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La palabra gruesas
Cómo se escribe

la palabra gruesas

La palabra Gruesas ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece gruesas.

Estadisticas de la palabra gruesas

Gruesas es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 11490 según la RAE.

Gruesas aparece de media 6.49 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la gruesas en las obras de referencia de la RAE contandose 987 apariciones .

Algunas Frases de libros en las que aparece gruesas

La palabra gruesas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2120
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Para el forzudo Batiste era un arma terrible este asiento de fuertes travesaños y gruesas patas de algarrobo con aristas pulidas por el uso. ...

En la línea 9932
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... »Como se comprenderá, estas relaciones de parentesco entre Aramis y una costurera que llamaba a la reina hermana suya habían ame nizado la cháchara de los jóvenes; pero Aramis, después de haberse ruborizado dos o tres veces hasta el blanco de los ojos ante las gruesas bromas de Porthos, había rogado a sus amigos que no volvieran a to car el tema, declarando que si se le volvía a decir una sola pala bra,no imploraría más a su prima como intermediaria en este tipo de asuntos. ...

En la línea 10655
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo LXVEl juicioEra una noche tormentosa y lúgubre, gruesas nubes corrían por el cielo velando la claridad de las estrellas; la luna no debía aparecer has ta medianoche. ...

En la línea 10801
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Enfrente, el Lys hacía rodar sus aguas semejantes a un río de estaño fundido, mientras que en la otra orilla se veía la masa negra de los árboles perfilarse sobre un cielo tormen toso invadido por gruesas nubes de cobre que hacían una especie de crepúsculo en medio de la noche. ...

En la línea 314
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Este aumento de asignacion anual á las prebendas, tengo entendido se verificó á pretesto de la pérdida ó quebranto que sufrieran por la falta del importe de boleta que tenian en la Nao cuando esta concluyó, la cual vendian al comercio, y con ello tenian un sobresueldo; mas la misma pérdida y quebranto sufrieron los rejidores perpétuos del ayuntamiento de Manila, cuyas plazas compraban por gruesas cantidades, y ni se les han satisfecho por el Gobierno sus capitales, ni se les ha indemnizado de otro modo sus pérdidas reales y efectivas: ademas de los rejidores, igual derecho de boleta tenian las viudas y huérfanos de militares y otras personas necesitadas, y tampoco han recibido indemnizacion alguna por tal pérdida, y acaso su único recurso para su subsistencia, cuando las prebendas tenian y les quedaron otros ausilios para mantener con decoro á los que las sirviesen; con que ó aquel aumento por tal razon es injusto, ó si es justo, la misma indemnizacion se debe á los rejidores, viudas, huérfanos y demas clases que percibian el ausilio de boleta. ...

En la línea 486
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... En la memoria citada, despues de comentarse prácticamente el progresivo y considerable aumento de las rentas en Filipinas, con pago de gruesas cantidades por deudas atrasadas de mas de 40 años, y despues de dejar cubiertas todas las atenciones, cargas y obligaciones del tesoro, habia en él totalmente libres en aquella fecha (1835) muy cerca de un millon de pesos fuertes en existencia metálica, y los almacenes, fábricas &c. ...

En la línea 2969
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Vestía una holgada casaca negra de largos faldones, calzón también negro y gruesas medias de estambre del mismo color. ...

En la línea 3145
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Las pozas debían de ser abundantes en pesca; con mucha frecuencia saltaban del agua gruesas truchas y cazaban las brillantes moscas que pasaban rozando la engañosa superficie. ...

En la línea 7120
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El terreno estaba densamente cubierto por los arboles ya descritos, que esparcían sus singulares ramas por la superficie, y cuyas gruesas hojas aplastábamos con los pies al andar. ...

En la línea 125
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Quizá convenga mencionar aquí que junto a Santa Fe Bajada hallé muchas arañas gruesas, negras, con manchas rojas en el dorso; estas arañas viven en bandadas. ...

