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La palabra doce
Cómo se escribe

la palabra doce

La palabra Doce ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece doce.

Estadisticas de la palabra doce

Doce es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1368 según la RAE.

Doce tienen una frecuencia media de 68.13 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la doce en 150 obras del castellano contandose 10355 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Doce en internet

Doce en la RAE.
Doce en Word Reference.
Doce en la wikipedia.
Sinonimos de Doce.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece doce

La palabra doce puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 672
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sobre robustos pedestales exhibíanse los doce apóstoles; pero tan desfigurados, tan maltrechos, que no los hubiera conocido Jesús: los pies, roídos; las narices, rotas; las manos, cortadas; una fila de figurones, que más que apóstoles parecían enfermos escapados de una clínica, mostrando dolorosamente sus informes muñones. ...

En la línea 717
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran más de las doce, y las siete acequias empezaban a mostrarse cansadas de tanto derramar pródigamente el caudal de su justicia, cuando el alguacil llamó a gritos a Bautista Borrull, denunciado por infracción y desobediencia en el riego. ...

En la línea 1067
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La cosa sería de allí a diez o doce años; no había prisa; todos los noviazgos de la huerta duraban una temporada así. ...

En la línea 1373
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En resumen: una enfermedad que iba a costarle doce o quince duros: ¡como quien dice nada! El mayor, Batistet, apenas si podía ir más allá de sus campos. ...

En la línea 116
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Durante su desvanecimien to lo hemos registrado, y en su paquete no hay más que una camisa y en su bolsa nada más que doce escudos, lo cual no le ha impedido decir al desma yarse que, si tal cosa le hubiera ocurrido en Paris, os arrepentiríais en el acto, mientras que aquí sólo o s arrepentiréis más tarde. ...

En la línea 278
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Llegado a la escalinata, fue peor aún; en los primeros escalones había cuatro mosqueteros que se divertían en el ejercicio siguiente, mien tras diez o doce camaradas suyos esperaba n en el rellano a que les to cara la vez para ocupar plaza en la partida. ...

En la línea 310
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Es cierto - dijo Porthos-, y la prueba es que he pagado por él doce pistolas. ...

En la línea 560
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿A qué hora?-A las doce. ...

En la línea 135
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... a Al juzgado de Cagayan debe separársele la factoría ó colectoría del tabaco, y nombrar el gobierno factor colector á sueldo fijo, ó con un módico tanto por ciento, pues segun la planta que tiene, causa asombro; es escandaloso que un alcalde mayor por reunir ese cargo de colector del tabaco, cuente la escesiva dotacion que goza, la que con los acopios de tabaco para España, subirá estraordinariamente; pasa de doce mil duros anuales lo que sacó el alcalde que dejó de serlo últimamente. ...

En la línea 261
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Ultimamente, es de notar y saberse que en todas las oficinas hay un crecido y aun exorbitante número de escribientes indios que gozan dotacion desde cuatro pesos á doce cada mes; clase que yo juzgaria prudente suprimir, pues todo empleado debe saber que lo es para ocuparse de lo que se le confie y ponga á su cuidado, y escribir por sí y sin necesidad de sirvientes cuanto demande el negociado de su atribucion. ...

En la línea 359
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Los portes de las cartas, ó sea la tarifa de sus precios, tambien han sufrido variaciones en distintas épocas, y siempre en aumento progresivo en favor de la renta; pues que á fines del pasado siglo las tarifas marcaban un peso por onza, y dos reales plata fuerte por cada carta sencilla ó que no llegase á media onza; y en el dia la tarifa marca de porte doce reales plata fuerte por cada onza, y cuatro reales idem idem por carta sencilla; más en esto no hay por qué detenerse; los portes se pagan como está mandado últimamente, y de ello no hay reclamacion alguna. ...

En la línea 912
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A las doce del siguiente día llegamos a Monte Moro, y como no tenía gran prisa, decidí visitar las ruinas yacentes en la cima y la falda de la soberbia montaña erguida sobre la ciudad. ...

