritaron: '¡Es otro príncipe disfrazado!' '¡Cuidado con lo que hablas, amigo, parece que es peligroso!' 'En verdad lo parece: mira sus ojos.' 'Separa de él al chico.' 'Al abrevadero de los caballos con él.' ...
En la línea 896
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La madre de las niñas recibió bondadosamente al rey, y se mostró llena de compasión, porque su desamparo y su razón, al parecer perturbada, conmovieron su corazón de mujer. Era viuda y pobre, conocía las penas demasiado de cerca para no compadecerse de los infortunados. Pensó que el demente niño se había extraviado alejándose de sus amigos y deudos, y así quiso averiguar de dónde venía, para poder dar pasos encaminados a devolverlo; mas todas sus referencias a las aldeas y lugares vecinas, y todas sus preguntas en el mismo sentido, no dieron resultado, porque en la cara del niño y en sus respuestas bien se notaba, que las cosas a que se refería la buena mujer, no le eran familiares. El rey hablaba con gravedad y sencillez de asuntos de la corte, y mas de una vez ahogaron su habla los sollozos al mencionar al difunto rey, su padre; pero siempre que la conversación cambiaba y versaba sobre materias menos elevadas, el niño perdía interés y permanecía en silencio. ...
En la línea 1180
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Oh! No hablaba de él, sir Miles. ...
En la línea 302
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –De seguro que le hablaba a usted en esa maldita jerga que llaman esperanto –dijo la tía, que a este punto entraba. Y añadió dirigiéndose a su marido–: Fermín, este señor es el del canario. ...
En la línea 384
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Como Orfeo no había visto nunca un telar, es muy difícil que entendiera a su amo. Pero mirándole a los ojos mientras hablaba adivinaba su sentir. ...
En la línea 488
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Al día siguiente de esto hablaba Eugenia en el reducido cuchitril de una portería con un joven, mientras la portera había salido discretamente a tomar el fresco a la puerta de la casa. ...
En la línea 1029
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Mauricio se quedó un breve rato como suspenso; mas pronto se repuso, encendió un cigarrillo, salió a la calle y le echó un piropo a la primera moza de garbo que pasó a su lado. Y aquella noche hablaba, con un amigo, de don Juan Tenorio. ...
En la línea 735
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Durante la noche la canoa avanzó sin encontrar ningún crucero. El malayo ya no hablaba, temeroso de que Sandokán lo tirara al agua. ...
En la línea 1000
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Eran en ese momento las diez de la mañana. Los rayos del sol tocaban la superficie de las aguas en un ángulo bastante oblicuo, y al contacto de su luz descompuesta por la refracción, como a través de un prisma, flores, rocas, plantas, conchas y pólipos se teñían en sus bordes de los siete colores del espectro. El entrelazamiento de colores era una maravilla, una fiesta para los ojos, un verdadero calidoscopio de verde, de amarillo, de naranja, de violeta, de añil, azul-… . en fin, toda la paleta de un furioso colorista. ¡Cuánto sentía no poder comunicar a Conseil las vivas sensaciones que me embargaban y rivalizar con él en exclamaciones de admiración! No sabía, como el capitán Nemo y su compañero, cambiar mis pensamientos por signos convenidos. Por ello, me hablaba a mí mismo y gritaba en la esfera de cobre que rodeaba mi cabeza, gastando así en vanas palabras más aire de lo conveniente. ...
En la línea 1053
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Siendo obvio que el capitán Nemo no esperaba de mí ninguna respuesta, me pareció inútil asentir a sus palabras con fórmulas tales como «evidentemente», «así es», «tiene usted razón»… Se hablaba más bien a sí mismo, con largas pausas entre frase y frase. Era una meditación en alta voz. ...
En la línea 1207
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El canadiense le miró y se alzó de hombros. Era el marino quien hablaba en él. ...
En la línea 2019
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Y cuando Conseil hablaba así, no había más que decir. ...
En la línea 481
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aunque me llamaba muchacho con tanta frecuencia y con tono que estaba muy lejos de resultar lisonjero, ella era casi de mi misma edad, si bien parecía tener más años a causa del sexo a que pertenecía, de que era hermosa y de que se movía y hablaba con mucho aplomo. Por eso me demostraba tanto desdén como si tuviese ya veintiún años y fuese una reina. ...