En la línea 233
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... su adversario con las bolas, y de matar a éste con el chuzo mientras está cogido por la montura. Si las bolas no alcanzan sino al cuello o al cuerpo de un animal, se pierden a menudo; pues bien, como se necesitan dos días para redondear esas piedras, su fabricación es una fuente de trabajo continuo. Muchos de ellos, hombres y mujeres, se pintan de rojo la cara; pero nunca he visto aquí las bandas horizontales tan comunes entre los fueguinos. Su principal orgullo consiste en que todos los arneses de sus monturas sean de plata. En tratándose de un cacique, las espuelas, los estribos, las bridas del caballo, así como el mango del cuchillo, todo es de plata. Un día vi a un cacique a caballo; las riendas eran de hilo de plata y no más gruesas que una cuerda de látigo; no dejaba de presentar algún interés el ver a un caballo fogoso obedecer a una cadena tan ligera. ...

En la línea 308
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ejemplo: en la punta de una estaca, en un peñasco desnudo o en un cactus. Ese nido se compone de barro y pedazos de paja, con unas paredes muy gruesas y muy sólidas; su forma es enteramente la misma de un horno o de una colmena achatada. La abertura del nido es ancha y en forma de bóveda; frente por frente de esa abertura, en el interior del nido, hay un tabique que sube casi hasta el techo, formando así un corredor o una antecámara que precede al mismo nido. ...

En la línea 316
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Añadiré también algunas observaciones acerca de la invernada de los animales en esta parte de la América del Sur. Cuando llegamos a Bahía Blanca, el 7 de septiembre de 1832, nuestra primera idea fue que la naturaleza había negado toda especie de animales a este país seco y arenoso. Sin embargo, al ahondar en el suelo encontré varios insectos, gruesas arañas y lagartos, en un estado de semiestupor. El día 15 empezaron a aparecer algunos animales, y el 18 (quince días antes del equinoccio) todo anunció el comienzo de la primavera. Acederas de color de rosa, guisantes silvestres, enotéreas y geranios, cubriéndose de flores que esmaltaron las llanuras. Las aves empezaron a poner huevos. ...

En la línea 675
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes, que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su aflicción a los deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor Flimnap. Las había enjutas de cuerpo, con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes, contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza de los libros. ...

En la línea 808
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pájaros, unas veces en forma de triángulo, otras en forma de corona, siendo las más grandes de estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva adormecida escapaban asustados al sentir la aproximación de este monstruo inmenso. Bajo sus pies morían a miles las flores y los insectos; cada una de sus huellas era un cementerio vegetal y animal. Las grandes bestias de caza, del tamaño de ratas, capaces de poner en peligro la vida de un cazador pigmeo, corrían en galope furioso, temerosas y encolerizadas a la vez por la intrusión de esta montaña andante, que podía aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los troncos de los árboles más antiguos. ...

En la línea 4078
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no necesitó más, y fue a la otra casa, donde encontró a la comandanta muy afanada, porque no era un almuerzo, sino tres los que tenía que preparar, el de Juan Antonio y el de dos obreros más, cuyas respectivas mujeres se habían ido ya para la fábrica, dejándole aquel encargo. «Váyase usted a la compra—le dijo—, que de las tortillas se encarga una servidora… ». Mucho agradeció esto doña Fuensanta, y poniéndose su toquilla encarnada, quedándose con la bata de tartán y las gruesas zapatillas de orillo, cogió el cesto y el portamonedas y fue a pedir órdenes a Severiana, que estaba en la sala, dentro de una nube de polvo. «Tráigame usted un codillo como el del otro día, para ponerlo en sal… un cuarterón de agujas cortas… Tocino hay en casa… ¡Ah!, no olvide las zanahorias, ni el cuarto de gallina… Si trae para usted sesada de carnero, cómpreme otra a mí… ...

En la línea 4604
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Errores de la teogonía egipcia y persa… Esto reza el epígrafe del capítulo… Pero, criatura, ¿que siempre ha de estar usted metiéndose en lo que no le importa? ¿Qué le va a usted ni qué le viene con que aquellos bárbaros, que ya se murieron hace miles de años, adoraran muchos dioses?… Es gana de meterse en vidas ajenas. ¡Que tenían los dioses por gruesas! Bueno, ¿y qué? ¿Acaso los tiene usted que mantener? Lo que yo digo: es gana de entrometerse. No puedo ver tanta tontería (exaltándose más a cada frase y llegando hasta la cólera); no puedo ver que un cristiano se queme las cejas por averiguar cosas de las cuales ha de sacar lo que el negro del sermón… Que le escondo los libros, que se los quemo… Voy al momento». ...