En la línea 1099
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero aunque Elvas es una ciudad fuerte, apenas tiene valor como defensa de la frontera, abierta por todas partes, de tal modo, que un ejército invasor dispuesto a esquivar esta plaza, no tendría la menor necesidad de aproximarse ni a doce leguas de sus muros. ...

En la línea 1457
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llevaba un sombrero andaluz muy viejo, que, por su estado, parecía como si le hubiesen pisoteado; una capa mugrienta, que acaso había servido a doce generaciones, me cubría el cuerpo; lo demás de mi atuendo no era de mejor calidad, y todo lo que de él parecía estaba manchado de barro, y de barro llevaba también salpicado el rostro, sombreado además por una barba de ocho días. ...

En la línea 1592
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Nunca olvidaré lo que ocurrió luego; en un instante doce lobos se arrojaron sobre él y le despedazaron, aullando de un modo horrible. ...

En la línea 374
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y, después que hubo sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo: -Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar, tan sin más ni más, llevar la vitoria deste torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres días antecedentes. ...

En la línea 909
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular mención, porque le conocía muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo. ...

En la línea 1356
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. ...

En la línea 1464
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y no me repliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro, especialmente déste, que parece que lleva algún es no es de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo, no solamente a la Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux, y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo. ...

En la línea 138
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Como prueba de excesiva baratura de todas las cosas en este país, puedo citar el hecho de que dos hombres queme acompañaban con un rebaño de unos doce caballos de silla, no me costaban más que dos pesos al día. Mis acompañantes llevaban sables y pistolas, precaución que yo creía bastante inútil. Sin embargo, una de las primeras noticias que llegaron a nuestros oídos fue que la víspera habían asesinado a un viajero que venía de Montevideo: habíase encontrado su cadáver en el camino, junto a una cruz puesta en memoria de un homicidio análogo. ...

En la línea 641
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Continúa sin interrupción el mal tiempo; por lo cual me decido a hacer una larga etapa para tomar el barco por la noche. Tanta aguó ha caído que todo el país está hecho un inmenso pantano. Mi caballo cae doce veces por lo menos; a veces los seis caballos forcejean en el lodo que les llega hasta las cinchas. Los menores arroyos están festonados por anchas turberas; de modo que cuando el caballo los salta cae aprisionado en la orilla opuesta. Para colmo de nuestras desdichas nos vemos obligados a atravesar la punta de un brazo de mar: era en el momento de la pleamar, y el agua subía hasta la grupa de nuestros caballos; la violencia del viento era tal que las olas rompían contra nosotros empapándonos de espuma, y haciéndonos tiritar de frío. Los mismos gauchos, acostumbrados a todas las interperies de las estaciones, experimentaron gran alegría cuando al fin llegamos a las casas. ...

En la línea 711
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... der Wisench, Berlín, febrero 1845) que está compuesta de infusorios, o sea, catorce polygastrica y cuatro phytolitharia, añadiendo que todos estos infusorios habitan en agua dulce. He aquí un magnífico ejemplo de los resultados que pueden obtenerse por medio de las investigaciones microscópicas del profesor Ehrenberg; porque Jemmy Button me ha asegurado que se recogen siempre estos polvos blancos en el lecho de los torrentes de las montañas. También es este un hecho demostrativo respecto de la distribu162 después de la violenta batalla. Enseguida nos fuimos, acompañados por doce canoas, que cada una llevaba cuatro o cinco indígenas, para continuar nuestra navegación por el estrecho de Ponsonby hasta el punto en que el pobre Jemmy esperaba encontrar a su madre y a sus parientes. Ya había sabido la muerte de su padre; pero como había tenido «un sueño en su cabeza» a este propósito, no le produjo, al parecer, la noticia grande impresión, y se consoló haciendo en alta voz esta reflexión muy natural: «Yo poder nada en esto». Y no llegó a saber ningún detalle respecto de aquella muerte, porque sus parientes evitaron hablarle de ello. ...

