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La palabra echado
Cómo se escribe

la palabra echado

La palabra Echado ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece echado.

Estadisticas de la palabra echado

Echado es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 7474 según la RAE.

Echado aparece de media 11.28 veces en cada libro en castellano.

Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la echado en las obras de referencia de la RAE contandose 1714 apariciones .

Errores Ortográficos típicos con la palabra Echado

Cómo se escribe echado o hechado?
Cómo se escribe echado o ecado?

Más información sobre la palabra Echado en internet

Echado en la RAE.
Echado en Word Reference.
Echado en la wikipedia.
Sinonimos de Echado.


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece echado

La palabra echado puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1977
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Que nadie alardease de guapo dentro de su casa, pues antes de hablar ya había echado mano él a una porra que tenía bajo el mostrador, especie de as de bastos, al que le temblaban Pimentó y todos los valentones del contorno. ...

En la línea 2038
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sin gran esfuerzo hubiera echado a correr; pero se quedó, creyendo que todos lo miraban a hurtadillas. ...

En la línea 2347
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tembló Batiste de frío y de miedo; fue una sensación de debilidad, como si de repente le abandonaran sus fuerzas, y se metió en su barraca, no respirando normalmente hasta que vio la puerta con el cerrojo echado y encendido el candil. ...

En la línea 1851
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señorito había echado atrás su silla, como escandalizado por lo enorme de la pretensión. ...

En la línea 1901
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya no quería trabajar. ¿De qué servía el ser bueno? Iba a volver a la vida del contrabando. ¿Mujeres?... para un rato, y después tratarlas a golpes como bestias impúdicas y sin corazón... Quería declararle la guerra a medio mundo, a los ricos, a los que gobernaban, a los que infundían miedo con sus fusiles, y eran la causa de que los pobres fuesen pisoteados por los poderosos. Ahora que la gente pobre de Jerez andaba loca de terror, y trabajaba en el campo sin levantar la vista del suelo, y la cárcel estaba llena, y muchos que antes querían tragárselo todo iban a misa para evitar sospechas y persecuciones, ahora empezaba él. Iban a ver los ricos qué fiera habían echado al mundo, por destrozar uno de ellos sus ilusiones. ...

En la línea 222
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Después, a la vuelta, la viuda ya se había recogido el pelo, se había echado un pañuelo sobre los hombros; el hijo se había puesto una levita. ...

En la línea 10494
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pero ¿quién os ha echado el vino que estaba en ese vaso?-Ella. ...

En la línea 1400
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No me hizo mucha gracia la resolución del gitano, lo confieso; tenía yo muy poca gana de marcharme de Trujillo y aventurarme por sitios desconocidos, de noche, con lluvia y niebla, porque el viento se había echado y el agua caía otra vez con fuerza. ...

En la línea 1442
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Iba con la _Callee_ y los _chabés_ al pueblo donde su _ro_ está preso; pero el _chinobaró_ los ha cogido, con las caballerías, y me hubiera echado mano a mí también; pero metí espuelas al _grasti_, le solté las riendas y escapé. ...

En la línea 1502
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El gitano, echado detrás de un matorral, se levantaba a veces para mirar afanosamente a la colina que teníamos delante; al cabo, lanzando una exclamación de contrariedad y de impaciencia, se dejó caer al suelo, y en él estuvo tendido mucho rato, absorto, al parecer, en sus reflexiones; por último, levantó la cabeza y me miró a la cara. ...

En la línea 1606
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pasé la noche, como de costumbre, en la misma cuadra que mi _caballería_, echado cerca de ella en el pesebre. ...

En la línea 1266
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había echado, redondo como una bola. ...

En la línea 1426
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. ...

En la línea 1540
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas él nos dio a entender presto ser verdad lo que pensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo, donde se había echado, y arremetió con el primero que halló junto a sí, con tal denuedo y rabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados; y todo esto hacía, diciendo: ''¡Ah, fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño!'' Y a éstas añadía otras razones, que todas se encaminaban a decir mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. ...

En la línea 1666
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y les vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa. ...