En la línea 542
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Estaba despierto. Abrió los ojos y vio arrodillado junto a su lecho al Primer Lord de la Cámara, ricamente vestido. La belleza del sueño desvanecióse y el pobre muchacho conoció que era cautivo y rey. La estancia estaba llena de cortesanos con capas de púrpura –el color de luto– y de nobles servidores del monarca. Tom se sentó en la cama, y por entre las gruesas cortinas de seda miró tan selecta compañía. ...

En la línea 862
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió andando, ofendido, indignado y resuelto a no volver a exponerse a semejante trato; pero el hambre es el amo del orgullo. Así, cuando empezo a caer la noche, hizo otro intento en una nueva casa de labor, pero allí escapó peor que antes, porque le dirigieron palabras gruesas y le amenazaron con prenderle por vagabundo como no se largara más que de prisa. ...

En la línea 1258
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los frutos no contenían hueso. Conseil llevó una docena de ellos a Ned Land, quien los colocó sobre las ascuas tras haberlos cortado en gruesas rodajas. ...

En la línea 1653
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los peces continuaban sumiéndonos en la mayor admiración, cuando a través de los cristales del Nautilus sorprendíamos los secretos de su vida acuática. Vi algunas especies que no me había sido dado poder observar hasta entonces. Entre ellas citaré los ostracios, habitantes del mar Rojo, de las aguas del Indico y de las que bañan las costas de la América equinoccial. Estos peces, al igual que las tortugas, los armadiros, los erizos de mar y los crustáceos, se protegen bajo una coraza que no es pétrea ni cretácea, sino verdaderamente ósea. Algunos de estos ostracios o peces cofre tienen una forma triangular y otros cuadrangular. Entre los triangulares, había algunos de medio decímetro de longitud, de una carne excelente, marrones en la cola y amarillos en las aletas, cuya aclimatación a las aguas dulces yo recomendaría. Hay un cierto número de peces marinos que pueden acostumbrarse fácilmente al agua dulce. Citaré también ostracios cuadrangulares, de cuyo dorso sobresalían cuatro grandes tubérculos, y otros con manchitas blancas en la parte inferior, que son tan domesticables como los pájaros; trigones, provistos de aguijones formados por la prolongación de sus placas óseas, a los que su singular gruñido les ha ganado el nombre de «cerdos marinos», y los llamados dromedarios por sus gruesas gibas en forma de cono, cuya carne es dura y coriácea. ...

En la línea 2446
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al contornear la cresta más elevada de las rocas que formaban la base de la bóveda, pude ver que las abejas no eran los únicos representantes del reino animal en el interior del volcán. Aves de presa planeaban y giraban en la sombra por todas partes o abandonaban sus nidos establecidos en las rocas. Eran gavilanes de vientre blanco y chillones cernícalos. Por las pendientes corrían también, con toda la rapidez de sus zancas, hermosas y gruesas avutardas. La vista de esas suculentas piezas excitó al máximo la codicia del canadiense, que se lamentó de no tener un fusil a su alcance. Trató Ned Land de sustituir el plomo por la piedra y, tras varias infructuosas tentativas, logró herir a una de aquellas magníficas avutardas. Veinte veces arriesgó su vida por apoderarse de ella, y tanto empeño puso en conseguirlo que al fin logró que su pieza fuera a hacer compañía en la mochila a la provisión de miel. ...