En la línea 730
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Era esta una atrevida maniobra con los vientos del oeste que entonces soplaban, pero fue coronada por el éxito. No vimos muchos indígenas hasta las cercanías del estrecho de Ponsonby; pero allí nos siguieron diez o doce canoas. Los fueguenses no comprendían absolutamente la razón de las bordadas que corríamos, y en lugar de alcanzarnos en cada una, trataban, en vano, de seguir nuestros zig zags. No dejaba yo de observar con interés que la certeza de no tener nada que temer de los salvajes, modifica grandemente las relaciones que con ellos se tienen. El año anterior, cuando no teníamos más que ligeras embarcaciones, había yo llegado a odiar: hasta el eco de sus voces, tanto nos fastidiaban. La única palabra que oíamos entonces, era yammerschooner. ...

En la línea 1004
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... y se encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que ella. ...

En la línea 1770
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —Tenía la chiquilla doce o catorce años, ¿verdad? —Algo menos, pero peor todavía. ...

En la línea 2253
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Frutos, pensaba ella había aplastado terrones en los suburbios de Vetusta, doce años antes; se acordaba de haberle visto en mangas de camisa. ...

En la línea 2412
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Alrededor de la mesa cabían doce personas. ...

En la línea 653
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A una princesa de la dinastía Aragón de Nápoles la obsequiaba con un banquete que duró seis horas, sirviéndose en el transcurso cuarenta y cuatro platos: ciervos enteros asados con su piel, cabras, liebres, terneros, grullas, pavos y faisanes conservar do su plumaje. El plato más enorme, llevado en hombros por una docena de servidores vestidos de seda, tenía la apariencia de un oso de tamaño natural, con un palo en la boca. El pan había sido dorado, y los peces, así como otros manjares, llegaban a la mesa cubiertos de plata. En las obras de confitería intervenían los mejores escultores de Roma. Los doce trabajos de Hércules, todos ellos con personajes de dimensiones ordinarias, estaban esculpidos en materias azucaradas. Otro plato era una montaña con una sierpe gigantesca que se movía lo mismo que un reptil viviente. ...

En la línea 680
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al día siguiente aparecían en la playa más de doscientos cadáveres, entre ellos los de tres obispos italianos y otros personajes eme habían seguido al legado en su viaje a España. Setenta y cinco familiares de la servidumbre del cardenal se ahogaron Igualmente, y con ellos doce jurisconsultos, seis caballeros y gran número de jóvenes valencianos que iban a Roma por el gusto de vivir en ella o para estudiar en la universidad de Bolonia. ...

En la línea 905
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pocos días después, Jofre se unía por poderes con doña Sancha de Aragón, dejando para más adelante, como ocurrió con Lucrecia, la consumación de su matrimonio. Sancha tenía catorce años y Jofre doce. ...

En la línea 1281
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La última fiesta era una corrida de toros en los jardines del Vaticano, a la que asistían más de diez mil personas. Avanzaba el cardenal de Valencia al frente de su cuadrilla compuesta de doce jinetes, llevando un traje a la morisca, como los sarracenos españoles, compuesto de marlota de raso, blanca y roja, que doña Sancha había bordado de oro, bonete carmesí con penacho, borceguíes azules y una espada forjada expresamente para dicha fiesta. Iba montado en un caballo blanco con ricos jaeces y blandía en su diestra un lanzón, regalo también de doña Sancha. Doce mozos vestidos de raso amarillo y terciopelo carmesí marchaban a pie delante de él. ...

En la línea 1513
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Deténgase, gentleman! ¿Adónde va?… Le pido perdón por el olvido de que ha sido objeto. Los culpables son esas gentes de la administración del ejército, que, como no están acostumbradas al nuevo servicio, equivocaron mis órdenes. Pero vamos a la playa; deben haber llegado ya doce furgones llenos de víveres. Tiene usted preparada una comida magnífica. ...

