La palabra Dominante ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece dominante.
Estadisticas de la palabra dominante
Dominante es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 4532 según la RAE.
Dominante tienen una frecuencia media de 20.07 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la dominante en 150 obras del castellano contandose 3051 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Dominante
Más información sobre la palabra Dominante en internet
Dominante en la RAE.
Dominante en Word Reference.
Dominante en la wikipedia.
Sinonimos de Dominante.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece dominante
La palabra dominante puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 8858
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si Ana Ozores hubiera tenido un carácter dominante, don Víctor se hubiese visto en la triste condición de esclavo: por fortuna, la Regenta dejaba al buen esposo entregado a las veleidades de sus caprichos y se contentaba con negarle toda influencia sobre los propios gustos y aficiones. ...
En la línea 2286
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cerca de la puerta había una reja de madera que separaba el público de las monjas los días en que el público entraba, que eran los jueves y domingos. De la reja para adentro, el piso estaba cubierto de hule, y a los costados de lo que bien podremos llamar nave había dos filas de sillas reclinatorios. A la derecha de la nave dos puertas, no muy grandes: la una conducía a la sacristía, la otra a la habitación que hacía de coro. De allí venían los flauteados de un harmonium tañido candorosamente en los acordes de la tónica y la dominante, y con las modulaciones más elementales; de allí venían también los exaltados acentos de las dos o tres monjas cantoras. La música era digna de la arquitectura, y sonaba a zarzuela sentimental o a canción de las que se reparten como regalo a las suscritoras en los periódicos de modas. En esto ha venido a parar el grandioso canto eclesiástico, por el abandono de los que mandan en estas cosas y la latitud con que se vienen permitiendo novedades en el severo culto católico. ...
En la línea 3606
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Había hecho Fortunata algunas relaciones en la vecindad más próxima. Se visitaba con los inquilinos de la casa, y con alguna familia de la inmediata, gente muy llana, muy neta; como que a todas las visitas iba la prójima con mantón y pañuelo a la cabeza. En el tiempo que duró aquella cómoda vida volvieron a determinarse en ella las primitivas maneras, que había perdido con el roce de otra gente de más afinadas costumbres. El ademán de llevarse las manos a la cintura en toda ocasión volvió a ser dominante en ella, y el hablar arrastrado, dejoso y prolongando ciertas vocales, reverdeció en su boca, como reverdece el idioma nativo en la de aquel que vuelve a la patria tras larga ausencia. La gente más fina de aquella vecindad, o la que más procuraba serlo, era la familia del cura, y estas dos sobrinas eclesiásticas se esforzaban en hacer contrastar su lenguaje atildado con el de su hermosa vecina. ...
En la línea 5139
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Subió la joven a su casa. Doña Lupe no estaba, porque en aquellos días iba infaliblemente a las subastas del Monte de Piedad. Maximiliano permanecía largas horas en su despacho o en la alcoba, sin salir ni siquiera a los pasillos, sumergido en una meditación que más bien parecía somnolencia, por lo común echado en el sofá, la vista fija en un punto del techo, al modo de penitente visionario. No molestaba a nadie; no se resistía a tomar el alimento ni las medicinas, sometiéndose silenciosamente a cuanto se le mandaba, como si lo dominante, en aquella fase del proceso encefálico, fuera la anulación de la voluntad, el no ser nada para llegar a serlo todo. Considerándose sola en la casa, Fortunata anduvo de una parte a otra, buscando una ocupación que la distrajera y consolara. Imposible. Mientras más trabajaba, con más energía y claridad repetía su mente lo que le había pasado aquella mañana. «Yo me voy a volver loca—se dijo poniéndose a mojar la ropa—. Más loca estoy que el pobre Maxi, y esto me acaba de rematar». ...
En la línea 5993
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no se rió más, ni Segunda dijo nada que excitase su hilaridad. Hasta la madrugada estuvo la tía acompañándola, y viéndola relativamente sosegada, se fue a descabezar un sueño antes de bajar al mercado. A poco de quedarse sola, la joven sintió dentro de sí una cosa extraña. Se le nublaron los ojos, y se le desprendía algo en su interior, como cuando vino al mundo Juan Evaristo; sólo que era sin dolor ninguno. No pudo apreciar bien aquel fenómeno, porque se quedó desvanecida. Al volver en sí advirtió que era ya día claro, y oyó el piar de los pajarillos que tenían su cuartel general en los árboles de la Plaza Mayor y en las crines de bronce del caballo de Felipe III. Fue a coger a su hijo en brazos, y apenas podía con él. Le faltaban las fuerzas; ¡pero de qué manera!, y hasta la vista parecía amenguársele y pervertírsele, porque veía los objetos desfigurados y se equivocaba a cada momento, creyendo ver lo que no existía. Se asustó mucho y llamó; pero nadie vino en su auxilio. Después de llamar como unas tres veces, fue a llamar la cuarta, y… aquello sí era grave; no tenía voz, no le sonaba la voz, se le quedaba la intención de la palabra en la garganta sin poderla pronunciar. Dio algunos toques con los nudillos en el tabique; pero al fin su mano se quedó como si fuera de algodón; daba golpes con ella, y los golpes no sonaban. También podía ser que sonaran y ella no los oyera. Pero ¿cómo no los oía Segunda, que estaba al otro lado del tabique? Luego, el brazo se puso también como carne muerta, resistiéndose a moverse. «¿Será que me estoy muriendo?» pensó la joven, echando miradas a su interior. Pero poco pudo ver allí, por estar el interior a oscuras o fantásticamente iluminado. Todas sus ideas sufrieron trastornos más o menos febriles, las imágenes se disfrazaron, cual si fuesen a las máscaras, tomando cara y apariencia de lo que no eran, y la única sensación dominante con alguna claridad en aquel desorden fue la de estar inmóvil y rígida, con los movimientos involuntarios suspendidos y los voluntarios desobedientes al deseo. A su parecer no respiraba; el oído y la vista daban de rato en rato alguna impresión fugaz de la vida exterior; pero estas impresiones eran como algo que pasaba, siempre de izquierda a derecha. Creyó ver a Segunda y oírla hablar con Encarnación; pero hablaban a la carrera, como seres endemoniados, pasando y perdiéndose en un término vago que caía hacia la mano derecha. El piar de pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín, y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón. ...