En la línea 1162
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... enas habíamos echado el ancla distinguimos un hombre que nos hace señas; se echa una canoa al agua y no tarda en volver con dos marineros ...

En la línea 1362
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... llábame yo en la costa y me había echado a la sombra en el monte para descansar un rato. terremoto comenzó de repente y duró dos minutos; pero a mi compañero y a mí nos pareció mucho más largo. temblor del suelo era muy sensible; las ondulaciones parecían venir del este, otros sostuvieron que del sudoeste, lo que prueba cuán difícil es determinar la dirección de las vibraciones. hay gran dificultad para sostenerse de pie; a mi casi me produjo mareo el movimiento, que se parece mucho al de un buque entre olas muy cortas, o mejor dicho, como si se patinase en hielo muy blando que cediese al peso del cuerpo. ...

En la línea 2034
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... r la tarde anclamos en la bahía de Bank en las costas de Albemarle, y al siguiente día me voy a tierra. sur del cráter de toba resquebrajado en -que ha echado el ancla el Beagle hay otro de forma elíptica y simétrico, cuyo eje mayor tiene poco menos de una milla y unos 500 pies de profundidad En el fondo hay un lago y en su centro ha formado un islote otro pequeñísimo cráter ...

En la línea 1137
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Víctor observó que la muchacha no había reparado el desorden de su traje, que no era traje, pues se componía de la camisa, un pañuelo de lana, corto, echado sobre los hombros y una falda que, mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la doncella, dado que fueran encantos, que don Víctor no entraba en tales averiguaciones, por más que sin querer aventuró, para sus adentros, la hipótesis de que las carnes debían de ser muy blancas, toda vez que la chica era rubia azafranada. ...

En la línea 1718
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había echado sobre sus hombros una carga bien pesada: mas ¿quién no tiene su cruz? Ana tardó un mes en dejar el lecho. ...

En la línea 5779
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ningún disgusto grave le habían dado; pero tantas pequeñeces juntas le habían echado a perder aquel día que había creído feliz al ver el sol brillante, al lavarse alegre frente al espejo. ...

En la línea 6757
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Llevaba el manteo terciado sobre la panza, que comenzaba a indicarse; y mano sobre mano —ya se sabe que eran muy hermosas —a paso lento (que buen trabajo le costaba, muy de buen grado hubiera echado a correr. ...

En la línea 579
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así como los barberos iban cortando la vegetación capilar, la amontonaban en haces, atando estos con un cabello suelto, lo mismo que si fuesen gavillas de trigo. Ya eran tantos, que los segadores se movían con dificultad, y uno de ellos empujo involuntariamente uno de los haces, haciéndolo rodar por las laderas del cráneo. Gritó, agitando su sable, para avisar el peligro; pero la pesada gavilla fue más rápida que su voz, y vino a caer sobre la poetisa, doblándola bajo su fardo asfixiante. Corrieron a salvarla los oficiales que habían echado pie a tierra y muchos de los curiosos privilegiados. La gloriosa mujer daba chillidos creyéndose herida de muerte, y la muchedumbre, a pesar de su admiración, acabo por reír de ella con alegre irreverencia. ...