En la línea 3089
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Allí mismo, en aguas de las Antillas, a diez metros de profundidad, ¡cuántas cosas interesantes pude registrar en mis notas cotidianas! Entre otros zoófitos, las galeras, conocidas con el nombre de fisalias pelágicas, unas gruesas vejigas oblongas con reflejos nacarados, tendiendo sus membranas al viento y dejando flotar sus tentáculos azules como hüos de seda, encantadoras medusas para la vista y verdaderas ortigas para el tacto, con el líquido corrosivo que destilan. Entre los articulados, vi unos anélidos de un metro de largo, armados de una trompa rosa y provistos de mil setecientos órganos locomotores, que serpenteaban bajo el agua exhalando al paso todos los colores del espectro solar. Entre los peces, rayas molubars, enormes cartilaginosos de diez pies de largo y seiscientas libras de peso, con la aleta pectoral triangular y el centro del dorso abombado, con los ojos fijados a las extremidades de la parte anterior de la cabeza, y que se aplicaban a veces como una opaca contraventana sobre nuestros cristales. Había también balistes americanos para los que la naturaleza sólo ha combinado el blanco y el negro. Y gobios plumeros, alargados y carnosos, con aletas amarillas, y mandíbula prominente. Y escómbridos de dieciséis decímetros, de dientes cortos y agudos, cubiertos de pequeñas escamas, pertenecientes a la familia de las albacoras. Por bandadas aparecían de vez en cuando salmonetes surcados por rayas doradas de la cabeza a la cola, agitando sus resplandecientes aletas, verdaderas obras maestras de joyeria, peces en otro tiempo consagrados a Diana, particularmente buscados por los ricos romanos y de los que el proverbio decía que «no los come quien los coge». También unos pomacantos dorados, ornados de unas fajas de color esmeralda, vestidos de seda y de terciopelo, pasaron ante nuestros ojos como grandes señores del Veronese. Esparos con espolón se eclipsaban bajo su rápida aleta torácica. Los clupeinos, de quince pulgadas, se envolvían en sus resplandores fosforescentes. Los múgiles batían el mar con sus gruesas colas carnosas. Rojos corégonos parecían segar las olas con su afilada aleta pectoral y peces luna plateados dignos de su nombre se levantaban sobre el agua como otras tantas lunas con reflejos blancos. ...

En la línea 657
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando me vi en mi cuartito y recé mis oraciones, no olvidé la recomendación de Joe, pero, sin embargo, mi mente infantil se hallaba en un estado tal de intranquilidad y de desagradecimiento, que aun después de mucho rato de estar echado pensé en cuán ordinario hallaría Estella a Joe, que no era más que un pobre herrero, y cuán gruesas y bastas le parecerían sus manos y las suelas de sus botas. Pensé, entonces, en que Joe y mi hermana estaban sentados en la cocina en aquel mismo momento, y también en que tanto la señorita Havisham como Estella no se habrían sentado nunca en la cocina, porque estaban muy por encima del nivel de estas vidas tan vulgares. Me quedé dormido recordando lo que yo solía hacer cuando estaba en casa de la señorita Havisham, como si hubiese permanecido allí durante semanas y meses, en vez de algunas horas, y cual si fuese asunto muy antiguo, en vez de haber ocurrido aquel mismo día. ...

En la línea 1045
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Tal vez podrías regalarle una cadena nueva para la puerta principal o, quizás, una o dos gruesas de tornillos para utilizarlos donde mejor le conviniese. También algún objeto de fantasía, como un tenedor para hacer tostadas, o unas parrillas. ...