En la línea 422
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los de Santa Cruz vivían en su casa propia de la calle de Pontejos, dando frente a la plazuela del mismo nombre; finca comprada al difunto Aparisi, uno de los socios de la Compañía de Filipinas. Ocupaban los dueños el principal, que era inmenso, con doce balcones a la calle y mucha comodidad interior. No lo cambiara Barbarita por ninguno de los modernos hoteles, donde todo se vuelve escaleras y están además abiertos a los cuatro vientos. Allí tenía número sobrado de habitaciones, todas en un solo andar desde el salón a la cocina. Ni trocara tampoco su barrio, aquel riñón de Madrid en que había nacido, por ninguno de los caseríos flamantes que gozan fama de más ventilados y alegres. Por más que dijeran, el barrio de Salamanca es campo… Tan apegada era la buena señora al terruño de su arrabal nativo, que para ella no vivía en Madrid quien no oyera por las mañanas el ruido cóncavo de las cubas de los aguadores en la fuente de Pontejos; quien no sintiera por mañana y tarde la batahola que arman los coches correos; quien no recibiera a todas horas el hálito tenderil de la calle de Postas, y no escuchara por Navidad los zambombazos y panderetazos de la plazuela de Santa Cruz; quien no oyera las campanadas del reloj de la Casa de Correos tan claras como si estuvieran dentro de la casa; quien no viera pasar a los cobradores del Banco cargados de dinero y a los carteros salir en procesión. Barbarita se había acostumbrado a los ruidos de la vecindad, cual si fueran amigos, y no podía vivir sin ellos. ...

En la línea 492
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Llegó un día —dijo Guillermina, suspendiendo su labor, para contar el caso a varios amigos de Barbarita—, en que las cosas se pusieron muy feas. Amaneció aquel día, y los veintitrés pequeñuelos de Dios que yo había recogido y que estaban en una casucha baja y húmeda de la calle de Zarzal, aposentados como conejos, no tenían qué comer. Tirando de aquí y de allá, podían pasar aquel día; pero ¿y el siguiente? Yo no tenía ya ni dinero ni quien me lo diera. Debía no sé cuántas fanegas de judías, doce docenas de alpargatas, tantísimas arrobas de aceite; no me quedaba que empeñar o que vender más que el rosario. Los primos, que me sacaban de tantos apuros, ya habían hecho los imposibles… Me daba vergüenza de volver a pedirles. Mi sobrino Manolo, que solía ser mi paño de lágrimas, estaba en Londres. Y suponiendo que mi primo Valeriano me tapase mis veintitrés bocas (y la mía veinticuatro) por unos cuantos días, ¿cómo me arreglaría después? Nada, nada, era indispensable arañar la tierra y buscar cuartos de otra manera y por otros medios. ...

En la línea 576
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Poco a poco fueron desfilando. Eran las doce. Aparisi y Casa-Muñoz se fueron al Bolsín a saber noticias, no sin que antes de partir dieran una nueva muestra de su rivalidad. El concejal de oficio estaba tan excitado, que la contracción de su hocico se acentuaba, como si el olor aquel imaginario fuera el de la aza fétida. Zalamero, que iba a Gobernación, quiso llevarse al Delfín; pero este, a quien su mujer tenía cogido del brazo, se negó a salir… «Mi mujer no me deja». ...

En la línea 835
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nueva barricada de chiquillos les cortó el paso. Al verles, Jacinta y aun Guillermina, a pesar de su costumbre de ver cosas raras, quedáronse pasmadas, y hubiérales dado espanto lo que miraban, si las risas de ellos no disiparan toda impresión terrorífica. Era una manada de salvajes, compuesta de dos tagarotes como de diez y doce años, una niña más chica, y otros dos chavales, cuya edad y sexo no se podía saber. Tenían todos ellos la cara y las manos llenas de chafarrinones negros, hechos con algo que debía de ser betún o barniz japonés del más fuerte. Uno se había pintado rayas en el rostro, otro anteojos, aquél bigotes, cejas y patillas con tan mala maña, que toda la cara parecía revuelta en heces de tintero. Los pequeñuelos no parecían pertenecer a la raza humana, y con aquel maldito tizne extendido y resobado por la cara y las manos semejaban micos, diablillos o engendros infernales. ...