En la línea 364
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Seamos francos; la verdad ante todo… me idolatraba. Creía que yo no era como los demás, que era la caballerosidad, la hidalguía, la decencia, la nobleza en persona, el acabose de los hombres… ¡Nobleza, qué sarcasmo! Nobleza en la mentira; digo que no puede ser… y que no, y que no. ¡Decencia porque se lleva una ropa que llaman levita!… ¡Qué humanidad tan farsante! El pobre siempre debajo; el rico hace lo que le da la gana. Yo soy rico… di que soy inconstante… La ilusión de lo pintoresco se iba pasando. La grosería con gracia seduce algún tiempo, después marca… Cada día me pesaba más la carga que me había echado encima. El picor del ajo me repugnaba. Deseé, puedes creerlo, que la Pitusa fuera mala para darle una puntera… Pero, quia… ni por esas… ¿Mala ella? a buena parte… Si le mando echarse al fuego por mí, ¡al fuego de cabeza! Todos los días jarana en la casa. Hoy acababa en bien, mañana no… Cantos, guitarreo… José Izquierdo, a quien llaman Platón porque comía en un plato como un barreño, arrojaba chinitas al picador… Villalonga y yo les echábamos a pelear o les reconciliábamos cuando nos convenía… La Pitusa temblaba de verlos alegres y de verlos enfurruñados… ¿Sabes lo que se me ocurría? No volver a aportar más por aquella maldita casa… Por fin resolvimos Villalonga y yo largamos con viento fresco y no volver más. Una noche se armó tal gresca, que hasta las navajas salieron, y por poco nadamos todos en un lago de sangre… Me parece que oigo aquellas finuras: «¡indecente, cabrón, najabao, randa, murcia… ! No era posible semejante vida. Di que no. El hastío era ya irresistible. La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras inmundas… Un día dije vuelvo, y no volví más… Lo que decía Villalonga: cortar por lo sano… Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba hacia allá… Lo corté… Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite. Ella por aquí, yo por allá… Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no. El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses… ¡Cambrí de cinco meses… ! Alcé los hombros… Dos palabras él, dos palabras yo… alargué este brazo, y plaf… Izquierdo bajó de golpe un tramo entero… Otro estirón, y plaf… de un brinco el segundo tramo… y con la cabeza para abajo… ...

En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...

En la línea 814
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse. Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas meneando el cuerpo como las chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron el vuelo y se plantaron en el tejado. En algunas puertas había mujeres que sacaban esteras a que se orearan, y sillas y mesas. Por otras salía como una humareda: era el polvo del barrido. Había vecinas que se estaban peinando las trenzas negras y aceitosas, o las guedejas rubias, y tenían todo aquel matorral echado sobre la cara como un velo. Otras salían arrastrando zapatos en chancleta por aquellos empedrados de Dios, y al ver a las forasteras corrían a sus guaridas a llamar a otras vecinas, y la noticia cundía, y aparecían por las enrejadas ventanas cabezas peinadas o a medio peinar. ...

En la línea 940
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y salió de estampía, como una saeta. Viéndole correr, se reían Izquierdo y el Tartera. El infeliz Ido iba derecho a su camino sin reparar en ningún tropiezo. Por poco tumba a un ciego, y le volcó a una mujer la cesta de los cacahuetes y piñones. Atravesó la Ronda, el Mundo Nuevo y entró en la calle de Mira el Río baja, cuya cuesta se echó a pechos sin tomar aliento. Iba desatinado, gesticulando, los ojos fulminantes, el labio inferior muy echado para fuera. Sin reparar en nadie ni en nada, entró en la casa, subió las escaleras, y pasando de un corredor a otro, llegó pronto a su puerta. Estaba cerrada sin llave. Púsose en acecho, el oído en el agujero de la llave, y empujando de improviso la abrió con estrépito, y echó un vocerrón muy tremendo: ¡Adúuultera! ...

En la línea 906
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo el niño una magnífica y satisfactoria comida, que le restauró y alegró en gran manera. Fue una comida que se significó por un detalle curioso: el de que ambas partes prescindieron de etiquetas, pero sin que ninguna de ellas se diera cuenta de haberlo hecho. La buena mujer se había propuesto dar de comer a aquel muchacho vagabundo con vituallas recalentadas, y en un rincón, como a cualquier otro, o como a un perro, pero sentía tal remordimiento por la regañada que le había echado, que hizo cuanto pudo para atenuarla, permitiéndole que se sentara a la mesa de la familia y comiera con sus superiores en aparentes términos de igualdad con ellos. Y el rey por su parte sentía tales remordimientos por haber desempeñado mal su cometido, después de haberse mostrado tan bondadosa con él la familia, que se propuso repararlo humillándose hasta el nivel de ésta, en vez de exigir a la mujer y a las niñas que se quedaran en pie y le sirviesen, mientras él ocupaba su mesa en el estrado solitario debido a su nacimiento y dignidad. Todos alguna vez prescindimos de la gravedad. La buena mujer estuvo feliz todo el día con los aplausos con que se gratificó a sí misma por su magnánima condescendencia con un vagabundo, y el rey se sintió no menos contento por su benigna humildad hacia una pobre aldeana. ...