En la línea 2035
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El segundo de los encuentros a que me he referido en el capítulo anterior ocurrió cosa de una semana más tarde. Dejé otra vez el bote en el muelle que había más abajo del puente, aunque era una hora más temprano que en la tarde antes aludida. Sin haberme decidido acerca de dónde iría a cenar, eché a andar 185 hacia Cheapside, y cuando llegué allí, seguramente más preocupado que ninguna de las numerosas personas que por aquel lugar transitaban, alguien me alcanzó y una gran mano se posó sobre mi hombro. Era la mano del señor Jaggers, quien luego la pasó por mi brazo. - Como seguimos la misma dirección, Pip, podemos andar juntos. ¿Adónde se dirige usted? - Me parece que hacia el Temple. - ¿No lo sabe usted? - preguntó el señor Jaggers. - Pues bien - contesté, satisfecho de poder sonsacarle algo valiéndome de su manía de hacer repreguntas-, no lo sé, porque todavía no me he decidido. - ¿Va usted a cenar? - dijo el señor Jaggers. - Supongo que no tendrá inconveniente en admitir esta posibilidad. - No – contesté. - No tengo inconveniente en admitirla. - ¿Está usted citado con alguien? - Tampoco tengo inconveniente en admitir que no estoy citado con nadie. - Pues, en tal caso - dijo el señor Jaggers, - venga usted a cenar conmigo. Iba a excusarme, cuando él añadió: - Wemmick irá también. En vista de esto, convertí mi excusa en una aceptación, pues las pocas palabras que había pronunciado servían igualmente para ambas respuestas, y, así, seguimos por Cheapside y torcimos hacia Little Britain, mientras las luces se encendían brillantes en los escaparates y los faroleros de las calles, encontrando apenas el lugar suficiente para instalar sus escaleras de mano, entre los numerosos grupos de personas que a semejante hora llenaban las calles, subían y bajaban por aquéllas, abriendo más ojos rojizos, entre la niebla que se espesaba, que la torre de la bujía de médula de junco encerado, en casa de Hummums, proyectara sobre la pared de la estancia. En la oficina de Little Britain presencié las acostumbradas maniobras de escribir cartas, lavarse las manos, despabilar las bujías y cerrar la caja de caudales, lo cual era señal de que se habían terminado las operaciones del día. Mientras permanecía ocioso ante el fuego del señor Jaggers, el movimiento de las llamas dio a las dos mascarillas la apariencia de que querían jugar conmigo de un modo diabólico al escondite, en tanto que las dos bujías de sebo, gruesas y bastas, que apenas alumbraban al señor Jaggers mientras escribía en un rincón, estaban adornadas con trozos de pabilo caídos y pegados al sebo, dándoles el aspecto de estar de luto, tal vez en memoria de una hueste de clientes ahorcados. Los tres nos encaminamos a la calle Gerard en un coche de alquiler, y en cuanto llegamos se nos sirvió la cena. Aunque en semejante lugar no se me habría ocurrido hacer la más remota referencia a los sentimientos particulares que Wemmick solía expresar en Walworth, a pesar de ello no me habría sabido mal el sorprender algunas veces sus amistosas miradas. Pero no fue así. Cuando levantaba los ojos de la mesa los volvía al señor Jaggers, y se mostraba tan seco y tan alejado de mí como si existiesen dos Wemmick gemelos y el que tenía delante fuese el que yo no conocía. - ¿Mandó usted la nota de la señorita Havisham al señor Pip, Wemmick? - preguntó el señor Jaggers en cuanto hubimos empezado a comer. - No, señor - contestó Wemmick. - Me disponía a echarla al correo, cuando llegó usted con el señor Pip. Aquí está. Y entregó la carta a su principal y no a mí. - Es una nota de dos líneas, Pip - dijo el señor Jaggers entregándomela. - La señorita Havisham me la mandó por no estar segura acerca de las señas de usted. Dice que necesita verle a propósito de un pequeño asunto que usted le comunicó. ¿Irá usted? - Sí - dije leyendo la nota, que expresaba exactamente lo que acababa de decir el señor Jaggers. - ¿Cuándo piensa usted ir? - Tengo un asunto pendiente - dije mirando a Wemmick, que en aquel momento echaba pescado al buzón de su boca, - y eso no me permite precisar la fecha. Pero supongo que iré muy pronto. - Si el señor Pip tiene la intención de ir muy pronto -dijo Wemmick al señor Jaggers, - no hay necesidad de contestar. Considerando que estas palabras equivalían a la indicación de que no me retrasara, decidí ir al día siguiente por la mañana, y así lo dije. Wemmick se bebió un vaso de vino y miró al señor Jaggers con expresión satisfecha, pero no a mí. - Ya lo ve usted, Pip. Nuestro amigo, la Araña - dijo el señor Jaggers, - ha jugado sus triunfos y ha ganado. Lo más que pude hacer fue asentir con un movimiento de cabeza. 