En la línea 517
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Seguía mirando su imagen reflejada por el espejo, y como yo me figurase que hablaba consigo misma, me quedé quieto. ...
En la línea 544
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Si se exceptúa una leve sonrisa que observé en el rostro de la señorita Havisham, habría podido creer que no sabía sonreír. Asumió una expresión vigilante y pensativa, como si todas las cosas que la rodeaban se hubiesen quedado muertas y ya nada pudiese reanimarlas. Se hundió su pecho y se quedó encorvada; también su voz habíase debilitado, de manera que cuando hablaba, su tono parecía ser mortalmente apacible. Y en conjunto tenía el aspecto de haberse desplomado en cuerpo y alma después de recibir un tremendo golpe. ...
En la línea 612
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — ¿No sabes - añadió el señor Pumblechook - que cuantas veces estuve allí, me llevaron a la parte exterior de la puerta de su habitación y así ella me hablaba a través de la hoja de madera? No me digas ahora que no conoces este detalle. Sin embargo, el muchacho ha entrado allí para jugar. ¿Y a qué jugaste, muchacho? ...
En la línea 177
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando trajo la sopa y Raskolnikof se puso a comer, Nastasia se sentó a su lado, en el diván, y empezó a charlar. Era una campesina que hablaba por los codos y que había llegado a la capital directamente de su aldea. ...
En la línea 442
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Desde este momento, el tema de la charla fue Lisbeth. El estudiante hablaba de ella con un placer especial y sin dejar de reír. El oficial, que le escuchaba atentamente, le rogó que le enviara a Lisbeth para comprarle alguna ropa interior que necesitaba. ...
En la línea 530
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Buenas tardes, Alena Ivanovna ‑empezó a decir en el tono más indiferente que le fue posible adoptar. Pero sus esfuerzos fueron inútiles: hablaba con voz entrecortada, le temblaban las manos‑. Le traigo… , le traigo… una cosa para empeñar… Pero entremos: quiero que la vea a la luz. ...
En la línea 802
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑En mi casa no hay escándalos ni pendencias, señor capitán ‑se apresuró a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso fácilmente, pero con notorio acento alemán)‑. Ni el menor escándalo ‑ella decía «echkándalo»‑. Lo que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa… Se lo voy a contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, señor capitán. Yo no quería «echkándalos»… Él vino como una cuba y pidió tres botellas ‑la alemana decía «potellas»‑. Después levantó las piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y… , se lo confieso, señor capitán… , se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man muss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida. ...
En la línea 142
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamás con entera confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí ponía refinamientos del siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me contaba sólo una parte de los hechos si creía necesario utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamás tranquilizarme con una explicación amable. ...
En la línea 151
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Aquí, entre nosotros, dicen que es una francesa distinguida, a la que acompaña su madre, una dama muy rica. Se sabe también que es una prima lejana de nuestro marqués. Parece ser que antes de mi viaje a París el francés y la señorita Blanche habían tenido relaciones mucho más ceremoniosas, vivían en un plan más reservado. Ahora su amistad y su parentesco se manifiestan de una manera más atrevida, más íntima. Quizá nuestros asuntos les parecen en tan mal estado que juzgan inútil hacer cumplidos y disimular. Noté anteayer que Mr. Astley hablaba con la señorita Blanche y su madre como si las conociera. Me parece también que el francés se había entrevistado con anterioridad con Mr. Astley. ...
En la línea 239
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Pero —dijo asombrada Paulina—, ¿no abrigaba usted la misma esperanza? Hace quince días me habló usted de su seguridad absoluta de ganar aquí a la ruleta y me rogaba que no le tuviese por un insensato. ¿Era una broma suya? Nunca lo hubiera creído, pues usted me hablaba, lo recuerdo, en un tono muy serio. ...
En la línea 289
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —No me interrogue. Conteste. Al que yo designaría. Quiero saber si usted me hablaba formalmente hace un momento. ...
En la línea 199
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena había oído referir ciertas cosas en distintos sitios. Se hablaba de un vagabundo de mala catadura; se decía que había llegado un hombre sospechoso, que debía estar en alguna parte de la ciudad, y que podían tener un mal encuentro los que aquella noche se olvidaran de recogerse temprano y de cerrar bien sus puertas. ...
En la línea 228
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Mientras hablaba había dejado el saco y el palo en un rincón, guardado su pasaporte en el bolsillo y tomado asiento. La señorita Baptistina lo miraba con dulzura. ...