En la línea 82
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... La bestia dominante primitiva era poderosa en Buck y, bajo las rudas condiciones de aquella vida, fue creciendo sin parar. Pero fue un crecimiento secreto. Su recién adquirida astucia le proporcionó desenvoltura y autoridad. Estaba demasiado ocupado en adaptarse a su nueva existencia como para relajarse, y no sólo no buscaba peleas sino que las rehuía siempre que era posible. Su actitud se caracterizaba por cierta parsimonia. No era dado a la acción irreflexiva y precipitada; y, con respecto al arraigado odio que había entre él y Spitz, no dejaba traslucir ninguna impaciencia y evitaba cualquier signo de agresividad. ...
En la línea 104
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Desde entonces hubo guerra abierta entre Buck y Spitz. Spitz, como perro guía y jefe reconocido del equipo, sentía que aquel extraño perro del sur amenazaba su supremacía. Y le resultaba extraño, en efecto, porque de los numerosos perros de esa procedencia que había conocido, ni uno solo había demostrado valer demasiado, ni en el campamento ni en el trabajo. Eran débiles y los mataba el agotamiento, el frío o el hambre. Buck era la excepción. Sólo él había resistido y se había abierto camino, equiparándose a los huskies en fortaleza, coraje e ingenio. Además era un perro dominante, y el hecho de que el garrote del hombre del jersey rojo le hubiera matado toda señal de ciega temeridad y precipitación en el deseo de dominio, lo hacía doblemente peligroso. Era sobre todo astuto y capaz de aguardar el momento oportuno con una paciencia que era, precisamente, primitiva. ...
En la línea 124
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Ya no había esperanza para él. La misericordia era algo reservado a climas más benignos. Buck, inexorable, maniobró para emprender el ataque final. El círculo se había apretado hasta tal punto que él podía sentir la respiración de los huskies. Los veía, más allá de Spitz y a cada lado, medio agazapados para dar el salto y con los ojos fijos en el otro. Hubo un momento de pausa. Todos los animales permanecían inmóviles, como petrificados. Únicamente Spitz se estremecía y se erizaba oscilando hacia adelante y hacia atrás, con un horrible gruñido amenazador, como para ahuyentar con él la muerte inminente. Entonces Buck atacó y reculó enseguida; pero con el primer salto los hombros chocaron de lleno. El oscuro círculo se convirtió sobre la nieve iluminada por la luna en un denso y único punto en el que Spitz desapareció. Buck observaba la escena de pie. Era el orgulloso vencedor, la primitiva bestia dominante que ha descubierto la satisfacción en la destrucción de su presa. ...
En la línea 151
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A Buck aquello no le gustaba, pero resistía bien el esfuerzo movido por el mismo orgullo que Dave y Sol-leks ponían en el trabajo, y se ocupaba de que los demás, con orgullo o sin él, colaboraran con la parte que les tocaba. Era una vida monótona que funcionaba con la regularidad de una máquina. Los días eran todos iguales. Todas las mañanas, a una hora determinada, entraban en acción los cocineros, se encendían las hogueras y se desayunaba. Luego, mientras unos levantaban el campamento, otros enganchaban a los perros, y, una hora antes de que el cielo oscureciera anunciando el amanecer, se habían puesto en marcha. Por la noche se instalaba el campamento. Unos montaban las tiendas, otros cortaban la leña y las ramas de pino para los jergones, y otros acarreaban agua o hielo para los cocineros. También se daba de comer a los perros. Para ellos, aquél era el hecho más importante del día, aunque después de comer y durante una o dos horas, les gustaba vagar todos juntos (eran más de un centenar) sin nada que hacer por los alrededores del campamento. Algunos eran valientes luchadores, pero, después de tres peleas con los más fieros, Buck adquirió la posición dominante, y a partir de entonces, cuando erizaba el pelo y enseñaba los dientes, los demás se apartaban de su camino. ...

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