186 - ¡Ah! Es un muchacho que promete… , aunque a su modo. Pero es posible que no pueda seguir sus propias inclinaciones. El más fuerte es el que vence al final, y en este caso aún no sabemos quién es. Si resulta ser él y acaba pegando a su mujer… - Seguramente - interrumpí con el rostro encendido y el corazón agitado - no piensa usted en serio que sea lo bastante villano para eso, señor Jaggers. - No ño afirmo, Pip. Tan sólo hago una suposición. Si resulta ser él y acaba pegando a su mujer, es posible que se constituya en el más fuerte; si se ha de resolver con la inteligencia, no hay duda de que será vencido. Sería muy aventurado dar una opinión acerca de lo que hará un sujeto como ése en las circunstancias en que se halla, porque es un caso de cara o cruz entre dos resultados. - ¿Puedo preguntar cuáles son? - Un sujeto como nuestro amigo la Araña - contestó el señor Jaggers, - o pega o es servil. Puede ser servil y gruñir, o bien ser servil y no gruñir. Lo que no tiene duda es que o es servil o adula. Pregunte a Wemmick cuál es su opinion. - No hay duda de que es servil o pega - dijo Wemmick sin dirigirse a mí. -Ésta es la situación de la señora Bentley Drummle - dijo el señor Jaggers tomando una botella de vino escogido, sirviéndonos a cada uno de nosotros y sirviéndose luego él mismo, - y deseamos que el asunto se resuelva a satisfacción de esa señora, porque nunca podrá ser a gusto de ella y de su marido a un tiempo. ¡Molly! ¡Molly! ¡Qué despacio vas esta noche! Cuando la regañó así, estaba a su lado, poniendo unos platos sobre la mesa. Retirando las manos, retrocedió uno o dos pasos murmurando algunas palabras de excusa. Y ciertos movimientos de sus dedos me llamaron extraordinariamente la atención. - ¿Qué ocurre? - preguntó el señor Jaggers. - Nada – contesté, - Tan sólo que el asunto de que hablábamos era algo doloroso para mí. El movimiento de aquellos dedos era semejante a la acción de hacer calceta. La criada se quedó mirando a su amo, sin saber si podía marcharse o si él tendría algo más que decirle y la llamaría en cuanto se alejara. Miraba a Jaggers con la mayor fijeza. Y a mí me pareció que había visto aquellos ojos y también aquellas manos en una ocasión reciente y memorable. El señor Jaggers la despidió, y ella se deslizó hacia la puerta. Mas a pesar de ello, siguió ante mi vista, con tanta claridad como si continuara en el mismo sitio. Yo le miraba las manos y los ojos, así como el cabello ondeado, y los comparaba con otras manos, otros ojos y otro cabello que conocía muy bien y que tal vez podrían ser iguales a los de la criada del señor Jaggers después de veinte años de vida tempestuosa y de malos tratos por parte de un marido brutal. De nuevo miré las manos y los ojos de la criada, y recordé la inexplicable sensación que experimentara la última vez que paseé - y no solo - por el descuidado jardín y por la desierta fábrica de cerveza. Recordé haber sentido la misma impresión cuando vi un rostro que me miraba y una mano que me saludaba desde la ventanilla de una diligencia, y cómo volví a experimentarla con la rapidez de un relámpago cuando iba en coche - y tampoco solo - al atravesar un vivo resplandor de luz artificial en una calle oscura. Y ese eslabón, que antes me faltara, acababa de ser soldado para mí, al relacionar el nombre de Estella con el movimiento de los dedos y la atenta mirada de la criada de Jaggers. Y sentí la absoluta seguridad de que aquella mujer era la madre de Estella. Como el señor Jaggers me había visto con la joven, no habría dejado de observar los sentimientos que tan difícilmente ocultaba yo. Movió afirmativamente la cabeza al decirle que el asunto era penoso para mí, me dio una palmada en la espalda, sirvió vino otra vez y continuó la cena. La criada reapareció dos veces más, pero sus estancias en el comedor fueron muy cortas y el señor Jaggers se mostró severo con ella. Pero sus manos y sus ojos eran los de Estella, y así se me hubiese presentado un centenar de veces, no por eso habría estado ni más ni menos seguro de que había llegado a descubrir la verdad. La cena fue