En la línea 310
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Jean Valjean hablaba poco y no reía nunca. Era necesaria una emoción fuertísima para arrancarle, una o dos veces al año, esa lúgubre risa del forzado que es como el eco de una risa satánica. Parecía estar ocupado siempre en contemplar algo terrible. ...
En la línea 395
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Algunos momentos después se sentaba en la misma mesa a que se había sentado Jean Valjean la noche anterior. Mientras desayunaba, monseñor Bienvenido hacía notar alegremente a su hermana, que no hablaba nada, y a la señora Magloire, que murmuraba sordamente, que no había necesidad de cuchara ni de tenedor, aunque fuesen de madera, para mojar un pedazo de pan en una taza de leche. ...
En la línea 239
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero, en general, el amor de Buck se expresaba en idolatría. Aunque se volvía loco de contento cuando Thornton lo tocaba o le hablaba, nunca mendigaba cariño. A diferencia de Skeet, que acostumbraba a meter el hocico bajo la mano de Thornton y moverlo con insistencia hasta recibir la caricia, o de Nig, que se acercaba en silencio y ponía la gran cabeza sobre sus rodillas, Buck se conformaba con adorarlo a distancia. Pasaba horas tumbado, alerta, atento, a los pies de Thornton, mirándole el rostro, concentrado en él, estudiándolo, fijándose con profundo interés en cada gesto, en cada movimiento o cambio de expresión. O a veces, tumbado más lejos, a un lado o detrás de Thornton, observaba su silueta y los movimientos de su cuerpo. Y con frecuencia, tal era la comunión en la que vivían, la intensidad -de su mirada hacía que John Thornton volviera la cabeza y se la devolviera sin palabras, con un brillo de amor en los ojos que encendía el corazón de Buck. ...
En la línea 692
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Sí, mucho, mucho… -ceceó rápidamente Gonzalvo, que solía al pronunciar comerse dos o tres letras de cada palabra, repitiendo en cambio la palabra misma dos o tres veces, lo que hacía galimatías peregrino, sobre todo cuando hablaba colérico, barajando o suprimiendo vocablos enteros: ...
En la línea 460
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte, con los pies envueltos en la manta de viaje, dormía profundamente, sin soñar que se hablaba de él. ...
En la línea 906
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte llegó al puerto Victoria. Allí, en la embocadura del río Cantón, había un hormiguero de buques de todas las naciones: ingleses, franceses, americanos, holandeses, navíos de guerra y mercantes, embarcaciones japonesas y chinas, juncos, sempos, tankas y aun barcos flores que formaban jardines flotantes sobre las aguas. Paseándose, Picaporte observó cierto número de indígenas vestidos de amarillo, muy avanzados en edad. Habiendo entrado en una barbería china para hacerse afeitar a lo chino, supo por el barbero, que hablaba bastante bien el inglés, que aquellos ancianos pasaban todos de ochenta años, porque al llegar a esta edad tenían el privilegio de vestir de amarillo, que es el color imperial. A Picaporte le pareció esto muy chistoso sin saber por qué. ...
En la línea 955
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El inspector de policía se pasó la mano por la frente y vacilaba antes de tomar la palabra. ¿Qué debía hacer? El error de Picaporte parecía sincero, pero dificultaba todavía mas su proyecto. Era evidente que el muchacho hablaba con absoluta buena fe y que no era el cómplice de su amo, lo cual hubiera podido recelar Fix. ...
En la línea 1268
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Además, mistress Aouida se interesaba muchísimo en los proyectos del gentleman. Le inquietaban las contrariedades que pudieran comprometer el éxito del viaje, y a veces hablaba con Picaporte, que no dejaba de leer entre renglones en el corazón de mistress Aouida. Este buen muchacho tenía ahora en su amo una fe ciega; no agotaba los elogios sobre su honradez, la generosidad, la abnegación de Phileas Fogg, y después tranquilizaba a mistress Aouiuda sobre el éxito del viaje, repitiendo que lo más difícil estaba hecho, que ya quedaban atrás los fantásticos países de la China y del Japón, que ya marchaban hacia las naciones civilizadas, y, por último, que un tren de San Francisco a Nueva York, y un transatlántico de Nueva York a Londres, bastarían indudablemente para terminar esa dificultosa vuelta al mundo en los plazos convenidos. ...

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