En la línea 304
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La vanguardia de la esperada procesión hizo su aparición en la puerta principal: una tropa de alabarderos. Iban vestidos con calzas de listas negras y leonadas, gorras de terciopelo adornadas a los lados con rasas de plata, y jubones de paño azul y morado, bordados por delante y por detrás con las tres plumas, el blasón del príncipe, tejidas en oro. Las astas de las alabardas estaban cubiertas de terciopelo carmesí, sujeto con clavos dorados y adornadas con borlas de oro. Desfilando a derecha e izquierda, formaban dos largas hileras que se extendían desde la puerta principal del palacio hasta la orilla del agua. Después se desplegó un grueso paño o tapiz rayado, y unos servidores, ataviados con las libreas de oro y carmesí del príncipe, lo tendieron entre los alabarderos. Hecho esto, resonó dentro un floreo de trompetas. Los músicos del río comenzaran un animado preludio y dos ujieres con varas blancas salieron por la puerta con lento y majestuoso paso. Iban seguidos por un oficial que llevaba la maza municipal, tras el cual venía otro con la Espada de la Ciudad; luego varios alguaciles de la guarnición de la ciudad, con uniforme de gala, y con divisas en las mangas. Venía luego el rey de armas de la Jarretera, con su tabardo; lo seguían varios caballeros del Baño, cada uno con una cinta blanca en la manga; luego sus escuderos; después los jueces, con sus togas escarlatas y sus cofias; luego el lord gran canciller de Inglaterra, con su toga escarlata, abierta por delante y, orlada de piel blanca con manchas negras; luego una comisión de regidores con sus capas escarlata, y luego los principales de las diferentes compañías cívicas en traje de ceremonia. Después venían doce caballeros franceses, con espléndidos atavíos, consistentes en jubones de damasco blanco listado de oro, capas cortas de terciopelo carmesí, forradas de tafetán violeta y calzas color carne, y comenzaron a descender por la escalinata. Eran el séquito del embajador francés, e iban seguidos por doce caballeros del séquito del embajador español, vestidos de terciopelo negro sin ningún adorno. En pos de éstos venían varios importantes nobles ingleses con sus servidores. ...

En la línea 534
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hízolo así y se encontró doce peniques nuevos y relucientes, una riqueza asombrosa. Pero no fue esto lo mejor, porque el enano le dijo: ...

En la línea 535
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Te conozco. Eres un muchacho bueno y todo lo mereces. Terminaron tus desazones, porque ha llegado la hora de tu recompensa. Cava aquí cada siete días y siempre encontrarás el mismo tesoro: doce peniques nuevos y brillantes. No se lo digas a nadie y guarda el secreto. ...

En la línea 565
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Durante el mediodía, Tom pasó unas horas deliciosas, previa la venia de sus custodios Hertford y St. John, en compañía de la princesa Isabel y la pequeña lady Juana Grey, aunque el ánimo de ambas estaba harto abatido por el gran golpe que había caído sobre la casa real. Al final de la visita, su 'hermana mayor' –que fue después la 'María la Sanguinaria' de la historia– le dejó frío con una solemne entrevista que no tuvo sino un mérito a los ojos del niño: su brevedad. Permaneció Tom unos momentos solo y luego fue admitido a su presencia un niño de unos doce años, cuyo vestido, salvo la blanca gorguera y los encajes de las muñecas, era negro; justillo, medias y todo lo demás. No llevaba otra señal de luto que un lazo de cinta morada en el hombro. El niño avanzó titubeando, con la cabeza inclinada y desnuda, e hincó una rodilla delante de Tom. Éste lo contempló un momento y después le dijo: ...

En la línea 828
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Víctor, aunque el más íntimo amigo de Augusto, le llevaba cinco o seis años de edad y hacía más de doce que estaba casado, pues contrajo matrimonio siendo muy joven, por deber de conciencia, según decían. No tenía hijos. ...

En la línea 856
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues bien; yo me hice una costumbre de mi mujer y Elena se hizo una costumbre mía. Todo estaba moderadamente regularizado en nuestra casa, todo, lo mismo que las comidas. A las doce en punto, ni minuto más ni minuto menos, la sopa en la mesa, y de tal modo, que comemos todos los días casi las mismas cosas, en el mismo orden y en la misma cantidad. Aborrezco el cambio y lo aborrece Elena. En mi casa se vive al reló. ...