triste, porque Wemmick se bebía los vasos de vino que le servían como si realizase algún detalle propio de los negocios, precisamente de la misma manera como habría cobrado su salario cuando llegase el día indicado, y siempre estaba con los ojos fijos en su jefe y en apariencia constantemente dispuesto para ser preguntado. En cuanto a la cantidad de vino que ingirió, su buzón parecía sentir la mayor indiferencia, de la misma manera como al buzón de correos le tiene sin cuidado el número de cartas que le echan. Durante toda la cena me pareció que aquél no era el Wemmick que yo conocía, sino su hermano gemelo, que ninguna relación había tenido conmigo, pues tan sólo se asemejaba en lo externo al Wemmick de Walworth. Nos despedimos temprano y salimos juntos. Cuando nos reunimos en torno de la colección de botas del señor Jaggers, a fin de tomar nuestros sombreros, comprendí que mi amigo Wemmick iba a llegar; y no 187 habríamos recorrido media docena de metros en la calle Gerrard, en dirección hacia Walworth, cuando me di cuenta de que paseaba cogido del brazo con el gemelo amigo mío y que el otro se había evaporado en el aire de la noche. - Bien - dijo Wemmick, - ya ha terminado la cena. Es un hombre maravilloso que no tiene semejante en el mundo; pero cuando ceno con él tengo necesidad de contenerme y no como muy a mis anchas. Me dije que eso era una buena explicación del caso, y así se lo expresé. - Eso no se lo diría a nadie más que a usted – contestó, - pues me consta que cualquier cosa que nos digamos no trasciende a nadie. Le pregunté si había visto a la hija adoptiva de la señorita Havisham, es decir, a la señora Bentley Drummle. Me contestó que no. Luego, para evitar que mis observaciones le parecieran demasiado inesperadas, empecé por hablarle de su anciano padre y de la señorita Skiffins. Cuando nombré a ésta pareció sentir cierto recelo y se detuvo en la calle para sonarse, moviendo al mismo tiempo la cabeza con expresión de jactancia. - Wermmick - le dije luego, - ¿se acuerda usted de que la primera vez que fui a cenar con el señor Jaggers a su casa me recomendó que me fijara en su criada? - ¿De veras? – preguntó. - Me parece que sí. Sí, es verdad - añadió con malhumor. - Ahora me acuerdo. Lo que pasa es que todavía no estoy a mis anchas. - La llamó usted una fiera domada. - ¿Y qué nombre le da usted? - El mismo. ¿Cómo la domó el señor Jaggers, Wemmick? - Es su secreto. Hace ya muchos años que está con él. - Me gustaría que me contase usted su historia. Siento un interés especial en conocerla. Ya sabe usted que lo que pasa entre nosotros queda secreto para todo el mundo. - Pues bien - dijo Wemmick, - no conozco su historia, es decir, que no estoy enterado de toda ella. Pero le diré lo que sé. Hablamos, como es consiguiente, de un modo reservado y confidencial. - Desde luego. - Hará cosa de veinte años, esa mujer fue juzgada en Old Bailey, acusada de haber cometido un asesinato, pero fue absuelta. Era entonces joven y muy hermosa, y, según tengo entendido, por sus venas corría alguna sangre gitana. Y parece que, en efecto, cuando se encolerizaba, era mujer terrible. - Pero fue absuelta. - La defendía el señor Jaggers - prosiguió Wemmick, mirándome significativamente, - y llevó su asunto de un modo en verdad asombroso. Se trataba de un caso desesperado, y el señor Jaggers hacía poco tiempo que ejercía, de manera que su defensa causó la admiración general. Día por día y por espacio de mucho tiempo, trabajó en las oficinas de la policía, exponiéndose incluso a ser encausado a su vez, y cuando llegó el juicio fue lo bueno. La víctima fue una mujer que tendría diez años más y era mucho más alta y mucho más fuerte. Fue un caso de celos. Las dos llevaban una vida errante, y la mujer que ahora vive en la calle de Gerrard se había casado muy joven, aunque «por detrás de la iglesia», como se dice, con un hombre de vida irregular y vagabunda; y ella, en cuanto a celos, era una verdadera furia. La víctima, cuya edad la emparejaba mucho mejor con aquel hombre, fue encontrada ya cadáver en una granja cerca de Hounslow Heath. Allí hubo una lucha violenta, y tal vez un verdadero combate. El cadáver presentaba numerosos arañazos y las huellas de los dedos que le estrangularon. No había pruebas bastante claras para acusar más que a esa mujer, y el señor Jaggers se apoyó principalmente en las improbabilidades de que hubiese sido capaz