En la línea 1308
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El temible sir Hugo hizo dar vuelta a su caballo y, al apretar el paso, el muro viviente se dividió silenciosamente para abrirle paso, y tan silenciosamente se juntó de nuevo. Y así permaneció; ninguno llegó tan lejos como para aventurar una observación en favor del prisionero ni en alabanza, suya; mas no importaba: la ausencia de insultos era de por sí suficiente homenaje. Un recién llegado que no estaba al tanto de las circunstancias y que lanzó una burla al 'impostor', y estaba a punto de continuarla arrojándole un gato muerto, fue inmediatamente derribado y echado a puntapiés, sin palabra alguna, y luego el profundo silencio reinó de nuevo. ...

En la línea 1348
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Se habrá echado a volar ese condenado pirata? —dijo una voz. ...

En la línea 2158
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La batalla arreciaba por ambas partes. La cañonera había atacado al parao del portugués, pero llevaba la peor parte. La artillería de Yáñez la tenía muy a maltraer. Por ese lado la victoria no ofrecía dudas. Pero la poderosa corbeta se había echado encima de los paraos de Sandokán, haciendo estragos entre los piratas. La presencia del Tigre no pudo cambiar el resultado de la lucha. ...

En la línea 2766
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante nuestra ausencia, se habían echado las redes. Observé con interés los peces que acababan de subir a bordo. Los mares antárticos sirven de refugio a un gran número de peces migratorios que huyen de las tempestades de las zonas menos elevadas para caer, cierto es, en las fauces de las marsopas y de las focas. Anoté algunos cótidos australes, de un decímetro de longitud, cartilaginosos y blancuzcos, atravesados por bandas lívidas y armados de aguijones; quimeras antárticas, de tres pies de longitud, con el cuerpo muy alargado, la piel blanca, plateada y lisa, la cabeza redonda, el dorso provisto de tres aletas y el hocico terminado en una trompa encorvada hacia la boca. Probé su carne, pero la hallé insípida, pese a la opinión en contra de Conseil. ...

En la línea 3414
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era una idea de loco que, afortunadamente, pude contener. Me tendí sobre el lecho para tratar de contener la agitación que me recorría el cuerpo. Mis nervios se calmaron un poco, pero mi cerebro seguía superexcitado. Mentalmente pasé revista a toda mi existencia a bordo del Nautilus, a todos los incidentes, felices o ingratos, que la habían atravesado desde mi desaparición del Abraham Lincoln… La caza submarina, el estrecho de Torres, los salvajes de la Papuasia, el encallamiento, el cementerio de coral, el paso de Suez, la isla de Santorin, el buzo cretense, la bahía de Vigo, la Atlántida, la banca de hielo, el Polo Sur, el aprisionamiento en los hielos, el combate con los pulpos, la tempestad del Gulf Stream, el Vengeur y la horrible escena del buque echado a pique con su tripulación… Todos estos acontecimientos pasaron ante mis ojos como esos decorados de fondo que se ven en el teatro. El capitán Nemo se engrandecía desmesuradamente en ese medio extraño. Su figura se agigantaba hasta tomar proporciones sobrehumanas. Dejaba de ser mi semejante para convertirse en el hombre de las aguas, en el genio de los mares. ...

En la línea 132
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Este sitio es muy malo - advertí -. Se habrá usted echado en el marjal, que es muy malsano. También da reuma. ...

En la línea 177
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tuvimos una comida magnífica, consistente en una pierna de cerdo en adobo adornada con verdura, y un par de gallos asados y rellenos. El día anterior, por la mañana, mi hermana hizo un hermoso pastel de carne picada, razón por la cual no había echado de menos el resto que yo me llevé, y el pudding estaba ya dispuesto en el molde. Tales preparativos fueron la causa de que sin ceremonia alguna nos acortasen nuestra ración en el desayuno, porque mi hermana dijo que no estaba dispuesta a atiborrarnos ni a ensuciar platos, con el trabajo que tenía por delante. ...