En la línea 878
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Tienes razón, disparato. Perdóname. Pero ¿te parece bien, al cabo de cerca de doce años, cuando nos iba tan ricamente, cuando estábamos curados de la ridícula vanidad de los recién casados, venirnos esto? Es claro, ¡vivíamos tan tranquilos, tan seguros, tan confiados… ! ...

En la línea 1804
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Están lejos de aquí los piratas? A unos doce kilómetros. ...

En la línea 1910
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Sí, a medianoche. Llevaremos una escolta de doce soldados muy fieles y diez indígenas. ...

En la línea 2114
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Media hora después volaba un polvorín, que terminó de deshacer las ya caídas trincheras, enterrando entre sus escombros a doce piratas y veinte indígenas. ...

En la línea 43
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »Las grandes profundidades del océano nos son totalmente desconocidas. La sonda no ha podido alcanzarlas. ¿Qué hay en esos lejanos abismos? ¿Qué seres los habitan? ¿Qué seres pueden vivir a doce o quince millas por debajo de la superficie de las aguas? ¿Cómo son los organismos de esos animales? Apenas puede conjeturarse. ...

En la línea 191
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land continuaba manifestando la más tenaz incredulidad, hasta el punto de mostrar ostensiblemente su desinterés por el examen de la superficie del mar cuando no estaba de servicio o cuando ninguna ballena se hallaba a la vista. Y, sin embargo, su maravillosa potencia visual nos hubiera sido muy útil. Pero de cada doce horas, ocho por lo menos las pasaba el testarudo canadiense leyendo o durmiendo en su camarote. Más de cien veces le reconvine por su indiferencia. ...

En la línea 389
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Había que descartar ya completamente toda esperanza de ser salvados por el comandante Farragut, pues íbamos hacia el Oeste y a una velocidad que, aunque relativamente moderada, yo estimaba no inferior a unas doce millas por hora. La hélice batía el agua con una regularidad matemática, y a veces emergía lanzando una espuma fosforescente a gran altura. ...

En la línea 781
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante las épocas geológicas, al período del fuego sucedió el período del agua. El océano fue universal al principio. Luego, poco a poco, en los tiempos silúricos, fueron apareciendo las cimas de las montañas, emergieron islas que desaparecieron bajo diluvios parciales y reaparecieron nuevamente, se soldaron entre sí, formaron continentes y, finalmente, se fijaron geográficamente tal como hoy los vemos. Lo sólido había conquistado a lo líquido treinta y siete millones seiscientas cincuenta y siete millas cuadradas, o sea, doce mil novecientos dieciséis millones de hectáreas. ...

En la línea 320
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Después de una hora de marchar así llegamos junto a una mala cabaña de madera y a un embarcadero. En la primera había un guardia que nos dió el «¿Quién vive?», pero el sargento contestó con el santo y seña. Luego entramos en la cabaña, en donde se percibía pronunciado olor a tabaco y a cal apagada. Había un hermoso fuego y el lugar estaba alumbrado por una lámpara, a cuya luz se distinguía un armero lleno de fusiles, un tambor y una cama de madera, muy baja, como una calandria de gran magnitud sin la maquinaria, y capaz para doce soldados a la vez. Tres o cuatro de éstos que estaban echados y envueltos en sus chaquetones no parecieron interesarse por nuestra llegada, pues se limitaron a levantar un poco la cabeza, mirándonos soñolientos, y luego se tendieron de nuevo. El sargento dio el parte de lo ocurrido y anotó algo en el libro registro, y entonces el penado a quien yo llamo «el otro» salió acompañado por su guardia para ir a bordo antes que su compañero. ...

En la línea 579
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo calculé las consecuencias de contestar «cuatrocientas libras», pero, comprendiendo que me serían desfavorables, repliqué lo mejor posible y con un error de unos ocho peniques. Entonces el señor Pumblechook me advirtió que doce peniques hacían un chelín y que cuarenta peniques eran tres chelines y cuatro peniques. Luego añadió: ...