de hacerlo. Puede usted tener la seguridad-añadió Wemmick tocándome la manga de mi traje - que entonces no aludió ni una sola vez a la fuerza de sus manos, como lo hace ahora. En efecto, yo había relatado a Wemmick que, el primer día en que cené en casa del señor Jaggers, éste hizo exhibir a su criada sus formidables puños. - Pues bien - continuó Wemmick, - sucedió que esta mujer se vistió con tal arte a partir del momento de su prisión, que parecía mucho más delgada y esbelta de lo que era en realidad. Especialmente, llevaba las mangas de tal modo, que sus brazos daban una delicada apariencia. Tenía uno o dos cardenales en el cuerpo, cosa sin importancia para una persona de costumbres vagabundas, pero el dorso de las manos presentaban muchos arañazos, y la cuestión era si habían podido ser producidos por las uñas de alguien. El señor Jaggers demostró que había atravesado unas matas de espinos que no eran bastante altas para llegarle al rostro, pero que, al pasar por allí, no pudo evitar que sus manos quedasen arañadas; en realidad, se encontraron algunas puntas de espinos vegetales clavadas en su epidermis, y, examinado el matorral espinoso, se encontraron también algunas hilachas de su traje y pequeñas manchas de sangre. Pero el argumento más fuerte del señor Jaggers fue el siguiente: se trataba de probar, como demostración de su 188 carácter celoso, que aquella mujer era sospechosa, en los días del asesinato, de haber matado a su propia hija, de tres años de edad, que también lo era de su amante, con el fin de vengarse de él. El señor Jaggers trató el asunto como sigue: «Afirmamos que estos arañazos no han sido hechos por uñas algunas, sino que fueron causados por los espinos que hemos exhibido. La acusación dice que son arañazos producidos por uñas humanas y, además, aventura la hipótesis de que esta mujer mató a su propia hija. Siendo así, deben ustedes aceptar todas las consecuencias de semejante hipótesis. Supongamos que, realmente, mató a su hija y que ésta, para defenderse, hubiese arañado las manos de su madre. ¿Qué sigue a eso? Ustedes no la acusan ni la juzgan ahora por el asesinato de su hija; ¿por qué no lo hacen? Y en cuanto al caso presente, si ustedes están empeñados en que existen los arañazos, diremos que ya tienen su explicación propia, esto en el supuesto de que no los hayan inventado». En fin, señor Pip - añadió Wemmick, - el señor Jaggers era demasiado listo para el jurado y, así, éste absolvió a la procesada. - ¿Y ha estado ésta desde entonces a su servicio? - Sí; pero no hay solamente eso - contestó Wemmick, - sino que entró inmediatamente a su servicio y ya domada como está ahora. Luego ha ido aprendiendo sus deberes poquito a poco, pero desde el primer momento se mostró mansa como un cordero. - ¿Y, efectivamente, era una niña? - Así lo tengo entendido. - ¿Tiene usted algo más que decirme esta noche? - Nada. Recibí su carta y la he destruido. Nada más. Nos dimos cordialmente las buenas noches y me marché a casa con un nuevo asunto para mis reflexiones, pero sin ningún alivio para las antiguas. ...

En la línea 967
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al oír estas palabras, la patrona cerró la puerta y desapareció. Era tímida y procuraba evitar los diálogos y las explicaciones. Tenía unos cuarenta años, era gruesa y fuerte, de ojos oscuros, cejas negras y aspecto agradable. Mostraba esa bondad propia de las personas gruesas y perezosas y era exageradamente pudorosa. ...

En la línea 3212
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Porfirio Petrovitch se detuvo un instante para tomar alientos. Hablaba sin descanso y, generalmente, para no decir nada, para devanar una serie de ideas absurdas, de frases estúpidas, entre las que deslizaba de vez en cuando una palabra enigmática que naufragaba al punto en el mar de aquella palabrería sin sentido. Ahora casi corría por el despacho, moviendo aceleradamente sus gruesas y cortas piernas, con la mirada fija en el suelo, la mano derecha en la espalda y haciendo con la izquierda ademanes que no tenían relación alguna con sus palabras. ...


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Gruesas en la RAE.
Gruesas en Word Reference.
Gruesas en la wikipedia.
Sinonimos de Gruesas.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Gruesas

Cómo se escribe gruesas o grruesas?
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