En la línea 214
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No quiero indicar en esta forma, caballero - replicó el señor Pumblechook, a quien le molestaba que le hubiesen interrumpido -. Quiero decir que no estaría gozando de la compañía de los que son mayores y mejores que él, y que no se aprovecharía de su conversación ni se hallaría en el regazo del lujo y de las comodidades. ¿Se hallaría en tal situación? De ninguna manera. Y ¿cuál habría sido su destino? - añadió olviéndose otra vez hacia mí -.Te habrían vendido por una cantidad determinada de chelines, de acuerdo con el precio corriente en el mercado, y Dunstable, el carnicero, habría ido en tu busca cuando estuvieras echado en la paja, se lo habría llevado bajo el brazo izquierdo, en tanto que con la mano derecha se levantaría la bata a fin de coger un cortaplumas del bolsillo de su chaleco para derramar tu sangre y acabar tu vida. No te habrían criado a mano, entonces. De ninguna manera. ...

En la línea 314
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando uno de los soldados, que llevaba un cesto en vez de un arma de fuego, se arrodilló para abrirlo, mi penado miró alrededor de él por primera vez y me vio. Yo había echado pie a tierra cuando llegamos junto a la zanja, y aún no me había movido de aquel lugar. Le miré atentamente, al observar que él volvía los ojos hacia mí, y moví un poco las manos, meneando, al mismo tiempo, la cabeza. Había estado esperando que me viese, pues deseaba darle a entender mi inocencia. No sé si comprendió mi intención, porque me dirigió una mirada que no entendí y, además, la escena fue muy rápida. Pero ya me hubiese mirado por espacio de una hora o de un día, en lo futuro no habría podido recordar una expresión más atenta en su rostro que la que entonces advertí en él. ...

En la línea 183
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Desde luego, es tonta. Tanto como yo. Pero tú, que eres inteligente, ¿por qué te pasas el día echado así como un saco? Y no se sabe ni siquiera qué color tiene el dinero. Dices que antes dabas lecciones a los niños. ¿Por qué ahora no haces nada? ...

En la línea 630
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando se quedó solo, Koch llamó una vez más, discretamente, y luego, pensativo, empezó a sacudir la puerta para convencerse de que el cerrojo estaba echado. Seguidamente se inclinó, jadeante, y aplicó el ojo a la cerradura. Pero no pudo ver nada, porque la llave estaba puesta por dentro. ...

En la línea 694
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Y echado el pestillo ‑observó Nastasia‑. Por lo visto, tiene miedo de que se lo lleven… ¿Quieres levantarte y abrir de una vez? ...

En la línea 755
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Es usted estudiante? ‑preguntó otro, tras haber echado una ojeada al papel. ...

En la línea 959
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —No se puede comparar con usted, Alexei Ivanovitch —me decía Potapytch—; con usted trataba ella exactamente como con un caballero, mientras éste… Dios me confunda, le robaba el dinero de encima de la mesa. Ella le pilló dos veces en esa faena. Le lanzaba toda clase de insultos, le tiraba, incluso, de los pelos, se lo juro, de tal modo que todo el mundo se reía. Lo ha perdido todo, mi buen señor, todo el dinero que usted le cambió. Hemos traído aquí a la señora, ha pedido de beber, ha hecho la señal de la cruz y se ha echado en la cama. Debía estar agotada, pues se ha dormido inmediatamente. ...

En la línea 705
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El señor Magdalena, pasaba una mañana por una callejuela no empedrada de M., cuando oyó ruido y viendo un grupo a alguna distancia, se acercó a él. El viejo Fauchelevent acababa de caer debajo de su carro cuyo caballo se había echado. ...