En la línea 946
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En casa del tío Pumblechook, mi hermana se separó de nosotros. Como entonces eran casi las doce de la mañana, Joe y yo nos encaminamos directamente a casa de la señorita Havisham. Estella abrió la puerta como de costumbre, y, en el momento en que la vió, Joe se quitó el sombrero y pareció sopesarlo con ambas manos, como si tuviese alguna razón urgente para apreciar con exactitud una diferencia de peso de un cuarto de onza. ...

En la línea 1909
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Luego me condujo a una glorieta que se hallaba a doce metros de distancia, pero el camino estaba tan ...

En la línea 3857
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Tienes razón otra vez, Sonia. Todo lo que te he dicho es absurdo, pura charlatanería… La verdad es que, como sabes, mi madre está falta de recursos y que mi hermana, que por fortuna es una mujer instruida, se ha visto obligada a ir de un sitio a otro como institutriz. Todas sus esperanzas estaban concentradas en mí. Yo estudiaba, pero, por falta de medios, hube de abandonar la universidad. Aun suponiendo que hubiera podido seguir estudiando, en el mejor de los casos habría podido obtener dentro de diez o doce años un puesto como profesor de instituto o una plaza de funcionario con un sueldo anual de mil rublos ‑parecía estar recitando una lección aprendida de memoria‑, pero entonces las inquietudes y las privaciones habrían acabado ya con la salud de mi madre. Para mi hermana, las cosas habrían podido ir todavía peor… ¿Y para qué verse privado de todo, dejar a la propia madre en la necesidad, presenciar el deshonor de una hermana? ¿Para qué todo esto? ¿Para enterrar a los míos y fundar una nueva familia destinada igualmente a perecer de hambre… ? En fin, todo esto me decidió a apoderarme del dinero de la vieja para poder seguir adelante, para terminar mis estudios sin estar a expensas de mi madre. En una palabra, decidí emplear un método radical para empezar una nueva vida y ser independiente… Esto es todo. Naturalmente, hice mal en matar a la vieja… , ¡pero basta ya! ...

En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...

En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...

En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...

En la línea 183
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por ejemplo, que los doce últimos números salen después que los doce del centro, supongamos dos veces. Luego vienen los doce primeros, a los cuales siguen de nuevo los doce del centro, que salen tres o cuatro veces alineados. Después de esto vienen los doce últimos, lo más a menudo dos veces. Luego son los doce primeros, que no se dan más que una. De este modo la suerte designa tres veces los doce del centro, y así seguidamente durante una hora y media o dos horas. ¿No es curioso esto? ...

En la línea 459
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se había quedado de pie, y no había cambiado de postura desde que huyó el niño. La respiración levantaba su pecho a intervalos largos y desiguales. Su mirada, clavada diez o doce pasos delante de él, parecía examinar con profunda atención un pedazo de loza azul que había entre la hierba. De pronto, se estremeció: sentía ya el frío de la noche. ...

En la línea 635
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Su mujer tenía unos doce o quince años menos que él; su inteligencia le alcanzaba justo para leer la literatura barata. Al envejecer fue sólo una mujer gorda y mala que leía novelas estúpidas. Pero no se leen necedades impunemente, y de aquella lectura resultó que su hija mayor se llamó Eponina y la menor, Azelma. ...

En la línea 771
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Se puso a coser camisas para los soldados de la guarnición, con lo que ganaba doce sueldos al día; su hija le costaba diez. Entonces fue cuando comenzó a pagar mal a los Thenardier. ...

En la línea 1213
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Acababan de dar las doce y media cuando el señor Magdalena salió de la sala del tribunal de Arras. Poco antes de las seis de la mañana llegó a M. y su primer cuidado fue echar al correo su carta al señor Laffitte, y después ir a ver a Fantina. ...

En la línea 140
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Pero no son las doce- respondió Picaporte sacando el reloj. ...

En la línea 313
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Aún tenéis tiempo- respondió Fix ; no son más que las doce. ...

En la línea 315
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¿Las doce? ¡Vaya! ¡Si no son más que las nueve y cincuenta y dos minutos! ...

En la línea 339
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Bastante lejos- respondió el agente-. Todavía necesitáis unos doce días por mar. ...


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Errores Ortográficos típicos con la palabra Doce

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