En la línea 848
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡En libertad! ¡Que me dejen marchar! ¡Que no vaya por seis meses a la cárcel! ¿Quién lo ha dicho? ¡No será el monstruo del alcalde! ¿Habéis sido vos, señor Javert, el que ha dicho que me pongan en libertad? ¡Oh, yo os contaré y me dejaréis marchar! ¡Ese monstruo de alcalde, ese viejo bribón es la causa de todo! Figuraos, señor Javert, que me ha despedido por las habladurías de unas embusteras que hay en el taller. ¡Esto es horroroso! Despedir a una pobre joven que trabaja honradamente. ¡Después no pude ganar lo necesario y de ahí vino mi desgracia! Yo tengo mi pequeña Cosette, y me he visto obligada a hacerme mujer mala. Ahora comprenderéis cómo tiene la culpa de todo el canalla del alcalde. Yo pisé el sombrero del joven ese, pero antes él me había echado a perder mi vestido con la nieve. Nosotras no tenemos más que un vestido de seda para salir en la noche. Y ahora viene este otro a meterme miedo. ¡Yo no le tengo miedo a ese alcalde perverso! Sólo tengo miedo a mi buen señor Javert. ...

En la línea 1260
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La noche de ese mismo día, dicha portera estaba sentada en su cuarto, asustada aún, reflexionando tristemente. La fábrica había permanecido cerrada el día entero; la puerta cochera estaba con el cerrojo echado. No había en la casa más que las dos religiosas, sor Simplicia y sor Perpetua, que velaban a Fantina. ...

En la línea 63
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Finalmente se le ocurrió una idea. Regresaría para ver cómo se las componían sus compañeros de equipo. Para su asombro, habían desaparecido. De nuevo deambuló por el extenso campamento buscándolos y de nuevo volvió al punto de partida. ¿Estarían dentro de la tienda? No, no podía ser, de lo contrario a él no lo hubiesen echado. ¿Dónde podían estar, entonces? Con el rabo entre las patas y el cuerpo tembloroso, realmente acongojado, empezó a dar vueltas y más vueltas alrededor de la tienda. De pronto la nieve cedió y, al hundirse sus patas delanteras, Buck sintió que algo se agitaba. Dio un salto atrás, gruñendo alarmado, asustado ante lo invisible y desconocido. Pero un pequeño ladrido amistoso lo tranquilizó, y se acercó a investigar. Una vaharada de aire tibio subió hasta su hocico: allí, hecho un compacto ovillo bajo la nieve, estaba Billie, que, tras emitir un gemido propiciatorio y revolverse en su sitio como demostración de buena voluntad y buenas intenciones, se aventuró incluso, en beneficio de la paz, a lamerle a Buck la cara con su lengua tibia y húmeda. ...

En la línea 252
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue en Circle City, antes de que acabara el año, donde los hechos dieron razón a los temores de Pete el Negro Burton, un individuo malhumora do y pendenciero, había iniciado una riña con un forastero en un bar, cuando Thornton se interpuso entre ambos. Buck, según su costumbre, estaba echado en un rincón, con la cabeza sobre las patas, atento a cada movimiento de su amo. Burton, sin avisar, le soltó un puñetazo directo. Thornton salió despedido girando sobre sí mismo y sólo se salvó de la caída porque se agarró a la barra del bar. Los que miraban la escena oyeron algo que no fue ladrido ni un gruñido, sino más bien un rugido, y vieron que, desde el suelo, el cuerpo de Buck saltaba por los aires hacia la garganta de Burton. El hombre salvó la vida alzando instintivamente el brazo, pero cayó de espaldas con Buck encima. El perro aflojó la dentellada del brazo para buscar nuevamente la garganta. Esta vez el hombre sólo consiguió bloquear parcialmente el ataque y sufrió un desgarro en el cuello. Entonces la concurrencia se abalanzó sobre Buck, apartándolo; pero mientras un médico controlaba la hemorragia, él permaneció al acecho, gruñendo con furia, intentando atacar y forzado a retroceder ante el despliegue de garrotes. Enseguida se reunió una «asamblea de mineros», que decidió que el perro había sido provocado y lo exculpó. Pero su reputación estaba servida, y desde aquel día su nombre corrió de boca en boca por todos los campamentos de Alaska. ...

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